Phyllis Deanes.
Una de las ventajas con que contó Gran Bretaña al entrar en la Primera Revolución
Industrial fue un sistema monetario y bancario altamente desarrollado.
La Revolución Industrial o Primera Revolución Industrial es el proceso de
transformación económica, social y tecnológica que se inició en la segunda mitad del
siglo XVIII en el Reino de Gran Bretaña, que se extendió unas décadas después a gran
parte de Europa occidental y América Anglosajona, y que concluyó entre 1820 y 1840.
Durante este periodo se vivió el mayor conjunto de transformaciones económicas,
tecnológicas y sociales de la historia de la humanidad desde el Neolítico, que vio el
paso desde una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el
comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada.
En 1750, el Banco de Inglaterra llevaba ya más de medio siglo de existencia. Se había
fundado en 1694, durante el boom de promoción de compañías de los años 1690:
tenía un capital de un millón y medio de libras esterlinas y su principal objetivo era
suministrar dinero al gobierno.
El Gobernador del Banco de Inglaterra es el cargo más importante dentro del Banco de
Inglaterra. Es nominalmente un puesto de funcionario público, pero la cita suele ser
desde dentro del Banco, con el titular de aseo su sucesor. El Gobernador del Banco de
Inglaterra es también Presidente del Comité de Política Monetaria, con un papel
importante en la orientación de la política económica y monetaria nacional, y por lo
tanto es uno de los más importantes funcionarios públicos en el Reino Unido.
Los primeros cheques de que tenemos noticia datan de finales del siglo XVIII, aunque
es dudoso que llegasen a generalizarse antes del siglo XIX. Más importancia tenían los
billetes de banco, es decir, las promesas de pagar al portador una cantidad
especificada, si lo pedía.
La cantidad de dinero suministrada a una economía es una cuestión de la máxima
importancia para su desarrollo, porque influye en el nivel de precios y, a través de
estos, en el nivel y a veces en el carácter de la actividad económica.
El problema de las economías preindustriales es trasladar el dinero en cantidad
suficiente a las regiones en expansión. Los volúmenes de dinero en circulación
dependían esencialmente de la oferta de oro al Banco de Inglaterra. La complicación
era que no solo emitía billetes el Banco de Inglaterra sino también los bancos
provinciales de Inglaterra y los bancos de Escocia.
Las reservas en metálico de los banqueros en el siglo XVIII era la suficiente para cubrir
la posible demanda de los depositantes, en cambio el Banco de Inglaterra adoptó la
política de descontar los efectos comerciales que consideraba seguros y permitió que
su reserva de oro fluctuase ampliamente.
En aquel sistema, los límites del crédito y de la emisión de dinero dependían del
volumen de los depósitos y del clima de confianza pública.
En 1797 se suspendieron súbitamente los pagos en efectivo, y se liberó al Banco de
Inglaterra de su obligación de convertir los billetes en oro. La confianza no se colapsó
hasta entonces ya que nadie esperaba que las secuelas de la guerra norteamericana
durasen mucho tiempo, porque las perspectivas comerciales eran mejores que unos
años antes y no había una razón alguna para esperar una retirada masiva de fondos de
los bancos, y estos siguieron descontando confiadamente los buenos efectos
comerciales y mantuvieron el nivel de créditos.
En 1797 las cosas fueron distintas. El país estaba en guerra, una guerra difícil y
peligrosa, muy próxima al territorio nacional y de resultados imprevisibles.
Los contemporáneos criticaron al Banco por expandir excesivamente el crédito y le
acusaron de ser el responsable de la inflación de precios del periodo de la guerra. Las
investigaciones más recientes se han inclinado, en cambio, a absolver al Banco de estas
acusaciones.
En los confusos años que siguieron a Waterloo, el Banco siguió cumpliendo su papel
pasivo y tuvieron que transcurrir 6 años todavía para que la distancia entre el precio de
la ceca y el precio del mercado del oro se redujese lo bastante como para permitir la
reanudación de los pagos en efectivo en 1821.
En esta fecha, se puso fin al sistema monetario de emergencia del tiempo de guerra y
Gran Bretaña adoptó formal y legalmente el patrón oro.
La ley les impedía convertirse en grandes establecimientos. Para proteger al público
contra la aparición de grandes compañías bancarias cuya bancarrota podrán tener
efectos desastrosos para toda la nación, la legislación del siglo XVIII prohibió la
fundación de bancos de más de 6 socios.
Los banqueros procedían a menudo de la industria, el comercio o la abogacía.
El aumento de la escala de créditos y servicios bancarios con la expansión económica
implicó difíciles cuestiones técnicas sobre la adecuada distribución de los riesgos y la
liquidez de los préstamos concedidos cuando se produce la degradación de las
condiciones económicas.
El gobierno inmediatamente redujo la influencia de los bancos provinciales al prohibir
la emisión de billetes de menos de 5 libras, permitió la creación de sociedades
bancarias con más de 6 socios y autorizo al Banco de Inglaterra a abrir sucursales en
todo el país.
Dos escuelas de pensamiento discutieron la reforma monetaria en Gran Bretaña en la
primera mitad del siglo XIX, se trataban de la escuela monetaria y la escuela bancaria.
Ambas aceptaban un sistema monetario automático en el que el valor del numerario
estuviese firmemente ligado al oro.
La base de la teoría de la escuela monetaria fue formada por la insistencia en la
intimidad de la relación entre los cambios exteriores y la emisión interior de billetes.
En cambio, la escuela bancaria pensaba que las tasas de intercambio adversas se
debían a causas independientes como las malas cosechas o la anormal demanda
exterior de oro, y que reducir el crédito interior no era ninguna solución.
Con la Bank Chárter Acto se impusieron las concepciones de la escuela monetaria, pero
al final no se resolvieron los problemas del sistema bancario británico.
Podemos calificar la cartera bancaria del siglo XIX en Inglaterra como aventurero y
arriesgado. Pero las inversiones bancarias del siglo XIX eran productivas y
constituyeron una importante contribución directa a la financiación del comercia y de
la industria británica.
La industria en el siglo XVIII, sobre todo en Inglaterra, tiene tendencia a instalarse en el ámbito
rural, para liberarse de la presión de los gremios, y para reducir costes en la fuerza de trabajo;
la del campo es más barata que la de la ciudad.
A pesar de que en este siglo comienza el despegue de la industria, en la mayor parte de los
países, para la mayoría de la población la agricultura sigue siendo la base de su economía, y de
la riqueza tanto nacional como doméstica. Este sistema es, en buena medida, autárquico, y la
mayoría de los obreros de las fábricas, en el mundo rural, trabajan también en el campo. Los
mayores excedentes se consiguen en la agricultura, gracias a una época de bonanza y el
aumento de la población, lo que favorece que parte de la población del campo busque
ingresos extras en las fábricas, ya trabajando en ellas, ya con un sistema de trabajo en el
domicilio.
Otra de las características del siglo XVIII es la monetización de la vida. Todo se paga con dinero,
aparece el papel moneda, y se crean los primeros bancos nacionales. Este es un cambio muy
importante para las familias, ya que a partir de ahora necesitan dinero para cualquier compra,
y sobre todo, necesitan moneda para pagar los impuestos a sus señores. Estos ya no
consumirán las rentas en especie y en el lugar donde se producen, sino que se las pueden
llevar a otro sitio, en forma de dinero.
Sin embargo, la aldea sigue siendo el lugar habitual de consumo, con sus mercados locales, y
temporales, y el escaso comercio de lujo. Sin embargo, en la ciudad aparecen los mercados
permanentes, debido al aumento de población urbana, y a que cada vez más la gente que vive
en la ciudad no vive del campo. Esta población necesita mercados fijos para satisfacer sus
demandas. Se produce, así, un importante flujo de intercambios entre el campo y la ciudad.
Las ciudades siguen siendo los centros de decisión, donde viven los mercaderes y los
fabricantes. La ciudad es, más que nunca, el modelo de convivencia de la sociedad que está
surgiendo.
La industria textil es la más representativa del proceso, ya que es la primera que se desarrolla;
puesto que la siderurgia siempre ha sido una industria rural, debido a la localización de las
fuentes de energía. La industria, en un principio, tiende a instalarse en zonas rurales. Esta
táctica la siguen, también, las industrias de zapatos, relojes, etc.
Alemania y Suiza son los países más representativos, de la mano de los hugonotes, que
predican un cristianismo capitalista: el capitalismo de los calvinistas. También se industrializa la
Rusia de Pedro el Grande, sobre todo en los Urales, además de Inglaterra y los Países Bajos.
Bancos fundados en el siglo XVIII
Año Empresa País (moderno)
Con el Decreto de 1874 del Ministro de Hacienda José Echegaray, cuya parte expositiva es bien
conocida ( Abatido el crédito por el abuso …) acababa el primer impulso liberal en el ámbito de
las finanzas en España. En el siglo transcurrido entre la fundación del Banco de San Carlos en
1782, y la concesión del monopolio de emisión al Banco de España en 1874, se produjo la
transición entre un sistema financiero propio del antiguo régimen y unas finanzas más
adecuadas a una economía de mercado. Dicha transición tomó forma en la aparición de
bancos por acciones, incluido el banco nacional, la regularización del sistema monetario, y el
funcionamiento de un primer mercado de capitales. Todo ello se produjo, además, con retraso
respecto de la Europa más desarrollada, y a través de una expansión muy intensa pero
efímera. El objetivo del presente trabajo es realizar una revisión y una síntesis del estado
actual de nuestros conocimientos sobre este proceso, incidiendo especialmente en la
evolución de los sistemas bancario y monetario y en el alcance de las reformas impulsadas por
el régimen liberal. La transición financiera en España estuvo condicionada, primero, por las
dificultades económicas del sistema absolutista, que contribuyeron decisivamente a su quiebra
en los inicios del siglo XIX. En segundo lugar, tuvo un destacado papel la lentitud y
contradicciones de la política financiera llevada a cabo por los gobiernos liberales, lo que limitó
el alcance de las reformas y sus logros. Todo ello en el contexto de un Estado en
transformación orgánica, y lo que es más importante, en perpetuo endeudamiento (Fontana,
1979 y Comín, 2016). Este hecho resulta determinante ya que la fuerte demanda de capital
para cubrir las necesidades presupuestarias, generalmente vinculadas a las guerras –externas
o internas– deterioraron el crédito público y presionaron a los mercados de capital,
distorsionando la canalización del ahorro disponible. En efecto, la historia económica
comparada muestra que la manera de gestionar las finanzas públicas ha tenido efectos
decisivos en la configuración del sistema financiero (privado y público) de cada país. Sylla
(2002), Dickson (1967) y Brewer (1989) analizaron el fenómeno en Inglaterra y advierten sobre
este hecho, en especial sobre los efectos de la Revolución financiera británica del siglo XVIII
sobre la posterior extensión de prácticas