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Mi Cuerpo de Antropóloga Migrante. Los Sentidos y el Cuerpo en la Práctica


Etnográfica

Chapter · January 2011

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Diana Mata-Codesal
University Pompeu Fabra
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“MI CUERPO DE ANTROPÓLOGA MIGRANTE”
LOS SENTIDOS Y EL CUERPO EN LA PRÁCTICA ETNOGRÁFICA

Diana Mata Codesal1


Sussex Centre for Migration Research, Universidad de Sussex, Reino Unido

Este trabajo presenta de manera reflexiva una experiencia de campo en los Andes ecu-
atorianos con el fin de analizar las potencialidades del cuerpo como generador de cono-
cimientos en el caso concreto de una etnografía sobre migraciones internacionales. Du-
rante nueve meses llevé a cabo trabajo de campo en dos zonas rurales de los Andes ecu-
atorianos lo que supuso, además de un cambio de huso horario y social, entrar en contacto
con un paisaje sensorial muy diferente al de mi vida de doctoranda en Europa.
En este trabajo reivindico al cuerpo como un instrumento de investigación válido para
generar conocimiento antropológico. El proceso de “extrañamiento” mental, central en la
disciplina antropológica, también puede ser corporal y sensorial como en este caso. Al ex-
perimentar físicamente algunas de las actividades habituales o festivas en el campo ecua-
toriano estaba adquiriendo conocimientos que de otro modo hubieran sido difíciles de
verbalizar. Como OikarinenJabai yo también encontré “que la experiencia no verbal del
encuentro y el entendimiento es a veces mucho más fuerte que la verbal” (2003: 575).
El nuevo paisaje sensorial, además de ser una fuente de conocimiento también fue una
manera (inicialmente involuntaria) de ganarme la confianza de mis informantes.

1. Sentidos y saberes: Breve revisión bibliográfica


3173
Se suponía que teníamos que aceptar el mito del investigador cabezaflo-
tante (el objeto del Pensamiento, la Racionalidad y la Razón) que va de sitio
en sitio pensando y hablando, mientras su contraparte profana, el Cuerpo, se
esconde invisible, desordenado e incontrolable en las sombras del Gran Salón
de la Academia. El Cuerpo se ha convertido en el pariente histérico que nos
avergüenza, y al que no hay que dejar salir de la torre de marfil de la Acade-
mia2. (Spry, 2001: 720).

La separación cuerpomente presente en Occidente y la supremacía de los aspectos racion-


ales capaces de codificar la experiencia como medio para generar conocimiento hunde
sus bases en la filosofía clásica. Descartes con su “pienso luego existo” llevó este racion-
alismo a su punto más álgido. El cuerpo y los sentidos son frecuentemente concebidos
como “salvajes” o fuera de control, con la necesidad que eso implica de domarlos. La
antropología es también producto de estas bases fundacionales, las cuales subyacen a las
premisas del trabajo etnográfico. Sin embargo la subordinación de lo corporal y sensorial
a lo racional es jerárquica ya que hay sentidos que se consideran más adecuados y precisos
que otros para transmitirnos el mundo. La vista y el oído son los sentidos adecuados que
el antropólogo tiene para captar la información en el campo. El antropólogo tradicional-

1
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre remesas sociales y materiales en dos zonas
rurales de los Andes ecuatorianos financiada por una beca de Formación de Investigadores del Gobierno
Vasco. Por razones éticas todos los nombres propios han sido cambiados.
2
Todas las traducciones del inglés son mías.
mente ha sido concebido como un observador, herramienta de trabajo objetiva que mira,
pregunta y toma notas. La observación participante, sobre todo desde Malinowski, es la
técnica por excelencia para la producción de conocimiento antropológico. Por lo general,
los otros sentidos no parecen jugar ningún papel relevante en el trabajo del etnógrafo, a
excepción de posible fuente de problemas dado el carácter “desordenado e incontrolable”
de lo corporal. Sin embargo, como defiende Ardevol “la observación está claramente ba-
sada en el sentido de la vista, pero la participación nos lleva a la implicación corporal, a la
puesta en juego de todos los sentidos del etnógrafo o de la etnógrafa, al contacto directo,
inmersivo, experiencial en otras realidades culturales y sociales. Esta implicación senso-
rial atañe a todos los sentidos, los perceptivos –vista, oído, tacto, gusto, olfato– como los
de orientación, como el equilibrio, o los sentidos sociales como el sentido del humor, el
sentido del ridículo e incluso al “sentido” que llamamos común” (Ardevol, 2009: 5). De
manera análoga, la empatía, el reconocernos en el otro, sentir lo que de nosotros hay en
los demás y viceversa (cualidad fundamental en el etnógrafo), tiene un componente cor-
poral y sensorial muy potente, que no ha sido suficientemente teorizado.
Recientemente algunas corrientes feministas y postmodernas han comenzado a escribir
sobre el tema de las posicionalidades (ver por ejemplo England, 1994; o Rose, 1997) y
el hecho (evidente) de que Yoantropóloga no llega al campo y pierde el guión, dejando
de ser Yo para convertirse en antropóloga. Yoantropóloga tira de los recursos de Yoper-
sona, pero como es científica lo hace de una manera reflexiva. Entre estos recursos están
lecturas previas, diseños metodológicos, pero también experiencias previas sensoriales y
un cuerpo dotado con un aparataje sensorial culturalmente construido (desde luego con
una base biológica, sin embargo ser sordo por ejemplo, aún un hecho biológico, no tiene
las mismas connotaciones o consecuencias en entornos culturales distintos). El miedo a 3174
perder la condición de científico hace que en muchas investigaciones no se hable sobre
la cuestión subjetiva. Si Yo hubiera sido de otra manera el trabajo de campo en Ecuador
hubiera ido de otra manera, y esto es así escriba yo sobre eso o no.
Los sentidos comienzan poco a poco a aparecer como objeto adecuado de estudio an-
tropológico. El ejemplo más claro es el gran número de investigaciones antropológicas
recientes sobre la alimentación, en las que es central el sentido del gusto, ligado en oca-
siones al del olfato, lo que se manifiesta en la aparición de publicaciones científicas espe-
cializadas (como por ejemplo Anthropology of Food, Gastronomica, o Food and Food-
ways). Sin embargo las investigaciones sobre el papel metodológico de los sentidos en la
antropología son aún mucho más escasas. En esta segunda línea se enmarca el contenido
de este artículo, aún con carácter tentativo y exploratorio.
En este trabajo se entienden los sentidos y el cuerpo como un todo, en lo que ha venido
a denominarse “sensorium”, ya que como algunos autores han defendido y debido a la
naturaleza multisensorial de las experiencias vividas y la cultura (Classen, 1993; Howes,
2003; Seremetakis, 1994), no parece útil “dividir el sensorium y analizar cada tipo de
estímulo sensorial por separado” (Mason y Davies, 2009: 600).

2. Nuevo paisaje sensorial: Extrañamiento sensorial

Mi primer recuerdo visual de Xarbán es el edificio colorido de la iglesia


parroquial. Pero mi primer recuerdo de verdad, intensamente grabado, es la
sensación de pies ardiendo dentro de las botas de monte después de andar
varios quilómetros bajo el sol andino, junto con una sensación extraña en la
cabeza (lo que acabaría siendo la primera de unas cuantas insolaciones produ-
cidas por un sol a dos mil metros de altitud y mi falta de costumbre de llevar
gorro). (Notas editadas del diario de campo, visita piloto, verano, 2008).

La experiencia de campo que describo en este trabajo tuvo lugar en un contexto eminen-
temente rural, con las imponentes montañas de los Andes como paisaje enmarcador y
generador de la experiencia. El hecho de haber vivido gran parte de mi infancia en una
zona rural en Europa, hacía que no todos los estímulos sensoriales me fuesen completa-
mente nuevos (el sonido de perros ladrando de noche en la distancia, el olor de la hierba
recién cortada, el intenso sabor de la leche recién ordeñada, el escalofrío que sube por la
columna vertebral cuando te sientas en una piedra fría…) aunque si la intensidad de los
mismos. En este contexto, a mi llegada no solo me sentía profundamente descolocada en
términos de conocimiento, sino también en relación a los estímulos sensoriales, que me
mantenían en un estado de excitación y alerta constante. Como es evidente, el cuerpo de
la investigadora no se quedó paseando los salones de la Academia europea durante los
nueve meses que duró el trabajo de campo, sino que formó parte activa del proceso etno-
gráfico. Las experiencia del trabajo de campo de inmersión total, como en este caso, son
anímica y físicamente agotadoras, no solo por la necesidad constante de navegar entre lo
conocido y lo desconocido tratando de entender desde dentro las estructuras políticas y
económicas del lugar, sino también por la recepción de estímulos y sensaciones nuevos
que necesitan ser aprehendidos y “recolocados”.
La base para poder llevar a cabo trabajo de campo es el extrañamiento (Velasco y Díaz
de Rada, 1997), es decir la sorpresa curiosa al ver como los otros interpretan o realizan
su mundo sociocultural. Este extrañamiento se equipara de un modo implícito al extraña- 3175
miento mental ante situaciones a las cuales no podemos dar sentido con el utillaje mental
que adquirido en nuestro primer proceso de aculturación. Sin embargo el extrañamiento
sensorial puede ser una fuente de información útil para la investigación etnográfica. Es-
pecialmente cuando el trabajo de campo tiene lugar lejos de la cultura del antropólogo, el
distinto paisaje sensorial en el que se entra combinado con el estado de alerta constante
que implica llevar a cabo trabajo de campo, genera una serie de estímulos tanto racionales
como sensoriales que es interesante acoplar. El extrañamiento mental y el sensorial no
ocurren de manera independiente el uno del otro, sino que se retroalimentan. En ambos
casos se requiere del antropólogo un posicionamiento abierto, expectante, activo y re-
flexivo.
Para que este segundo tipo de extrañamiento, el sensorial, tenga lugar debemos permane-
cer atentos no solo a lo que nos cuentan o pensamos, sino también a los cambios sensoria-
les que se producen en nuestro cuerpo de antropólog@s, y al diferente mundo sensorial
culturalmente construido de nuestros interlocutores. Cuando se realiza trabajo de campo
en culturas distintas a la propia es muy probable que se produzca un choque sensorial. Sin
embargo éste no suele ser reflexivamente pensado ni incorporado en las investigaciones,
lo que genera que tras el inicial choque, se bloquee o no se preste atención a los estí-
mulos sensoriales que se reciben. En gran medida esto se debe al hecho de que muchos
diseños metodológicos y preparaciones previas no dejan espacio ni tiempo para que este
conocimiento experiencial pueda “ser sentido con sentido” y adquiera importancia. Lo
que normalmente nos encontramos en las investigaciones es una supremacía del enfoque
que privilegia lo mental sobre lo sensorial. De esta manera la información adquirida a
través de este segundo tipo de extrañamiento no es tenida en cuenta. Excepto en casos
de autoetnografías, este tipo de planteamientos no suelen ser reflexivamente mostrados
(como magistrales excepciones ver por ejemplo DeSouza 2004; OikarinenJabai, 2003;
Spry, 2001). Existen poco autores que se arriesgan a salir de las convenciones de la disci-
plina, y admiten que el cuerpo se fue con ellos de trabajo de campo.

3. Lo que aprendo gracias a mis sentidos: Aprendizajes corporales

Desde pequeñas las niñas [en los Andes ecuatorianos] aprenden a preparar
platos típicos no a través de explicaciones orales o escritas, sino mirando a
sus madres y abuelas e imitándolas, hasta que finalmente adquieren la com-
petencia requerida. A través de esta manera de trabajo encarnado y repetitivo
las niñas aprenden las técnicas correctas, siendo animadas en todo momento
a sentir las texturas y el sabor de los platos. Aprender a cocinar los alimentos
tradicionales es por lo tanto una experiencia altamente sensual, y es a través
de la práctica corporal que las niñas aprenden a cocinar las recetas transmiti-
das de generación en generación (Abbots, 2008: 7).

“El trabajo de campo, como la vida misma, se caracteriza por una serie de aprendizajes”
(Jenkins, 1994: 442), y en muchos de esos aprendizajes se encuentran involucrados los
sentidos y el cuerpo. Existe un conocimiento que es difícil de verbalizar, por cuanto se
lleva a cabo de manera corporal y ha sido aprendido por repetición. Mis informantes en-
contraban muy difícil (a la vez que divertido) que yo les preguntara como se piqueteaba
(arar manualmente para desherbar y voltear la tierra con el fin de oxigenarla). Era algo
que habían aprendido por observación y práctica corporal y como tal encontraban que mi 3176
aprendizaje debía hacerse de la misma manera corporal. Otros antropólogos han encon-
trado maneras similares de transmisión del conocimiento como Crickmay en el tejido de
textiles en comunidades indígenas del altiplano boliviano (2002), o Simpson en la cons-
trucción de barcos en la India (2006).
En Ecuador son frecuentes los comentarios críticos hacia los migrantes de origen rural
en relación a la manera en la que utilizan el dinero enviado o traído de vuelta por los mi-
grantes (Klaufus, 2006; Jaramillo, 2002; Borrero, 2002). Muchos de estos comentarios
críticos tienen su origen en las élites urbanas provinciales y parten de una concepción
bucólica de la vida en el campo. Para ellos el campo es solo el decorado de sus vacacio-
nes y fines de semana y no un lugar real donde vivir y trabajar, a menudo en condiciones
muy duras.
En mis dos lugares de estudio, las prácticas agrícolas no estaban mecanizadas, consecuen-
cia de la situación de microfundio y lo escarpado del terreno que convierten en econó-
micamente inviable la mecanización de gran parte de las tareas agrícolas. A pesar de que
en uno de los lugares, como consecuencia de la migración internacional y la recepción
de remesas, la agricultura juega un papel económicamente marginal en las estrategias de
vida actuales de los habitantes, culturalmente seguía siendo muy importante y se seguía
cultivando para el consumo del hogar: con herramientas muy rudimentarias, basadas en
la fuerza física humana, las parcelas de terreno se limpiaban con machete y araban con
lampa (azada).
Llevar a cabo las actividades domésticas tampoco es tarea fácil. Cocinar, cuidar de los
animales domésticos, limpiar la casa, pero sobre todo lavar la ropa a mano sin agua ca-
liente, ocupaban gran parte del día a día de las mujeres en ambas aldeas. Las remesas
habían permitido que algunas familias pudieran comprarse lavadoras, con lo que la carga
de trabajo diario de las mujeres del hogar se aliviaba considerablemente.
El hecho de llevar a cabo simples tareas agrícolas, labores de casa o cocinar a la manera
local me ayudó a desmitificar imágenes bucólicas de la vida en el campo, lo que añadió
sustrato sensorial a mi posicionamiento en contra de críticas muy extendidas sobre el uso
de las remesas en zonas rurales de Ecuador, tema central de mi tesis doctoral.

4. Gustos (y disgustos): La confianza que se genera gracias a mis sentidos

La comida es central en nuestro sentido de identidad. La manera en la


que un determinado grupo humano come ayuda a afirmar su […] unidad y la
“otredad” de quien come de manera diferente (Fischler, 1988: 275).

Un enfoque metodológico que no deja de lado los sentidos y el cuerpo también puede
tener consecuencias prácticas de acceso al campo muy positivas, al igual que connotacio-
nes éticas que merecen ser analizadas. La confianza es clave en el proceso de trabajo de
campo. Los sentidos me ayudaron a generar ésta, especialmente en relación al sentido del
gusto y mi predisposición por probar y cocinar sabores nuevos. “Compartir comida, coci-
nar, comer, todas estas actividades están imbuidas con significados potentes que general-
mente se dan por hecho al considerar el comer como un acto mundano. Pero sin embargo
comemos todos los días, celebramos fechas importantes con comida, la compartimos con
aquellos a los que amamos” (MataCodesal, 2008: 3). De manera recurrente se me pregun-
taba acerca de mis prácticas alimentarias, tanto en España como durante mi estancia en el
campo. Mis interlocutores se mostraban sinceramente complacidos cuando les contestaba 3177
que trataba de cocinar a la manera “ecuatoriana”, la señora con la que vivía lo corrobora-
ba, o me veían comer alimentos que percibían como suyos. En las ocasiones festivas y de
comensabilidad a las que acudía era evidente la curiosidad por ver que comía o bebía la
gringa (manera en la que se denomina en Ecuador a los extranjeros blancos), lo que daba
lugar a que muchas personas se acercaran y comenzaran una conversación. La comida
fue en muchas ocasiones el primer tema de largas conversaciones y fue instrumental a la
hora de generar un clima de confianza con mis informantes, ya que los aldeanos percibían
que quien compartía con ellos la dureza del trabajo y su comida tradicional era alguien en
quien podían confiar3.
Como defiende Longhurst et al. al comenzar a hablar de nuestros cuerpos como investiga-
dores al igual que hacemos con los de nuestros participantes, podemos empezar a estable-
cer relaciones (2008: 213). De esta manera dejamos de interaccionar desde la posición de
antropólog@s meramente racionales. Introducir nuestras sensaciones corporales (siem-
pre presentes y a veces hasta incontrolables e irracionales) y percepciones sensoriales es
éticamente deseable ya que pone las bases para la creación de relaciones entre iguales,
entre seres corporados, sensoriales y racionales. Sin yo saberlo mis reacciones corporales
en un contexto de moderada intoxicación etílica fueron leídas en clave de proximidad por

3
A mi llegada a los Estados Unidos para llevar a cabo un corto periodo de trabajo de campo con los mi-
grantes de una de las aldeas ecuatorianas en las que había trabajado, me obsequiaron con tortillas de choclo
(aún a pesar de que las mazorcas de maíz estaban fuera de temporada y eran excesivamente caras para mis
informantes), uno de mis comidas favoritas en Ecuador. Mis gustos culinarios habían sido transmitidos en
la red de contactos transnacionales entre Ecuador y Estados Unidos, convirtiéndose en mi tarjeta de pre-
sentación.
los habitantes de la primera aldea en la que llevé a cabo trabajo de campo, haciéndome
bajar del pedestal en el que por defecto se coloca a los gringos en el campo ecuatorianos,
lo que abrió la puerta a nuevas maneras de interacción. Con lo que yo originalmente me
había sentido muy disgustada, fruto de percibir mi comportamiento como una “flaqueza”
y un “dejarme ir” nada profesional ni racional, un exceso de mi cuerpo, había sido por
el contrario una manera de acercarme a personas que antes se sentían intimidadas por mi
presencia, quienes a partir de ese momento se reconocieron en mi y perdieron el reparo a
acercarse e interaccionar conmigo. El disgusto (en forma de dolor intenso de cabeza) que
no me quitó nadie fue el de la mañana siguiente, disgusto que por otro lado compartí con
la mayoría de los habitantes del pueblo.
El consumo de alcohol está muy extendido en los Andes y la presión social para beber es
muy fuerte (Bunker, 1987: 337). Junto a bebidas alcohólicas tradicionales como la chicha
(bebida fermentada de maíz), se consume licor de caña en grandes cantidades: un fermen-
tado de la caña de azúcar de alta graduación, bien de producción industrial o fabricación
casera (con los consiguientes riesgos sanitarios). Con pequeños vasos de esta bebida los
organizadores de cualquier evento homenajean a sus invitados. Declinar tal invitación es
percibido como un desprecio. Debido al interés que se suscita como extranjera, la presión
para aceptar el licor ofrecido en contextos festivos o comunales es aún más fuerte, “debi-
do a que los investigadores vienen de fuera […] son percibidos como teniendo un estatus
alto, lo que les hace blanco de gran presión para beber, y rehusar es interpretado como un
desaire” (Bunker, 1987: 339).
Mi primera experiencia con el ofrecimiento de alcohol (pero no consumo) tuvo lugar a
los pocos días de mi llegada a la comunidad, en un funeral. Los entierros andinos son una
experiencia de una gran carga sensorial en los cuales los familiares de la persona fallecida 3178
reparten cigarros y bebidas (alcohólicas y no) entre los asistentes al cementerio:

En la entrada del cementerio había dos señores tocando un acordeón y una


trompeta. Aunque tocaban canciones fúnebres, tenían un toque festivo, como
de música zíngara. Una vez dentro, la gente se sentaba por la campa. Como
hacía mucho sol, muchas personas (entre ellas yo) se ponían una manta o cha-
queta en la cabeza. El ambiente era festivo en general. Mientras hacían una
oración por los muertos, se podía oír al hombre que vende granizados bajo
una sombrilla picando el hielo. El hombre de las cocadas seguía anuncian-
do su mercancía con voz queda. Ha llegado también otro hombre vendiendo
helados con una gran nevera de esas portátiles. Y la gente compraba, comía
y charlaba. Al poco unas mujeres vestidas de negro (imagino familia de los
fallecidos) han comenzado a repartir cigarros entre los asistentes. Pasaban por
los distintos grupos sentados ofreciendo el tabaco. Después ha llegado la Co-
cacola, el Sprite, Zhumir y licor de caña de destilación casera. Los chupitos
iban y venían. Incluso señoras muy mayores. Las señoras de delante, estaban
bien animadas, riendo y contando chascarrillos, y animándome a beber trago.
(Notas editadas del diario de campo, 28 Marzo 2009, Xarbán.)

Mi experiencia de consumo moderado de alcohol tuvo lugar en el contexto de una fiesta


de Quinceañera (fiesta de reciente aparición en el campo ecuatoriano en la que se celebra
el paso de niña a mujer al cumplir los quince años con una fiesta altamente ritualizada).
Debido a la altitud y a mi falta de costumbre de beber licores de tan alta graduación, tras
unos sorbos el licor de caña rápidamente hizo su efecto. Evidentemente las notas del
diario de campo de esa noche son completamente ilegibles, y la resaca (chuchaqui en
términos ecuatorianos) del día siguiente muy dolorosa. Pero este incidente generó con-
fianza ya que muchos de los habitantes se reconocieron en mi situación “mareada” (como
se denomina localmente a estar ebrio). Soy consciente de las connotaciones de género
del acto de beber, que en parte se neutralizan por mi condición de gringa extranjera, pero
estas quedan minimizadas al haber bebido en un contexto ritual, la celebración de una
fiesta de quinceañera, donde los organizadores de la fiesta proveen el alcohol y es símbolo
de desprecio no aceptar las sucesivas rondas. Imagino que también había un intento por
reírse de la antropóloga al ver la poca resistencia de ésta al alcohol. De esta manera queda
también de manifiesto que las relaciones de poder, que tradicionalmente se asumía esta-
ban de parte del antropólogo, son contestadas y cambiantes, como mostró el “inocente”
del antropólogo Nigel Barley (1983).
Pero el consumo comunal de alcohol no solo tiene lugar en contextos festivos. Mi tercera
experiencia con el licor de caña (esta vez rebajado con una infusión) fue en una minga
(trabajo comunal) en una de las partes altas de la comunidad. Cuando el licor bajó por mi
garganta, literalmente calentando mis entrañas, me sentí revivir. Una especie de energía
extra me permitió seguir caminando bajo una lluvia helada a casi tres mil metros de alti-
tud. Ahí pude experimentar y entender los poderes curativos que se asocian a los licores
de alta graduación y a su función en un contexto de trabajo comunal. No sólo compartía-
mos el trabajo, sino también la bebida, el pequeño vaso de plástico donde todos bebíamos
y la pausa en el camino4.
En los ejemplos anteriores, hubiera sido difícil captar totalmente la experiencia sin tener
en cuenta los distintos usos y efectos corporales del alcohol: festivos y de comunión en el 3179
caso de la fiesta de Quinceañero o físicamente revitalizantes en el caso de la minga.

5. Resumiendo
En contra de la tendencia presente en Occidente de marcar una división clara entre lo
corporal y lo racional, este artículo aboga por reencarnar y sensualizar la práctica an-
tropológica. Sin embargo no basta con atender a los sentidos por separado, sino que se
considera la utilización del concepto de sensorium, que recoge las interacciones y retroa-
limentaciones entre ellos que dan lugar a la experiencia sensorial completa, como un buen
punto de partida. Con los ejemplos concretos presentados en este artículo se ha buscado
poner de manifiesto las posibles consecuencias que se derivan de lo corporal y sensorial
en el trabajo de campo, ya que éste no solo tiene lugar en un contexto inicialmente ajeno
de códigos culturales, sino también en un paisaje sensorial extraño, permanecer abierto al
cual nos puede ser útil como antropólog@s. Así pues se hace necesaria una reflexividad
a varios niveles, no sólo hacia nuestras ideas, sino también hacia nuestros sentimientos,
sensaciones y reacciones corporales. El nuevo paisaje sensorial, además de ser una fuente
de conocimiento también fue, en el ejemplo concreto de la investigación aquí presentada,
una manera no anticipada de generar la confianza de los informantes. El hecho de llevar a
cabo simples tareas agrícolas o cocinar a la manera local me ayudó a desmitificar imáge-
nes bucólicas de la vida en el campo (y con ello a posicionarme sensorialmente además de

4
A pesar del papel ritual del alcohol en los Andes, no hay que dejar de lado el problema grave de alco-
holismo al que se enfrentan muchas familias. El alcoholismo masculino generalmente deriva en maltrato
doméstico hacia la mujer y los hijos.
racionalmente en contra de críticas muy extendidas sobre el uso de las remesas en zonas
rurales de Ecuador) pero también a generar un clima de confianza ya que los aldeanos
percibían que quien compartía con ellos la dureza del trabajo y su comida tradicional era
alguien en quien podían confiar.

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