PARA EL ACD
HOJA DE RECUENTO
Meses de abril – mayo 2019
Género discursivo/
Medios de información Cartas al director Columnas de opinión Total
digitales
La Tercera 4 2 6
LUN 4 1 5
El Mostrador 3 1 4
La Cuarta 0 0 0
The Clinic 0 0 0
El Desconcierto 0 4 4
La Segunda 2 3 5
El Mercurio Sin datos Sin datos Sin datos
Emol 0 0 0
Cooperativa 0 0 0
Radio Bío Bío 0 0 0
Publimetro 0 3 3
27
Índice
Señor director:
Los llamados esta semana a paros universitarios por agobio y sobrecarga eran previsibles. A
fines de 2018, se supo que la “salud mental” iba a ser la gran fijación movilizadora de las federaciones
este año. Dicho y hecho. No por casualidad la chispa que ha dado lugar a esta nueva coordinación
sincronizada partió en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile, escuela que, al igual
que Derecho, se ha visto azotada en los últimos años por paros y tomas. Lo extraño, esta vez, es que
autoridades de la FAU hayan apoyado la protesta. ¿Por qué pretenden que de ese modo no se va a ir a
mayores, o es que ya no contrarían al alumnado “soberano”? Se ha sostenido, sin embargo, que hay
alumnos que no se la pueden, no por la carga académica, sino por falta de preparación acarreada desde
la secundaria. Por mucho esfuerzo invertido en sus años anteriores se les enseñó mal. De ser ese el
caso, el problema perjudicaría a alumnos con aptitudes, aunque sin capacidades reales para sobrellevar
las exigencias requeridas. Masificación y relajación de estándares de admisión explicarían el fenómeno.
De hecho, aun atendiendo las exigencias, ¿por qué no habría de medirse también la idoneidad para
soportar altos grados de requerimientos? Ciertas profesiones, disciplinas y artes lo suponen. Por
supuesto, manejar ciertos lenguajes, lógicas y conocimientos cuesta mucho, pero de ahí a alivianar la
carga generalizada, porque algunos no logran dominarla, es nivelar por lo bajo. Y conste que hasta
destacados artistas e intelectuales pueden sucumbir, y no porque no hayan sido capaces (o ¿es que se
debió hacer lo posible para que Nietzsche o Van Gogh no se estresaran?). Así que dar con el término
medio exigible es complicado. Nuestras universidades, además, no son para nada ejemplos de
exigencia alta. Existen escuelas en paralelo en ciertas carreras. Los alumnos menos aventajados toman
cursos con profesores más fáciles, de igual manera que se inclinan por sesgos ideológicos. Según
algunos, es porque se guían por “empatías”. Es más, problemas de salud mental obedecen a múltiples
orígenes: adicción a video juegos, costumbres disolutas (carretes de miércoles en adelante), falta de
concentración (alumnos que nunca dejan de estar “conectados” a sus celulares, sin poder concentrarse,
por eso sus angustias). Por tanto, ¿por qué habríamos de atribuirle a la universidad la causa del
problema? Más aún si estudiantes agobiados o “potencialmente suicidas” no son la regla general. En
fin, paciencia. El “¡Démosle!” (¿“con todo”?), título de esta columna, corresponde a uno de los gritos
de guerra de quienes aspiran a dirigir la FECH. Expresa claramente la estrategia acordada. En su
momento fue la gratuidad, luego la causa feminista. Hoy, 2019, es la salud mental. Mañana orquestarán
otro motivo.
ESTUDIANTES Y SALUD MENTAL
Carta al director
Diego Díaz González, Comisión Salud Mental, Facultad de Derecho, Universidad de Chile
La Tercera (lunes 29/4/2019)
Señor director:
“¡DÉMOSLE!”
Carta al director
Alfredo Jocelyn-Holt, Profesor Escuela de Derecho, Universidad de Chile
La Tercera (martes 30/4/2019)
Señor director:
Señor director:
JÓVENES FLOJOS
Carta al director
Luis Vásquez Vergara
Las Últimas Noticias (lunes 29/4/2019)
Cuando me parecía que nada me podría sorprender de la actual juventud, salen con el pastel de
que se cansan de estudiar. Ya la flojera no parece tener límites, aparte del nulo respeto por los mayores,
la desidia para afrontar cualquier cosa (excepto el carrete), la sensación de que si los desconectas del
celular les vendría un infarto, y así, suma y sigue. Lo doloroso es que varios de estos especímenes
cuentan con el apoyo tácito o declarado de sus padres, a quienes no les gusta que a su hijito se le exija
(no vaya a sufrir su cerebrito). Quieren todo gratis, sin esfuerzo y lo antes posible. La mejoría de la
educación jamás será posible mientras no cambie la mentalidad mediocre de querer todo con el mínimo
esfuerzo. Qué mal camino ha tomado este país. La educación no escolar, la que se debería dar en el
hogar, brilla por su ausencia.
SOBRECARGA ACADÉMICA (I)
Carta al director
David Pinto Urbina
Las Últimas Noticias (jueves 2/5/2019)
No estoy de acuerdo con lo expresado por don Luis Vásquez Vergara (LUN, 29/4). Los
estudiantes universitarios siempre han sido un foco de deshumanización con respecto a sus estudios,
con jornadas excesivamente largas y además con trabajos y tareas fuera de horario de clases que agotan
físicamente y mentalmente a cualquiera. Los horarios están hechos para que los profesores tengan todas
las clases que puedan en un día, mientras que los estudiantes tienen que estar desde las 8:00 de la
mañana hasta las 21:00 y más de la noche, sin comer bien, sin descanso y con tareas exhaustivas que
les dañan tanto el cuerpo como la mente. Los horarios deberían ser de 8.00 a 17.00 horas, no más, con
tiempo para alimentarse y hacer sus trabajos. No confundamos 5 o 6 años de estudio con 5 o 6 años de
maltrato físico para sacar una carrera a como dé lugar. Lo peor es que, para soportar esos abusos,
muchos optan por drogarse, así aguantan el hambre y la escasez de dormir y descansar.
Mucho se puede debatir sobre la sobrecarga académica, pero lo único cierto es que ninguna
universidad en Chile tiene un sistema para medir efectivamente la carga académica de sus alumnos y
sólo se analizan cargas en cursos por separado. Es valorable que un profesor quiera realizar un curso
exigente; el problema surge cuando todos los profesores hacen un curso exigente como si fuera el
único, sin conversar con el colega del curso de al lado que está planeando exactamente lo mismo.
Existe una cultura de Game of thrones en las universidades, donde cada curso es un reino gobernado
por un rey distinto que lucha por el trono del más exigente, más que por la empatía de realmente
enseñar. La exigencia no significa nada sin resultados, sólo es eficaz que el alumno aprenda.
ESTRÉS EN ARQUITECTURA
Carta al director
Ignacio E. Olivares
Las Últimas Noticias (miércoles 24/4/2019)
Los estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Chile tienen razón. Sus estudios son muy
largos y estresantes. Al entrar al mundo del trabajo quedan totalmente desadaptados. En Alemania o en
Finlandia son más prácticos y a los 4 años están listos y con más posibilidades de progresar. Entretanto
muchos practican la profesión en trabajos menores incluso administrativos.
CANSADO DE CREAR
Columna de opinión
Rafael Gumucio
Las Últimas Noticias (martes 23/4/2019)
Arquitectura no es la única carrera en que los alumnos pasan de largo la noche estudiando. Ni
los estudiantes de Medicina ni los de Ingeniería nadan en el ocio. Pero por una extraña razón, que vale
la pena estudiar, es Arquitectura la primera en reclamar. Lo que diferencia el estudio de la arquitectura
de cualquier otra carrera es que es a la vez una disciplina de alta exigencia técnica y de mucha
inspiración y creatividad. Leer muchas fotocopias, repetir muchos conceptos, es algo que los
estudiantes chilenos están acostumbrados a hacer desde el colegio. Crear, inventar y más aun explicar
sus inventos, es algo que el colegio chileno reprime. Es esa exigencia, que viene aparejada de
matemática, legislación e historia, lo que distingue el estrés de los futuros arquitectos. Tienen razón
cuando dicen que crear pide tiempo y exige ocio. Pero se equivocan cuando esperan de una carrera
como ésta algo parecido a la salud mental. El arquitecto es quien ve soluciones en el espacio, cosa que
no es ni común ni totalmente sana. El ejercicio de ese instinto, el de ver en vez de mirar, diría el
arquitecto Roberto Matta, también requiere de una disciplina que difícilmente se adquiere en cinco
años de estudio. La universidad chilena se ahoga en el intento de remediar las serias fallas intelectuales
que los alumnos traen del colegio. Y una de esas fallas es justamente la falta de disciplina creativa, la
falta de soltura hacia las imágenes, la idea de que cualquier cosa que no sea texto es instintivo y no
requiere ni ejercicio, ni estudio, ni rigor.
MOVILIZACIONES Y SALUD MENTAL: CONSIGNAS INCOMPATIBLES
Carta al director
Raimundo Jara D., Estudiante, Facultad de Derecho, Universidad de Chile
El Mostrador (martes 30/4/2019)
Señor director:
En las postrimerías del año anterior ya parecía no haber dudas que la gran consigna estudiantil
para este 2019 iba a ser la salud mental. Ante lo cual, la primera medida que como estudiantes debemos
impulsar es dejar de irnos a toma. En el caso de nuestra Escuela, vicio académico del año 2018 –en
particular del primer semestre- es evidente. Finalizada la toma, antes del período de exámenes tuvimos
sólo dos semanas de clases. Y esto a la salud mental afectó de sobremanera, ya que la gran
movilización trajo, a la postre, la acumulación del ramo al 100% en el examen. ¿Qué cosa afecta más a
la salud mental que tener casi 3 meses de inactividad académica, intentar pasar la mitad de la materia
en sólo dos semanas (6 clases en ramos obligatorios), luego tener exámenes y, para más remate, jugarse
en este 100% de la nota del ramo?¿Qué más anti pedagógico, como siempre se alega, por eso? Y todo
esto producto de la movilización que partió a fines de abril del pasado año. En realidad, cualquier toma,
sea cual fuere su justificación, genera daños irreparables. Uno de esos es el defectuoso aprendizaje que
recibimos como estudiantes. Digámoslo: habiendo tomas, expertos en derecho no somos. Las
consecuencias no se quedaron en el primer semestre, sino que repercutieron en el segundo: semestre
comprimido con calendario de evaluaciones nada conveniente para la demandada salud mental. Y otra
vez, se repitieron tentativos y supuestos beneficios, como poder no presentarse a la prueba
departamental y jugarse nuevamente el ramo al 100% en el examen. Son medidas tentativas, que en el
cansancio y estrés son la mejor salida. ¿El resultado? Vómitos, ansiedades, crisis de pánico,
depresiones, desmayos, deserciones, etc. El aprendizaje del viciado año anterior es claro: si tenemos
diferencias, solucionémoslas por medios pacíficos y civilizados que tanto nos hacen aprender. Los que
llamaban a votar que sí a la toma durante los más de 70 días son los mismos que ahora defienden la
salud mental. Seamos consecuentes: lo que provoca más daño a la salud mental es, precisamente, la
toma.
CARGA HORARIA EN LAS UNIVERSIDADES Y DERECHO AL OCIO
Carta al director
Leandro Ortega Vargas, Profesor de Historia y Geografía
El Mostrador (jueves 25/4/2019)
Señor director:
Los estudiantes ponen nuevamente sobre la mesa un tema que nos exige una reflexión; esta vez
fue el turno de la salud mental. Las primeras reacciones a la protesta de los estudiantes de arquitectura
de la Universidad de Chile, por la sobrecarga académica nos hacen recordar las reacciones frente al
movimiento “pingüino”. Hubo grupos de personas que consideraron que lo que los estudiantes
secundarios estaban planteando eran ideas irrealizables en un país como el nuestro, que obedecían a un
deseo de obtener las cosas de manera “fácil” y que no pagar por la educación además de ser una utopía
podía traer consigo el germen de la desvalorización de la educación, es decir, “si no cuesta no se
valora”. Otros grupos, que apoyaron a los estudiantes, consideraron que sus demandas eran válidas y
que era posible pensar un país que ofreciera mejores oportunidades a sus jóvenes, aunque esto
evidentemente tuviera un costo económico, pero que era necesario asumir. Aún no es un tema resuelto,
pero es innegable que sin sus demandas no se estaría avanzando en este tema. En el tema de la carga
académica, exigencias y su impacto en la salud mental está sucediendo algo similar. Es posible
escuchar en debates radiales, leer en la prensa escrita o en las redes sociales críticas hacia los
estudiantes señalando que son una generación que no está acostumbrada al sacrificio y que esperan
obtener todo de manera fácil. Que estudiar en la universidad implica un costo personal y que es
necesario estar dispuestos a pagarlo si se quiere obtener resultados. De esta manera se trivializa su
demanda y se niega una realidad. Estudios de salud mental en nuestro país muestran cifras
preocupantes. La OMS coloca a Chile entre los países con mayor carga de morbilidad por
enfermedades psiquiátricas en el mundo, 23,2%. Por otra parte el Ministerio de Salud en sus reportes
de atenciones del Programa de Salud Mental refiere que las prestaciones a jóvenes de 15 a 19 años se
incrementaron en un 24,9% entre los años 2014 y 2018. Al leer estas cifras entonces debiéramos
preguntarnos por el tipo de sociedad que queremos construir, una sociedad en la que sea compatible la
excelencia académica y la rigurosidad en la formación profesional con una buena calidad de vida.
Sabemos que muchos de los factores que inciden en la salud mental de los jóvenes no tienen directa
relación con la carga académica. El nivel de ingreso familiar, el género, las redes de apoyo, el acceso a
la recreación y la cultura son variables que impactan en la salud mental de la población en general y
también la de los jóvenes. Sobre todas estas variables podemos y debemos trabajar como sociedad.
Pero, ¿qué podemos hacer específicamente desde nuestro papel como docentes? Creo que lo primero es
hacernos estas preguntas y transformarlas en un diálogo con nuestros estudiantes. Conocer sus puntos
de vista, fomentar el trabajo colaborativo y sobre todo escuchar sus preocupaciones. Lo más probable
es que nuevamente los jóvenes nos ayuden a redirigir nuestra brújula y a darle mayor valor a la salud
mental.
SALUD MENTAL: EL COSTO DE LA EXCELENCIA EN LA EDUCACIÓN
Carta al director
Alfonso Mohor, ex presidente FECH y Francisca Ochoa, Secretaria de Comunicaciones
El Mostrador (martes 23/4/2019)
Señor director:
Durante los últimos años ha habido diversas muestras de una situación realmente compleja con
la salud mental al interior de los planteles educativos, la más reciente fue una manifestación realizada
por estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCH la semana pasada. Lo que antes
no era tema hoy no pasa desapercibido, y es que para cualquier estudiante, en casi cualquier casa de
estudios no es nada extraño hablar de ansiedad, estrés, crisis de pánico, depresión, como quienes hablan
de la prueba que tienen la otra semana. Lamentablemente, constatar esta situación ha hecho surgir
diversas opiniones muchas veces diametralmente opuestas, y pues parece obvio, si no hace tantos años
atrás podíamos escuchar adultos justificando la violencia hacia las y los niños como un método
“correctivo” apelando a que su generación había sido criada de esa manera y que se consideraban a sí
mismos “personas sanas”. Hoy afortunadamente, cada vez son menos quienes se atreven a decir
semejante barbaridad. Pero, de la misma manera aparecen ahora quienes tildan de “llorones”,
“cómodos” y “flojos” a quienes nos atrevemos a denunciar un modelo educativo arcaico, que entiende
la excelencia en base a la competencia, que deshumaniza y humilla a quienes no encajan en el concepto
de estudiante modelo, aquel que por lo demás no existe. Es por esto que aún abundan los juicios de
valor que vienen a ser la guinda de la torta en una dinámica de pisoteo entre pares. Muchas veces las
comunidades universitarias se dividen por este tipo de discusiones, donde las y los académicos no
logran empatizar con lo que conciben con lo que conciben como un efecto, a su entender, provocado
por lo que ven con desprecio como una “generación milenial”, de manera que no creen que haya un
problema real ni una discusión que abordar porque “nosotros/as pasamos por lo mismo y aquí
estamos”. Es realmente triste constatar que hay quienes prefieren instalar una pseudo superioridad a
partir de posicionarse en un pedestal moral más alto frente a quienes hemos tenido alguna dificultad
para desempeñar nuestras actividades académicas producto de desórdenes, trastornos o enfermedades
asociadas a la salud mental. Así que para clarificar las cosas es necesario hacer algunos puntos:
1.- Sufrir cualquier tipo de trastorno asociado a la salud mental no te hace automáticamente menos, no
débil, ni peor persona.
2.- Las personas en esta situación tienen derecho a recibir apoyo, comprensión y a no ser
discriminadas.
3.- El problema es real y debemos hacernos cargo, poco importa si las generaciones anteriores
prefirieron obviar el tema, porque la generación que hoy se prepara para mañana tomar decisiones
importantes sobre nuestra sociedad entiende cada vez con mayor claridad que esto no es un juego.
En la institución (que por lo demás estuvo en el ojo del huracán respecto al lucro) pude pesquisar un
“adormecimiento” por parte de estos estudiantes (no existían federaciones, no habían espacios para
diálogos, nadie hablaba de las marchas, solo faltaban a clases) que pudo despertar recién el 2012. Al dejar
esa pasividad se toparon con la reprobación tanto de la institución represiva como de los propios padres a
cualquier acto de reivindicar justamente a ese contrato “viciado”. A la estudiante R que decide ser parte del
centro de alumnos de su carrera, su padre le dice: “no ande metida en webas mijta…sólo dedíquese a
estudiar y sacar la carrera…usted sabe que si no es profesional no va a ser nadie…para eso me saco la
cresta todo el día trabajando”. La temática de la salud mental de las y los estudiantes universitarias/os ha
estado en discusión en el último mes. Los aumentos en las tasas de suicidios, depresión, ansiedad y
adicciones vienen a cuestionar el modelo educativo en relación a la exigencia académica, los espacios de
intervención psicológica ofrecidos por las instituciones, las formas en que las nuevas generaciones afrontan
la frustración, el ejercicio de los docentes, etc. Si nos vamos al caso a caso, cada cuerpo de manera singular
sufre según las marcas de su propia historia, pero a la vez ese malestar tiene sus raíces profundas en el
campo político-social. El padecimiento de los estudiantes responden a causas más amplias y estructurales
que también ocurre en otros espacios problemáticos de la vida neoliberal: el trabajo, la familia, el
transporte, la salud, la vejez, el ocio, etc. Sin embargo, esto no quiere decir que este padecer estudiantil no
tenga complejas particularidades que se puedan identificar para luego pensar en prevenir o curar. Las causas
son múltiples, pero pretendo reflexionar en un elemento que insistía en mi trabajo cotidiano realizado por
siete años atendiendo como clínico psicoanalítico a estudiantes en una institución de Educación Superior.
Esta institución registra, en su mayoría, estudiantes hijos/as de padres y madres que crecieron en plena
dictadura, de estratos sociales medios-bajos y bajos, que viven en comunas segregadas (muchos se demoran
1,5-2 hrs para llegar a la universidad). Son los primeros de toda su familia extensa (muchas veces viven con
un grado de hacinamiento) que han entrado a la universidad, generando toda una dinámica que muy bien
refleja la película chilena El primero de la familia de Carlos Leiva. Se las arreglan para financiar sus
estudios y su vida cotidiana a través del financiamiento de sus padres, becas, trabajos part-time en la noche
o los fines de semana, o trabajos a tiempo completo (más presente en vespertinos) y principalmente del
CAE. La institución presenta una de las tasas más altas del CAE en comparación a las demás instituciones
de educación superior, por lo que pertenecen a los quintiles más bajos de ingreso por familia, quienes desde
que son admitidos pasan a ser los “eternos morosos de los bancos y del sistemas”, en palabras de uno de
ellos. Sus padres no tuvieron acceso a la educación superior (algunos tampoco a la secundaria) debido a la
privatización y el violento escenario de terrorismo de Estado en el que pasaron su juventud. Trabajaron de
obreros en el campo o en la ciudad. Tuvieron a sus hijos/as cuando Chile volvió a la democracia recibiendo
todos los ideales de un país ya libre supuestamente de la dictadura; “la educación para todos” bajo la
promesa de la movilidad social. Ideal que tomó su máxima expresión con ley del Crédito del Aval del
Estado promulgada el 2002 durante el gobierno de Ricardo Lagos. Incluyendo la “letra chica”: sin importar
la calidad, el endeudamiento, de las faltas de arrastre por la mala educación secundaria, de las dificultades
emocionales y materiales del contexto real, no importa: ahora sí sus madres y padres podrían vivir, a través
de sus hijos e hijas, lo que no pudieron ser…
Una pequeña parte teórica
Freud en su texto Introducción al Narcisismo (1914) plantea que el narcisismo originario del niño/a
proviene del propio narcisismo de los padres, sus deseos y sueños no cumplidos. Éste queda en evidencia al
momento en que le endosa toda clase de idealizaciones, grandezas y perfecciones al niño/a tratando de
aminorar sus defectos. Este momento de grandiosidad narcisista quedaría impreso en el aparato psíquico.
Posterior a él, el aparato sería incapaz de renunciar a este momento de completitud y de amor infinito por lo
tanto, vía desplazamiento de la libido, emerge esta misma representación ahora a través de una instancia
tremendamente crítica y cruel que Freud llamará “ideal del yo. Ese sujeto en su adultez, encontraría una
particular satisfacción cuando se acerca al cumplimiento de ese ideal y, por otro lado, un gran sufrimiento
al momento de pensar en lo mortificante que es no alcanzarlo. El problema surge cuando a través del
contacto con el principio de realidad va desarrollando su propio juicio, lo que va dificultando el camino
hacia ese ideal. Este ideal es incentivado por los padres, educadores y otros “líderes de opinión” del medio
que se basan en los potentes ideales provenientes del campo cultural. Señala Freud: “Además de su
componente individual, este ideal tiene un componente social; es también el ideal común de una familia, de
un establecimiento, de una nación”. Piera Aulagnier va a establecer que más allá de algún conductor de la
masa se necesita la presencia de un campo social que proponga ideales hacia ese sujeto siendo los padres el
eslabón intermedio hacia la cultura. A través de un “contrato narcisista” inconsciente entre ellos, ese sujeto
que va a portar esa voz, ese discurso, que lo ubicará y lo hará parte de una historia. Que tan oprimida esté
esa pareja parental determinará la intensidad en que el sujeto hará propio o no, sumisa o críticamente, los
mandatos de esos enunciados sociales. Ahora bien, esos padres sometidos a una violencia segregatoria
suelen no estar reconocidos como elementos del conjunto social, son marginados, destinados a una forma de
vida muy cercana a la sobrevivencia endeudada. De alguna manera podríamos pensar entonces que son
utilizados por el discurso para cumplir un ideal mercantil de la educación (instalada en dictadura) tomando
la libido de satisfacción yoica al tapar esa herida narcisista ahora a través del hijo o hija profesional, “lo que
no pudieron ser” como dice Freud.
Reflexiones
El movimiento estudiantil del 2011 pone en tela de juicio los “enunciados de fundamento” de la educación
democrática, que señala que el Estado es garante de la educación de los ciudadanos por igual, a pesar, y en
contradicción, de tratársela como un bien de consumo que favorece al empresariado. En la institución (que
por lo demás estuvo en el ojo del huracán respecto al lucro) pude pesquisar un “adormecimiento” por parte
de estos estudiantes (no existían federaciones, no habían espacios para diálogos, nadie hablaba de las
marchas, solo faltaban a clases) que pudo despertar recién el 2012. Al dejar esa pasividad se toparon con la
reprobación tanto de la institución represiva como de los propios padres a cualquier acto de reivindicar
justamente a ese contrato “viciado”. A la estudiante R que decide ser parte del centro de alumnos de su
carrera, su padre le dice: “no ande metida en webas mijta…sólo dedíquese a estudiar y sacar la carrera…
usted sabe que si no es profesional no va a ser nadie…para eso me saco la cresta todo el día trabajando”. La
frase: “no va a ser nadie” le queda resonando a R, ella no quiere “ser nadie” que es un significante de su
propia historia subjetiva más allá del tema del profesionalismo, cuestión que se trabajará en las sesiones
más adelante. R se sale del centro de alumno produciéndose un profundo aplastamiento de su deseo, dice
“siento que sólo tengo que estudiar y no quiero solo eso…” Sus padres (y también los abuelos) han
catectizado un lugar para R donde ella debe advenir según el discurso del campo social ligado a la
educación: ser profesional y específicamente “tener una hija periodista en la tele” como señalaba la madre,
ilusionada de que se familia no quede fuera del lazo social vía su hija. El inconsciente irrumpe, divide a R,
le genera preguntas respectos a sus decisiones, se angustia y aparecen inhibiciones al momento de las
evaluaciones orales con crisis de angustia. Pide una hora de atención psicológica: “no sé si es la carrera o
soy yo… me gusta leer y la escritura, pero no siento la misma motivación y no sé si alguna vez ha estado la
motivación en verdad…me siento cansada, duermo todo el día, no como, me levanto y es una lata, no tengo
ganas de seguir, me iría a una isla a no hacer nada…si igual ya estoy sola”. Comienza a hacerse preguntas
respecto a sus decisiones en general, más allá del tema de haberse salido del centro de estudiantes, sino de
su carrera, sus relaciones personales, su tiempo de ocio, la independencia respecto a su familia, etc. Esto es
lo que de alguna manera el síntoma viene a reclamar. El padre y la madre, sostenidos por la ilusión familiar
de volver a ser parte (¿Alguna vez lo fueron?) del lazo social y no quedar segregado, reducen el deseo del
sujeto al estudio. En un contexto de ideales neoliberales del “tu puedes”, “sólo depende de ti”, “vamos tu
solo”, “desarrolla tu competencia”, etc, que fijan la responsabilidad y la soledad en el individuo volviéndose
un padecer psíquico complejo que aplasta el deseo por la vida, como señalaba otro estudiante: “…como
con una mochila llena de piedras caminando solo”. Para finalizar, podría decir que la alta tasa de deserción
por problemas psicosociales de los estudiantes no sólo se da por los evidentes déficits académicos que
arrastran de sus liceos, por el déficit de la realidad material, alimentaria y económica, por la falta de
referentes respecto al profesionalismo, sino que también por complejas causas psíquicas que no están
aisladas de lo otro. Aparecerán casos donde efectivamente hubo movilidad social ¿Acaso habemos algunos
que no queremos hacer de la educación universitaria una opción para que los sujetos que han sido
segregados del lazo social no tengan oportunidades? ¿Acaso los padres y madres son el problema al
traspasar sus sueños frustrados? ¿Se trata que los millennials no tienen tolerancia a la frustración? No se
trata de eso, no reduzcamos el problema. Se escucha que los síntomas y angustias de los sujetos se
relacionan a los significantes que vienen a marcar y ejercer una profunda exigencia mortífera desde ese
ideal del yo: “el salvador”, “la mejor”, el “consuelo” “el modelo a seguir en la familia”, etc. Jacques Lacan
plantea que los estudiantes son esclavos del discurso del saber absoluto tecno-científico, donde la verdad
subjetiva resulta aplastada. Dice que los estudiantes son explotados por este discurso informativo que cierra,
y están obligados a producir algo desde ahí, explotados igual que el trabajador. Cuando aparece un síntoma
o una pregunta por parte del estudiante suele tratarse en las instituciones a través de este discurso ahora
desde la psicología “eficiente y empirista”, que viene a cerrar aquella angustia que tiene una historia de no
alojamiento, interviniendo a través de pautas de comportamiento pre-establecidas, fármacos, objetivos “a
sacar” en dos sesiones o alguna derivación al sistema público colapsado que termina agudizando la
violencia segregatoria. Pregunto: ¿Acaso la universidad debe hacerse cargo del bienestar psicológico de la
población? ¿Qué vínculos posibles con la salud pública que ya está colapsada? ¿Acaso el negocio de la
educación no tiene el suficiente respaldo de dinero para hacer una entidad externa que se preocupe de su
salud mental con Terapeutas Ocupacionales, Trabajadoras Sociales, Psicólogos clínicos, etc que alojen
realmente el malestar subjetivo y familiar? ¿Hasta qué punto incluir a los padres sin incentivar el fantasma
de invasión en los propios estudiantes? ¿Qué responsabilidad de los estudiantes y docentes?
SALUD MENTAL Y MALESTAR PSICO-SOCIAL EN LA VIDA UNIVERSITARIA
Columna de opinión
Roberto Aceituno, Decano, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile
El Desconcierto (sábado 11/5/2019)
Los problemas de salud mental son, al mismo tiempo, individuales y colectivos. Reducirlos a la
esfera íntima del sufrimiento personal desconocería que la vida privada está en “íntima” relación con el
vínculo a otros, donde el contexto familiar, institucional y comunitario, juega un papel crucial. Pero
reducirlos también a condiciones puramente “contextuales” olvidaría la irreductible singularidad de su
dimensión subjetiva. De ahí que el abordaje de este problema en el medio universitario ha de reconocer
que muchas veces las situaciones de dolor psíquico se traducen en condiciones relacionales,
institucionales, familiares, socioeconómicas que, unidas a los imperativos de logro individual, terminan
por estallar en experiencias de profundo malestar psíquico. La salud mental en el medio universitario –
y en el medio nacional– es un problema complejo y doloroso. Situaciones que van desde prácticas
pedagógicas e institucionales desfavorables hasta las más graves de sufrimiento personal y social, dan
cuenta de una realidad que es parte de las condiciones de malestar que atraviesa la sociedad chilena en
su conjunto. Cada vez más, nuestros modos de vivir en sociedad, en instituciones, en la vida cotidiana
terminan por redundar en experiencias de desazón, incluso de sinsentido.
Evidencia
Si nos detenemos en los estudios epidemiológicos, observamos que una de cada tres personas sufre
problemas de salud mental en algún momento de su vida, mientras que una de cada cinco ha tenido un
trastorno en los últimos seis meses, principalmente de carácter ansioso y depresivo. Esto constituye un
problema para el país, puesto que los costos asociados a los trastornos mentales oscilan entre un 3 y 4%
del PIB, según estimaciones para los países desarrollados por parte de la Organización Mundial de la
Salud (OMS). En Chile, el costo más significativo es el que representan las pérdidas de productividad
por los años de vida saludables perdidos, donde los trastornos neuropsiquiátricos contribuyen con el
31%, siendo uno de los índices más altos en el mundo. Si bien la mayoría de los indicadores de
prevalencia de patología psiquiátrica en Chile se encuentran en la media de los países de América
Latina, Chile duplica la tasa regional de prevalencia de distimia (8% v/s 3,5% en América Latina) y
abuso o dependencia de drogas ilícitas (3,5% v/s 1,6% en América Latina). A nivel local, la prevalencia
de síntomas depresivos en la población es de 17,2%. Entre la población adulta, un 21,67% reporta
haber recibido diagnóstico médico de depresión alguna vez en la vida, lo que tiene una tendencia a ser
mayor entre las mujeres y en el grupo de menor nivel educacional, según datos del Ministerio de Salud
en el año 2011. No resulta sorprendente entonces que estadísticas de la OMS señalen que Santiago de
Chile encabeza las capitales con mayor número de trastornos ansiosos y depresivos en el mundo. Esto
se ha traducido en un aumento explosivo del orden de 470,2% en el consumo de antidepresivos entre
1992 y 2004. Un aspecto específico del problema se expresa, según estadísticas de la OCDE (2011), en
el hecho de que la tasa de suicidio en Chile ha aumentado en un 55% entre 1995-2009. Chile es el país
de la OCDE donde más ha aumentado el suicidio, después de Corea del Sur. En Chile mueren más de
1500 personas al año por suicidio, y la mortalidad por heridas auto-provocadas intencionalmente ha
aumentado entre 1990 y 2005 desde 5,7 a 9,3 por cada 100.000 personas. La conducta suicida se
encuentra dentro de las cinco primeras causas de muertes entre 15 y 19 años (MINSAL, 2007),
estimándose un 30% ocurre en estudiantes universitarios. Dentro del ambiente universitario, las
variables que adquieren una mayor relevancia estadística en asociación con la conducta suicida son, en
orden decreciente: dificultades en la relación con compañeros, satisfacción con la carrera, dificultades
en la relación con docentes, pérdidas económicas y pérdidas en salud. De acuerdo a datos de estudios
realizados en la Universidad de Chile, “los resultados de la medición de Calidad de vida relacionada a
la Salud (CVRS) son más bajos en los y las estudiantes universitarios analizados en comparación de los
resultados de un estudio nacional en adolescentes escolarizados del país. La dimensión “Estado de
ánimo y emociones” aparece baja en los resultados tanto del 2015 como del 2016, siendo
significativamente más bajos el año 2016. La literatura internacional muestra resultados similares de
otros estudios que establecen que los síntomas de depresión, ansiedad y angustia son más comunes en
los y las estudiantes universitarios en comparación con otros jóvenes de la misma edad. Según datos
recientes, Un 46% de quienes ingresan a la Universidad de Chile (primer año) señalan como importante
o muy importante contar con apoyo psicológico durante el año académico.
Reflexión
Ciertamente, los problemas de salud mental actúan en diversos espacios y responden a distintos grados
de complejidad y urgencia. Requieren de estrategias preventivas, pero también en muchos casos de un
trabajo terapéutico específico que involucra competencias profesionales complejas. Asimismo,
condiciones contextuales: familia, escuela, universidad, trabajo, inhiben o promueven el desarrollo de
dichas problemáticas con un mayor o menor nivel de gravedad. Por tanto, es necesario integrar estas
dimensiones en un abordaje que considere tanto las condiciones sociales que facilitan el costo psíquico
asociado a los problemas de salud mental, como aquellas relativas a sus aspectos institucionales y sobre
todo aquellas subjetivas vinculadas a trayectorias de vida. Los problemas de salud mental son, al
mismo tiempo, individuales y colectivos. Reducirlos a la esfera íntima del sufrimiento personal
desconocería que la vida privada está en “íntima” relación con el vínculo a otros, donde el contexto
familiar, institucional y comunitario, juega un papel crucial. Pero reducirlos también a condiciones
puramente “contextuales” olvidaría la irreductible singularidad de su dimensión subjetiva. De ahí que
el abordaje de este problema en el medio universitario ha de reconocer que muchas veces las
situaciones de dolor psíquico se traducen en condiciones relacionales, institucionales, familiares,
socioeconómicas que, unidas a los imperativos de logro individual, terminan por estallar en
experiencias de profundo malestar psíquico. Por consiguiente, es necesario actuar en diversos niveles
complementarios: acompañamiento terapéutico, abordaje comunitario de las condiciones que facilitan
los procesos de dolor y sufrimiento, identificación y cambio de prácticas abusivas, para así promover
prácticas sanas de convivencia y cooperación. Ciertamente, no se trata sólo de problemas
psicopatológicos que requieren de etiquetas diagnósticas y sus consecuencias farmacológicas; es
necesario mucho más. El trabajo terapéutico, al que la mayor parte de la población no tiene acceso,
ayuda mucho. Y es necesario dar valor a ese trabajo, invertir recursos para ello, reconocer que lo que
falta cotidianamente –apoyo, reconocimiento, elaboración, creatividad– puede ser abordado en parte
por un trabajo profesional que es necesario validar en todos sus niveles y desde una perspectiva
interdisciplinaria. El gasto en salud mental en el país no sólo es insuficiente, sino que ignora los efectos
beneficiosos que tendría para la economía misma; el más alto porcentaje de licencias médicas es del
orden de la salud mental, un tercio de la población ha recibido un diagnóstico de depresión en el algún
momento de su vida, aun cuando el problema fundamental es de las personas y no de la economía. Las
exigencias de logros, la ausencia o menoscabo de mínimas garantías de reconocimiento, el
debilitamiento de un lazo social humanizante, una ideología sostenida en la competencia y el consumo,
todo lo que hoy en día se traduce en diversas formas de maltrato y violencia, participan de aquello que
llamamos salud mental, universitaria en este caso. En la tarea de restituir un modo solidario de
vincularnos unos con otros, nadie es responsable únicamente y todos lo somos a la vez. No se trata solo
de solicitar a las autoridades de turno una solución inmediata, tampoco de un problema donde sólo se
conciba la responsabilidad individual. El problema de la salud mental, como sus expresiones más
extremas, angustia, depresión, incluso suicidio, requiere de un esfuerzo colectivo e individual. El hecho
de que este problema adquiera relevancia dentro de las demandas actuales de estudiantes de la
Universidad de Chile, ha de entenderse como la traducción política de un malestar que concierne a las
condiciones colectivas de la vida universitaria y que llama al reconocimiento de la responsabilidad
igualmente colectiva e idealmente comunitaria para su abordaje diverso. Para ello es preciso reconocer
el aporte que no solo desde el movimiento estudiantil es posible realizar para identificar los problemas,
sino también desde las diversas áreas de la convivencia universitaria: autoridades, académicos/as,
funcionarios/as no académicos/as, la comunidad universitaria toda. La manera en que la Universidad de
Chile enfrente este desafío, considerando también los múltiples avances surgidos desde la práctica
directa en las Unidades Académicas y en las políticas institucionales en curso, será una señal
importante para el país en la medida que las condiciones de malestar subjetivo y social en la vida
universitaria sean la expresión de un modo de convivencia que afecta a la sociedad chilena en su
conjunto.
SOBRECARGA ACADÉMICA Y SALUD MENTAL EN CHILE: RE-PENSÁNDOLAS
SISTÉMICAMENTE
Columna de opinión
Catalina Alamo Palma, Psicóloga, Mg. En Psicología Clínica. Académica Universidad Austral de
Chile, Integrante de la Mesa de Salud Mental UACh y Coordinadora Sistema On-Line Screening en
Salud Mental UACh.
El Desconcierto (viernes 10/5/2019)
Las universidades pueden cumplir un gran rol en el bienestar de los y las estudiantes, asumiendo
el compromiso de integrar la dimensión del bienestar en la definición de sus prácticas internas. Sin
embargo, resulta necesario que acciones en esta materia asuman y consideren el factor que ocupa cada
uno de los sistemas implicados y su compleja interacción. Hace unas semanas fue noticia que un grupo
de estudiantes manifestaron públicamente cómo la sobrecarga académica universitaria impactaba su
salud mental y calidad de vida. Como es de esperar, emergieron opiniones y reacciones diversas ante
esta escena, que ciertamente invita a detenernos, mirar y reflexionar. Ante todo, fenómeno humano
resulta esencial que la mirada sea multidimensional, sistémica, para una comprensión más amplia del
mismo.
DE LO RELATIVO AL SUJETO. Por toda la influencia de nuestra historia y nuestra biología, somos
seres únicos y tenemos diferencias individuales en el modo de aproximarnos a las experiencias, por lo
que no debemos perder de vista que somos diversos en cuanto a nuestra sensibilidad al estrés y los
mecanismos para regularlo y abordarlo. Estudios de salud mental en población universitaria dirigidos
por la OMS y otras investigaciones internacionales sugieren que la aparición de problemas de salud
mental en esta etapa tendría una relación con la presencia de problemas de salud mental en etapas
previas del desarrollo, eventos traumáticos experimentados en la infancia y/o con rasgos en el
funcionamiento de personalidad en que el alto perfeccionismo y autoexigencia podrían predisponer al
surgimiento de psicopatología. En el campo de la salud mental, un factor relevante es la “consciencia
de enfermedad” que alude a la capacidad de darnos cuenta de nuestro malestar y cómo nos está
afectando. Estudios han revelado que un porcentaje significativo de estudiantes no tiene noción de estar
cursando una enfermedad de salud mental y otros, pese a ser conscientes de ella, no activan conductas
de búsqueda de ayuda (por falta de tiempo, sobrecarga, incompatibilidad con horas de atención de
salud, acceso). Cabe destacar que la búsqueda de ayuda es un factor determinante en el pronóstico de la
evolución de la enfermedad mental. Sistemas on-line de screening y orientación en salud mental,
anónimos y voluntarios, pueden contribuir en este aspecto.
DE LOS MICROSISTEMAS. Los múltiples sistemas en que el individuo está inmerso. La familia.
Además de la exigencia y desafío de lidiar con las expectativas de la familia respecto al rendimiento
académico, muchos jóvenes deben irse de sus lugares de residencia y lidiar con nuevas formas de vida
y una cotidianidad sin ese soporte social. Esto repercute en la variable de apoyo social percibido que
dice relación por una parte, con la noción de que puedo contar con personas e instancias en las cuales
encontrar contención y apoyo ante las dificultades, pero también en cuanto al nivel de inserción que un
sujeto tiene en actividades de índole social. Por otra parte, los problemas intraescuela (interpersonales y
de coordinación interna) serían un factor de estrés universitario específico a considerar. Y aquí parece
insertarse un tema clave en discusión, que dice relación con la sobrecarga académica. Pero ¿qué
implica la sobrecarga académica? Tiene que ver con la experiencia de no poder dar abasto con las altas
demandas externas, que al ser permanente en el tiempo va en perjuicio de otras actividades relevantes
(la familia, el descanso) y en desmedro de la salud (física y mental). Desde la perspectiva de los
estudiantes es bastante común que cada académico establezca su propia carga en la asignatura
correspondiente, sin una verificación por parte de la escuela en su conjunto del impacto que la suma de
cada carga tiene para la realidad de sus estudiantes. Esto invita y desafía a que las escuelas ejerzan
mecanismos de regulación interna de la carga, y a reflexionar respecto a los patrones de exigencia y/o
autocuidado que cada escuela reproduce y proyecta a sus estudiantes. La demanda de salud mental ha
aumentado en Chile y en el mundo, y los centros de salud universitarios o centros de orientación en
salud mental no dan abasto. La realidad de cada universidad en esto varía dependiendo de sus recursos,
sin embargo, es una dimensión de la cual hacerse cargo: nivel de profesionales disponibles para dar
respuesta a la demanda, estrategias para abarcar a esta gran población, acceso a éstos u otros
dispositivos de salud.
Aquellos que despectivamente denominan “millennials” no sólo empatizan mejor con el del lado y
son más conscientes de las prácticas enajenadas cotidianas, sino que no cargan con la herencia ideológica
directa de dictadura. Hablar de consciencia de clase sería claramente una exageración, pero al menos hay
una intuición repetida desde el ámbito organizativo estudiantil: pese a lo que nos han querido hacer creer,
no todos y todas tenemos las mismas oportunidades. No todo lo resuelve el esfuerzo. El dinero, el capital y
la economía determina nuestro contexto: nos pone barreras o nos abre puertas. El debate sobre la carga
académica, las condiciones de estudio y los métodos de enseñanza en los espacios universitarios se ha
tomado las redes sociales en las últimas semanas. Esto a propósito de la protesta de estudiantes de la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile (FAU) en sus dependencias, haciendo
ahínco en los distintos problemas de la salud mental que sostienen derivados de cursar sus respectivas
carreras. Entre posiciones a favor y en contra, la crítica de quienes rechazan el porqué de la manifestación
basan su posición en distintos argumentos, pero la gran mayoría redunda en lo mismo: la universidad, desde
su parecer, no es para todos y todas. Aunque sólo lo digan solapadamente, aunque sólo se pueda inferior
como conclusión a sus posiciones. Aquello contraría el espíritu que ha guiado, a través de la protesta social,
al movimiento estudiantil: dejar atrás un modelo perpetuador de élites por medio de aportar capital
formativo sólo a una casta, reproduciendo así una sociedad de clases. Por el contrario, el entendimiento de
la educación como un derecho social ha sido la demanda tanto en su fondo -con la búsqueda del
fortalecimiento integral de la persona desde sus distintas competencias-, como en su forma -con una acceso
no mediado por condiciones socieconómicas de cada familia o individuo-, sin discriminaciones arbitrarias.
Por eso sorprende, en gran medida, que personas incluso “progresistas” hayan declarado, con sorna e
incluso rabia, su rechazo a la protesta de las y los estudiantes de FAU. Y es que allí hay no sólo ignorancia
en torno a cómo se conciben hoy las condiciones de estudio o de la importancia que merecen las
enfermedades mentales, sino que existe una oposición “generacional” de quienes miran con desdén a
quienes hoy llaman “millennials” (dicho sea de paso: ¿qué significa realmente ser parte, a nivel de
contenidos, de aquella categoría?). Porque más allá de la carencia de una significación no ofensiva de dicha
palabra, con tal elucubración (pues difícilmente es denominable argumento) se replica un “si yo pude, otros
también pueden”, expresión propia de la naturalización de prácticas opresivas y abusivas que siguen
transmitiendo con sus propios actos. Sólo quienes soportan constantes prácticas atentatorias contra la propia
salud mental de los y las estudiantes, derivadas de la confusión entre excelencia y excelentismo, serían
quienes merecen llegar allí, estar allí y titularse de allí. Existe, así, una especie de re-afirmamiento del
propio ser mediante la oposición hacia un otro, y, particularmente en este sentido, un otro como sinónimo
de un colectivo: personas forjadas al calor del esfuerzo y sacrificio versus quienes quieren y exigen todo
fácil. La visión cristiana católica del dolor y el sufrimiento como espacio de liberación (que consciente o
inconscientemente replican y repiten cristianos, agnósticos y ateos) se entremezcla con la propia ideología
heredera de dictadura: la del individualismo y la competencia. En ese “sálvese quién pueda”, el discurso del
sacrificio esconde una permanente lucha contra un otro u otra, en donde el estándar de medición siempre
será un qué somos con respecto a una otredad: desde la calificación con notas hasta qué puesto ocupamos
en un determinado ranking. El éxito es estandarizable, y socialmente se nos compete a sentir agrado o
satisfacción, rechazo o apatía, acorde a cuánto podemos responder a aquellos estándares. Ello, o el sentido
común del modelo económico capitalista, tiene su catalizador en la idea más cristalizada del proceso
educativo: la meritocracia. El mérito como escalera para el éxito no sólo esconde una realidad de
desigualdad (per se implica que unos lo lograrán y otros no, pues si el mérito fuera para todos y todas, no
sería necesaria su propia existencia: cada persona alcanzaría la meta, lo que haría innecesario explicar el
porqué unos sí y otros no lo lograron), sino que ignora la existencia de una sociedad de clases. Despolitiza
fuertemente la economía, desligándolo de lo social: aparecen como ideas separadas, donde una no influye
en la otra. Aquellos que despectivamente denominan “millennials” no sólo empatizan mejor con el del lado
y son más conscientes de las prácticas enajenadas cotidianas, sino que no cargan con la herencia ideológica
directa de dictadura. Hablar de consciencia de clase sería claramente una exageración, pero al menos hay
una intuición repetida desde el ámbito organizativo estudiantil: pese a lo que nos han querido hacer creer,
no todos y todas tenemos las mismas oportunidades. No todo lo resuelve el esfuerzo. El dinero, el capital y
la economía determina nuestro contexto: nos pone barreras o nos abre puertas. El problema de las
consecuencias del método y condiciones de estudio, si bien tiene afectaciones transversales, es un problema
de clase: la base piramidal de lo social no sólo disgrega círculos para que determinadas personas lleguen a
la educación superior de calidad, sino que dentro de ella ya discrimina: no es lo mismo ser hombre que
mujer, no es lo mismo ser mujer sin hijos que con, no es lo mismo tener que trabajar los fines de semana
que tener todas las facilidades de clase que no lo hacen una necesidad, no es lo mismo vivir en círculos de
drogadicción, violencia intrafamiliar o donde cumples el rol de llenar los vacíos en familias empobrecidas y
disfuncionales, que tener una familia de profesionales, sin necesidades económicas ni afectivas, y con el
apoyo extra que puede brindar un hogar con espacios de estudio, relajo y distensión. No. No es ni será lo
mismo, por más que nos quieran hacer creer que sí. De dicha forma, esos discursos que rozan los trastornos
militares de “la letra con sangre entra” nunca nos contó que algunos nunca tuvieron que sangrar. En
oposición vimos siempre, dentro de aquello, a quien levantó la mano y dijo: “yo pude ser exitoso y tuve que
trabajar, o no tenía esto u esto otro”, y claro, bueno, nos alegramos por ti. Pero el que sólo tengas que dar tu
ejemplo, confirma la regla: el visibilizar la excepción sólo demuestra que una gran mayoría precisamente no
puede. Y aunque muchos pudiesen hacerlo, el valor de la vida digna y física y emocionalmente estable cada
día toma mayor valor frente al fetiche del sólo producir, acumular y servir. Acá hay una generación a la que
bombardearon discursivamente dándole la tarea de cambiar este país, pero que cuando se atreve a tensionar
el modelo que nos heredaron, recibe la anquilosada respuesta del conservadurismo. Peor aún, a ratos parte
de la misma izquierda toma la bandera de la meritocracia y la función individualista y competitiva del
esfuerzo, cual sueño americano, cual ideal gringo, queriendo darnos lecciones moralizantes sin siquiera
comprender lo que hoy, a esos que tildan despectivamente de “millennials”, nos parece cada día más
evidente: que, al contrario de lo que nos dijeron, la salud mental sigue siendo -en gran parte- un problema
del modelo que nos heredaron, un problema de clase. Y cada vez nos libramos más de esos resabios que nos
impiden cuestionar esas ideas que tanto orgullo les producen, volviendo a politizar aquello que con sus
nuevas vidas e ideas terminar por naturalizar.
SOBRECARGA
Carta al director
Uwe Rohwedder, Director de Arquitectura y Arquitectura del Paisaje, U. Central
La Segunda (sábado 27/4/2019)
Señor director:
Señor director:
Al parecer, los alumnos de Arquitectura se quejaron de la pesada carga académica que llevan
sobre sus hombros. Las respuestas a esa queja han ido desde la burla al escándalo. Antiguamente, los
estudiantes de Arquitectura hablaban, con una mezcla de orgullo y de agobio, de la mística que sus
profesores les transmitían: la arquitectura como compromiso de vida. No se trataba de una profesión,
sino de una misión. Se contaban historias de viajes iniciáticos, en bote, mar adentro, donde los nuevos
debían arrojar al océano su bien más preciado en señal de desprendimiento y de aceptación de la tarea
de vivir como arquitectos y poetas. Hoy, en la decadencia de la fe en misiones portentosas, los
estudiantes se han quedado encerrados en un agobio ritual. Estamos acostumbrados a creer que el deber
de educarse es evidente en sí mismo. Existiría un amor por el conocimiento, un deseo de exploración y
aventura que sería propio de la juventud y, en paralelo, una inclinación a la obediencia y a la paciencia.
Si la curiosidad y la voluntad de saber fallan, la disciplina los devolverá a la recta senda de la
domesticidad. Lo que olvidan los diagnósticos basados en la naturaleza inquieta de la juventud y en la
función de liderazgo de las familias y sus extensiones profesorales es que la educación sigue ahogando
la experiencia del conocimiento con la emisión ininterrumpida de órdenes acerca de cómo son las
cosas. La enseñanza como negación de la experiencia deja fuera la pertinencia personal del aprendizaje,
la inquietud de la curiosidad, el ánimo de investigar y la satisfacción de aprender por uno mismo. Lo
que la educación ha sacrificado es el entusiasmo individual y colectivo por aprender. En el aturdimiento
producido por la educación, los jóvenes pasan del aburrimiento a la desesperanza, al ostracismo y la
agresividad, sin detenerse en la extrañeza y en los desafíos que la propia vida plantea al conocimiento.
No es nada personal: en la educación no hay lugar para nada personal. El problema de los jóvenes es la
desadaptación de los viejos. Mientras no miremos los problemas de la educación desde nuestra
responsabilidad, el sistema seguirá quebrado, produciendo jóvenes maleables y disfuncionales. Es
posible encontrar en la flojera un signo de advertencia ante sistema caducos y un antecedente al
despertar de los jóvenes. Los jóvenes se mueven, sin embargo, pero por caminos que no vemos ni
entendemos.
CÓMO ABORDAR EL ESTRÉS ESTUDIANTIL
Columna de opinión
Mariana Bargsted, Ph.D., directora Dpto. Psicología Organizacional, Esc. de Psicología, U. Adolfo
Ibáñez.
La Segunda (lunes 29/4/19)
Estudiantes de Arquitectura alzaron la voz. Otros no pudieron, tenían entrega. Muchos de otras
carreras creen que es inútil. Y para otros, ya es tarde. El estrés académico ya les afectó. La comunidad
se llenó de juicios livianos: millennials flojos, que estudien otra carrera, no se quejen, el mundo laboral
es así. Atención: nuestros estudiantes, nuestros hijos, están sufriendo. Pasan años durmiendo y
comiendo mal, ansiosos por cumplir, temiendo odiar su profesión. La generación que hoy se forma para
conducir la sociedad se está agotando, quemando. Y endeudando. No rendir con los estándares que les
imponemos supone una peligrosa presión económica, social y psicológica. Pero quienes dicen que el
mundo laboral es así tienen razón. Condición básica para cualquier trabajo: trabajar bajo presión ¿Por
qué valoramos cumplir con excesivas demandas con menos recursos de tiempo y descanso? ¿Cuáles
son sus costos humanos y sociales? Me preocupa cuando veo a mis estudiantes rendir, pero con
desencanto. Trato de transmitir pasión por lo que hacen, pero ellos parecer ver sólo el túnel en el que
los hemos metido. Me preocupa ver a mis hijos, nuestros hijos, buscar refugio en el exceso, alcohol y
psicotrópicos. Sin poder desarrollar sus talentos artísticos, participar, enamorarse, hacer deporte. Reír.
El estrés crónico aliena, deshumaniza, enferma y mata. Y no lo cubren las isapres. ¿Eso queremos para
nuestros profesionales futuros y actuales? Con eso destruimos el tremendo capital humano que mueve a
las sociedad. No es con trabajo esforzado, sino con sistemas irracionales de estudio y trabajo. Conozco
tangencialmente las estrategias de aprendizaje basado en proyectos de carreras como Arquitectura o
Medicina, y he sido profesora de Psicología por 20 años. Son estrategias interesantes, complejas de
implementar. El sistema universitario chileno ha definido el cálculo de carga académica en créditos
STC (Sistema de Créditos Transferibles), a partir de la medición del tiempo que requiere un estudiante
para realizar las tareas académicas. Al año, un estudiante no debe hacer más de 60 créditos, que
equivalen aprox. a 1.800 horas de trabajo (clases, lecturas, trabajos en grupo, estudio personal) o 40
semanas de 5 a 6 días de estudio (con 12 semanas, feriados y domingos como descanso). En promedio,
una asignatura tiene seis créditos (180 horas de trabajo al semestre). Hasta aquí el sistema se ve bien,
contribuye a que se logre aprendizaje sin perder vocación salud y vida personal en el intento. Pero, ¿se
estudia cuánto demora un estudiante en cumplir con las tareas que diseñamos los profesores? ¿O
seguimos en un paradigma de educación centrada en el profesor? Ayer escuché a un profesor joven
decir: "No somos los protagonistas del proceso, son ellos". Si les duele como los tratamos, tenemos que
escucharlos. Y enmendar el camino. Es urgente.
DE NUEVO LA EDUCACIÓN
Columna de opinión
Hugo Tagle, Sacerdote y columnista
Publimetro (viernes 31/5/2019)
¡Qué lástima tener que escribir sobre violencia en los colegios! La violencia en el Instituto
Nacional ya cruzó todos los límites imaginables. La violencia nunca tiene justificación, pero algo se
podía entender de la indignación de los alumnos hasta unas semanas atrás. Pero el nivel de violencia,
con amenazas de ¡quemar! a apoderados, la cobardía de los enmascarados, resulta ya desolador.
Patético y triste. Una caricatura del idealismo juvenil que uno podría haber visto antes. Es la antítesis
de cualquier proyecto educacional. Una buena forma de lograr el rechazo y desprecio de sus pares.
Esos encapuchados se ríen de sus compañeros, de los profesores y apoderados. No son el gobierno, “los
ricos”, o el Ministerio el objetivo de sus demandas. Es atacar al otro, al igual, simplemente porque lo
desprecian. La violencia desatada en el Instituto Nacional es un abierto desprecio por los más pobres,
por los niños, por los que quieren aprender y sacar partido a su institución. Yo esperaría más de los
mismos apoderados. Los profesores deben estar atemorizados. Se entiende. Luchar contra una violencia
que se escuda en máscaras y capuchas es muy difícil. Pero los apoderados podrían hacer más. Tomar
cartas en el asunto e interpelar a los padres de estos alumnos. Pero quiero referirme también al cambio
curricular que se ha presentado en estos días. Más que preocuparnos de la enseñanza de la educación
media, debemos poner el acento y atención en los primeros años de educación. Ahí se juega todo.
Pienso en los hábitos de lectura, las habilidades matemáticas y la adquisición de una disciplina básica
para afrontar el estudio y, en suma, la vida. En EEUU, los primeros años de educación se dedican casi
exclusivamente a formar hábitos -puntualidad, buen trato, aprender a conversar y argumentar, respeto
por los demás-. Más que el acento en los conocimientos, éste debe colocarse en la adquisición de
habilidades; herramientas para abordar las relaciones sociales. Me preocupa la falta de comprensión
lectora. Son de sobra y tristemente conocidas nuestras deficiencias en la lectura. Más del 50% de los
chilenos no entiende lo que lee. Leemos poco. Si leyéramos más, seríamos más cultos, educados,
tolerantes y respetuosos. Una sociedad que cultiva el hábito de lectura espanta los fantasmas de la
soledad, droga y el alcoholismo. No los elimina, pero al menos es una herramienta que combate estas
lacras. Lo mismo con las habilidades matemáticas. Todo comienza en los primeros años de educación.
El resto, son parches que se van superponiendo a esta capa inicial, clave para el desarrollo humano. Y
lo que no se “aprehendió”, no se adquirió en los primeros años de vida, luego es muy difícil adquirirlo.
Bien la incorporación de educación cívica. Uno de cada tres alumnos no cree en la democracia y
justifica la violencia como camino para lograr objetivos. Mal. Hay que educar a la tolerancia, el
respeto; a saber argumentar y escuchar argumentos. El arte del diálogo no es fácil. Supone paciencia,
razonar, hilar ideas en forma coherente. Es un arte que requiere ejercicio y esfuerzo. Pero está en la
base de la construcción democrática y pacífica de la sociedad. Es de esperar que dé frutos.
¿CÓMO NOS HACEMOS CARGO DE LA SALUD MENTAL DE LOS JÓVENES?
Columna de opinión
Rodrigo Tupper, Gerente General de Fundación Portas
Publimetro (lunes 6/5/2019)