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Edición del 17 de Julio de 2008

UN CURSO DE AJEDREZ. DE PRINCIPIANTE A MAESTRO: LAS REGLAS DEL


JUEGO

El rey, valor absoluto


El rey se mueve en todas direcciones a cualquiera de las casillas
contiguas a aquella en la que se encuentra, sea en línea recta o en
diagonal

LINCOLN MAIZTEGUI CASAS

No puede acceder a una casilla


controlada por una pieza del
adversario, porque quedaría en
“jaque”. No es suceptible de ser
capturado o eliminado, pero cuando
se encuentra bajo amenaza y ésta no
puede neutralizarse, ha recibido
“jaque-mate” y la partida ha
concluido con la derrota de su
bando. O sea, a diferencia de casi todos los demás juegos de tablas, el ajedrez no
tiene como objetivo eliminar todo el ejército adversario, sino la captura del rey
enemigo: el “jaque-mate”, o sea, una idea abstracta. En ello reside gran parte de
su atractivo y de su embrujo.
En sí mismo, el rey es una pieza débil; su movilidad es escasa, y debe eludir
permanentemente las amenazas del rival. Y sin embargo, es la más importante de
todas, porque su valor es absoluto: perderlo equivale a la derrota. El diagrama 1
muestra las casillas accesibles para el rey blanco de e4; las restantes le están
reglamentariamente prohibidas, porque quedaría en “jaque”. El diagrama 2
muestra una posición de “jaque-mate”: el rey negro de h8 está amenazado por la
torre blanca y no puede ni comer dicha pieza, ni cubrirse, ni retirarse, porque su
homónimo adversario le toma todas las posibles salidas. Las negras han recibido
“jaque-mate” (o simplemente “mate”) y han perdido el juego.
El poderío del rey se incrementa en proporción inversa a la cantidad de piezas que
existen sobre el tablero; cuando están en juego todas ellas, o hay muchas
suceptibles de amenazarlo, es extremadamente débil, y debe esconderse de dichas
amenazas. En cambio, cuando la situación se ha simplificado, se transforma en
una pieza gravitante. Comparte con sus torres el privilegio de poder moverse al
mismo tiempo que una de las mismas, en el llamado “enroque”, que se explicará
en la entrega de mañana. La aparente sencillez de su mecánica de movimiento
encierra algunos de los problemas más difíciles del juego, como habrá amplia
ocasión de comprobar. El lector no debe perder de vista ni por un instante que el
objetivo de este juego es dar “jaque-mate” al rey del rival; o sea que, teóricamente,

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aunque uno de los bandos haya perdido todas sus piezas menos el rey (que nunca
puede perderse) y un peón, y el adversario conserve la totalidad de su ejército, el
primero ganará la partida si con el escasísimo material que le resta logra dar mate
al monarca enemigo. Esto hace que la batalla ajedrecística entrañe la posibilidad
del heroísmo, o sea, la de sacrificar material en aras de la obtención de una idea.
Sobre el tablero de ajedrez, el espíritu derrota a la materia.

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