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LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 291

Los grupos de voluntarios colaboran con organismos no


cristianos de tipo humanista, realizando una labor de tipo
social y en ese plano pueden y deben ser reconocidos, valo­
rados y aceptados por el conjunto de la sociedad, recibiendo
las ayudas (apoyo económico, exenciones, garantías jurídicas
etc) que la sociedad ofrece en estos casos. Ellos forman
parte de la Iglesia, en cuyo nombre trabajan, como testigos
de Cristo sobre el mundo, pudiendo tener su identidad espi­
ritual e institucional, para realizar mejor su cometido. En esa
línea se sitúan, por ejemplo, algunas órdenes religiosas tradi­
cionales de origen medieval (trinitarios, mercedarios) y
muchas organizaciones nuevas, tipo ONG (Organizaciones
No Gubernamentales) de carácter humanista*21.

2. T eología. L as cárceles de D ios

Como dije en la primera parte de este libro, la cárcel (latín


carcer, de coerceo: refrenar) implica por esencia privaáón lega líc­
ela de libertad. Ella podría convertirse, en un hotel de cinco
estrellas, con espléndidos funcionarios, que atienden a los

derecho a la integridad física y mental y a la libertad de conciencia y de


expresión de las personas. AI quiere conseguir la libertad para los presos de
conciencia: Personas encarceladas por ideas, sexo, etnia o idioma, siempre
que no hayan recurrido a la violencia ni propugnado su uso. Quiere exigir
juicios justos para los presos políticos. Busca también la abolición de la pena
de muerte y la erradicación de la tortura. Es evidente que los cristianos pue­
den colaborar con AI.
21. Quiero citar como ejemplo la ONG «AL» (Acción Liberadora) de
la Familia Mercedaria, que promueve campañas de liberación de presos de
diverso tipo. Está radicada en Puebla, 1. 28004 Madrid, Telf: 915222782.
Email: djaIarcon@planalfa.es - http://wmv.Iamercedrefugiados.org. Sobre
las ONG de servicio liberador cf. j. C o r o m i NAS, Mundia/igacióny acción libe­
radora, http://servicioskoinonia.org/relat/179.htm. El compromiso libera­
dor pertenece a la Iglesia entera, pero, en su conjunto, ella tiende a volverse
una sociedad instituida, al servicio de sus intereses. Por eso es muy impor­
tante la aportación profética de los grupos carismáticos, que se mueven en
línea de frontera, entre la Iglesia y la sociedad civil, entre los ciudadanos
libres y los encarcelados. Esta situación de frontera forma parte de la gran
paradoja de la Iglesia de Jesús que nos ha liberado para que nosotros poda­
mos entregarnos mejor por los demás.
292 DIOS PRESO

presos y les sirven, pero si los presos no tienen libertad para


entrar y salir, amar y trabajar, si están detenidos, la cárcel
sigue siendo una prisión (lugar que oprime o encierra). El sis­
tema carcelario puede incluir e incluye otras privaciones de
tipo familiar (separación), afectivo (negación total o regula­
ción de las relaciones íntimas), económico (pérdida del traba­
jo, incluso multa) y de honor (el encarcelado puede aparecer
como un proscrito). Pero lo que define y cuantifica su fun­
ción es la privación de libertad, contabilizada en años, meses,
días. La administración judicial de la actualidad (que forma
parte de la razón social del sistema) ya no quiere castigar físi­
camente a los «culpables» (como hacía antaño, con penas de
muerte y torturas), sino privarles de libertad y tenerles aisla­
dos, vigilados, para que penen psicológicamente y se refor­
men o simplemente para que no dañen más. En ese contexto
debe expresarse la presencia cristiana: allí donde la sociedad
civil les priva de ella, los cristianos quieren ofrecer a los encar­
celados una experiencia de libertad individual y social22.
En ese contexto, retomando lo dicho en el capítulo pri­
mero, se sitúa nuestra reflexión sobre el valor y limitaciones
de la ley en el contexto de la cárcel. (1) l^a ley es positiva, por­
que mantiene a los hombres sometido a un orden, impidien­
do que se desate la violencia y se maten unos a otros, como
vimos en el capítulo primero, al hablar del paso del sistema
sacrificial y esclavista al carcelario. (2) Pero la ley es negativa,
pues no logra salvar al hombre de la violencia, sino que le
deja sometido al poder de otra violencia: ella «repara» a unas
víctimas muy reales (que han sufrido en manos de los «delin­
cuentes») creando otras víctimas (encarcelando a esos delin­
cuentes). Situada dentro de esa dinámica de acción y
reacción, la cárcel forma parte de la justicia de la ley (no de
la gracia), en la línea del chivo expiatorio: para subsistir y

22. En planojurídico, la justicia racional (= penal) condena a los preten­


didos culpables a la privación de libertad, pues piensa que ella es el sustra­
to y condición de todos los restantes. Del hombre. En plano cristiano, la
Iglesia ha de ofrecer a los encarcelados una experiencia superior de libertad
(cf. Le 4,18-19; Gal 4,22-31; 5,1), pues sólo ella puede cambiar la vida del
conjunto'social y de los posibles delincuentes.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 293

defenderse, la sociedad necesita expulsar a los miembros que


parecen peligrosos23.
Ciertamente, los cristianos saben que el reino de Dios ha
llegado ya (y no debería haber prisiones en el mundo), pero
añaden que todavía no se expresa ni actúa externamente (el
mundo sigue teniendo su racionalidad, que incluye la cárcel).
Por eso, en un plano, respetan el sistema, aun sabiendo que
no es signo de Dios. Sin duda, sufren cada vez que la socie­
dad encierra a un hombre. Pero sufren también (y antes que
nada) con aquellos a quienes algunos encarcelados (ladrones,
violadores, asesinos...) han agredido, violado, robado o mata­
do. A sí quieren trazar un camino que se encuentre abierto a
todos, introduciendo en el entorno de la cárcel un principio
distinto de libertad y gracia no-violencia que supera (no
niega) la estructura judicial, no para volver a un orden pre-

23. Junto al derecho de los encarcelados, ha de afirmarse el derecho de


las víctimas a quienes algunos de esos encarcelados han matado o violado,
robado o torturado. Pero el derecho de las víctimas no se repara con ven­
ganza, ni creando nuevas víctimas, sino abriendo un camino donde se vin­
culen ley y gracia. (1) Los cristianos aceptan en principio e l orden judiríal como
expresión de legalidad intramundana, siempre que ella se mantenga en un
nivel razonable de justicia (cf. Rom 13,1-7). Por eso, no pueden actuar como
«partisano», tomar por asalto la cárcel y liberar con violencia a los encarce­
lados, para crear así nuevas violencias, sino que ellos quieren ofrecer una
experiencia superior de gracia y libertad que lleve a la superación del siste­
ma carcelario y de sus causas. (2) Mientras haya cárceles, e l ciistiano intenta mejo­
rar la condición de los presos, tanto en los aspectos que parecen más exteriores
(higiene, sanidad) como en los más profundos (derechos humanos, posibi­
lidades educativas y afectivas etc), para que las prisiones sean lugares de
humanización, no de castigo, de maduración no de envilecimiento, de ini­
ciación a la libertad, más que de privación de ella, de encuentro humano
más que de soledad... (3) E l cristiano sabe que el sistema penal/judicial resulta inter­
namente insuficiente. El orden del sistema resulta incapaz de resolver el pro­
blema de la violencia, pues responde a la dureza con dureza, al mal con
otros males. Ella se sitúa en un nivel de ley y juicio y sirve para contener
unos males, no para curar al hombre y liberarle. Los quieren ofrecer a los
encarcelados y al conjunto de la sociedad unos motivos de esperanza y unos
signos de libertad que desbordan el sistema penitenciario. No van a las cár­
celes para que funcionen un poco mejor (finalidad que es muy buena), sino
para proclamar dentro de ellas (más con gestos de presencia que con pala­
bras de predicación) la libertad de Cristo, la novedad del reino de Dios que
rompe todas las cadenas.
294 DIOS PRESO

vio de violencia incontrolada, sino para ascender al plano de


gracia y amor liberador donde sean ya innecesarios los
medios de violencia coactiva24.
Los cristianos saben que la mayoría de los encarcelados
son víctimas más que culpables. Ciertamente, algunos (qui­
zás muchos) son peligrosos y resulta necesario ofrecerles
(¿imponerles?) un tipo de re-educación o confinamiento;
pero deben se r tratados'ante todo como seres necesitados
Ellos saben que el-Dios creador (a quien podemos tomar
como garante de un judicial) se ha revelado en Cristo como
Dios de los presos, sufriendo en ellos con ellos, y añaden que los
primeros que deben redimirse (convertirse) son los libres, no los
encarcelados. No son los «pecadores» (presos, culpables) los que
deben morir para que el sistema funcione, sino que los libres
(entre ellos muchos cristianos) han de vivir de un modo dis­
tinto, para que todos puedan compartir la libertad. Ellos
saben finalmente que, por encima del intento de supremacía
del sistema (del Estado), no se puede redimir a los presos si
no se pone de relieve el valor de las víctimas, de todas las vícti­
mas y, de un modo especial, el de aquellas a quienes los pre­
sos han podido ofender e incluso matar. Sólo una revolución
o conversión total en la línea del evangelio puede hacer que
superemos el sistema carcelario25.
El tema de las cárceles nos sitúa ante el misterio de la
vida humana. En contra de todo maniqueísmo simplista o de
todo fundamentalismo ingenuo, que desconoce la compleji­
dad de los males del mundo, la Iglesia ha de ponerse a la

24. Los cristianos pueden y deben destacar las contradicciones racio­


nales de la cárcel, como han hecho muchos no cristianos (desde A. P. Kro-
potkin a M. Foucault), pero introducen en el tema un elemento nuevo,
vinculado con la gratuidad de Cristo, por encima del talión, el miedo y el
simple destino.
25. Como decía san Pablo, La ley es buena, pero es incapaz de res­
ponder a los valores y utopías del hombre, que sólo puede ser plenamente
humano en un nivel de gracia. Seguimos vinculando así los dos niveles
(racionalidad social y gracia mesiánica), evitando los planteamientos sim­
plistas de aquellos que quieren solucionar los problemas con la pura lej (que
acaba poniéndose al servicio de los fuertes del sistema) y con el puro volun­
tarismo carismático (rechazando en principio la ley y respondiendo a la vio­
lencia “nacional” de la cárcel con nuevas violencias irracionales).
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 295

escucha de los hombres, dialogando con ellos y aceptando


en su nivel todas las razones. Pero, desbordando el nivel de
una racionalidad legal que se expresa a la cárcel, ella ofrece
un tipo más alto de gratuidad comunitaria, abierta por el per­
dón y la reconciliación al Reino de los cielos, para bien de las
víctimas (de todas). La Iglesia sabe que no hay justicia (ni
democracia) sin igualdad ante la ley. Pero ella sabe también
que no hay justicia (ni democracia) si no se favorece a los
pequeños, a los grupos amenazados, a los individuos ham­
brientos, exilados, marginados y, entre ellos, a los encarcela­
dos, a todas las víctimas26.
Estamos ante una situación extraña. M uchos grupos e
individuos se encuentran desguarnecidos ante una ley que
habla de libertad, pero no les ofrece los medios para asu­
mirla; les introduce en la cultura del consumo, pero les
im pide disfrutarla... Nos hallamos en medio de una trans­
form ación radical: en sólo unos decenios han cambiado (y
cambiarán) las formas de conducta que habían pervivido
por milenios: gran parte de la población se hacina en ciu­
dades m illonarias; surgen nuevas formas de trabajo y pose­
sión (disfrute económ ico); pero m uchos viven sin
verdadero entorno familiar (humano) y parecen «sentencia­
dos» a la violencia y a la cárcel. Parece que queremos por
encim a de todo el orden del capitalismo y del sistema;
hablamos de dem ocracia y libertad, pero de hecho creamos
cada vez más marginados y excluidos que, por supuesto,
nos parecen peligrosos. Por eso, para justificar nuestra polí­

26. Existe una universalidad violenta que margina a las minorías y encar­
cela a los disidentes. También puede haber una particularidad violenta, propia
de aquellos que quieren imponer a la fuerza sus posturas minoritarias. En
un caso solemos estar ante la violencia más legal (de las mayorías) y en otro
ante la violencia menos legal (de las minorías). Por otra parte, estamos cons­
truyendo una especie de imperio-global, pero las cárceles siguen en gran
parte en manos de los estados nacionales, sin que exista todavía un verda­
dero orden jurídico y penal del conjunto de la humanidad. Además, los
representantes del sistema/imperio (sobre todo en USA) se creen con dere­
cho para actuar como policías mundiales, sin aceptar el control de los orga­
nismos internacionales de justicia y sin cumplir los derechos humanos
(como en Guantánamo). Este es un problema sin respuesta clara, pues el
sistema tiende a interpretar la ley a su servicio.
296 DIOS PRESO

tica y vivir tranquilos, necesitamos más cárceles y las pre­


sentamos como una conquista de nuestra ley, de nuestra
buena racionalidad27.
Muchos piensan que hemos llegado al límite. Ante los
grandes problemas de fondo, que crecen y crecen dentro del
sistema, no tenemos más respuesta que las cárceles, que
siguen en manos de los estados (aunque administrada ya en
parte por el mismo sistema capitalista). Antes, cuando el
estado o nación tenía unas funciones de- tipo social (quería
garantizar la libertad e igualdad de todos los ciudadanos)
resultaba más fácil justificar sus cárceles. Pero ahora que sólo
cumple una función más limitada, pues ha perdido su sopor­
te religioso (y en gran parte su identidad militar, económica
y cultural), ha perdido gran parte de sus justificaciones y las
cárceles se están convirtiendo en un simple recurso a la fuer­
za. Parece que podemos estar cayendo en manos de un
imperio puro y duro, que se dice heredero de los valores de
la libertad ilustrada y cristiana, pero que no tiene más ley que
su fuerza militar, su mentira ideológica y su pura prostitu­
ción económica, como hemos visto al final del capítulo ante­
rior, al comentar el Apocalipsis.
En esta situación nos atrevemos a presentar una voz cris­
tiana, recuperando también los valores de la buena Ilustra­
ción. Es evidente que no podemos aportar aquí una solución
total, pero queremos y podemos abrir unos caminos, de
manera que al recorrerlos podamos ver mejor los temas28. Lo

27. Una planificación impositiva, en línea capitalista, resulta incapaz de


ofrecer a los hombres unos tejidos de relación afectiva y familiar, social y
cultural que les permitan vivir en libertad, sin suscitar nuevos tipos de vio­
lencia. Este sistema sólo puede defenderse con medios coactivos-, primero
crea las formas de vida que desembocan en la «criminalidad» actual; y luego
edifica nuevas cárceles para los criminales, repitiendo el mismo esquema del
chivo emisario. Por eso debemos invertir ese camino, humanizando el siste­
ma y abriendo nuevos tejidos de diálogo entre todos los miembros de la
sociedad, con unos medios de maduración afectiva y educativa, laboral y
económica.
28. Queremos insistir en el diálogo racional y pensamos que en esa línea
el ejército y la cárcel actual resultan no sólo «nocivos» (contrarios a la vida
de muchos), sino también ineficaces. En esa línea pensamos que las utopías
religiosas, entendidas como animadoras de diálogo social, son importantes,
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 297

haremos en cuatro momentos. 1. Empezaremos presentando


el Cateásmo de la Iglesia, entendido como un buen compendio
de la ley natural. 2. Presentamos después el contrapunto cristia­
no, desarrollado en términos cristológicos. 3. Ofrecemos una
breve apertura teológica, que nos permita ir más allá del orden
penitencial. 4. Concluimos con una reflexión de conjunto, desta­
cando el valor de la libertad sobre la penitencia.

2.1. Una vo% cristiana. Catecismo de la Iglesiay evangelio de jesús

Aceptamos pues la cárcel en un plano jurídico y social,


pero, conforme a los textos básicos del Nuevo Testamento
(Le 4,18-19 y M t 25,31-46), queremos superar ese nivel. En
sentido cristiano, las cárceles no pueden entenderse como
lugares y/o tiempos penitenciales, sino como espacios
donde ha de ejercerse una pastoral de presencia liberadora,
conforme a la palabra de Jesús: «Misericordia quiero y no
sacrificios» (Mt 9,13; 12, 7, con cita de Os 6,6). Ellas no son,
por tanto, unos altares donde algunos «son sacrificados» para
bien del conjunto social, sino espacios donde la Iglesia ha de
mostrar su misericordia.
En este contexto he querido formular algunos rasgos de la
Pastoral Penitenciaria o, mejor dicho, liberadora de la Iglesia29,

pues trazan un horizonte de esperanza escatológica. Pero añadimos que


ellas deben dialogar con la racionalidad social, para introducir así su
proyecto en el mundo. Debemos ser utópicos, pero, al mismo tiempo,
buscar medios realistas, que vayan abriendo un camino que lleve hacia la
abolición del sistema carcelario, del ejército y de otras instituciones de
violencia.
29. En el prologo de este libro he destacado la ambigüedad de la
expresión (Pastoralpenitenciaria), utilizada de forma habitual en algunos docu­
mentos de la Iglesia y en mismo nombre del Secretariado de Pastoral Peniten­
ciaria, que forma parte de la Comisión episcopal de Pastoral social de la
Conferencia Episcopal Española. Esta pastoral puede llamarse penitenciaria
porque se realiza en lugares que llevan ese nombre (= centros penitenciarios),
sin asumir por ello el contenido del término «penitencial» y también porque
asume el sentido sacramental y eclesial (cristiano) del término, interpretan­
do el encarcelamiento como penitencia que los presos deben asumir, confe-
298 DIOS PRESO

que no debe situarse en un nivel de ley (imponiendo peniten­


cias por los pecados), sino de gracia, pues Jesús ha venido a
dar la vida por los pecadores y los pobres (en este caso los
encarcelados), ofreciéndoles, precisamente a ellos, una palabra
de liberación y esperanza (sin condenar o excluir a nadie).
La Iglesia no es representante de la justicia civil, sino
expresión (encarnación) de la gracia del Reino y de su utopía
de liberación para todos los hombres. Así lo indicaremos des­
tacando algunas .limitaciones del Cateást?io de la Iglesia Católica
(del año 1992), que es quizá el texto más significativo del
magisterio sobre las cárceles. El Catecismo tiene gran valor
jurídico, pues recoge la tradición legal de la Iglesia latina, tras-
misora del mejor derecho romano; pero apenas ha recogido
la aportación del evangelio (en línea de gracia). Así puede ser­
virnos mejor de contraste y punto de partida, para plantear
luego el tema en clave cristiana.

A. Principio.
1. Defensa social: La preservación del bien común ele la socie­
dad exige colocar al agresor en estado de no poder causarperjuicio.
2. Penas judiciales: Por este motivo la enseñanza tradi­
cional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del
derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar
penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos
de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte.
3. Guerra justa: Por motivos análogos quienes poseen la
autoridad tienen el derecho de rechazar p o r medio de las armas
a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.

B. Finalidades.
1. Compensar: Las penas tienen como primer efecto el
compensar el desorden introducido por la falta.
2. Expiar: Cuando la pena es aceptada voluntariamente
por el culpable tiene un valor de expiación.

sando el mal que han hecho, para satisfacerlo y redimirse a través de la cár­
cel. Puede llamarse, en fin, así porque la Iglesia entera ha de vivir en gesto
de oración, penitencia y solidaridad al servicio de los encarcelados.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 299

3. Preservar: La pena tiene como efecto además preservar


el orden público y la seguridad de las personas.
4. Curar: Finalmente, tiene también un valor mediánal.,
puesto que debe, en lo posible, contribuir a la enmienda del
culpable (cf. Le 23,40-43)3(-).

Este precioso texto se sitúa en un plano más jurídico que


evangélico y así puede servir de contrapunto para una refle­
xión y práctica específicamente cristiana, que ponga de relie­
ve el aspecto de gratuidad y liberación, y no de penitencia, de
la pastoral penitenciaria.

1. Ley natural. El Catecismo parece fundar su doctrina en


una determinada concepción de la ley natural (=razón social).
Pues bien, conforme a todo lo que vengo diciendo en este
libro, sin negar el valor de la ley, la Iglesia ha de ofrecer un

30. Catecismo de la Iglesia Católica 1992, núm 2266 (ed. castellana pág
498). Hemos puesto en cursiva las palabras principales que estudiamos a
continuación. J uan P a blo II, Evangelium vitae 1995, núm 56 reasume gran
parte del texto del catecismo. Lo mismo hace, aunque con una mayor insis­
tencia en el aspecto «humanizador» de la cárcel, su documento para el Jubi­
leo del 2000: «La prisión como castigo es tan antigua como la historia del
hombre. En muchos países las cárceles están superpobladas. Hay algunas
que disponen de ciertas comodidades, pero en otras las condiciones de vida
son muy precarias, por no decir indignas del ser humano. Los datos que
están a la vista de todos nos dicen que, en general, esta forma de castigo
sólo en parte logra hacer frente al fenómeno de la delincuencia. Más aún,
en algunos casos, los problemas que crea parecen ser mayores que los que
intenta resolver. Esto exige un replanteamiento de cara a una cierta revisión:
también desde este punto de vista el Jubileo es una ocasión que no se ha de
desperdiciar. Según el designio de Dios, todos deben asumir su propio papel
para colaborar a la construcción de una sociedad mejor. Evidentemente
esto conlleva un gran esfuerzo incluso en lo que se refiere a la prevención
del delito. Cuando, a pesar de todo, se comete el delito, la colaboración al
bien común se traduce para cada uno, dentro de los límites de su compe­
tencia, en el compromiso de contribuir al establecimiento de procesos de
redención y de crecimiento personal y comunitario fundados en la respon­
sabilidad. Todo esto no debe considerarse como una utopía. Los que pue­
den deben esforzarse en dar forma jurídica a estos fines». Cf. J uan Pa b lo
II, «La prisión debe ser un lugar de redención y no de deseducación o vicio»,
Mensaje para el jubileo en Las cárceles (año 2000), www.archivalencia.org/docu-
ment/pontificio/juanpabloii/mensajes/2000jpiimensajejubileocarceles.htp
300 DIOS PRESO

testimonio de evangelio. La razón natural es buena y necesa­


ria, como ha puesto de relieve la Ilustración, pero en las
situaciones límite, y de un modo especial en el contexto de
la cárcel, ella resulta insuficiente, no responde al cristianis­
mo. Por eso, lo que dice el Catecismo, fundándose en prin­
cipio de ley natural, es positivo en plano jurídico y quizá
filosófico, pero no responde al don de Cristo, ni anuncia la
gracia de la reconciliación universal, sino que sirve para sus­
tentar el orden social establecido, (corriendo el riesgo de el
evangelio y la misma vida de la Iglesia aparezcan como
garantía de estabilidad para el orden político y social, mirado
en línea de occidente). Este puede ser un punto de partida
(un lugar de referencia), pero nunca el culmen de la pastoral
cristiana31.

2. l^a cita evangélica del final del pasaje (Le 23,40-4) está
fuera de contexto. El Catecismo desvirtúa la gracia radical
del mensaje de Jesús al condenado (¡hoy estarás conmigo en el
paraíso!) y manipula su confesión (nosotros pagamos lo que es
justo..) de un modo jurídico, como si esa confesión sirviera
para sancionar sin más el orden de la ley romana. Es evi­
dente que el «buen ladrón» se reconoce culpable, conforme
a la ley del Imperio, pero Jesús (o Lucas) no se sitúan a ese
plano: no dicen si es culpable y si las leyes de ese imperio son
justas o injustas. Ciertamente, Lucas (como Pablo en Rom
13) ha querido decir que el evangelio no va contra el Impe­
rio, en un nivel de racionalidad política (a diferencia de cier­
to celotismo judío). Pero él sabe también que el orden del
imperio ha sido culpable de la muerte de Jesús. Por eso resul­
ta equívoco resaltar el valor medicinal del castigo de Roma al
«bandido» (¿una pena de muerte puede ser medicinal?) y

31. Es bueno y en algún sentido necesario lo que dice (—el mensaje de


Jesús no niega la razón social), pero resulta insuficiente y acaba siendo enga­
ñoso. El Catecismo defiende el orden establecido (el pretendido bien
común de la sociedad) más que la salvación de los encarcelados (pobres y
marginados, predilectos del evangelio). Por eso, puede servir de referencia
o contrapunto, pero no de doctrina cristiana en este campo.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 301

omitir la injusticia mayor de la justicia romana, que mata al


mismo Hijo de Dios32.

3. Vena de muerte. Avanzando en la línea anterior, el Cate­


cismo justifica la pena de muerte en casos de extrema gravedad.
Algunos juristas sostienen (a mi juicio, de un modo equivo­
cado) la validez de la pena de muerte; pero lo que resulta
fuera de sentido es que la defienda un Catecismo de la Igle­
sia que, al hacerlo, deja de ser testimonio de la gracia de Dios
y se vuelve defensor de una discutida ley social. El evangelio
es buena nueva de reconciliación y esperanza: es gracia y
amor (perdón) abierto a los marginados, pecadores, enfermos
y expulsados. Por eso afirma (y promete) un espacio de vida
para todos los excluidos de la sociedad. En contra de eso, este
Catecismo, situándose en un plano de dudosa justicia racio­
nal, justifica la pena de muerte para algunos encarcelados
(aún sabiendo que ellos no pueden hacer daño)33.

32. El Catecismo no debería haber utilizado este pasaje para probar el


sentido sanador de los castigos y menos aún de una pena de muerte. A
Lucas no le importa el valor terapéutico (muy dudoso) del ajusticiamiento del
«bandido», sino el poder de la palabra de jesús: «¡hoy estarás conmigo en el
paraíso!». Sólo esa palabra salva, mientras que el orden social permanece en
su pecado. Sobre la culpabilidad de judíos y romanos además de comenta­
rios a Le (cf. J. A. FlTZMYER, Luke, Anchor Bible, New York 1981 ss; E
BOVON, Lateas, Sígueme, Salamanca 1995ss), pueden consultarse de un
modo especial los comentarios a Hech 4, 23-31 donde Lucas ha presenta­
do su visión teológica más honda, vinculando en un mismo pecado (matar
a Jesús) a judíos y gentiles.
33. En este punto, el Catecismo se sitúa fuera del evangelio (incluso en
contra del evangelio). Recordemos que a Jesús le mataron justamente, con­
forme a la ley de este mundo: era un peligro público para judíos y romanos.
Es extraño que una Iglesia que ha surgido de la muerte “legal” de un ajus­
ticiado se atreva a justificar la pena de muerte, con razones de terrorismo de
estado que los mayores juristas europeos ya no aceptan. «La pena de muer­
te resulta ya casi indefendible desde la perspectiva tradicional de los fines de
la pena. Dado que no es aceptable la retribución por la retribución y que a
través de la eliminación física del delincuente se imposibilita de raíz su even­
tual reeducación, no cabría más que asignar a la pena de muerte el fin de
intimidar a la colectividad... De esta forma, quienes crean que debe recu-
rrirse necesariamente a la pena de muerte en particular sólo podrán funda­
mentarlo en términos de seguridad o de intimidación de la colectividad. Sin
embargo, el aspecto de seguridad, citado en primer lugar, pondría más bien
302 DIOS PRESO

4. E l bien común. El Catecismo parece dirigirse a una socie­


dad justa, que acepta (defiende) el bien común, de tal forma
que ella (esa sociedad, dirigida por sus representantes lega­
les) puede rechazar con armas a los agresores (= en guerra
legal) y sancionar igualmente con justicia a los delincuentes.
Su doctrina es posiblemente valiosa y conforme a derecho,
en un plano social, dentro de la estructura de violencia de
este mundo, pero ella no forma parte d.el evangelio. Para jus­
tificar comportamientos legales bastaría el derecho (en este
caso el romano). El Catecismo se ha situado así en un plano
que no es cristiano y lo ha hecho, además, de una manera
equivocada, pues, supone, sin crítica alguna, que la razón está
siempre de parte del «todo social» del Estado, identificando
el bien común de una mayoría (que puede ser injusta) con la

de manifiesto la debilidad del Estado correspondiente: ¿no tiene éste otra


forma de dominar al delincuente que no sea precisamente mediante su eli­
minación física? De hecho debería dar qué pensar la circunstancia de que la
pena de muerte se dé de forma más habitual precisamente en aquellos paí­
ses que adolecen de graves problemas de desigualdad e inestabilidad inter­
na, por la existencia de regímenes totalitarios o profundas desigualdades
sociales (como se reconoce ante todo en el hecho de que la pena de muer­
te afecta predominantemente a los miembros de los estratos sociales infe­
riores). Así, cuando a falta de condiciones esenciales de vida «a la medida
del ser humano», se condena a muerte por puras razones de seguridad ¿no
se está poniendo de manifiesto, de una forma especialmente cruda, que el
ser humano es instrumentalizado para un fin ajeno a sí mismo? Esta degra­
dación a puro objeto resulta aún más evidente si se utiliza la pena de muer­
te con fines intimidatorios. Al margen de que es una forma de debilitar,
antes que de fortalecer, el respeto por la vida, ya que ésta resulta instru-
mentaüzada al servicio de la prevención, todavía hay un aspecto de mayor
peso argumentativo: con la pena de muerte se hace frente en buena medida
al «terrón) del delincuente con el «contraterror» del Estado. Cuando el Esta­
do sólo cree posible lograr la intimidación entregando a la muerte a un ser,
a la postre totalmente indefenso frente a aquél, tanto si la ejecución es bru­
tal como si se transforma en un «contraterror ritualizado» mediante la for-
malización y una aparente humanización, se manifiesta una vez más la
debilidad - y no la fortaleza - del Estado. La prepotencia exterior demostra­
da frente al individuo condenado a muerte, a través de todo el aparato de
ejecución técnico y personal, apenas puede ocultar la impotencia interior
frente a la colectividad». A. ESER, (Instituto M. Plank de Freiburg), «Una
justicia penal a la medida del ser humano», en http://www.poder-judicial.
go.cr/salatercera/revista/REVISTA%2015/es erl5.htm
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 303

justicia verdadera. Este es el argumento que suelen emplear


aquellos que se creen capacitados para descargar su violen­
cia «justa» sobre el pretendido culpable (convertido en chivo
emisario), sintiéndose ellos justos. Este es el argumento de
los que mataron a Jesús (¡conviene que un hombre muera y
que no que peligre todo el pueblo...!). Por otra parte, en las
circunstancias actuales (con armas atómicas capaces de des­
truir toda la humanidad, bajo un imperio casi único) carece
de sentido defender la guerra justa, utilizando argumentos
que pudieron valer antaño, pero hoy carecen de sentido. En
relación con las cárceles, este catecismo responde mejor al
derecho romano que a la Iglesia de Jesús34.

El Catecismo se sitúa, en un plano de Taitón y así supo­


ne que el principio y ley de la venganza sigue estando vigen­
te para los cristianos (en cuanto ciudadanos de este mundo),
al afirm ar que los representantes de la sociedad pueden
(deben) imponer unas penas proporcionadas a la gravedad del
delito y al añadir que esas penas sirven para compensar el
desorden introducido por la falta. Este lenguaje puede ser
valioso en plano de racionalidad social (¡cosa que dudo!),
pero no es evangélico ni salvador. Ciertamente, los cristianos
podemos (¡y debemos!) dejar que la sociedad civil despliegue
su justicia, pero sin darle lecciones ni decir lo que debe hacer
desde el evangelio. El Catecismo m ezcla los dos planos (razón
y gratuidad, ley y evangelio), sintiéndose capaz de dar leccio­
nes a los códigos penales (justificando así el taitón). En esa
línea llega a ser más duro que gran parte de los códigos civi­
les de occidente, que han suprimido la pena de muerte. Cier­
tamente, en otros momentos la ley de la Iglesia (trasmisora
del derecho romano) pudo presentarse como norma de

34. Esta visión del Catecismo está lejos de la palabra creadora y grati­
ficante de Jesús que pide perdón universal y renuncia a la violencia (Sermón
de la Montaña). El Catecismo no ha logrado asumir, ni ha integrado en su
visión de la cárcel, la novedad mesiánica del Cristo, como si el evangelio no
hubiera superado la lógica del talión, como si Jesús no hubiera instaurado
con su pascua un camino nuevo de no-violencia creadora. He desarrollado
este argumento de la «no-violencia cristiana» en Antropología bíblica. D el árbol
de! Juicio a l sepulcro de Pascua, Sígueme, Salamanca 1994.
304 DIOS PRESO

suplencia, en el plano civil. Hoy no puede ni debe ejercer esa


función: no está para garantizar (sancionar, sacralizar) el
viejo orden social, sino para anunciar la gracia de Dios. Sólo
así, renunciando a toda cota de poder social, la Iglesia puede
ser de verdad liberadora35.

2.2. Contrapunto Cristiano: Jesús, gracia redentora

El Catecismo de la Iglesia Católica se situaba en una perspec­


tiva que, pudiendo ser buena en un plano legal no es cristia­
na. Por eso, queremos retornar a Jesús, recogiendo lo ya
dicho en el Cap. 3o, pero en una perspectiva más teológica y
eclesial, para aplicarlo después al entorno carcelario. Para eso
desarrollamos algunos «títulos de Jesús» (juez, redentor, libe­
rador, reconciliador, salvador) que nos sitúan muy cerca del
ámbito carcelario (ámbito de juicio, redención etc). Cierta­
mente, faltan algunos títulos muy significativos para los

35. Jesús no dijo a los hombres y mujeres que sufrieran con paciencia
los dolores y el engaño de la vida. No les habló de penitencia justa por sus
culpas sino de gracia de Dios, de perdón universal y reino abierto (gratuito)
para todos. Pues bien, el Catecismo se sitúa en otro plano, como si tuviera
miedo de proclamar el evangelio en la cárcel, como si allí no se pudiera
anunciar y vivir ya desde ahora una experiencia de la salvación, como si a
los pretendidos «bandidos» o culpables tuvieran que seguir estando bajo la
ley antigua de la espada. Por otra parte, el Catecismo parece suponer que la
autoridad tiene siempre razón y que los condenados (a privación de libertad
o a muerte) son culpables (al menos en general). Ciertamente, Jesús no afir­
ma que los «pecadores» son buenos y «la buena sociedad» es perversa, pero
tampoco dice lo contrario. No ha venido a proclamar la salvación de Dios
a los enfermos, publícanos, prostitutas, pobres, marginados... porque son
buenos o mejores que los otros, sino porque están necesitados y porque el
Padre Dios les ofrece su gracia. Ciertamente, Jesús no afirma que los pode­
rosos y jueces son malos (a pesar de Le 1,51-53; 6,20-26), pero tampoco ha
venido a sostener que ellos son buenos y que por eso deben castigar a los
culpables. Por otra parte, el evangelio sabe que a Jesús le han condenado los
representantes dei bien común, conforme a una sentencia que siendo “justa”
(plano de racionalidad social) ha sido el máximo pecado de la historia. Por
eso, resulta al menos extraño que ahora el Catecismo de la Iglesia parezca
suponer que la autoridad tiene siempre razón al condenar a los «culpables».
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 305

encarcelados: Cristo-Policía, Cristo-Funcionario, Cristo-Psi­


cólogo... ¿Por qué? Lo iremos viendo en lo que sigue36.

1. Jesucristo Jue%. La exégesis actual mantiene una fuerte


controversia en torno a la posible visión judicial de Jesús. (1)
Una perspectiva más legalista sostiene que Jesús fue mensaje­
ro del juicio de Dios, asumiendo (al menos al principio de su
vida) el mensaje de Juan Bautista. A sí habría pensado que los
hombres y mujeres de su pueblo, especialmente los más
ricos e influyentes, habían desobedecido a Dios, rechazando
su ley. Por eso, Dios quiere y debe castigarles, pues vela por
su honor y celosamente sanciona a los hombres por los
males que han hecho. Sin duda, el mensaje de Jesús incluye
otros aspectos, pero su base seguiría siendo la justicia de
Dios, como avala el Credo cuando dice que “ha de venir a
juzgar a vivos y muertos” . (2) Una perspectiva más evangélica,
que se inspira de alguna forma en Pablo (justificación del
pecador), pero que quiere re-interpretar todo el mensaje del
Reino en clave de gratuidad, afirm a que Jesús (superando
el planteamiento de su maestro, Juan Bautista) fue mensajero
de la gracia y no del juicio. No vino a proclamar el castigo de

36. He desarrollado los títulos y temas en E l evangelio. Viday pasm a de


Jesús, Sígueme, Salamanca 1991, en La nuevafigura de Jesús, Verbo Divino, Este-
lia 2004 y, especialmente, en Este es e l Hombre. Ensayo de Cristología bíblica,
Secretariado Trinitario, Salamanca 1997, donde expongo la visión de los
investigadores más importantes de la historia de Jesús. Para un estudio de los
títulos de Jesús sigue siendo básico O. CULLMANN, Cristología del Nuevo Testa­
mento, BEB 63, Sígueme, Salamanca 1998, en cuya introducción y conclusión
ofrezco un resumen de la discusión moderna sobre el tema. En una pers­
pectiva más extensa, cf. J. L. SEGUNDO, Ea historia perdida y recuperada de Jesús
deNa^aret, SalTerrae, Santander 1991; B. S e sb o ü É, B., Jesucristo, elúnico media­
dor LE, Sec. Trinitario, Salamanca 1990/2; Id. y J. WOLINSKI (eds.), Historia de
los dogmas I. E l Dios de la salvación, Sec. Trinitario, Salamanca 1995; O. G o n ­
z á l e z DE CARDEDAL, Cristología, Sapientia Fidei, BAC, Madrid 2001. J. I.
G o n z á le z Fa u s , Ea Humanidad Nueva. Ensayo de Cristología, Eapsa, Madrid
1974 (= Sal Terrae, Santander 1994); V. T a y l o r , E os nombres de Jesús, San Este­
ban, Salamanca 1965; J. SOBRINO, Cristología desde América Entina, CRT, Méxi­
co 1976. íd., Jesucristo Liberador, T I-II, Trotta, Madrid 1993/8; J. ESPEJA,
Jesucristo,palabra de libertad, San Esteban, Salamanca 1979. Id., Ea experiencia de
Jesús, San Esteban, Salamanca 1988. Fino análisis de la humanidad de Jesús.
308 DIOS PRESO

de tal forma que nosotros mismos debemos asumir la tarea


de ser libres, existiendo de esa form a en madurez. Por eso
decim os que es liberador, im plicándose en un camino que
nosotros mismos debemos recorrer de un modo responsa-
ble.Entendida así, la liberación es arriesgada para aquel que
la ofrece (no puede imponerla) y para aquel que la recibe
(ha de hacerlo de un modo personal). (1) El que libera tiene
que dejar que el “liberado”, asuma la tarea de su vida, tra­
zando de esa forma su futuro. No im pone una ley, no exige
una respuesta, pero espera y colabora. (2) La liberación es
también exigente para aquel que la recibe: ya no puede
echar las culpas a los otros, ni descargar en ellos su res­
ponsabilidad, sino que tiene que asum ir su propia tarea, en
libertad creadora.
Es fácil el paternalismo social y sacral, puede resultar gra­
tificante una retórica de “entrega de la vida”, en la que elpre­
tendido liberador se busca a sí mismo cuando ayuda desde
arriba a los demás. En contra de eso, el verdadero liberador no
crea dependencias, ni impone una ley desde fuera, sino que
quiere que aquellos a quienes ofrece su ayuda (en este caso,
los encarcelados) sean plenamente libres y puedan asumir su
camino. Sólo en este contexto se puede hablar de una libera­
ción integral, que se expresa en el plano económico y social,
político y religioso, ofreciendo a los demás unas condiciones
en las que puedan ser libres, ellos mismos. Una parte consi­
derable de la teología de los últimos decenios ha sido muy
sensible a este elemento: la vida y pascua de Jesús no puede
cerrarse en un plano puramente intimista, sino que ha de
expresarse en los diversos niveles de la vida individual y
comunitaria, invitando a los hombres al despliegue de su
libertad más honda. Sólo en esta perspectiva recibe su senti­
do la teología y pastoral penitenciaria: ella no quiere cambiar
a los demás por el castigo, recordándoles que deben penar
por lo que han hecho, sino ofrecerles caminos de libertad,
para que puedan ser ellos mismos, en autonomía.

4. Jesucristo Reconciliador. Los momentos anteriores (reden­


ción y liberación) culminan y se expresan en la reconcilia­
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 309

ción, es decir, en la comunión amistosa, el diálogo fecundo.


La redención no marca de forma pasiva al redimido, ni la
liberación puede entenderse como regalo que recibe desde
fuera. Redención y liberación sólo son verdaderas allí donde
conducen a la responsabilidad y desembocan en una recon­
ciliación personal, es decir, en un encuentro amistoso. Asu­
miendo un símbolo fuerte de la teología paulina, podemos
presentar a Jesús como aquel que nos ha reconciliado hacién­
dose Propiciación por nuestros pecados (Rom 3,24-25): nos ha
tomado como propios para ofrecernos su amistad e invitar­
nos a la amistad compartida. Pablo sigue diciendo que Dios
nos ha amado en Jesús de tal manera que nos ha dado en él
su propia vida, el don entero de su gracia: no le ha reserva­
do de un modo egoísta (— no le ha perdonado), no se ha
reservado nada para sí, sino que ha querido entregarse
(entregar a Jesús) por nosotros, para que podamos así vivir
en su amistad (cf. Rom 8,32). Siguiendo en esa línea, el
mismo Pablo nos invita a reconciliarnos con Dios, en acep­
tación y diálogo.
Esta es la tarea, éste el ministerio primero de la Iglesia,
que se funda en Jesús para iniciar con él un camino Reconci­
liador universal. «Si alguno está en Cristo, es nueva criatura: las
cosas viejas pasaron; he aquí que todas son hechas nuevas. Y
todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo
mismo por Cristo; y nos concedió el ministerio de la reconci­
liación. Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconcilian­
do el mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados, y
concediéndonos en nosotros la tarea (= palabra) de la recon­
ciliación. A sí que, somos embajadores de Cristo, como si
Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de
Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!. Al que no conoció pecado, le
hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en Él» (2 Cor 5,17-21). Dios ha ofre­
cido por Jesús su gracia, para que nos podamos reconciliar:
hombres con Dios, hombres con hombres.
La reconciliación es tarea de Dios y tarea humana, es
perdón y comunión entre aquellos que se hallaban antes
enfrentados. Este es el misterio que la carta a los Efesios ha
310 DIOS PRESO

desarrollado de un modo más «sacral» y que nosotros tene­


mos en términos sociales. El ministerio reconciliador de la
Iglesia consiste en abrir caminos de encuentro, de tal forma
que podamos decir con Gal 3,28: «ya no hay hombres ni
mujer, no hay esclavo ni libre, no hay encarcelado ni encar-
celador..., pues todos somos uno en Cristo». Ser «uno» signi­
fica vivir en comunicación, compartir la vida. Así pasamos
de la redención (gesto más propio de Cristo, es decir, del
hombre libre), por la liberación (gesto más propio de aquel
que ayuda a Ios-esclavos encarcelados), a la reconciliación, es
decir, al encuentro amoroso de unos con otros. Sólo en la
medida en que puedan reconciliarse, los hombres podrán
superar el sistema carcelado (que proviene de un talión de
venganza, que tiene esclavizada a gran parte de la humanidad
actual).

5. Jesucristo Salvador. Los elementos anteriores culminan y


pueden condensarse en la salvación, entendida como ofreci­
miento y despliegue de salvación (= salud) compartida, como
fiesta de la vida. Así pasamos del juicio y redención, de la libe­
ración y reconciliación, a la vida en plenitud, conforme al
mensaje de Jesús: «He venido para que tengan vida y la tengan
en abundancia» (Jn 10,10). Ciertamente, la salvación de Cristo
es un misterio que puede y debe expresarse de un modo teológi-
co\ Dios Padre nos eleva del abatimiento en que estábamos,
para introducirnos en el espacio de su fecundidad, haciéndo­
nos hijos en su Hijo Jesucristo. Pero ella tiene un aspecto
social: la salvación verdadera consiste en que podamos vivir ya
curados, compartiendo el amor y la vida, sin miedo, en abun­
dancia generosa.
Así podemos afirmar que Dios nos ha ofrecido por Jesús
la «salud» que se expresaba en los milagros más personales
(los ciegos ven, los cojos andan...) que son, al mismo tiem­
po, más sociales (he venido a liberar a los encarcelados...).
Hay muchas salvaciones de tipo histórico, que se expresan
en un tipo de plenitud interior y exterior, en el amor mutuo
y el pan compartido, en la palabra dialogada y la fraternidad.
Todas culminan para los cristianos en el amor compartido
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 3 11

que nos hace superar el miedo de la muerte, porque estamos


ya viviendo una experiencia generosa de solidaridad perso­
nal, que desborda todos los planos anteriores de vida perdida,
enfrentada, envidiosa.

Estos títulos o aspectos de la vida de Jesús podrían haber


«cristianizado» el texto ya citado del Cateásmo sobre las cár­
celes. Ellos podrían estar en la base de una teología peniten­
ciaria de tipo cristológico. (1) Unido a Cristo Jue% el cristiano
puede «juzgar» a los presos, para conocer lo que han hecho
y conocerles, pero no con el fin de condenarles, sino de ini­
ciar con ellos (y con sus víctimas) un camino de reparación
y recuperación salvadora. (2) Como Cristo Redentor, el cristia­
no no puede pedir a los encarcelados que expíen por su
culpa y la reparen de un modo penal, sino que él mismo ha
de hallarse dispuesto a reparar por ellos y con ellos, inician­
do un tipo de diálogo distinto con las víctimas. (3) Sólo de
esa forma podremos vincularnos a Cristo Uberador, de mane­
ra que ofrezcamos a los encarcelados una solidaridad y ayuda
que les perm ita ser ellos mismos, es decir, desplegarse en
libertad, como ellos quieran, no corno nosotros hubiéramos
querido. (4) De esa forma podremos hablar de Cristo Reconci­
liador, que vincula de un modo amoroso y fuerte a esclavos y
señores, presos y libres, abriendo para todos un camino de
libertad compartida. (5) Esta es la salud del Cristo Salvador,
este es el final de la acción redentora, liberadora y reconci­
liadora de los cristianos en el entorno de la cárcel.

2.3. Apertura teológica. Más allá del orden penitencial

Desde aquí podemos volver a las afirmaciones del Catecismo


(num. 2266), para evocar y recrear sus objetivos. El Catecismo
recoge una larga tradición de la Iglesia occidental, que ha
ido creciendo en buena relación de vecindad e influjo mutuo
con estructuras jurídicas de origen romano y racional (ilus­
trado). Este es un dato que debemos valorar, superando el
fundamentalismo religioso de aquellos que quisieran que la
312 DIOS PRESO

Iglesia ocupara todo el espacio de la vida social. El Catecis­


mo reconoce la autonomía del poder civil en el plano peni­
tenciario y eso nos parece muy positivo; pero tiene el peligro
de identificar ese nivel racional con la novedad del cristianis­
mo. Desde ese fondo quiero fijarme en las cinco finalidades
que atribuye a la cárcel, que pueden ser buenas en un plano
de ley natural (racional) pero que no responden a la novedad
del cristianismp:

/. Preservar el orden público (tema que puede situarse en el


nivel de Cristo Juez). El «orden público» (cf. B.3), que tiende
a identificarse con el «bien común» (cf. A .l), aparece como
valor fundamental, anterior a toda valoración moral o religio­
sa; a su servicio está la cárcel, que sirve para colocar al agresor
en estado de no poder causar perjuicio (A .l). Esa finalidad parece
en principio justa y resulta necesario mantenerla, en la línea
del sistema judicial, pero suscita dos problemas. (1) Muchas
veces, los pretendidos agresores son también (y sobre todo)
víctimas de la sociedad a la que responden de un modo vio­
lento. (2) Jesús no ha venido a preservar el orden publico,
sino a proclamar la gracia de Dios sobre todos, superando así
el nivel del juicio. Este Catecismo, siendo muy legal (y favo­
reciendo de hecho a las autoridades establecidas), tiende a
olvidar que la sociedad, representada por esas autoridades,
puede volverse agresora e injusta (cf. Me 10,38-45). Resulta
imposible hablar de la cárcel, si se olvida la injusticia de fondo
de muchas sociedades, con sus violencias previas, a las que
responde la violencia del encarcelado38.

38. El encarcelado suele ser víctima de la sociedad antes que agresor o


delincuente. Por eso, en perspectiva cristiana, sólo se puede hablar de las cárce­
les integrando el tema de los encarcelados dentro de una visión mesiánica y
liberada de la sociedad. Ni el bien común medido por las autoridades, ni el orden
público en general provienen del evangelio, que está centrado en la caridad de
Cristo y en la experiencia de la gracia. Orden público y bien común pueden
tener y tienen un valor en plano de ley civil y derecho racional (= estatal),
pero en clave evangélica han de ser reinterpretados desde la gratuidad del
mesianismo de Jesús. Por eso, más que principios son consecuencias que brotan
de la más alta experiencia de gracia cristiana, como estamos indicando.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 313

2. h a justicia del talión (que invierte el tema de Cristo


Redentor). El Catecismo afirm a que las penas impuestas al
agresor (encarcelado) deben compensar con un castigo propor-
áonal el desorden introducido por la falta (cf. B .l). De esa
forma ofrece una versión judicial de la « le p del chivo em i­
sario, centrada en el derecho y deber de la venganza, igno­
rando o negando la novedad del Sermón de la M ontaña (cf.
Mt 5,21-26.38-48 par). Es posible que el Estado no pueda
gobernar con el Sermón de la M ontaña, pero allí donde la
Iglesia lo ignora se vuelve no-cristiana. Pues bien, eso es lo
que hace el Catecismo, que no apela al Evangelio (donde
Cristo redime por los otros), sino que aplica en el entorno de
la cárcel la ley de la venganza: la violencia social (justa) respon­
de a la pretendidamente injusta del agresor, introduciendo
así un orden (evidentemente no evangélico, sino civil) sobre
el mundo39.

3. Cárcel medicinal (que puede compararse con el Cristo


Liberador). El Catecismo concibe la cárcel (el castigo) como
una medicina que debe contribuir a la enmienda del culpable (B.4),
como lugar adecuado para educar al agresor o culpable, a
quien toma como ignorante (no sabe lo que hace) o enfermo
(hay que darle una medicina). La cárcel aparece también
como escuela de humanidady justiáa donde aquellos que son
sabios en ambas especialidades (los no delincuentes) enseñan

39. Parece que Catecismo divide realidad en dos campos o planos: en un


nivel de l g civil reina el talión (no se aplica el evangelio); sólo en el plano inter­
no de la Iglesia se aplican la gracia y perdón de Jesús. Como venimos indi­
cando, esa división puede ser buena; pero hay que añadir que el evangelio no
puede emplearse para justificar el talión o principio-revancha, en un plano
social, sino para abrir, sobre ese plano social, un camino más alto de gracia
o misericordia (Mt 9,13; 12,7; cf. J. S o b r in o , E l principio misericordia, Sal
Terrae, Santander 1991). La Iglesia no ha nacido para defender el talión, sino
para lamentarlo y anunciar el perdón y la paz, la reconciliación definitiva, a
través del amor gratuito. Una visión de la cárcel como lugar donde se aplica
el talión para castigar a los agresores ha sido superada no sólo por el Evan­
gelio, como he señalado en Antropología cristiana, Sígueme, Salamanca 1993,
255-338, sino también por una filosofía de inspiración bíblica, como la de E.
L e v in a S en Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1977. He estudiado el
tema en Dios como Espírituy Persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 323-338.
314 DIOS PRESO

a vivir a quienes necesitan enmendarse. Esta finalidad resulta


buena, pero sólo alcanza su objetivo si la separamos de una
visión del castigo entendido en forma de talión. Para que ese
objetivo medicinal se cumpla y la cárcel pueda convertirse en
escuela de renadmiento, es necesario que los pretendidos justos
(representantes del orden social) abandonen su seguridad
orgullosa y sean capaces de dialogar en amor y respeto con
los supuestos delincuentes. Resulta absolutamente necesario
que el supuesto -culpable se descubra amado, protegido,
potenciado por el resto de la sociedad, que no busca vengan­
za, sino concordia. Sólo si la sociedad le responde en amor,
ofreciéndole un gesto de confianza, el detenido podrá re-des-
cubrir el sentido de la vida y madurar, en un ambiente apro­
piado de trabajo, comunicación y diálogo40.

40. Son muchos los que piensan que las cárceles normales de nuestra
sociedad no están preparadas para cumplir judicialmente esta función, de
manera que deben cambiar en forma radical (hasta ser abolidas). Hacia ese
cambio de la cárcel, con la abolición del sistema penitenciario actual, debe
tender la presencia y acción cristiana. En el Convegno di Pastúrale Sodale, orga­
nizado por OASI (cf. documentazione@oasifirenze.it) y celebrado en Flo­
rencia del 2 al 4 de junio de 1995, el Senador Mario Gozzini, autor de Lm
giusti^ia in galera, Editori Riuniti, Roma, 1997, y relator de la h e j Social que
lleva su nombre (Parlamento de Italia-, 16/10/1986) señaló de manera magis­
tral la contradicción de la ley italiana (o española). Por un lado, ella pide que
la cárcel sea lugar de reeducaáám liberadora de los condenados. Por otro lado,
las condiciones sociales y económicas, humanas y educativas de la cárcel
hace muy difícil (casi imposible) que se cumpla esa exigencia. Como única
salida realista apeló al trabajo renovador de todos: jueces y funcionarios,
voluntarios carismáticos (en gran parte cristianos) y fuerzas sociales de la
población, para que pueda cumplirse el objetivo de la ley penal italiana. En
esa línea se sitúan las palabras de un gran especialistas hispano sobre el
tema: «Al entrar en la cárcel el preso se despersonaliza. Comienza un pro­
ceso de degradación motivado por el ambiente, la compañía de otros delin­
cuentes, algunos veteranos y peligrosos; conoce con el tiempo las mafias
que regulan aquella gente; siente la lejanía de sus seres queridos, si los tiene;
sufre el desarraigo, la incomunicación, la falta de valores personalizadores y
el hacinamiento. Sumado todo con la condena, a veces de muchos años y
con la ociosidad, acaba con la persona más resistente a la erosión del mal.
A todas estas descripciones y palabras más o menos abstractas, podemos
ponerles nombres, muchos nombres, cuantos entramos habitualmente en
las prisiones. No se puede negar que hay excepciones y que la cárcel ha sal­
vado la vida de no pocos, al darles comida, un techo y cierta atención sani­
taria. Incluso alguno ha tocado fondo en la cárcel y allí dentro ha comenzado
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 315

4. Cárcel expiatoria (puede responder al plano de Cristo


Reconciliador). El Catecismo propone esta nueva finalidad
diciendo que, para aquellos que reconocen su culpa y acep­
tan el castigo, la cárcel puede convertirse en lugary tiempo de
expiación (B2). Este lenguaje, de fondo sacrificial, ha recibido
aquí un sentido cristológico, al aplicarlo a Jesús, diciendo que
«se dio a sí mismo en expiación» (núm 615). Este es, sin duda,
un lenguaje profundo que podemos aceptar, pero debemos
entenderlo en sentido evangélico, separándolo de todo tipo
de violencia sacrificial y de toda imposición de la sociedad
(en este caso de la Iglesia) sobre los encarcelados*41. Decir
que los culpables deben expiar su culpa, recibiendo el castigo
que merecen sus pecados, significa quedarse en el nivel de
algunos textos del Antiguo Testamento (¡no de todos, ni los
más valiosos), sin haber comprendido la gracia de Jesús, la
Nueva Alianza de su perdón gratuito, su muerte en favor de
los demás. Cuando se dice que los culpables deben expiar
por lo que han hecho se está utilizando un lenguaje no cris­
tiano: no se puede afirmar que los posibles «culpables» tie­
nen que «sufrir» (expiar) para purificarse, pues les ha
purificado el mismo Cristo, que ha expiado por ellos (por
todos), regalándonos gratuitamente su vida42.

a ser otra persona. Pero son excepciones; es más normal el proceso descrito
anteriormente. El que lo dude, que pregunte a cualquiera que haya pasado un
tiempo en la cárcel»; L. Tous, «El Dios de la Cárcel», Éxodo, 44 (1998) 39-
40; edición virtual: http://www.exodo.org/textos/10.htm
41. Ciertos pasajes de la Biblia pueden haber vinculado la expiación a
la experiencia de venganza y violencia divina: el Señor Todopoderoso nece­
sitaría la sangre o sufrimiento de la víctima, para así aplacarse. De esa forma,
el delincuente, interpretado como chivo expiatorio de la comunidad, asu­
miría su culpa y se purificaría sufriendo el castigo. Pero el conjunto de la
Biblia y en especial el Nuevo Testamento ha re-interpretado este lenguaje.
Dios no quiere sangre de víctimas, no sacia su deseo de venganza con vio­
lencias (con la muerte de los culpables). Por eso ha invertido por Jesús ese
tipo y forma de expiación: no ha exigido la muerte del pretendido culpable
(= que expía por su culpa), sino que ha muerto él mismo, asumiendo la cul­
pabilidad (y expiando) por todos, para que puedan vivir en gratuidad.
42. El Dios de Jesús no nos hace pagar por lo que hicimos, para que
expiemos nuestra culpa, sino que “ha pagado por nosotros”, perdonándonos
gratuitamente, muriendo por nosotros, no para echarnos en cara esa muerte o
pasarnos recibo por ella, sino para ofrecernos el misterio y gozo de su gracia.
316 DIOS PRESO

5. Cárcel de Dios (en la línea de Cristo Salvador). Parece que


el Catecismo se sitúa al exterior de la cárcel, como si los bue­
nos ciudadanos y cristianos fueran los que están libres, aque­
llos que han sido pretendidamente ofendidos por los
encarcelados a quienes, generosamente, como en un exceso
de bondad, conceden un tiempo y lugar para que penen por
aquello que han hecho y así se rehabiliten. Pues bien, esa acti­
tud va en contra de todo'lo que hemos ido viendo en los capí­
tulos anteriores, al ocuparnos de Jesús y de la Iglesia primitiva.
Sólo se puede hablar cristianamente de la cárcel allí donde se
supera el talión y se borran las fronteras entre el dentro y
fuera, de tal forma que emerja la comunidad de creyentes
como lugar de salvación en cuyo interior ocupan un lugar
especial los encarcelados. En esa línea puede y debe decirse
no sólo que los libres evangelizan a los pobres, sino que los
pobres evangelizan a los libres, dentro de la única Iglesia,
entendida como espacio de salvación o encuentro universal
(cf. Mt 11,6). Sólo si pasamos de una Iglesia asistenríal (que
ayuda a los encarcelados como si estuvieran fuera de ella) a
una Iglesia de salvaáón compartida (donde todos se ayudan, sien­
do comunidad de Jesús) podremos entender el evangelio.

Reinterpretados así, los elementos básicos del Catecismo


de la Iglesia Católica, pueden servirnos de inspiración para
todo lo que sigue. Sin duda, los cristiano pueden y deben
convertirse (conforme a la palabra esencial de M e 1,14-15:
«convertios y creed en el evangelio»), pero ese gesto ha de
aplicarse a todos los creyente (y no sólo, ni en primer lugar,
a los encarcelados), sabiendo, además, que el principio de la
conversión y cambio no es la expiación penitencial, sino la
gracia de Dios («¡h a llegado el Reino!»). Una sociedad que se

Puede hablarse de un mecanismo de expiación allí donde el pretendido culpa­


ble declara ¡acepto el castigo para así rehabilitarme o purificarme! Más aún, ese
mecanismo puede tener un valor para aquellos que lo asumen de un modo
libre y consciente. Pero resulta contrario al evangelio el imponerlo sobre los
demás y de un modo especial sobre los encarcelados, pues Cristo ha muerto
por todos, de manera que ya no tenemos que expiar, ni purificarnos por sacri­
ficio o cárcel, sino que podemos reconciliarnos gratuitamente.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 317

justifica a sí misma, expulsando y encerrando en la cárcel a


los pretendidos culpables, para hacer que ellos expíen su
pecado, sigue en un nivel pre-cristiano y, además, se encuen­
tra humanamente enferma: sigue empleando mecanismos de
violencia “legal” para justificarse a sí misma; no sabe que
Cristo nos ha purificado ya, nos ha perdonado de una vez y
para siempre con su amor gratuito. Por todo eso y como
conclusión podemos decir que resulta peligroso aplicar a los
encarcelados una disciplina penitencial que la Iglesia ha
puesto de relieve en otro contexto sacramental43.

2.4. Reflexión de conjunto: libertad, no penitenáa

En dos lugares importantes del evangelio de Mateo, asu­


miendo una fórmula de Oseas 6,6, enfrentándose al legalis-
mo de algunos judíos, Jesús afirma: «Misericordia quiero y
no sacrificios» (Mt 9,13; 12,7), lema que aquí se puede tra­

4 3. Visión social del tema en ELKARRI (Z. A g u ir r e z ABALA y equipo


Elkarri), La cárcel: análisisy propuestas para su mayor humanización, Elkarrikasi,
San Sebastián 1998. Ed. virtual: http://elkarri.org/pdf/elkarrikasi9_lacar-
cel.pdf, pag. 6: Las «herramientas» o medios que ha utilizado la prisión eran
(y en algún sentido siguen siendo) estas: «1 . E l aislamiento y la dispersión res­
pecto del mundo exterior, de todo lo que ha motivado la infracción y de las
complicidades. El aislamiento de los elementos que pueden crear vínculos
de solidaridad hace abogar por la dispersión. Existe una sociedad organiza­
da de criminales, sociedad que la prisión trata de desestructurar por medio
de la dispersión. Para que sumido en la soledad, el recluso reflexione. Será
en el aislamiento donde el remordimiento vendrá a asaltarlo. El aislamiento
asegura el coloquio a solas entre el detenido y el poder que se ejerce sobre
él. Sólo las relaciones controladas por el poder son permitidas y una acción
coercitiva individualizada debe lograr la ruptura de toda relación no con­
trolada por el poder de la prisión. 2. La facultad de manipularían de la pena. La
institución penitenciaria siempre ha reivindicado su participación directa en
la modulación de la pena del recluso. Esto es especialmente palpable en el
tratamiento de los presos por disidencia política. Administrar la pena ha
sido uno de los fundamentos de su «labor correctora», y lo hará al margen
del control directo de las instancias judiciales. Puede afirmarse que la insti­
tución penal, lo mismo en la detención que en la prisión, ha colonizado a la
institución judicial». Es evidente que, actuando así, la prisión no puede ser­
vir para humanizar al pretendido delincuente, sino para todo lo contrario.
318 DIOS PRESO

ducir diciendo: «libertad quiero y no penitencia». Al hablar


de una pastoral penitenciaria, algunos han podido comparar a
los presos con los penitentes de la Iglesia antigua que, a través
de un proceso de reconciliación sacramental, aceptaban su
culpa y cumplían la penitencia para reintegrarse en la comu­
nidad. Eso significaría que interpretamos a los presos como
culpables y que tomamos la cárcel como lugar y tiempo de
expiación, según la praxis de la Iglesia que excomulgaba
temporalmente a los pecadores graves', imponiéndoles cier­
tas penas, hasta que eran readmitidos a la comunidad en una
liturgia de perdón pascual. En esa línea, la pastoral carcelaria
relacionaría una práctica de la sociedad (que expulsa a los encar­
celados por un tiempo proporcional a sus delitos) con una
conducta de la Iglesia (que expulsaba a los pecadores públicos,
hasta readmitirlos tras una penitencia conveniente).
Es posible que algunos elementos de la vieja praxis peni­
tencial se puedan aplicar a la rehabilitación personal y social
de ciertos cristianos “problemáticos” de manera que la cár­
cel podría convertirse para ellos en momento sacramental de
encuentro con Dios. Así lo han podido sentir algunos encar­
celados que se saben cristianos e interpretan (quieren inter­
pretar) su tiempo de prisión como pascua o visita de Dios
(cf. Cateásmo, 2266, b.2). Pero, conforme a lo que vengo
señalando, miradas las cosas en conjunto, pienso que la pas­
toral con los encarcelados no se puede interpretar de un
modo penitencial, como vemos al evocar la práctica peni­
tencial de la Iglesia antigua.
Estas eran las notas principales de la penitencia eclesiástica.
(1) E l punto de partida era el perdón previo de la comunidad, como
anuncio positivo e incondicionado de la gracia, conforme al
evangelio. El perdón no brota al final, cuando el pecador ya ha
recorrido un camino de arrepentimiento, sino que se ofrece
desde el principio (por puro don de Dios) como factor desen­
cadenante de transformación para los creyentes. La Iglesia no
tiene derecho a castigar al pretendido culpable sino sólo a per­
donarle, a ofrecerle la buena nueva de la salvación de Jesús. La
única «expiación» que existe (si se quiere conservar esta pala­
bra) es el amor gratuito, no el castigo; por eso hay que decirle
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 319

al «pecado») que Cristo ha expiado por él, le ha ofrecido per­


dón primero. (2) Elpenitente asumía su culpay su necesidad de cam­
bio, de manera que el proceso comenzaba después que el
presunto culpable se había descubierto perdonado. La Iglesia
tenía que decirle que no tuviera miedo, que no se sintiera aplas­
tado, dominado por la culpa, como si fuera incapaz de asumir­
la y superarla. Era el momento de ofrecerle un camino de
transformación, para que asumiera su vida con dignidad. El
camino penitencial no era, por tanto, un castigo, sino la expre­
sión concreta del poder transformante de la «gracia». Quien se
sabe y siente amado de un modo incondicional puede asumir
su vida y liberarse superando sus antiguos miedos y viviendo
de una forma no violenta. (3) Elproceso penitencial de la Iglesia era
un gestoy compromiso de la comunidad. No era un esfuerzo solitario
del «perdonado», sino un camino de toda la Iglesia, que no apa­
recía así como cárcel, sino como lugar de nuevo nacimiento44.
Estos momentos definían el proceso penitencial de la
Iglesia. Pero, como venimos repitiendo, los encarcelados (o
pretendidos delincuentes) no son básicamente pecadores
sino víctimas, personas marginadas por razones de tipo
social, psicológico, afectivo. Sin duda, en algunos casos ellos
pueden (y deben) ser tratados también como penitentes,
pero en sí misma la cárcel no puede ni debe entenderse en
esa perspectiva. Por eso, la pastoral cristiana en el entorno de
la cárcel no debe llamarse penitencial, sino redentora, libera­
dora y reconciliadora o, más sencillamente, evangélica y cris­
tiana. La Iglesia no va a la cárcel para confesar y absolver a

44. Debemos superar el maniqueísmo de quienes piensan que la


sociedad es buena (no debe cambiar) y los encarcelados malos (dignos de
castigo). Unos y otros, sociedad y encarcelados, conjunto de la Iglesia y
penitentes, deben hacer su proceso. Una Iglesia que no se sabe pecadora y
asume el camino de conversión con sus penitentes no es digna de llamar­
se Iglesia. Los penitentes no están solos, pues toda la comunidad asume y
comparte su camino. Cf. C. VOGEL, E l pecadory la penitencia en la Iglesia anti­
gua, Barcelona 1 9 6 7 ; D. B o r o b io en Penitencia, Varios, Conceptosfundamenta­
les del Cristianismo, Trotta, Madrid 1 9 9 3 , 1 0 0 1 -1 0 1 8 ; Id., «Dimensión
litúrgica de la penitencia», en N. SlLANES (ed.), Dimensión trinitaria de la peni­
tencia, Semanas de Estudios Trinitarios, Salamanca 1994, 225-270.
320 DIOS PRESO

los presos, sino para compartir con ellos su experiencia de


libertad mesiánica y de redención salvadora.
La Iglesia antigua respondió de una manera creadora ante
el reto de los pecadores públicos (asesinos, adúlteros, renega­
dos), ofreciéndoles un tipo de praxis penitencial que les per­
mitía rehabilitarse, sin necesidad de cárceles. Aquella praxis
terminó y la Iglesia buscó un modo distinto de reconciliación
penitencial, de tipo privado (confesión) al que aludiremos
todavía. Pues bien, ha surgido en los tiempos recientes (desde
hace menos de dos siglos) el fenómeno social de la cárcel y la
Iglesia en su conjunto no ha encontrado todavía una res­
puesta eficaz y evangelizadora. Pienso que ella se juega en
este campo gran parte de su credibilidad y su futuro: o viene
a ser palabra y camino de libertad en el entorno de la cárcel
o se convierte en una institución sin mensaje ni esperanza de
evangelio. Ciertamente, en su estructura oficial, ella no ha
encontrado aún la manera de situarse ante la cárcel desde el
evangelio, pero miles y miles de voluntarios cristianos traba­
jan de un modo ejemplar en este campo, como adelantados
de un futuro cristiano45.

45. La Iglesia en su conjunto ha renunciado a la praxis penitencial anti­


gua y ha celebrado el sacramento de la reconciliación de una forma perso­
nal (privada) entre el ministro y los fieles, incluso en el caso de los grandes
“delincuentes”. Pero también esta “nueva” praxis (confesión privada), que
tiene grandes valores espirituales, ha entrado últimamente en crisis y no se
ven formas de recuperación. Pienso que la Iglesia debe volver en este
campo a la raíz del evangelio, buscando nuevos caminos de celebración del
perdón, con su elemento personal y social, incluso en el entorno de la cár­
cel. Sólo allí donde los cristianos en conjunto sepamos perdonarnos y cele­
brar el perdón, como signo y camino de reconciliación, podremos hablar del
Reino de Dios y ofrecer nuestra experiencia al conjunto de la sociedad. Esa
reconciliación cristiana puede y debe presentarse como expresión de la gra­
cia precedente de Dios (de su perdón universal, gratuito), que capacita a los
hombres para reconciliarse entre sí. Sólo allí donde esta experiencia eclesial
de gracia y perdón gratuito, no humillante ni impositivo, se puede ampliar y
se amplía al ancho campo de la vida humana podemos hablar de una pre­
sencia de los cristianos en el entorno de la cárcel. Los cristianos no pueden
ir a la cárcel como portadores del juicio de Dios, sino como testigos de su
gracia. Para ellos, en principio, la culpabilidad o no-culpabilidad del encar­
celado resulta secundaria; lo que importa es el amor que Dios ofrece a todos
y que ellos, en su nombre, humildemente, sin superioridad de ningún tipo
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 321

La misión y tarea de los cristianos en el entorno de la cár­


cel forma parte de su misión liberadora, dirigida a la trans­
formación del ser humano, partiendo de la esperanza del
Reino. Los encarcelados no son unos pecadores públicos
especiales, dentro de la Iglesia, sino que forman parte de la
humanidad necesitada: son el último eslabón de una cadena
de opresión, signo y consecuencia de un pecado social mucho
más extenso. Por eso, la presencia de la Iglesia en su entorno
ha de integrarse en el conjunto de su acción misionera.

3. G uía pastoral. L as cárceles cristianas

Partiendo de las reflexiones anteriores y expandiendo los


cinco momentos básicos de la acción de Cristo (juez, reden­
tor, liberador, reconciliador y salvador) podemos esbozar
una guía pastoral que servirá de conclusión a ese libro. 1. Par­
timos de una base o presupuesto de humanidad (derechos huma­
nos), destacando los aspectos legales, personales y sociales
de la presencia cristiana en las cárceles. 2. Presentamos una
serie de elementos más judiciales, en línea de encuentro y
reconciliación victimal (3) Evocamos después los elementos
más confesionales o cristianos, insistiendo en la experiencia de
gratuidad y comida compartida. (4) Nos fijamos, finalmente,
en los aspectos más utópicos del tema, abiertos a la aboliáón de
las cárceles46.

pueden transmitir. De esa forma, la presencia de los cristianos en el entor­


no de la cárcel podrá ser expresión del gran sacramento de la gracia de la
vida. Los cristianos no van a la cárcel para que los presos «se confiesen»,
sino para compartir con ellos el anuncio y signo de liberación del evangelio,
en formas simplemente humanas (que a veces pueden volverse explícita­
mente cristianas).
46. No hemos querido trazar una guía teórica, sino unas marcas o líneas
directrices en el gran camino de éxodo que la Iglesia debe iniciar desde las
cárceles. En este contexto nos ayudan las viejas experiencias de Moisés y los
profetas, con el testimonio de Jesús y de la Iglesia primitiva, que hemos
desarrollado a lo largo de los capítulos centrales de este libro. Esto que aquí
digo deberá ser completado, corregido o matizado por aquellos que estén más
implicados en el tema. He presentado un primera redacción de las notas que

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