26. Existe una universalidad violenta que margina a las minorías y encar
cela a los disidentes. También puede haber una particularidad violenta, propia
de aquellos que quieren imponer a la fuerza sus posturas minoritarias. En
un caso solemos estar ante la violencia más legal (de las mayorías) y en otro
ante la violencia menos legal (de las minorías). Por otra parte, estamos cons
truyendo una especie de imperio-global, pero las cárceles siguen en gran
parte en manos de los estados nacionales, sin que exista todavía un verda
dero orden jurídico y penal del conjunto de la humanidad. Además, los
representantes del sistema/imperio (sobre todo en USA) se creen con dere
cho para actuar como policías mundiales, sin aceptar el control de los orga
nismos internacionales de justicia y sin cumplir los derechos humanos
(como en Guantánamo). Este es un problema sin respuesta clara, pues el
sistema tiende a interpretar la ley a su servicio.
296 DIOS PRESO
A. Principio.
1. Defensa social: La preservación del bien común ele la socie
dad exige colocar al agresor en estado de no poder causarperjuicio.
2. Penas judiciales: Por este motivo la enseñanza tradi
cional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del
derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar
penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos
de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte.
3. Guerra justa: Por motivos análogos quienes poseen la
autoridad tienen el derecho de rechazar p o r medio de las armas
a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.
B. Finalidades.
1. Compensar: Las penas tienen como primer efecto el
compensar el desorden introducido por la falta.
2. Expiar: Cuando la pena es aceptada voluntariamente
por el culpable tiene un valor de expiación.
sando el mal que han hecho, para satisfacerlo y redimirse a través de la cár
cel. Puede llamarse, en fin, así porque la Iglesia entera ha de vivir en gesto
de oración, penitencia y solidaridad al servicio de los encarcelados.
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 299
30. Catecismo de la Iglesia Católica 1992, núm 2266 (ed. castellana pág
498). Hemos puesto en cursiva las palabras principales que estudiamos a
continuación. J uan P a blo II, Evangelium vitae 1995, núm 56 reasume gran
parte del texto del catecismo. Lo mismo hace, aunque con una mayor insis
tencia en el aspecto «humanizador» de la cárcel, su documento para el Jubi
leo del 2000: «La prisión como castigo es tan antigua como la historia del
hombre. En muchos países las cárceles están superpobladas. Hay algunas
que disponen de ciertas comodidades, pero en otras las condiciones de vida
son muy precarias, por no decir indignas del ser humano. Los datos que
están a la vista de todos nos dicen que, en general, esta forma de castigo
sólo en parte logra hacer frente al fenómeno de la delincuencia. Más aún,
en algunos casos, los problemas que crea parecen ser mayores que los que
intenta resolver. Esto exige un replanteamiento de cara a una cierta revisión:
también desde este punto de vista el Jubileo es una ocasión que no se ha de
desperdiciar. Según el designio de Dios, todos deben asumir su propio papel
para colaborar a la construcción de una sociedad mejor. Evidentemente
esto conlleva un gran esfuerzo incluso en lo que se refiere a la prevención
del delito. Cuando, a pesar de todo, se comete el delito, la colaboración al
bien común se traduce para cada uno, dentro de los límites de su compe
tencia, en el compromiso de contribuir al establecimiento de procesos de
redención y de crecimiento personal y comunitario fundados en la respon
sabilidad. Todo esto no debe considerarse como una utopía. Los que pue
den deben esforzarse en dar forma jurídica a estos fines». Cf. J uan Pa b lo
II, «La prisión debe ser un lugar de redención y no de deseducación o vicio»,
Mensaje para el jubileo en Las cárceles (año 2000), www.archivalencia.org/docu-
ment/pontificio/juanpabloii/mensajes/2000jpiimensajejubileocarceles.htp
300 DIOS PRESO
2. l^a cita evangélica del final del pasaje (Le 23,40-4) está
fuera de contexto. El Catecismo desvirtúa la gracia radical
del mensaje de Jesús al condenado (¡hoy estarás conmigo en el
paraíso!) y manipula su confesión (nosotros pagamos lo que es
justo..) de un modo jurídico, como si esa confesión sirviera
para sancionar sin más el orden de la ley romana. Es evi
dente que el «buen ladrón» se reconoce culpable, conforme
a la ley del Imperio, pero Jesús (o Lucas) no se sitúan a ese
plano: no dicen si es culpable y si las leyes de ese imperio son
justas o injustas. Ciertamente, Lucas (como Pablo en Rom
13) ha querido decir que el evangelio no va contra el Impe
rio, en un nivel de racionalidad política (a diferencia de cier
to celotismo judío). Pero él sabe también que el orden del
imperio ha sido culpable de la muerte de Jesús. Por eso resul
ta equívoco resaltar el valor medicinal del castigo de Roma al
«bandido» (¿una pena de muerte puede ser medicinal?) y
34. Esta visión del Catecismo está lejos de la palabra creadora y grati
ficante de Jesús que pide perdón universal y renuncia a la violencia (Sermón
de la Montaña). El Catecismo no ha logrado asumir, ni ha integrado en su
visión de la cárcel, la novedad mesiánica del Cristo, como si el evangelio no
hubiera superado la lógica del talión, como si Jesús no hubiera instaurado
con su pascua un camino nuevo de no-violencia creadora. He desarrollado
este argumento de la «no-violencia cristiana» en Antropología bíblica. D el árbol
de! Juicio a l sepulcro de Pascua, Sígueme, Salamanca 1994.
304 DIOS PRESO
35. Jesús no dijo a los hombres y mujeres que sufrieran con paciencia
los dolores y el engaño de la vida. No les habló de penitencia justa por sus
culpas sino de gracia de Dios, de perdón universal y reino abierto (gratuito)
para todos. Pues bien, el Catecismo se sitúa en otro plano, como si tuviera
miedo de proclamar el evangelio en la cárcel, como si allí no se pudiera
anunciar y vivir ya desde ahora una experiencia de la salvación, como si a
los pretendidos «bandidos» o culpables tuvieran que seguir estando bajo la
ley antigua de la espada. Por otra parte, el Catecismo parece suponer que la
autoridad tiene siempre razón y que los condenados (a privación de libertad
o a muerte) son culpables (al menos en general). Ciertamente, Jesús no afir
ma que los «pecadores» son buenos y «la buena sociedad» es perversa, pero
tampoco dice lo contrario. No ha venido a proclamar la salvación de Dios
a los enfermos, publícanos, prostitutas, pobres, marginados... porque son
buenos o mejores que los otros, sino porque están necesitados y porque el
Padre Dios les ofrece su gracia. Ciertamente, Jesús no afirma que los pode
rosos y jueces son malos (a pesar de Le 1,51-53; 6,20-26), pero tampoco ha
venido a sostener que ellos son buenos y que por eso deben castigar a los
culpables. Por otra parte, el evangelio sabe que a Jesús le han condenado los
representantes dei bien común, conforme a una sentencia que siendo “justa”
(plano de racionalidad social) ha sido el máximo pecado de la historia. Por
eso, resulta al menos extraño que ahora el Catecismo de la Iglesia parezca
suponer que la autoridad tiene siempre razón al condenar a los «culpables».
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 305
40. Son muchos los que piensan que las cárceles normales de nuestra
sociedad no están preparadas para cumplir judicialmente esta función, de
manera que deben cambiar en forma radical (hasta ser abolidas). Hacia ese
cambio de la cárcel, con la abolición del sistema penitenciario actual, debe
tender la presencia y acción cristiana. En el Convegno di Pastúrale Sodale, orga
nizado por OASI (cf. documentazione@oasifirenze.it) y celebrado en Flo
rencia del 2 al 4 de junio de 1995, el Senador Mario Gozzini, autor de Lm
giusti^ia in galera, Editori Riuniti, Roma, 1997, y relator de la h e j Social que
lleva su nombre (Parlamento de Italia-, 16/10/1986) señaló de manera magis
tral la contradicción de la ley italiana (o española). Por un lado, ella pide que
la cárcel sea lugar de reeducaáám liberadora de los condenados. Por otro lado,
las condiciones sociales y económicas, humanas y educativas de la cárcel
hace muy difícil (casi imposible) que se cumpla esa exigencia. Como única
salida realista apeló al trabajo renovador de todos: jueces y funcionarios,
voluntarios carismáticos (en gran parte cristianos) y fuerzas sociales de la
población, para que pueda cumplirse el objetivo de la ley penal italiana. En
esa línea se sitúan las palabras de un gran especialistas hispano sobre el
tema: «Al entrar en la cárcel el preso se despersonaliza. Comienza un pro
ceso de degradación motivado por el ambiente, la compañía de otros delin
cuentes, algunos veteranos y peligrosos; conoce con el tiempo las mafias
que regulan aquella gente; siente la lejanía de sus seres queridos, si los tiene;
sufre el desarraigo, la incomunicación, la falta de valores personalizadores y
el hacinamiento. Sumado todo con la condena, a veces de muchos años y
con la ociosidad, acaba con la persona más resistente a la erosión del mal.
A todas estas descripciones y palabras más o menos abstractas, podemos
ponerles nombres, muchos nombres, cuantos entramos habitualmente en
las prisiones. No se puede negar que hay excepciones y que la cárcel ha sal
vado la vida de no pocos, al darles comida, un techo y cierta atención sani
taria. Incluso alguno ha tocado fondo en la cárcel y allí dentro ha comenzado
LIBERTAD QUIERO Y NO PENITENCIA 315
a ser otra persona. Pero son excepciones; es más normal el proceso descrito
anteriormente. El que lo dude, que pregunte a cualquiera que haya pasado un
tiempo en la cárcel»; L. Tous, «El Dios de la Cárcel», Éxodo, 44 (1998) 39-
40; edición virtual: http://www.exodo.org/textos/10.htm
41. Ciertos pasajes de la Biblia pueden haber vinculado la expiación a
la experiencia de venganza y violencia divina: el Señor Todopoderoso nece
sitaría la sangre o sufrimiento de la víctima, para así aplacarse. De esa forma,
el delincuente, interpretado como chivo expiatorio de la comunidad, asu
miría su culpa y se purificaría sufriendo el castigo. Pero el conjunto de la
Biblia y en especial el Nuevo Testamento ha re-interpretado este lenguaje.
Dios no quiere sangre de víctimas, no sacia su deseo de venganza con vio
lencias (con la muerte de los culpables). Por eso ha invertido por Jesús ese
tipo y forma de expiación: no ha exigido la muerte del pretendido culpable
(= que expía por su culpa), sino que ha muerto él mismo, asumiendo la cul
pabilidad (y expiando) por todos, para que puedan vivir en gratuidad.
42. El Dios de Jesús no nos hace pagar por lo que hicimos, para que
expiemos nuestra culpa, sino que “ha pagado por nosotros”, perdonándonos
gratuitamente, muriendo por nosotros, no para echarnos en cara esa muerte o
pasarnos recibo por ella, sino para ofrecernos el misterio y gozo de su gracia.
316 DIOS PRESO