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“EL ESTADO Y LOS RECURSOS NATURALES”

Mario de Casas. Mendoza, octubre de 2007.

Lo primero que vale la pena destacar cuando uno aborda problemas sociales
es que las acciones dirigidas a la sociedad, es decir las políticas y sus resultados, son
valiosos o no valiosos para alguien en algunos aspectos, y siguen o rompen algunas
de las normas morales prevalecientes. Esto explica una diferencia fundamental entre
las ciencias sociales y las naturales.
Cualquier estudio de un objeto natural tiene dos componentes: uno ontológico y
otro metodológico; el primero concierne a la naturaleza del objeto, el segundo a la
forma adecuada de estudiarlo. Pero si el objeto es social, en su estudio se debe
agregar una tercera cuestión: a saber, los valores y la moral, pues éstos son los que
guían para bien o para mal la conducta humana. Es decir que en asuntos
concernientes a las ciencias sociales interviene la cuestión axiológico-moral; en
nuestro caso interesan las normas morales que nos empujan a observar los derechos
y las obligaciones que se derivan de las necesidades básicas y los deseos legítimos,
orígenes de los valores objetivos.
Entonces, cuando se van a tomar decisiones que afectan a una parte o a toda
la sociedad, es muy importante tener presentes los dictados de la ciencia y la
tecnología, pero también entender que inexorablemente implican definiciones que
generarán controversias en la medida en que estén relacionadas con intereses
contradictorios. En otras palabras: tienen una dimensión político-ideológica que a
veces toma forma jurídica, la que –en cambio- implica siempre una concepción
ideológica.
Soy conciente de que estoy asumiendo un presupuesto filosófico para el
Derecho que es el realismo, antagónico al convencionalismo o formalismo; es decir
que estoy considerando al Derecho como una herramienta para el control y las
reformas sociales, no como un sistema autónomo y rígido. Por tanto, entiendo que
éstas son razones suficientes para que, en una sociedad que se precie de
democrática, sea imprescindible explicitar tanto el desiderátum orientador como los
medios a través de los cuales se concretarán las decisiones políticas. Es conocido que
esto no siempre se hace, en ocasiones para ocultar los fines perseguidos y/o los
intereses protegidos.
No se trata de una cuestión menor que, si siempre ha sido importante, hoy
adquiere una relevancia especial porque es indudable que los cambios estructurales
que en los ´90 sufrieron tanto la configuración social como la economía, en la Nación y
en la Provincia, y muy especialmente la visión del rol del Estado, formaron parte de
una hegemonía en el sentido gramsciano de rumbo general de la sociedad y afectaron
las concepciones sobre recursos naturales. No podía ser de otra manera, se trata de
nociones cargadas de connotaciones políticas e ideológicas. Asimismo, un análisis
más o menos cuidadoso de las normas que surgieron al calor de esa hegemonía
pone en evidencia cómo se esconden, tras el ropaje jurídico, teorías económicas
y concepciones político-ideológicas que han llevado a algunos a proclamar
como dogma jurídico lo que no es sino una posición –respetable o no- pero no
carente de alternativas, no sólo científicamente sustentadas sino legítimamente
posibles dentro del marco constitucional. Pocos asuntos como el manejo de
recursos naturales –en particular los que tienen potencial energético- ligados al rol del
Estado ilustran de manera tan nítida el carácter político del Derecho, lo que explica
que su régimen legal haya sufrido cambios fundamentales en los ’90.
Y bien, qué pensamos de los recursos naturales y el rol del Estado? En primer
lugar, consideramos que la explotación de ciertos recursos, como los hidrocarburíferos
y el agua, debe incluirse en el concepto de servicio público; entre otras razones,
porque son indispensables para la atención de necesidades básicas de la población
-aunque no me referiré aquí al concepto de servicio público, también cargado de
fuertes connotaciones político-ideológicas-.
Los hidrocarburos y el agua se pueden definir como un bien estratégico
(materia prima-poder) o, en las antípodas, como una simple mercadería
comercializable, es decir –usando un anglicismo- como un commodity. En el primer
caso se aprecia su cualidad de bienes no renovables y, para muchos países –entre los
que nos encontramos- son, además, escasos, por lo cual deben ser explotados
racional y sustentablemente; al contrario, las ideas “mercadistas” que impusieron
buena parte de la legislación vigente sostienen alegremente que cuando se acaben
“algo” los reemplazará, por lo que sus características de no renovables y escasos
pierden interés.
No es lo que piensan los países desde los que importamos esas ideas: el
problema de la seguridad de abastecimiento es prioritario para los países centrales y
no se rige allí por los avatares del mercado. En esas naciones los horizontes de
reservas oscilan en cincuenta años; el verdadero interés para ellas está en la riqueza
bajo tierra –las reservas- y no en las instalaciones de superficie o el mero consumo, es
decir la exploración antes y en paralelo con la explotación, todo lo contrario de lo que
viene ocurriendo desde hace más de diez años en nuestro país y en nuestra provincia.
Pero no sólo es prioritario el concepto de seguridad en el abastecimiento, también es
central la importancia que se le confiere a la apropiación de la renta, que no es lo
mismo que la legítima ganancia empresaria. No es la ocasión para extenderme, pero
quiero dejarles el caso de EEUU, campeón en la participación de los capitales
privados. Allí el Gobierno federal, sin tener la titularidad de empresa alguna, detenta la
propiedad de las reservas estratégicas y de amplias superficies del subsuelo. En el
caso de España, el compromiso del capital nacional con el Estado y la correspondiente
intervención de éste en actividades de importancia estratégica es tal que las empresas
-por muy privadas que sean- funcionan como herramientas al servicio de políticas de
interés nacional. Ese compromiso tiene expresiones como que cuando hay cambio de
gobierno hay cambio en el directorio de Repsol. Nosotros hoy debemos admitir que el
Presidente de Repsol es más poderoso que el Presidente argentino en lo que respecta
a nuestros hidrocarburos.
Todo esto ha traído un sinnúmero de graves problemas que afectan nuestra
vida cotidiana y que, de no haber cambios, tenderán a agravarse y, por lo tanto,
afectarán a las próximas generaciones. Me parece importante señalar dos de ellos:
primero, dadas la reestructuración que sufrió la economía -en particular el sector
energético- y las características que tuvo el proceso privatizador, no hubo
desregulación en términos de estimular la competencia, lo que hubo es una
transferencia del poder regulador del Estado a unos pocos pero muy poderosos
grupos económicos privados que se reflejó en precios que estaban más cerca de los
valores internacionales que de los costos internos –situación que en parte se ha
moderado merced a acertadas intervenciones del Gobierno nacional-; segundo, la
concepción misma del sistema hizo que no hubiera planificación, lo que explica en
buena medida el actual déficit de abastecimiento.

Mario de Casas

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