3. Mix de valores. Pasar tiempo con los abuelos es una escuela informal de valores.
Por ejemplo, al compartir momentos, los más jóvenes aprenden la generosidad.
También aprenden a escuchar a los demás. Si el abuelo sufre algún mal, aprenden el
respeto a las demás personas sin importar las condiciones, así como la
responsabilidad por el cuidado y la atención del prójimo. Los saca de sí mismos y
los hace ver más allá de su propia existencia. Los vuelve más solidarios y menos
egoístas.
4. Amar por simplemente existir. La relación sana con un abuelo les enseña a los
más chicos a querer a las personas simplemente por existir y no por los beneficios
que les pueda traer. Esto es algo muy valioso en la sociedad de hoy, en donde el
éxito material y el consumismo es una ola que inunda.
Luego de analizar estos puntos, en innegable que compartir con los abuelos tiene un
impacto positivo en la vida de los nietos. No sólo como cuidadores, sino a nivel
afectivo y emocional. Un abuelo que sabe cumplir su rol, amoroso y acogedor, se
convierte en un referente para sus nietos. Puede ser un consejero, un guía y, por
qué no, un modelo paralelo al de los padres que los acompaña y nutre con su amor y
sabiduría. No todos son perfectos. Pero en este intercambio, con sus diferencias,
encuentros y desencuentros, hay muchas cosas valiosas. Y las generaciones
intermedias - los padres de los niños o los hijos de los abuelos, que es lo mismo -
deben ser las gestoras e impulsadoras de estas potentes relaciones.