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Hasta hace pocas décadas, el papel de los abuelos en la familia era vital:

convocaba a los parientes, unía a las generaciones, transmitía la tradición, entre


otras tantas maravillas. Las fiestas familiares multitudinarias, donde se mezclaban
primos, tíos, hermanos, niños, jóvenes y viejos, eran una señal inequívoca de que
la familia era un lugar de encuentro irreemplazable. Hoy, en la mayoría de lugares,
las cosas han cambiado. Las familias no son tan numerosas, las separaciones se han
incrementado, no todos viven cerca, las casas no son tan grandes para acoger a
tantos y a los abuelos, ante estas realidades objetivas, se les complica desempeñar
el rol de antaño. Pero como en toda época, no hay que llorar por lo que ha cambiado
y se añora; ni predicar el “todo tiempo pasado fue mejor”. La manera de enfrentar
la moderna forma de vivir debe ser optimista e integradora. ¿Cómo así? pues debemos
rescatar en la medida de lo posible, todo lo bueno que nos trae las relaciones
intergeneracionales y tratar de fomentarlas a pesar de los obstáculos. ¿Por qué
debemos tenerlo como una de nuestras prioridades? porque los beneficios para todos
los miembros de la familia, sobre todo para los más pequeños, son irreemplazables.

¿Qué debemos rescatar de los abuelos?

1. Su rol de transmisor de sabiduría. El abuelo ha vivido mucho y, como todos


sabemos, no hay mayor conocimiento que la experiencia. El abuelo puede contar lo
que ha aprendido en su vida y esa información es de gran riqueza, porque puede
estar cargada de consejos académicos o laborales, amorosos, afectivos, etc. Y todos
estos valores transmitidos van a configurar, en parte, la identidad del nieto,
ayudándolo a tomar decisiones en el futuro.

2. El ejemplo. La palabra enseña pero el ejemplo arrastra. Si tenemos un abuelo


virtuoso, los más pequeños van a aprender a ser mejores personas gracias a los
consejos y a la forma de actuar del abuelo.

3. Mix de valores. Pasar tiempo con los abuelos es una escuela informal de valores.
Por ejemplo, al compartir momentos, los más jóvenes aprenden la generosidad.
También aprenden a escuchar a los demás. Si el abuelo sufre algún mal, aprenden el
respeto a las demás personas sin importar las condiciones, así como la
responsabilidad por el cuidado y la atención del prójimo. Los saca de sí mismos y
los hace ver más allá de su propia existencia. Los vuelve más solidarios y menos
egoístas.

4. Amar por simplemente existir. La relación sana con un abuelo les enseña a los
más chicos a querer a las personas simplemente por existir y no por los beneficios
que les pueda traer. Esto es algo muy valioso en la sociedad de hoy, en donde el
éxito material y el consumismo es una ola que inunda.

5. Aprender sobre la cultura familiar. La cultura familiar es una riqueza que se


valora cada vez menos. Pero es muy importante. Y normalmente son los abuelos los
responsables de transmitir las tradiciones. Para todo ser humano, tener raíces,
saber que pertenece a una familia, con un pasado, con una historia, lo hace
sentirse parte de algo, define su identidad y le da soporte. No hay que dejar que
los apuros y las distancias hagan perder este elemento imprescindible en el
crecimiento afectivo de los chicos.

Luego de analizar estos puntos, en innegable que compartir con los abuelos tiene un
impacto positivo en la vida de los nietos. No sólo como cuidadores, sino a nivel
afectivo y emocional. Un abuelo que sabe cumplir su rol, amoroso y acogedor, se
convierte en un referente para sus nietos. Puede ser un consejero, un guía y, por
qué no, un modelo paralelo al de los padres que los acompaña y nutre con su amor y
sabiduría. No todos son perfectos. Pero en este intercambio, con sus diferencias,
encuentros y desencuentros, hay muchas cosas valiosas. Y las generaciones
intermedias - los padres de los niños o los hijos de los abuelos, que es lo mismo -
deben ser las gestoras e impulsadoras de estas potentes relaciones.

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