Al margen de las cientos de propuestas de variada índole que aparecen día a día para combatir la
pobreza y emprender el camino del desarrollo, hay tres ejes fundamentales, que los podríamos
llamar pre-políticos que constituyen la base desde la cual se podrán articular políticas públicas que
favorezcan al país como un todo. La razón de ello es que estos tres aspectos de la vida de los
hombres tocan la esencia misma de lo que significa ser un “ser humano” y el camino a su plena
realización. Se trata de la educación, el emprendimiento y la familia.
No podemos limitarnos a tratar estos temas desde una perspectiva puramente económica o política,
pues todos ellos llevan inscritos la dimensión ética. De allí su importancia (afectan de un modo
fundamental el bienestar de las personas) y la necesidad de abordarlos con nuevas visiones que
enriquezcan los paradigmas que normalmente hemos utilizado para referirnos al desarrollo.
Y aunque es grande el progreso que se ha hecho en educación, aún queda mucho por hacer. Desde
un punto de vista ético, la desigualdad en la educación es un gran problema, porque no se crean
condiciones de equidad en otros ámbitos de la vida de las personas. Mientras un pequeño grupo de
niños y jóvenes tienen un nivel educativo de alto estándar que les permite optar a las mejores
universidades, a los trabajos mejor remunerados, y al liderazgo social, empresarial y político, hay
otro gran grupo de jóvenes que tienen una educación muy mediocre o, peor aún, una educación
claramente deficiente. Son muchos los jóvenes talentosos y capaces que se pierden por la deficiente
calidad de la educación. Y esto ocurre con mayor frecuencia entre familias más vulnerables desde
un punto de vista social. Ello sólo ahonda la desigualdad y genera mucha frustración y dolor, dando
origen a un clima de perturbación social donde la violencia aflora con facilidad.
Cuando Juan Pablo II dijo que los pobres no podían esperar se refería a que superar la pobreza es
una urgencia primaria y fundamental, dado que hiere a la humanidad en su sentido más originario
que es la fraternidad y la unión entre todos los hombres.
Y no nos estamos refiriendo a las grandes empresas (que por cierto tienen mucho que contribuir al
desarrollo y al bienestar de la sociedad), sino muy fundamentalmente a las PYMES, que son las
grandes generadoras de empleo en Chile. Éstas han de ser promovidas con políticas públicas y reglas
claras, por lo que generar instancias para que los jóvenes y las familias emprendan es un desafío
urgente de cara al desarrollo del país y de las personas.
Quisiéramos contar con propuestas concretas, evaluables y de probada eficacia, pero sabemos que
el tema no se deja reducir a una pocas iniciativas simplistas. En este campo hay mucho por hacer,
sobre todo en capacitación, acceso al crédito y la promoción de capital semilla.
Pero no se trata de crear cualquier tipo de empresa. El gran salto de la sociedad estará dado cuando
la empresa se convierta y se conciba como una comunidad de personas que crecen como tal. Ello
se logrará si comprendemos la empresa no sólo desde el ámbito económico, sino que también en
el ámbito personal, familiar y social.
Es mucha la contribución que la empresa puede hacer para aliviar los déficits de la sociedad en
educación, cultura, pobreza u otras áreas, participando en obras sociales o sumándose a obras de
caridad. La empresa puede hacer una enorme diferencia para mantener a una persona alejada de
la pobreza si se preocupa de formarla, capacitarla, de complementar su educación formal, de
desarrollarla como persona, de hacerla más “empleable”; en suma, si se preocupa de incrementar
sus capacidades humanas.
A la empresa no le resulta indiferente, tanto desde el punto de vista del ambiente laboral como
desde el punto de vista de su gestión, la situación familiar de quienes allí trabajan. Es obvio que una
persona que tiene estabilidad familiar también tendrá la tranquilidad que se requiere para trabajar.
Además que le dará un mayor sentido a su trabajo, puesto que de él depende el futuro económico
de su familia.
La situación por la que atraviesa la familia acarrea grandes problemas y el concepto de familia está
siendo debilitado en la sociedad moderna, lo que se manifiesta en tendencias como:
(2) La reducción considerable de los índices de natalidad. Además, son cada vez más los niños que
nacen fuera del matrimonio y que no tienen estabilidad familiar.
(3) El éxito que han tenido grupos de la sociedad para popularizar una definición de matrimonio
como la unión de dos personas sin importar su sexo, y no como lo que verdaderamente es, que
corresponde a la unión entre un hombre y una mujer.
También se hace indispensable promover desde toda la ciudadanía una actitud de agradecimiento
y respecto por la labor realizada por los ancianos, para que no se perciban, como en tantas partes
del mundo, como una carga para la sociedad.
Sacar adelante el país, hacerlo más próspero y fraterno es tarea de todos. Nadie puede sustraerse
en virtud de la dimensión ética que lleva grabado el ser ciudadano. El fortalecimiento de la
educación, la promoción del emprendimiento y la protección de la familia son formas efectivas de
enfrentar la pobreza.