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UNIVERSIDAD DE CARABOBO

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD


ESCUELA DE SALUD PÚBLICA Y DESARROLLO SOCIAL
DEPARTAMENTO DE SALUD MENTAL
ASIGNATURA: PSICOLOGÍA MÉDICA

TEMA. AFRONTAMIENTO Y ESTRÉS


Elaborado por: Profesoras Vivian Farfan, Gloria Peña y Diana Wharwood

ESTRÉS
Es un término de origen anglosajón que significa “tensión”, “presión”, “coacción”. El término
“estrés” es de uso común y se le emplea para hacer referencia a una gama muy amplia de
experiencias, por ejemplo, nerviosismo, tensión, cansancio, agobio, inquietud y otras
sensaciones o vivencias similares. También se aplica a miles de circunstancias o
situaciones responsables de esas emociones, como una cantidad excesiva de trabajo, la
desmesurada presión que se puede sufrir en cualquier situación comprometida; por ejemplo
durante la preparación de un examen, la espera en la antesala del dentista, la pérdida de
un familiar, enfermedades graves, un jefe difícil, etc.
Selye (1936) define el estrés como “la suma de todos los efectos inespecíficos de factores
(actividad normal, agentes productores de enfermedades, drogas, etc.) que pueden actuar
sobre el organismo. Estos agentes se llaman alarmógenos, cuando nos referimos a su
habilidad para producir estrés”.
Han sido diversas las posturas que han abordado la temática del estrés, donde surgieron
sesgos y orientaciones teóricas diferentes que propusieron otras tantas concepciones o
definiciones. Así, los enfoques fisiológicos y bioquímicos resaltan la importancia de la
respuesta orgánica, haciendo hincapié en los procesos internos del individuo, mientras que
las orientaciones psicológicas y sociales se enfocan en el estímulo y la situación generadora
del estrés, y por ende, en el agente externo. Otras tendencias superando esa dicotomía
acentuaron la interrelación y los procesos mediacionales o transaccionales. Ahora bien, se
distinguirá tres de las orientaciones teóricas significativas en la bibliografía sobre estrés:
1. Estrés como respuesta. Teoría fisiológica.
Desarrollada por Selye (1960, 1975), quien define el estrés como la respuesta inespecífica
del organismo ante la demanda de un agente nocivo (estresor o alarmador) que atenta
contra el equilibrio homeostático del organismo (Cannon, 1932). Es, pues, una respuesta
orgánica normal ante situaciones de peligro, donde el organismo se prepara para combatir
o huir (fight or flight) mediante la secreción de sustancias como la adrenalina, producida por
las glándulas suprarrenales (ubicadas en el extremo superior de los riñones), la cual se
disemina por toda la sangre y es percibida por receptores especiales en distintos lugares
del organismo, que responden para prepararse para la acción. Como respuesta, el corazón
late más fuerte y rápido, aumenta la irrigación, los órganos menos críticos (riñones,
intestinos) se contraen para disminuir la pérdida de sangre en caso de heridas, para dar
prioridad al cerebro y los órganos más críticos para la acción (corazón, pulmones,
músculos). Los sentidos se agudizan y la mente entra en estado de alerta.
Entre las críticas de esta teoría, se puede citar que “no establece las condiciones para que
un estímulo pueda ser considerado estresor independientemente de sus efectos” (Sandin,
1995, p. 7), ya que lo define en forma tautológica, como un estímulo que produce estrés.
Otra crítica se refiere al concepto de inespecificidad. Según Selye, la respuesta de estos es
inespecífica, ya que es producida por estresores diferentes como agentes físicos (por
ejemplo, frío, calor, un objeto punzante, etc.), psicológicos (por ejemplo, un insulto o
amenaza de agresión) o psicosociales (por ejemplo, pérdida de trabajo, crisis económica,
etc.). Todos estos estímulos inducen la misma respuesta al organismo: la activación del eje
hipotálamo-hipófiso-suprarenal. Sin embargo, Mason (1971) y Weiss (1971), en sus
estudios demostraron que el organismo responde más al estímulo emocional que al físico,
debido a que animales bajo los mismos estímulos reaccionaron fisiológicamente diferente
según la percepción emocional que el estímulo presentaba para ellos.
Cabe destacar que este modelo tuvo importancia histórica por haber abierto fecundas
investigaciones centradas en la acción de los factores fisiológicos del estrés. La limitación
fue precisamente haber reducido el campo a los aspectos orgánicos en detrimento de las
variables cognitivas, conductuales, de personalidad y contextuales intervinientes.
2. Estrés como estímulo. Teoría de los sucesos vitales.
Centrada en los estímulos ambientales, es decir, localizó fuera del individuo el hecho
gravitante del estrés. Holmes y Rahe, siendo los principales responsables de esta teoría,
observaron cuidadosamente los acontecimientos vitales que predecían la enfermedad de
cinco pacientes hospitalizados, encontrando evidencias significativas de que los cambios
ocurridos en la vida de esas personas incrementaron la posibilidad de contraer la
enfermedad, al cabo de uno o dos años. Así, por ejemplo, situaciones como enviudar, ser
despedido del trabajo o problemas con el jefe podía activar las hormonas y la fisiología del
estrés, disminuir la eficacia defensiva del sistema inmunológico e incrementar la
vulnerabilidad a la enfermedad. Además, sorprendentemente, acontecimientos positivos
como casarse, tener un hijo, mudarse a una casa nueva fueron estresantes, es decir, que
requerían un ajuste para el cambio que muchos no supieron manejar adecuadamente, por
lo cual sucumbieron ante la enfermedad.
Basándose en el estudio anterior, los investigadores construyeron la escala conocida como
The Social Readjustment Rating Scale (SRRS) publicada en 1967. Dicha herramienta
estaba conformada por una lista de 43 sucesos, organizados de mayor a menor, que según
la magnitud del cambio introducido en el último año recibían una determinada puntuación y
sus resultados indicaban la probabilidad de las personas de enfermar en el futuro. En
síntesis, los autores señalaron que: a) la magnitud del cambio vital esta alta y
significativamente relacionada con la aparición de la enfermedad; b) cuanto mayor sea el
cambio vital o crisis, mayor es la probabilidad de que este cambio se asocie con la aparición
de la enfermedad en la población de riesgo y c) existe una fuerte correlación positiva entre
la magnitud del cambio vital y la gravedad de la enfermedad crónica experimentada
(González, 1987, p. 406).
La principal crítica de este modelo psicosocial es que la reacción del sujeto depende más
de la percepción del evento que del evento en sí. No toma en cuenta las diferencias
individuales en la respuesta al estrés. Además, el hecho de que los acontecimientos vitales
aumenten los niveles de estrés, no quiere decir que vaya a producirse una enfermedad, ya
que para esto deben presentarse otros factores propios del sujeto. También es conveniente
señalar que, en muchos casos los eventos vitales pueden desempeñar una función positiva,
en lugar de enfermar, pueden activar la resiliencia (Walsh, 1998), o la posibilidad de crecer
y madurar, o de adquirir nuevas destrezas que mejoren los recursos de autoeficacia y
autoconfianza o desarrollen otras habilidades que aumenten el bienestar.
3. Definición interactiva. Teoría de la evaluación cognitiva.
En contraste a las perspectivas anteriores, que otorgan relevancia a las variables internas
o externas, otorgándole un rol pasivo al individuo y minimizando los factores psicológicos,
esta teoría atribuye a la persona la acción decisiva en el proceso, ya que especifica que el
estrés se origina en la evaluación cognitiva que hace el sujeto al intermediar las relaciones
particulares entre los componentes internos y los provenientes del entorno. Su principal
exponente es Richard S. Lazarus, en 1966.
El modelo de Lazarus considera que el estrés es el resultado de una evaluación que hace
la persona de daño/pérdida (evalúa hechos consumados), de amenaza (anticipa hechos) o
de desafío (se mueve ante la posibilidad de perder o ganar). Muchos factores personales
influyen en esa evaluación (motivaciones, compromisos, creencias, expectativas, etc.) pero
quizás el trabajo más importante de Lazarus haya sido el de definir con precisión los
factores situacionales que hacen probables una evaluación estresante, por ejemplo, habla
de la novedad, la inminencia, la predictibilidad, la duración, la incertidumbre, la ambigüedad
y la cronología biográfica (Valdés, 1986, p. 17).
Específicamente, Lazarus y Folkman (1986, p. 43), definen el estrés como “una relación
particular entre el individuo y el entorno, que es evaluado por éste como amenazante o
desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar”. La clave de la psicología
del estrés son los “actos de evaluación cognitiva” que determinan el valor de la amenaza.
Lazarus distingue tres tipos de evaluación: 1) la primaria, que se centra en la situación, se
produce en cada encuentro o transacción con algún tipo de demanda externa o interna,
donde intervienen cuatro modalidades de evaluación; amenaza (anticipación de un daño
posible), daño/pérdida (resultados de una amenaza), desafío (valoración de la situación que
hace el sujeto que conlleva resultados inciertos y beneficio (valoración positiva que no
inducirá a estrés); 2) la secundaria, se centra en la valoración de la propia eficacia que
tendrán las medida que adopte para hacer frente a la situación; se trata de los recursos de
afrontamiento o habilidades de coping que incluyen los recursos físicos (salud y energía),
los recursos psicológicos (creencias positivas), las aptitudes (técnicas para la resolución del
problema y habilidades sociales); además de los recursos ambientales, de tipo social
(apoyo social) y los recursos materiales (dinero, bienes y servicios) y; 3) la reevaluación,
procesos de feedback que ocurren durante el proceso de interacción entre el individuo y las
demandas, que permite realizar las correcciones necesarias, al asimilar nuevas
informaciones o cambio de la situación que determinará los respectivos cambios de
conducta.
Ahora bien, una vez que se ha realizado la acción evaluativa, las manifestaciones de estrés
van a ocurrir en la medida de la eficacia que tengan las actuaciones que efectúe el sujeto
para hacer frente a la amenaza, denominadas “estrategias de afrontamiento”.
Entendiéndose por afrontamiento “aquellos esfuerzos cognitivos y conductuales
constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas
externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos
del individuo” (Lazarus et al., 1986, p. 64). Así pues, son conductas dirigidas a dominar,
tolerar, reducir o minimizar las demandas excesivas que amenazan al individuo. El
afrontamiento es un proceso diferente de las conductas adaptativas automatizadas que se
enfoca más en los “esfuerzos” que en los resultados y que busca “manejar” las situaciones
estresantes.
AFRONTAMIENTO
Partiendo de la teoría de Lazarus y Folkman, el afrontamiento es el proceso de manejar
las demandas que cobran un costo o exceden los recursos personales. El mismo, está
influenciado por las valoraciones primarias (se evalúa un evento como dañino, amenaza
o reto) y por las valoraciones secundarias (se valoran los recursos con que cuenta el
individuo para afrontar la situación, a su vez, este proceso no es una acción única en un
momento específico, sino un conjunto de respuestas que va ocurriendo durante el tiempo,
a través de las cuales la persona y el ambiente se influencian mutuamente. Ejemplo, una
ruptura de pareja puede generar variedad de reacciones que van desde respuestas
emocionales como la tristeza o la indignación, hasta las acciones para una reconciliación.
Asimismo, existen múltiples factores que influencian el proceso de afrontamiento en los
individuos. A continuación puntualizaremos algunos de ellos:
- Personalidad y afrontamiento: La personalidad que cada persona manifiesta en
los eventos estresantes, influencia la forma en la que afrontará el evento. Algunas
características de la personalidad empeoran las situaciones de estrés mientras que
otras las mejoran.
- Negatividad, estrés y enfermedades: Algunas personas están predispuestas por
su personalidad para experimentar los eventos estresantes como especialmente
estresantes, lo cual, en su momento, afecta su tensión psicológica, sus síntomas
físicos y/o su frecuencia de enfermedades. Una línea de investigación se ha
enfocado en el estado psicológico llamada afectividad negativa (Watson y Clark,
1984).
La afectividad negativa puede estar asociada con la elevada secreción de cortisol y
cierta elevación en la actividad adrenocortical la cual puede generar un camino
biopsicosocial que relacione la afectividad negativa con sucesos de salud adversos.
Las personas con afectividad negativa también parecen más vulnerables a las
enfermedades ya que tienden a utilizar los servicios médicos en mayor cantidad,
sobre todo en momentos de estrés, en comparación a las personas con poca
afectividad negativa (S. Cohen y williamson, 1991). También las personas que
tienen mayor afectividad negativa crónica pueden estar más propensos a
enfermarse y muestran signos de tensión, síntomas físicos y comportamiento de
enfermedad aun cuando no se están enfermando.
- El apoyo social: estudios han podido demostrar que el apoyo social opera como
un amortiguador del impacto del estrés y es una variable asociada a la salud. El
apoyo social es un factor moderador del efecto del estrés en la medida que la
persona tenga una alta predisposición a buscar ese apoyo en situaciones
estresantes. Cuando se analiza la variable apoyo social, se debe tener en cuenta
cinco elementos básicos: 1) dirección, según el apoyo social sea proporcionado,
recibido, o ambas cosas a la vez; 2) disposición de recursos y su utilización; 3)
descripción/evaluación de la naturaleza del apoyo social; 4) contenido, según sea
emocional, instrumental, informativo o valorativo y 5) redes sociales de que dispone
el sujeto, familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y otros por el estilo.
Investigaciones sobre apoyo social han evidenciado que este es un factor
moderador del impacto del estrés sobre la reactividad cardiovascular. Por otro lado,
Leserman et al. (1999), demostraron que más estrés y menos soporte social puede
acelerar en curso de infecciones con pacientes VIH. Otros estudios han demostrado
diferencias de género con respecto a los modo de afrontar el estrés, observándose
que las mujeres buscan en mayor medida que los hombres el apoyo social,
manifiestan más sus emociones en relación con el evento estresante y ocupan la
mayor parte de su tiempo en la realización de actividades distractoras para evitar
pensar en las situaciones problemáticas
- La resiliencia: es la capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y ser
fortalecido o transformado por experiencias adversas. El término, que proviene de
la física, se aplica a la elasticidad de un material, que puede resistir el choque o el
impacto de un objeto contundente. Chok Hiew y colaboradores (2000) descubrieron
que las personas resilientes enfrentaban a los estresores y las adversidades de
forma tal que reducían la intensidad del estrés y lograban el decrecimiento de los
signos emocionales negativos, tales como la ansiedad, la depresión y la ira, a la vez
que aumentaban la salud emocional.
Estilos de Afrontamientos
El estilo de afrontamiento es una predisposición general para manejar eventos estresantes
en una forma particular. Todos conocemos personas que manejan el estrés a través del
hablar, mientras otras personas reservan sus problemas para sí mismo.
Evitación versus confrontamiento: Algunas personas enfrentan eventos amenazantes
utilizando un estilo de afrontamiento evitativo (minimizador), mientras otras personas
manejan el estilo de afrontamiento confrontativo (vigilante), reuniendo información o
ejecutando acciones directas. Ninguno de los dos estilos es necesariamente más afectivo
que el otro para manejar el estrés; cada uno parece tener ventajas y desventajas. Las
estrategias de confrontación pueden resultar más exitosas que las de evitación para
afrontar el estrés cuando se enfocan en la información presente, en la situación más que
en las emociones (Suls y Fletcher, 1985). Al enfocarse en las emociones negativas para
responder ante eventos estresantes, la persona puede aumentar y empeorar los niveles de
su estrés.
El que las estrategias de confrontación o evitación sean exitosas también depende de la
duración de los estresores. Las personas que afrontan al estrés minimizando o evitan los
eventos amenazantes, parecen manejarse de forma efectiva entre las amenazas de corto
plazo (por ejemplo, Wong y Kaloupek, 1986). Sin embargo, si la amenaza es repetitiva o
persistente, la estrategia de evitación puede no ser exitosa. Las personas que utilizan
estrategias de afrontamiento enfocadas a la evitación pueden no realizar los suficientes
esfuerzos cognitivos y emocionales para anticipar y manejar problemas a largo plazo (Suls
y Fletcher, 1985; S.E. Taylor y Clark, 1986).
Estrategias Específicas de Afrontamiento: A una paciente gravemente enferma de
cáncer se le pregunto la forma en la que afrentaba su padecimiento de forma tan efectiva,
y ella respondió: “trato de comer cangrejo, frambuesas cada semana”. A pesar de su
elección particular de la estrategia para enfrentar puede parecer inusual, su respuesta
manifiesta la importancia de las estrategias personales para afrontar los eventos
estresantes.
Las investigaciones se han enfocado en forma más específica en estrategias de
afrontamiento así como en estrategias generales para lograrlo. Este cambio ha ocurrido en
parte porque investigaciones recientes han cuestionado si las mediciones de estilos
generales para enfrentar son una forma certera de predecir cómo se comportan personas
en situaciones específicas (J.E. Schwartz, Neale, Marco, Shiffman y Stone, 1999). Tal
aproximación también ha generado un análisis mucho más detallado de exactamente cómo
es que las personas manejan los eventos estresantes que confrontan diariamente. Carvey,
Scheier y Weintraub (1989) desarrollaron un instrumento para medir las estrategias
específicas para enfrentar que las personas utilizan con eventos estresantes llamada
COPE.
Referencias Bibliográficas
- Oblitas, L (2006). Psicología de la Salud y la Calidad de Vida, 2da ed. México:
Thomson.

- Shelley E. Taylor (2003), Psicología de la Salud, 6ta ed. México: Mc Graw


Hill.

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