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CARLOS PIÑA.

«LA CONSTRUCCIÓN DEL “SÍ MISMO” EN EL RELATO AUTOBIOGRÁFICO». (*)


Documento de Trabajo, Programa FLACSO-Chile, N° 383, septiembre de 1988.

RESUMEN

La hipótesis central que se argumenta en estas páginas sostiene que la naturaleza


del llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico de carácter
interpretativo, que se define por construir y sostener una figura particular de «sí mismo»,
y tal construcción es realizada en términos de un «personaje». De esta forma, el relato
autobiográfico alude más al caudal interpretativo del sujeto y a la imagen que construye
—para ser proyectada y consumida por su interlocutor y por él mismo—, que a una
descripción de hechos históricos. La pregunta, entonces, desde un punto de vista
metodológico, no puede estar referida a qué tan «verdadero» o «fiel» a los hechos es tal o
cual relato, sino qué estructuras de atribución de sentido operan en él. En consecuencia,
el estudio de los relatos de vida debe basarse en la existencia de un modelo consistente
de análisis textual que desglose, describa y explique los procedimientos de generación y
articulación de la categoría nuclear que compone ese tipo de narración: el personaje.

En la primera parte se define y caracteriza la naturaleza del discurso autobiográfico


en el contexto de las ciencias sociales. En la segunda y tercera se describen dos factores
principales que influyen en el perfil final que asume cada relato de vida particular: la
situación biográfica del narrador y las condiciones materiales y simbólicas en que tal
narración es producida. En cuarto lugar, se propone una serie de categorías distintivas
para analizar la estructura del relato autobiográfico y los principales mecanismos con los
que el hablante construye su personaje.

INTRODUCCIÓN

«La vida no es más que una sombra que pasa, un


pobre cómico que se vaponea...; una historia narrada por un
idiota, con gran ruido y furia, pero vacía de significación...»

(Macbeth)
Lo usual en los textos más o menos especializados de estos últimos años, es
postular que la riqueza del material documental que reside en el actual uso de las
historias de vida, testimonios y relatos autobiográficos, se fundamenta en su
capacidad para dar cuenta de la «subjetividad» de los protagonistas de la historia —
los sujetos anónimos que son despreciados por los enfoques exclusivamente
macrosociales—, permitiendo así el rescate de la «verdad» contenida en su punto de
vista, en su óptica socialmente delimitada. En otra parte (Piña, 1986) he analizado
las causas y características de este proceso, mediante el cual los sujetos anónimos
y la vida cotidiana se han convertido progresivamente en un objeto de conocimiento
relevante para las ciencias sociales (y para la industria editorial), lo que ha
contribuido a redescubir, revitalizar y difundir el —en palabras de Bertaux (1980)—
«enfoque autobiográfico», por lo que no volveré aquí sobre tal cuestión. El objetivo

(*)Una versión bastante más breve de este texto fue presentada como ponencia al Seminario
«Autobiografía, testimonio y literatura documental», organizado por el Instituto Francés de Cultura
de Santiago, septiembre-noviembre 1987. Agradezco los comentarios y sugerencias del profesor Guy
Mercadier, que me permitieron ampliar y redefinir algunas de las cuestiones aquí planteadas.
También agradezco la generosa colaboración de Marisa Weinstein y Hernán Pozo.
central de estas páginas, en cambio, es presentar y defender la siguiente hipótesis:
la naturaleza del llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico de
carácter interpretativo, que se define por construir y sostener una imagen particular
del «sí mismo», y tal construcción es realizada en términos de un «personaje». En
consecuencia, el estudio de los relatos de vida debe basarse en un modelo
consistente de análisis textual que desglose, describa y explique los procedimientos
de generación y articulación de la categoría nuclear que compone ese tipo de
narración: el personaje.
Para avanzar en la hipótesis mencionada se aborda, en primer lugar, la
naturaleza del discurso autobiográfico en el contexto de las ciencias sociales. Es
decir, se especifica el tipo de conocimiento particular que tal género puede otorgar y
se hacen algunas consideraciones respecto al tipo de validación metodológica de
que debería ser objeto. En segundo y tercer lugar, se tratan dos de los principales
factores que influyen en el perfil final que asume cada relato de vida particular,
visto como proceso y como producto. A saber: 1) la situación biográfica del hablante
y 2) las condiciones materiales y simbólicas en que tal narración es producida. En
cuarto lugar, se define el perfil del personaje-narrador, se propone, una serie de
categorías distintivas para analizar la estructura del relato autobiográfico y se
definen y caracterizan los principales mecanismos con los que, según mi opinión, el
hablante construye su «sí mismo» en términos de un personaje.
Es necesario destacar que, en lo medular, este trabajo está referido
exclusivamente al género denominado «relato autobiográfico»; «relato de vida»,
«discurso autobiográfico» o «autobiografía» (sinónimos, para los efectos de lo aquí
planteado). Aún más: al interior de tal género las afirmaciones aquí hechas son
especialmente aplicables al discurso autobiográfico tal y como es usado
actualmente en las ciencias sociales, es decir, aquel cuya preocupación
preponderante son los sujetos «anónimos», y donde los relatos son obtenidos
generalmente mediante el procedimiento de la entrevista o la escritura solicitada. No
obstante, acepto y percibo que muchas de las argumentaciones aquí vertidas
pueden ser también aplicadas al texto autobiográfico de corte más tradicional,
realizados por figuras públicas o sujetos de élite que voluntariamente escriben su
vida o sus memorias. Del mismo modo, algunas de las cuestiones aquí planteadas
podrían discutirse, pero no aplicarse automáticamente, en relación a las historias
de vida, testimonios y otros géneros «menores» (biográficos o autobiográficos), tales
como las cartas de los condenados a muerte, los epitafios, las conversaciones de
reencuentro, las presentaciones de los autores en las solapas de los libros, los
currículum vitae y las necrologías, entre otros.
Estoy asumiendo así las distinciones, ya muy extendidas (pero,
lamentablemente, no universalizadas aún) entre el «relato autobiográfico», por una
parte, la «historia de vida» o «biografía», por otra, y, por último, el «relato testimonial»
o «testimonio».1 A pesar de tratarse de tres géneros intensamente relacionados y que
empíricamente suelen sobreponerse y fundirse, me parece de vital importancia
resaltar sus diferencias, pues de ellas se deducen criterios metodológicos
importantes. La historia de vida, en primer lugar, se caracteriza por investigar en
profundidad y extensión el recorrido biográfico de uno o varios sujetos, para lo cual
utiliza una gran cantidad y diversidad de materiales (archivos, relatos indirectos,

1 Denzin (1970) fue, casi con seguridad, quien primero estableció una distinción similar a la aquí
propuesta, entre lo que denominó «life history» y «life story». Para otras clasificaciones y definiciones
de este tipo de documentos ver: Plummer (1983) y Pineau y Michele (1983).
cartas, reconstrucciones históricas, contratos, etc.). En segundo lugar, el relato de
vida, es un concepto reservado sólo para la versión (oral o escrita, en sus diferentes
modalidades y grados de estructuración) que un individuo da de su propia vida. De
este modo, una historia de vida puede tener o no entre sus materiales el relato que
hace el propio sujeto sobre sí mismo. En tercer lugar, el testimonio según mi punto
de vista, será un nombre reservado al relato en el cual una persona se refiere, a
través de sus vivencias personales, a algún suceso histórico o medio social del cual
fue testigo, sin que el eje de su narración sea necesariamente su propia evolución a
través del tiempo.
Como se argumentará en el próximo capítulo, son relevantes las consecuencias
metodológicas implicadas en tales distinciones, pues tienen que ver con las
diferentes potencialidades de cada género y los mecanismos de validación interna o
externa al cual deben ser sometidos en su recopilación y análisis. En las próximas
páginas no se harán mayores consideraciones respecto a las múltiples modalidades
concretas que pueden adoptar las investigaciones que utilizan un enfoque
biográfico. Es así que en cada uno de los capítulos se habla como si se estuviese
frente a los problemas de análisis de una investigación basada en sólo un relato de
vida. Esta opción de redacción no debe hacer olvidar que, en general, las
investigaciones definen un diseño de acuerdo a interrogantes particulares, y en él
pueden combinar el uso de diversos tipos de materiales. Además, por lo común se
abarcan muestras más o menos homogéneas de grupos humanos específicos
(campesinos; indígenas, mujeres, migrantes, etc.). Estas alternativas poseen
complejidades adicionales a las aquí enfrentadas, las que se refieren, básicamente,
a la representatividad y a los criterios pertinentes en los procedimientos
comparativos.2

1. CARÁCTER INTERPRETATIVO DEL DISCURSO AUTOBIOGRÁFICO


Como proposición inicial quiero afirmar que el relato autobiográfico no se
destaca especialmente por la calidad o cantidad específica de información histórica
o etnográfica que proporciona. El relato autobiográfico —a diferencia de una
historia de vida o de un testimonio— puede (sin ninguna duda) aportar material de
este tipo y, eventualmente, ser útil en un estudio de reconstrucción de cierto
período o suceso histórico, pero su potencialidad específica no reside en ser reflejo
fiel de lo que fue esa vida, nunca será la reconstrucción de los hechos y sucesos que
la caracterizaron.
Supongo que definir qué es «la vida» de una persona constituye una labor
especialmente ardua. Para evadirla utilizaré el cómodo expediente de proponer que
ella consiste en la sucesión discontinua de acontecimientos, hechos, actitudes y
sentimientos, referidos a una individualidad delimitada —a un nombre propio—,
desde el momento de su nacimiento hasta el de su muerte. Esta definición debiera
resaltar el que tal sucesión no es necesaria ni usualmente coherente, en el sentido
que su desenvolvimiento no corresponde a un «plan» trazado previamente por el

2 Es deseable la profusión de más estudios comparativos, pues en base a ellos sería posible postular
diferentes tipos de estructuras narrativas (o transformaciones de la misma estructura) a las cuales
podrían corresponder determinadas clases de personajes, según fuera el grupo social que las srcina.
Con esto se contribuiría también a compensar el actual sesgo, según el cual la gran mayoría del
material recopilado pertenece a los grupos de más bajos ingresos o que reflejan algún tipo de
marginalidad social. Para una argumentación metodológica en torno a la posibilidad de
representatividad de los géneros biográficos ver: Saltalamacchia (1987).
mismo sujeto o por otro, o por algo externo ni anterior al individuo. También
defiendo la posición según la cual se trata de emociones, relaciones y acciones
entrelazadas, a través del tiempo, con las de otros individuos, en el contexto de una
totalidad social y cultural que no determina absolutamente, ni entrega, tampoco, un
campo de libertad absoluto. Esto último implica que hablar de la vida de una
persona obliga a situarse al interior de una ambigüedad que fluctúa entre la
representación de una individualidad consistente y, simultáneamente, el
reconocimiento de un fenómeno supraindividual.
En cualquier caso, aunque restringiésemos más aún la definición de lo que es
una vida, siempre ella aludirá a un contenido demasiado amplio y difuso como para
suponer que se pueda recuperar o reproducir. No existe ningún archivo ni
mecanismo lo suficientemente poderoso —ni siquiera el cerebro humano, con todas
las mentadas potencialidades del inconsciente— que sea capaz de retener, para
después reproducir, la casi infinita procesión de dimensiones y detalles que
componen una vida.
Tales consideraciones no dejan de tener cierta importancia, pues llevan a
reconocer que el relato autobiográfico —como método y como producto— no es, no
puede ser, el reflejo fiel de algo exterior a él. Es más, ni siquiera representa de modo
necesario (estadística o simbólicamente) la vida de alguien. De lo que se trata es de

un material
constituye en relativamente autónomo,
algo «nuevo», en el sentido que posee
que no es laun cuerpo propio
consecuencia y que
directa, se y
verbal
discursiva del acontecer histórico de un sujeto.
«Está bien —podrá exclamar algún fervoroso defensor de los relatos de vida,
irritado al ver que se cuestiona su legitimidad como herramienta de reconstrucción
histórica—, es verdad que las autobiografías no nos proporcionan la totalidad de lo
que ha sido la vida de alguien, pero se debe admitir que sí nos pueden entregar lo
más importante de ella». No podría estar más dispuesto a aprobar esta afirmación.
No obstante, queda el incómodo problema de detectar qué es lo que se entiende por
lo «más importante». Si nos arriesgáramos a citar a un foro-panel a dignatarios
religiosos de diferentes confesiones, un psicoanalista, un trabajador social, un ex-
presidiario, un vegetariano y un reportero gráfico, para que entre todos debatieran
el punto, sin
ilustrativo duda
acerca de no se llegaría
lo difícil que esaproponer
ningunaun
conclusión, pero sí respecto
criterio unánime sería altamente
a lo que
constituye lo «importante» y lo «secundario» en la vida de alguien.
A un historiador que busca reconstruir la vida cotidiana de principios de siglo
en Santiago, le parecerá de vital importancia presionar a su anciano entrevistado
para que haga esfuerzos por recordar qué tipo de sistema de evacuación de excretas
existía en su casa de infancia, mientras, es probable, éste se empeña porfiadamente
en hablar de su fallecida madre. A riesgo de ser repetitivo, puedo aprovechar este
ejemplo para insistir en la importante diferencia metodológica —no siempre
apreciada— entre el testimonio y el relato autobiográfico. Quien recurre a
antecedentes orales de tipo autobiográfico con el objetivo primordial de conocer
cuestiones relativas a un entorno, a un suceso o a una época, está estrictamente
generando testimonios, es decir, buscando y haciendo hablar a testigos calificados,
quienes pueden hacer un relato sobre cuestiones externas a ellos, pero en las que
se vieron involucrados de un modo más o menos personal.
Según Bertaux (op. cit., 206), la riqueza de los testimonios se define por su
potencial capacidad informativa, la cual está en directa proporción a la ignorancia
previa que el investigador o lector tenga sobre el tema. Lo «informativo»- es la
esencia del testimonio; en él la versión acerca de la propia vida queda subordinada
a su función de ser «ventana» a un universo cultural o histórico desconocido para el
destinatario del relato: el testigo cuenta lo que su público no vio. Ello implica que
muchos textos denominados usualmente relatos autobiográficos o historias de vida,
pueden ser enfocados o rescatados realmente (o simultáneamente) como
testimonios, en la medida en que el interés investigativo y el contenido mismo del
texto está más referido a lo que rodeó al sujeto que a la dimensión estrictamente
autobiográfica, centrada en su versión de lo que fue su propia trayectoria temporal.
En definitiva, esta clasificación tiene tanto que ver con la naturaleza del relato y con
los intereses específicos de cada estudio, como con el papel que se le asigna a la
narración en estudio, como con el papel que se le asigna a la narración en un
proceso de investigación. Consecuentemente, los criterios de validez y confiabilidad
que operan en el uso de tal herramienta son diferentes a los que corresponden a los
relatos autobiográficos, sobre los que trata este trabajo.
El problema de decidir qué importa más y qué menos en la vida de alguien no
se simplifica demasiado al plantear que lo relevante será aquello que el mismo
sujeto destaque en su relato. Aunque pueda parecer éticamente apropiado no
imponer un criterio externo y metodológicamente acertado el concebir el relato como
fluyendo sin ajustarse a expectativas externas previas, en la práctica (como se verá
más adelante) tal presupuesto no pasa de ser un buen, pero variable, criterio
operativo que no soluciona gran cosa. Su pertinencia choca con que una narración
autobiográfica está muy distante de parecerse a un monólogo desinteresado que
realiza una persona frente a sí. Toda narración cuya motivación inicial es una
supuesta reconstrucción de la propia vida, es en realidad una construcción
discursiva de tipo interpretativo, confeccionada para un público particular. Volveré
sobre este punto.
Es frecuente, sin embargo, el que numerosos y destacados autores definan,
utilicen y analicen este tipo de material enfocándolo de un modo absolutamente
distante al aquí sostenido. En ocasiones se argumenta en torno a cuestiones
absolutamente irrelevantes, como si se estuviese frente a una indagación
psicológica o jurídica, como si el relato de esa persona fuese un camino para llegar
a conocer y desentrañar su historia pasada, como si se estuviera realmente frente
una vida y no a palabras: ¿qué motivaciones tuvo «X» para actuar de tal manera?,
¿visualizó «Y» la posibilidad de opciones diferentes?, ¿qué circunstancias o factores
influyeron en tal desenlace?, ¿qué rol jugó su relación con «Z»?, ¿por qué no se
percató «Q» de la consecuencia de su acción?, etc. Esta «ilusión biográfica» —según
la expresión de Bourdieu (1986)— se apoya en cierta filosofía de la existencia de
corte historicista que está fuertemente arraigada en el sentido común, según la cual
la vida puede ser comprendida, y en Consecuencia relatada, en tanto sucesión
articulada de acontecimientos con sentido.
«Esa vida organizada como una historia se desarrolla, según un orden cronológico que es
también un orden lógico, desde un comienzo, un srcen, en el doble sentido de punto de
partida, de principio, pero también de razón de ser, de causa primera, hasta su término, que es
también un fin. La narración, sea ella biográfica o autobiográfica... propone acontecimientos
que, sin ser todos y siempre desarrollados según una estricta sucesión cronológica... tienden o
pretenden organizarse en secuencias ordenadas según relaciones inteligibles. El sujeto y el
objeto de la biografía... tienen de alguna manera el mismo interés en aceptar el postulado del
sentido de la existencia contada e, implícitamente, de toda existencia... La narración
autobiográfica se inspira siempre, al menos en parte, en el deseo de dar sentido, de hacer
inteligible, de expresar una lógica a la vez retrospectiva y prospectiva, una consistencia y una
constancia, estableciendo relaciones inteligibles, como aquella que tiene el efecto en relación a
la causa eficiente o final, entre los estados sucesivos, así constituidos en etapas de un
desarrollo necesario» (Bourdieu, op. cit., 69. Destacados en el srcinal).

El postulado central que resume mi punto de vista es que el objeto de estudio


llamado relato autobiográfico, en rigor está constituido por ese discurso específico
«otorgador de sentido», y no por aquello a lo cual inmediata y presuntamente tal
discurso se refiere: la vida de ese hablante. En cada «momento biográfico»
(entrevista, confesión, conversación, escritura, etc.) y en el texto mismo, el sujeto
construye un «sí mismo»; esto es, una representación que hace, ante sí, de su
propia identidad como persona. Esta definición del «sí mismo» se inscribe en la
tradición fundada por G. H. Mead, quien con ello buscaba destacar:3
«...la característica de la persona como objeto para sí. Esta característica está representada por
el término “sí mismo”, que es un reflexivo e indica lo que puede ser al propio tiempo sujeto y
objeto. Este tipo de objeto es esencialmente distinto de otros objetos, y en el pasado ha sido
distinguido como consciente, término que indica una experiencia con la propia persona, una
experiencia de la propia persona. Se suponía que la conciencia poseía de algún modo esa
capacidad de ser un objeto para sí misma. Al proporcionar una explicación conductista de la
conciencia tenemos que buscar alguna clase de experiencia en la que el organismo físico pueda
llegar un objeto para sí mismo» (Mead; 1934, 168-9).

El «sí mismo» proyectado en un momento biográfico, y que se constituye como


protagonista del relato, es otro «sí mismo» que aquél de cuya vida supuestamente se
habla. Ese, o, mejor dicho, esos «sí mismos» ya no existen; residuos de ellos
sobreviven en la memoria propia y en la de los otros, sus sombras se proyectan en
rutinarios papeles y descoloridas fotografías, la materialidad de los episodios más
característicos de sus vidas hoy se plasman sólo a través de la articulación de
signos gráficos o fonéticos. Por otra parte, quien habla se torna narrador, cede a la
tentación de ser portavoz de la historia: relata, y a través de su relato cree revivir,
reproducir, recrear, reflejar; aspira a la veracidad. Pero, mientras narra, se difumina
a cada instante, y cuando termina una frase para tomar aliento ya no existe, es
parte de la historia, del pasado irrecuperable; luego, sus huellas son recogidas,
recorridas y rehechas constantemente por su heredero: nuevamente el narrador.
Lo medular, entonces, en relación al enfrentamiento metodológico de un texto
autobiográfico, no es preguntarse cómo transcurrió efectivamente la vida de alguien
(validez externa que se obsesionará y frustrará en la corroboración de lo narrado.
Cuestión nada de accesoria, a veces factible a veces no, pero que no «opera» para
una gran proporción del contenido del relato); sino cómo ese alguien se representa
—ante sí y ante otros— el transcurrir de su vida y lo relata. Cuando se cuenta la
vida, nunca tenemos entre manos la versión verbal de lo que ella fue, sino un
«discurso interpretativo» —retazos de hechos dibujados por una perspectiva
peculiar, selecciones, montajes, omisiones, encadenamientos, atribuciones de
causalidad, etc.— cuya particularidad es estar estructurado en torno a la

3 3 Es conocida la notable influencia que ha tenido el pensamiento de Mead sobre importantes

autores
(Schutz, yGoffman,
corrientes teóricos,Fromm,
Kardiner, más alláBerger,
del posteriormente
por nombrar denominado «interaccionismo
sólo algunos). simbólico»
Uno de sus aportes más
significativos —y que está en el trasfondo de lo argumentado aquí, aunque no se profundice
especialmente en ello— dice relación con la definición del individuo y la sociedad, de acuerdo a la
cual Mead fue uno de los primeros que postuló sistemáticamente al interior de las ciencias sociales
norteamericanas de qué modo la autoconciencia de cada individuo es histórica, es decir socialmente
anterior a la personalidad individual. O, en palabras de Berger (1982, 356), tuvo la capacidad de
demostrar que: «la realidad subjetiva de la conciencia individual es algo construido socialmente».
construcción de una figura que aquí denomino personaje. 4 En otras palabras, el

relato construye una vida —recurriendo a una diversidad de materiales y


mecanismos— y sólo en determinado sentido es esa vida: se ha extinguido —y se
diluye a cada instante— cualquier otra existencia que la del texto. Para decirlo de
una forma poco rigurosa: si es interesante la dimensión autobiográfica que posee
toda novela, lo que aquí interesa es la dimensión «novelística» de toda autobiografía.
En consecuencia, la preocupación metodológica debe centrarse en generar un
5
modelo de análisis
mecanismos del relato autobiográfico,
y condiciones que regulan la que permita precisar
elaboración los presupuestos,
de la propia biografía. La
posibilidad de gestar un modelo de análisis tal, se basa en el supuesto de que las
formas de narrar una vida (y, por tanto, sus contenidos), no son ilimitadas ni
azarosas, sino al contrario, corresponden a estructuras de relato relativamente
acotadas y compartidas socialmente. Se trata de procesos de «semantificación» del
pasado o, mejor dicho, de los recuerdos del pasado que afloran en una situación
específica. El producto final indudablemente posee un sello personal, pero cada
sujeto lo elabora y desarrolla a base de atribuciones de significado preexistentes en
su universo cultural.
De allí que hablar hoy de relatos de vida posea una connotación muy diferente
a la de hace algunas décadas, cuando su potencialidad generalmente se aceptaba

sólo en el marco
narrativo de las orientaciones
ejemplificador del efecto psicológicas o, a lo más,
de las estructuras comolos
sobre un sujetos:
recurso
representación gráfica («en carne y huesos») de aquellas cuestiones ya probadas por
los estudios de corte macrosocial. En la actualidad, en gran parte de los ambientes
académicos se reconoce la validez relativa (como lo es toda validez) del enfoque
autobiográfico para las ciencias sociales, aceptando que a través del conocimiento y
análisis de la versión que da una persona acerca de sí misma, es posible
aprehender ciertos procesos colectivos y compartidos de atribución de significado.
En esta perspectiva es válido aceptar que al investigador no le interesa el relato sólo
en cuanto relato, sino como manifestación de «otra cosa». En otras palabras, así
como el historiador oral utiliza el testimonio para conocer sucesos relativos al
entorno del testigo, cada texto autobiográfico particular puede concebirse como un
camino, un material para el conocimiento de las estructuras narrativas con que el
hablante construye el «sí mismo» y sus procesos específicos de atribución de
sentido.
El discurso autobiográfico está compuesto —para usar la terminología de
Schutz (1974, Cap. 2)— por «construcciones de primer nivel»: elaboraciones propias
del sentido común, plagadas de elementos subjetivos que reflejan el punto de vista
del actor. El problema y el desafío del modelo ya mencionado (pero ciertamente no
sólo de él), es que el análisis científico debe necesariamente incorporar y dar cuenta
de esa dimensión subjetiva propia del discurso, pues en ella cristaliza la perspectiva

4 Un poco más adelante se definirán y diferenciarán más en detalle las nociones de personaje e
imagen en relación al «sí mismo».
5
En reiteradas
ciencias socialesoportunidades a través
cuenten con un modelodedeestas páginas
análisis se hace alusión
del personaje, tal cualaeslaconstruido
necesidad en
de el
que las
relato
autobiográfico. Cabe advertir que el contenido aquí planteado no pretende ser ese modelo en
cuestión, sino sólo la proposición de algunos supuestos, criterios y puntos de vista que pueden
ayudar a construirlo. Por otra parte, no tengo noticia de que tal modelo se haya elaborado —en el
sentido aquí propuesto— más allá de lo avanzado por el análisis semiológico del personaje literario,
aplicado a diferentes tipos de narraciones (mitos, folklore, cuentos maravillosos, etc.). Al respecto
ver: Hamon (1977), Córdoba (1984).
del hablante y el fundamento de su acción. Sin embargo, simultáneamente se
espera que el tratamiento analítico de tal relato satisfaga los requerimientos de
objetividad, en el sentido de que sus procedimientos y aseveraciones estén
expuestos a la verificación intersubjetiva. En palabras de Schutz (Ibid, 82-83):
«¿Cómo es posible reconciliar estos principios aparentemente contradictorios? La
pregunta más seria a la que debe responder la metodología de las ciencias sociales es, sin
duda, la siguiente: ¿cómo es posible elaborar conceptos objetivos y una teoría objetivamente
verificable de las estructuras subjetivas de sentido? La respuesta se halla en la idea según la
cual los conceptos elaborados por el científico social son construcciones de las construcciones
elaboradas en el pensamiento de sentido común por los actores de la escena social. Las
construcciones científicas elaboradas en el segundo nivel, de acuerdo con las reglas de
procedimiento válidas para todas las ciencias empíricas, son construcciones objetivas de tipos
ideales y, como tales, pertenecen a una especie diferente de las elaboradas en el primer nivel, el
del pensamiento de sentido común, que deben superar. Son sistemas teóricos que contienen
hipótesis generalmente susceptibles de ser puestas a prueba...»

Las afirmaciones propias del análisis científico no son sinónimo de verdad


absoluta, eterna e inmodificable, sino «construcciones de segundo nivel»: verdades
relativas, atribuciones de sentido históricas y en permanente autodestrucción, cuya
validez se sustenta en el método, es decir, en ser una experiencia controlada, y no
una mera expresión del punto de vista momentáneo, íntimo e irreproducible del
observador.
Esta plena potencialidad del relato autobiográfico se revela cuando se asume
su naturaleza discursiva, esto es, como una estructura narrativa de tipo lingüístico
en la cual el contenido importa tanto y al mismo tiempo que su forma. Dicho de otro
modo, y otra vez en contraste con el testimonio, la cantidad de información empírica
que el relato contiene no es tan importante como el caudal interpretativo que en él
se asoma. Para concebir de este modo el género autobiográfico es preciso romper
con aquella tradición del pensamiento analítico que tiende a separar radicalmente
la interpretación de la descripción, como si no fuese una clasificación confeccionada
sobre la base de características atribuidas a un texto, sino propiedades inherentes y
típicas de diferentes tipos de enunciados. Al hablar de «discurso interpretativo» no
estoy haciendo referencia a un cuerpo lingüístico ad hoc de tipo calificativo o
valorativo, que por definición se opone a lo «descriptivo», a la enumeración de las
características fenomenológicas con que un hablante da cuenta del mundo
«objetivo». Lo interpretativo no hace alusión, en este caso al menos, a «una parte»
del texto, en la cual el sujeto recapitula sobre lo que ha narrado y agrega sus
opiniones en torno a ello (aun cuando eso suele ocurrir), revelando de esta forma —
para la culminación máxima del placer antropológico— lo más íntimo de su «visión
de mundo». Al contrario, el relato de vida constituye en sí mismo —como totalidad
inseparable— una interpretación, o, mejor dicho, es un proceso en el cual fluye un
conjunto organizado (aunque no necesariamente coherente) de interpretaciones, que
se sobreponen, complementan, contradicen y oponen mutuamente.
Para aclarar lo anterior tomemos como ejemplo un enunciado aparentemente
«descriptivo», que no contiene lo que usualmente se denomina una «interpretación»,
típico del comienzo de una narración autobiográfica:
«Nací en un hogar modesto, mi madre trabajaba de costurera y mi padre era obrero». 6

6 Todas las citas de textos autobiográficos que no contengan indicación acerca de su srcen
corresponden a relatos no publicados, recogidos por mí mismo, o facilitados por Iris Stolz o Salomón
Magnenzo, a quienes agradezco su colaboración.
En esta frase, de una simpleza sólo superficial, el hablante describe lo que
supone una realidad externa a él, pero para ello la alternativa que se impone con
naturalidad es servirse del lenguaje, lenguaje que incorpora en sí mismo una
estructura que significa y clasifica el entorno natural y social, tornándolo inteligible
para quienes comparten dicha estructura. La narración de una vida es un suceso y
un material estrictamente lingüístico, y cualquier enunciado en el momento de
materializarse es ya una interpretación de lo extradiscursivo, en el sentido que no lo
refleja de modo inmediato —no se limita a describirlo—, sino que lo reconstruye
mediante una estructura de significación y clasificación que posee existencia social
a priori. No existe otra forma de conocer sino a través del lenguaje; todo relato alude
a otros relatos.
No obstante, cuando hablo de lo «extradiscursivo» me refiero a que estas
proposiciones no debieran implicar que los sucesos que componen lo que llamamos
una vida no hayan existido, o que el universo del cientista social esté compuesto
sólo por discursos. A diferencia de ciertos análisis literarios, como el llamado
«postestructuralismo» que critica Todorov (1987, 9) el cientista social que trabaja
con discursos tiene la posibilidad, y en ocasiones el imperativo, de hacer referencia
a lo extra discursivo, pues el texto se relaciona en su generación misma con un
exterior explicativo y un antecedente causal a él:
«La tesis de que el mundo es inaccesible resulta igualmente forzada. Desde Kant es lugar
común de la epistemología el reconocer el carácter construido del conocimiento, el no creer en
una percepción transparente de los objetos; se puede por tanto criticar a los empiristas o a los
positivistas. Pero de ahí a negarle todo contenido a la percepción hay un trecho que no
conviene franquear sin haber meditado antes».

Volviendo al ejemplo anterior, allí no sólo se entrega un tipo de información


(nivel socio-económico de la familia de srcen, ocupación de los padres), sino que
cristaliza ya una construcción interpretativa, pues entre todas las posibilidades de
distinción de srcen se eligió esas palabras y no otras, fueron ordenadas de tal
forma y no de otra, se escogieron ciertos criterios y no otros, etc. Todo ello otorga
una connotación especial a la autodefinición del srcen social que se opone a otras
(En el Capítulo N° 4 se volverá sobre esto). Es verdad que ese tipo de frase es
factible de ser contrastada en alguna medida: tal vez se podría saber si la madre del
sujeto efectivamente trabajaba en el oficio de costurera y de qué modo lo ejercía, si
su padre era obrero, en qué periodo y en qué rama de actividad, etc. Si tenemos tal
posibilidad no es porque las costureras, los obreros y los hogares modestos sean
realidades en sí universalmente evidentes, monosemánticas y tangibles, sino porque
entendemos (compartimos) el sentido con que el hablante ha clasificado a sus
progenitores y a su familia de srcen. Ello se debe no a que podamos conocer y
evaluar su experiencia sensible, sino, en primer. lugar, a que compartimos su
lenguaje, es decir, sus categorías y procesos de interpretación. En otras palabras,
comprensión e interpretación son un solo acto, inherente a toda comunicación.
Según Gadamer (1977, 461 y ss. Destacados en el srcinal):
«…la comprensión no se basa en un desplazarse al interior del otro, a una participación
inmediata de él. Comprender lo que alguien dice es (...) ponerse de acuerdo en la cosa, no
ponerse en el lugar del otro y reproducir sus vivencias... La experiencia de sentido que tiene
lugar en la comprensión encierra siempre un momento de aplicación. Ahora consideremos que
todo este proceso es lingüístico. No en vano la verdadera problemática de la comprensión y el
intento de dominarla por arte —el tema de la hermenéutica— pertenece tradicionalmente al
ámbito de la gramática y de la retórica. El lenguaje es el medio en el que se realiza el acuerdo
de los interlocutores y el consenso sobre la cosa. (...) El problema hermenéutico no es pues un
problema de correcto dominio de una lengua, sino del correcto acuerdo sobre un asunto, que
tiene lugar en el medio del lenguaje».
Al ser la narración autobiográfica un suceso esencialmente lingüístico, una
interpretación que gira alrededor de la propia vida, es, a la vez, un texto que al
comprender se interpreta. El comprender y el interpretar, según se ha visto, son un
mismo proceso. Estamos frente a dos fenómenos que se viven como simultáneos: la
interpretación del hablante (al hablar de su vida) y la interpretación de quien
escucha o lee. En este punto es importante también establecer distancia con
quienes sostienen —Stanley Fisch y sus tesis, por ejemplo— que el texto nada
significa, sino que es el lector quien le otorga un significado, o, según una posterior
versión algo atenuada del mismo Fisch (citado, por Todorov;Ibid, 10), el grupo
cultural e histórico al cual él pertenece:
«Antes que el texto o el lector son las comunidades interpretativas las que producen las
significaciones».

Todorov (Ibid.) ha refutado sólidamente tales conceptos, por lo que aquí sólo
resta recordar que es efectivo que quien lee participa de la creación de sentido, pero
de un modo circunstancial e histórico. El lector participa del texto, desde una
postura determinada, más o menos cercana al universo cultural y lingüístico del
hablante. Que ambos interlocutores se comprendan no se refiere a una
«comprensión histórica»: el punto de comprensión no se sitúa en los sucesos ni en
las vivencias, sino en el texto. Nuevamente en palabras de Gadamer op. ( cit., 467.
Destacados en el srcinal):
«Desde el romanticismo ya no cabe pensar como si los conceptos de la interpretación
acudiesen a la comprensión, atraídos según las necesidades desde un reservorio lingüístico en
el que se encontrarían ya dispuestos, en el caso de que la comprensión no sea inmediata. Por
el contrario, el lenguaje es el medio universal en el que se realiza la comprensión misma. La
forma de realización de la comprensión es la interpretación. Esta constatación no quiere decir
que no exista el problema particular de la expresión. (...) Todo comprender es interpretar, y
toda interpretación se desarrolla en el medio de un lenguaje que pretende dejar hablar al objeto
y es al mismo tiempo el lenguaje propio de su intérprete».

Es inadecuado, en consecuencia, referirse al relato autobiográfico sin


considerar su naturaleza discursiva, sin tomar en cuenta el que su contenido no
describe una historia particular, no se refiere directamente a hechos, sino que es un
proceso comprensivo e interpretativo que se estructura lingüísticamente en torno a
la construcción de una imagen que protagoniza la propia biografía. Como se ha
anticipado, dos factores decisivos influyen en el perfil final del relato autobiográfico
y del personaje que es modelado en él: la situación biográfica concreta desde la cual
es construido, y las condiciones materiales y simbólicas de generación de ese
discurso. Hablar de «factores que inciden» lleva a considerarlos como aspectos
exteriores al texto; si bien desde un punto de vista analítico ello es factible, en
verdad «están» en el texto, forman parte constituyente de él.

2. CONSTRUCCIÓN DEL RELATO: LA SITUACIÓN BIOGRÁFICA


El primer factor que se debe considerar al enfrentar un discurso autobiográfico
lo llamaré —basándome en una expresión de Schutz— la «situación biográfica» del
hablante, y se refiere a «desde dónde» cuenta la vida, desde qué ubicación temporal,
social, espacial, etc., la relata. En definitiva, la situación biográfica está constituida
por la suma y combinación de todo aquello que en un instante en el tiempo posee
(es) sólo ese individuo, lo que lo hace inasimilable a otro cualquiera. La perspectiva
desde la individualidad es algo que ningún recurso comunicacional ni
representación colectiva pueden suplantar. En palabras del mismo Schutzop. ( cit.,
93):
«En cualquier momento de mi situación biográficamente determinada, yo sólo me
intereso por algunos elementos, o algunos aspectos, de ambos sectores del mundo
presupuesto, el que está dentro de mi control y el que está fuera de él. Mi interés prevaleciente
—o, con mayor precisión, el sistema prevaleciente de mis intereses, puesto que no existe un
interés aislado— determina la naturaleza de tal selección. Esta afirmación es válida, con
indiferencia del significado preciso que se atribuya al término “interés” y también con
independencia de lo que se presuponga con respecto al srcen del sistema de intereses. Sea
como fuere, existe una selección de cosas y aspectos de las cosas que son significativos para
mí en cualquier momento dado, mientras que otras cosas y otros aspectos por ahora no me
interesan o están fuera de mi vista. Todo esto se halla biográficamente determinado; es decir,
la situación actual del actor tiene su historia; es la sedimentación de todas sus experiencias
subjetivas anteriores. No son experimentadas por el actor como anónimas, sino como únicas y
dadas subjetivamente a él, y sólo a él».

La situación biográfica es un concepto que ubica sincrónicamente al individuo


y, a la vez, hace referencia al proceso acumulativo precedente. La identidad del «sí
mismo» está vinculada a una situación biográfica, no queda fijada de una vez y para
siempre: es un torrente en constante redefinición. Cada persona no incorpora
elementos, a través del. tiempo, a la lectura que hace de la historia de su vida, como
quien construye una torre mediante el añadido de sucesivos bloques, conociendo de
antemano los planos de su construcción. En cualquier momento la visión acerca del
pasado y el diseño futuro de la vida de cada cual, mediato e inmediato, se está
haciendo y destruyendo constantemente, pero nunca a partir de cero, sino sobre la
base de, entre otras cosas, el significado que se le otorga al tiempo transcurrido y a
los sucesos que conforman el presente. A medida que transcurren los diversos
episodios que componen la vida de alguien, el sujeto va modificando
permanentemente la identidad del «sí mismo», pero no sólo en lo que respecta a su
ubicación en relación al futuro, sino también al pasado. Ello alude a un proceso
continuo mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia,
reconstruye el «sí mismo» a partir de su actualidad.
Todo existir no tiene otra residencia que la «actualidad», y el sentido común
impulsa a suponer el devenir como un puro y natural desenvolvimiento del
presente. Es desde la actualidad que se mira hacia atrás y hacia adelante; cada uno
de nosotros se autovisualiza a medio camino entre aquello que ya se fue y lo que
aún no ha venido; preferimos definirnos más por la sólida acumulación del pasado
o por las generosas potencialidades del futuro, tendiendo a evitar la consideración
sobre el srcen de nuestra mirada: el presente. Pero, a pesar de no reconocerlo
fácilmente, es el presente, la actualidad, el lugar desde donde se explican los
fracasos y fundamentan los proyectos, la posición desde donde se construye el
punto de vista legítimo que modela el «sí mismo»; el relato nace en el presente, lo
afirma y justifica.
El presente es la categoría de sentido común que opera como un sistema
básico de referencia. Según Heller (1977, 385. Destacados en el srcinal):
«El presente “separa” el pasado del futuro: en la conciencia cotidiana las dimensiones
temporales sirven también para la orientación práctica. En este sentido lo finito (lo que ya no
actúa sobre el presente) se distingue del pasado (que actúa sobre el presente), siguen luego el
presente, por tanto lo incierto (hacia el que se mueven nuestros objetivos) y finalmente lo
imprevisible».
El presente de hoy es el futuro de ayer y el pasado de mañana, es una
«posición volátil» desde la cual miramos hacia nuestro alrededor temporal (adelante,
atrás) y social (ellos, nosotros). Desde allí opera la memoria: traemos al presente los
recuerdos y así ordenamos el pasado. En tal tarea, el evitar severas frustraciones y
poder experimentar la sensación de que el «camino» de nuestra vida está bajo
control, son dos buenos motivos que explican el que todo relato sobre el propio
pasado tienda a estilizarlo, lo simplifique y describa siempre a partir de un código
que tiene pleno sentido sólo en la actualidad. En el relato autobiográfico el pasado
suele aparecer como articulado por una línea homogénea y comprensible, lejos de
toda perturbación, desde el presente el pasado abandona ese estatuto de
simultaneidad desconcertadora y polisémica que tuvo cuando aún no era pasado, y
se convierte en algo inteligible, su sentido brota como evidente, la actualidad lo
ordena, tornándolo tolerable y útil.
En rigor, lo inenarrable que son los momentos de la propia muerte, ilustra no
sólo lo incompleto de toda autobiografía, sino también evidencia que una
retrospección de los hechos acontecidos (mis hechos), siempre es una versión desde
el presente circunstancial, que nunca puede ser superado, no existiendo otra
posición temporal más sólida (inmodificable, no intercambiable, insoslayable) y, al
mismo tiempo, más efímera, que la actualidad.
La memoria, y sus productos esenciales (el recuerdo y el olvido), no opera como
una simple capacidad emocional, no es una característica psicológica uniforme:
«Retener, olvidar y recordar pertenecen a la constitución histórica del hombre y forman
parte de su historia y de su formación. (...) La memoria tiene que ser formada; pues memoria
no es memoria en general y para todo. Se tiene memoria para unas cosas, para otras no, y se
quiere guardar en la memoria una cosas, mientras se prefiere excluir otras. Sería ya tiempo de
liberar al fenómeno de la memoria de su nivelación dentro de la psicología de las capacidades,
reconociéndolo como un rasgo esencial del ser histórico y limitado del hombre. A la relación de
retener y acordarse pertenece también de una manera largo tiempo desatendida el olvido, que
no es sólo omisión y defecto sino, como ha destacado sobre todo F. Nietzsche, una condición de
la vida del espíritu» (Gadamer, op. cit., 45).

Cuando alguien habla de su vida trae hasta la actualidad, de un modo


conciente o no, fragmentos de su pasado, tal y como los reconstruye desde el tiempo
presente. Al recordar, el hablante selecciona recuerdos que desde el presente
adquieren un sentido y una función al interior de la situación generadora de la
narración y del relato mismo. Lo que se recuerda es recordado desde el presente y
está compuesto por aquello que para el hablante, o para su interrogador, hoy
merece ser imperecedero. Lo que se olvida no sólo se niega, sino que también, en la

práctica,
¿qué faltasehace
anuladecirlo?—
como vivencia específica
más densos previa. Los que
y numerosos ámbitos del recuerdo:
los del olvido sonme

acuerdo que de niño iba a tal colegio, pero no recuerdo cada una de los cientos de
oportunidades en que crucé esa calle, todas las despedidas y saludos, no recuerdo
cada una de las veces en que caminé frente a ese edificio que hoy ya no existe. Pero
sí recuerdo con claridad el día en que presencié su incendio.
«Pensar —dice el narrador del cuento de Borges “Funes el memorioso” (1981, 65)— es
olvidar diferencias, es generalizar, abstraer».

El pasado más rutinario es nombrado con facilidad, casi con indiferencia; lo


recurrente es «tipificado» en torno a figuras de sentido común previamente
estereotipadas; al generalizar a través de esos estereotipos se olvida, se anula la
existencia experiencial única y múltiple. La repetición conduce a la generalización,
la abstracción implica sepultar los detalles diferenciadores que reflejan la unicidad.
Pero, aquello que se sale de lo común, lo extraordinario dentro de una rutina
particular (ese accidente, esa frase) puede asumir inmediatamente en la memoria el
rango de imperecedero; vale la pena conservar su unicidad y, en consecuencia,
adquiere la forma de un recuerdo perspicuo. Pero no por ello ese recuerdo de lo
extraordinario es menos objeto de tipificación —aunque de otro tipo— que aquellos
que se generalizan más rápidamente. A través del recuerdo el pasado es
lingüísticamente reproducido, es «revivido», con todo lo artificial e inexacto que
pueda haber en tales conceptos (más adelante —en el capítulo N° 4— volveré sobre
algunos de estos puntos).
«Entre todos los signos el que posee más cantidad de realidad propia es el objeto del
recuerdo. El recuerdo se refiere a lo pasado y es en esto un verdadero signo, pero para nosotros
es valioso por sí mismo, porque nos hace presente lo pasado como un fragmento que no pasó
del todo. Al mismo tiempo es claro que esto no se funda en el ser mismo del objeto en cuestión.
Un recuerdo sólo tiene valor como tal para aquél que de todos modos está pendiente del
pasado, todavía. Los recuerdos pierden su valor en cuanto deja de tener significado el pasado
que nos recuerdan. Y a la inversa, cuando alguien no sólo cultiva estos recuerdos sino que
incluso los hace objeto de un verdadero culto y vive con el pasado como si éste fuera el
presente, entendemos que su relación con la realidades está de algún modo distorsionada»
(Ibid, 204-5).

El trabajo de la memoria cambia según sea la situación biográfica desde donde


se recuerde y se olvide. Es común que a medida que pasa el tiempo, el campo de las
opciones posibles de interpretación del pasado no sólo cambie, sino también se vaya
limitando o, en otras palabras, el diseño se torne cada vez más rígido y las
tipificaciones más recurrentes. Paulatinamente los recuerdos se congelan y su
revisión se vuelve cada vez más selectiva y esporádica, el campo de posibles
proyectos futuros se restringe y especializa; en suma, a través de los años y del
cumplimiento de los «ciclos de vida» típicos, en general, la situación biográfica —y
por ende la versión autobiográfica— va variando en menor medida.
Sin embargo, existen circunstancias muy especiales —que aquí he denominado
«momentos biográficos»—, que actúan como estímulos poderosos para recuperar
(rehacer) recuerdos, incluso algunos insospechados por el propio sujeto. Un
interrogatorio policial, una terapia psicológica, una enfermedad mortal, una
confesión religiosa, el ser objeto de una investigación científica del tipo que aquí se
habla, etc., son todas experiencias que operan, de diferente manera, a modo de
gatillo detonador y seleccionador de recuerdos. Una mención especial merece la
«conversación de reencuentro», en la cual dos personas que no se han visto en
muchos años se relatan mutuamente sus vidas desde el momento de su separación,
buscando reconstruir aspectos característicos del período de tiempo en que su
relación era más o menos estrecha. Se habla, entonces, de «evocar el pasado», de
«recuerdos que afloran», etc. Es interesante notar cómo, desde un comienzo, las
mutuas preguntas suelen ir desde lo más típico y externo a lo más personal y único;
en las conversaciones de este tipo cada episodio relatado, más o menos formal o
íntimo, es retribuido y estimulado por uno semejante o equivalente de parte del
interlocutor, en un espiral que, eventualmente, puede terminar en la renovación y
redefinición del vínculo. Tal proceso se desarrolla hasta que alguno de los
interlocutores —mediante recursos lingüísticos típicos— 7 inevitablemente opta por

detener y fijar esa evolución progresiva en punto determinado. Se está así acotando
el (nuevo) ámbito legítimo de confidencialidad, marcando un umbral muy específico,
más allá del cual, por una parte, toda confesión excesiva se aprecia como de mal
gusto; o más acá del cual, por otra, toda reserva aparece como un signo de frialdad

o
dede «mala educación».
variabilidad Este
muy alto, en tipo de será
donde conversaciones, por supuesto,
de vital importancia posee
el tipo un rango
de relación que

7 En el caso de las conversaciones de reencuentro, así como también de algunos otros géneros
menores, es evidente que su análisis sería más fructífero al interior de los conceptos y metodologías
que han desarrollado, precisamente, los teóricos de las conversaciones, como Sacks, Schegloff o
Jefferson.
anteriormente mantenían los dos sujetos, la situación social al interior de la cual
tiene lugar el reencuentro, la imagen con que cada uno percibe al otro en la
actualidad, los deseos que se tengan de identificarse con ese pasado común (lo cual
es percibido como un signo de querer identificarse con el otro), etc.
Por otra parte, es notable de qué modo en algunos relatos autobiográficos que
mencionan un pasado a primera vista no correspondiente con la imagen que de sí
proyecta el sujeto en el presente, o en contradicción abierta con ella, entran en

operación
organizaciónuna serie del
general de relato.
mecanismos
Es decir,quela incorporan esa experiencia
hacen coherente a la
con el «sí mismo»
actual, presentando o convirtiendo tal episodio, por ejemplo, en un requisito
necesario, en una prueba o desafío, en una señal premonitoria del posible y dañino
desvío del camino correcto, o, en fin, en un atisbo de esperanza y realización que
fue finalmente abortado. En definitiva, el destino —que narrativamente en todo
discurso autobiográfico (real o literario) se vislumbra en un comienzo— es siempre
una construcción posterior a los hechos, un ropaje que sirve para que los sucesos
históricos no aparezcan en toda su crudeza con su carácter de inutilidad o
sinsentido.
Todas estas afirmaciones son independientes del hecho —que analizaremos
más adelante— que la mayoría de las personas efectivamente interpretan su

experiencia existencial como


trazado con anterioridad, y vensielestuviesen
conjunto deconstantemente
su vida como lamaterializando
consecución deun plan
algún
tipo de objetivos fijados desde un comienzo. En esto también se puede apreciar
cierta variabilidad, en donde se combinan cuestiones de personalidad con las
posibilidades concretas que tiene un individuo de optar y otorgar un significado
legítimo a sus actos.
En relación al futuro, habría que decir que éste aparece como el lógico
desenlace de una trayectoria unilineal. Desde esa «posición volátil», desde el
presente fugaz suponemos planificar el porvenir, y ambos procesos —nuestra
mirada ordenando el ayer y soñando el mañana— se entienden sólo en recíproca
función. Según palabras de Ramoneda (1987, 15):
«El futuro es el camino que conduce al orden: el orden de la utopía. Y el orden, por
definición, es simple. Alcanzar esta simplicidad, que desde la filosofía más remota, y con bien
pocas excepciones, es sinónimo de belleza, armonía y verdad, es el destino que la cultura
historicista ha atribuido a la civilización. Sólo, en el presente la complejidad se hace patente en
toda su desnudez».

En este proceso en el cual los recuerdos son «leídos» y el futuro diseñado, la


subjetividad no opera como una interferencia exterior, sino que es la naturaleza
misma de él. La subjetividad es el privilegio de todo narrador, más aún si el objeto
de la narración soy yo mismo. La situación biográfica resume y torna operativa la
subjetividad del presente. Nuevamente en palabras de Heller op. ( cit., 393.
Destacados en el srcinal):
«El tiempo de la memoria es la más subjetiva de las experiencias interiores temporales.
Lo que yo revivo, en efecto es irreversible; el recuerdo es simplemente un momento de esa
irreversibilidad, y objetivamente no es nada más. El tiempo vivido es por tanto, subjetivo
porque es mi tiempo; cada persona tiene un tiempo vivido distinto».
Esta subjetividad no debe entenderse como el pleno dominio de la fantasía
individual: el relato autobiográfico no es la imaginación desbocada que inventa
quimeras gratuitas para deleite propio o ajeno; no es un género literario más. Este
criterio es importante, porque, a pesar de que el enfoque analítico aquí sustentado
hace frecuentes referencias a conceptos teóricos y metodológicos propios de la
crítica literaria, estoy lejos de asimilar sin más el discurso autobiográfico a la
novela. En primer lugar, no es un proceso donde aflore una subjetividad
exclusivamente individual (en el sentido de incomparable y única), porque, como se
ha dicho, a pesar de que es un hablante individual quien narra desde una situación
biográfica irreproducible, las formas de contar la propia vida corresponden a
estructuras narrativas y procesos de atribución de sentido que poseen existencia
previa a la experiencia individual, que están a disposición del sujeto en su contexto
cultural y semántico, y han sido objeto de su aprendizaje.
En segundo lugar, no es un proceso exclusivamente fantasioso, porque (como
se verá en el siguiente capítulo) suele desarrollarse al interior de una relación social,
de una interlocución en la cual el narrador no pretende erigirse en un individuo
diferente al autor (aunque termina siéndolo); sus expresiones —como se ha dicho—
tienen la ambición de la veracidad inmediata (no simbólica) y la relación generadora
del relato presupone un hablante en condiciones de proporcionar algún tipo de
evidencia acerca de lo narrado. Tal como es expresado en este largo, pero
esclarecedor pasaje de de Martínez Bonati (1972, 152 y ss. Paréntesis y destacados
en el srcinal):
«...la propia comunicación lingüística no puede ser concebida adecuadamente como efusión
inmediata de lo individual, como expresión directa de la interioridad concreta. Median las
esferas semánticas generales. Ellas, precisamente, posibilitan toda clase de insinceridad, pues
el hablante tiene conciencia de ellas, al utilizarlas para objetivar sus estados, y puede, en
consecuencia, utilizarlas para objetivar estados que no existen en él (o como suyos), es decir,
para fingir. Lo que la verdad es en la dimensión semántica representativa, es la sinceridad en
la dimensión semántica expresiva: una adecuación de estructuras generales inmanentes del
signo a estructuras generales de la cosa (de diverso modo) significada. Se desprende de lo
dicho, que también en el habla corriente hay algo así como un hablante ficticio, inmanente al
signo, que objetiva el carácter de nuestra intransferible mismidad.
(...) El hablante efectivo (real o ficticio), al comunicarse (en la realidad de nuestro mundo
o en el mundo literario de los personajes) se compromete a este hablante inmanente. Lo dicho
por alguien es, pues, sincero o no, documento de su ser y actuar en cuanto que acto realizado
como acto lingüístico, como manifestación comunicativo-lingüística de su ser.
(...) Nuestra distinción señala que la visión de la estructura y naturaleza de la obra
poética, no permite establecer relaciones lingüísticas entre la obra y la persona del autor en
aspecto alguno de su ser; poesía no es discurso del poeta en cuanto hablante, ni en función
práctica ni en función teórica».

3. CONSTRUCCIÓN DEL RELATO: LAS CONDICIONES MATERIALES Y SIMBÓLICAS DE SU


GENERACIÓN
El segundo factor —las condiciones materiales y simbólicas de generación del
discurso autobiográfico—, consiste en el conjunto de características propias del
momento en que surge el relato (como posibilidad y expectativa) y cuando se
materializa. En esto el margen de variabilidad es muy amplio: entrevista dirigida (en
una o muchas sesiones, con uno o varios entrevistadores, en uno u otro lugar, etc.),
escritura solicitada o espontánea (orientada hacia un lector específico o
indeterminado), diálogo con otro (con un objetivo biográfico explícito o no),
conversación terapéutica, o confesional (más o menos ritualizada, eximiendo o no
de culpas), etc. A ello habría que añadir toda una serie de complementos
tecnológicos, que cada vez con mayor frecuencia y, poder rodean o inundan la
situación: máquinas fotográficas, grabadoras, filmadoras, etc.8

8Para una caracterización y análisis de las posibilidades técnicas y los problemas derivados de ellas
en las entrevistas, ver: Ives (1987).
Todas estas variables poseen un rol condicionador, y en conjunto se
amalgaman en lo que juega el rol decisivo: relación social al interior de lacual nace
y se concreta el discurso autobiográfico. Todo relato de este género, y con mayor
razón aquel que posee una connotación confesional, en donde se juega la propia
identidad, tiene que ver con la construcción y mantenimiento de una imagen, más o
menos apropiada a las expectativas recíprocas a las que el sujeto se siente sometido
en determinada situación. Así, el relato autobiográfico es el producto de una
relación específica, y todo indica que no se expresaría de la misma manera si varía
la relación que lo genera. Una de las concepciones básicas que caracterizaron el
pensamiento de Mead, según postula Becker (1986, 108), es que:
«...la realidad de la vida social es una conversación de símbolos significantes, en el curso de la
cual las personas realizan operaciones de tanteo para luego ajustar y reorientar su actividad a
la luz de las respuestas (reales o imaginarias) que los demás dan a esas operaciones. La
formación del acto individual es un proceso en el cual la conducta es continuamente
remodelada a fin de tener en cuenta las expectativas de los otros, conforme éstas son
expresadas».

En este momento tal vez sea importante introducir ciertas definiciones respecto
a algunos de los principales conceptos que hasta ahora he utilizado sin precisar ni
diferenciar mayormente: las nociones de «imagen» y «personaje». La imagen de un
hablante cualquiera, 9 se refiere al perfil que asume el «sí mismo» en el momento de

la interacción,
poseyendo, y con oelpretendiendo
exhibiendo cual se presenta
proyectarenuna
una relación
serie social que
de atributos específica,
tienden
a sostener y otorgar credibilidad a esa imagen. La imagen es la faz visible del «sí
mismo» en determinada circunstancia, es la representación que hace una persona a
base de los caracteres que supone debe encarnar en ese momento. La imagen nace
y muere en la relación social, sólo existe en escena, tiene corporalidad y existencia
histórica, se consume en el momento mismo en que la relación social se lleva a
cabo, es un producto situacional.
El personaje, en cambio (cuyas características y recursos específicos trataré
con más profundidad más adelante) se refiere, desde esta perspectiva, al nombre
propio que protagoniza el discurso autobiográfico y que sólo vive en él, es el
producto lingüístico del relato. La óptica aquí asumida sostiene que el yo mismo tal
cual es proyectado
momento en el relatoniautobiográfico
de su generación, externa a él:noesposee
una una existencia verbal.
construcción previa alNo
obstante, es evidente que es posible encontrar ciertas correspondencias entre el «sí
mismo» proyectado en la imagen situacional y el personaje que se materializa en el
relato. Es razonable también pensar que las imágenes que cada persona construye
y proyecta a otros en determinadas circunstancias no están absolutamente
escindidas del personaje que queda inscrito en el texto, ni de aquellas que el propio

9 No deseo ignorar las similitudes entre lo aquí planteado y las tesis de Goffman respecto a los
rituales de la interacción cotidiana. Sin embargo, prefiero no citarlo directamente en relación a las
nociones de imagen y personaje, pues en verdad no existe una correspondencia exacta entre los

conceptos
«actuante» tal
y ydel
como los plantea
«personaje» ese referirse
para autor y laaforma en queconjuntos
diferentes son concebidos aquí. Goffman
de atributos, habla del
con diferentes
funciones, que una persona debe sostener y expresar en función . de la representación que es
constitutiva de toda interacción social. El personaje, en cambio, como se verá, tal y como aquí es
tratado, corresponde sólo a la versión lingüística de un relato de vida. En cualquier caso, es evidente
que, en términos generales, se está aludiendo a perspectivas muy cercanas, en particular en lo
referido a la noción de imagen que es construida y mantenida por un actor y consumida por los
espectadores. Ver: Goffman (1971), en especial los capítulos I y VI.
sujeto proyecta ante sí. Pero también es claro que ellas no son idénticas, cuestión
que no debiera perturbar el análisis, pero que sí se debe tener en cuenta.
Esta forma de plantear el problema, tal vez extremadamente lineal, no debe
llevarnos a pensar que cada individuo posee dos libretos que representa; uno para
sí y otro para el público. En verdad, la construcción del «sí mismo» no sólo varía a
través del tiempo (dependiendo de la situación biográfica desde donde se
componga), sino que además posee, potencialmente, una variedad de identidades

simultáneas. El que seenllegue


específicas dependerá, parte,a según
materializar
hemos una u otraendeeste
sostenido esas identidades
punto, de las
circunstancias de su generación. Aquí concurren una gran cantidad de factores,
tales como el medio de expresión que se utiliza (escrito, verbal); el ambiente
escénico, y, sobre todo, el tipo de interacción que se desarrolla con quien pregunta o
solicita el texto: la propia imagen que el entrevistador o investigador social proyecta,
el tipo de lenguaje utilizado, las expectativas recíprocas, las ataduras y
características de la relación, los intereses y motivaciones de todos los actores
involucrados, el destino final del relato (explícito o supuesto, acordado o impuesto),
etc.10
En síntesis, las condiciones materiales y simbólicas en las cuales el relato
surge no son un mero canal de expresión de una vida, una neutra hoja en blanco

donde
conjuntose de
deposita el contenido
modeladores, del texto.
altamente Al contrario,
influyentes en suellas actúan comoEsta
estructuración. un
afirmación se basa en el supuesto ya mencionado de que al contar una vida, se está
construyendo una imagen dirigida a un público, más o menos particularizado.
Hasta en la confesión más íntima, «espontánea» o «sin testigos», la narración de una
vida será estructurada en términos de una imagen, para ser consumida por otros y
por sí mismo. Aún al borde de la muerte, en la soledad del recogimiento culpable,
expectante, temoroso o sublime, usualmente se cuenta con la presencia de dos
públicos posibles: la presencia inminente de Dios y el futuro inmediato al que se le
llama posteridad.
Lo anterior no debiera ser entendido como si el narrador de una historia de
vida explícita y concientemente buscara engañar a su interlocutor o público.
Siempre
otorgarleshay
unaengaño, al menos
perspectiva en elde
a través sentido mínimo
la versión de seleccionar
lingüística los de
(e «punto hechos y
vista»,
sobre el que se volverá más adelante). Si un profesor se presenta a sus nuevos
alumnos, sin duda alguna hará un recuento de su trayectoria diferente a aquel que
haga quien expone su caso frente a un gerente financiero en busca de un préstamo;
y ambas exposiciones serán muy distintas de la presentación de sí que haga un
sospechoso ante la policía. Se puede o no mentir, ocasional o frecuentemente, pero
eso ya ha sido observado antes y no debe sobredimensionarse un fenómeno que
corresponde al tipo de relación social que se establece. Sin embargo, lo que no debe
olvidarse es que el relatar la propia vida es una situación de por sí tensa y crítica,
en la cual los sujetos pueden llegar a involucrarse fuertemente en lo sentimental y
afectivo:

«Aestá
tía que mí me gusta
viejita bien poco
y cuando hacer estos
conversamos recordatorios
y nos acordamosporque metiempos
de otros viene lame
rabia.
dice:Tengo una
«tú tienes

10 Por supuesto, no es en la expresión de una narración autobiográfica la única situación que puede
ser analizada en términos de construcción de una imagen. De hecho, notorias corrientes sociológicas
y antropológicas conciben el conjunto de las relaciones sociales en tales términos. Al respecto ver:
Wolf (1979).
mucha alegría por fuera, pero mucha amargura por dentro». Soy rabiosa. Cuando empiezo a
recordar me da rabia» (SUR, 1984, 23).

Una fuerte involucración sentimental generalmente es recibida como positiva


por el investigador, ya que «destraba» muchas auto-represiones y permite la
expresión de dimensiones poco planificadas del «sí mismo».
Destacar la importancia de la situación en la cual es generado el relato
autobiográfico obliga a reconocer que todo curioso que pregunta por relatos de vida

(cualquiera sea la
un participante forma
que que
posee unadopte
grado su indagación),
apreciable se convierte en en
de responsabilidad unla
coautor: es
generación
y la modalidad del relato. Paradojalmente, esta apreciación se revela en toda su
pertinencia cuando el investigador social más busca ocultarse: en ocasiones sólo
nos permite conocer el producto final del discurso autobiográfico, ya sometido a
determinado proceso de montaje, escondiendo o subexponiendo —para usar una
noción fotográfica— su presencia. De esta forma, el investigador, inevitablemente,
se convierte en un coautor en busca del anonimato, pero que suele dejar rastros
evidentes en el texto: lo prologa, otorga y quita la palabra al narrador, explica con
notas o paréntesis el significado de ciertos conceptos o frases, titula, subtitula,
formatea, divide y ordena el texto de acuerdo a cortes temporales o temáticos, etc.
No creo que esto deba ser enfocado como un simple problema técnico que
pueda y deba ser solucionado: es ilusorio pensar que existe «un» relato o versión
«pura» que es preciso encontrar y dejar fluir sin presión ni contaminación externa.
Sin embargo, desde el punto de vista metodológico es posible minimizar esta
situación y ponderar su influencia, aclarando lo más nítidamente posible las
condiciones en que el relato fue gestado. Lo anterior suele ser objeto de frecuentes
discusiones entre los especialistas, quienes buscan determinar qué tipo de relación
con el entrevistado es la más conveniente, hasta qué punto es recomendable dirigir
el relato, qué medio de expresión es el más adecuado, etc. Para terminar este punto
plantearé algunos criterios sobre estas cuestiones.
Si se acepta la proposición anterior, esto es, que el relato autobiográfico «puro»
no existe, sino una potencial —y personal— gama más o menos diferenciada de
imágenes susceptibles de materializarse, debe concluirse que es necesario
considerar tales discursos en relación a las circunstancias concretas en que fueron
generados. Pero eso ya fue suficientemente planteado, Como principio general me
parece que mientras más cerca se esté de la búsqueda de testimonios (modalidad
que pretende recoger información específica contextual al sujeto a través de su
relato de vida. Por ejemplo: flujos migratorios, relaciones de trabajo, ciclos de
reproductividad, etc.), más directiva será la relación que convenga establecer con él.
En consecuencia se hará un número considerable de preguntas específicas,
buscando datos previamente determinados sin que importe mayormente cómo se
hilvana el texto. Pero, si el punto de atención es el relato de vida en sí, porque
interesa, por ejemplo, conocer las formas y procedimientos de autorrepresentación
de la infancia, importará mucho dejar que el relato fluya lo más libremente posible.
Según Bertaux, qué tan directivo debe ser el proceso de elaboración de un relato
autobiográfico, es algo que conviene ir solucionando en el transcurso de la
investigación. En efecto, según este autor, cuando se considera conseguir varios
relatos de vida para investigar un aspecto específico de ellos, al enfrentar cada uno
se debe ir confeccionando preguntas de acuerdo a qué zonas temáticas o
informativas han ido quedando más claras y más oscuras en los anteriores.11
Que el investigador intente ser poco directivo con su sujeto de indagación, no
implica que la relación entre ambos deba ser poco intensa, estrecha o personal. Por
lo general los textos autobiográficos más ricos producidos en el contexto de una
investigación social, han sido elaborados al interior de una relación tremendamente
personal, en donde el investigador puede ser relativamente poco directivo,

precisamente porque
de su entrevistado ha establecido
surge, una relación
en una medida de tal
apreciable, profundidad
bajo que
los cánones deelsu
discurso
propia
estructuración. Esta última frase no debería llevarnos a suponer que es posible
hablar con propiedad de relatos espontáneos cuando existe presencia o la simple
solicitud de un investigador, sino sólo de un margen mayor o menor de libertad. En
este sentido, es posible pensar en un «continuo de determinación externa» del
discurso autobiográfico, en uno de cuyos polos estaría la máxima espontaneidad
(posible) en su generación y estructuración. Por ejemplo, cuando el relato surge y se
materializa por la propia motivación del sujeto y no en el contexto de una relación
indagatoria. Esta alternativa no implica que el relato resultante sea necesariamente
más «auténtico» que otro construido en el contexto de una entrevista. Piénsese, por
ejemplo, en las autobiografías de los personajes de élite, verdaderas edificaciones de
autojustificación histórica, en donde la vida privada, las dudas y los temores casi no
tienen lugar.
En el polo opuesto está la determinación externa extrema, cuando la
participación del interlocutor (investigador) condiciona fuertemente, a través de sus
preguntas o de la relación misma, los temas abordados, su enfoque, secuencia, etc.
Tal vez el sacramento de la confesión y algún tipo de sesiones terapéuticas sean las
conversaciones biográficas más ritualizadas, en las que el peso de la determinación
externa del relato se hace más evidente. Permítaseme decir algo similar en relación
a los «concursos de autobiografías», reutilizados con frecuencia en nuestro medio. 12
Sin duda toda indagación biográfica crea una relación donde las expectativas del
entrevistado suelen ser subestimadas; sin embargo, en un concurso que
explícitamente ofrece un premio para los «mejores» relatos, es dable suponer que la
imagen allí vertida estará excesivamente elaborada en función del tipo de atributos
que el sujeto suponga serán más valorados por el convocante. Esto queda reflejado
de un modo casi excesivo en la siguiente expresión de un narrador de un concurso
de autobiografías al terminar su relato (GIA, 1986, 128).
«Espero les haya gustado la historia que ya conté».

Este continuo de determinación externa no implica, repito, un juicio acerca de


la «autenticidad» del relato, sino una apreciación respecto a las diferentes
circunstancias en que él se construye, de modo tal que la forma del discurso, por
decirlo de alguna manera, obedece en mayor o menor medida a factores externos.
En consecuencia, un relato producido en condiciones de extrema determinación
externa es igualmente apto de ser analizado, porque también en él, en definitiva

11 Para los detalles de esta argumentación y el concepto de «saturación» que este autor postula,
remito al lector interesado al texto ya citado, páginas 207-10.
12 Hablo de reutilización ya que en la «época de oro» del género autobiográfico, este recurso era muy

utilizado. También se solía ofrecer retribución económica a cambio de cartas y archivos familiares,
cuestión esta última que desde el punto de vista del método no implica problema alguno, siempre y
cuando se pruebe la autenticidad de los documentos.
(aunque de un modo particular), se construye un texto en el cual el «sí mismo» es
elaborado en términos de un personaje.
Por último, cabe recordar que, según algunos autores, el relato autobiográfico
escrito supera con creces al oral, ya que en el primero se desarrollaría con más
fuerza la «conciencia reflexiva» del narrador. La entrevista oral, en cambió, a pesar
de ser más fácil de conseguir, por su rapidez y sociabilidad no permitiría que el
sujeto tome distancia con los hechos narrados, limitándose a exponerlos sin poder

reflexionar
qué estoy enacabadamente
desacuerdo sobre ellos.
con esta A estas se
posición: alturas
trata eldelector comprenderá
estructuras por
narrativas
diferentes, formas de articulación de lenguaje muy distintas, condiciones de
generación del relato casi antagónicas, márgenes de determinación externa del
relato desiguales, etc. Pero, en definitiva, ambos procedimientos generan discursos
que giran alrededor del mismo eje: el personaje.
Sin embargo, las diferencias reseñadas entre el relato oral y el escrito son
relevantes y pueden dar lugar a interesantes investigaciones. Desde el punto de
vista de la «función social» del producto final, se trata evidentemente de dos cuerpos
narrativos con muy variadas posibilidades de irradiación. Por otra parte, el texto
escrito adquiere una suerte de autonomía e inmortalidad que, para efectos del
análisis, incide en que aparece como desligado de sus condiciones de generación e,

incluso, de su autor. Según Gadamer ( op. cit., 468 y ss.):


«En la escritura se engendra la liberación del lenguaje respecto a su realización. Bajo la
forma de escritura todo lo trasmitido se da simultáneamente para cualquier presente. En ella
se da una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la conciencia presente
tiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto se ha trasmitido por escrito. (...) En la
escritura el sentido de lo hablado está ahí por sí mismo, enteramente libre de todos los
momentos emocionales de la expresión y comunicación. Un texto no quiere ser entendido como
manifestación vital, sino únicamente respecto a lo que dice. El carácter escrito es la idealidad
abstracta del lenguaje. Por eso el sentido de una plasmación por escrito es básicamente
identificable y repetible. (...) La ventaja metodológica del texto escrito es que en él el problema
hermenéutico aparece en forma pura y libre de todo lo psicológico. Pero naturalmente lo que a
nuestros ojos y para nuestra atención representa una ventaja metodológica es al mismo tiempo
una expresión de una debilidad específica que caracteriza mucho más a lo escrito que al
lenguaje mismo. (...) A la inversa de lo que ocurre con la palabra hablada, la interpretación de
lo escrito no dispone de otra ayuda. Por eso es aquí tan importante el «arte» de escribir. Es
asombroso hasta qué punto la palabra hablada se interpreta a sí misma, por el modo de
hablar, el tono, la velocidad, etc., así como por las circunstancias en las que se habla».

Es efectivo que el narrador oral no planifica ni reflexiona sobre su relato al


igual que quien escribe sobre su vida, pero no reside allí el principal obstáculo de
ese tipo de discurso. El relato oral se da en el contexto de la entrevista, que no es
más que una versión muy especial de una conversación. En una situación cara a
cara la involucración con el otro es mayor, su presencia es inolvidable, el
predominio de su mirada y de su pregunta tiene un peso específico ineludible. En la
conversación biográfica el narrador suele buscar más explícitamente la aprobación
del otro, espera sus señales de comprensión, busca más inmediatamente gestos de
aceptación y su discurso se afirma allí donde se le estimula más, o en donde cree
ser más valorado. La dinámica propia de las conversaciones llevan el diálogo con
más facilidad hacia las zonas temáticas o estilísticas que se suponen más
compartidas; se persigue superar lo incómodo de tan asimétrica situación y para
ello se atenúan las posibles vetas de conflicto, o se subestiman aquellas expresiones
que no parecen despertar auténticamente la adhesión del otro. Puede decirse que la
narración oral es más frágil que la escrita, su peso y densidad son menores; la
riqueza de su espontaneidad lingüística, propia de la situación social en que es
generada, es también su principal debilidad.
Por otra parte, el relato oral es visto con mayor desconfianza por los cánones
tradicionales del conocimiento científico, ya que lo escrito aparece —de por sí—
revestido con un carácter de objetividad y universalidad que está lejos de poseer. De
hecho, los materiales, fuentes y procedimientos de legitimación propios de las
ciencias sociales operan a través de la palabra escrita. Ello explica que la mayor

parte de su
con ello los peculiaridad
relatos oralesque
sean transcritos
constituye, para
a la vez,susuanálisis
riquezay potencial.
divulgación,
La perdiendo
palabra
oral no se ve plenamente reflejada en la escritura, ya que muchos de sus rasgos
particulares portadores de sentido, no tienen un equivalente gráfico. La entonación,
el ritmo, el volumen, las pausas, los énfasis, la desenvoltura y todos sus cambios a
través de la conversación, no pueden ser simplemente trasladados al lenguaje
escrito, perdiéndose así no sólo información, sino también alterándose
notablemente su significado.13 En cualquier caso, no debe olvidarse que todas estas
consideraciones poseen un carácter muy genérico, ya que el grado de variabilidad
del tipo y calidad de las relaciones sociales en que se generan los relatos de vida —
escritos u orales— es muy grande.

4. ELABORACIÓN DEL PRSONAJE-NARRADOR: ESTRUCTURA Y MECANISMOS


Como se ha sugerido antes, utilizando una jerga propia del análisis literario es
posible recapitular sobre parte de lo planteado, diciendo que el hablante en un
relato de vida es el equivalente al autor del texto, mientras que el narrador —quien
realiza su función al interior de una relación social específica— actúa,
simultáneamente, como el propio personaje central que elabora el relato en primera
persona en torno a sí mismo. En este último capítulo me abocaré, en primer lugar,
a definir este personaje-narrador, examinando las implicancias del enunciado
anterior. En segundo lugar, propondré algunas categorías distintivas para el
análisis de la estructura de la narración y de los mecanismos con que aquel es
construido. En tercer lugar trataré de las posibilidades del análisis semántico del
personaje.14 En lo que sigue haré escasas referencias a los factores endógenos al
texto (la situación de la entrevista, el contexto social, las alternativas de
enfrentamiento de cada lector, etc.), centrándome preferentemente en el universo
lingüístico del relato.

13 Para una argumentación detallada respecto a las particularidades del relato hablado y su valor en

la llamada historia oral, ver: Portelli (1987).


14 Pocos son los teóricos de la crítica literaria que no se han preocupado del «personaje» como

categoría de análisis del relato, en particular de la novela. Ello ha dado lugar a intensos debates en

torno a laypertinencia
enfoques y utilidad
términos propios de tal concepto.
del análisis semióticoAdel
pesar de no
relato, queme
endetendré
estas páginas extraeré
en tales algunos
polémicas, por
ser ellas demasiado especializadas y poco relevantes para lo aquí planteado (al menos en este primer
esbozo). Las posiciones van desde despreciarlo absolutamente como un concepto válido, aceptando a
los protagonistas sólo como meros agentes de secuencias (Greimas, Robbe-Grillet), hasta definirlo en
su concepción tradicional de corte psicológico (Bennet), considerarlo como un signo o morfema
discontinuo (Hamon), como una función narrativa particular (Propp), un asemantéma (Guillaume), o,
en fin, un referente semántico (Todorov).
a) EL PERSONAJE-NARRADOR
Según Córdoba (op. cit., 33) la definición más breve, simple y posiblemente la
más exacta del personaje es:
«el referente real o ficticio de un nombre propio y/o de sus sustitutos».15

Según este autor, el sentido srcinal con que fue utilizada la palabra en francés
data de 1250 y se empleaba como sinónimo de «dignatario eclesiástico». De allí que
hoy se recurra a ella en el lenguaje cotidiano para referirse a una notabilidad
cualquiera («todo un personaje»); es decir, una característica o conjunto de
características que otorgan notoriedad, superioridad o poder de sobresalir. A partir
del comienzo del siglo XV el concepto habría comenzado a migrar hacia los terrenos
que hoy le son propios: el teatro, luego la novela y, posteriormente, el cine. En estos
campos la noción es equivalente a la antigua «máscara» del teatro ritual: una
apariencia o rol sobrepuesto al del actor (el ser «real»), con el cual éste representa en
escena una serie de rasgos y funciones. El concepto también es definido
frecuentemente en oposición al de persona, para hacer referencia a un producto
estilizado que reúne o sintetiza ciertas cualidades ideales.
A pesar de las muy diferentes corrientes que coexisten en la crítica literaria, es
casi unánime hoy día la visión según la cual el personaje debe ser concebido sólo
como un fenómeno lingüístico,16 que no posee existencia previa, posterior o exterior
al texto. Ya he afirmado que para efecto del análisis del relato autobiográfico esta
consideración también es válida y necesaria: el personaje que lo protagoniza no es
imaginario en el mismo sentido que los personajes literarios, pero tampoco es
equivalente al hablante y, sobre todo, su relato no es reflejo de la vida de aquél. El
personaje está constituido por unidades de sentido, palabras y frases dichas por él,
o por otros personajes a través de él; no existe más que en el texto, es un puro ser
de lenguaje. En expresión de Córdoba I(bid, 35):
«En cualquier relato, sea ficticio o no, los personajes se vuelven seres de lenguaje, una
seguidilla de fonemas o de letras, según si es oral o escrito... He allí el destino común de toda
cosa desde que ella entra, a cualquier título que sea, en un discurso».

Ahora bien, ¿qué tipo de personaje es éste que surge en el discurso


autobiográfico? Lo primero que habría que notar es, que se trata de un personaje
que, además de protagonizar muy centralmente el relato, lo narra, imponiendo con
ellos su «punto de vista». Es decir, cualquier lector-auditor conoce el universo
desplegado en el texto a través de los ojos (palabras) del narrador; asume,
queriéndolo o no, de un modo inmediato su perspectiva particular. Aquí entra en
operación el primer y básico mecanismo con el que se estructura un relato
autobiográfico: la «selección». Ella se refiere a la especial articulación que realiza el
hablante —de un modo inconsciente o no— entre el recuerdo y el olvido; aquello que

15 Al hablar de «sustitutos», este autor se refiere a las denominaciones gramaticales directas o


indirectas con que se hace referencia al personaje sin nombrarlo: «aquél», «él», «ese muchacho
ingenuo de entonces», etc.
16 Unanimidad que se opone a la anterior y tradicional concertación romántica en torno a la validez

del personaje,
novelesco, «quegeométrico
el lugar había constituido,
de todasen
lasuna tradición plurisecular,
identificaciones y todas lasla llave de voluntad
proyecciones del edificio
psicologistas. [La
muerte del personaje] tuvo un efecto saludable, y se puede esperar que hayan sido desterradas para
siempre de los pupitres de nuestras escuelas esas ridículas divagaciones sobre los sentimientos del
Cid o de Aricia, que han hecho palidecer en pura pérdida a generaciones de estudiantes. (...) En
síntesis el personaje no es una persona, creo que estamos todos de acuerdo en eso hoy día y me
parece inútil continuar más tiempo empujando estas puertas ya abiertas o clavando clavos ya
sólidamente remachados» (Córdoba, op. cit., 34).
hace que la narración contenga tales sucesos o detalle, mientras que otros son
desplazados a la ignorancia o relegados a la mortalidad. Sin embargo, la selección
no debe entenderse sólo como el rescate y enumeración de ciertos hechos a los que
se le da importancia, en oposición a otros que no se mencionan, sino también —y
por ello se habla de «punto de vista»— a la perspectiva o enfoque con que funciona
el recuerdo, a la forma como es articulado y presentado. El punto de vista se revela
en el texto; allí sus limites y orientaciones pueden ser dimensionados; pero, su
srcen se remonta a «antes» y «fuera» del texto, en el sentido que se ha querido
explicitar en los capítulos anteriores. El punto de vista muestra una faceta y, al
hacerlo, oculta otras; en la imposibilidad de ser intercambiable radican sus riquezas
y limitaciones. El punto de vista actúa en el discurso autobiográfico —según una
imagen de Yourcenar (1985, 338)— de modo similar a la definitiva elección que hace
el pintor de un ángulo específico en el horizonte, después de haber estado
incesantemente desplazando su caballete de un lado a otro.
Por otra parle, más allá de la intervención del investigador, lo normal y
predecible es que el texto entero gire en torno al propio personaje-narrador,
apoyándose en su figura y siendo:
«el soporte de transformaciones y conservaciones del relato» (Hamon, op. cit., 125).

Esta particularidad del discurso autobiográfico —que el narrador hable en


primera persona y estructure el desarrollo del texto en torno a sí mismo como el
personaje central— presenta una compleja situación que tiene interesantes
implicancias.
La principal: el relato autobiográfico funda y sostiene la exclusiva perspectiva o
punto de vista del propio personaje-narrador mediante su posición de hablante en
primera persona, contando con los poderes de un narrador omnisciente: se
desplaza de un modo envidiable entre los acontecimientos, existe como tal
simultáneamente a través de los tiempos y espacios en donde transcurre la
narración, con pleno conocimiento de su propia interioridad y, en la mayoría de los
casos, de la de sus semejantes. Es un narrador que designa, adjetiva, nombra,
interpreta y explica, da a conocer motivaciones y deseos, trae a nuestra presencia,
califica y caracteriza a los demás protagonistas del texto. El lector se encuentra a
merced de sus intereses y caprichos. En el ejemplo siguiente una mujer ya madura
se refiere a su madre:
«Ella sabía que a mí me tiraba la ciudad, Pero nunca aprobó mi vida ni mis gustos; tenía
envidia de lo que yo pudiera llegar a ser... nunca me tuvo confianza, y educó a mis hermanos
haciéndoles creer que yo era una empleada suya. Cuando se dio cuenta que yo igual no más
iba a hacer mi vida, torció todo para que yo me tuviera que ir y ninguno de la casa me defendió
porque les interesaban las tierras».

Pero la posición narrativa del personaje no es consistente, ni tiene obligación


de serlo, posee la flexibilidad necesaria para cambiar de estilo y «alejarse» de los
hechos que narra. La misma mujer del ejemplo anterior, conocedora de la
interioridad de los otros personajes, un poco más adelante habla como un narrador
«objetivo» propio de la mejor tradición «naturalista», el cual se limita a describir lo

que ve, sin atribuir motivos ni sentimientos:


«En esa época la gente andaba de un lado pa’a otro buscando trabajo, golpeaban cuanta
puerta encontraban, hablaban con quien conocían, se las arreglaban como podían. Los cabros
amanecían tirados en las veredas, y la gente bien vestida no se les acercaba; cuando tenían
que pasar delante de un chiquillo, cruzaban antes la calle y era muy raro que alguien diera
una limosna».
A pesar de ese potente y artificioso efecto de identidad entre hablante, narrador
y personaje, que confunde y tienta a concebirlo y tratarlo como un solo «él», no hay
que olvidar que no es quien vivió la vida quien la cuenta, sino un narrador
construido ad hoc y que tiene existencia sólo para efectos del relato y dentro de él.
Según Todorov (1971a, 125):
«El personaje-narrador no es un personaje como los otros; pero tampoco se parece al
narrador desde afuera... Esto sería confundir el “yo” con el verdadero sujeto de la
enunciación... Desde el momento en que el sujeto de la enunciación se convierte en sujeto del
enunciado, ya no es el mismo sujeto quien enuncia. Hablar de sí mismo significa no ser ya el
mismo “sí mismo”».

Sin embargo, el personaje central no sólo predomina sobre los demás, sino que
también, al ser consistentemente el eje explícito u oculto de todos los episodios
constitutivos del texto, le da solidez a la ilusión de fidelidad e integridad del relato.
En efecto, el narrador del texto autobiográfico aparece con una autoridad natural,
puede permitirse no argumentar en exceso, dar saltos cronológicos espectaculares;
no recurrir a demasiados detalles. «Después de todo —imagino que podría decir—,
es de mí de quien hablo, ¿quién podría hacerlo mejor que yo, que estuve allí, que lo
vi, que lo viví?» Esta autoridad natural (frente a la cual el investigador se cuida
mucho de expresar sospecha), esta presencia imponente y totalizante del personaje-
narrador no ayuda por sí misma a evidenciarlo. Al contrario; su imagen se diluye
tras la aparente legitimidad de su posición. También son aplicables aquí las
consideraciones de Todorov (Ibid, 126) en relación a la identificación entre narrador
y personaje en la literatura:
«El verdadero narrador, el sujeto de la enunciación de un texto en el cual un personaje
dice “yo”, sólo resulta con esto aún más disimulado. El relato en primera persona no explícita
la imagen de su narrador, sino que por el contrario la hace aún más implícita. Y todo, intento
de explicación sólo puede conducir a una disimulación cada vez más perfecta del sujeto de la
enunciación; este discurso que se confiesa discurso no hace más que ocultar pudorosamente
su propiedad de discurso».

La simple enunciación del «yo» y/o de su nombre propio, entonces, no dice


nada acerca de la significación específica del personaje; por el contrario, oculta y
camufla su identidad. Hamon (op. cit., 126 y ss.) habla, al referirse al personaje, de
su «etiqueta semántica», la cual —a diferencia del morfema lingüístico, que contiene
en sí mismo, desde el momento de su enunciación, un significado compartido— no
es un signo conocido de antemano que se trataría de reconocer, sino una
construcción que se efectúa progresivamente. El significado del personaje, su
etiqueta semántica, es un misterio en el comienzo del texto, un «morfema en
blanco», sólo se conoce y reconoce a través de la narración, en una operación
gradual, en la cual participan no sólo entrevistador y entrevistado, sino también
todo lector o auditor posterior, por medio de la memorización, reconstrucción y
asociación. Entre principio y fin del relato este morfema vacío de significación se va
llenando con predicados, acciones contenidas en sus respectivos verbos,
adjetivaciones, etc. Esta es la diferencia, en ningún caso secundaria, entre el relato
autobiográfico y una indagación sobre ciertas características escogidas en la
trayectoria temporal de un individuo, las que son recolectadas y/o expuestas a
través de una secuencia temporal —como, por nombrar un ejemplo, la investigación
llevada a cabo por Balán (1974)—: el relato de vida tiene un carácter discursivo y
acumulativo en su expresión y en su lectura. Ello significa que el personaje
presentado va siendo construido en el transcurso del discurso, en el texto el es
elaborado, de tal modo que su significado está determinado progresivamente por el
contexto semántico que lo precede y acompaña, contexto que escoge y actualiza un
sentido entre muchos teóricamente posibles.
A continuación —y antes de describir los pasos pertinentes para el análisis de
la etiqueta semántica— trataré de la estructura general que organiza un relato
autobiográfico, de los principales elementos que la componen y de sus relaciones.

b) LA ESTRUCTURA DEL TEXTO


Afirmar que el relato autobiográfico posee una estructura —al igual que poseen
la suya el discurso político, la confesión terapéutica o la declaración amorosa— no
implica asumir que todos los textos que componen tal categoría sean formalmente
idénticos. Ni siquiera significa que ellos sean exhaustivamente analizables de
acuerdo a un modelo similar. Al hablar de la estructura del texto autobiográfico me
refiero a la posibilidad de tener acceso a la existencia de una regularidad observable
y deducible en sus componentes, en la organización y distribución de ellos y, por
último, en las relaciones que establecen entre sí. En tal sentido, el relato
autobiográfico no «posee» una estructura, «es» un tipo de estructura. Se ha discutido
demasiado acerca de si la estructura es una propiedad de los objetos que se
analizan científicamente, o es exclusivamente un concepto, una herramienta propia
del análisis.17 Pouillon (1971, 12), afirma que:
«[La estructura] siendo subyacente a la organización, también la desborda, puesto que la
convierte en una variante cuyas transformaciones explica, y ésta es la razón de que se haya
comenzado por definir la estructura como una sintaxis. De hecho, la estructura es a la vez una
realidad —esta configuración que el análisis descubre— y una herramienta intelectual —la ley
de su variabilidad».

Se trata, por tanto, de una estructura que no es equivalente, estrictamente a la


forma, en oposición al contenido, esto es, que su significado no es entendible sino
en relación al sentido que denotan sus elementos y sus relaciones. En palabras de
Lévi-Strauss (1972, 9. Destacados en el srcinal) al escribir su célebre crítica al
análisis «formalista» de los cuentos maravillosos rusos que realizara Propp:
«La forma se define por oposición a una materia que le es extraña, pero la estructura no
tiene distinto contenido: es el mismo contenido, recogido en una organización lógica concebida
como propiedad de lo real».
Es a través de esta estructura y de sus relaciones que el discurso
autobiográfico relata una vida y —a diferencia de ella— la presenta como si
estuviese dotada de sentido: es contada, a alguien, como la sucesión de tiempos,
actos y hechos articulados por motivos y causas inteligibles. Se trata, entonces, de
una construcción que a posteriori elabora un «sí mismo» atribuyendo significación a
su trayectoria. Para desentrañar la estructura general que organiza el relato
autobiográfico, es necesario asumir el supuesto que este tipo de narración
corresponde a un texto posible de ser descompuesto en unidades mínimas, las
cuales mantienen entre sí diferentes tipos de relaciones. Algunas de esas unidades

17 A pesar de lo aparentemente fácil que es proponer una concepción ecléctica, según la cual la
estructura es, a la vez, un modelo analítico y un rasgo constitutivo de los fenómenos que se conocen,
no se debe pasar por alto el hecho de que las consecuencias epistemológicas y filosóficas de ambas
posiciones son, en última instancia, irreductibles. Eco ha analizado en profundidad las diferentes
posiciones existentes al respecto, comparando críticamente los enfoques de sus más importantes
exponentes (Lévi-Strauss, Hjelmslev, Chomsky) y, las consecuencias últimas de sus proposiciones.
Ver: Eco (1981; 397-414).
y relaciones —aunque sobrepuestas y de límites difusos—, pueden presentarse de la
siguiente manera.
1) Las secuencias. Los relatos autobiográficos están construidos en torno a un
número variable de secuencias o episodios, aunque este último término no es
apropiado pues remite instantáneamente a la regularidad o equivalencia entre las
partes de una novela o los capítulos de un texto científico. En éstos últimos casos el
texto está dividido de forma equilibrada de acuerdo a un plan expositivo

previamente trazado,Las
lógicos o cognitivos. a base del cualdeselabusca
secuencias conseguir
narración ciertos efectos
autobiográfica, dramáticos,
en cambio, son
divisiones al interior del texto, que poseen un alto grado de variabilidad e
imprevisibilidad, en las que no siempre se distingue fácilmente los puntos de
partida y final. En verdad, raras veces comienzan o terminan del mismo modo que
los episodios o capítulos literarios. El concepto de secuencia es relevante y útil
porque la evolución de la narración casi nunca sigue un orden lineal (inicio
problematizador, trama dramática, desenlace más o menos inesperado) ni
cronológico (niñez, juventud, madurez, vejez), sino que se asemeja más a una novela
«moderna», en donde abundan las superposiciones, racontos, proyecciones, cambios
súbitos de énfasis, etc.
Por otra parte, las diferentes secuencias de un relato autobiográfico no son

semejantes entre
por el tipo de sí pornarrados,
sucesos el númeroni de
poracontecimientos,
el tiempo real o relatados enque
imaginario su consumen,
interior, ni
ni, en fin, porque cada una de ellas hable de una época diferente. Es posible que
alguna, o algunas de esas equivalencias se puedan dar, pero por lo general las
secuencias son muy desiguales entre sí. A pesar de todo es necesario distinguirlas,
y ello es viable a través de la identificación de los cortes (temporales, temáticos,
geográficos, por la introducción de un personaje nuevo, etc.) que hace el narrador.
Para pasar de una secuencia a otra se utilizan recursos gramaticales como «desde
entonces», «a partir de ese momento», «después», «ahí yo comencé...», etc., aunque
en rigor ese punto del relato puede no implicar un cambio de, escenario temporal ni
físico en la narración.
2) Los hitos. Son estrictamente ciertos sucesos externos o internos narrados
por el personaje,
Aunque que no
suele hacerlo, son
es presentados
necesario quecomo cruciales
el narrador en el curso
se detenga deensuellos
mucho vida.
ni
entregue demasiados detalles, pero no deja de subrayarlos por sus tonos de voz,
volumen, silencios, encubrimiento. real o fingido, u otros recursos de énfasis. Los
hitos pueden definirse como los momentos claves de la vida relatada, que poseen al
interior del relato capacidad explicativa o referencial. En el ejemplo siguiente el
personaje-narrador hace referencia a su juventud, cuando el dueño del fundo donde
vivía no permitía que los inquilinos usaran los senderos interiores:
«Recuerdo una vez, yo venía con un grupo de trabajadores atravesando el potrero. Ahí
ocurrió que nuevamente el patrón, como en muchas otras ocasiones, salió al paso de nosotros
diciéndonos que teníamos que devolvernos y venirnos por el camino. Los trabajadores que
venían conmigo quisieron devolverse y yo les increpé diciéndoles que no. El patrón, al ver mi
actitud decidida, me manifestó que él era el dueño y que los potreros eran para los animales y
el camino para que traficara la gente. Yo le manifesté que muy dueño sería pero él no me iba a
obligar a cambiar de parecer. De los diez trabajadores que veníamos solamente tres nos
decidimos a seguir adelante, avanzamos. El resto que eran siete se devolvieron seguidos del
patrón igual como si estuvieran arriando animales. Los tres que atravesamos nos suspendieron
del trabajo por una semana como castigo ejemplificador, según manifestó el dueño. A partir de
ahí la gente, en forma paulatina, ya no utilizaba el camino... Vencieron el miedo y el temor».
A cada secuencia no corresponde necesariamente un hito; éstos, más bien,
suelen encontrarse al interior del relato en forma diseminada. Muchas veces los
hitos se refieren a sucesos propios de los ciclos de vida; acontecimientos que para el
sujeto no son indiferentes, que se salen de la rutina cotidiana o corresponden a
demarcaciones autobiográficas legítimas (aunque pertenecen a la rutina social):
abandono del hogar, matrimonio, maternidad, viaje, cesantía, enfermedad, muerte
de la madre o del padre, etc. Pero ello no es suficiente. Para que un hito sea tal es
necesario que aparezca revestido de un carácter extraordinario y generador de
nuevas circunstancias; es decir, hechos hasta cierto punto dramáticos a los cuales
el narrador les otorga capacidad explicativa, explícita o implícitamente. Un hecho
cotidiano, que para un narrador no vale la pena siquiera relatar, para otro bien
puede transformarse en un hito por la particular forma que se dio y es recordado.
Como en el ejemplo siguiente:
«Yo nunca fui al colegio, fui un día (sic), por eso sé como es un colegio. Me senté y una
señorita me llamó, me dio un silabario y yo leí una lección que se llamaba “La cabra”. Entonces
ella me dio un canasto y me mandó a recoger unos bellotos que caen de los árboles. En eso
pasó mi padrino y me vio recogiendo bellotos; entró a la escuela, habló con la señorita, me
tomó, me echó al caballo y nunca más me mandaron a la escuela. No sé, de ahí se decidió
todo» (SUR, op. cit., 4-5).

En relatos fuertemente articulados y de una coherencia forzada, en donde se

hace evidente
«sí mismo», cierta
puede reflexión previa
presentarse y lahito
sólo un construcción de una imagendemuy
básico, desencadenante sólida del
la acción. Es
el suceso de la «revelación» en las biografías o autobiografías de santos y mártires,
por ejemplo; o en las que se refieren a la infancia de genios, en donde un hecho
particular habría revelado, orientado y legitimado su talento extraordinario. En
otros casos, los hitos más marcadores están centrados en la infancia o adolescencia
y, en ocasiones, corresponden a sucesos que no se presenciaron directamente o que
acontecieron a nivel contextual (local, nacional, político, etc.).
«Los primeros recuerdos que tengo son de ahí, de esa época en Valparaíso. (...) A mí el
puerto me gustaba y siempre he querido volver al mar. Yo estaba por entrar al colegio cuando
vino el levantamiento de los marinos; ahí se supo lo que era una ciudad casi en guerra, aunque
no duró ni dos días. Pero a algunos los colgaron en el mismo barco y de puro miedo mi madre
partió pa’Santiago y dejamos todo botado».

Por último, también es frecuente que los hitos adquieran la connotación de


una prueba o desafío, cuya eventual superación confirmará algunos rasgos, o el
sentido general que el personaje busca para sí mismo, o con el que se identifica
actualmente y desea proyectarse.
«Ahí fue cuando yo me dije que no se podía seguir aguantando tanto. Si le dejo pasar
esta, pensé pa’mí, le tengo que dejar pasar todas. Así es que me le encaché y le dije: “a tu
mamá le podís pegar si querís, pero lo que es a mí éste es el primer y último charchazo que me
dai”. Entonces, agarré el cuchillo cocinero y me quedé plantada esperándolo. De ahí se fue
quedando más tranquilo, y yo siempre cuento esto en las reuniones porque hay muchas
mujeres que no se dan cuenta que haciéndose las tranquilas lo único que consiguen es que las
humillen más».

3) Las etapas. Si las secuencias son las gruesas divisiones propias del texto, las

etapas corresponden
la edición a los
de los relatos defragmentos temporales
vida esta cuestión con que
muchas es presentada
veces la vida. En
se ha «solucionado» con
anterioridad, y el lector puede conocer el discurso autobiográfico ya segmentado en
temas, o en «edades» típicas: nacimiento (familia de srcen), niñez, juventud,
matrimonio, etc. Sin embargo, los relatos autobiográficos no sólo raramente siguen
un curso cronológico estricto, sino que además sus etapas no siempre corresponden
al esquema de clasificación cronológica usualmente utilizado.
Lo importante es que la vida de un personaje inevitablemente es relatada como
si él transitara por un pasaje, recorriera o realizara una línea con sentido, con
finalidad, una misión, un itinerario coherente entre un antes y un ahora; se trata de
un personaje que cumple algún tipo de destino. Para la introducción y finalización
de las etapas también existen fórmulas gramaticales recurrentes, y al interior de un
mismo relato las etapas generalmente son variables en cuanto a su duración. Esto
último queda dicho en dos sentidos: es variable la cantidad de años que pueden
quedar contenidos en una etapa, y es variable la cantidad de texto que se le dedica
(tiempo narrado y tiempo narrativo). Cada etapa contiene o va asociada a un
«referente histórico», o anclaje. Ello significa que por lo común está más atada a la
ubicación geográfica del hablante, a un estado civil, trabajo, etc., que al estricto
paso de los años. Las alusiones gramaticales para pasar de una etapa a otra tienen
que ver con ese anclaje o referente. Frases como «ahí empecé yo a ganar mi plata»,
«partí con ella...», «en la capital todo fue diferente», etc., pueden anunciar el
comienzo de una etapa cronológica distinta. Por supuesto, una misma frase puede
constituirse, a la vez, en la introducción de una secuencia, de un hito y de una
etapa; pero ello es más propio de la narrativa dramática y de ficción que,
precisamente, basa gran parte de sus efectos en tales recursos.
4) Los motivos. Los motivos son afirmaciones, directas o indirectas, que
tienden a explicar conductas del propio personaje-narrador o de otros personajes
del relato. El narrador puede reconocer que está sólo suponiendo el porqué de las
conductas de otro, o puede simplemente designar los motivos, dando por hecho que
sus deducciones son ciertas. En otros casos, se suele dar argumentos detallados en
los que se fundamenta algún tipo de información calificada que justifica la
explicación aludida. Como en el ejemplo siguiente, en donde una mujer explica las
razones que tuvo su hijo para casarse:
«Leandro con la Marina no fueron nunca felices desde el día que se casaron, porque
Leandro nunca quiso a la Marina. Se casó puramente de verme que yo tanto sufría con mi
marido, y entonces una vez me dijo: “mire mamá —me dijo— por qué no se aparta de él”; “Y
pa’dónde me voy a ir, qué voy a hacer”. “Váyase —me dijo— p’allá p’a Curacautín —me dijo— y
yo me quedo con mis hermanas”. “¡Pero cómo te vas a quedar tu solo hombre!”. Entonces me
dijo: “me voy a casar, me caso —dijo— pa’poder quedarme con mis hermanos, pa’que usted
deje solo a mi papá, ¡está güeno ya!”» (De León, 1986, 104).

Es evidente que la cantidad de argumentos o información entregados no es


prueba de que los motivos atribuidos sean más creíbles o certeros que otros. Por
otra parte, es frecuente que a una misma acción se le atribuyan, en diferentes
partes del relato, motivos distintos y hasta opuestos. Además, en ocasiones es difícil
separar la narración o reconstrucción teatral de la conducta de la atribución de sus
respectivos motivos. Como en el ejemplo siguiente, en donde una mujer del sector
forestal se refiere a su antiguo marido y a su actual conviviente:
«Reconozco que fue malo lo que hice [al abandonar al marido], pero es que también tenía
que buscar otro ambiente mejor. Era muy borracho, muy tomador. No era un hombre que
sabía responder y además me sacaba las cosas y las vendía. Sobre todo a los niños no los
trataba bien, no los tenía bien arreglados, a pata pelá y pobres. (...)
Me daba la vida muy mal.
Con éste estoy como cuatro años. Conmigo nunca se ha portado mal, siempre se ha
portado bien» (De León, op. cit., 130).

En otros casos el narrador declara abiertamente no conocer los motivos de


determinada acción de un personaje, o de sí mismo (aunque en ocasiones es
previsible que a medida que la narración se torna más desenvuelta, vuelva sobre
hitos importantes y comience a atribuir motivos más o menos hipotéticos a los
mismos cuya explicación antes afirmó desconocer).
«Nunca supe por qué me echó el patrón. Dicen que fue porque andábamos formando un
sindicato. Pero yo nunca me metí en eso. Dicen que el patrón siempre cambiaba la gente pa’no
tener que pagar vacaciones, pero yo no sé, porque otros habían durado años ahí. La cuestión
es que me cortaron y nunca supe por qué».
«De trece años me fui a trabajar a Santiago, sola. Una amiga me fue a dejar y después me
las arreglé sola. Salí del lado de mi mamá, hasta el día de hoy, de pasadita iba a visitarla,
porque ella nunca me quiso como hija. La sencilla razón nunca la supe, ni hasta el día de hoy
la sé» (De León, op. cit., 129).
«No tengo idea por qué lo hice. Hasta el día de hoy me acuerdo y no le puedo jurar que
ahora no haría lo mismo. Pero no puedo decirle por qué».

Schutz (op. cit., 88 y ss.) ha establecido una útil diferenciación entre los
motivos «para» y los motivos «porque», que puede ser aplicada con fructíferos
resultados al análisis de los relatos autobiográficos. Cuando el narrador se sitúa
muy vívidamente en el momento o la época en que sucedieron los hechos que está
narrando, afloran los motivos «para», aquellos que desde su punto de vista se
relacionaron, en su momento, con su futuro previsible o deseable, con el proyecto
que hoy día supone haber tenido. En los motivos «porque», en cambio, se hace una
clara alusión a las experiencias pasadas, otorgando una explicación
conscientemente desde la actualidad. Los motivos «porque» suelen ser de tipo
reflexivo, en los que se toma distancia de la acción, evaluando un mayor número de
antecedentes y buscando irradiar un rango de «objetividad». En el comienzo de una
narración, por ejemplo, un sujeto dice haber abandonado los estudios escolares en
su infancia para ganar dinero y, en consecuencia, independencia. Sin embargo, más
adelante, desde una perspectiva más de conjunto, en la cual se expresan sus
actuales, juicios acerca de la cuestión expresa:
«¡Lo que es no haber tenido educación! Son muchas las puertas que se le cierran a uno y
todo porque aún siendo muy cabro tuve que ayudar a mantener a mi familia. Usted sabe, yo
era el mayor y ya de chiquillo tuve que ponerme en la casa porque si no, no se comía».

Lo que primero era un motivo «para» (el ganar dinero e independencia,


expresión que claramente formulada desde la acción misma casi posee una
connotación explícitamente positiva) se convierte —vía actitud reflexiva desde el
presente— en un motivo «porque» (la escasez de recursos familiares). Lo que desde
una enunciación aparece casi como una opción, en la otra deviene obligación. Es
importante aclarar que la enunciación de motivos «para» no implica que se esté
reviviendo la acción ni siendo necesariamente más fiel a los motivos válidos en el
momento del suceso. Siendo consecuente con lo hasta aquí planteado, he hablado
de revivir la acción en un sentido figurado, esto es, los motivos «para» también son
atribuidos desde el presente, pero sin duda se trata de un recurso narrativo que
corresponde a un estado afectivo diferente en la narración. Por otra parte, la
diferenciación entre ambos tipos de motivos no debe buscarse textualmente en las
afirmaciones del narrador, ya que suelen ser presentadas bajo otras
denominaciones. Según Schutz (Ibid):

«Con frecuencia, la distinción entre motivos “para” y motivos “porque” es omitida en el


lenguaje común, lo cual permite expresar la mayoría de los motivos “para” mediante oraciones
del tipo “porque”, aunque no a la inversa. (...) El análisis lógico debe penetrar por debajo del
manto del lenguaje e investigar cómo es posible esta curiosa traducción de relaciones del tipo
“para” a oraciones del tipo “porque”».

5) La causalidad. Intimamente ligado a los motivos aparecen las relaciones de


causalidad que establece el narrador. Las atribuciones de causalidad son un
importante encadenador que relaciona, une y explica (más o menos explícitamente)
tanto las sucesos como las etapas y los hitos. La diferencia entre las relaciones de
causalidad y los 'motivos radica en que éstos sólo son aplicables a las conductas de
personas y aquellas son utilizadas para establecer vínculos entre unidades de
diferente categoría, como las mencionadas más arriba (sucesos, etapas, hitos). Es
de primera importancia detectar el por qué se afirma que ocurrió lo que ocurrió, ya
que el sentido general que se atribuye a la propia existencia se fundamenta en el
encadenamiento necesario entre las diferentes etapas, y la causalidad suele ser el
principal modelo de relación invocada. La causalidad no queda expresada en sólo
una frase; en general se trata de enunciados de variada naturaleza, que se
encuentran intercalados a través de todo el discurso; ellos deben ser analizados en
conjunto, observando los momentos de su aplicación, sus semejanzas y diferencias.
Existen diferentes órdenes de causalidad, y en el relato se sobreponen y
enuncian sin mayores rupturas de continuidad. No obstante, cada narrador, por lo
general, utiliza preferentemente una más que otras. Se puede hablar, en tal caso, de
la «predominancia» de un tipo de causalidad, tanto desde el punto de vista
cuantitativo (la frecuencia de esa clase de encadenamiento) como cualitativo (el peso
o influencia privilegiada que se le otorga).
Las causalidades más recurrentes —pero con seguridad no las únicas— son las

de tipo «histórico»,
globalmente, «psicológico»,
es decir, tomando «natural» y «mítico».
en cuenta Ellas deben
las diferencias ser conocidas
y contrastes que se
establecen entre ellas.
La causalidad de tipo histórico se produce cuando el narrador pone énfasis en
los acontecimientos referidos o en el contexto en cual ellos se dieron; los sucesos
son productos de otros sucesos precedentes y dan srcen, a su vez, a sucesos
posteriores. La causa del objeto específico de la narración es histórica o
circunstancial, en el sentido de que hay que buscarla o se declara que reside en la
lógica y propiedades de los hechos narrados. Los acontecimientos aparecen, de este
modo, revestidos de cierta impersonalidad; es el contexto factual, más que las
personas, el que determina los hechos.
La causalidad de tipo psicológico se manifiesta cuando el narrador no invoca
las acciones o acontecimientos para explicar otro suceso, sino que alude a rasgos de
carácter de algunos de los personajes intervinientes. En este caso, las etapas
quedan encadenadas de modo altamente personalizado; es decir, los hechos
suceden más por efecto de cómo son los individuos que participaron en ellas, que
por aspectos sociales, estructurales, o exteriores a las características individuales
de los involucrados. Es más, los protagonistas materializan determinadas
conductas por sus rasgos personales, de modo que la acción aparece como
prefigurada en su interioridad y no como resultado de factores determinantes
externos.
La causalidad de tipo natural es, en algún sentido, casi la no causalidad: los
hechos narrados sucedieron porque tenían que suceder, y las etapas están
encadenadas del único modo que podrían estarlo. El devenir se ve como natural, en
el sentido que corresponde no a una lógica de los hechos ni de las personas, sino de
la naturaleza de la vida. Por supuesto, cuando este tipo de causalidad es
fuertemente aludida, el narrador no visualiza otras opciones que las que se dieron y
se está ante una imagen cercana al típico «destino» prefigurado o a la fatalidad.
La causalidad de tipo mítico alude a toda referencia a explicaciones que están
fuera del dominio humano. En este terreno son frecuentes las alusiones religiosas,
mágicas o simplemente simbólicas. Ello no implica necesariamente que el sujeto
comparta tales esquemas en sus aspectos doctrinarios ni costumbristas, sino que
recurre a ellos como explicaciones a mano. Este tipo de atribución de causalidad,
que puede confundirse, fundirse o acercarse mucho a la causalidad natural, pasa
por la capacidad del personaje-narrador de leer o interpretar algunos signos ciertos
de esa explicación extrahumana. Tales signos pueden ser meras señales del
entorno, formas de comunicación extrasensorial, invocaciones a la tradición o al
folklore, etc.
6) La adhesión a un orden moral. Un mecanismo recurrente en la
estructuración del relato autobiográfico es la adhesión más o menos explícita a un
cierto orden moral, superior o ideal. Esta tendencia es especialmente reiterativa en
el comienzo del relato, cuando el hablante se encuentra en una posición más
defensiva. Frases del tipo: «a mí no me gusta andar con mentiras», «lo que se dice
hay que hacerlo, porque yo no confío en quien no cumple», «yo no me meto con
nadie que no pueda mostrar su vida limpia», «habremos pasado hambre, pero
nunca hemos robado», etc., generalmente son fórmulas de presentación que tienden
a inducir la confianza del interlocutor y cuya frecuencia va disminuyendo a medida
que el relato avanza. La construcción de los enunciado que implican la adhesión,
defensa o identificación con un orden moral toman generalmente la forma de «frases
hechas», es decir tipificaciones preestructuradas a las que el sujeto recurre.
Esta tendencia, sin embargo, obviamente se verá reforzada en la medida en que
la narración se haga en el contexto de una relación con connotaciones morales. Es
el caso, por ejemplo, del uso de la autobiografía en las sesiones terapéuticas, en los
trabajos educativos, de denuncia política, etc., en donde el narrador se siente de
algún moda enjuiciado, presionado o estimulado a demostrar su pertenencia a un
particular grupo de personas, sector de la sociedad, credo ideológico, etc. La
expresión máxima de este mecanismo se produce cuando alguno de los
participantes (investigador, entrevistador, hablante) concibe el relato de vida como
un texto edificante, del cual es preciso que el narrador o el lector extraiga una
enseñanza vía la ejemplificación o una conclusión estilo moraleja.
«Aquí donde usted me ve siempre hemos sido pobres. Mi abuelo fue pobre, mis papás
también y yo sigo siendo pobre. Pero, eso sí, nadie puede decir que no hemos sido honrados.
Me crié en el trabajo y la honradez y así vamos a morir».
«Hoy día vivo, gracias a Dios, con mi señora en una casita modesta, pero como es fruto
de mi empeño y trabajo, puchas que la quiero. Mis hijos todos están vivos y trabajando, de vez
en cuando nos juntamos (en verano), y pasamos unos días agradables, recordando todo lo que
fue el pasado y proyectándonos para el futuro» (GIA, op. cit., 178).
«Yo lo único que pretendo es un cambio dentro de mi población, que haya más amor, que
haya más unidad, que haya más comprensión. No busco nada para mí. No es una satisfacción
personal. Yo he visto los cambios. (...) Como mujer, una es bien importante porque aparte de
ser mujer soy persona. No basta con ser dueña de casa, esposa, madre, no, sino que también
tenía que cumplir otra función, social. Tenía una responsabilidad frente a las otras mujeres»
(SUR, op. cit., 288).

Estos ejemplos —que podrían multiplicarse hasta lo insoportable— no deben


llevar a suponer que la adhesión a un orden moral se presenta homogéneamente a
través del relato. En efecto, es frecuente encontrar fuertes contradicciones no sólo
entre los enunciados morales y los hechos relatados, sino también al interior mismo
del universo moral al cual se adhiere. Es importante destacar que tal adhesión no
debe entenderse como el substrato orientador de la conducta pasada, ni aún como
el universo valórico con el que actualmente se identifica el hablante. Se trata de un
recurso narrativo, que cumple funciones propias de apoyo, justificación, reiteración,
explicación, etc. al interior del texto. Por último, tal recurso no sólo se expresa a
través de los enunciados' que explícitamente expongan un programa moral, sino
también existen fórmulas de adhesión veladas o muy indirectas. En este último
caso, el investigador tiene la sensación de estar frente a un umbral de significados
ambiguos, pero no menos consistentes; un discurso moral poco estructurado, frágil
y que no se relaciona de un modo equivalente con cánones morales públicamente
codificados. Es el terreno del choque entre las pautas ideales y los límites de lo real,
es el campo de las incertidumbres, de las contradicciones y de la culpa. Como en el
ejemplo siguiente, en donde una mujer relata cómo su hija fue enviada al extranjero
por su hermano, después que murió su madre a quien ella la entregara.
«...hubo un problema allá en la casa; porque yo tengo una niñita mujer de mi tiempo de casada
—a mí no me gusta andar con mentiras—. Fui casada y mi mamá me pidió la niñita de dos
años. (...) ...cuando me mandaron a decir que fuera a Lirquén, yo pregunté por la niña, que se
llama María. “Y la niña —les dije—, la María”. “No está na” —dijeron—. “Bah, que raro —les
dije yo—, ¿a dónde está?” Me dijeron: “tu hermano la dio pa’otro país”. Fui al juzgado y me
dijeron que la niña estaba dada. Se la habían llevado pa’l extranjero. Dijeron que el joven había
dado la niña porque la situación estaba mala donde mi familia y que a la niña la trataban mal.
Les dije que yo no estaba ahí y que no sabía que la trataban mal. Yo no puedo decir que si mi
mamá o mis hermanos... porque yo no los he visto. Cuando yo iba a Lirquén, siempre la
trataban bien. Desde que llegó al lado de mi mamá nunca la niña se había salido de ahí. Claro
que cuando murió mi mamá, mi hermana la dejaba encargada donde una vecina. Algunas
veces la mandaban a buscar vino y la misma gente de Lirquén —muchos años conocida de
nosotros— le dijeron a mi hermano que a la niña la tenían para andar acarreando vino y por
eso mi hermano hizo todo lo posible...
Digo yo, si va a ser otra niña, que sea otra, educada, no va a ser la misma que estaba en
la familia. Ahí en la casa de mi mamá no se iba a criar tan educada, porque no alcanzaba para
la educación. Eso es lo que le dije a mi hermano. Pero en ese sentido fue malo, porque a mí no
me tomó parecer. A mí no me dijo: “Silvia, yo voy a internar a la niña”, o “voy a pedir tu firma”.
Nada, ni una cosa.
Cuando llegó al lado de mi mamá tenía dos años. Ahora tiene siete años...» (De León, op.
cit., 129-30).
Existen, además de los ya mencionados, otros componentes de la estructura de
los relatos autobiográficos, de menor importancia y que aquí sólo me limitaré a
mencionar. Se trata de mecanismos y recursos narrativos que, en general, no

cumplen papeles
determinados tanpueden
relatos vitales jugar
comouna
los función
explicados anteriormente,
central. pero«síntesis»,
Se trata de las que en
las «repeticiones», las «metáforas» y «comparaciones», las «fantasías», las
«negaciones» y el «uso connotativo de los pronombres».

c) LA «ETIQUETA SEMÁNTICA» DEL PERSONAJE


Ahora bien, suponiendo que se ha identificado la estructura del texto a través
del análisis de los componentes señalados y de sus relaciones, es posible avanzar
en el conocimiento del significado del personaje (su etiqueta semántica, y la de
todos los personajes de la narración) a través de sus rasgos y funciones, y sus
respectivas relaciones y variaciones que ocurren en el curso de la narración. Al
respecto es indispensable precisar que el «sí mismo» construido en el relato en
términos de un personaje no significa que él quede definido sólo por una simple
enumeración de características y valores, por su desarrollo lineal, repetición o
cambio a través del relato, sino también, y principalmente, por la oposición y
relación que establece con otros personajes. Oposiciones y relaciones que también
pueden ir variando en el transcurso del discurso. Según Lévi-Straussop.
( cit., 34-5):
«...cada personaje no es dado en forma de elemento opaco, ante el cual el análisis estructural
deba detenerse diciendo: “no irá más allá”. ...el personaje es parangonable a una palabra
encontrada en un documento pero que no figura en el diccionario, o también a un nombre
propio, o sea a un término carente de contexto... [El universo del relato es] analizable en
parejas de oposiciones combinadas de manera distinta en cada personaje, el cual, lejos de
constituir una unidad es, como el fonema según lo concibe Roman Jakobson, un «haz de
elementos diferenciales».

El análisis del relato autobiográfico deberá entonces desplazarse desde el


descubrimiento de su estructura al conocimiento de la etiqueta semántica,
precisando y clasificando los ejes semánticos básicos que concurren a
estructurarla.18 Esta etiqueta semántica —no está de más insistir en ello—
eventualmente se modifica a través del relato, no sólo en el sentido de evolución
progresiva, sino también hasta el punto de entrar en contradicción de significación
consigo misma. Una vez más según las palabras de Todorov (1971b, 15):
«...una mirada superficial sobre cualquier relato, muestra que tal personaje se opone a tal otro.
Sin embargo, una oposición inmediata de los personajes simplificaría esas relaciones sin
acercarnos a nuestro fin. Vale la pena descomponer cada imagen en rasgos distintivos y poner
estos en relación de oposición o identidad con los rasgos distintivos de los otros personajes del
mismo relato. Se obtendrá así un número reducido de ejes de oposición, cuyas diversas
combinaciones reagruparían esos trazos en haces representativos de personajes».

En síntesis, los pasos necesarios para conocer la etiqueta semántica de los


personajes son los siguientes.
En primer lugar, se deberán detectar los ejes semánticos con los que es
definido el personaje y, al interior de ellos, sus rasgos pertinentes. Estos ejes
pueden aprehenderse a través del examen de su recurrencia en los enunciados
pertenecientes a los diferentes componentes de la estructura ya tratada.
Supongamos, recurriendo a un ejemplo simple, que un narrador se define a través
del texto en función de los siguientes rasgos: «hombre», «anciano», «pobre»,
«campesino», «religioso». Cada uno de esos rasgos significa ocupar una posición en
un eje determinado; a saber: «sexo», «edad», «condición social», «habitat», «ideología».
Después de determinar los ejes semánticos con que es definido el personaje-
narrador, se someterá a similar escrutinio a los otros personajes del texto.
El segundo paso será establecer una jerarquía entre los ejes pertinentes y sus
rasgos. Esta jerarquía se establecerá sobre el supuesto de que cada eje posee un
rendimiento narrativo diferencial, esto es, su capacidad para discriminar entre
diferentes tipos de personajes. Del mismo modo, será preciso establecer si ellos
sirven para identificar sólo al personaje-narrador, a un grupo de personajes o a
todos ellos.
Siguiendo con el ejemplo de más arriba, supongamos que el narrador-
personaje sea definido por ocupar una posición sobre los ejes mencionados: sexo,
edad, condición social, habitat, ideología, entre otros. Sin duda (y esa es una
característica inherente al relato autobiográfico) él será el personaje más «complejo»
de todos los que figuran en el texto; no en el sentido psicológico de la palabra
(riqueza caracterológica), sino porque estará definido siempre por una mayor
cantidad de ejes semánticos que el resto. En el cuadro de más abajo aparece una
representación esquemática de lo dicho, en la cual PN es el personaje-narrador,
protagonista de la autobiografía, y P1, P2, etc., son los otros personajes que
aparecen mencionados en el transcurso de las secuencias, hitos, etapas, etc. El

18 Tanto el concepto de «etiqueta semántica» como los pasos metodológicos presentes en las
próximas páginas, han sido tomados de la argumentación de Hamon (op. cit.).
signo «+» significa presencia en el eje, y «–» significa ausencia. Por supuesto, los
pasos aquí presentados sólo deben tomarse en un sentido esquemático, pues el
análisis puede y debe ser más detallado. Por ejemplo, el estar ubicado positivamente
en un eje, no significa que todo su contenido sea similar. En otras palabras, dos
personajes diferentes pueden tener una representación positiva en el eje «ideología»,
es decir, el texto los define de acuerdo a ella, pero no de la misma manera pues uno
es católico y el otro protestante.

Ejes Sexo Edad Condición Social Habitat Ideología


PN + + + + +
P1 + + + + +
P2 + – + – –
P3 + + – – –
P4 + + – – –
P5 + + – – +
P6 + + – + +

De este modo, será posible definir los grados de acercamiento o semejanza


entre el personaje-narrador y los otros protagonistas del relato. Será también viable
establecer «familias» o «clases» de personajes, definidos de acuerdo a su pertenencia
o no a determinado eje. El personaje-narrador y P1, por ejemplo, pertenecerán a la
misma familia; P3 y P4 pertenecerán a otra familia distinta, P5 y P6 serán cercanos
entre sí y P2 será más lejano a todos.
En tercer lugar, se establecerá una comparación entre las posiciones
respectivas en los ejes semánticos de los personajes (que se han puesto en contraste
con el personaje-narrador) y las funciones pertinentes que ellos realizan en los
distintos tipos de acción que llevan a cabo al interior del relato. En la
representación siguiente, al igual que en el esquema anterior, se puede apreciar un
alto grado de generalización en la definición de las funciones. El análisis específico
—según sean los requerimientos del tipo de estudio realizado y el universo humano
que involucre— puede definir las funciones a un mayor nivel de especificidad.
Además, aquí también deberán establecerse los niveles da semejanza, oposición y
cercanía.

Función Otorga Persigue Establece alianza Abandona Rompe


ayuda vínculos
PN + – + + –
P1 + – + + –
P2 + – + – –
P3 – + – – –
P4 – + – – –
P5 + + – – +
P6 + + – + +

Por último, al interior de cada clase o familia de personajes que se establezcan,


será posible llevar el análisis a un nivel de detalle extremo, intentando escapar a
todo binarismo elemental y descomponiendo cada eje y cada función en subclases.
Por ejemplo, el eje edad puede descomponerse en niñez vs. juventud, adultez vs.
vejez, etc.; el eje habitat puede ser descompuesto en natural vs. cultural, rural vs.
urbano, etc. Asimismo, la función de «perseguir» puede ser descompuesta en
«persecución física» vs. «asedio psicológico», etc. Una vez establecidas estas
subclases de ejes y funciones se deberán determinar las relaciones entre ellas, esto
es, los personajes que pertenecen a determinada subclase realizan necesariamente
cierto tipo de función, en relación a personajes que ocupan otras posiciones. Las
relaciones más destacadas serán las de determinación, contradicción, oposición,
implicación y complementariedad. De fundamental importancia será detectar
también las trayectorias o transformaciones experimentadas por los personajes en
el transcurso de un texto: sus movilidades de una subclase a otra en cada etapa,
los tipos de funciones que asumen y abandonan, y el realineamiento de las
relaciones mencionadas a partir de esas transformaciones.
Un esquema metodológico como el aquí planteado —cuyos primeros pasos sólo
se han insinuado y que esperan un posterior desarrollo— permitirá avanzar en el
conocimiento del relato autobiográfico en tanto texto, enfrentando su análisis a
nivel semántico, ya que —reitero— su naturaleza es discursiva. En definitiva —y
valga lo que sigue como conclusión de este trabajo—, el relato de una vida es un
proceso narrativo, en el cual el hablante se debate con su memoria, recuerdos,
intereses e imágenes; no pudiendo escapar del universo de las palabras y de las
narraciones, las que provienen de sistemas culturalmente compartidos de
representación del sí mismo. Como dice Ionesco (1973, 102-3):
«...cada nuevo sistema de expresión, una vez adoptado por los otros, una vez que se
convierte en convención, en adquirido, en cliché, o ideología, pierde su verdad esencial. La vida
se vuelve palabras. (...)
Cuando quiero contar mi vida, es de una errancia que hablo. Es de un bosque ilimitado
que hablo, o de una errancia en un bosque ilimitado. No es de mi que hablo, ya que me busco
con palabras que están hechas para que no me encuentre ahí, y que hacen crecer el extravío.
(...) En el canto inefable se substituye ya sea la palabra abstracta, ya sean las realidades
concretas de los actos que nos han fallado, que nos han alejado de nosotros mismos. Estamos
todos en la búsqueda de alguna cosa de una importancia extraordinaria, de la cual hemos
olvidado lo que era, escribo las memorias de un hombre que ha perdido la memoria. Me
quedará la conciencia que todas las cosas que estoy tratando de decir no son sino
substituciones. Me dejo, sin embargo, llevar por el flujo de las palabras.
La substancia no aparece sino un segundo, raramente.
Solamente el grito puede escucharse en esta bruma espesa».
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Balán, J. (1974): “El uso de historias vitales en encuestas y sus análisis mediante
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