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ACERCA

DE LAS CREENCIAS

¿QUÉ ES UNA CREENCIA?



Material elaborado por José Zendejas Hernández

Las creencias surgen como otro de los temas que intentan explicar las razones de la conducta
humana. Y miren que ya tenemos bastantes que lo intentan, pero ¿qué tiene de especial este
tema? ¿Por qué resulta tan frecuente que acudamos a él para acercarnos al fondo de las
razones por las cuales las personas nos comportamos de tal o cual manera? Algo en particular
deben tener. El verbo “creer” tiene fuerza, solidez y da la sensación de ser la conclusión de un
proceso de pensamiento y análisis que genera certeza a lo que se obtiene. Pero en todo caso,
esta sensación de seguridad debería provenir del proceso del manejo de información y
pensamiento y no de las conclusiones o del contenido de la conclusión. Lo verdaderamente
valioso está en la metodología para pensar y no en aquello en lo que se piensa.

Pero el interés y la atención se ponen en el contenido, y esto tal vez debido a que el proceso de
pensamiento desaparece o se hace invisible detrás de las ideas, del producto y del resultado. Y
una vez que lo anterior se obtiene, el resto de la argumentación se concentra en darle valor y
certeza a lo que se ha dicho. Dentro de este proceso de pensamiento, es común que las dudas y
los auto-cuestionamientos no tengan lugar, y esta es una de las principales debilidades de los
procesos de pensamiento. Esto significa que se plantean un objetivo y marchan hacia él, sin
permitirse siquiera la curiosidad por investigar otros caminos que surgen durante el análisis de
las experiencias o interpretaciones de las cuales se derivan las principales creencias de las
personas y de las sociedades.

Por lo tanto podríamos adelantar, con la advertencia que en el futuro podemos cambiar de
creencia, que estos pensamientos que llamamos “creencias” son el resultado del análisis de
determinada información proveniente del exterior bajo una determinada metodología, que
nace impregnada del contexto en que se genera y no es fácil que se desprenda de ella. Pero
además tienen otra característica muy particular, son auto-afirmables, es decir se refuerzan a sí
mismas conforme se piensa más en ellas y se encuentra, de manera voluntaria, información en
la “realidad” que concuerda con ella.

Y por todo lo anterior se convierten en la estructura que sustenta la personalidad humana. Decir
que las creencias son las causas del comportamiento es quedarnos en la superficie, quedarnos
cortos en su poder. Me parece que son mucho más que eso. Se constituyen en el tejido
emocional y racional sobre el que se construyen las interpretaciones y las nociones de “verdad”
o “mentira” de cada persona. Esto significa que no son solamente interpretaciones, sino que al
adquirir la bandera de ser “verdaderas”, se convierten incluso en las interpretaciones de las
interpretaciones, las verdades de las verdades y los pensamientos que permiten seguir
pensando sobre el mundo. Las creencias profundas son tan poderosas, que se esconden de tal
manera que se hacen escurridizas y fantasmales. Para descubrirlas y determinar su efecto, no

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sólo en el comportamiento de las personas, sino en su destino y en su felicidad o sufrimiento,


hay que investigar en la forma y metodología de pensar, aprendiendo a hacer de lado el
contenido. Mi propuesta es que para identificarlas, tenemos que caminar hacia atrás, muy atrás
y hacer de lado los contenidos y las conclusiones, concentrándonos en los procesos que dieron
origen a la manera en como se piensa y que se constituye en la “cuna” de las creencias.


Creencias y Verdad

Al referirnos al hecho de “creer” nos topamos inmediatamente con su consecuencia, la
“verdad”. Creer es un acto inconsciente, a veces incluso involuntario pero necesario para vivir,
para seguir construyendo nuestra vida, y para ello necesitamos “verdades”, de preferencia
sólidas, que no se muevan y si pueden ser inmutables y eternas, mejor. Es muy fácil pasar de
creencia a verdad y por lo tanto, parece ser muy difícil el tránsito opuesto, es decir, hacer de
lado la verdad para cuestionar la creencia. Intentar siquiera este proceso nos sacude, mueve
nuestra estructura de personalidad y nos conecta con el vacío, con lo que no somos o no
queremos ser. La ausencia de creencias sólidas es como un mar de arcilla, con inmensas
posibilidades pero sin ninguna certeza.

A veces la vida, con su fuerza y sus inesperados acontecimientos, nos demuestra no sólo la
fragilidad de nuestras creencias sino incluso su contenido absurdo, que no lo vemos sino hasta
que hemos experimentado la consecuencia de alimentar cierto tipo de ideas a todas luces
inadecuado para el ambiente en que vivimos. En estas situaciones, es inevitable la pregunta de
si era necesario tanto sufrimiento y frustración para entender la necesidad de cuestionar
periódicamente los sustentos racionales y emocionales que dan sentido a nuestra existencia, y
con mucha frecuencia también, la respuesta es por supuesto NO, no era indispensable pasar por
todo lo que hemos pasado para entender una idea tan simple y tan poderosa como la anterior.

Pero entonces, ¿es necesaria la verdad para vivir? La respuesta me parece que es SI y NO. Sí
porque los seres humanos pasamos una gran parte de nuestro tiempo construyendo “nuestra
propia verdad”, aquello que consideramos válido y útil para nuestra vida, nuestras relaciones y
todo aquello que nos importa. Somos seres a los que nos importan las cosas, no somos
indiferentes a lo que pasa y generamos opiniones y posiciones; que después nos importa
también defender y demostrar su lógica, sobre todo frente a puntos de vista opuestos a los
nuestros. Resulta entonces evidente pensar que esta verdad individual, siendo algo muy valioso
y respetable, no deja de ser eso: una serie de ideas acerca del mundo y de las personas que se
constituye en el faro que ilumina los caminos.

Y NO, porque en el proceso de crecimiento y desarrollo, nos damos cuenta que hemos
cambiado muchas de esas ideas que considerábamos fundamentales, básicas e inamovibles. No
somos los mismos, cambiamos, a veces aspectos superficiales y poco importantes y otras veces,
cuestiones trascendentes en nuestra forma de ser y comportamientos en la vida. No es
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necesaria la verdad, pero sí es indispensable creer en algo. Por lo tanto, la pregunta no es ¿cuál
es la verdad? Sino ¿en qué debo creer? Y esto desde luego no es un asunto menor.

Suponiendo que hasta aquí vamos de acuerdo, o al menos no tenemos discrepancias que nos
impidan continuar este razonamiento, el siguiente paso es determinar ciertos parámetros para
establecer una posible respuesta a las preguntas anteriores. Uno de los posibles elementos para
responder, está relacionado con nuestros objetivos, con lo que queremos ser o incluso con lo
que no queremos ser. Me atrevo a decir, con la utilidad y con el pragmatismo, aunque esta
palabra no goza de buena fama. Podemos entonces, con base en lo anterior, delinear aquello en
lo que creemos, en lo que se constituirá “nuestra” verdad tanto personal como social; esto es lo
que creemos de nosotros mismos y de los demás, incluyendo los sistemas sociales, laborales,
económicos y políticos de los que formamos parte.

Pero creo que nos hace falta un elemento, vamos a llamarlo de control, porque bajo el enfoque
anterior, todo sería válido. Necesitamos la ética, el bienvivir y sobre todo una convivencia sana y
respetuosa donde florezcan los atributos y las potencialidades de cada persona. En mi opinión,
el desarrollo, tanto personal como profesional, debería ser el elemento clave, el punto de apoyo
y la referencia para cualquier creencia que adoptemos. Como usted se dará cuenta
rápidamente, estoy cayendo en el establecimiento de una creencia que se constituye en mi
verdad, pero la diferencia es, y ojalá sea escuchado de esa manera, que es solamente una de las
muchas maneras en que podemos acotar normas y creencias para la sana convivencia.

Todo aquel que aspira a un continuo y permanente desarrollo, debe aprender a cuestionarse a
sí mismo. Es la clave, y debe hacerlo con rigor, sin piedad y sin historias protectoras de su ego
que dificultan la identificación de las creencias que estorban el avance. Lo que llamamos
desarrollo es un permanente cuestionamiento sobre las creencias de uno mismo y de los
demás. Tengo la sensación de que toda creencia, por el hecho de ya tenerse y ponerse en
práctica, es obsoleta, o lo será en poco tiempo. Tiende a generar beneficios y éxitos, pero no de
manera infinita, sino durante un tiempo y dentro de determinadas circunstancias, y éstas
últimas deben observarse con profundidad para identificar los primeros signos de agotamiento
y obsolescencia. Pero esto no significa que el cuestionamiento de las creencias dé origen
inmediatamente a otras. Necesitan tiempo para formarse, para constituirse y sobre todo para
ser absorbidas por la persona y su entorno. Sólo entonces producirán resultados y este proceso
es el que con frecuencia pasa desapercibido y entonces esperamos que una creencia, por el sólo
hecho de identificarse y hacerla parte del vocabulario, se muestre en el comportamiento y en
los resultados. Me parece que no sucede de esta manera.

Para explicar lo anterior, tenemos muchos ejemplos a la mano, desde el estilo de vestir, de
relacionarse, de cortarse o pintarse el pelo, de hablar, etc. Son tan nuestros, los hemos
construido y fortalecido durante tanto tiempo que ya son parte de nuestro ser, y creer que
podemos vestirnos distinto, vernos distinto o hablar distinto no son opciones que aparezcan
como muy probables en nuestro repertorio. En caso de pensar que necesitamos hacerlo, lo
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primero es convencerse de ello, de la necesidad de cambiar y después incorporar esa creencia al


vocabulario. Tal vez durante la primera etapa, esto es lo único que ocurre. El convencimiento y
el hablar; solamente hasta que ha pasado un tiempo se nota algo en el comportamiento y se
torna visible, al principio para aquellas personas que están cerca de nosotros. Uno mismo no se
da cuenta de estos cambios, a menos que otros lo hagan notar. Las conductas diferentes tienen
que ser conscientes, es decir, protegidas porque son frágiles. Las desviaciones son frecuentes y
con ellas el desánimo y la tentación de volver a lo anterior. Por eso, ya decíamos en renglones
anteriores, la importancia del convencimiento de cambiar, como alerta para las muchas
desviaciones que se presentarán en el camino, antes de que los primeros indicios de las nuevas
creencias se muestren en la forma de actuar y por supuesto en los resultados. Este no es un
proceso nuevo, lo sabemos desde hace mucho, nuestra intuición nos lo señala, pero cuántas
veces no quisiéramos que no fuera de esta manera y bastara con creer para que las cosas y las
personas fueran diferentes. Alimentar este último pensamiento es el camino más seguro hacia
la decepción y la frustración.

Cómo se forman las creencias

Supongamos que ya hemos decidido dar el primer paso, ese donde estamos convencidos de que
queremos y debemos modificar nuestro sistema de creencias, sobre todo aquellas que
llamamos limitantes y que operan de manera contraria a nuestros intereses y objetivos.
Estamos en la senda de hacer que este convencimiento sea lo suficientemente fuerte para
enfrentar con éxito las dificultades que inevitablemente encontraremos en el camino. Una
buena dosis de pesimismo puede ser aconsejable en esta etapa, porque con ella podemos
imaginar los escenarios más desfavorables que se puedan presentar durante el proceso y las
acciones a tomar. Me estoy refiriendo a un pesimismo que tiene como objetivo estar alerta y no
generar una confianza excesiva y perjudicial, no un pesimismo que paraliza y nos lleva a la falta
de acción. Este es un ejemplo de creencia mía: “una cierta dosis de pesimismo es necesaria para
tener éxito y enfrentar con fuerza los obstáculos del camino”. Creo también que me ha dado
buen resultado a lo largo de mi vida, o al menos desde que recuerdo que la tengo.

Apunto hacia un pesimismo que se convierte en un contrapeso de la ingenuidad, del
pensamiento mágico que considera que basta con querer algo con mucha fuerza para lograrlo.
Tal vez la palabra pesimismo suene demasiado fuerte, pero me gusta que sea así, para
mantenernos alerta de falsos optimismos que pueden echar abajo las mejores intenciones. Y
esta misma mirada debe orientarse no sólo hacia el futuro, sino al pasado donde
encontraremos los orígenes de nuestras creencias más profundas. Y me parece que surgen de
una combinación entre educación, primera infancia y las interpretaciones que hacemos de los
eventos más relevantes que vamos experimentando en nuestra juventud y adolescencia. No me
atrevo a sugerir que ya de adultos nuestro sistema de creencias permanezca intacto, sin cambio,
pero me parece que las modificaciones son más lentas y dolorosas, por lo que vale la pena
analizar más a fondo, las etapas iniciales de nuestra vida.

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Y en esta investigación, no buscamos solamente las palabras o los valores transmitidos


verbalmente por las personas significativas en nuestra vida, sino que también los eventos, los
acontecimientos de los cuales, incluso, pudimos ser solamente espectadores, pero tuvieron un
impacto fundamental, sobre todo por el significado que le adjudicamos. Lo que le ocurre a
nuestros seres queridos o personas cercanas y que no son verbalizados ni analizados con otros,
ya sea por nuestra corta edad o simplemente porque no fuimos parte de lo que ocurrió, se
convierten en sólidos componentes de nuestras creencias, sobre todo por su invisibilidad y
porque al no ser compartido con otros, nadie, a excepción de la persona que lo experimenta,
sabe que existen.

Doy un breve ejemplo, el caso de una Coachee que durante su infancia fue espectadora de una
relación de pareja tensa y difícil entre sus padres, donde su madre soportaba una serie de
comportamientos del padre que ella juró que nunca le aguantaría a su pareja cuando fuera
mayor. Por supuesto no lo compartió nunca con su madre y más tarde, ya adulta, en sus
relaciones de pareja era muy inflexible con los comportamientos de la otra persona que
consideraba similares a los que su padre tenía con su madre y ni siquiera consideraba adecuado
platicar sobre ello, simplemente terminaba sus relaciones en cuanto aparecía algo que ella
CREÍA inapropiado.

Los mensajes que recibimos durante nuestra infancia son cruciales, y esto depende de muchos
factores. Consideremos entre otros, el lugar que ocupamos en nuestro sistema familiar. Pueden
ser diferentes los mensajes y sobre todo los significados que les asignemos, si somos el hijo
mayor, el de en medio, el más chico, o el “octavo de doce”. También la ausencia de mensajes o
de atención hacia nuestra persona, tiene mucha trascendencia en las creencias que generamos
acerca de nosotros mismos y de los demás. La presencia física o la ausencia, parcial o definitiva
de nuestros padres o de los seres queridos, y sobre todo las razones que sabemos o nos hacen
creer acerca de esas ausencias. Ilustrando este punto, podemos señalar los mensajes que
recibimos de nuestra madre, acerca del cariño que nuestro padre nos tiene o nos tuvo, si es que
ya no está presente, o bien los comentarios que cada uno de ellos hace del otro ya sean
positivos o negativos, son componentes muy importantes en las creencias que nos vamos
formando acerca de nosotros, de ellos y de la vida en general.

El problema central que yo identifico en esa etapa, es que no tenemos forma, al menos en ese
momento, de cuestionar esas creencias. Se van formando como yerba silvestre en el jardín sin
que tengan resistencia, simplemente crecen, van ocupando espacios, se fortalecen y después,
aunque desaparezcan de la vista, sus semillas, sus efectos y su potencial ya sea constructivo o
destructivo, permanecen latentes, y se hacen presentes, en la manera en que procesamos la
información que recibimos del exterior. Podemos incluso decir que esos traumas ya los hemos
superado, pero cómo lo sabemos, no hay manera. Están ahí y seguirán presentes por mucho
tiempo. Las creencias son esas raíces, que debajo de nuestra personalidad, mueven los hilos de
nuestras emociones y pensamientos y nos hacen actuar de la manera en que lo hacemos. Como
diría aquel sabio, el mayor éxito del diablo, ha sido convencer al mundo de que no existe.
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Así pasa con las creencias, su proceso de formación y de instalación ha sido tan eficaz y oculto,
que no las vemos, solamente percibimos sus efectos, y cuando trabajamos en ellas, y
verbalizamos aquellas que consideramos nos ayudarán a lograr nuestros objetivos, pasamos por
alto que las raíces de nuestras anteriores creencias siguen estando ahí. No se van o dejan de
influirnos por el sólo deseo expresado en una o dos frases. De hecho me parece que nunca se
irán, forman parte de nuestra estructura de personalidad y seguirán ahí. Conocer sus orígenes,
sus fuentes e incluso los momentos o situaciones en que se formaron, será de gran ayuda para
neutralizar sus efectos. Las principales fuentes de nuestras creencias con figuras de autoridad a
las que en su momento les otorgamos mucha autoridad, sin darnos cuenta, pero se las dimos y
saber el porqué, aunque sea una respuesta en el presente, es de mucha utilidad. Algunas
respuestas a esta última pregunta pueden ser: el respeto, el amor, el miedo, la admiración, el
ambiente en que estábamos en ese momento o incluso la negación o la evasión que nos
llevaron a generar formas de pensar que se convierten en parámetros centrales de nuestro
destino.

De ahí que podemos concluir que nuestro sistema de creencias es el lugar desde el cual
observamos al mundo, es nuestro punto de referencia para analizar, razonar, sentir y desde
luego actuar. En el análisis y eventual modificación de nuestras creencias, es importante no sólo
identificarlas, sino también buscar origen; pero además, lo más relevante es identificar con
mucho detalle la estructura que han construido y desde la cual nos asomamos o nos
escondemos para observar el mundo que nos rodea y las acciones que hacen las personas que
nos importan, y decidir en consecuencia el tipo de intervenciones que tendremos al respecto.

Creencias complementarias

En la sección anterior, hemos sugerido que las creencias no desaparecen, sobre todo cuando
están tan y tan arraigadas en cada uno de nosotros y con un componente emocional que hace
imposible su eliminación total. Tenemos la sensación de que son “nuestras” y por eso hacen
referencia a la “manera en que yo soy”, algo que consideramos único y muy personal y que no
estamos dispuestos a cambiarlo ni siquiera a cuestionarlo. Con la madurez, la vida, los éxitos y
los fracasos que vamos experimentando, nos damos cuenta que algunas creencias y los
procesos de las cuales emergen, no nos ayudan, no nos gustan e incluso nos avergonzamos de
algunas. Las podemos identificar incluso, como verdaderos obstáculos para alcanzar las metas
que nos interesan en varios contextos de nuestra vida. Empezamos a considerar la necesidad de
llevar a cabo esfuerzos conscientes para romper los ciclos en las partes más débiles y crear poco
a poco una manera distinta de interpretar y de reaccionar, es decir, de SER. Por eso es que creo
que el trabajo con las creencias no se limita al cambio de ellas, a la sustitución de ciertas
creencias por otras, sino que es realmente un proceso de Transformación del Ser que somos, de
nuestra estructura de personalidad, de nuestra manera de ser y estar en este mundo.

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Pero entonces, si en la propuesta que estoy haciendo, las creencias no se pueden eliminar ni
sustituir por otras, ¿qué es lo que SI podemos hacer? Dejemos de lado el ámbito del pesimismo
y pasemos a la sección del optimismo y de la posibilidad. Mi opinión es que las podemos
complementar, es como si en el jardín al que me refería metafóricamente en renglones
anteriores, empezáramos a plantar flores y plantas más bellas y útiles, apropiadas al clima, a la
región y a cómo queremos que se vea, pero sobre todo que las cuidemos, las nutramos y les
mostremos cariño y consideración. Entonces el primer paso sería, generar pensamientos e ideas
optimistas, alegres, entusiastas en relación con el mundo y con las personas. Sobre todo valorar
las relaciones y los ambientes que formamos a nuestro alrededor y procurar que sean positivos
y llenos de posibilidades de crecimiento y desarrollo personal y profesional. Lo inicial es sin
duda, aprender a tener un pensamiento positivo, y sí creo que se puede aprender a hacerlo.
Como ya lo he mencionado anteriormente, tal vez no podamos expresar con toda claridad lo
que queremos de nuestro futuro, pero es indispensable que tengamos definido con toda
claridad lo que NO QUEREMOS, lo que no estoy dispuesto a soportar, a ser o a tener. El campo
del NO debe estar perfectamente acotado y limitado. El campo del SI puede ser tan amplio que
sus posibilidades sean prácticamente infinitas. La aventura, lo desconocido, la improvisación y la
creatividad deben ser sus componentes básicos. Hagamos espacio a una fuerte y poderosa
creencia en nosotros mismos, en nuestra capacidad creativa y en nuestra fortaleza para
enfrentar con efectividad los muchos impedimentos que encontraremos para construir el tipo
de persona que queremos ser. La amplitud de posibilidades y no la estrechez de metas, debe ser
una de las nuevas creencias que incorporemos a nuestro sistema.

Complementemos las creencias, no pensemos que las podemos eliminar, en todo caso,
consideremos que algunas de ellas, aún las que menos nos gustan, pueden llegar a ser útiles en
algún momento. El futuro seguirá siendo un misterio y no sabemos qué parte de nuestra
personalidad podrá ser necesaria. Simplemente construyamos un nuevo sitio de observación,
pero no destruyamos por completo el anterior, no sea que en algún momento necesitemos
regresar a él. Veamos algunos contenidos específicos de creencias que podemos complementar.

CONOCIMIENTO TÉCNICO Y COMPETENCIAS CONVERSACIONALES

En cualquier área de nuestra vida, laboral, personal, social, económica, etc., hemos creído que
el conocimiento es fundamental e incluso suficiente para tener éxito. No es raro identificar a
personas que han centrado su crecimiento en la acumulación de información con la esperanza
de convertirlo en conocimiento y posteriormente en aprendizaje. Pero ¿cómo haremos útil y
productivo ese conocimiento si no lo socializamos y lo ponemos a prueba frente a las ideas de
los demás? El conocimiento se ejerce conversando, hablando de ello. Es sabido que cuando se
enseña y se transmite alguna información, quién más aprende es el maestro. Si hablamos de lo
que sabemos, le encontraremos nuevas aristas y enfoques, lo sometemos a la indagación de los
demás y en ese camino, encontramos sus puntos débiles. Por ende, lo fortalecemos y lo
hacemos crecer.

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Pero no se trata solamente de hablar de lo que sabemos, sino que tenemos que aprender a
hacerlo bien. Todos recordamos al profesor del que nadie dudaba de sus conocimientos, de su
experiencia y del amplio dominio que tenía sobre la materia que enseñaba, pero que era muy
torpe para transmitirlo de manera efectiva. Sus planteamientos carecían de lógica, era muy
difícil seguir su razonamiento porque saltaba de un tema a otro. Cuando excepcionalmente
aceptaba una pregunta, su escucha era muy deficiente y contestaba algo muy diferente de lo
que su interlocutor necesitaba saber, en fin, que nunca se preocupó por aprender a “hablar” de
sus conocimientos de manera estructurada, sus palabras brotaban de su boca como de un tubo
que se ha roto y envía el agua por todas direcciones. Si reflexionamos sobre personas así o
similares, concluimos que su gran conocimiento y experiencia eran estériles, no se compartían
ni producían resultados, o tal vez sí. La consecuencia era a veces que terminábamos odiando esa
materia y jurando que nunca nos dedicaríamos a eso. Un resultado muy lejano del que sin duda
el profesor esperaría lograr desde su buena intención, pero pésima competencia
conversacional.

El mundo organizacional está lleno de personas que tienen excelentes ideas, pero son muy
malos para presentarlas, para convencer a otros, para combinar la emoción con la lógica y
producir excelentes resultados en quienes le escuchan. Tienen grandes aspiraciones y esperan
lograr muchas cosas, pero sus esfuerzos se ven restringidos por su incompetencia al
comunicarse, al compartir sus ideas. La creencia de que el conocimiento es necesario para
triunfar, no se puede eliminar, es útil y sobre todo nos impulsa al aprendizaje, pero es
incompleta, necesitamos agregarle la creencia de que también necesitamos aprender a
transmitir con efectividad todo aquello que sabemos y hacer que otros sepan que sabemos.
Cuando somos tratados como una persona que sabe, el ambiente que se crea a nuestro
alrededor es el mejor caldo de cultivo para la aparición de grandes éxitos en lo profesional y
personal. Nuestra imagen privada y lo que otros piensan acerca de nosotros, es un enorme
impulso para generar cosas positivas en nuestra vida que ocurren sin que sepamos
necesariamente cómo pero están ahí, y sólo demandan tener la audacia y el valor para
aprovecharlas. Por supuesto la creencia para ser útil, debe complementarse con la confirmación
interior. Yo también debo tener la creencia acerca de mí de que sé, que tengo información y soy
hábil en mi trabajo, pero además que soy un buen conversador, que transmito lo que poseo de
manera agradable y accesible y que los demás valoran, tanto mi conocimiento como mi
disposición para compartirlo y que de ninguna manera soy una persona egoísta con lo que he
aprendido.

EL INDIVIDUO Y LAS RELACIONES

Esta es tal vez una de las creencias que más profundamente tenemos arraigadas y que más
daño nos hace sin darnos cuenta. El problema, como ya hemos dicho anteriormente, se
presenta como una creencia positiva o al menos inofensiva, y en eso radica su gran poder
destructor. La excesiva preocupación por el bienestar personal actúa en detrimento de la
preocupación por los demás, por el medio ambiente, por las causas sociales, por los vulnerables
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y por todos aquellos que nos rodean y que se pueden ver afectados por un comportamiento así.
Creo que en una etapa muy particular de la historia de la filosofía y de la psicología, se
popularizaron expresiones como “busca la felicidad en ti mismo”, “si tú estás bien los demás
también lo están”, etc. y aquí voy a utilizar una publicación en Facebook del Coach Omar Salóm
que dice: El desarrollo personal es hoy, lastimosamente, un objetivo culturalmente más valorado
que la relación amorosa, las relaciones de amistad (a veces de toda una vida) y que el
compromiso social. Donde nos perdimos y caímos en este individualismo patético de "MI
desarrollo personal". Y no puedo sino estar totalmente de acuerdo con lo que dice.

Hemos dejado de lado la importancia de las relaciones, del otro y del bien común. Muchos de
los problemas que enfrentamos como sociedad en estos tiempos, provienen de este enfoque. Y
no estoy negando la importancia de estar bien con uno mismo, sino que a lo que me opongo, es
a convertirlo en el objetivo principal de una vida. La creencia de que la preocupación por el
bienestar de otros implica renunciar a la individualidad no sólo es falsa, sino altamente dañina.
Si regresamos a la búsqueda del origen de nuestras creencias, nos damos cuenta que surgieron
siempre en una relación, en un conglomerado del cual formábamos parte. Somos producto de
los diálogos que establecemos con el mundo, con las personas y con nosotros mismos. No
estamos hechos para vivir en soledad o aislados de la sociedad de la que formamos parte.

Incluso, si lo vemos desde la perspectiva funcional, las buenas relaciones me mantienen en la
mente de las personas con una calificación positiva, como alguien valioso, interesante y con
quien vale la pena pasar tiempo y compartir cosas importantes y profundas de la vida.
Combinadas, esta creencia con al anterior, cómo vamos a renunciar a cultivar una relación con
quién a través de su conversación, nos ilustra, nos cuestiona y nos permite aprender. Incorporar
esta creencia en nuestra estructura de pensamiento nos coloca en una posición de observador
muy distinta, porque no sólo vemos personas o entidades, sino que nuestra atención se fija en
las relaciones, en los ambientes, en los vínculos que unen a las personas y en el producto que de
ello surge.

Veamos nuestra vida como una red, no como una línea. Esta última visión nos hace interpretar
desde una perspectiva lineal, donde tenemos un principio y un fin, un punto de partida y un
punto de llegada. En cambio, si lo vemos como una red, no tenemos una línea, tenemos
muchas, no sólo un punto de partida, sino muchos, y lo más importante, no buscamos un solo
objetivo, sino una gama amplia de posibilidades que se irán construyendo y consolidando a lo
largo del camino. La red no tiene un camino a seguir, sus opciones son múltiples y no sabemos
dónde terminará. Lo que sí queda claro es que nunca es suficiente. Los hilos de esa red son
nuestras relaciones, y entre más fuertes y múltiples sean, más opciones de felicidad y
realización tendremos.

PENSAMIENTO EXCLUYENTE Y PENSAMIENTO INCLUYENTE

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Esta es otra de las creencias que nos hemos instalado desde hace muchos años. Es esa idea de
que tenemos opciones en la vida y estamos obligados a escoger y por lo tanto, a excluir. Queda
claro que toda decisión implica optar por algo y desechar lo demás. Y por supuesto que
tenemos muchas situaciones así en la vida, por ejemplo, qué carrera estudiar, con qué persona
compartir nuestra vida, en qué empresa trabajar, etc., pero la creencia limitante consiste en
pensar que esa es la forma única de abordar la gran mayoría de las situaciones que vivimos.
Pero no es así. Muchos de esos dilemas lo son sólo en el lenguaje y en la tradición de quienes
nos han formado. Y aquí podemos ofrecer algunos otros ejemplos, el trabajo y la diversión no
son compatibles, en el trabajo no haces amigos, un jefe tiene que ser duro para que sea
respetado, la productividad requiere exigir a las personas y muchas otras ideas similares, que
pueden ser observadas de manera distinta si aprendemos a sustituir la “o” por la “y”.

Entonces las creencias se pueden modificar, “qué hago, trabajo o me divierto”, “hago lo que me
gusta o gano dinero”, “logro resultados o mejoro el ambiente laboral”. Al decirlo sustentado con
la creencia del pensamiento incluyente, nos damos cuenta que lo peor que puede pasar es que
sea cuestión de prioridades o de tiempo, pero no son opuestas ni mucho menos diferentes.
Creer que podemos incluir en lugar de excluir, nos vuelve más poderosos, más amplios en la
consideración de posibilidades y por lo tanto, con una mayor capacidad de influencia en el
mundo. Creer que podemos incluir aumenta la disposición de recursos, de personas y de
elementos para utilizar. Además nos coloca en proyectos donde el aprendizaje está por encima
de los resultados y esto potencializa muchísimo los objetivos que podemos alcanzar en el
mediano plazo.

Por otro lado, la creencia incluyente nos convierte en personas divertidas, creativas que
propician no sólo que otros se acerquen, sino que hagan lo posible por compartir con nosotros.
La inclusión nos permite convivir con personas que son diferentes y participar en grupos
heterogéneos, donde las discusiones y los desacuerdos abundan, pero que en sí mismos
contienen la semilla de las grandes ideas y los logros espectaculares. Si solamente convivimos
con personas que comparten nuestra filosofía de vida, nos estancamos. Seguramente no
tendremos conflictos y la vida transcurrirá dentro de lo conocido y lo predecible, pero ahí
moriremos de inanición.

La creencia fundamental es “lo diferente es divertido y potencialmente productivo”, en lugar de
pensar que lo nuevo y diferente es amenazador y se debe evitar. Me parece que la creencia que
obstaculiza todo lo anterior, es que la estabilidad es un objetivo en la vida. Aspiramos a un
trabajo, a una relación y a una posición laboral y social estable, pero esto es tremendamente
peligroso, como seguramente muchos de nosotros ya hemos experimentado. La creencia podría
cambiar a que la estabilidad es en todo caso, una etapa. Aspiramos a períodos de estabilidad en
nuestro trabajo, en nuestra relación o posición, pero sabemos que deberá terminar y producir
situaciones de caos y de confusión, de donde saldrán mejores condiciones que las anteriores.
Como dicen que dijo Albert Einstein, la mente es como un libro, solamente funciona cuando está
abierta. Abrámonos a las opciones, en lugar de cerrarnos en lo que ya conocemos y dominamos.
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SOLIDEZ Y FLEXIBILIDAD

Esta es otra creencia que ha gozado de mucha aceptación en el pasado y aún en el presente.
Muchas veces escuchamos: tienes que ser fuerte, aguantar y esperar. En el terreno de las ideas,
esto resulta altamente perjudicial y da paso a dosis importantes de sufrimiento inútil. Cambiar
de opinión y aceptar los puntos de vista de otros, es visto como debilidad, como falta de
convicción y de fuerza. Pero el problema básico de la solidez, es que las personas o las entidades
que son así, aguantan mucho, pero un día se colapsan y cuando eso pasa, literalmente, no
tienen remedio, no hay forma de componerlos. Es como el vidrio y desde luego para muchos
casos es necesario, pero no podemos adoptarla como una creencia absoluta y aplicable en
todos los casos.

El complemento es la flexibilidad. En el ámbito humano le llamamos resiliencia. Es la capacidad
de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.
Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada y
puede sobreponerse a contratiempos e incluso resultar fortalecido por éstos. Lo anterior tiene
una base biológica sustentada en la plasticidad del Sistema Nervioso de los humanos, que nos
permite adaptarnos a situaciones nuevas y diferentes. Negar esta capacidad y concentrarnos en
un aparente estado de solidez y rutina, podríamos considerarlo ir contra nuestra naturaleza.
Necesitamos movimiento y cambio.

Cuando analizamos grupos de trabajo e identificamos a los que son más efectivos, la flexibilidad
aparece como una característica fundamental. Sus integrantes son capaces de llevar a cabo
múltiples tareas bajo distintas condiciones. Tienen capacidades de liderazgo y al mismo tiempo
son excelentes seguidores. Pueden ser muy ordenados y estructurados, pero también creativos
y ambiguos. A nivel personal, implica que trabajo y aprovecho al máximo mis fortalezas y
aquello que hago bien y me gusta, pero no descuido el trabajo con mis áreas de oportunidad,
con aquello que no hago o no me gusta. La flexibilidad mental significa que con voluntad y
dedicación puedo desarrollar habilidades que no tengo y complementar lo que hago bien. Es la
creencia de que me puedo convertir en una persona que puede adaptarse, soy maleable,
propenso a participar en los cambios y en la dinámica de todo sistema vivo.

La flexibilidad como característica tiene muchas aplicaciones. Pero en el contexto de este
artículo, la proponemos como una propiedad del pensamiento de la persona, como la creencia
de que soy una persona flexible, tal vez una variante de la creencia pudiera ser “firme en los
objetivos y flexible en los medios”, aunque la expresión anterior, tiene más elementos de
solidez que de adaptación, pero de lo que se trata, es de considerar que ser flexible es más
valioso que ser sólido, aunque no descalificamos ninguna de las dos ni las llevamos al extremo
en su aplicación. Existe un componente muy interesante de la flexibilidad y que tiene que ver
con el control. Adoptar esta creencia, implica renunciar a la “ilusión del control”. La solidez se
sustenta muchas veces en la sensación de que las situaciones y las personas se pueden
controlar, aunque los mecanismos para ello, pasen por encima de la ética o el respeto por los
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demás. Ser flexible o resiliente, es considerar que se pueden controlar las cosas, máquinas o
incluso procesos, pero las personas tienen libre albedrío y toman sus decisiones según les
convenga, y esto puede variar de un día a otro. La opción no es entonces controlar, sino crear
las condiciones adecuadas para que las personas tomen las opciones que esperamos.

LA META Y EL CAMINO

Este es un buen ejemplo de lo que llamo “Creencias Complementarias”, surgidas del
pensamiento incluyente. Ambas son valiosas en sí mismas, pero al unirlas e integrarlas, forman
una pareja de creencias de mucho poder. La satisfacción no está sólo en el resultado, como hace
algunos años solíamos pensar; está también en el camino, en el trayecto y en el esfuerzo que
realizamos para alcanzarla. En cierto sentido podríamos afirmar que ambos se vuelven una sola
al señalar que “el camino es la meta”, lo que está al final es hasta cierto punto aleatorio. Incluso
le enriquecemos más al afirmar que la meta es solamente un punto intermedio en un sendero
que en sí mismo, es interminable. Siempre existirán caminos por andar.

La meta suele ser un pretexto, en ocasiones para descansar, reflexionar y tomar nuevos bríos o
para darnos cuenta y valorar a la persona en que nos hemos convertido al esforzarnos por
lograr nuestros objetivos. La satisfacción del resultado obtenido funciona como un estímulo de
corta duración, pero no podemos vivir con ello, después de todo lo único que queda es el
aprendizaje. La autoestima, por ejemplo, se debe basar en lo que somos capaces de hacer en el
futuro y no de lo que hemos hecho hasta el momento, porque esto último, es un sentido
estricto, no importa, ya pasó. Tengo la creencia de que uno siempre empieza de cero.

Para ilustrar este punto, recuerdo hace algunos años que asesoré a un grupo de directivos de
una empresa para reorientar sus conversaciones hacia sus metas. El problema principal, y que
era evidente, al menos para mí como observador externo, era que sus conversaciones
consumían una buena parte de su tiempo y su energía en describir los logros que habían
obtenido en el pasado, los cuales eran valiosos y dignos de reconocimiento, pero inútiles e
incluso perjudiciales en el contexto presente. Su intención no declarada, era demostrar que
sabían o tenían más experiencia que los demás, en lugar de enfocarse en los retos actuales, y
aprovechar los amplios conocimientos que tenían para resolver de la mejor manera los
problemas que enfrentaban como grupo y como empresa. No fue fácil que aceptaran esa idea,
pero al final era la única salida.

Me parece además, que esta creencia tiene un valor importante detrás de ella: lo indispensable
que es en la vida, la diversión, el placer y el disfrute de las buenas cosas. Incluso, más allá de que
los resultados sean buenos o malos, disfrutar lo que hacemos se convierte en una condición
para la vida equilibrada y feliz de muchas personas. El secreto consiste en hacer que el trabajo,
deje de ser un “trabajo” y se convierta en una fuente de inspiración, desarrollo y bienestar y
para esto tenemos que creer que la satisfacción está en todo lo que hacemos, no solamente en
el logro de un determinado resultado.
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Si analizamos este punto con más detalle, podemos encontrar aquí la causa de algunas
aversiones o rechazos a ciertas actividades, debido a que no alcanzamos el objetivo que
esperábamos y por lo tanto, generalizamos y calificamos negativamente todo el proceso. Pudo
ocurrir por ejemplo, al querer desarrollar una habilidad o una competencia. No logramos la
meta, pero ese malestar final, nos hizo olvidar lo mucho que disfrutamos el proceso. Si
completamos estas dos ideas, tendremos a nuestra disposición una creencia capaz de
producirnos emociones orientadas a la acción productiva.

CARACTERÍSTICAS Y VIRTUDES O DEFECTOS

Finalmente, hablemos de esta diferencia. Creemos firmemente que tenemos cualidades y
defectos como cualquier otro ser humano, pero el problema es que al expresarlo de esa
manera, parece que nuestras características se colocan en uno de esos dos bandos y no pueden
salir de ahí. Esto implica que nuestro quehacer se orienta a aprovechar al máximo las primeras y
tratar de eliminar o de ignorar las otras. Mi propuesta es que cambiemos esa forma de ver este
asunto tan radical y nos observemos como personas que tenemos “características”, las cuales,
según el uso que les demos y el momento en que las apliquemos, se convierten en cualidades o
defectos. Me parece que es un enfoque más liberador y en consecuencia de mayor poder.
Entonces, las creencias que tengo acerca de mí toman un caris distinto y su clasificación se torna
más circunstancial. A manera de un ejemplo simple, puedo afirmar acerca de mí que tengo la
característica de “ser tenaz”, lo cual seguramente en muchos casos se ha convertido en una
virtud que me ha permitido lograr mis metas, pero en otros casos se ha convertido en un
obstáculo que me ha llevado a gastar tiempo y recursos en asuntos que tal vez ya estaban
perdidos y no tenía mucho sentido seguir insistiendo, pero la creencia que me dominaba en ese
momento, es que dado que “soy tenaz”, la renuncia no era una opción, o bien era percibida
como una “derrota” a partir de que no fui capaz de controlar la situación para enfocarla hacia
mis intereses o los de mi grupo.

La línea que divide a una virtud de un defecto tiende a ser muy delgada y en ocasiones invisible.
¿Dónde termina la tenacidad para convertirse en necedad?, ¿dónde termina el deseo de
colaboración y ayuda a los demás para convertirse en falta de iniciativa y renuncia a nuestros
propios valores y objetivos? Me parece que este tipo de creencias respecto a que uno es bueno
para unas cosas y malo para otras, independientemente que tengamos evidencia de ello, resulta
más perjudicial que benéfico y deberíamos cuestionarlo. Un enfoque circunstancial sobre
nuestras habilidades y capacidades, me parece más sensato y puede convertirse en un aliciente
para aprender más y no en una forma de pensamiento que clausura de entrada la posibilidad de
ser distinto a como hemos sido hasta la fecha. Si se dan cuenta, detrás de todas las creencias
propuestas, destaca la idea de flexibilidad, desarrollo y crecimiento continuo por encima de
aquellas relacionadas con el determinismo, la estabilidad, la seguridad y la noción de un ser
inmutable y difícil de cambiar.

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Y además, esta forma de pensar nos da excelentes pistas para diferenciar las creencias
limitantes y las creencias potenciadoras y jugar con ellas colocándolas en distintos lugares según
la circunstancia que estemos enfrentando en ese momento. No estoy proponiendo un sistema
de creencias que se mueva y se acomode según los vientos que soplen; estoy en principio
argumentando en contra de la inflexibilidad y de la intolerancia, así como de las posiciones
conceptuales que se niegan a cambiar aún cuando los razonamientos opuestos tengan validez y
utilidad. Quiero colocarme en un punto intermedio donde se tenga dominio de muchas formas
de ser y de actuar, considerando que la verdadera sabiduría tiene que ver con la sensibilidad
para darme cuenta del momento que estoy viviendo y de la capacidad de selección serena y
firme para escoger el mejor camino dentro de las muchas posibilidades que yo mismo he sido
capaz de generar. Es la idea de movimiento y dinamismo la que subyace en la mayoría de las
creencias que yo identifico como potenciadoras.

Creencias limitantes y Creencias potenciadoras

Aún cuando en las secciones anteriores hemos criticado implícitamente el efecto de algunas
clasificaciones, existe en el lenguaje de las creencias una idea muy arraigada que no podemos
pasar por alto: El hecho de que existen creencias que nos limitan y otras que nos potencializan.
La distinción me parece adecuada y de mucho provecho, si la analizamos desde una perspectiva
distinta. Lo primero que quiero proponer es que las Creencias limitantes no son MALAS en sí
mismas, y las Creencias potenciadoras no son BUENAS en sí mismas. Entramos otra vez al
terreno de cómo las interpretamos y cómo las utilizamos. Analicemos primero cada una de
ellas, para entender lo que nos tratan de decir:

En principio podríamos decir que las Creencias limitantes son aquellas que nos producen
malestar o angustia. Aceptémoslo, pero ninguna de estos sentires es malo, lo que importa es lo
que hacemos con ese malestar y con esa angustia. Ambos pueden ser incentivos para diferentes
comportamientos, por ejemplo, para tratar de eliminarlos y sentirnos cómodos y serenos, pero
esto último no es producto de creencias potenciadoras, al contrario, puede ser la prueba de que
la creencia limitante ha logrado su objetivo. Ya no nos preocupa nuestro malestar y hemos
aprendido que podemos ser cínicos y aceptar que estamos mal, pero no nos importa. Así somos
y punto.

Pero también puede generar el comportamiento contrario, y darnos cuenta de que ese malestar
nos está avisando de que algo no está bien con nosotros mismos o con nuestras relaciones con
el entorno y entonces la idea no es eliminarlo y aprender a convivir en paz con él, sino investigar
qué lo produce y cómo podemos eliminar las causas, sabiendo que es un paso indispensable en
el aprendizaje. La identificación de creencias limitantes, es un primer paso fundamental, pero
no para eliminarlas o ignorarlas, sino para sacarles el mayor provecho posible. Algunos otros
elementos de este tipo de creencias pueden ser: darnos cuenta que ponemos la responsabilidad
de lo que sucede en ideas falsas, mágicas o simplemente inverosímiles. Muy en el fondo

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sabemos que no son ciertas, pero ejercen en las personas una fascinación parecida a las drogas,
es la sensación de que algo o alguien vendrá y resolverá los problemas sin que tengamos que
esforzarnos, porque en el fondo, la creencia es que no somos responsables de lo que está
ocurriendo, es el entorno o entes ajenos, casi siempre llenos de maldad e intenciones
inconfesables que buscan nuestro mal a toda costa. Las creencias limitantes lo son no por su
contenido, sino por su efecto. Como su nombre lo dice, nos auto-limitan nuestro campo de
acción porque cedemos a otros el poder para actuar y es a través de un mecanismo ya señalado
en las primeras páginas de este documento, donde lo importante es sentirnos bien para no
actuar, en lugar de aceptar nuestra responsabilidad y orientarnos a la acción. Pongamos algunos
ejemplos de Creencias limitantes: “Ya es muy tarde para actuar”; “De todas formas yo sólo no
puedo hacer algo”; “No soy bueno(a) para este tipo de actividades”; “Si quieres tener éxito
tienes que sacrificarte”; “Grandes esfuerzos, grandes resultados”; “A la gente buena no le va
bien”; “Normalmente me equivoco cuando intento hacer algo diferente” y muchas otras que
seguramente hemos dicho en algún momento o se las hemos escuchado a otros.

La pregunta central es por supuesto, ¿De qué nos sirve pensar o hablar así?, porque según
algunos enfoques psicológicos, estamos obteniendo algún beneficio de ello. Esta es una
investigación interesante e impredecible, porque es frecuente descubrir que tengo altos
beneficios de ello, pero una vez identificados, la siguiente pregunta debe ser ¿Qué estoy
perdiendo o dejando de ganar con esto? Y la respuesta puede ser también sorprendente.

¿Qué ocurre típicamente cuando preguntamos por los beneficios de estas creencias? Las
respuestas van mucho por el lado de la comodidad, la ausencia de compromisos, el
mantenimiento de la libertad y la independencia y desde luego que son válidas. Pero lo que
buscamos no es invalidar estos beneficios, sino que la persona los verbalice, los exprese con
pleno sentido de responsabilidad y que asuma las consecuencias de ello. Buscamos hasta cierto
punto la concientización –aunque parezca soberbio decirlo- de esas creencias que calificamos
como limitantes y sus consecuencias, sobre todo en el mediano y largo plazo. Me atrevo a
señalar que sabemos los beneficios, o al menos los intuimos, y cuando conversamos con alguna
persona acerca de ello, no hacemos grandes descubrimientos, en todo caso, lo que obtenemos
es que la persona se sienta descubierta y eventualmente experimente cierto nivel de pudor o
culpa por conformarse con tan magros beneficios.

En cambio, cuando preguntamos por lo que la persona pierde o deja de ganar, el proceso es
distinto. Tampoco creo que lo ignoremos, pero no pensamos mucho en ello, principalmente por
lo doloroso que significa aceptar que estamos renunciando a cuestiones mucho más valiosas
que la comodidad o la pseudo libertad y por darnos cuenta de nuestra pasividad, nuestra
ignorancia y sobre todo nuestra irresponsabilidad para con nosotros mismos y con los demás.
Los beneficios están ahí, disponibles y accesibles, pero no son gratis y el esfuerzo necesario para
lograrlos, nos atemoriza. Por otro lado, en mi experiencia resulta difícil verbalizar los posibles
beneficios de la eliminación de las creencias limitantes de manera concreta y con beneficios
emocionales. Casi siempre los expresamos de manera ambigua y sin precisión, con expresiones
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como “mayor desarrollo”; “mejor calidad de vida”; “relaciones más sanas y productivas”;
“mayor autoconocimiento”, etc., pero como es fácil percibir, parecen más buenos propósitos
que beneficios tangibles que nos entusiasmen. Y esto me parece lógico y en cierto sentido se
convierte en un obstáculo muy difícil de eliminar, porque claramente podemos hablar de lo que
conocemos, pero no de lo que no conocemos. Puedo hablar de los beneficios que tengo con
cierta forma de ser o de pensar porque los estoy experimentando y tengo la sensación de que
los conozco, pero cómo puedo expresarme acerca de lo que no he tenido, de lo que intuyo que
podría ganar pero no lo conozco, no he estado ahí para describirlo.

Necesitamos mucha ayuda al respecto y mucha capacidad de auto-reflexión. ¿Cómo describo la
manera en que quiero ser si nunca he sido así? Son sólo suposiciones, que ya iré ajustando
cuando me acerque a eso que considero mi objetivo. Y es en este contexto que aparecen el otro
tipo de Creencias, esas que llamamos potenciadoras. Las definimos como aquellas que
potencializan nuestro actuar, nuestra forma de ser y nos colocan en el camino de la energía y el
entusiasmo. Típicamente son contrarias a las creencias limitantes, por lo tanto tienden a
expresarse en lenguaje positivo, señalando lo que SÍ es posible hacer, aquello de lo que somos
capaces y que está dentro del marco de lo posible.

Por lo tanto, un primer paso para modificar ese tipo de creencias, es aprender a utilizar un
lenguaje positivo, que hable de lo que es posible y de lo que queremos hacer. Aunque es
necesario cuidar y tener en cuenta que no todo lo posible es deseable, y es aquí donde está
puesta la luz amarilla de precaución para no involucrarnos en cuantas actividades se nos
aparezcan. La selectividad responsable es parte de ese sistema de Creencias poderosas. Cuando
digo que NO a algo, no es por miedo o falta de confianza en mí mismo, sino porque estoy
consciente, que cada SI que doy, implica un compromiso. Mi dignidad personal, que debe ser
parte de las Creencias potenciadoras, me permite seleccionar aquellas cosas, personas,
proyectos, relaciones, etc. de las que quiero ser parte y de las que no, sin culpa, sin
remordimiento y con una sensación de plena realización.

Las Creencias potenciadoras contienen al menos tres elementos centrales en su composición:

El primero es que merezco eso a lo que aspiro. En principio supongo que esto no debería estar a
discusión, al final es una opinión personal, una declaración de valor y de dignidad muy personal
y ajena a los demás. Pero como ya hemos dicho antes, es una creencia que ejerce su efecto
desde las tinieblas, desde la oscuridad y tenemos que enfrentarla, no cuestionándola sino
afirmando categóricamente, con lenguaje y cuerpo de SÍ LO MEREZCO, de es legítimo que aspire
a eso, que no existe ninguna razón para considerar lo contrario. Más que una creencia, es una
forma de pararse frente a la vida, con la frente en alto y con la convicción que me merezco todo
lo que la vida ofrece y que ética y responsablemente está en la vitrina. Tiene un costo, pero si lo
pago, si entrego aquello que se me requiere a cambio, tengo todo el derecho a disfrutarlo y a
compartirlo.

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El segundo componente de estas creencias, está relacionado con la posibilidad, con aquello que
humana y físicamente es posible hacer. Los seres humanos tenemos una enorme capacidad de
intervención en el mundo, pero también tenemos límites, muchos de los cuales están siendo
cuestionados y tal vez en el futuro no sean tan limitantes como en el presente, pero por ahora
existen, no los podemos negar. A manera de ejemplo, la imposibilidad de modificar el pasado,
de estar en dos lugares a la vez, de evitar la muerte, de evitar el envejecimiento, etc. Intentar lo
que es imposible nos coloca en un camino de sólo dos alternativas, o convertirse en un héroe y
un innovador que cambia no sólo la vida propia sino de la de muchas otras personas, o bien
fracasar y tirar por la borda muchas otras oportunidades. No es una decisión fácil, pero el
ámbito de las posibilidades no debe ser eliminado cuando estamos seleccionado las creencias
que potencializarán nuestro desarrollo.

Y el tercer elemento, tiene que ver con las competencias, con las habilidades que tenemos a
nuestra disposición para emprender el nuevo camino que nos conduzca hacia lo que queremos
tener o ser. Es igual de importante que los dos anteriores, pero requiere un alto grado de
honestidad y valor para aceptar y confesar nuestra ignorancia e incompetencia y comenzar a
saber y aprender. La creencia de que tenemos mucho que aprender es valiosa, sobre todo si
viene acompañada con la idea de que merecemos saber y de que en nuestro entorno existen las
condiciones para hacerlo. Y la creencia más poderosa de todas, y que está detrás y de muchas
otras, es que soy capaz de hacerlo, y que así como es infinita mi ignorancia, es también infinito
mi deseo y mi capacidad para aprender.

GRACIAS
JOSÉ ZENDEJAS






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