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UNA SOCIEDAD CADA VEZ MÁS ENFERMA

Las estadísticas de suicidios en el Instituto Nacional de Estadística dejaron de ser


directamente accesibles en 2006. A partir de 2007 los datos se encuentran
incluídos en la “Estadística de Defunciones según causa de Muerte”. Los datos son
alarmantes como para no mostrarlos de forma directa.

Los suicidios infantiles y de adolescentes han aumentado considerablemente,


también aumentan cada vez más los niños y niñas que tienen que ser atendidos
por problemas en su desarrollo y que muchas de las veces no tienen vuelta atrás.
La atención temprana y los psicólogos infantiles, pediatras, psiquiatras,
neurólogos… no dan abasto.

Los medios no hacen eco de este tipo de noticias, no dan buena imagen y pocas
veces tenemos conocimiento de ellas.

Cuando una noticia de esta índole sale a la luz todos nos lamentamos, pero...
¿qué vamos a hacer al respecto? Esperamos a que pasen estas desgracias y nos
lamentamos por unas horas, pero seguimos nuestro camino y mirando hacia otro
lado.

He tenido noticias del suicidio hace una semana de un niño de 11 años en


Leganés, sufría acoso escolar. ¿Qué está pasando con nuestros niños y niñas?
Unos se suicidan otros acosan…

Podemos buscar culpables, ha habido todo tipo de opiniones, pero ¡¿para qué?!!
¿Son los niños que le acosaban culpables? ¿Lo son sus padres/madres? Mi
opinión personal es que el responsable es este sistema y también todos y cada
uno de nosotros/as en cierto modo por secundarlo. Pero en lugar de centrarnos en
buscar culpables sería más productivo centrarnos en encontrar posibles
soluciones. ¿Qué se está haciendo para llegar a este tipo de situaciones? ¿Qué
está pasando y cómo se podría evitar?

¿Nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo a este niño? ¿Nadie se dio
cuenta de su sufrimiento y de la angustia?
No, no nos damos cuenta. No nos damos cuenta a la presión y el estrés al que
están sometidos nuestros niños y niñas, no nos damos cuenta de que son
organismos en vías de desarrollo, no nos damos cuenta de que son seres
sensibles, no nos damos cuenta de que aún no saben cómo expresar sus
emociones, ni siquiera ellos entienden lo que les está pasando.

El sistema educativo no contempla a personas, contempla a individuos que tienen


que lograr unos objetivos y esos objetivos se centran en crear personas
eficaces. Y yo me pregunto: ¡¿un niño/a eficaz?! ¿Donde quedó eso de “un niño/a
feliz?

Para formarse académicamente siempre hay tiempo, conozco a muchas personas


que han realizado sus estudios superiores ya de adultos y lo hacen con una mayor
conciencia de lo que hacen y sabiendo lo que quieren. Nunca es tarde para
adquirir formación académica, pero ser niño/a, ese proceso, además de ser crucial
para quién seremos en un futuro (y me refiero a quién seremos no a qué seremos),
solo se vive una vez.

¿Cuántas horas pasa un niño/a en el entorno educativo escolar?

Contemos las horas lectivas más las horas en extraescolares. Pero eso no es todo,
no, cuando llegan a casa aún quedan lo deberes.

Ahora pensemos cada uno de nosotros/as en cómo llegamos a casa después de


una jornada laboral… no hace falta que me extienda en este sentido: No tenemos
ganas de casi nada aunque aún nos queda mucho por hacer. Y… los dichosos
deberes de nuestros hijos e hijas.

Pero… ¿y ellos?, ¿y la carga que soportan ellos?

Y vuelvo a repetir (no me canso de repetirlo): organismos en vías de desarrollo,


que están “implantando” sus capacidades cognitivas, afectivas, emocionales…
Cualquier incidente en este desarrollo puede causar trastornos y patologías que
pueden no tener vuelta atrás en algunos de los casos. Si en vez de preocuparnos
tanto por la parte académica nos preocupamos más de establecer unas bases
sólidas no solo cognitivas sino emocionales y afectivas, lo demás vendrá rodado,
son los cimientos donde todo se va a asentar.
Las madres y padres me dicen que están preocupados porque su hijo/a no va bien
en la escuela, la frase que más escucho es: va con retraso, seguida de: no se
concentra, le cuesta mucho, no escucha, no hace caso, se distrae mucho… ¿Qué
haces tú cuando te saturas? ¿Qué haces cuándo no puedes más? ¿Cuántas
veces te gustaría dejarlo todo e irte, desaparecer? Los adultos tenemos más
capacidad y recursos para soportar la tensión y el estrés, pero ¡¿un niño/a?!

Un niño/a cuando no puede más se queja, dice que no, se rebela, pero eso un
padre o madre no puede consentirlo, hay que enseñarle a ser responsable (y esto
es cierto, no lo niego): tienes que estudiar y sacar buenas notas para ser alguien,
para tener un buen trabajo… para ser "alguien".

Después de muchos NO sin resultado, después de esa rebelión que no le lleva a


ninguna parte, sencillamente el niño/a se “desconecta”, se ausenta, mira a otro
lado, se va a su mundo imaginario, a pensar en sus cosas (son muy creativos).
Que se distrae, ¡claro que sí!, y gracias a que tienen ese mecanismo de defensa.

Con el tiempo esta desconexión llevará al niño/a a la indiferencia, a la apatía, a


replegarse sobre sí mismo/a y este estado mantenido puede llegar a convertirse en
estado depresivo. El niño/a, no lo expresará, aún no sabe cómo, lo observaremos
en su comportamiento y contrariamente a lo que solemos pensar, el niño/a
raramente mostrará tristeza, observaremos euforia acompañada de excitación e
irritabilidad, aceleración motora y del pensamiento, son mecanismos para evitar
estar en contacto con lo que siente, porque no lo soporta. Los niños/as por lo
general no pueden reconocer la tristeza, antes de poder llegar a reconocer la
tristeza llevarán a cabo distintas estrategias y situaciones.

Puede que llegue a mostrar comportamientos agresivos o violentos ante la


necesidad de exteriorizar toda la presión acumulada. Esta agresividad o violencia
la volcarán con su entorno más cercano: su madre y su padre, entorno familiar
(hermanos, abuelos…), con los compañeros/as en la escuela, profesores.

Cada niño/a según su edad, su sensibilidad, su temperamento, su entorno y sus


recursos lo expresará a su manera, desde las herramientas que posea (por eso es
tan importante enseñárselas, mucho más que las mates, os lo aseguro, para las
mates siempre habrá tiempo)

La presión que los padres y madres ejercen sobre sus hijos/as para que terminen
todos los deberes, que estudien para el examen, que saquen buenas notas…
debido a la frustración que sienten porque no dan para más, porque no saben
cómo ni qué más hacer, es demasiado, tanto para los pequeños como para ellos
mismos que lo sufren y mucho.

No son los padres y madres (por norma general) los culpables de que esto ocurra,
es el sistema y es la sociedad que lo secunda, somos todos y cada uno nosotros y
nosotras que nos quedamos de brazos cruzados, que nos “tragamos sin digerir”
que si nuestro hijo/a no hace todos los deberes y aprueba todos los exámenes va
a ser un “desperdicio” de la sociedad, va a acabar siendo un delincuente, o un
“NiNi” (otra etiqueta más). Y no nos damos cuenta que la forma más probable de
que así acabe es negándoles nuestro apoyo, nuestro respeto y comprensión,
nuestros límites, nuestro amor.

Muchos de los niños y niñas que he atendido tienen muy bien grabadas las
“etiquetas” que les han asignado: Amelie, es que yo voy con retraso, a mí me
cuesta más que a mis compañeros/as, es que no sé estudiar bien, no se me
queda. Amelie, es que yo no escribo bien, mi letra es muy fea. No sé leer bien. Es
que yo soy hiperactiva y me cuesta, soy muy mala en las mates, no se me dan
bien…. Tantas y tantas “etiquetas”, frases hechas que, por la edad que tienen, me
doy cuenta de que repiten como discos rayados, las han escuchado o se las han
dicho directamente y ellos/as… se las creen. Los niños y niñas son esponjas y lo
que les digan sus padres/madres, sus maestros/as, las figuras importantes para
ellos/as, va “a misa”, se lo creen a “pies juntillas”.

En una sesión, la abuela de una niña repetía lo mal que leía su nieta y que tenía
que esforzarse y aplicarse más. La niña secundaba esta afirmación leyendo mal
cuando la escuchábamos, pero curiosamente, cuando no se daba cuenta de que la
escuchábamos, su lectura era buena.

Observé lo que estaba pasando y decidí leerle a la niña una fábula de las que llevo
en mi agenda. Después de leérsela, le pedí que me la leyera ella a mí, le dije que a
mí también me gustaba que me leyeran fábulas y fue asombroso. La leyó con las
mismas pausas y entonación que yo la había leído, asignando voces distintas a
cada personaje. Esto no solo demostraba que la niña leía correctamente sino que
su atención era excelente (cuando se sentía a gusto, se sentía reconocida y le
gustaba lo que se le mostraba).

Dejemos de adjudicar etiquetas a los niños/as. Un día leen mal (o una temporada)
por lo que sea que les esté pasando y a los dos días están con el/la logopeda
diagnosticados de dislexia. Los niños/as están en continua homeostasis y lo que
hoy puede parecer un trastorno mañana puede no serlo, hay que ser coherentes y
dejar pasar el tiempo, observar qué está pasando en el niño/a y en su entorno.

Sé que no es fácil. El otro día una madre muy angustiada me contaba casi llorando
que no sabía qué hacer, que termina a las 19.30h de trabajar y que tiene que dejar
a sus hijos dos horas en extraescolares, su marido aún termina más tarde que ella.
Recoge a sus hijos, llega a casa, los dos niños tienen deberes a diario y que
estudiar, y ella cosas que hacer en casa. Los niños están cansados, ella también,
la paciencia se agota… ¡Que no entiendo esto!, ¡que cómo se lo explico yo ahora
si la resta a mí me la enseñaron de otra forma, no me aclaro!, ¡que ya no quiero
hacer más deberes!, ¡que te pongas a hacerlos que estoy con la cena!… ¡Ayyy!

La madre me dice: llamaremos a alguien para que les ayude con los deberes, esa
es una solución. Y sí, es una solución, pero… ¿para quién?
¿Va la niña a mejorar con alguien que la ayude con los deberes después de las
horas lectivas y las extraescolares?, ¿va a poder concentrarse? Lo intentará, claro
que lo intentará, los niños y niñas intentan por todos los medios agradar a sus
padres y madres, pero es difícil que lo consiga y más sin pagar un precio muy alto
por ello.

Y ¿qué hacemos?, ¿qué podemos hacer?, no tengo la panacea, pero se me


ocurren algunas ideas. Esas ideas no parten de una visión individual, parten de un
NOSOTROS/AS, de una visión colectiva. No se trata de grandes hazañas, se trata
de empezar por abajo y poco a poco, como el anciano que quiso mover la montaña
con una cuchara, como él decía: alguien tiene que empezar.

Por ejemplo: Si logras dejar a un lado el temor de ser considerada una mala
madre/padre que no se preocupa por la educación de su hijo/a y vas a quejarte al
profesor/a en cuanto a los deberes de tu hijo/a y de lo que conllevan, igual es difícil
conseguir algo, pero si el grupo de madres y padres de la clase o del colegio se
quitan ese temor, se unen y se ponen de acuerdo en que ninguno de sus hijos/as
hagan los deberes, quizá presionen lo suficiente para que se les escuche. La unión
hace la fuerza. Como digo, nada fácil.

Dejemos a un lado el temor a ser considerados malos padres/madres que no se


preocupan por la educación de sus hijos/as y vamos a preocuparnos también por
su bienestar.

Dejamos que la presión venga de arriba hacia abajo llegándonos casi a aplastar,
pero existe la posibilidad de hacer presión desde abajo hacia arriba. El colectivo de
padres y madres unidos por el bienestar de sus hijos/as, puede mover montañas.
Quizá ese profesor/a al que se lo planteamos se de cuenta de la situación o
incluso ya la sepa (y no ha tenido el apoyo suficiente como para hacer algo al
respecto) y se una a otros profesores/as que a su vez…

En cuanto a las extraescolares, nos empeñamos en que si el niño/a va mal en


inglés o matemáticas, le matriculamos en refuerzo para estas áreas, pero ¿y si le
matriculamos en teatro que tanto le gusta? Quizá esto haga que el niño/a se relaje
y pueda después concentrarse mejor en las otras áreas.
Quizá vale la pena intentarlo, probarlo, ver lo que sucede. Por nuestros niños/as y
por el futuro de nuestra sociedad.

Amelie Súñer

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