1
universidades- se sentían miembros de un grupo que seguía procedimientos
rigurosos y metodologías sólidas, mientras que veían a los historiadores
académicos como aficionados dedicados a una práctica histórica elemental,
de un empirismo ingenuo, guiada por curiosidades frívolas usualmente
motivadas por el origen familiar o por el interés de promover valores
sociales entre los lectores, más que por el de conocer verdaderamente el
transcurso de nuestra historia. Mientras tanto, los historiadores ajenos a la
Universidad tendieron a ver en los nuevos historiadores un grupo aún más
empeñado que ellos en una prédica ideológica, en la medida en que los
identificaron con posiciones políticas radicales o revolucionarias, y
asumieron con vigor la defensa de supuestos valores tradicionales del país,
amenazados por las visiones económicas o sociales de nuestro pasado.
1
La primera visión provenía de lecturas que he llamado positivistas del marxismo: la idea de
que el conocimiento histórico permite definir las leyes que rigen el cambio social y en esa
medida permite prever las transformaciones del futuro. La segunda se apoyaba en general
en vertientes críticas del marxismo, de Sartre y Marcuse a Gramsci. Entre los historiadores
marxistas, Pierre Vilar parecía más afín al primer planteamiento, mientras que Edward
Thompson o Raymond Williams ofrecían argumentos a la visión más cultural del marxismo.
2
muchos historiadores formados en los sesentas y setentas siguen haciendo
una práctica histórica que todavía se inspira en los modelos de esos años,
aunque en buena parte desprovistos de sus aristas más combativas, las
nuevas generaciones parecen bastante alejadas de cualquier perspectiva
política y no comparten los viejos paradigmas de interpretación ni enfrentan
los mismos problemas analíticos. 2 Pero si ideas como la de la “historia
total”, la historia como ciencia social, la pretensión del historiador de
representar una realidad independiente de la estructura del discurso que
elabora, ya no obtienen el consenso, tampoco se han consolidado
paradigmas alternativos. Coexisten, muchas veces como capas
generacionales, corrientes y orientaciones diversas, los temas
investigadores son cada día más variados, hasta el punto de que es difícil
hoy decir qué define la historia como disciplina o como práctica académica –
hacer parte de un departamento de historia en la universidad, estudiar el
pasado, parecen ser los únicos rasgos de identidad-, la tradicional relación
de la investigación histórica con unos procedimientos de validación
documental parece haberse debilitado radicalmente y los historiadores
escriben cada vez más para un público conformado por ellos mismos, en la
medida en que las ambiciones de influir el proceso social se han debilitado,
para quedar en manos de politólogos y violentólogos.
3
concepción moralista y de educación cívica de la historia, que llevaba a
privilegiar las biografías de figuras con rasgos heroicos o ejemplares,
desarrollado con una perspectiva metodológica relativamente ingenua y
basada en la visión de que la realidad histórica existe independientemente
del historiador, que la encuentra y narra con base en el testimonio del
documento, y escrita ante todo por aficionados, usualmente vinculados a
familias destacadas en el acontecer político nacional o regional. Las
academias de la historia, regionales o nacional, congregaban a la mayoría
de estos historiadores, y en sus boletines y revistas se publicaban sus
trabajos. Su visión histórica se difundía al público general a través de la
prensa y las revistas, y sobre todo por la adopción simplificada de sus
versiones por el sistema escolar, a través de los manuales de estudio. Los
manuales, en cierto modo, constituían la culminación lógica de su esfuerzo:
mediante ellos se cumplía la función formadora de la historia, que debía
expresarse en la promoción de valores morales y comportamientos cívicos
entre la población. Desde 1910, cuando había ganado el concurso
convocado con ocasión del primer centenario de la declaración de
independencia, la Historia de Colombia de José María Henao y Gerardo
Arrubla representaba el mejor ejemplo de estos textos escolares y era el
más usado de todos, aunque los de Julio César García, entre los laicos y
más neutrales, y Rafael Granados y Justo Ramón entre los religiosos,
lograron también amplia difusión. En todos ellos predominaba la narración
de los hechos heroicos de la conquista, que había traído la civilización, la
lengua y la religión al país, y de las peripecias de la independencia, que
había consolidado una nación pacífica, progresista y bien gobernada: el
recuento de los actos de cada administración era un elemento central en la
organización de estos materiales. La visión crítica se reducía a ocasionales
lamentaciones sobre los excesos de uno u otro partido, o sobre la
arrogancia de algún caudillo que había tratado de romper el orden
democrático. 3
3
Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Colombia, Bogotá, 1911. Una breve
caracterización de la historia académica se encuentra en mi artículo “Los estudios históricos
en Colombia: situación actual y tendencias predominantes” (1969), reeditado en
Historiografía Colombiana, realidades y perspectivas (Medellín, Seduca, 1996). Sobre el texto
de Henao de Arrubla, ver Bernardo Tovar, “el pensamiento historiador colombiano sobre la
época colonial”, ACHSC 10 (Bogotá, 1982), y sobre todo Germán Colmenares, “La batalla de
los manuales en Colombia”, en Michael Rickenberg (comp.), Latinoamérica, enseñanza de la
Historia, libros de texto y conciencia histórica, Buenos Aires, Alianza Editorial y Flacso, 1991.
Colmenares señala que el texto equilibraba la visión conservadora “que ponía énfasis en la
empresa de cristianización y en la misión civilizadora de Europa en los períodos de la
conquista y la colonia, con la insistencia liberal en el perro de la independencia”. El libro del
conservador Julio César García, publicado en 1942, mantiene la neutralidad y tolerancia
partidistas, a pesar de los agudos enfrentamientos entre el liberalismo y el conservatismo
durante el gobierno de Alfonso López.
4
Economía y Cultura en la Historia de Colombia, publicado en los últimos días
de 1941, constituyó el primer intento de aplicar una metodología de
orientación marxista para comprender el pasado colombiano. Nieto Arteta
se enfrentaba conscientemente a lo que veía como una historia que debía
superarse –“la historia colombiana está por hacer”, decía en una carta de
1938- y ofrecía una visión en la que la economía, usualmente ignorada,
tenía una función central en la interpretación del pasado. 4
Tres o cuatro libros en una década no parecen mucho. Pero son señales de
un cambio que tenía otras manifestaciones, como la presencia de profesores
europeos con formación histórica sólida en la Escuela Normal Superior y la
Universidad Nacional (Gerhard Masur y José María Ots Capdequi, quien hizo
uno de los primeros usos sistemáticos de la documentación del Archivo
Histórico Nacional) y que sin duda se expresaba en una insatisfacción
amplia aunque difusa, entre los intelectuales, con el estado de la
historiografía colombiana.5 Sin embargo, el interés por la investigación
histórica era marginal, y los 1000 ejemplares de la primera edición del libro
de Nieto Arteta tardaron casi veinte años para venderse. Lo mismo ocurrió
con otra obra, de calidad sorprendente, y que colocaba en el centro de la
investigación el problema del crecimiento industrial del país: el libro de Luis
Ospina Vásquez. 6 Aunque el libro no tenía ninguna influencia marxista, la
seriedad con la que se abordó el tema económico y la solidez de la
investigación lo convirtieron, años después, en uno de los libros favoritos de
los jóvenes historiadores de inclinación marxista. Sin embargo, se publicó
durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, en un período de relativo
encerramiento cultural, y la filiación conservadora de su autor puede haber
alejado a los lectores a los que los historiadores antes mencionados habían
preparado para una nueva orientación. Pero entre sus pocos lectores
4
Una caracterización de la obra de Nieto puede verse en Melo, “Los estudios históricos...”,
29. El estudio más sólido sobre este libro es el de Gonzalo Cataño, “Un clásico de la
historiografía nacional: Economía y cultura de Luis Eduardo Nieto Arteta”, en Historia Crítica,
Bogotá, 1977, No 15. El libro había sido ya publicado en gran parte, a partir de 1938, en
periódicos bogotanos. Cataño destaca, además de la influencia marxista, que incluía a José
Carlos Mariátegui, la de José Ingenieros.
5
Los libros citados son Juan Friede, El indio en lucha por la tierra (Bogotá, 1944); Guillermo
Hernández Rodríguez, De los Chibchas a la Colonia y a la República (Bogotá, 1949),
Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez, (Bogotá, 1943). Ots Capdequi publicó Aspectos del
siglo XVIII español en la Nueva Granada. En los textos de Hernando Téllez, de Baldomero
Sanín Cano e incluso de Germán Arciniegas, quien elogió en 1942 el libro de Nieto Arteta por
su orientación marxista, se advierte este descontento con la historia más convencional.
6
Luis Ospina Vásquez, Industria y Protección en Colombia 1810-1930, Medellín, 1955.
5
estuvieron algunos de los jóvenes científicos sociales que se habían formado
en la Escuela Normal Superior y en la Universidad Nacional en los cuarentas
y que serían los protagonistas de los cambios en la orientación de la
disciplina durante los primeros años del frente nacional.
Ante la crisis de la Normal Superior, que había sido cerrada por el gobierno
de Laureano Gómez, para el que era un foco de corrupción, marxismo y
coeducación, la Universidad Nacional se convirtió en el centro de formación
en ciencia social. En la Escuela de Filosofía y Letras, convertida luego en
Facultad, la enseñanza de historia estuvo, desde finales de los 50s, a cargo
de historiadores de formación profesional como el español Antonio Antelo
Iglesias, que dejó entre sus estudiantes una imagen de profesor erudito y
exigente, y orientó los primeros trabajos históricos de Germán Colmenares,
y de Jaime Jaramillo Uribe, quien dictaba los cursos de Historia de Colombia
y Filosofía de la Historia. Jaramillo, graduado de la Normal Superior –en
cuya revista reseñó en 1942 el libro de Nieto Arteta- acababa de regresar
de un período de estudio en el exterior, en el que estuvo en Paris y
Alemania. Las obras de los historiadores sociales alemanes y sobre todo del
grupo de Annales, en particular de Bloch, Febvre y Braudel, iban a ser parte
de la lectura habitual de sus alumnos. Igualmente promovía el estudio de
los historiadores sociales y de la cultura, como Pirenne, von Martin,
Trevelyan, Cassirer o Huizinga, y teóricos alemanes de las ciencias del
espíritu o de la cultura, como Cassirer, Rickert y Windelband. Conocedor de
la sociología alemana, Simmel, Sombart y Weber ofrecían nuevas
perspectivas de historia social. Probablemente el momento fundador de la
nueva orientación histórica puede datarse con la creación en 1963 del
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, cuyo nombre
anunciaba una orientación contrapuesta a la historia político-administrativa
tradicional.
6
universal –los anteriores estudiantes de historia, como un simple énfasis
dentro de la carrera de filosofía y letras, tenían formación más sólida en
idiomas y en filosofía – esto promovía la especialización, ampliaba el
número de cursos de contenido histórico y en particular los relativos a la
historia de Colombia. En la vieja facultad de filosofía, mientras se tomaban
ocho semestres de historia universal, solo se tomaba uno de historia de
Colombia; la proporción se invirtió casi radicalmente, y además se crearon
clases de historia de América y otras historias especializadas, además de un
conjunto de seminarios de formación en el trabajo y la metodología
históricos. Colmenares, Margarita González y Jorge Orlando Melo se
graduaron como filósofos, mientras que entre los primeros graduados de la
carrera de historia estuvieron Hermes Tovar, Jorge Palacios y Víctor
Álvarez. Mientras esto ocurría, en la facultad de sociología, orientada por
Orlando Fals Borda, el profesor de historia era Juan Friede, a quien debe
considerarse también como un representante de un estilo nuevo de
investigación histórica, y quien había tenido problemas por sus posiciones
políticas durante el gobierno conservador.
7
Liberal), manifestaron sus desacuerdos con Los grandes conflictos...
Jaramillo Uribe, que había sido al mismo tiempo elogioso y muy crítico de
Nieto Arteta, tampoco compartía el populismo y la falta de rigor documental
de Liévano Aguirre. Una reseña de Germán Colmenares, publicada en 1961
en Esquemas, mostró el distanciamiento de los historiadores universitarios
con la obra de Liévano, que mantuvo a partir de entonces un gran
seguimiento entre los universitarios, pero un rechazo entre los que se
vinculaban profesionalmente con la historia.
8
universidades pudieron vincularlos a la docencia: en todas partes
aumentaba el profesorado de tiempo completo, las ciencias sociales estaban
en auge y dentro de las ciencias sociales era necesario dictar cursos de
historia. Incluso en algunos casos, como en la Universidad de los Andes, se
organizaron programas de investigación, que pretendían conducir a la
utilización amplia de los archivos y a ambiciosos programas de ediciones de
documentos. 9
9
Germán Colmenares y Jorge Orlando Melo prepararon para la Universidad de los Andes, en
1966, tres volúmenes de documentos históricos que deberían servir para que todos los
estudiantes se familiarizaran con los documentos originales en el proceso de su formación
(Lecturas de Historia Colonial, 1966) Y en 1968 Colmenares y Margarita González publicaron
las Fuentes para la Historia del Trabajo, que debía ser el primer volumen de un esfuerzo tan
ambicioso como el Silvio Zavala en México. El segundo viaje de Colmenares a Paris y la
negativa de la Universidad a vincularlo nuevamente, en 1971, tuvieron que ver con las
dificultades de este proyecto.
10
Colmenares, “Partidos políticos…” Boletín Cultural y Bibliográfico (1965)
11
”La investigación histórica en Colombia”, Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. VII; No 2
(1964)
9
afirmación de que se estaba haciendo un trabajo diferente claramente
definido no había gran distancia. El artículo publicado por Jorge Orlando
Melo en 1969, 12señalaba ya algunos elementos de identificación positiva:
los historiadores que se contraponían a la historia académica, y que incluían
tanto los formados en la Nacional como economistas y sociólogos de
diferentes proveniencias, compartían una visión teórica compleja, el interés
por la historia económica, social y cultural, la apertura a las ciencias
sociales, la definición como historiadores profesionales y el hecho de
dirigirse a las nuevas capas intelectuales conformadas alrededor de las
universidades. Aunque no se atribuía ninguna identidad metodológica, se
señalaba el peso de la influencia de escuelas como el marxismo, Annales y
la “New Economic Hístory”: no se trataba de un grupo, de una escuela, de
una corriente unificada, sino simplemente del proceso de surgimiento de la
historia como disciplina con pretensiones e ciencia. En este sentido, el
proceso que se estaba dando en la disciplina histórica era sin duda paralelo
al que estaba ocurriendo en sociología, alrededor de Orlando Fals Borda y al
que había ocurrido, casi dos décadas antes, en la antropología, alrededor de
Paul Rivet y el Instituto Etnológico Nacional.
12
Jorge Orlando Melo, “Los estudios históricos en Colombia, situación actual y tendencias
predominantes”, Revista UN, No 2, Bogotá, 1969.
13
La Oveja Negra fue fundada por Moisés Melo, y entre sus accionistas estuvieron Salomón
Kalmanovitz y Jorge Orlando Melo; en la Carreta participo Mario Arrubla. Jorge Orlando Melo
y Mario Arrubla fueron editores de la Universidad Nacional entre 1968 y 1971 y publicaron la
primera edición de la Introducción a la Historia Económica de Alvaro Tirado, así como obras
de Jaime Jaramillo Uribe y otros historiadores. Un temprano trabajo histórico en el que
participaron historiadores de muy diferente perspectiva ideológica, fueron las Estadísticas
Históricas de Colombia, editadas por Miguel Urrutia y Mario Arrubla en 1970.
10
Fernando Sierra,14 en buena parte bajo la orientación de Alvaro López Toro,
quien había publicado en 1968 su Migración y Cambio Social en Antioquia
durante el siglo XIX. Miguel Urrutia había publicado un poco antes su tesis
sobre historia del sindicalismo (1968). 15 Pero lo que puso de moda la
economía fue el éxito editorial de los Estudios sobre el Subdesarrollo
Colombiano –un buen ejemplo de la historia conceptual que esperaban los
activistas políticos- de Mario Arrubla, cuya primera edición en libro (había
sido escrita en 1962 y 1963) salió en 1968, y la publicación, en 1970, de los
Apuntes para una Historia Económica de Colombia de Alvaro Tirado Mejía,
convertido a partir de 1971, con el nombre de Introducción a la Historia
Económica de Colombia, en un bestseller que transformó los contenidos de
la enseñanza secundaria y universitaria en muchos sitios: fue el primer
desplazamiento de los manuales tradicionales por un manual que ofrecía
una visión radicalmente diferente del pasado colombiano.
14
Darío Bustamante, “Efectos del papel moneda durante la regeneración”, en Cuadernos
Colombianos No 7, Medellín, 1974; Luis Fernando Sierra¸ El tabaco en la economía
colombiana del siglo XIX, Bogotá, 1971.
15
Historia del Sindicalismo en Colombia, Bogotá, 1979..
16
Jorge Palacios, La trata de negros por Cartagena de Indias, Tunja, 1973; Marco Palacios,
El café en Colombia (1850.1970); una historia económica, social y política, Bogotá, 1979,
Jorge Orlando Melo, El establecimiento de la dominación económica, Bogotá, 1977 y Gerardo
Molina, Las ideas liberales en Colombia¸ 3 vols, Bogotá, 1970-1976. Además, Jaime
Jaramillo Uribe recogió en libro algunos de sus artículos de historia social y cultural y se
publicaron varias traducciones de autores norteamericanos, como Frank Safford y William
Paul McGreevey.
11
hacer una historia económica de fuerte orientación social e institucional. Se
hicieron, es cierto, algunos esfuerzos de reconstrucción de series
cuantitativas, como las referentes a producción colonial de oro o a pago de
diezmos, pero el énfasis estaba en las estructuras económicas y en los
procesos sociales que las acompañaban. La historia política, que se
identificaba con los rasgos negativos de la historia tradicional, desapareció
casi por completo de la investigación: apenas pueden citarse el libro de
Molina sobre el liberalismo, que es ante todo una historia del pensamiento
liberal, y el ambicioso intento sociológico de Fernando Guillén Martínez, que
no ha tenido ni la discusión ni la influencia que merecería. 17 Por otra parte,
la historia regional, que tenía amplios antecedentes en la historia
tradicional, comenzó a reformularse drásticamente, con base en trabajos
como los de Colmenares sobre el occidente colombiano. La existencia de un
departamento de historia sólido en Cali reforzó esta tendencia, como lo
haría desde finales de la década la existencia de los departamentos de
Historia de la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional de
Medellín. En efecto, desde entonces los trabajos históricos en ciudades
diferentes a Bogotá han estado caracterizados por una gran especialización
en el estudio de la historia regional o local. En años más recientes, algo
similar se ha producido en Santander, alrededor del departamento de
historia de la UIS, y en la Costa Atlántica.
12
crítica de la metafísica antiposivista, de la “propensión libresca por los
conceptos puros”: “Lo propio de la realidad inmediata no es proporcionar el
principio mismo de su explicación. De acuerdo. ¿Pero quiere decir esto que
tengamos que regresar a explicaciones de tipo metafísico o teológico,
construidas sobre la base de confusiones lógicas? Porque lo cierto es que,
dado un sistema de explicaciones coherentes, la realidad inmediata no
puede ser sencillamente escamoteada. Aún las realidades aparentes, es
decir, recubiertas por una ficción ideológica, pueden ser descubiertas –o
desveladas- una vez que se acceda a un marco de explicaciones más
amplio. En otras palabras, toda concepción teórica tiene que ir a los hechos
para explicarlos, aún si no se ha partido de ellos. La desvalorización
absoluta de los hechos es lo propio de toda concepción teológica o
metafísica... Todo el mundo sabe que la elaboración de marcos teóricos se
ha convertido en el pasatiempo universitario por excelencia. El marco
teórico resulta no ser otra cosa que la búsqueda de un mutuo
reconocimiento colectivo de habilidades ergotistas... En el curso de los
últimos años, la preocupación por la investigación ha matado a la
investigación en Colombia”18.
18
Germán Colmenares, “Por donde comenzar”, Gaceta, No 13, 1977, p 7
19
Darío Jaramillo, ed. La nueva historia de Colombia¸ Bogotá, 1977.
20
Estudios Marxistas No 14, Bogotá. 1977. Estas afirmaciones aparecen en una reseña al
“texto tan reaccionario de Melo”, a saber El establecimiento de la dominación española.
13
IV El auge de la historia
14
cada vez menos ideológico, la visión más desligada de cualquier visión
sobre el presente que comenzaba a advertirse en los estudios históricos de
las generaciones más jóvenes, y las innovaciones teóricas que sugerían
algunos libros de Germán Colmenares, en especial su estudio sobre algunos
historiadores hispanoamericanos del siglo XIX: allí comenzaba a advertirse
el interés por el análisis de las formas retóricas del discurso histórico,
inspirado parcialmente en teóricos como Hayden White, quien tendría, en el
mundo norteamericano, una gran influencia en el surgimiento de lo que,
simplificando, puede denominarse el paradigma postmoderno de análisis
histórico, el “giro lingüístico” de la escritura histórica. Sin embargo,
Colmenares, aunque apelaba a los recursos de White, los reinscribía dentro
de una visión todavía remota del radicalismo lingüístico que roería la solidez
de los discursos históricos algunos años más adelante.21
21
Colmenares, Las convenciones contra la cultura, Bogotá, 1987. Jesús Martín-Barbero
consideró que este texto representaba una “propuesta postmoderna”. Historia y Espacio, No
14, Cali, 1991.
15
historiadores del país y de algunos historiadores del extranjero.22
22
Germán Colmenares hizo en dos ocasiones un balance del desarrollo de la actividad
profesional de los historiadores y del desarrollo de la disciplina. Ver "Estado de la Desarrollo
e Inserción Social de la Historia en Colombia", en Misión de Ciencia y Tecnología, La
conformación de comunicación científica en Colombia, Tomo II, vol. 3, Bogotá, Colciencias,
1990, y "Perspectiva y Prospectiva de la Historia en Colombia", en Ciencias sociales en
Colombia, Bogotá, Colciencias, 1991.
23
Lo sorprendente era quizás que fuera la Editorial Norma la que encabezara este proceso de
modernización.
24
Germán Colmenares, “La polémica de los manuales...” y J. O. Melo, “Arciniegas versus
Kalmanovitz: una polémica mal planteada”, en El Tiempo, 1989, disponible en
http://www.jorgeorlandomelo.com/arciniegaskalma.htm Ver también Nuestra historia, a
propósito de una polémica, Bogotá, 1989.
16
enseñanza materialista reaparece periódicamente, pero el consenso es hoy
general y buena parte de los historiadores que hacen parte de las
academias se han sumado a los puntos de vista renovadores. 25 Sin
embargo, no estaría fuera de lugar un debate amplio sobre estos textos y
sobre las formas de enseñanza de la historia en la escuela básica y
secundaria. A la vieja rutina, con memorización de batallas y hechos
administrativos, parece haberla reemplazado una nueva forma de rutina,
que aunque supero la memorización de “modos de producción” sigue
basada en el aprendizaje de un saber hecho, y no en el desarrollo de
capacidades de análisis histórico.
25
Por ejemplo, en 1996 se reunió en Cartagena una conferencia sobre educación,
patrocinada por el Convenio Andrés Bello y Unesco, que hizo una nueva crítica a los textos
tradicionales. El secretario de la Academia Colombiana de Historia, volvió a defender tales
textos y a criticar las innovaciones materialistas (Roberto Velandia, BHA, 796 (feb-marzo
1997). Si miramos los textos actuales, probablemente mantienen visiones sociales y políticas
más radicales que las de los historiadores de la universidad.
17
Esta abundancia ha sido estimulada por la aparición de nuevas revistas
académicas. De la década inicial subsisten el Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, que ha logrado sacar unos 20 números en 35
años, y el Boletín Cultural y Bibliográfico, del Banco de la República y
fundado en 1958, que aunque no es muy especializado, ha publicado
muchos artículos de investigación histórica, sobre todo a partir de 1983,
cuando fue reorganizado. A ellos se han sumado algunas revistas de
vocación histórica: Estudios Sociales creado en 1986 por la Fundación
Antioqueña de Estudios Sociales, Historia y Espacio, de la Universidad del
Valle, Historia Crítica, establecida en 1989 por la Universidad de los Andes,
Historia y Cultura, en Cartagena en 1993 e Historia y Sociedad, (1994), de
la Universidad Nacional de Medellín y Memoria y Sociedad, (1995) de la
Universidad Javieriana, para no hablar de las más recientes y aún no
consolidadas. Sin embargo, otras revistas han sido canal de expresión de
los historiadores universitarios: Huellas, de la Universidad de Norte, donde
se ha recogido mucho material sobre la historia regional, Revista de
Extensión Cultural de la Universidad Nacional, sede de Medellín y Revista de
Ciencias Humanas¸ de la misma universidad
18
Algunos ejemplos pueden ilustrar esta tendencia: en 1990 el Congreso de
Historia tuvo siete ponencias sobre “cultura y mentalidades”, y en sus
títulos aparecía una vez la palabra “imaginario”. En 1997, el X congreso
escuchó más de 20 ponencias sobre este tema. En forma similar, crecieron
los estudios de historia de la familia, mientras se mantenían constantes los
de historia regional y aunque aumentaban levemente los estudios de
historia económica, ya muy débiles en 1990, se concentraban en estudios
empresariales. Otras áreas en auge son la historia de las ciencias (pasó de
3 a 9 ponencias) y la historia de la educación.
Estos temas han recibido un debate incipiente entre los historiadores. Jesús
Antonio Bejarano, en una ponencia presentada en Medellín, ofreció una
imagen bastante pesimista del trabajo histórico de la última década. Los
19
rasgos negativos podrían resumirse en la disminución y decadencia de las
investigaciones de historia económica y social, en el abandono del vínculo
entre historia y ciencias sociales y en una fragmentación temática que
conduce a un abandono de los esfuerzos por explicar los procesos históricos
y que no ofrece, en campos como historia de las mentalidades y de la
cultura, productos serios y rigurosos. No es el momento de discutir esta
caracterización en detalle, y probablemente puede matizarse en el sentido,
que confirma su línea de argumentación, de que los dos o tres libros de
historia de historia cultural o de la vida cotidiana importantes se inscriben
todavía en la tradición histórica racionalista y explicativa más convencional,
y son además buenos ejemplos de investigación erudita. Y debe subrayarse
también que lo que aparece como historia política de épocas recientes, en
las ponencias de los congresos o los artículos de las revistas, y que
mantiene en general cierta motivación política, falla por la ausencia de un
manejo adecuado de la documentación, y se reduce a la paráfrasis polémica
de unos pocos textos que revelarían las conductas opresivas o represivas
del establecimiento.
20
pretencioso atribuirle una importancia muy grande a esta causa.
Las fuerzas que mueven un país, que lo sacan adelante o lo
precipitan en la violencia son otras.
21
los problemas del desarrollo, de la democracia, de la libertad, de la
racionalidad, dentro de un contexto que no puede renunciar a la
herencia ilustrada.
26
Jorge Orlando Melo, "Las perplejidades de una disciplina consolidada", en Carlos B.
Gutiérrez A. La investigación en Colombia en las artes, las humanidades y las ciencias
sociales. Bogotá, Uniandes, 1991, págs. 54-55.
27
Este post-scriptum fue hecho después de publicado el artículo “Medio siglo de historia
colombiana: notas para un relato inicial” en la Revista de Estudios Sociales no. 4. Apareció en Germán
Leal Buitrago y Germán Rey, editores, Discurso y Razón: una historia de las ciencias sociales
en Colombia, TM Editores, 2000
28
Muchos de los trabajos más interesantes se están publicando en las memorias de
congresos y revistas históricas. Algunos serán reseñados en una versión más amplia de
este texto que publicará próximamente en el Boletín Cultural y Bibliográfico
22
Los investigadores extranjeros, como ha ocurrido e1n forma constante
desde la década de 1940, han hecho notables contribuciones al
conocimiento del pasado nacional. El decano de ellos, David Bushnell,
publicó una síntesis de la historia nacional, equilibrada, lo menos polémica
posible: Colombia, una nación a pesar de sí misma (Bogotá, Planeta, 1996). El
más conocido, Malcolm Deas, completó una cuidadosa y precisa biografía
de William Wills, quien vino como representante de los tenedores de
deuda inglesa y terminó vinculado a la política, la economía y la sociedad
locales (Vida y opiniones de Mr. Wills, Bogotá, Banco de la República,1996).
Deas publicó también Del poder y la gramática (Bogotá, Tercer Mundo,1993)
un magnífico trabajo, en el que aparecen las mejores virtudes del autor:
la agudeza. la capacidad de ver lo inesperado, el ingenio, el amplio
conocimiento de las fuentes, el rechazo a las explicaciones simplistas. Por
su parte, William Lofstrom publicó La vida i n t i m a de Tomás Cipriano de
Mosquera (1798-1830) (Bogotá, Banco de la República,1996) que presenta su
agitada vida familiar con base en la correspondencia personal. Jean
Rausch continúo desarrollando su ambiciosa historia de los Llanos
Orientales, en dos volúmenes que se tradujeron rápidamente, Una
frontera de la sabana tropical: los llanos de Colombia: 1531-1831 (Bogotá, Banco
de la República, 1996) y La frontera de los Llanos en la historia de Colombia
(1830-1930) (Bogotá, Banco de la República,1999). La obra de Antony
Mcfarlane, Colombia antes de la Independencia: economía, sociedad y política bajo
el dominio de los Borbones (Bogotá, Banco de la República,1997), sin duda, el
mejor tratamiento de conjunto de la sociedad neogranadina de la segunda
mitad del siglo XVIII. El libro de Hans König se enfrenta al difícil problema
de la formación de la nación, En el camino hacia la nación: nacionalismo en el
proceso formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750 a
1856 (Bogotá, Banco de República, 1994). Libros ya antiguos y conocidos
lograron al fin su traducción, como el amplio estudio de Robert Gilmore
de la polémica entre federalismo y centralismo en la primera mitad del
siglo XIX El federalismo en Colombia: 1810-1858 (Bogotá, Externado
deColombia, 1995), publicado casi 50 años después de haber sido
escrito. Dos extranjeros residentes en Colombia -quizás ya deberíamos
llamarlos colombianos- hicieron importantes contribuciones: de los
trabajos de Giorgio Antei se destaca Guía de forasteros: viajes ilustrados por
Colombia, 1817-1857 (Bogotá, Seguros Bolívar, 1995), trabajo en el que,
como en sus estudios de Codazzi, logró descubrir una documentación
importante olvidada en oscuros archivos y museos de Europa, mientras
que Jacques Aprile publicó tres libros sobre historia urbana -de las
pequeñas localidades urbanas, para ser más precisos (La ciudad
colombiana: siglo XIX y siglo XX (Bogotá, Banco Popular, 1992), La ciudad
colombiana prehispánica, de Conquista e indiana (Bogotá, Banco Popular,1991) y
La ciudad colombiana (Cali, Universidad Santiago de Cali, 1997). Una nueva
recopilación de ensayos de historiadores estadounidenses complementa
la conocida antología de Jesús Antonio Bejarano: Germán Mejía Pavony,
Colombia en el siglo XIX (Bogotá, Planeta,1999).
En historia social, fuera de los excelentes trabajos de Mauricio Archila,
se publicaron algunos esfuerzos por elaborar la visión ideológica de
23
grupos subordinados, como los de Mario Aguilera, del que merece
destacarse Insurgencia urbana en Bogotá (Bogotá, Colcultura, 1997).
Francisco Gutiérrez hizo un análisis algo gramsciano de los conflictos
neogranadinos en Curso y discurso del movimiento plebeyo: (1849-1854)
(Bogotá, Iepri, 1985). La historia urbana está en un indudable período
de auge: fuera de un proyecto colectivo sobre Medellín (Jorge Orlando
Melo (ed.), Historia de Medellín, 1995), Julián Vargas publicó un brillante
texto, La sociedad de Santafé colonial (Bogotá, Cinep, 1990) y Germán Mejía
P. Los años del cambio, historia urbana de Bogotá, 1820-1910 (Bogotá, UPJ,
1999). Por su parte, Catalina Reyes, en Aspectos de la vida social y cotidiana
de Medellín: 1890-1930 (Medellín, Tercer Mundo, 1996), presenta una
visión compleja y un poco menos positiva que la usual de los problemas
de la ciudad a comienzos de siglo. Fernando Botero Herrera, en Medellín
1890-1950: historia urbana y juegos de intereses (Medellín, U de A,
1996), subraya ante todo la utilización del proceso de planeación y
desarrollo por urbanizadores y empresarios privados. Un libro sólido,
excelentemente escrito, es La ciudad en la colonización antioqueña: Manizales,
de Jorge Enrique Robledo Castillo (Bogotá, UN, 1996).
Otros campos de la historia social se han venido consolidando. La
historia familiar estuvo representada por Guiomar Dueñas, Los hijos del
pecado. Ilegitimidad y vida familiar en la Santa Fe Colonial (Bogotá, UN, 1997),
el libro, menos convincente, de Miguel Ángel Orrego Sexualidad,
matrimonio y familia en Bogotá 1880-1930 (Bogotá, Ariel, 1997) y los sólidos
estudios de Pablo Rodríguez, del cual mencionamos Sentimientos y vida
familiar en el Nuevo Reino de Granada (Bogotá, Ariel, 1997). En Extravíos: el
mundo de los criollos ilustrados (Bogotá, Tercer Mundo, 1996) Aída
Martínez muestra, con base en un caso, las tensiones y opciones de una
mujer.
En la historia temprana y colonial aparecieron algunos trabajos de primer
nivel. Hay que destacar, por su madurez y claridad conceptual, y por un
amplio trabajo de archivo, Frontera Fluida entre Andes, piedemonte y selva:
el caso del Valle de Sibundoy, siglos XVT-XVIII (Bogotá, ICCH, 1996), de
María Clemencia Ramírez de Jara, y Poder local, población y ordenamiento
territorial en la Nueva Granada; siglo XVIII (Bogotá, Archivo General de la
Nación, 1998) de Marta Herrera Ángel. Podrían mencionarse con justicia
cuatro o cinco trabajos más, muchos de los cuales reflejan la orientación
de Hermes Tovar, quien publicó La estación del miedo o la desolación dispersa:
el Caribe colombiano en el siglo XVI (Bogotá, Ariel, 1997).
En historia cultural lo más sugestivo, pero todavía inicial, se ha hecho en
historia del arte. Álvaro Medina realizó una exploración básica de las
manifestaciones artísticas del período en El arte colombiano de los años
veinte y treinta (Bogotá, Colcultura, 1995); también el libro de Santiago
Londoño Vélez, Historia del grabado en Antioquia (Medellín, U de A, 1996)
realiza una exploración competente a un territorio apenas conocido,
como lo hace el libro de Gilberto Loaiza Cano, Luis Tejada y la lucha por una
nueva cultura: (Colombia, 1898-1924)(Bogotá, Colcultura, 1996).
La historia de la ciencia pareció consolidarse en estos años, pero se
advierte cierto freno. Lo más ambicioso fueron los 10 volúmenes de la
24
Historia Social de la Ciencia (Bogotá, Colciencias, 1993), muy desiguales,
como era inevitable. El libro de Renán Silva Las epidemias de la viruela de
1782 y 1802 en la Nueva Granar11l: contribución a un análisis histórico de los
procesos de apropiación de modelos culturales es otra muestra de la
seguridad metodológica y de la finura de lector y analista de su autor.
Una buena entrada a aspectos sociales del proceso científico es
Sociedades científicas en Colombia: la invención de una tradición,1859-1936
(Bogotá, Banco de la República, 1992), de Diana Obregón.
Ha habido algo de sexo, que no cito, más mentalidades e imaginarios
que antes, más historia de la vida cuotidiana y de las formas culturales
populares, y algo de historia de la religión, área en la cual hay algunos
trabajos ambiciosos y bien hechos, como La mentalidad religiosa en
Antioquia: prácticas y discursos 1828-1885 (Medellín, UN, 1993) de Gloria
Mercedes Arango y los libros basados en documentación de la
Inquisición de Diana Luz Ceballos Hechicería, brujería e inquisición en el
Nuevo Reino de Granada. Un duelo de imaginarios (Bogotá, UN, 1994) y
Jaime Humberto Borja Gómez, Rostros y rastros del demonio en la
Nueva Granarda: indios, negros, judíos, mujeres y otras huestes de Satanás
(Bogotá, Ariel, 1998). Afines a estos trabajos, que ven el documento más
como un texto que como un testimonio, son los brillantes trabajos de
Álvaro Félix Bolaños Barbarie y canibalismo en la retórica colonial: los indios
pijaos de fray Pedro Simón (Bogotá, Cerec, 1994) un excelente ejercicio de
lectura crítica, y el Bestiario del Nuevo Reino de Granada: la imaginación
animalística medieval y la descripción literaria de la naturaleza americana de
Hernando Cabarcas (Bogotá, Caro y Cuervo, 1994). La historia de la
vida cotidiana, en el que puede mencionarse la monografía de Aída
Martínez La prisión del vestido: aspectos sociales del traje en América (Bogotá,
Planeta, 1995) fue objeto de un intento de síntesis, dirigido por Beatriz
Castro Carvajal, como lo fue la historia de las mujeres, en la obra en
tres volúmenes dirigida por Magdala Velásquez, Las mujeres en la historia
de Colombia (Bogotá, Norma, 1995).
Ha continuado el auge de la historia regional: en Santander, bajo la
orientación de Armando Martínez, Jairo Gutiérrez y Amado Guerrero, se
hizo una exploración sistemática de las provincias. Cartagena ha sido
también muy estudiada, y en general la Costa Atlántica: el libro de
Eduardo Posada Carbó, El Caribe colombiano: una historia regional (1870-
1950) (Bogotá, Banco de la República, 1998) es una obra del más alto
nivel. La investigación de Alfonso Múnera, El fracaso de la nación, clase y raza
en el Caribe colombiano: 1717-1821 (Bogotá, Banco de la República, 1998),
hace un análisis simultáneo de los aspectos étnicos y regionales. Resulta
imposible citar la multitud de trabajos de Adolfo Meisel, Gustavo Bell,
Sergio Paolo Solano sobre otros aspectos de la historia costeña, o de
Alonso Valencia o Albeiro Valencia Llano sobre historia del Cauca y de la
región cafetera. La historia de varios procesos de colonización de Hermes
Tovar, Que nos tengan en cuenta: colonos, empresarios y aldeas, Colombia
1800-1900 (Bogotá, 1995) es un sofisticado ejercicio de historia social
regional. Y dos historias regionales colectivas lograron editarse, Historia
general del Huila, dirigida por Bernardo Tovar y Carlos Eduardo Amézquita
25
(Neiva, Academia de Historia, 1995, 5 vols.) y la Historia del Gran Cauca,
dirigida por Alonso Valencia (Cali, Universidad del Valle, 1996).
La violencia es el tema por excelencia de las ciencias sociales en
Colombia. No son muchos los trabajos históricos que ponen el foco en él.
Darío Acevedo en La mentalidad de las élites sobre la violencia en Colombia
1936-1949 (Bogotá, Áncora, 1995) abre una interesante perspectiva, al
analizar los lenguajes y discursos que estimularon la violencia. Las
organizaciones violentas y sus ideologías apenas comienzan a
estudiarse, aunque se destacan los audaces libros de Darío Betancourt,
Matones y cuadrilleros: origen y evolución de la violencia el Occidente
colombiano 1946-1965 (Bogotá, IEPRI y Tercer Mundo, 1990),
Contrabandistas marimberos y mafiosos: historia social de la mafia colombiana
(1965-1992) (Bogotá, Tercer Mundo, 1994), Mediadores, rebuscadores,
traquetos y narcos: las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre la
historia, la memoria y el relato,1890-1997 (Bogotá, Anthropos, 1998), los de
Eduardo Pizarro Las FARC: (1949-1966), de la autodefensa a la combinación
de todas las formas de lucha (Bogotá, IEPRI, Tercer Mundo, 1991) e
Insurgencia sin revolución: la guerrilla en Colombia en una perspectiva
comparada (Bogotá, lEPRI y Tercer Mundo, 1996) y el trabajo, muy
cercano a una descripción de denuncia, de Carlos Medina Gallego,
Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia: origen, desarrollo y
consolidación. El caso "Puerto Boyacá" (Bogotá, Documentos periodísticos,
1990). De las armas a la política (Bogotá, IEPRI y Tercer Mundo, 1999)
recoge las ponencias presentadas al simposio que se realizó en el
Congreso de Historia de Medellín, en 1997 y Los años del olvido. Boyacá y los
orígenes de la violencia (Bogotá, IEPRI y Tercer Mundo, 1991) de Javier
Guerrero, estudia el conflicto político durante los años treinta.
Tampoco son muchas las biografías, aunque hubo al menos tres o cuatro
de primera línea, Juegos de rebeldía: la trayectoria política de Saúl Charris de
la Hoz (Bogotá, UN, 1997) de Medófilo Medina, interesante por narrar la
vida de un político secundario, la de Víctor Álvarez Gonzalo Restrepo
Jaramillo: familia, empresa y política en Antioquia (Medellín, FAES, 1999) y
el Retrato de un patriarca antioqueño: Pedro Antonio Restrepo Escovar, 1815-
1899, abogado, político, educador y fundador de Andes de Jorge Restrepo. La
biografía de estos dos últimos personajes (abuelo y nieto) la hizo
posible una excepcional documentación familiar, que normalmente las
mismas familias destruyen, sobre todo cuando el político o empresario
no alcanzó los más altos niveles de la vida nacional.
La historia económica, como lo señaló Jesús Antonio Bejarano, no ha
producido obras de tanto impacto como las de José Antonio Ocampo o el
mismo Bejarano publicadas en los ochenta. Sin embargo, ha habido
trabajos de interés, como el de Eduardo Sáenz Rovner, La ofensiva
empresarial: industriales, políticos y violencia en los años cuarenta en Colombia
(Santa Fe de Bogotá: Ediciones Uniandes y Tercer Mundo, 1992), que
presenta una visión crítica del papel de los empresarios, y el libro de
Juan José Echavarría, Crisis e industrialización: las lecciones de los treinta
(Bogotá, Tercer Mundo y Banco de la República, 1999). Se ha escrito
bastante en historia bancaria, algo en historia empresarial y ha habido
26
una interesante reflexión sobre los problemas económicos de la Costa
Atlántica hecha por Gustavo Bell, Eduardo Posada y Adolfo Meisel.
Y la reflexión sobre la historia, la serpiente que se muerde por la cola, ha
producido fuera de artículos y capítulos en libros de alcance más amplio,
al menos un libro especializado, editado por Bernardo Tovar, La
historia al final del milenio: ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana
(Bogotá, UN, 1994, 2 vols).
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