por el Diputado de la izquierda de la Asamblea conslilujcate
D. FRANCISCO SALMERÓN Y ALONSO,
eii ico ¡se-óton 7)el 6 3 e iu<xx/ro
contra el proyecto de bases de la ley de gobierno
y administración provincial y municipal.
^ i. - r f
Imprenta de J . BE M . GONZÁLEZ, ealle del Barco, núm. 6 .
4856. Señores: La Cámara habrá observado que hace mucho tiempo dejé de tomar parle en sus discusiones; y lo h i c e , no por creer que eran de poca importancia las cuestiones debatidas, no por serme di- fícil llevar un grano de arena al edificio constitucional, ni por haberse apagado la ardiente fé de mis creencias liberales; sino porque esperaba las bases político-administrativas, que deben coronar el edificio de nuestra reconstitución, si todos c o o p e r a - mos á hacer duradera, armónica y liberal nuestra huérfana a d - ministración. Ya , señores, llegó el dia de ver en el palenque las anheladas bases; se abrió el debate, en que los cánones adminis- trativos del PROGRESO PURO reclaman su altar en el Santuario de la constitución; y es preciso que llevemos á él el óbolo de n u e s - tra opinión, respetando la ofrenda de los demás, haciendo j u s - ticia á las tradiciones del p r o g r e s o , y relacionando la ciencia gubernativa con la administración, en el campo de la filosofía histórica. Abramos pues nuestros códigos, para recoger lo sabio de su espíritu; para leer á la luz de sus doctrinas el dogma a d - ministrativo de nuestra escuela; y ver hasta qué punto es admi- sible el r e t r ó g r a d o , ecléctico y reglamentario proyecto que se discute. Antes de entrar en el fondo de la cuestión, habrá de permi- tirme la Cámara que resuelva este punto cardinal de la ciencia: ¿es nueva, por ventura, la administración en nuestros anales j u - rídicos; ó tiene asiento en nuestra historia, explanación en n u e s - tros comentaristas, voz en nuestras ocnstituciones, y autoridad en las leyes del progreso español? Señores, la administración, que es la mas esencial de todas las ciencias prácticas, que es al sistema gubernamental lo que la ley electoral al constitucionalismo, lo que las leyes vitales á la fisiología h u m a n a , lo que á la moral la codificación, nació con la Era española, se desenvolvió con nuestra civilización, y ora absorvente, ora exccnlralizadora, presenta un carácter de tradi- ción secular y de puro españolismo. Jamás entre nosotros m a r - chó al acaso la ciencia del gobierno: aliada constante d é l a a d - ministración, siguió fielmente á esta en su c a r r e r a ; y si alguna vez se divorció de ella, el orden se p e r t u r b ó , las libertades p e - recieron, y los poderes se conculcaron. Y debía suceder así; porque ¡ay d é l a constitución, señores, si no se armoniza con las bases administrativas! Aunque los principios mas radicales cam- peen en la ley fundamental, si no los vivifica el espíritu adminis- trativo, ¡ay de la libertad civil! ¡ay de la estabilidad política! No lo dudéis: la armonía es la ley del Universo. Por eso Fouchcr en Alemania, Cormenin en Francia y Burgos en España estable- cieron como dogma preliminar de gobierno la consonancia y es- labonamiento de los axiomas administrativos con los constitucio- nales. ¿Y cómo otra cosa? El consorcio de las leyes es principio de o r d e n ; su antagonismo es preludio de anarquía. Cuidemos, pues, de que las unas y las otras funcionen acompasadamente; hagamos que las dos concurran al magestuoso movimiento del progreso; y no temáis que las mine la zapa reaccionaria, ni que las derribe el ariete revolucionario. Vengamos á la importan- cia del debate, ¿De d ó n d e , señores, viene la que en 4812 y 1823 se dio á la ley de ayuntamientos y diputaciones provinciales? ¿De dónde el que en 1840 fuese bandera del progreso la emancipación del municipio y la provincia? ¿De dónde el que las actuales Cortes hayan acordado consignar sus bases en el código fundamental? De que la ciencia político-administrativa ha establecido tres grandes esferas de función; esferas que concéntricamente se e s - tienden, que sin confusión se agitan en el espacio social, y que convergen al principio de por el pueblo y para el pueblo: el concejo, la provincia y la nación. En efecto: los pueblos con su fuero peculiar, sus bienes propios y sus intereses locales, mo- tivan la acción municipal; las diócesis compuestas de villas n e - cesitadas , de pueblos ricos y ciudades opulentas, ofrecen escenas de vasta administración á una asamblea mas general; y la n a - ción, ese centro á que se dirigen las aspiraciones municipales, esa unidad que reasume el derecho provincial, tiene en las cor- tes generales su fórmula político-administrativa. En tanto, seño- res , el gobierno central, emanación directa del Trono, tiene las riendas del poder ejecutivo, vela por la observancia de las leyes, protege las corporaciones populares; y sin intrusarse en sus fun- ciones, sin herir su delegación, cubre con el escudo ejecutivo la jurisdicción de los ayuntamientos, de las diputaciones y del p a r - lamento. Tal e s , señores, la escala de los poderes públicos en la región de los principios constitucionales. ¿Y comprendéis que haya cuestión mas trascendental? Ved con cuan afanosa diligen- cia la adaptan y amoldan en sus respectivas turquesas las dife- rentes escuelas políticas. ¡Cuan notables diferencias hay entre los partidos que se dis- putan el m a n d o , al resolver los grandes problemas político-ad- ministrativos! ¿Y cómo han de investigar con igual propósito la esencia del municipio y la diputación doctrinas puestas en los po- los, ó situadas en los trópicos de la ciencia? Indudablemente, s e ñ o r e s , el prisma político descompone la administración, para estudiarla bajo leyes de una óptica parcial. Yo os diré lo que comprendo sobre "este punto de mi discurso; yo ensayaré las di- versas teorías políticas para obtener sus fórmulas administrati- vas ; y vosotros, Representantes de una nación eminentemente liberal, veréis hasta qué punto son admisibles las bases que se discuten. Señores, el absolutismo lia establecido por ley de desenvol- vimiento, por principio de acción gubernativa, el no tener a u - toridades de origen p o p u l a r , el no consentir poder independien- te de la monarquía, y el no tolerar funciones que no converjan hacia el centro de supremo mando: de aquí que interpelado so- b r e su fórmula administrativa, proclama abiertamente la absor- ción , la centralización absoluta. El republicanismo, por el c o n - t r a r i o , que dá vida propia, funciones inalienables, y recursos independientes al individuo y á la familia, al pueblo y á la pro-, vincia, á la nación y á la humanidad, establece su teorema ad- ministrativo en esta forma: la federación es el término de mi p o - lítica , y la excentralizacion absoluta el medio de alcanzarla. Preguntad la razón de este último sistema; y sus apóstoles os d i - rán que permitiendo la libertad máxima del yo, acatan la suma independencia de la colectividad, y que queriendo evitar que la administración muera de plétora gubernativa, impiden que el centro absorba la vida de los extremos. Pero hay entre los s i s - temas absolutista y republicano dos partidos que tienen legítima representación en esta Asamblea, dos partidos que viven dentro de nuestra moderna constitución, el moderado y el progresis- ta. ¿Y sabéis cuál es la mas exacta síntesis del uno y del otro, consultando sus historias, sus tendencias y modos de ser? En mi juicio, señores, el moderanlismo es la escuela política, que alcan- za del pueblo las mayores concesiones á favor del Trono; así como el progresismo la doctrina constitucional, que obtiene de la monarquía las mayores concesiones á favor del pueblo. Pues b i e n , colocados los progresistas en la zona popular y fijos los moderados en el círculo monárquico, tienen que adherirse á la centralización ó á la excentralizacion, según sus grados de pu- reza y liberalismo: de aquí la centralización relativa del p u r i t a - nismo moderado, y la excentralizacion relativa también del p r o - greso puro. Aboguemos pues los progresistas puros por la eman- cipación prudente y relacional de los ayuntamientos y diputa- ciones provinciales, y dejemos á los moderados la reaccionaria tarea de absorber en el gobierno central la autoridad de tan po- pulares corporaciones. Si, señores: el progreso que marcha con firme paso y espíritu tranquilo hacia un porvenir de civilización activa, de prosperidad creciente, de libertades armónicas y de derecho fraternal, debe reclamar las mayores franquicias á fa- vor de los pueblos, que son fuente de soberanía, cuna de pode- res y centro de producción; á la vez que mártires de la tiranía, pasto de la burocracia, y blanco de la reacción política que he- mos ahuyentado de la Constitución. Después de haberme ocupado de la importancia del debate, de la armonía político-administrativa y de los sistemas políticos ante la ciencia del gobierno, permitidme, señores, que conside- re la cuestión en el terreno de la filosofía histórica. Y no eslraae la Cámara que en cuestiones, a! parecer meramente prácticas se remonte la imaginación á la esfera d é l a filosofía, que ilumina la historia, que obtiene la verdad, que eleva los debales, y que, con el Cristianismo en una mano y en la otra el criterio humano, alienta al hombre en las peregrinaciones del espíritu. ¿Y qué nos dice la filosofía histórica? Que la comisión ha desoído á sus má- ximas fundamentales; que se ha puesto en abierta ludia con las tradiciones progresistas; que su proyecto es una transacción en- tre el progreso y el moderantismo; que se ha extraviado entre las conlradiciones de la escuela ecléctica. ¿Y por qué así? La v e r d a d , hija del cielo, no transige con la mentira, hija del hom- bre!; el progreso, germen de la libertad , no cede al moderan- tismo , núcleo dé resistencia: la luz y las tinieblas jamás coexis- ten. ¿Y pretende la comisión que la centralización impere en los dominios de la escuela excentralizadora? ¡Quimérica esperanza! En la esfera de la filosofía y de la historia toda concesión con- tradictoria es una mutilación'segura; y vosotros lo sabéis: en política la mutilación es la muerte. Pero no so crea que este cargo dirigido á mis dignos amigos de la comisión es infundado: abramos nuestros anales en sus cinco grandes periodos admi- nistrativos, romano, germánico, reconquista, unidad española, y constitucionalismo. ¿Quién puede negar, señores, que nuestra patria es una délas naciones.que tienen mas derecho á la'administracionpopular in- dependiente, armónica y robusta ? Si el legislador ha de apre- ciar cuanto la filosofía proclama, cuanto ¡a historia dice y el criterio político aconseja, ¿desconoceréis que la excentralizácion relativa tiene la garantía de una tradición secular? Volved la vista á la España romana. El imperio de Augusto tocaba á su t é r m i n o , cuando la provincia hispana sucumbió al victorioso imperio. Dio el último golpe á la independencia española con su cetro de hierro; y la igualdad de su opresión produjo la unidad ibérica. Pero la luz del Cristianismo habia iluminado el mundo, y la condición del vencido ganó en caridad y en derecho: tes- tigo nuestra administración municipal y provincial. Pues bien, señores: ¿no tenemos en los decuriones de la era. española nuestros concejales, en los dunviros nuestros alcaldes, en los censores nuestros síndicos, y en los ediles el embrión de nues- tra policía? ¿Quién no vé la base de nuestro sistema adminis- trativo en aquella sabia legislación, que dio origen á los decu- riones y los revistió de jurisdicción propia? En cuanto á las pro- vincias, la ciencia no podia exigir tanto del conquistador, no podia demandarle tanta libertad; pues era precisó hacer sentir el yugo de la centralización para conseguir la unidad á que as- piró el imperio: no se b u s q u e , por consiguiente, en las p r o - vincias tributarias, ni aun en las libres,.la suerte que cupo, al municipio. Pero buscad, y hallareis la institución de los conventos jurídicos, semejantes á nuestras audiencias, con independencia en sus funciones; b u s c a d y bailareis los concilios provinciales elegidos por las ciudades é investidos de jurisdicción propia, aunque influidos por el procónsul y sujetos á apelación y r e v i - sión ; buscad y hallareis un germen exceníralizador ahoga'do pol- la absorción imperial. Así, señores, nace y se desarrolla en el seno de la civilización romana la excenlralizacion relativa.en¿ el municipio, y la centralización relativa también en la p r o v i n c a . Al imperio romano que marchaba de conquista en c o n - quista, de absorción en. absorción, le llegó la hora de su ruina en medio de su decaimiento moral, de su enervación p o - lítica, de su impotencia gubernamental. ¿Y sabéis cómo? Cuan- do menos lo esperaba, de quien menos lo temia, del modo mas sorprendente. Pueblos qué se precipitan unos sobre otros, r a - zas por naturaleza y tradición belicosas, naciones que no caben en las márgenes del Rhiu ni en las crestas de los Alpes, vienen sobre Roma á buscar una nacionalidad donde reponerse de su emigración, á proporcionarse una patria en que tener propie- d a d , á saciar, en íin, su sed de botin y de matanza. ¡ Pero r a s - go providencial! Los germanos, que al paso encontraron t a m - bién las fuentes del Evangelio, se dejaron parte de sus instin- tos al contacto de la Religión cristiana; y principiaron á r e s - petar el derecho de los vencidos, acatando su organización administrativa. Desde entonces, dos distintos sistemas dominan en España: el hispano-romano y el hispanc-godo. Merced al do- minio de la civilización sobre los invasores, los decuriones y los concilios subsistieron, y solo se ajustaron á la fórmula política, que debia armonizar el derecho importado con el español. Y notad que el pueblo conquistado continuó dueño de la adminis- tración, cual si de su destino no se incautara el conquistador. ¿. Y por qué ? Porque el derecho administrativo no existe sin propiedad municipal y provincial; y era el botin el patrimonio del guerrero , la victoria su título posesorio, y sus magistrados los repartidores de la presa. No sucedía así, respecto dé la política fundamental. ¿Y sabéis á qué era debido? A que el derecho consuetudinario es secular, y prevalece al través de la distan- cia; á que la política es la gran rueda del movimiento social, y los germanos no podían inutilizarla. De aquí el que, como en los bosques rhélicos, eligiera el vencedor sus magistrados, sus capitanes y sus r e y e s ; de aquí el que como en las riberas del Danubio hiciera el pueblo la p a z , la guerra y toda alta fun- ción de poder; de aquí el que sobre el mapa de Europa, trazado por la invasión, campeara el dualismo político-administrativo; de — 8 — aquí, en liu, el que España viese sustituida la centralización relativa de Roma con la excentralizacion casi ¡absoluta de Ger- mania. A s í , señores, se habían dado los dos gigantescos pasos de la administración, cuando comenzada la sagrada obra de la reconquista y próximo á espirar el siglo X I , brilló esplendoro- samente la excentralizacion en medio de las cartas-pueblas y d e los fueros municipales. Los m o n a r c a s , que por regla general son buenos siempre que están bien aconsejados, y que por regla de precisión lo son también cuando les importa s e r l o , comprendieron en aquella marcial época que debían transigir con los pueblos haciéndoles holgadas concesiones, p a r a servirse de su gratitud contra el feudalismo que ahogaba la monarquía. ¡Cuánta fué la habilidad de los r e y e s , y cuánto el reconocimiento de los municipios! Debilitada la monarquía por una secular batalla, reducida al repugnante cerco feudal, y e x - puesta á la peligrosa indiferencia de los vasallos, ¿qué otro r e - curso tenia para fortalecerse y popularizarse, sino conceder fran- quicias al feudatario y quitar feudos al señor? ¿Qué valla podia oponer á la cruzada feudal, como no fuese la cruzada municipal? Á esto se acogió, y ¡vive Dios que el cetro de nuestros reyes fué una rama de la libertad! Preguntad á la historia si cabe mayor independencia que la de los concejos en el siglo XII. ¿No eran estos elegidos por un sufragio universal, y no tenían en sus r a - dios omnímoda jurisdicción? ¿No fueron sus soberbios muros tes- tigos de una vasta federación, en que el rey presidia sus actos políticos, económicos y administrativos? Aparte los privilegios odiosos y las anárquicas inmunidades de algunos fueros, ¿no son dignas de admiración aquellas c a r t a s - p u e b l a s , que hacían del municipio un boceto del parlamento actual? Y n a d i e , señores, nadie le presidia en nombre del poder central; porque los seño- res expiaban su ambición y los reyes su debilidad. Ño sucedía lo mismo con la administración provincial. La fortuna varia d e la reconquista alteraba de continuo los límites de las provincias; en tanto que la resistencia constante del feudalismo dificultaba su buena organización: era factible únicamente el hacer d e cada pueblo un estado con vida propia. Pero en cambio de los conci- lios provinciales de Roma y de las juntas generales de. G e m i a - nía, permitióse á las ciudades principales mandar su diputación a los i'ont'ilios do Toledo. ¿Y qué eran estos mas que la señal del triunio tío la monarquía, y el preludio do las corles de Castilla? ; 0 u c ivpivx'iiiaban, sino el municipio excentralizado y la c o r o - r.a ovuiT.'.eniada. frente á la nacionalidad conseguida y ai g o - bierno i-entral robustecido? ¿Son, por último, otra cosa que el j\u-v» lio U* concilio? provinciales al constitucionalismo moderno, tiado sobro la baso de la excentralizacion municipal y con el p r o - pósito de la unidad española? Pero oid; que los reyes van á dar la ley al pueblo que lo salvó, y al feudalismo que los asediara. Robustecida la monarquía, y reconcentrada la fuerza del es- tado en el poder real, lo que antes era excentralizácion se con- vierte en centralización absoluta. Bajo el cetro dé los Reyes C a - tólicos se unifica la nación española, y viendo que la libertad d e los municipios podía lastimar al despotismo ilustrado, el Trono hace suyos los intereses del concejo, y concentrando la adminis- tración , principia á enagenar los oficios que antes fueron e l e c - tivos; sin respetar, señores, los derechos que las municipali- dades adquirieron á costa de torrentes de sangre y de servicios muy leales hechos á los monarcas. Ved aquí la degeneración de aquella progresiva libertad municipal en el mas absorbente siste- ma administrativo. Empero había una necesidad imperiosa de transigir con algunas simpáticas reminiscencia» fóraies; y los r e - yes tuvieron buen cuidado de centralizar la vida dé los munici- pios en las cortes castellanas, y de reservar á los pueblos el d e - recho de petición. No estrañeis, p u e s , que el orden público, el administrativo, y aun" el religioso se confundiesen ¡en un centro de gobierno; no os admire el ver aquellas violentas transacciones hechas á impulsos de la opinión con tendencias municipales; ni os asombre el ver cómo al despuntar el dia de la centralización absoluta se levantan las hermandades á pelear por la r e c o n - quista de sus fueros. ¡Áh! Los pueblos fueron vencidos; pero de sus tumbas salió la luz política, que guió á la España en la r e - constitución moderna. Nada hasta entonces ganó ¡a ciencia administrativa desde los Reyes Católicos. Los poderes marchaban conculcados; todo séguiá confundido, política, administración, justicia, hacienda, religión, todo: la vida material, el íisco, era punto general de convergencia. Pero vino efafió 1812, y así como los héroes su- pieron sostener la independencia española con huestes improvisa- das, los constituyentes echaron los cimientos de nuestra adminis- tración con ideas modernas, Preguntad qué hicieron de los ayun- tamientos y de las diputaciones provinciales; y cuando la his- toria os haya respondido, comparadlo con las bases que se os p r e s e n t a n ; comparadlo, y veréis cuánto se nos hace r e t r o g r a - dar. Y no creáis que mi opinión es inmotivada, n o : permitidme ;
bosquejar las cuatro grandes claves de la administración p o p u -
lar, y pronunciad después vuestro solemne fallo. Y ya que veo al señor Ministro do la gobernación tomar apuntes, sin duda para hacerme el honor de contestar, deberé advertirle que de este particular trata en su Diccionario con gran maestría. Señores, el origen de los ayuntamientos y diputaciones, el carácter de sus facultades, su relación con él poder central, y el término de su autoridad son los puntos cardinales de las cor- poraciones que nos ocupan. Tal cual sea su c u n a , el pueblo ó el gobienio, será sü carácter progresista ó moderado; según — <Í0 — sean sus funciones, político-administrativas ó administrativo- económicas, será su influencia liberal ó reaccionaria; á medida que su relación con el gobierno supremo las constituya en liber- tad ó dependencia, imperarán el sistema centralizado! ó la e x - -
centralizacion; sino tienen término sus acuerdos y su investidu-
ra en su propio orden g e r á r q u i c o , tendrán espíritu reformador, si lo tienen en el poder ejecutivo, arrastrarán una vida oficial. Tales son, señores diputados, los puntos científicos desde donde conviene examinar la Constitución de 1812. Ahora bien: ¿cuál es el origen de los ayuntamientos y las diputaciones en este có- digo venerando? El sufragio de todo el que no sea v a g o , criado ó criminal. ¿Cuál es el carácter de sus atribuciones? En el orden gubernativo , proteger la seguridad individual y la tranquilidad pública; en la esfera económica , repartir los tributos generales, acordar los municipales y provinciales, y fomentar la riqueza; en el terreno administrativo ,ejecular las leyes, cumplir las órdenes generales, y velar por la educación, por la policía y sanidad; en el concepto político, fiscalizar la observancia de la constitu- ción, y hacer verdad el sufragio; y en la órbita judicial, ser competente para los juicios verbales y de paz. ¿Cuáles son sus relaciones con el poder central? El gobernador preside, sin voló, ios ayuntamientos, y bajo la inspección de las diputaciones d e - sempeñan estos sus funciones; la diputación, ásu vez, es presidi- da igualmente por el gefe político, y las corles son su autoridad inmediata en materia de impuestos y de cuentas. ¿Cuál e s , por último su término? El lapso del tiempo prefijado, y la suspensión acordada por el Rey apelable al parlamento. Ved aquí, señores, el dogma administrativo de nuestro patriarcado constitucional; dogma libérrimo, cuyas ideas culminantes de sufragio, de políti- ca y de gerarquía me permitiréis desenvolver. Os dije ya , señores, que el eslar avecindado y el no ser sirviente ni criminal eran los únicos títulos para obtener el d e - recho electoral. ¿Y cabe mayor sanción del sufragio universal? ¿Se concibe rasgo mas insigne de progreso indefinido? Para los progresistas que creemos que el Evangelio, la filosofía m o d e r - na y la civilización actual proclaman aquel invariable derecho, fué el consignarlo prenda incomparable de sabiduría y p a t r i o - tismo. Verdad es que hubo d e b a t e , y debate ardoroso, p o r - fiado, para hacer triunfar tanta latitud de sufragio; pero observan que era la primera vez que se constituía el pais, después de largos siglos de execrable despotismo. ¡Cuánto amor patrio de aquellos honorables constituyentes! Unlversalizaron el sufragio cuanto cabía en el sistema representativo; y lo hicieron, señores, para gloria suya y enseñanza nuestra, en una nación tradicio- nalmenie monárquica, en medio de la mas deforme conculcación de poderes, y cuando apenas acababa de romperse el dominio de la teocracia que por tanto tiempo imperó de un modo absolu- lo. ¿Y sabéis la razón de tan grandioso esfuerzo? Pues fué que la filosofía desde el cspansivo Rousseau, y antes de Rousseau, desde que la ciencia se emancipó del sombrío Hobbes, venia r e - clamando para el hombre sus derechos mas plenos, sus facultades mas independientes, su integridad mas completa. Y lástima es, señores, que á mediados del siglo X I X , en el seno de una asam- blea eminentemente progresista, después de experiencias tan amargas, y cuando tanto brillan l a s t e o ñ a s sociales, se haya he- cho la sacrilega distinción de españoles y ciudadanos; distin- ción sacrílegia, porque profana los fueros de la humanidad; sa- crilega, porque tiene el principio de casta, repugnante para las sagradas Escrituras; sacrilega y aceptable solo para los que re- trocediendo , degeneran en partido mas temible que el absolu- tismo. Para nosotros, señores, para los que tenemos por ley el progreso indefinido de la humanidad, para los que abominamos toda clase de odiosos privilegios, para los que rendimos culto á la fraternidad social, para los que predicamos la integridad in- dividuativa del hombre, para nosotros, repito, semejante distin- ción es un sofisma repugnante, un ostracismo liberticida... ¡Ah señores! ¿Con que el pobre es solo español, y el rico español y ciudadano? Seria igualar los españoles á los rajas-de Turquía' Examinad al hombre integralmente, sin mutilarle; y á fé que hallareis en él la entidad de! yo, el atributo de familia, los títulos de capacidad, y el accidente de fortuna. Dad un paso mas: ved como se desenvuelven estas potencias generadoras de la armonía social; contemplad ese flujo y reflujo de la razón y los afectos, de la producción y el consumo; oid esos acompasados acentos del individuo y la colectividad, de la reciprocidad y el derecho ; meditad y responded... El hombre, síntesis de la h u - manidad, ¿no tiene siempre las cuatro esferas de función que de- jo enumeradas? ¿El mas infeliz no tiene á los ojos de Dios, de la historia y la filosofía, el yo armado de r a z ó n , de conciencia y de acción; la familia de que viene , en que vive, ó á que vá"; la capacidad, que física, moral ó intelectualmente acrecienta de algún modo la riqueza nacional; y la fortuna en pos de la cual camina, llena el alma de ilusiones, ó gastados los resortes de la esperanza? ¿La rama menos frondosa del tronco social no tiene facultades intrínsecas inalienables; no tiene hijos, p a r i e n - tes ó deudos que dar á la patria; no es obrero de las ciencias, de las artes, d é l a industria, del comercio ó del trabajo; no os un agente productor, ó un simple consumidor de lo que cada coefi- ciente social lleva al acervo común? No lo dudéis, señores; todo hombre de mayor edad y de probidad notoria tiene intereses socia- les, y legítima aspiración á conservarlos. ¿Y seremos nosotros los que le neguemos la entrada en el Santuario electoral? Fuéramos injustos. Pero oid: el sufragio universal absoluto es una quime- ra en la historia, una utopia en doctrina. En tanto el sufragio _ \t _ universal relativo, el que se extiende todo lo mas posible á la universalidad humana, es un principio fundamental do derecho. Dirásenos, como el Sr. Escosura en una memorable sesión, que «español no significa lo mismo que ciudadano.» Pero ¡qué error! ¿Hay en el Evangelio mas distinción, que la de hijos de Dios é hijos de los hombres; que la de hijos de la gracia"é hijos del pe- cado? ¿En las llanuras de Babilonia, en la tierra de Canaan, se dividió el pueblo escogido en ciudadanos y judíos? Seguramente no; y ved, señores, como esta nomenclatura política no es del credo progresista; ved como todo español es ciudadano, y c o - mo la constitución de '1812 estableció en justicia el sufragio uni- versal relativo. El Sr. VICEPRESIDENTE (Olea): S. S. está defendiendo el sufragio universal, y ese sistema está desechado por las Cortes actuales en la Constitución que han hecho. Se va á leer el art. 7o de la Constitución que han aprobado las Cortes. (Se leyó.) El Sr. SALMERÓN: Está de mas el paréntesis, y por cierto que se ha gastado el tiempo inútilmente. Yo ya lo sabia, Sr. P r e - sidente; pero es menester que el diputado, que el orador, se r e - monte á la historia y ala filosofía, porque una y otra son herma- n a s , son coeficientes del saber h u m a n o , y no pueden s e p a r a r - se de la inteligencia, de la memoria, del corazón. El Sr. VICEPRESIDENTE (Olea): No puedo permitir, como Presidente, que se trate de introducir un sistema que está d e s - aprobado por las Cortes. El Sr. SALMERÓN: Sr. Presidente, ia humanidad pasa en este momento por delante de mí, y yo me paro á contemplar sus obras. Eso no puede impedirlo el que preside ni el que nopreside. Por lo demás, yo no abogo por el sufragio universal que es doclri- najmuerta en nuestra Constitución; hago, si, el paralelo de las b a - ses que se discuten y de la Ley fundamental de '18-12, ycomo fiel de mi criterio elijo la extensión del sufragio. En esto ni hay di- gresión, ni inconveniencia; á no ser que la haya en discurrir filosófica y comedidamente. Pero pasemos á otro asunto; venga- mos al orden gerárquico de aquel código sin igual. S e ñ o r e s , fué tan sabia la doctrina que nos legaron aquellos patriarcas en el título V I d e su ley, que las facultades dadas á los ayuntamientos y á las diputaciones funcionan con relación y armonía entre sí, y sin mas conexión con el poder central que la indispensable para dar fuerza ejecutiva y revestir de solem- nidad á sus acuerdos. Y no se crea que la anarquía siguió á esta base trascendental, n o ; pues á la manera que debe haber continuidad en las series del mundo oficial, así hay una suce- sión progresiva en las gerarquías populares. De aquí el consig- nar que son autoridad inmediata de los ayuntamientos las d i p u - taciones provinciales, como lo son de estas las cortes generales. ¿Y cabe teoría mas racional? Salidas del sufragio dichas tres - 43 — corporaciones, dotadas del carácter deliberativo, y dispuestas como asamblea de categoría progresiva, tienen en sus faculta- des , en sus intereses y en sus jurisdicciones la estrecha afinidad que eslabona al pueblo con la provincia, y á la provincia con la nación. ¿Y por qué? Porque la armonía que sostiene el orden del Universo, es el concierto que produce la paz en la adminis- tración. Ved aquí la razón filosófica del sabio sistema de 1812; ved aquí el por qué de la vida propia de los ayuntamientos y las' diputaciones. Alterad esta b a s e ; mezclad al gobierno en las atribuciones populares; compartid entre el pueblo y el poder central la administración económico-política de! municipio y la provincia; y no lo d u d é i s , los conflictos de jurisdicción surgi- ;
r á n , el eclecticismo debilitará la influencia del pueblo, y la e s -
cuela del progreso pasará al pórtico moderado. Hay otro principio admirable en la constitución del -12 ¿sabéis cuál es? Es el credo progresista: la fiscalización política y económica. ¡ Qué idea tan luminosa; qué inspiración tan su- blime ! Fiscales del poder ejecutivo las diputaciones, daban p a r - te á las cortes de las infracciones de constitución, y d e n u n - ciaban ante ellas la malversación de caudales públicos. Bajo el primer concepto eran una especie de justicia m a y o r , un argos de la libertad, un atalaya del progreso. Y, señores, hay siem- pre un motivo poderoso para no renunciar á esta garantía in- comparable. Si la experiencia ha demostrado que los mejores gobiernos deben ser pesquisados; si el parlamento no puede des- cender al detall de la administración; y si las cuestiones de l o - calidad llegan desvirtuadas siempre al centro de las monarquías, ¿ q u i é n , con tanto título como las diputaciones, aspirará á la fis- calía constitucional? ¿Quién la desempeñará con mas conoci- miento de c a u s a , con tan legítima competencia, con menos parcialidad ? Bajo el segundo aspecto, eran las diputaciones fis- cales económicos, que apercibían de fraude al poder; eran voz po- pular , que salva de la dilapidación á la nave del estado; dique formidable, que para el curso del sudor nacional cuando c a m i - na hacia la malversación. A nadie mas que á los gobiernos con- viene que los pueblos obren con libertad, que las diputacio- nes funcionen con independencia; porque así la acción ejecuti- va es mas concreta, mas enérgica y mas rápida. V e d , pues, señores, como la fiscalización política salva el progreso, y como la fiscalización económica salva la moral; ved como aquella in- fluye en el espíritu gubernativo, y esta en la inversion de las rentas públicas; ved como la una puede salvar la nación en las tormentas reaccionarías, y la otra rescatar al tesoro de las g a r - ras, del crimen; v e d , en fin, cuan acabado y admirable fué el templo que los constituyentes del 12 erigieron al progreso y á la virtud, a la emancipación de los ayuntamientos y á la iumunídad de las diputaciones. —- H — En pos do la constitución do: 1812 vino la ley de \M'.i, ba- sada fundamentalmente en ella, y tan liberal que, merced á las condiciones populares de su municipio y su diputación, oslamos aquí los constituyentes. La escuela progresista dio en esta segun- da época un paso mas hacia la reforma de su administración; pues desenvolvió orgánicamente los principios que ya defendí, adicionó además algunas ideas proclamadas por la ciencia, y en prescripciones luminosas trazó la senda de nuestro credo admi- nistrativo. Permitidme, señores, que á grandes rasgos os d e s - criba sus mas trascendentales doctrinas. La luz del libre-cambio Labia iluminado á sus honorables autores; y no titubearon en mandar «que los ayuntamientos cui- d e n , por medio de providencias arregladas á las leyes de fran- quicia y libertad, el surtido de comestibles.» Por otra parte una experiencia sangrienta habia hecho indispensable «que el go- bierno político délos pueblos estuviese á cargo del alcalde ó a l - caldes de ellos.» También la creación de la Milicia nacional, ba- luarte del progreso contra la reacción, obtuvo la honrosa decla- ración de «hallarse á las órdenes de las autoridades populares en cuanto concierne á su fomento y mando.» El derecho de discusión y examen tuvieron en aquella ley excentralizadora un puesto tan preferente, qne «los alcaldes deben permitir las r e u - niones pacíficas, protegiendo así la libertad civil.» Por último, señores, la supresión de los consejos provinciales ha demostrado «que las diputaciones deben conocer en primera instancia de los negocios contencioso-admiuistrativos» para bien del presu- puesto y triunfo de la justicia. ¿Comprendéis que pueda haber cinco bases mas técnicas y propias en nuestro diccionario polí- tico-administrativo? ¡ A h , señores! Veo ese sublimo pentágono científico, y le doy tanto v a l o r , que es para mí el templo de la libertad: concedédnoslo , y abdicamos lo demás. ¿ Y cómo no preferirlo ? . . . La Cámara, cuya atención he llamado predilecta- mente sobre estas cinco radicales ideas, ¿ignora cuánto vale el arraigar de una manera sabia y paternal la libertad de c o - mercio ? ¿Ignora que es no menos aceptable, fundamental y progresista el que gobiernen políticamente al pueblo las corpo- raciones salidas del seno de su sufragio? ¿Duda que el mando de la milicia nacional debe confiarse al concejo, p a r a , en un dia de reacción oficial ó de insurrección militar, echarle en la ba- lanza de nuestros destinos? ¿Duda que el derecho de reunión ha de ponerse en manos de los que, elegidos por el pueblo, tienen que participar de sus opiniones? Cree, por último, la Asamblea que en vísperas de pasar por el Caudiuin del prosupuesto de ingresos conviene decir al pais «vuelve á los dias del Consejo provincial, como término de las puertas y consumos?» No lo ignoráis, no lo dudáis, ni creéis. Es tal mi convicción sobre este punto, que me admira no haya sido una de vuestras bases — Ifj — la ley de 1823; ley sabia en las regiones de la ciencia; ley pro- gresista en la esfera de la política; ley refractaria á la reacción en nuestra historia moderna. Pero ¿á que encomiarla yo cuando el partido moderado le ha hecho tan constante guerra? Si, señores: en política, los dardos que de mano enemiga vienen al corazón de nuestros principios, son rayos que hieren la intención de quien los dispara. Pues bien: los conservadores de todos tiempos han elegido por blanco de su ira á la ley que nos ocupa; y nosotros tomando acta de su impugnación, debemos mejorarla con cautela, para no destruirla con impremeditación. Oigamos p u e s , á nuestros adversarios; y que sus palabras vigoricen nuestras creencias. Burgos, el maes- tro do la escuela c e n t r a l i z a d o s , decia del título V de la c o n s - titución del 12, y de la ley vigente con especialidad: «Que h a - bían hecho mas daño que una revolución, siendo además el arma formidable del progreso, y la mas terrible para la doctrina úc\ justo medio.» Dada así la señal de alerta en el campo m o - derado, llegó el año 1839, y Someruelos, adalid de la reacción administrativa, apostrofó á la cámara en estos términos: «Cada partido debe ser consecuente con sus doctrinas: en buen hora que el progresista sostenga el municipio y la provincia con atri- buciones propias independientes, porque estos son los elementos de su poder y la ¿ase de su sistema.» Vino, por último, el año 1 8 4 5 , y la severa lección del año ¿ 0 hizo esclamar así al erudito Roca de Togores: «¡Qué hubiera sido de los p r o - gresistas, sin esa ley excenlralizadora, que permitía á la revolu- ción anidarse en los ayuntamientos y diputaciones provinciales!» A s í , señores, juzgaban de la administración , que va á espirar en nuestras m a n o s , esas eminencias políticas del doctrinarismo español. ¿Y c a b e , por ventura, mayor recomendación de ella? Ya lo habéis oido: es arma certera contra la reacción, es base del sistema progresista, es asilo de toda revolución santa. ¿Nos atreveremos hoy á profanar una doctrina tan temida de nuestros adversarios, y tan provechosa para nosotros?... Abrid la histo- ria , y en sus páginas do luz y de enseñanza veréis que en 1840 nos habria confundido la tormenta reaccionaria, si la ley del año 23 no hubiera sido la tabla de salvación, el iris de nues- tro triunfo, de nuestro triunfo , señores, que no lo h a b r í a - mos alcanzado, si el municipio hubiera sido esclavo, si la di- putación hubiera dependido del gobierno, si uno y otro hu- bieran sido de real orden. Alcanzó el pueblo aquella memorable victoria, sonó la hora reaccionaria de 1845; y los moderados, consecuentes siempre en su sistema centralizado!', en vez de nuestros alcaldes, p r o - ducto del sufragio, crearon los corregidores, hechura del m o - n a r c a ; en vez de nuestro municipio, independiente del poder ejecutivo, organizaron el s u y o , dando á los gobernadores la fa- — i6 — t?tillad de suspenderlos y al gobierno la de disolverlos; en vez de nuestros ayuntamientos, revestidos de atribuciones políticas y facultados para, deliberar y resolver con independencia, esta- blecieron los suyos, prohibiéndoles el esponer en sentido político y el publicar sin permiso del gobernador los acuerdos dé su com- petencia. Principiada la reacción administrativa, necesario era terminarla; y el partido moderado sin reparar en los medios, s a - crificó las diputaciones al poder central. ¡Cuan degradante hu- millación comenzaron estas á sufrir! Si buscáis la diputación compuesta solo de eminencias populares, os halláis con el go- bernador y el intendente votando y presidiéndola: si preguntáis por su universal elección pasiva, os responde una renta de ocho mil reales ó una contribución de quinientos: si deseáis su con- vocatoria inalienable y su discusión libérrima, contentaros con que el gobierno la convoque y la señale orden del dia: si espe- ráis que las cortes sean su autoridad inmediata en gerarquía, ved que el gobernador la suspende y la disuelve el Rey: y , si por último, el recuerdo de sus omnímodas atribuciones os hace ape- tecerla , bien pronto os hará menospreciarla el despojo do sus facultades políticas. Imposible parece tamaño desafuero; y sin embargo lo comprendo bien en el partido moderado: no así en la escuela progresista. ¿Sabéis por qué? Voy á decíroslo. El partido moderado, señores, aleccionado por la experien- cia y combatido por el voto nacional, a v a n z a , retrocede ó pa- r a , según conviene á su perdurabilidad; pero de continuo, es- tudia, aprende y se une. Y nosotros, elevados siempre al poder por el sufragio del país, nos dormimos sobre el aura popular, retrocedemos ante reformas radicales de nuestro credo político, no nos unimos por espíritu de vana presunción, y ni aun nos en- tendemos por egoísmo en los unos y por inexperiencia en los otros. Dispensadme esta digresión. Pues b i e n , señores, los mo- derados á quienes no se puede negar una condición de gobier- no , la iniciativa enérgica de m a n d o ; y en quienes existe el prin- cipio de compactividad, hasta el extremo dé ser refractarios á toda idea progresista, no quisieron suicidarse proclamando la centralización administrativa, y, firmes en sus creencias, uncie-^ ron al carro de su poder el o r i g e n , las facultades y las relacio- nes, de los ayuntamientos y las diputaciones. Pero nosotros que profesamos el dogma de progreso indefinido, que tenemos en el porvenir la inmortalidad; nosotros, progresistas p u r o s , cuya vanguardia toca á la retaguardia democrática, y , cuya estrella guia j o s pueblos lejos de la reacción y Cerca de su perfectibili- d a d ; nosotros enemigos de la absorción administrativa, ¿pode- m o s , debemos sacrificar las autoridades populares en aras del gobierno central? ¡Ah señores! Podréis hacerlo, podréis admitir las ideas del fatídico justo medio, podréis transigir con la c e n - tralización , y hasta degenerar en el eclectismo administrativo; pero de concesión en concesión, de retroceso en retroceso, iréis á dar en el Océano de las variaciones, que es el abismo de las creencias. Pero no lo liareis, porque estáis obligados á sostener la independencia municipal y provincial, ñola independencia a b s o - luta de los gobiernos federativos, sino la relativa propia de las monarquía. Este es vuestro deber: no estorbar el paso del ayunta- miento á la diputación, y de esta alas cortes con ninguna autori- dad oficial intermedia; no conceder al gobierno supremo mas intervención en las funciones populares que la puramente inteligen- cia! y de armonía; conservar en toda su pureza la ley de propen- sión hacia el pueblo en la organización de los poderes públicos. Esto exige de nosotros la historia de nuestro pais, esto la filosofía de la administración; ¿y lo habéis hecho? Dispénseme la Cámara, si para probar que la comisión ha prescindido de una y otra, ocupo su atención algunos instantes mas. La cuestión es g r a v e , trascendental; oradores tan eminentes como el Sr. Cortina h a b l a - ron en ella dias consecutivos: ¿debo romper el hilo de mi d i s - curso, al terminar la parte especulativa? La atención con que habéis honrado mis humildes conceptos, las señaladas muestras de aprobación que habéis dado á mi radicalismo, demandan que examine las bases que se discuten, á la luz de los principios que dejo consignados. Lástima, señores, que los dignos individuos de la comisión, cuya ilustración reconozco y cuyo liberalismo es innegable, se hayan desviado del espíritu progresista, al establecer la base electoral del municipio: veámoslo. La Constitución que estamos acabando dice «que los ayuntamientos serán nombrados por los vecinos que paguen contribución directa, en la cantidad que conforme á la escala de población establezca la ley.» Vuestra base 2 . establece «que en los pueblos hasta de 50 vecinos sean a
electores los que paguen contribución d i r e c t a , en los de 51 has-
ta 100 las cinco sextas p a r t e s , en los de 101 á 1,000 las cuatro quintas, en los de 1,001 á 5,000 las tres c u a r t a s , en los d e 5,001 á 12,000 las dos terceras, y la mitad en los de 1 2 , 0 0 0 adelante.» ¿Habéis estendido ó limitado el sufragio? Verdad es que la Constitución exige que sea contribuyente el elector, ver- dad también que esto os impedia imitar á los legisladores de 1812 y 1 8 2 3 ; pero habéis escogido la mas restrictiva de todas las escalas, habéis eliminado mas electores que la ley de 1 8 4 5 , os ha guiado el fatalismo de la clave matemática ciega. Menti- ra p a r e c e ; y e s no obstante cierto. ¿Lo negáis? Pues oid: la ley moderada ordenó que en pueblos hasta de GO vecinos fuesen electores todos, menos los pobres de solemnidad; vosotros p r o - ponéis que en los lugares hasta de 50 vecinos sea elector el que pague cualquiera contribución ; luego por un lado limitáis este derecho en la sexta parte de la escala de vecinos, y por otro excluís del sufragio á ciudadanos que no son pobres. ¡Tal e — 18 — vuestra obra! Decís que la Constitución exige contribuir para elegir; pero ¿os impide que digáis en los pueblos hasta de 300 vecinos sea elector toda contribuyente? Confesad qué habéis apli- cado e l art. 7 5 de la nueva ley fundamental mas restrictiva- mente que el partido moderado hubiera podido hacerlo. ¿Negáis esto también? Pue&bien: yo os anuncio que nuestros doctrinarios permanecerán arma al brazo en este d e b a t e ; yo os aseguró que mirarán vuestro proyecto como un adelanto de su escuela. Y a u n - quemi presentimiento sea u n a ilusión, ¿negáis que la ley de 4845 declaró electores á lodos los no pobres, mientras vosotros limi- táis la declaración á los contribuyentes; y que estendió esta con- cesión á villas de GO vecinos, en tanto que proyectáis reducirla á las de 50? Ved pues si dais arma á los contrarios, y herís m o r - talmente nuestros principios políticos. ¿Y quéhabeis hecho respecto á las grandes poblaciones? P r o - yectar que en las de 12,OOfr vecinos en adelante sean electores la mitad de los contribuyentes... ¡Qué injusticialan insigne!¿Hay r a - zón política pera someter á un cálculo matemático ciego la p r i n - cipal de todas las bases? Señores, el constitucionalismo moderno ha proclamado ley. de su progreso á la lilosofía trascendental; y nada hay menos filosófico que establecer por clave de derechos la escala de población ¿Por qué liar á una progresión numérica la restricción electoral? ¡Qué hay de afinidad entre el individuo y el guarismo , entre la esencia del yo y la cifra del censo! R e - flexionad que en Madrid, en Barcelona, en Sevilla y muchas otras ciudades de primer orden eveluís de la urna electoral á la mitad de eiectores, en quienes está encarnada la idea del p r o - greso, y dejais que llegue á ella la otra mitad, que por su c a r á c - ter y opulencia aman el statu quo de los doctrinarios. Creed que habríais sido mas cautos y liberales, si, una vez forzados á seguir la escala de población, hubierais aproximado el tipo de elección de ayuntamientos al de elección de diputados á cortes. Advertid que según vuestro principio habrá poblaciones, en que contribu- yentes de 500 r s . no sean electores municipales, mientras según la base de la ley electoral todo el que pague 120 r s . es elector parlamentario. Convénzase la comisión, convénzase el gobierno de que procede en esto sin lógica y contra su propósito. (El se- ñor Escosuiu: A mi vez probaré á V. S. que no tiene razón.) Yo probaré que la tengo, reduciéndoos á este círculo de hierro: en Madrid elegirá solo la mitad: d e los contribuyentes; el que de esta escogida mitad pague menos-, contribuirá con 500 r s . ; luego el contribuyente de 4 20 r s . no elige municipio. De otro modo: para tener voto en elección de cortes me basta pagar seis duros; es así que esta cuota es menor que la que paga la mitad que eli- ge concejo; luego puedo elegir una asamblea constituyente y no puedo elegir ayuntamientos. En otros términos: pudisteis haber d i c h o « l a s capacidades, elegirán, y en las capitales de 12,000 — 19 — vecinos arriba las dos torceras partes de contribuyentes»; habéis excluido las capacidades, y habéis reducido los dos tercios á la mitad; por consiguiente habéis desgarrado la bandera electoral del partido progresista. Pero habéis hecho más: dejais de imitar ala constitución del 12 y á la ley del23 en su base electoral; y os-adherís á su sis- tema de que el gobernador presida las diputaciones provinciales. Creía y o , señores, que una experiencia de once crueles años nos habia enseñado á dar á estas corporaciones vida indepen- diente y mayoría de edad. Pero me engañé: el cometa cenlrali- zador vuelve á abrasar con su influencia la jurisdicción de las autoridades populares. ¿Y cómo no combatir tan infundada exi- gencia? Las diputaciones, compuestas de los mas influyentes, de los mas rectos é ilustrados de cada provincia, tienen un i n - terés grande en no perder su popularidad. Y á fé que con l a u - dable abnegación, con incansable celo, con diligente estudio, fomentan nuestra riqueza, regularizan nuestra administración, alivian las penurias del tesoro, y suplen con sacrificios propios la negligencia del gobierno. Ved sino esa diputación de Valen- cia cómo cruza de numerosos caminos sus hermosas tierras, có- mo merece elogio de todos los partidos por el fomento de su r i - queza, y atrae sobre sí las bendiciones del proletario por la-ocu- pación constante de sus brazos. Ved sino á la diputación de Al- mería, huérfana de recursos propios, sin protección del gobier- no central, y con solo su patriotismo, cómo se afana por hacer caminos vecinales en sus escarpadas comarcas; cuál se desvive con el benemérito subinspector de su milicia nacional por a r m a r - la, instruirla y acrecerla; y cuan heroico esfuerzo hace con el digno ayuntamiento de la capital por concluir el muelle, que habrá de inmortalizar su nombre y enriquecer la provincia. Tan- to hacen la opulenta diputación de Valencia y la pobre de A l - mería. ¡Loor, señores, á los eminentes patricios, que sin el es- tímulo de gloria de las asambleas, sin un recuerdo honorífico del gobierno, y sin mas premio que la gratitud de sus pueblos, se consagran á la prosperidad nacional! Permitidme esta digresión: defensor de la independencia de las diputaciones, debia p a g a r este homenage de respeto á las que son modelo de tan respeta- bles corporaciones. ¿Y creéis que las que así obran serian menos dignas de vuestra admiración, si no las presidiese el g o b e r n a - dor? Os equivocáis: el amor de la patria arde en los corazones españoles, sin el soplo de los gobiernos. Además, ¿no causa admi- ración el ver cómo atraviesan este período de zozobrosa situación, ora contribuyendo al esterminio de las facciones, ora templando el encono de los p a n i d o s , ora concillando intereses de pueblos rivales, ora dando fuerza y prestigio al gobierno s u p r e m o ¡Y sin 7
embargo las sometéis á los jefes políticos!...
i Y si fuera este el término del error que padeció! Mas no lo — 40 — e s ; y yo debo denunciarlo á la Asamblea. S e ñ o r e s , cuando p a - recía que los pueblos iban á remover la tulela tiránica de la c e n - tralización, cuando nos prometíamos todos que el poder supremo evitaría la esclavitud del municipio, nos propone la comisión «que ios alcaldes y ayuntamientos obren bajo la dirección del gobernador, y que tenga este la facultad de suspenderlos.» No se concibe mayor reacción. ¿Quién nombra los concejales? El pueblo. ¿Quién al gobernador? El poder ejecutivo. ¿Cuál es la jurisdicción municipal? El gobierno interior de los pueblos. ¿Cuál la del jefe político? La delegada por el gobierno central... ¿No tiene el ayuntamiento origen propio, facultades peculiares, y gerarquía popular inmediata? Sí: su cuna es el sufragio, su función es político-administrativa, su autoridad inmediata la d i - putación provincial. ¿A qué pues hacerle depender del gober- nador? ¡Ah, señores! Si nada vale para la comisión la diferen- cia de que le dirija el poder ó la diputación; si para ella importa poco que sea liberalizados y armónica la dirección de esta, ó que sea la de aquel calamitosa y exclusivista; si en su opinión monta tanto el que la vida del concejo dependa del monopolio oficial, como el que se subordine á la acción popular; si á tal extremo llega de extravío, compasión merece su proyecto de que el jefe político dirija y suspenda los ayuntamienles. Pero n o s o - tros los que tenemos por ley de progreso y de prosperidad el desconfiar prudentemente del gobierno y el evitar conllictos al pueblo, ¿podremos consentir una base que así complica la m á - quina administrativa, que así destruye nuestra ciencia de gobier- no é intrusa al ministerio en la jurisdicción nacional? Nosotros que aspiramos á que se muevan, en órbitas distintas y con d i - rección al orden de la libertad todos los poderes públicos; n o - sotros que de progresión en progresión correlativas vamos del ayuntamiento á la diputación, y de la diputación al parlamento, del gobernador al ministro y del ministro al R e y ; nosotros que vemos perderse en el Océano los rios caudalosos y ser en la bó- veda celeste puntos imperceptibles las estrellas, no queremos que el municipio se pierda en el seno del poder ejecutivo, ni que se eclipse en el cóncavo oficial. Tampoco espere la comisión que pasemos bajo la horca cau- dina de la base que dice «que el gobierno civil y político de las provincias residirá en el jefe superior nombrado por el rey , al cual estarán subordinados todos los empleados y corporaciones del orden civil, económico y administrativo.» ¿Y qué importa añadáis la fórmula sacramental según y en la forma que deter- minen las leyes? El hecho es que el progreso prepara á las dipu- taciones una dependencia oficial, cubierta vergonzantemente por la vaguedad y el silencio de «lo que las leyes determinen.» ¿Y sabéis lo que será una diputación subordinada al jefe político? Una provincia prosternada ante un favorito del poder. ¿Y dudáis — 21 — de que la soberanía nacional padece una depredación con base tan humillante? ¡Vaciláis; y los conflictos de jurisdicción no os detienen!... Reflexionad que si tal hubierais propuesto á los le- gisladores progresistas del 4 5 y 3 8 , del 23 y 1 2 , se habrían escandalizado de una idea tan anli-líberal. ¿Como, señores, un gobernador, que es agente subalterno del poder ejecutivo, ha de ser superior á las diputaciones, que son una segunda p o - tencia popular? Es mas: la investidura de superioridad que dais á un jefe político, ó es un poder imaginario, ó una p r e e m i n e n - cia eficaz: si lo primero, ¿a qué ese ridículo carácter? sí lo s e - gundo, ¿ á q u é esa peligrosa sobreposicion? Temed, que la r u e - da de la fortuna política dé el gobierno á la reacción; pues en- tonces la base que rechazo será el dogal de nuestras gargantas. ¿ Y que diré del principio que dá también al gobernador la facultad de suspender los acuerdos de la diputación, y al Rey, el derecho de suspender á la misma corporación? Al tomar parte en este debate, lo digo con verdad , sentía llegar á esta base; lo sentía, porque no puedo menos de hacer á la comisión el s e - vero cargo de haber faltado científica y políticamente á la es- cuela progresista; lo sentía, porque veo al progreso suicidar- se por sus inconsecuencias de hoy y su debilidad de siempre; lo sentía, porque no es digna misión de esta Asamblea el hacer ilusorias las instituciones, convirtiéndose en Penélope adminis- trativa ; lo sentía, porque veo os espantan mas las ideas a v a n - zadas del progreso puro, que las tendencias absorbentes de la montaña blanca. ¿Qué le queda que hacer á los moderados? Abrir los anchos pliegues cíe su bandera y proclamarnos s e c t a - rios suyos. ¡Y así desnaturalizamos corporaciones de origen p o - pular, y ponemos sus acuerdos y su vida bajo la espada ejecu- tiva!.. ¡Ah! El tiempo, crisol de las opiniones y testigo de la his- toria , dirá en su día el abismo que preparáis al sistema liberal. Época vendrá, en que sobrepuestos los gobernadores á los ayuntamientos y diputaciones, y dependientes del poder ejecu- tivo unos y otras, ni sus funciones sean libres, ni sus acuerdos subsistentes, ni su existencia respetada. Entonces volveremos la vista al municipio, y , atado á la columna del poder, caerá al golpe de la reacción envuelto en nuestra r u i n a ; entonces a p e - laremos á la provincia, y , avasallada por el gobierno, mezcla- r á con sus ayes de dolor los acentos de su ira; entonces solo habrá un recurso, la desesperación, un solo puerto, la r e v o - lución. ¿Y es de hombres de Estado esperanza tan d e s e s p e - rada? Pero á mas de estos defectos de desmedida centralización tiene vuestro proyecto negaciones reaccionarias, omisiones peligrosas, relicencias m o d e r a d a s , imperfección suma. Yo os lo probaré. Primera negación: «el ayuntamiento y la diputa- ción serán corporaciones económico-administrativas, y no p o - drán ejercer oirás funciones ni actos políticos que los que las le- ves expresamente les señalen.)) Apelo á vuestra lealtad: ¿ t e n - drán el derecho de petición?. Deeis que en corporación no. Luego les quitáis el derecho de, representar .en política, d e r e - cho que tenían en el reinado de Felipe II, derecho' que bajo el férreo imperio de aquel adusto monarca ejercieron tan heroica- mente los concejos contra el. impuesto de los millones. Es d e - cir, que entregáis el pueblo y la provincia con una m o r d a - za en los labios de sus autoridades tutelares; es decir (pie si estas ven su poder ultrajado, su investidura desgarrada , y sus actos y su existencia suspendidos, no podrán apelar al pais reu- nido en cortes... ¡Hasta donde os arrastra la inconsecuencia! Dejad que la reacción descienda en lluvia de fuego, y veréis el albergue de esos desmantelados asilos. ¿Insistís.aun en que no tendrán derecho de petición? Respondéis que las leyes lo dirán, porque las bases deben ser concisas para ser elásticas y acomo- daticias. Pues hé aquí precisamente lo que yo combalo" Las b a - ses son cánones, los cánones axiomas, y los axiomas son preci- sos y completos. ¿Y no seria mas acabado y terminante el con- signar desde luego el derecho de petición? ¿Queréis que los mo- derados utilicen la vaguedad en daño nuestro, y que se escuden á la vez con la égida de nuestra Constitución? ¿Ó es que lleváis á cabo la idea de matar el derecho de petición, que arrebatas- teis á la milicia nacional? No lo creo; pero si así fuese, recordad el dicho de un célebre orador y jurisconsulto que se sienta en frente: «cada partido tiene sus dogmas político-administrativos invariables; y el progresista tiene los suyos, que son la libertad y el derecho de petición de los ayuntamientos y las diputacio- nes.» Lo contrario es lógico en el partido m o d e r a d o , que c o - nociendo que tan saludable facultad es la espada de Dénmeles pendiente á todas horas sobre su c a b e z a , evita que pueda der- ribársela como en 1 8 4 0 . Pues el partido moderado a p r o v e - chó la lección; tomó acta de este suceso histórico, y dijo en su constitución: «Los ayuntamientos no podrán ejercer derechos políticos; no tendrán mas que los económicos y administrati- vos.» ¿Qué hace hoy la comisión? Absolutamente lo mismo que el partido moderado; pero de una manera mas vaga, mas incon- secuente, Pero ¿qué habéis hecho de la base relativa á que sea el a l - calde jefe de la milicia c i u d a d a n a , y á que las diputaciones cui- den de su impulso, armamento é instrucción? ¿Dónde dejais el principio de que los ayuntamientos deban permitir las reuniones pacificas, protegiendo así la libertad civil? ¿Valen tan poco estas ideas fundamentales, que no merezcan una especial mención? Tal vez.la del mando y fomento de la milicia está reservada p a - ra las bases concernientes á esta suprema institución; pero notad q u e el proyecto en cuestión es su mas propio terreno. Quizás la — 23 — (¡uc respecta al derecho do reunión está comprendida tácitamen- ,¡e en las facultades que habrán de conferirles las leyes; mas ad- vertid que el asunto es demasiado grave para fiarlo a u n a r e t i - cencia.- Sois demasiado entendidos para que yo me detenga á desenvolver estas reflexiones. Sin embargo, cumple á mi deber recordaros que en el artículo 75 de nuestra Constitución hemos establecido «que para el gobierno interior de los pueblos no habrá mas que ayuntamientos compuestos de alcaldes y regidores...» Cumple igualmente á mi posición advertiros que el legislador d e - he ser c l a r o , explícito y exacto; pues solo así evita falsos c o - mentarios, sofísticas variaciones, y malignas dudas. Ahora bien: si ¡os ayuntamientos son jefes del gobierno interior de los p u e - blos , ¿por qué no proponéis que manden la milicia? Porque en las bases de esta procede expresarlo así: os comprendo. Pero oid: en codificación el gobierno precede á los medios de orden, el jefe se antepone al subordinado, el derecho preexiste á la obli- gación, la facultad sigue inmediatamente al facultado. Y si este es axioma de la ciencia; si el gobierno es el ayuntamiento , y la milicia el medio de o r d e n ; si el jefe es aquel, y esta el s u b o r d i - nado ; si el primero ha de tener la facultad de mandar á la s e - g u n d a , ¿á qué no consignarlo aquí? Por otra parte: toda vez que hemos querido que el gobierno de los pueblos resida en sus concejos, ¿por qué á seguida no decís que este deba proteger el derecho de reunión? Porque esto se sobrentiende: también os entiendo. Pero sabed que el legislador debe evitar toda duda, y calmar toda inquietud, y acallar toda desconfianza. Esto así, ¿cómo no evitáis se recele de que rechazáis el derecho de r e u - nión pacífica? ¿Cómo no os apresuráis á calmar el desasosiego propio de un temor tan inminente? Sacadnos luego de esta z o - zobra, porque en el mando de la nación armada y en la facultad de permitir la reunión pacífica es donde tienen fija su esperanza los progresistas p u r o s , que desean entenderse con vosotros, si avanzáis en vez de retroceder. Habéis olvidado m a s ; digo mal, esto no ha sido olvido; esto ha sido seguramente intención, intención de buena fé, que no puede ser otra la que hayan tenido la comisión y el gobierno. ¿Qué habéis hecho de las facultades contencioso-administrativas que desde 7 de Agosto de 1854 vienen ejerciendo las d i p u - taciones? ¿Es que nos vais á dar los consejos provinciales? (El Sr. Escosura: iNo seré yo.) Si vais á establecer los consejos, a u - mentareis el presupuesto, y quizá sufráis sus consecuencias. ¿Vais á restablecerlos, repito? (El Sr. Escosura: Lo que es y o , no.) Pues entonces ¿quién tendrá las facultades contencioso-ad- ministrativas en primera instancia? Creo que nadie mejor que las diputaciones provinciales deberían ejercerlas; y esto por r a - zón de fuero especial, por razón de interés político. Voy señores diputados á reasumir en una idea culminante las objeciones que he hecho al proyecto que se discute. La comisión ha quitado á los ayuntamientos y diputaciones todo el carácter político, que siempre les dio el partido progresista. Así es que yo me he preguntado: ¿por qué sus dignos individuos han obrado tan en oposición con sus antecedentes liberales? ¿Será por- que quiera quitárselo á esas corporaciones como se ha hecho antes con la milicia? No; porque los ayuntamientos y diputacio- nes provinciales no son cuerpos armados, y discuten y delibe- ran. ¿Será tal vez que lo haya hecho porque está abocada una gran cuestión, que va á decidir de la suerte del gabinete y de la historia del partido progresista? Tampoco, porque las corporacio- nes cjue representan, lo hacen reverentemente y con sumisión. ¿Sera porque la naturaleza de esas corporaciones no exija esos derechos políticos? Tampoco, porque las diputaciones provincia- les y ayuntamientos, como corporaciones, deliberan con funcio- nes propias, según se dice en el mismo Diccionario del Sr. Esco- sura. ¿Será porque no merezcan la confianza del partido p r o g r e - sista? ¡Si son el arma poderosa que mas teme la reacción!... ¿Será tal vez porque eslabonando los ayuntamientos á las diputaciones provinciales, y estas á las c o r t e s , haya algún peligro? Al contra- rio la armonía y eslabonamiento de los principios de gobierno es la primera condición de o r d e n , y esa armonía y ese eslabona- miento no pueden existir, sin poner en la debida relación á los ayuntamientos con las diputaciones y á éstas con el gobierno central. Por último: si algo vale mi autoridad humilde; si algo valen la tradición del partido progresista, la veneración d é l o s constitu- yentes de 1812, y el respeto de nuestros fueros, de nuestros có- digos y nuestra historia; si la ciencia administrativa no es una qui- mera para la escuela liberal, y la filosofía de la excentralizacion un delirio de anarquía; sien las tormentas reaccionarias son los mu- nicipios nuestra tabla de salvación, y las diputaciones el iris de nuestra victoria; si sellados los labios de instituciones tan veneran- das y uncidas al carro del poder ejecutivo, nuestra variación es palmaria y nuestro peligro inminente; si todo esto merece la alta consideración de la Cámara, yo espero, y se lo suplico en bien de mi patria, que por dignidad de partido, por deber de c o n - servación y por respeto á la soberanía nacional, no apruebe el proyecto de la comisión. Concluyo dándoos gracias por la bene- volencia con que habéis oido mi pobre y mal zurcido discurso. — H E DICHO.