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Reflexión

Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha dejado, sea
la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aun en
medio de las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo.
La paz de Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca.

Es un don divino que produce en el cristiano la certeza de la presencia


de Dios y de la ayuda divina. No es una paz artificial producto del no
afrontar nuestras responsabilidades y compromisos, paz que muchas
veces es cobardía o evasión. Un rostro sereno en medio de una
tormenta, de una crisis, es la mejor señal de la presencia de Dios en
él. Algo que ha asombrado a los hombres de ciencia que han
estudiado la "Sábana de Turín" o "Sábana Santa", es la enorme paz
que refleja el rostro del hombre "retratado" en este lienzo.

Un hombre que, al parecer, fue martirizado de una manera atroz y


que, sin embargo, muere con un rostro sereno. Es una paz que se
consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo, a fin de dar espacio al
Espíritu para que éste crezca en nosotros y nos pacifique
interiormente. Te invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que
hace de nuestra vida preámbulo del cielo.

Confiemos en quien nos da y deja su paz, no como la da el mundo.


Confiemos en quien nos invita a la valentía y a la firmeza, estando a
nuestro lado para que no tiemble nuestro corazón. Confiemos en quien
ama al Padre y se sabe amado por el Padre, en una comunión que
orienta y da la victoria a nuestra misión. Digamos no al temor, venga
de donde venga; digamos sí a la paz de Jesús.
Padre Bueno y Misericordioso,
que sin méritos nuestros nos envías,
como enviaste a tu Hijo Jesús.
Danos tu Espíritu de Paz,
tu Espíritu de Amor,
tu Espíritu de Fortaleza,
para que seamos
astutos, confiados y fieles
colaboradores de tu misión.

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