En esta obra, Wallin, además de hacer una exhaustiva y excelente revisión de los
autores que contribuyen al desarrollo de lo que denominamos teoría del apego (desde
Bowlby y su colaboradora Ainsworth, pasando por Mary Main y terminando en las
recientes aportaciones de Fonagy), propone una aplicación práctica de ésta a la
psicoterapia con pacientes adultos que presentan un estado de mente con respecto
al apego evitativo, preocupado o desorganizado (no resuelto) Me parece, de lo que
llevo leído, un auténtico lujo. El libro abre, además, nuevas perspectivas porque
engrana el apego con el mindfullness (conciencia plena), pues los beneficios que la
práctica de éste conlleva (el mindfullness se desarrolla a través de la práctica de la
meditación) son muy similares a las mentes de las personas que presentan un apego
seguro: integradas, flexibles y con un flujo auto-regulatorio.
En esta ocasión, destaco al autor Fonagy, quien ha renovado la teoría del apego
(dándole un nuevo empuje y abriendo las puertas a lo que posiblemente será la
psicoterapia en el siglo XXI: psicoterapia centrada en el apego, basada en cómo la
persona se construye desde las primeras interacciones con los cuidadores y cómo
éstas modelan el ser junto con otras experiencias de vida posteriores) proponiendo
elconcepto de mentalización, algo de lo que ya os he hablado en otras entradas
pero que retomo de nuevo porque me parece de enorme trascendencia en la
educación y tratamiento de los niños (biológicos o no biológicos)
La función reflexiva del cuidador consiste en ser capaz de leer los estados internos
del niño y contenerlos, además de reflejarlos sin invadirle. No se trata de que
sepamos lo que siente el niño (eso nunca lo sabremos 100% seguro), dice Fonagy.
Lo importante es darle al niño indicios, pistas de que su mente y sus estados se
comprenden. La función reflexiva se asienta mucho en la capacidad de empatía. Y los
cuidadores competentes desde el punto de vista de la reflexión son los que pueden
contener los afectos inquietantes del niño comunicando afectivamente y mediante el
lenguaje del cariño físico que (1) entienden la causa de la angustias y su impacto
emocional; (2) pueden afrontar la angustia y aliviarla y (3) pueden reconocer la
postura intencional emergente del niño, entendida como su capacidad de inferir las
intenciones que subyacen a la conducta, en particular a la conducta del padre o de
la madre. Los padres entablan, de este modo, un proceso de regulación interactiva
del afecto. A través de este proceso, refuerzan la confianza del hijo en el vínculo de
apego como refugio y base segura. Y al reconocer la postura intencional del niño,
estos padres (mentalizadores) aportan piezas fundamentales para el futuro
desarrollo de la capacidad de mentalización en el hijo (Wallin, 2012)
Fijaos si tiene trascendencia esta función reflexiva que Fonagy nos dice, sin ambages,
que los padres con una fuerte capacidad reflexiva tienen una probabilidad tres o
cuatro veces mayor de criar hijos seguros que los padres cuya capacidad era
escasa. Las personas (padres o niños) que han tenido una vida dura con experiencias
tempranas difíciles atenuaban el impacto de éstas si estaba presente la capacidad de
mentalización o si la desarrollaban posteriormente. No es tanto la historia que hayas
vivido sino la actitud que tengas ante la misma y cómo la hayas construido. Por ello,
los padres con historias duras a sus espaldas (importantes privaciones, etc.) pero
dotados de una potente función reflexiva desarrollaban hijos seguros. Y disminuía la
probabilidad de aparición de la transmisión generacional del apego inseguro.
De todo esto podemos deducir que un pilar fundamental en el trabajo con los niños
víctimas de experiencias duras de vida y que han desarrollado apegos inseguros
(aparte de una relación basada en la aceptación de la persona del niño pase lo que
pase) está en utilizar la función reflexiva con el fin de que éste pueda ser capaz de
descubrir la mentalización (el otro tiene una mente con deseos, intenciones,
emociones…)
Hay niños que tienen mucha dificultad para desarrollar esta mentalización y
requerirán que actuemos como si el niño fuera más pequeño (la función reflexiva la
usa el cuidador en los primeros años de vida y el niño, para el primer año, ya se hace
una idea de la intención del otro) Tendremos que ir más atrás con ese niño más
mayor. ¿Cómo?
Fonagy nos dice que debemos manifestar un eco, una reflexión y una expresión del
estado interno observado en el niño para que los padres o cuidadores propicien que
éste descubra paulatinamente sus propias emociones como estados mentales que
pueden ser reconocidos y compartidos, descubrimiento que sienta las bases de la
regulación del afecto y el control del impulso. Si no trabajamos esto, será imposible
que el niño aprenda a saber por qué hace determinadas conductas como pueden ser
no estudiar, pegar a los compañeros, sentir angustia, explicar por qué cogió las cosas
de otro sin pedir permiso, etc. Muchas conductas que interpretamos de manera
inadecuada. Y son producto de un déficit en la mentalización del niño (Wallin, 2012)
Lo entenderemos mejor con estos ejemplos: Los padres o cuidadores, con su bebe,
que llora porque no llega a tiempo el biberón: “Lloras ¿eh?; es que el bibe estaba frío
y tú ya sentías enfado" (enfatizando) "Pero ya estamos aquí, ya estamos aquí..."
(sonriéndole y mirándole con ternura) Porque Fonagy dice que para que tales
expresiones contingentes se vean como REFLEJOS DE LA EXPERIENCIA
EMOCIONAL DEL NIÑO, Y NO LA DEL PADRE O DE LA MADRE, éstos deben
“marcar” tales expresiones como si fueran simuladas (exagerando el afecto que se
refleja) o (como en el ejemplo del biberón que hemos puesto) mezclando el afecto
inquietante (el enfado por la tardanza del biberón) con otro que lo contradiga (la
sonrisa por la llegada del biberón que es un afecto de alegría que contradice al del
enfado) Como vemos lo importante es darle al niño indicios de cuáles pueden ser sus
estados internos. Otros ejemplos de aplicación de esta función reflexiva los podemos
observar en los padres competentes cuando se comunican lúdicamente con sus bebés
y les reflejan sus emociones, esas interacciones que son mágicas pues el bebé y el
adulto están conectados cual wifi emocional.
Con los niños más mayores hemos de proceder ayudándoles con palabras que
reflejen cómo se pudieron sentir en distintas situaciones en las que tienen dificultades
de regulación y de control de impulsos. Por ejemplo, para los niños que agreden: qué
piensan, sienten..., reflejando el estado interno que pueden sentir (rabia antes de
pegar) Lo repetimos como un eco y lo expresamos. Y si el niño no conoce sus
sentimientos, tenemos que ayudarle a que los reconozca y les ponga palabras. De
este modo, comparte la experiencia, reflexiona y consigue ir aprendiendo a auto-
regularse. Es un trabajo largo y lento, pero, para el futuro, sentará unas bases de
competencia emocional en el niño.
Anónimo dijo...
Me ha gustado tu entrada de forma especial, quizás porque desde hace tiempo nosotros
estamos intentando desarrollar para nosotros (padres=personas)esta capacidad de reflexión,
de vernos más allá de nuestra emoción y pensamiento, con la finalidad de entendernos y
entender lo que vivimos.
Y de rebote lo hacemos con nuestra hija.Creo que todo trabajo empieza por uno mismo, no
puedo ayudar a mi hija a superar lo que yo no he podido o no se dejar atrás.
21 de mayo de 2012, 11:35
José Luis Gonzalo Marrodán. dijo...
Hola, estoy completamente de acuerdo contigo y me encanta la frase: "no puedo ayudar a mi
hija a superar lo que yo no he podido o no se dejar atrás" En efecto, eso nos influye en
nuestra tarea como padres y nuestra principal labor, como dices, es fomentar la reflexión
sobre nuestras propias historias, que si no se elaboran, inciden en cómo vemos, tratamos y
educamos a los niños. Gracias por tu aporte, saludos cordiales
21 de mayo de 2012, 11:56
Anónimo dijo...
Muy interesante, pero ¿por qué la referencia a niños adoptados o acogidos? No veo que el
texto haga referencia alguna a esos niños en particular.
21 de mayo de 2012, 15:13
Anónimo dijo...
Muy interesante la teoria de la capcidad reflexiva.
Hay casos de niños adoptados que en los primeros años de su "nueva vida" muestran una
buena adaptación en la familia, pero que con el paso del tiempo y acercándose sobre todo a
la adolescencia, muestran síntomas de apego inseguro. Supongo que en este momento, por
la búsqueda de identidad, verdad? ¿Cómo podemos ayudar a los padres desde una
perspectiva más educativa y/o social, a fomentar un apego seguro en sus hijos?
Muchas gracias
Ana
22 de mayo de 2012, 12:19
Anónimo dijo...
Gracias José Luis,
Soy educadora social y tengo muchas dudas para identificar la tipología de apego en algunos
casos de postadopción, sin tener información de las vivencias previas del menor.
Pienso que a los padres adoptivos se les ofrece muy poca información sobre transtornos de
apego y vinculación, y la falta de formación al respecto hace que muchos niños tengan
muchas dificultades para segurizarse (y no por falta de voluntad de los padres).
Por ello me planteo si muchas de las dificultades que los niños adoptados muestran a los
años de su adopción, tienen tanto que ver con las experiencias previas, o con la capacidad
"deficiente" de muchos padres para fomentar un apego seguro en sus hijos.
Ana
22 de mayo de 2012, 14:43