Sebastián Sica
Hay algo en el planteo de Freud, acentúa Lacan, que termina en una paradoja, más
aún si se confunde pulsión con instinto, es decir, si se parte de considerar a la
pulsión como un impulso de índole corporal a la manera de una energía que habría
que descargar… Lacan señala que en la sublimación se trata de la relación del sujeto
con el goce, pero no en el sentido de una satisfacción sexual sustitutiva ni con el
requerimiento de un éxito social.
1- Antibiología lacaniana
“Mis tres no son los suyos”: ¿el propio Lacan tuvo que decirlo en 1980[1] para
advertirnos de la evidencia? ¿Cuántas veces subrayó la distancia que tomaba de Freud
al emprender con los tres registros una “rectificación general de la teoría
psicoanalítica”?[2]
De hecho, todos los conceptos freudianos son modificados cuando les aplica la
categoría de significante: la noción de aparato psíquico es sustituida por la de sujeto,
el Ideal del yo es designado como Ideal del Otro I (A), la pulsión deja de ser
considerada como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático para
transformarse en un montaje o circuito entre el sujeto y el Otro (“la pulsión es el eco
en el cuerpo del hecho que hay un decir”, e incluso Lacan intentó cambiar su
denominación por “deriva”), el goce fue colocado en la teoría en el lugar del más allá
del principio del placer y la pulsión de muerte… en fin, la lista sigue.
Una de las nociones que resulta más puesta de revés por Lacan es la de sublimación,
que presumiblemente por ese mismo hecho circula de manera tan difusa en nuestros
intercambios teóricos y clínicos.
Dado que siempre fue esquivo a brindar definiciones, eligiendo más bien la vía del
contorneo y de la elaboración, los lectores de Lacan sabemos que, para acercarse de
manera rigurosa a su posición sobre la sublimación, es necesario trazar una
articulación entre el seminario 7, La ética del psicoanálisis, y el 16, De un Otro al otro,
pasando por las sesiones del seminario 11, Los cuatro conceptos…, dedicados al
concepto de pulsión. Luego, se hará evidente que preferirá no utilizar el término,
sustituyéndolo por el concepto de sinthome en el seminario 23, en torno al cuarto
nudo, la nominación y la obra de Joyce.
Si seguimos el recorrido que propone a partir del seminario 7, advertimos que Lacan
avanza a partir de líneas argumentales –digámoslo así– por la negativa, es decir, la
construcción del concepto por aquello que no es:
Hay algo en el planteo de Freud, acentúa Lacan, que termina en una paradoja, más
aún si se confunde pulsión con instinto, es decir, si se parte de considerar a la pulsión
como un impulso de índole corporal a la manera de una energía que habría que
descargar.
La manera más sencilla de decirlo, aquella que constituye una suerte de rezo para los
analistas, es conocida por todos: la sexualidad no es la genitalidad.
Sin embargo, en ciertas áreas de debate teórico, desde la época misma en la que
Lacan impartía su enseñanza hasta la fecha, hay cierta obstinación por continuar
reduciendo la noción de sexualidad al primer Freud, al de “Tres ensayos…” para quien
la pulsión era “el representante psíquico de una fuente de excitación somática”.
Para Lacan no sólo que no es así, sino que propone una lógica inversa.
En tal sentido, alcanzaría con leer las sesiones del seminario 11 dedicadas al asunto
(“¿pertenece la pulsión al registro de lo orgánico? (…) No sólo creo que no es así, sino
también que un análisis detenido de la elaboración que hace Freud de la noción de
pulsión demuestra la contrario” –vemos resonar en la página 169 de la edición
castellana–), pero… sucede que cierta pereza en la lectura –cuando no se trata de un
desvío– conspira contra lo que el propio Lacan no se cansará de afirmar hasta los
últimos seminarios.
b) Por otro lado, el valor o reconocimiento social de una obra no es considerado por
Lacan como un criterio para calificar un acto como sublimatorio: “Cuando Freud afirma
(…) que en la sublimación (…) la libido llega a alcanzar su satisfacción en objetos
socialmente valorados (…) Enfrentamos una trampa en la que el pensamiento, en su
inclinación hacia la facilidad, sólo pide precipitarse.”[6]
Está claro que para Lacan no es, pues, la satisfacción colectiva o el éxito social que
una obra pudiera alcanzar aquello que la transformaría en una sublimación. Se trata
más bien de la relación entre un objeto y el campo de das Ding, la Cosa, término
tomado del Proyecto… freudiano.
Para ejemplificarlo, nos presenta una anécdota: en ocasión de una visita a su amigo
el poeta Jacques Prevert, advierte que éste había dispuesto una colección de cajas de
fósforos vacías alrededor de una chimenea, de modo tal que seguían el reborde y
continuaban ascendiendo por una pared hasta que descendían a lo largo de una
puerta.[7]
Este montaje simbólico hecho en un espacio de uso cotidiano, sin exposición social,
presentaba para Lacan entonces la estructura de una verdadera sublimación en la
medida en que ponía en evidencia la relación entre un objeto –en este caso, un objeto
común– y lo que comienza denominando como el campo de la Cosa:
“(…) el efecto logrado por esa agrupación de cajas de fósforos vacías, era hacer
surgir lo siguiente (…) que una caja de fósforos no es simplemente un objeto sino que
puede ser una Cosa.”
“Este pequeño apólogo de la revelación de la Cosa más allá del objeto, nos muestra
la forma más inocente de la sublimación. Quizás pueden ver asomar ahí en qué, Dios
mío, la sociedad puede satisfacerse con ella. Si es una satisfacción, al menos en este
caso, es una satisfacción que no le pide nada a nadie.”[8]
Lo que Lacan señala entonces, es que en esta articulación entre el objeto y das Ding,
la Cosa, en la sublimación se trata de la relación del sujeto con el goce, pero no
en el sentido de una satisfacción sexual sustitutiva ni con el requerimiento de un éxito
social.
El campo del das Ding, el goce, es entonces figurado según lo que Lacan denomina
“la anatomía de la vacuola”, es decir, una estructura topológica que presenta un centro
interdicto.
“(En el seminario sobre la ética del psicoanálisis) articulo que la dialéctica del placer,
a saber, lo que implica de un nivel de estimulación a la vez buscado y evitado, de un
justo límite, de un umbral, incluye la centralidad de una zona prohibida porque el
placer sería demasiado intenso.”
“Designo esa centralidad como el campo del goce, goce que se define como todo
lo que proviene de la distribución del placer en el cuerpo.
“Esta distribución, su límite íntimo, condiciona lo que designé como la vacuola,
esa interdicción en el centro, lo que constituye lo que nos es más cercano sin dejar de
sernos exterior.” [9] (subrayado nuestro, de ahora en adelante)
Esta figura de la vacuola tiene para Lacan el estatuto de una ilustración de lo que
concierne a la topología del goce, donde lo que intenta subrayar es la dimensión de
una zona central interdicta, algo que en otros momentos de su enseñanza va a
articular con la figura topológica del toro y su agujero.
“(…) colocando a das Ding en el centro y alrededor el mundo subjetivo del inconsciente
organizado en relaciones significantes, ven ustedes la dificultad de su representación
topológica. Pues ese das Ding está justamente en el centro, en el sentido de que está
excluido. Es decir, que en realidad debe ser formulado como exterior, ese das Ding,
ese Otro prehistórico imposible de olvidar (…)”[10]
Para indicar aquello de lo que se trata en la relación del sujeto al goce, Lacan recurre
al término extimidad: el objeto para siempre perdido, das Ding, ese “Otro prehistórico
imposible de olvidar” que topológica y metafóricamente ocupa un lugar central
respecto del sistema significante, es lo que se trata de volver a encontrar en el nivel
del nebenmensch, el prójimo, en el exterior, en un esfuerzo repetido y necesariamente
malogrado.
“¿Qué es pues ese prójimo que resuena en la fórmula de los textos evangélicos, Ama
a tu prójimo como a ti mismo? ¿Dónde atraparlo? ¿Dónde hay, fuera de ese centro de
mí mismo que no puedo amar, algo que me sea más próximo? (…) lo que me es más
íntimo, es justamente lo que estoy forzado a no reconocer más que en el afuera”[11].
Puesto que, como veíamos, Lacan equipara el campo de la Cosa, das Ding, con el
campo del goce, es decir, con esa zona central interdicta, del orden de lo Real, que se
encuentra más allá del principio del placer, ahora surge una pregunta ¿de qué índole
es ese objeto que es superpuesto a la Cosa, que es elevado –en el sentido de
utilizado– para ubicar allí en el lugar del agujero del goce?:
“A nivel de la sublimación, el objeto es inseparable de las elaboraciones imaginarias y
muy especialmente de las culturales. No es que la colectividad simplemente los
reconozca como objetos útiles –encuentra en ellos el campo de distinción gracias al
que puede, en cierto modo, engañarse sobre das Ding, colonizar con sus
formaciones imaginarias el campo de das Ding.”[14]
En primer lugar, advertimos que Lacan recurre a un término muy interesante y que
hecha luz sobre la lógica que está en juego: el objeto “coloniza” el campo de la Cosa,
produciendo un efecto de engaño. Acto seguido, prosigue:
“La sociedad encuentra alguna felicidad en los espejismos que le proveen los
moralistas, los artistas, artesanos, (…) los creadores de las formas imaginarias. Pero
el mecanismo de la sublimación no debe buscarse simplemente en la sanción
que la sociedad les aporta (…) Debe buscarse en una función imaginaria, muy
especialmente aquella para la cual nos servirá la simbolización ($ <> a), que es la
forma en la que se apoya el deseo del sujeto.”
4. ¿Creación ex nihilo?
Sin dudas que la introducción del concepto de goce en la teoría es aquello en torno a
lo cual gira principalmente –aunque no únicamente– la distancia entre Freud y Lacan
en cuanto a lo que cada uno subraya para otorgarle a determinado acto el adjetivo de
sublimatorio. Está claro que para Lacan no entra en juego la idea de una satisfacción
sexual desviada de su meta, ni mucho menos la valoración social, sino un acto en la
que se produzca, para determinado sujeto en su singularidad, una captura parcial de
goce –necesariamente parcial–.
Es por eso que no cualquier acto que sea considerado artístico tendrá el carácter de
sublimatorio para determinado sujeto.
De allí que Lacan en el seminario sobre La ética del psicoanálisis se pregunta:
“¿Cómo la relación del hombre con el significante, en tanto puede ser su manipulador,
puede ponerlo en relación con un objeto que representa la Cosa?”[18]
Nos permitimos agregar, a la vez, si dicha pregunta no equivale a esta otra: ¿qué es
entonces una creación? ¿Es algo “nuevo” que aparece ex nihilo?
La imaginería de la creación, que presupone que todo surge de una materia –¡incluso
el goce para algunos psicoanalistas!–, queda subvertida por Lacan al afirmar que se
crea a partir del agujero de lo Real y que cualquier obra sublimatoria será tal en la
medida en que un sujeto lo contornee según el recorrido y anudamiento singular, el
nombre que tenga para sí.
[1] Durante el llamado seminario de Caracas, el 12/7/80, un año antes de su muerte. (inédito, versión
electrónica en Pas-tout Lacan, página de la Ecole lacanienne de psychanalyse, http://ecole-
lacanienne.net/wp-content/uploads/2016/04/1980-07-12.pdf.)
[2] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós,
Buenos Aires, 1991, pág. 144.
[3] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág 136.
[4] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, págs.
137/38
[5] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, sesión del 12 de
marzo de 1969.
[6] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 117.
[7] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995pág. 141.
[8] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág.
141/42.
[9] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág 206.
[10] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 89.
[11] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág 206.
[12] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 210.
[13] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008 pág. 212.
[14] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995 pág. 123.
[15] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 123.
[16] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág., 213.
[17] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág., 226/27.
[18] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 148.
[19] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 149.
[20] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 150.
[21] Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 151.