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Cristian David Urueña Uribe

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Métodos cualitativos

HISTORIA DE UNA VÍCTIMA DE LA MASACRE DEL SALADO

El 16 de febrero del 2000, tropas paramilitares de la AUC se enfrentaron con guerrilleros del frente
norte en los montes de María, región ubicada en el departamento de Bolívar cerca al valle de Aburrá
entre el magdalena bajo y el Caribe colombiano. Luego de que las tropas guerrilleras dejaran el
lugar, unos 450 paramilitares se tomaron el salado, un municipio de la región, hasta el 21 de febrero
poco antes de que llegaran las fuerzas armadas del país, una coincidencia que solo da cuenta del
negocio de la guerra que tanto caracteriza la corrupción y el descaro sin escrúpulos de las élites
políticas del país tal como lo demuestra la grabación del fiscal general que se presenta al comienzo
del documental y los cargos amputados de los responsables que son una burla de sistema legal de
Colombia.

El salado es pues un municipio que vivió los horrores de una de las peores masacres en la historia
colombiana a manos de los paramilitares, genocidio que dejó más de 60 víctimas mortales además
de un pueblo horrorizado ante las múltiples formas de sufrimiento que vivenciaron los habitantes
de la población. Uno de los jóvenes víctima de dicha masacre ha relatado diez años después aquellos
momentos que quisiera no recordar, ese infierno del 18 de febrero que vivió cerca a una de las calles
principales del sitio que rememora con rabia y gran aflicción pues fue el encuentro con la muerte
de su gente a manos de esos perros hijueputas como él los llama, pues ningún término laxo podría
denotarlos seriamente; relata cómo al día siguiente del enfrentamiento, el cual fue tan perturbador
que incluso pasaban “aviones fantasma” en medio de la balacera, los obligaron a caminar por dicha
calle hasta llegar a un pequeño parque en el centro del municipio, allí vio a una gran cantidad de
conocidos, amigos y familiares en filas frente a las amenazas paramilitares, la escena lo paralizó.
Poco tiempo después de haber ingresado al campo de tiro en que todos son separados, las mujeres
en la iglesia y los hombres en el parque, es interceptado por un sujeto armado el cual le acusa de
ser guerrillero y le amenaza de muerte junto a los demás guerrilleros que asegura son habitantes
del salado, ofendido ante tales acusaciones este joven, que para entonces era solo un adolescente
con apariencia de niño, se defiende con lo único que puede, sus palabras que, aunque a la ofensiva
de tales acusaciones, seguían siendo las palabras de un chico humilde y pacífico al igual que las
demás personas habitantes de un pequeño pueblo rural en donde la violencia y el odio no
frecuentaban en abundancia como suele suceder en la vida urbana. El joven es ubicado al lado de
los demás en una de las filas, desde allí observa cómo son capturados aquellos que aún no se han
percatado de la toma y aquellos que son fusilados por resistencia; entre los capturados recuerda a
un muchacho, “luchito” que describe como el galán del lugar, como un joven emprendedor, popular
y querido por los habitantes del salado; tras un leve silencio, el rostro del joven narrador anticipa el
horror de lo sucedido tras el posicionamiento en la fila del joven admirado, “luchito” es ejecutado
con ráfagas de tiros en su cuerpo frente a sus seres queridos, frente a su madre que sufre el dolor
de la injusticia y la desesperanza en silencio pues las consecuencias de hacer ruido eran mortales, a
pesar de lo impactante del asunto, este es solo uno de los muchos asesinatos que recuerda, como
el de la mujer más noble del pueblo, una mujer cristiana quien brindaba apoyo educativo y social a
los niños del pueblo. Tampoco olvidará el día en que, tras ser interrogados bajo acusaciones sin
sentido, un supuesto guerrillero fue llamado a señalar a los guerrilleros que habitaban allí, este al
no saber exactamente a quiénes inculpar sin razón alguna por temor a morir como sus semejantes,
los cuales murieron a causa de su inocencia, decide culpar a las tres de las principales familias del
pueblo, los Torres, los Medina y los Cuen; así pues, las personas son elegidas al azar para sufrir un
horror tan grande que morir baleado era un privilegio.

Este joven narra con fuerte desasosiego el cómo vivió esos momentos de impotencia mientras se
preguntaba cuál era el número ganador de la sentencia de muerte, por un instante pensó que era
el “21” pues creía que el comandante paramilitar contaba antes de decir el mismo número a
cualquiera de los habitantes elegidos aleatoriamente, en realidad decía “¡Ven tú!”. Otra escena
impactante para el adolescente de entonces fue cuando notó que, en medio de los fusilamientos,
las torturas, ahorcamientos, decapitaciones y demás mutilaciones, los paramilitares se divertían y
disfrutaban de tales actos, un hecho imperdonable, posiblemente el que más aflige al narrador;
luego recuerda como de la nada un pequeño se dirige a los delincuentes para decirles que quiere
matar, éstos le entregan un fusil y le cumplen su deseo.

Los hechos resultan desgarradores para cualquiera, el joven solo podía preguntarse dónde se
encontraba su familia pues no la vio en toda la masacre. Al final, tras ser liberado, encuentra a su
hermano menor de camino a casa, a quien le tapa los ojos para evitar que perciba el horror que hay
más atrás; al día siguiente recuerda sus gallos de pelea que tanto quería, al ir en busca de alguna
consolación con sus animales, el joven encuentra a sus gallos baleados. El retorno de quienes
pudieron escapar trajo el dolor de la perdida de seres queridos, de los primos, tíos, padres, amigos,
vecinos, de su gente.

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