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ARNOLD GEHLEN.

EL HOMBRE COMO ANIMAL CARENCIADO


En Maliandi, Ricardo. El tema del hombre en la filosofía alemana contemporánea. UNNE,
Resistencia, 1968

Morfológicamente, el hombre se distingue de los otros mamíferos superiores por sus


imperfecciones o “defectos” (Mängel), que pueden denominarse también “inadecuaciones”,
“inespecializaciones”, “primitivismos”, es decir: algo poco desarrollado, y por tanto, algo
esencialmente negativo. Le falta el pelaje, que es un medio de protección natural; le faltan
órganos de ataque, y, al mismo tiempo, una formación corporal adecuada para la fuga. Sus
sentidos están, en general, menos desarrollados que los de la mayoría de los animales, y sus
instintos son tan insuficientes, que dejan su vida en perpetuo peligro. Además, durante todo
el período de lactancia y de niñez, necesita un incomparablemente largo trabajo de
protección por parte de individuos adultos. Es decir, dentro de las condiciones naturales de
vida animal, entre los animales que saben huir por un lado, y las fieras agresivas por el otro,
la especie humana se habría extinguido completamente hace ya mucho tiempo. Desde el
punto de vista natural, el hombre no tiene ninguna especialización: por el contrario,
consiste él mismo en una serie de inespecializaciones que, desde el punto de vista de la
estructuración biológica, aparecen como “primitivismos”. Su dentadura, por ejemplo,
tienen una indeterminación estructural, por la que no corresponde a la de un carnívoro ni a
la de un herbívoro. Mientras los monos antropoides están especializados para la vida en los
árboles, por medio de brazos sobre desarrollados, pies que permiten trepar, pelaje
abundante, etc., el hombre está, dice Gehlen, en cuanto ser natural, “desesperadamente
inadecuado”. Se halla en una gran carencia biológica de medios, y la compensa solamente
por medio de su capacidad de trabajo y su don de acción.
También Kant lo había ya advertido, indicando que el hombre está orgánicamente sin
medios, sin instintos, y que debe encontrar su propia obra en hacer su propia existencia.
Josef Pieper, en una reseña crítica del libro de Gehlen, que este autor ha recogido en
ediciones posteriores, señala que ya Santo Tomás, en la Suma Teológica (,76,5) había
captado ese problema antropológico. Todo esto, según Gehlen, nos permite llegar a un
concepto estructural del hombre que ya no se apoya meramente en la característica del
“espíritu” y nos permite también salir de la alternativa entre dicna característica y la
descendencia del animal. Tenemos, en cambio, el “proyecto” de un ser orgánicamente
defectuoso, y por eso “abierto al mundo”, es decir, por naturaleza incapaz de vivir en un
medio específico “recortado”. En razón de esta estructura no está ”verificado” y constituye
“una tarea para sí”.
De ahí que él mismo deba cuestionar sus particulares aptitudes humanas: ¿cómo es capaz
de vivir un ser tan monstruoso? Este planteamiento, como vimos, tiene carácter biológico.
No consiste en comparar su fisis con la del chimpancé, sino en buscar la solución del
problema implícito en el hecho de que, este ser, incomparablemente distinto por sus
condiciones biológicas al animal, es, sin embargo, efectivamente capaz de vivir. Ya esa
“apertura al mundo” es una “carga”; en virtud de ella el hombre está subordinado a una
cantidad inmensa de impresiones no orientadas a un determinado fin, impresiones que de
algún modo debe dominar. Siguiendo nuevamente a Plessner, reconoce Gehlen que el
hombre no está fente a un “ambiente”, sino frente al “mundo”, que se le presenta como
“campo de sorpresas”, es decir: algo de estructura imprevisible, frente a lo cual él debe
precisamente ejercitar el “cuidado” y la “previsión”. Aquí reside su tarea de urgencia física
y vital. El hombre debe, por sus propios medios, “descargarse”, es decir: reacondicionar las
condiciones defectuosas de su existencia. Ese principio de la “descarga (Entlastung) es la
llave para la comprensión de la ley estructural de las efectuaciones humanas. Se basa, pues,
en la idea de que todos esos defectos de la constitución del hombre representa una suprema
“carga” para su capacidad vital, y tienen que ser convertidos, por medio de la acción,
justamente en medios de subsistencia.
En todas las acciones humanas ocurren simultáneamente dos cosas: por un lado, el hombre,
mediante ellas, domina la realidad que lo rodea, convirtiéndola en algo útil para la vida, y,
por otro lado, extrae así, desde sí mismo, una muy complicada jerarquía de efectuaciones,
estableciendo un orden estructural que él mismo debe cultivar. Es decir, que todas sus
aptitudes son desarrolladas en oposición con el mundo, en la dirección de un sistema de
organización que se alcanza sólo al cabo de mucho tiempo. Su primitividad orgánica se
proyecta de ese modo en una transformación del mundo en algo útil a la vida. El total de la
naturaleza trabajada y transformada por el hombre es lo que constituye la “cultura”, y el
mundo cultural es el mundo humano. El hombre es incapaz de vivir en una naturaleza
totalmente “virgen”, y no existe, ni puede existir lo que se denominado el “hombre de la
naturaleza”: no hay ninguna sociedad sin armas, sin fuego, sin alimentación artificialmente
preparada, sin albergue o sin formas de cooperación. La cultura es, por eso, una especie de
“segunda naturaleza”: es el efecto producido en la naturaleza por un ser construido de una
manera insólita, en comparación con los demás seres naturales. La “apertura al mundo” es
expresión de la “inespecialización” humana. Por esa razón el hombre no tiene ámbitos
geográficamente naturales de existencia, sino que vive en toda la tierra, del polo al ecuador,
en el agua y en el campo; en el bosque, en el pantano, en la montaña y en la estepa. De
modo, pues, que esa “apertura al mundo” que es, por un lado una “carga”, da lugar por otro
lado, a la cultura, es decir representa también la condición que posibilita la manera humana
de vivir, siempre, claro está, que se logre el dominio de dicha apertura al mundo. La acción
humana cobra así sentido como transformación productiva de esa “carga” inmediata en
posibilidades de existencia.
Las diversas y complejas cuestiones acerca del lenguaje, la voluntad, el carácter del
hombre, son tratados por Gehlen con un criterio unitario, en virtud del cual ellas van
explicándose unas a otras, mutuamente. Los órganos sensoriales –sostiene- están
estrechamente vinculados con los de movimiento, constituyendo así un “sistema
sensomotriz” que se caracteriza por estimular constatemente formas de acción no
habituales, es decir, nuevas, las cuales no van dirigidas a una finalidad inmediata, sino que
se hallan “descargadas” de la urgencia actual. De ese modo se desarrollan nuevas
capacidades o aptitudes, se coleccionan experiencias y se logra un manejo cada vez más
hábil de las cosas y de las propias fuerzas. Ello permite a ese ser defectuoso que es el
hombre, orientarse en el mundo e incluso dominarlo. A partir de ese principio de
“descarga” pueden comprenderse, como ya dijimos, todas las funciones humanas, incluso
las más complejas, como la “conciencia de poder”, o el lenguaje, la fantasía, la previsión
del futuro, etc. En general, todas las siempre nuevas tareas que el hombre debe imponerse,
todo el desarrollo de nuevos movimientos, delatan una necesidad vital.
Las funciones “espirituales” no se desarrollan como algo accesorio, que tenga
independencia de lo corporal, sino precisamente como aquello que configura al cuerpo
como organismo específicamente humano. Otra característica interesante es lo que Gehlen
denomina la “simbólica del movimiento” (Bewegungssymbolik), en virtud de la cual el
sentido de la vista se hace cargo, por así decir, de las experiencias recogidas por el sentido
del tacto y por los otros sentido, de modo tal que llegamos a “ver” realmente en la scosas,
su elasticidad, su dureza, su peso, su humedad, etc. Hay así una “descarga” que libera a la
mano de sus funciones de información sensorial y le permite entonces desarrollar su
capacidad de trabajo activo. Gehlen esboza también toda un teoría del lenguaje, que
constituye un enfoque original de la cuestión, a la vez que una clave de esta interpretación
de la esencia del hombre. El fenómeno del lenguaje es explicado por Gehlen mediante el
estudio de las diversas “raíces del lenguaje” tales como la “vida del sonido”, la “apertura”,
el “reconocer”, el “grito” (Ruf), etc., sobre las que no podemos extendernos aquí pero que
constituyen, según o muestra Gehlen, funciones íntimamente vinculadas. El lenguaje es
concebido, en síntesis, como una continuación directa del orden estructural que comienza
en los procesos sensomotores característicos del ser humano. No tiene cualidad
“intelectual”, ya que incluso precede cronológicamente al pensamiento, Todo cuanto el
hombre efectúa para comunicación, la orientación y la familiarización en la esfera del
“mundo” (funciones vitales) incide, a su vez, en el desarrollo del lenguaje, Este crece a
partir de las funciones sensoriales y motrices, en cuya dirección continúa su propio
desenvolvimiento, conduciento finalmente a funciones como el pensar, la conciencia y, en
general, a todas las efectuaciones espirituales. Prolonga la “apertura al mundo”,
posibilitanto así nuevos proyectos de acción en el individuo y en la comunidad; de tal
modo, se hacen “previsibles2 los acontecimientos de ese “campo de sorpresas” que es el
mundo. Este sistema de funciones liberadas de lo estrictamente actual se asienta en el
“hiato” entre la acción y la “vida de los impulsos”. A diferencia del animal, caracterizado
por ciegas propensiones instintivas (Triebe), el hombre posee impulsos controlables
(Antriebe), que pueden ser frenados, o encauzados, y cuyos objetivos, a su vez, pueden
“postergarse”. Hay, además, un excedente de tales impulsos, en razón del cual el hombre
tiene que “elaborarse” constantemente y constituy así un “ser de cultivo” (Zuchtwesen). En
relación con esto esboza también Gehlen una teoría del carácter, al que concibe como el
codo utilizado en el manejo de los impulsos. La conducción de éstos no es algo artificial,
sino justamente lo que atañe a la naturaleza humana, que –ya lo señalamos- es la de un ser
que tiene que hacer algo consigo mismo, un ser que “conduce su vida”.
El hecho de que nos hayamos detenido en la consideración de estas ideas no implica la
afirmación de que la antropología de Gehlen sea la más importante que haya desarrollado el
pensamiento alemán contemporáneo. Pero sí nos parece un excelente ejemplo del desarrollo
alcanzado por esa disciplina y una expresión cabal del interés por la investigación del tema
del hombre.

“El hombre es el ser práxico que comercia, que trata-con (agens) ... El hombre no está
terminado: es decir, sigue siendo tarea para sí mismo y de sí mismo. Es, podríamos decir, el
ser que toma posiciones, que se forma una opinión, que da su dictamen, que toma partido
por, que interviene en las cosas. Los actos de su toma de posición hacia afuera, los
llamamos acciones, y en cuanto es una tarea para sí mismo, también toma posición con
respecto a sí mismo y “se hace algo”. Esto no es lujo, que podría dejar de hacerse, sino que
el estar inacabado pertenece a sus condicionamientos físicos, a su naturaleza, y en ese
sentido es un se de doma, amaestramiento o adiestramiento. La autodisciplina, la
educación, el adiestramiento, en el sentido de adquirir forma o mantenerse en ella, todo ello
pertenece a las condiciones de existencia de un ser no terminado. Pero el hombre, además,
“…es pre-visor. Está orientado –como Prometeo- a lo lejano, a lo no presente en el espacio
y en el tiempo, al contrario del animal, vive para el futuro y no en el presente” (pp.35-36)
“La apertura al mundo del hombre tiene una finalidad en cuanto que produce un campo
verdaderamente ilimitado de cosas reales y posibles, un campo de invenciones en el que la
diversidad es tan grande, que el hombre bajo cualquier circunstancia puede encontrar y
aprovechar algunos medios, a fin de producir una mutación que haga posible la vida,
supliendo así de alguna manera las carencias de su constitución orgánica, Ese
aprovechamiento de la carga, transformándola en fructífera, sólo ha de agradecérselo a su
propia industria” (p.45)
“La ilimitada plasticidad de los movimientos humanos y de las formas de acción sólo
puede entenderse, pues, desde la abundancia asimismo ilimitada de hechos, ante los que se
halla colocado un ser abierto al mundo y en los que tiene que ser capaz de aprovechar y
hacer funcionar algunos” (p. 47)

Gehlen, Arnold. El hombre. Su naturaleza y su lugar en el mundo (título original Der


Mensch) Trad. Fernando C. Vevia Romero, Sígueme, Salamanca, 1980.

Juan Carlos Agulla, en su artículo “La antropología de Arnold Gehlen: una visión
sociológica” (Escritos de filosofía, Bs. Aires, 1996) señala que Gehlen elabora una “teoría
de la acción” y una “teoría de las instituciones”.
Dice: “Ambas teorías constituyen una de las bases más sólidas para el desarrollo de las así
llamadas ciencias sociales o ciencias de la acción, que tan genialmente planteó Max Weber
a comienzos del siglo XX como un reclamo de su tiempo”. Considera que la antropología
elemental de Gehlen tiene carácter de esbozo circunstancial (histórico) ya que el hombre es
y será siempre objeto de investigación abierto a nuevas teorías. La “teoría de las
instituciones” aparece como complemento necesario de su antropología.

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