Memorias de un
LOB
Historia basada en hechos reales
Lobo Rabioso
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Memorias de un LOBO
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Memorias de un LOBO
INDICE
Introducción Página. 7
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Memorias de un LOBO
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Memorias de un LOBO
A mi Violeta
del alma
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Memorias de un LOBO
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Memorias de un LOBO
Introducción
08:38 hrs. Afortunadamente todo salió como lo planee. Los guardias de
la entrada solo me saludaron y pasé al gran salón donde está el servidor.
Por fin, estoy sentado en una oficina de la “Marsh USA Agencies”
exactamente en el piso 94 del la torre norte, frente a mi lap top,
escribiendo con detalle lo que ahora hago. Puedo ver a través de la
ventana, donde mañana mismo, día 12 de septiembre de 2001, se
estrellará el primer avión de los terroristas justamente en este piso,
donde estoy ahora mismo. Como antes expliqué, por más mensajes y
advertencias que hice por Internet vía correo electrónico, nadie me tomó
en serio. Recuerdo ahora cómo me decía Jenny en el pasado: “lobo
rabioso" y eso, rabia contenida es lo que tengo en este momento al
pensar en los autores del atentado.
08:40 hrs. En este momento conectaré mi lap top a la red del servidor
de esta compañía de seguros para lanzar una advertencia de lo que está
por venir. Es una mañana soleada y por la ventana tengo una vista
ilimitada de Nueva York. Ya está bajando el virus a la red.
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Memorias de un LOBO
que comprobé era compatible con la que había encontrado y por fin
logré que prendiera. En la pantalla de esa computadora apareció primero
la imagen de un enorme lobo como fondo de pantalla y luego se fueron
acomodando poco a poco los elementos del escritorio. Me dirigí de
inmediato al icono de “mis documentos” y ahí encontré muy pocos
archivos, unos con enormes cantidades de fotografías, otros con
artículos médicos. Algunos más contenían expedientes médicos de
pacientes, pero de animales, dejando ver que el dueño del equipo con
toda seguridad era veterinario. Pero lo que más me llamó la atención,
fue un documento protegido con una clave, con el título de “Mis
memorias” que no pude abrir. No sé por qué, pero tenía el enorme
presentimiento de que ese documento revelaría cosas muy importantes
referentes a los atentados. El sistema operativo de la computadora era
Windows en español y todos los documentos de dicho aparato venían
también en ese idioma. Afortunadamente yo domino perfectamente el
castellano pues tengo muchos amigos hispanos en Nueva York. Cuando
intentaba abrir el misterioso documento, de repente la computadora
empezó a lanzar humo de un costado y pronto se difuminó la pantalla.
Desesperado me paré de inmediato y desconecté el eliminador de la lap
top. Soplando fuertemente disipé el humo que aún quedaba dentro de la
computadora y bufando de la rabia me azoté frustrado sobre un sillón
sin dejar de ver la lap top chamuscada. Me resigné a esa pérdida y sin
más, me puse de pie cogiendo el aparato, arrojándolo luego al cesto de
basura que estaba junto a mi escritorio. Fui a comer a un restaurante en
la 5ª avenida sin que de mi mente se apartara todo lo que había visto
cuando estaba sobre los escombros. Por las calles se escuchaba un ir y
venir de ambulancias y patrullas con sus sirenas prendidas. En un
televisor que estaba en el restaurante no dejaban de trasmitir todo el
tiempo lo de esa tragedia y los comensales, con la boca abierta, veían el
televisor como si estuvieran hipnotizados. Una vez que terminé de
comer sentí un horrendo dolor de cabeza y luego de pagar, me dirigí de
inmediato a mi departamento en donde me tomé 2 aspirinas. De
momento, tratando de distraer mi mente en otra cosa, me puse a
escuchar música. Sin sentir pasaron las horas hasta que anocheció.
Teniendo el cuerpo prácticamente molido, decidí meterme a la cama
para tratar de dormir, pues el día siguiente seguramente sería muy
intenso. Sin embargo, de mi mente no podía apartar todo lo que había
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Esa computadora se me había vuelto una obsesión. Cada vez estaba más
convencido de que dicho aparato guardaba importantes secretos. Luego
de pensar largo rato se me ocurrió algo muy sencillo. De uno de los
cajones del escritorio tomé un desarmador y con cuidado abrí las
entrañas del aparato. Extraje su disco duro y luego de examinarlo noté
que estaba prácticamente intacto. Tomé mi propia computadora y luego
de desarmarla también le extraje el disco duro y afortunadamente ambos
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ocasiones haré algún comentario. Sin embargo, a pesar de que falta más
del 50% de la información, creo haber rescatado la esencia de toda esa
extraordinaria historia, pues afortunadamente las fracciones perdidas no
le quitan coherencia ni continuidad a dichas memorias. Si en sus manos
están estas memorias, prepárese entonces a conocer una increíble y
extraordinaria aventura, que presento ahora para quitarme un enorme
peso de encima, que no me ha dejado estar tranquilo desde que descubrí
su contenido.
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Memorias de un
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Capítulo 1
Mi Infancia
Loescribo
aquí escrito son las memorias de mis más importantes recuerdos. Lo
ahora porque siento que pronto perderé la razón y antes de
que eso ocurra deseo rescatar mí esencia en ellas. En verdad, aún ahora,
teniendo 45 años de edad, no sé si en realidad estoy o no loco.
Emprenderé, presiento, la última aventura de mi vida tratando por
última vez de vencer al destino. Si no sobrevivo a lo que aparentemente
es inevitable, dejo a la posteridad estas memorias esperando que alguien
alguna vez las lea. He aprendido a saber que lo que tiene que ocurrir,
ocurre y ocurre sin remedio. Sin embargo, si lo aquí escrito sirve para al
menos salvar algunas vidas, no será en vano lo que a continuación
narro: una historia aparentemente increíble pero cierta, que no intenta
otra cosa que prevenir sobre algunas cosas que están por venir. Así que
inicio con lo más recóndito de mi memoria, de hace más de 40 años,
cuando apenas tenía 3. Justamente, mis más remotos recuerdos son
cuando tenía 3 o 4 años. Es increíble, pero desde esa temprana edad
intuí que no era como los demás. Veía y escuchaba cosas que otros no
podían. Mi primer vago recuerdo es estar viendo una sombra frente a mi
cama, que era muy borrosa y me hablaba, pero por mi temprana edad,
no comprendía lo que decía. Me aterraba ver esas sombras y siempre
cuando las veía, apretaba fuertemente los ojos y luego de abrirlos,
desaparecían. Nunca me dejaron esas sombras durante toda mi infancia
y al correr el tiempo cada vez se fueron haciendo más y más nítidas,
pudiendo ver almas en transición o atrapadas en el limbo con mucha
nitidez e incluso interactuar con ellas. Sin embargo, después de mi
adolescencia, desaparecieron. Una excepción ocurrió cuando ya era
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Regresaba corriendo a casa, pues esa hora era mi favorita. Café con
leche y rico pan de dulce merendábamos todas las noches y en la mesa,
muy juntitos reunidos platicábamos mil cosas casi a obscuras. Recuerdo
bien a mi pequeño hermano, que en ese entonces tenía solo un año de
edad. Mi obligación luego de la merienda era mecer su cuna hasta que
quedara dormido. En ocasiones de mal humor cumplía esa tarea y
fueron varias veces que al mecerlo tan fuerte, mi hermano caía al suelo.
Y buena surra me ponía mi madre luego de haberle sobado el chipote a
mi hermano. El pobre continuamente tenía chipotes colorados en la
cabeza y por eso desde niño lo apodamos “foquito”. Respecto a ese
curioso apodo, recuerdo que ya siendo adolecente mi hermano, lo
vacilábamos diciéndole que no era hijo de nuestro padre, sino de Tomás
Alva Edison. Al principio nuestra casa por las noches se iluminaba con
quinqués, unas curiosas lámparas de petróleo con mecha de tela y
cubiertas de un capelo abierto de vidrio. En ese entonces había muy
pocos vecinos y al observar la falta de energía eléctrica se organizaron
poniendo en las calles postes de madrera improvisados, con los que se
“colgaban” de un tendido eléctrico ubicado en una gran avenida cercana
al pueblo. Nosotros no éramos la excepción, pues contábamos con
nuestros propios postes improvisados, con su respectivo cableado para
tener un poco de energía eléctrica. Recuerdo que cuando por las noches
teníamos un poco de energía eléctrica, que apenas alcanzaba para
encender tímidamente una bombilla, de repente se cortaba la energía. Y
eso significaba que alguien nos estaba robando nuestro cableado.
Cuando eso ocurría, mi padre y hermanos mayores salían corriendo para
ver quién era el ladrón que se llevaba nuestro cable. Un día mi padre
llegó un poco más tarde de su trabajo trayendo un curioso aparato.
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—¿Están listos?
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...mucho miedo sentí nuevamente, pues las sombras habían vuelto. Casi
las había olvidado, pero esta vez me armé de valor y traté de hablar con
ellas. Después de un día muy tenso para mí, pues me acababan de
inscribir a un jardín de niños que no me gustaba, por la noche estaba
muy inquieto. La casa en que vivíamos era enrome. Mis padres tenían
una gran habitación al fondo y cada uno de los 5 hermanos asimismo,
teníamos una propia. Desde que tengo memoria así ocurrió siempre,
estando acostumbrado desde pequeño a dormir solo. Esa noche mi
corazón latía rápidamente y no podía conciliar el sueño. Una
característica que recuerdo anunciaba siempre la próxima presencia de
esas sombras, era el hecho de que un poco antes de aparecer, a lo lejos,
o a veces cerca, se escuchaba el aullar de perros. Esa noche no fue la
excepción, pues a lo lejos escuche el lastimoso aullido de un perro. Poco
después apareció frente a mí una sombra que me decía:
Sentí que el corazón se me salía del pecho por el miedo, pero luego me
tranquilicé poco a poco estando seguro que por lo menos esa noche no
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—Por eso te quiero pedir este favor, niño —me siguió explicando—,
quiero que te hagas cargo de Lobo porque no me puedo ir a descansar
viéndolo como sufre.
—¿Y si Lobo no quiere ir conmigo? —le pregunté angustiado—.
—No te preocupes —me respondió—, solo estaba esperando a alguien
que lo amara y creo haberlo encontrado. Anda, puedes llevártelo ahora.
Pero sigue este consejo —me siguió explicando—, a nadie le digas que
es un lobo. Di simplemente que es un pastor alemán negro ¿de acuerdo?
—Está bien, señor —le dije—, ahora Lobo será mío, le prometo
cuidarlo siempre.
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Ese mismo día bañé a Lobo con un jabón anti pulgas y ya seco quedó
increíblemente hermoso, con su fino pelaje reluciente. Con el dinero que
había ahorrado de mi mesada lo llevé a vacunar, acompañado de mis
hermanos. Al entrar a la clínica el joven veterinario quedó impresionado
ante la belleza de Lobo, quedando literalmente con la boca abierta.
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Había puesto en mis manos un arma letal que muy pronto usaría. Por la
noche, me paré con sigilo y corté un pedazo de hoja de esa planta y la
lleve a mi cuarto. Encendí la luz y luego de olerla quedé extrañado. Se
la di oler a Lobo y éste estornudó 3 veces. Olía muy curioso, una mezcla
rara entre verdura y fruta, pero muy agradable. Corte un pedacito de la
hoja y la puse en la punta de mi lengua. Casi grito al sentir una increíble
picazón tremendamente dolorosa. Toda la noche me la pase babeando,
parándome cada rato a enjuagarme la boca por la intensa picazón que
me daba. Quizá por la dosis tan baja que había probado, al día siguiente
habían desaparecido los síntomas. A la mente se me ocurrió algo muy
grande que hacer con esa planta. Reservé esa idea para el siguiente
lunes, día en que nuevamente iría a la escuela. Maquiné un plan bien
estructurado para ese día. Estaba cerca el día de mi venganza contra ese
gordo que tanto me molestaba. Por la mañana del lunes, mi mamá, como
siempre, puso en mi lonchera una cantimplora con agua de limón y una
torta de jamón y queso. Antes de salir de casa, arranqué una tierna hoja
de la planta peligrosa y luego con tijeras la recorté al tamaño de la torta,
agregándola como ingrediente especial de la misma. En el recreo, el
gordo me dio un zape en la cabeza y luego de arrebatarme mi lonchera
me hurtó mi torta. Vi cómo ese abusivo hacía lo mismo con otros niños
y luego se fue a sentar a una banca para comer lo robado. Quedé a la
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expectativa viendo cómo ese gordo uno por uno se comía los
emparedados, esperando impaciente que se comiera el “premiado”.
Cuando le tocó el turno al emparedado especial, solamente le dio una
mordida y se paró a escupir el bocado lanzando luego un grito
desesperado.
Luego tomó una botella que llevaba con agua y pronto bebió como
desesperado y luego de hacerlo quedó babeando en forma abundante sin
dejar de dar gritos desaforados. Todos los niños se arremolinaron
alrededor de él burlándose con sonoras carcajadas. Y yo también,
muriendo de la risa estaba, viendo cómo sufría ese gordo abusivo. Tan
grave se puso, que lo tuvieron que hospitalizar por varias semanas, sin
saber los médicos lo que le había ocurrido por los extraños síntomas que
sufría. Así de travieso era y entre toda mi familia, tíos, primos, abuelos
y demás parientes, a pesar de ser yo tan pequeño, tenía fama de
tremendo. En una ocasión utilicé a mi pobre Lobo para hurgar una
tremenda travesura. No recuerdo por qué motivo mis padres y hermanos
salieron en una ocasión a alguna visita y me dejaron solo encargado con
una tía.
...ya me había advertido mi padre que tuviera cuidado con ese aparato,
pero yo necio, tenía que averiguar por qué salía esa curiosa chispa. Una
tarde cuando me hallaba solo en casa, desenchufé la clavija del televisor
para después desconectar el tapón del bulbo de alto voltaje, tal como a
veces lo hacía mi padre para verificar la potencia de ese accesorio.
Luego volví a conectar el enchufe y también, como lo hacía mi padre,
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—No, hijo, no te preocupes, tu abuelo aún está muy fuerte y estará con
nosotros por mucho tiempo...
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—¿Qué te ocurre, Lobo, por qué no te duermes? —le dije, pero Lobo
seguía gruñendo y muy alterado—.
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Alguien me tenía que sacar de dudas. Sin embargo nadie sabía nada de
esa misteriosa familia. Se me ocurrió entonces algo que creí era lo
obvio, preguntarle directamente al fantasma llamado Marcos. Por la
noche empecé a hacer lo que nunca antes había hecho: Invocar a un
espíritu. Cerrando los ojos y concentrándome empecé a decir en voz
alta:
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Entonces era cierto lo que me había contado Marcos. Una vez más, en el
recreo siguiente, me confronté con la maestra preguntándole de nuevo:
—Oiga maestra ¿es verdad que aquí murieron una señora y su hijo?
—¿Quién te dijo eso? —me pregunto con ojos llenos de ira—.
—El mozo, maestra —le dije enseguida—, pues le había preguntado de
las paredes ahumadas y me contó lo que pasó hace cinco años.
—Pues sí niño —me dijo—, aquí murieron esas personas, pero no sé
más detalles.
—Yo sé todo lo que pasó, maestra, todo —le dije muy seguro—.
—¿Qué quieres decir con eso, chamaco? —me preguntó a la
defensiva—.
—Pues sí, maestra —le dije— sé que usted provocó el incendio con una
colilla de cigarro.
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—Solo venimos a darte las gracias, niño —me dijo la señora teniendo
cogido de la mano al niño—.
—¿Qué me agradecen? —le pregunté intrigado—.
—Hiciste que la mujer que nos mató saliera de ese sitio —me
contestó—, en donde morimos horriblemente quemados.
—¿Y eso, qué? —le pregunté—.
—La presencia de esa señora —me contestó el espectro—, impedía que
me reuniera con mi hijo y no podíamos pasar al más allá porque
estábamos atrapados en el inframundo. Gracias, muchas gracias —me
siguió diciendo a la vez que lentamente ambos se difuminaron—.
...el maldito gordo había regresado, pero esta vez más delgado y con
cara demacrada. Ese día en el recreo se acercó a mí, confrontándome
directamente.
—Sé que tú le pusiste algo a la torta que me hizo daño —me dijo muy
enfadado— y ahora me las pagarás todas juntas.
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Por esos días, todos los domingos por las tardes pasaban por televisión
un popular programa que se llamaba “Teatro Fantástico” que a todos los
niños nos fascinaba, con un estrafalario conductor conocido como
“Cachirulo” que a veces narraba y otras veces actuaba en las que en esa
época me parecían historias increíbles. Tenía yo una gran imaginación y
la idea que un nuevo amigo me contara historias me parecía fabulosa. Y
así fue, cada que veía que el anciano Hilario estaba en su mecedora yo
me acercaba y éste me contaba historias que me dejaban emocionado.
Sentía una gran simpatía por ese anciano, pues me recordaba mucho a
mi abuelo. En ocasiones veía a mi madre que por la ventana me
observaba y yo solo la saludaba con la mano, quedando de nuevo
extasiado por todo lo que me platicaba el anciano. Uno de esos días,
cuando me hubo contado una de sus curiosas historias, el anciano se
puso serio y me preguntó enseguida:
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—Pero quita esa cara de espanto, Nando, ahora escucha cómo encontrar
esa caja.
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—¿A qué estás jugando, niño? Mi papá falleció hace más de 10 años.
—¡Estos son, estos son! —decía emocionada —¡Estos son los papeles
de las cuentas bancarias de papá que no encontrábamos!
—Gracias, niño —me dijo la señora—, por fin podré recuperar lo que
nos dejó nuestro padre en los bancos, gracias.
Estaba complacido por haber logrado una buena obra, pero a la vez muy
triste, pues estaba seguro de que no volvería a ver a don Hilario, mi
viejo amigo. Como prueba de todo eso que ocurrió, quedaron las
monedas de oro que me había regalado, mismas que he conservado toda
mi vida. Sin embargo ese encuentro tuvo una enorme repercusión en mi
vida. Justo al día siguiente en el que había entregado esa caja metálica,
mi mamá me preguntó preocupada:
—Oye, hijo, ¿por qué pasas horas, sentado en el porche de los vecinos
ahí solo?
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—Desde que tengo memoria —le dije—, puedo ver gente muerta y
enfrente platicaba con una anciano que ha muerto desde hace 10 años.
Y así fue, le conté que también podía ver a veces cosas extrañas que
pasaban por mi cabeza y que claramente había visto a mi abuelo muerto
antes de que falleciera. Mi mamá muy sorprendida y con los ojos muy
abiertos escuchaba lo que le decía sin decir nada. Luego de haberme
desahogado, mi madre empezó a llorar abrazándome muy fuerte
acariciando mi cabeza.
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—A ver, amigo —me dijo una vez que quedamos solos—, cuéntame lo
que puedes ver.
Y le conté todo lo que podía ver siendo muy sincero con él. Después de
contarle todo, el doctor les indicó a mis padres que de nuevo pasaran y
luego de sentarse les preguntó el galeno:
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alucina. Eso le ocurre por ejemplo, a los místicos que ven apariciones de
vírgenes o santos.
—Eso explica todo —comentó mi padre, para preguntar luego—: ¿Y
ese tipo de epilepsia qué tiene mi hijo, se cura?
—Solo se pude controlar —le contestó el médico—, sin embargo
considero que el caso de su hijo no es grave.
Yo era zurdo y para esa loca, la mano que usaba era del diablo. Desde
ese día la citada monja, cada que estaba en clases, me obligaba a cerrar
el puño izquierdo y me lo vendaba muy apretado para que no usara esa
mano, obligándome a escribir con la derecha. Siendo sincero, a final de
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cuentas y pasado los años, muy en el fondo le agradecí a esa loca monja
haberme obligado a escribir con la mano derecha, pues gracias a eso me
volví ambidiestro. Así como odiaba la escuela, más aún odiaba a la
iglesia, pues me obligaban mis padres a asistir cada domingo a misa,
que para mí era verdadera tortura siendo yo tan inquieto. Las misas
duraban para mí una eternidad y cada que podía, fingía estar enfermo
los domingos para no asistir a ellas. Y yo pensaba que como castigo de
Dios, también tenía que asistir a la escuela, donde las dichosas monjas
nos obligaban a rezar a diario. La educación que recibí en esa escuela
era en verdad valiosa, pero lo que no me gustaba era que la materia de
religión obligatoriamente se cursaba. Era absurdo lo que nos enseñaban,
pues de un libro de religión, teníamos que aprendernos de memoria,
palabra por palabra, lo que ahí estaba escrito. Recuerdo perfectamente
que el libro consistía de un cuestionario con sus respectivas respuestas
que debíamos saber de memoria, so pena de recibir un reglazo en la
mano si fallábamos por una sola palabra. En esos días los castigos
físicos eran comunes y lo peor de todo, es que dichas reprimendas
físicas eran abaladas por los propios padres de familia, quienes también
habían sido educados con la filosofía de que “la letra con sangre entra”.
Efectivamente, durante los primeros años de la primaria no era raro que
algún alumno sangrara por los severos castigos que nos infligían los
profesores. Casi al término del curso teníamos que habernos aprendido
todo el libro completo de religión, con más de 100 preguntas. Era
necesario saberlo porque de ello dependía el hacer la primera comunión.
Cómo yo no había aprendido ni la mitad del cuestionario, me retenían
por las tardes y un sacerdote nos hacía estudiar una por una todas las
preguntas y respuestas al pie de la letra.
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Cierto día cuando tenía ganas de orinar, me paré con disimulo y cuando
me dirigía al baño, vi entreabierta una puerta escuchando tras de ella
curiosos y extraños ruidos. Me acerqué y al abrir la puerta enorme
sorpresa me llevé al descubrí al padre sobre una monja y ésta con la
sotana levantada. El susto de su vida se llevaron ese par al verse
sorprendido.
—¡Ya los vi, ya los vi! —grité a propósito para vengarme del odioso
sacerdote que tanto ya me había golpeado—.
—¡Espera, por favor, espera! —me gritó el sacerdote fajándose los
pantalones y cerrando la puerta—.
Estaba el sacerdote en mis manos y sin piedad empecé a martirizarlo
diciendo:
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catecismo, hubo una reunión en una gran iglesia para hacer “la
confesión”, siendo esto el último requisito para hacer por fin, la primera
comunión. Éramos más de 100 niños sentados esperando que pasara uno
por uno al confesionario para decir nuestros pecados, pero como yo no
asistí al curso de catecismo no tenía ni idea de lo que se trataba.
—Oye —le dije a un niño que estaba junto a mí sentado—, ¿de qué se
trata todo esto?
—¿No fuiste al curso de catecismo? —me replicó—.
—Es que estaba enfermo —le dije—, pero dime ¿qué hay que hacer?
—Pues muy fácil, wey —me contestó—, al pinche padre del cuartito le
dices todos tus pecados y ya.
—Ah —le conteste y luego reflexionando le pregunté—: ¿Y si el pinche
padre luego raja y le cuenta a mis papás lo que yo hago?
—No seas wey —me contestó—, en el curso de catecismo nos dijeron
que el padre no puede decir nada de los pecados que le contamos y a eso
se le conoce como secreto de confesión.
—Ah —le dije de nuevo—, ¿y quién es el padre que está confesando?
—Un viejecito —me contestó y me explicó luego—: Pero no es el
mismo que nos daba reglazos, no te apures.
Pasaban uno por uno los niños y cada que salían lo hacían con hipócrita
carita de “yo no fui” y con las manos juntas, como si fueran angelitos.
Yo solo sonreía al ver semejantes ridiculeces. Cuando fue mi turno pasé
al confesionario y una vez habiendo entrado, el sacerdote me dijo:
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—Pues resulta, padre —le empecé a contar—, que hace días metí a mis
5 gatos a la lavadora y cuando quería sacarlos, la tina estaba llena de
sangre.
—¡Por Dios santo! —dijo alarmado el padre y me preguntó luego—: ¿Y
qué pasó después?
—Pues como ya estaban muertos —le contesté—, se los di a comer a mi
perro.
—¡Santísima Madre! —comentó nuevamente alarmado el pobre cura y
me volvió a preguntar—: ¿Qué más pecados tienes, hijo?
—Pues el otro día, padre —le seguí mintiendo—, empujé a un niño de
una azotea y cayó de pura cabeza, pero no se murió, sigue vivo y ahora
tiene una bonita silla de ruedas que a veces me presta para jugar.
—¡Madre de Dios! —exclamó el cura y luego me preguntó—: ¿Hay
algo más?
—Pues si, padre —le dije—, ahora le voy a contar las cosas malas que
he hecho...
—¡Por amor de Dios, hijo! —me interrumpió—, ¡ya cállate!
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Yo no sabía qué decirle, pues tenía miedo que la pusiera, debido a que
me imaginé que si la pegaba no ocurriría la visión que había predicho.
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Tenía que inventar algo para evitar que pegara esa calcomanía, ¿pero
qué?
Me salí con la mía. No tuve que esperar mucho tiempo para ser el nuevo
propietario de más de 10 revistas con mujeres desnudas, pues solamente
pasaron 2 días y una mañana muy temprano, antes de que amaneciera,
papá entró repentinamente a mi cuarto y entusiasmado me dijo:
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—Sé perfectamente que las cosas que ves son reales y tienes que
aprender a distinguirlas de tus sueños. Yo sufrí mucho al tener algunas
veces visiones horrendas y aprendí a bloquearlas con la mente.
—¿Cómo le hago, papá, cómo le hago? —le pregunté angustiado—.
—Pues cuando sientas que a tu mente algo llega —me dijo—, solo trata
de pensar algo agradable con todas tus fuerzas. Ya verás que pronto
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pasará esa sensación que se tiene cuando esas cosas tratan de invadir tu
mente. Y otro consejo te voy a dar —me siguió diciendo—, nunca le
cuentes a nadie lo que ves, pues te aseguro, jamás creerán lo que te
ocurre.
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—Así que eran ciertas mis sospechas —dijo el maestro al verme ahí
parado sobre su silla—.
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Ahí estaban también su esposo, sus dos hijas, que tenían mi edad
aproximada y Ramiro, mi primo mayor. Mis primas eran muy buenas
personas, muy tímidas y calladas, pero muy amigables conmigo. Estaba
yo emocionado pues me encantaba ver la ciudad desde las alturas y
estando el departamento en el 11º piso, tenía vista privilegiada. Me
asomé pronto por la ventana y desde ahí se podía ver a la derecha un
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gran edificio blanco. En medio había una pequeña iglesia y un poco más
abajo una como pirámide. A la izquierda había una explanada y todo
alrededor estaba bordeado por otros edificios, parecidos al que estaba
ubicado el departamento de mis tíos.
Y así lo hizo. Una vez con el permiso de mi tía, Sonia, Lorena —mi otra
primita— y yo, salimos del departamento. Les planteé jugar en los
ascensores y al haberlo propuesto ambas niñas pusieron cara de espanto.
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Nunca nadie supo quién había hecho semejante diablura y tan genial les
había resultado a todos esa travesura, que muchos se adjudicaron
haberla hecho para pasar por héroes, pues Romano en verdad era muy
odiado. Unos de esos días, le pedí al profesor que contara los vales para
saber si ya había los suficiente para irnos de paseo.
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Rascles). Pero para mis padres el viaje fue espantoso, pues no pudieron
dormir nada por tanto zarandeo que tenía el vagón donde viajábamos.
Yo, en cambio, estaba feliz viendo a través de la ventanilla luces pasar
en la oscuridad y divirtiéndome como enano por tanto bamboleo. Entre
la oscuridad, de vez en cuando me bajaba de mi litera y asustaba a mi
hermano pequeño, Foquito, que entonces tenía 7 años, metiéndome en
su camarote repentinamente.
—¡Buuuuuuu¡
—¡Ay! —se escuchó un grito dentro de la litera—.
Pronto cerré la cortina y con ansia busqué mi camarote a tientas. Por fin
llegué al mío y rápido me refugié en mis cobijas. El resto del viaje
mejor me aguante las ganas de ir al baño, pues temía que me volviera a
perder. Antes de dormir pensaba, ¿qué pasará mañana cuando nos
hallamos levantado? ¿Seguiríamos acostados en esos camastros durante
el día? Pues no. Muy temprano, apenas había amanecido, un camarero
del tren pasó por el estrecho pasillo tocando un triángulo metálico
indicando que ya era hora de levantarnos. Me vestí de inmediato y
cuando salí de mi compartimiento ya todos se habían levantado. Acto
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Esta ocasión y por primera vez en mi vida, le hice caso a mi padre, pues
no quería pasar mis vacaciones encerrado. Fuimos a la playa y nos
introducíamos sin que el agua rebasara nuestras cabezas. Había
escuchado anteriormente que el agua de mar era salada y al probarla
quedé más que convencido ¡era saladísima! quedando yo muy
sorprendido. Todo el día la pasamos retozando sin parar en la playa y
solo salíamos a comer. Apenas amanecía y corríamos a la playa a seguir
nadando. Juro que al final del día nuestras manos parecían unas pasitas
de tanto que habíamos estado dentro de agua salada. En un paseo que
dimos por la costera mis papás se pararon a comprar algunos recuerdos
en una tienda de regalos. Junto a esa tienda había un depósito de
mariscos y en grandes barriles había almacenados diversos crustáceos
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la calle, alguna vez se nos ocurrió lanzar desde arriba globos llenos de
agua para mojar a quien por ahí pasara. Yo era el experto “bombardero”,
pues cuando uno de mis compañeros se asomaba y veía que alguien se
acercaba, pronto metía la cabeza y me indicaba el momento de lanzar el
proyectil. Pronto sacaba el globo y sujetando su punta con 2 dedos, me
asomaba rápido para ver a quien pasaba y calculando el momento que la
persona estuviera justamente abajo del globo, lo soltaba sin piedad,
quedando la pobre víctima empapada ¡No fallaba una! Literalmente nos
revolcábamos de la risa al escuchar maldiciones desde abajo, sin
embargo yo quería algo más. Vino a mi mente una broma más
espectacular. Desde el 4º año, en las clases de dibujo utilizábamos tinta
china y ella era un útil escolar que todos siempre traíamos en la mochila.
Se me ocurrió entonces introducirle al globo el contenido de un frasco
completo de tinta y luego terminar de llenarlo con agua, para que la
víctima no solamente quedara mojada, sino completamente negra por la
tinta. Les comenté la idea a mis compañeros y a todos les resultó genial.
Llegó el gran día. Durante un recreo me metí a un baño y con cuidado
saqué tinta china de un frasco con una jeringa sin aguja y luego con
paciencia la fui metiendo al globo. Una vez hecha esa maniobra,
conecté la boquilla del globo a la llave y terminé de llenarlo con agua.
Por más que traté de no mancharme con la tinta, de todas maneras me
ensucié las manos al hacer toda la maniobra. Entré al salón y mis tres
cómplices quedaron impresionados al ver semejante monstruo. El globo
era color azul marino, sin embargo parecía negro y en esa especial
ocasión, era más grande a los que anteriormente utilizamos.
Y yo saque por la ventana el enorme globo con tinta dando una rápida
mirada para ver al que se acercaba para calcular el momento del disparo.
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Pronto bajamos y nos fuimos a sentar sobre unas tarimas que estaban en
un extremo del patio para ver desde ahí la dirección. No tardó mucho
tiempo en salir Romano enfurecido. Estaba en mangas de camisa pero
por más que se lavó, tenía aún la cara negra por la tinta. Subió rápido las
escaleras e hizo tocar el timbre que daba fin al recreo. Todos nos
formamos y la mayoría de los alumnos hacían grandes esfuerzos para no
soltar la carcajada. Romano simplemente dijo:
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—¡Esta vez alguien pagará por esto! —hizo una pausa para escudriñar
con la mirada a todos los ahí formados—. ¡Y cómo no hay crimen
perfecto, bajaré al patio a revisarlos uno por uno para buscar manchas
de tinta en sus ropas o en las manos!
—Soy hombre muerto —pensé, poniendo lentamente atrás mis manos—
.
—¡Ya basta, ya basta! —pero nadie le hizo esta vez el menor caso—.
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—Será mejor que se vayan —le dijo el vendedor a mamá—, porque hay
rumores de que el ejército arrestará a muchos estudiantes.
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—Por eso vinimos aquí, manita —le dijo mamá—. Quiero que me
prestes tu teléfono para hablarle a mi esposo, para que no esté
preocupado.
—Claro que sí, manita —le respondió mi tía—, puedes hablarle cuando
quieras.
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Y así lo hice, bajé lo más rápido que pude del edificio y cuando lo hacía,
en repetidas ocasiones vi subir a unos tipos con un guante blanco en la
mano izquierda y en la otra un arma larga con mira telescópica. Yo solo
me hacía a un lado cuando pasaban sin que siquiera voltearan a verme.
Cuando estaba al fin en la planta baja, vi a través de la puerta de vidrio
que había muchísimos soldados. Luego, ganándome la curiosidad salí
un momento del edificio y en ese momento volvió a dar una vuelta el
helicóptero a muy baja altura y de repente se repitió lo que yo antes ya
había visto. Desde el helicóptero salió una luminosa bengala e
inmediatamente después se escucharon cientos de detonaciones y un sin
fin de gritos y lamentos. Me metí de nuevo corriendo al edificio y subí
aterrado. A la mitad del trayecto encontré a mamá llorando y al
encontrarnos me abrazó muy fuerte. Luego sin decir nada, seguimos
subiendo lo más rápido que podíamos y al llegar al departamento mi tía
ya nos esperaba en la puerta. Ni mamá ni yo podíamos hablar por el
cansancio, jalando aire muy fuerte.
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abatidos por los disparos. Pero también caían algunos soldados sin que
yo detectara quien les disparaba. Muchas personas se agazapaban en las
jardineras, pero de nada les servía porque al parecer los disparos
provenían de todas direcciones. Mamá también se asomó y al ver todo
lo que ocurría me apartó de la ventana para que no siguiera viento tan
atroz escena. También se escuchaban detonaciones aisladas muy
cercanas provenientes de la azotea del edificio. Para entonces ya estaba
obscureciendo y ni los disparos ni los gritos cesaban. Aún no había
llegado la luz y eso hacía que tuviéramos más miedo. Cuando ya solo se
escuchaban disparos dispersos, de repente tocaron a la puerta muy
quedito.
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tocaban muy fuerte la puerta. Todos quedamos callados del pánico que
nos invadía y de nuevo tocaron muy fuerte la puerta a la vez que alguien
gritaba:
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—Le estoy diciendo a este orangután que somos amigos del general
Ricardo Ortega.
—¿Pedazo de imbécil, qué no vez que es una tarjeta auténtica del alto
mando?
Mi mamá más tranquila, solo le dijo al coronel que nos había salvado:
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Cuando bajábamos por las escaleras guiados por una linterna que traía
un soldado, vi cómo había sangre por todos lados. Al llegar al fin a la
planta baja y salir del edificio, también vi cómo unos soldados se
llevaban a rastras a cadáveres ensangrentados, decenas y decenas de
ellos. El olor en el ambiente era una rara mezcla entre sangre y pólvora.
Por fin llegamos a la avenida en donde abordamos un jeep militar.
Empezaba a llover y como el vehículo donde nos llevaban no era
cubierto, quedamos empapados. Llegamos pronto a casa y justo en la
entrada estaba papá ahí parado junto con mis hermanos mayores y Lobo.
Al estacionarse el jeep militar frente a la casa mi papá estaba muy
sorprendido pero feliz al vernos. Bajó pronto mamá del auto y papá la
abrazó con mucho cariño, preguntando al mismo tiempo:
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Capítulo 2
Mi adolescencia
Enregalos.
diciembre llegó mi cumpleaños 12 y papá me dio 2 estupendos
Me obsequió una hermosa mini grabadora de carrete que yo
tanto le había pedido y un microscopio, pues le había manifestado mi
ilusión de ser algún día científico. Yo admiraba mucho a mi tío José
Luis, hermano mayor de papá, quien era un verdadero genio. Al igual
que papá, era autodidacta, pero de todo. Era el mejor especialista en la
cultura mesoamericana, el mejor experto del mundo en diatomeas,
astrónomo, biólogo, experto en antigüedades, experto en filatelia y
numismática, pintor surrealista y por si fuera poco, también era
políglota, dominando perfectamente 6 idiomas. Siempre lo comparé con
Leonardo da Vinci. Lo admiraba tanto, que él sembró en mí el deseo de
ser algún día científico y por eso deseaba tener un microscopio. El mío
era un microscopio en miniatura al que tenía mi tío y fue el regalo que
más perduró en mi vida, pues me ha sido útil hasta ahora, que escribo
estas memorias. La grabadora que pedí, fue para grabar mis recuerdos a
manera de un diario audio fónico, sin embargo, para todo la usé, menos
para eso. A esas alturas de mi vida ya había aprendido perfectamente a
discernir entre mis visiones y mis sueños. Y aunque las visiones que
tenía de un lejano futuro no podía ubicarlas en el tiempo todavía, las
cercanas, en cambio, ocurrían tan pronto, que yo no podía hacer nada
para evitarlas. A los espectros que me acosaban, simplemente los
ignoraba y tanto había aprendido a ya no mirarlos, que a veces
solamente cuando Lobo me lo advertía yo me enteraba que por ahí
andaba alguno. Al correr de los años la capacidad que tenía de ver a esas
almas en pena prácticamente desapareció, habiendo solo una excepción
en el futuro, cuando por poco quedo atrapado en el inframundo al
enfrentarme a un alma maldita. Pocos días después de mi cumpleaños,
antes de la navidad, tuve una curiosa visión por la noche que me
inquieto en sobre manera. Vi claramente un extraño y enorme televisor
plano que prácticamente era un vidrio rectangular transparente, que
cuando se encendía aparecía una perfecta imagen a color y en tercera
dimensión. Vi y escuche que una locutora, supongo de algún noticiero,
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... así es, desde muy pequeño siempre me cuestioné semejantes cosas.
¿Si Cristo, era tan humilde en su doctrina, por qué sus ministros y la alta
jerarquía católica viven en la opulencia? Me habían enseñado también
que todo el que no estaba en la religión Católica, Apostólica y Romana
era hereje y el que no la profesara iría derechito al infierno.
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—Dios mío, mándame una señal para saber si debo o no ser sacerdote...
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—Dios mío, mándame una señal para saber si debo o no ser sacerdote...
—agachando de inmediato la cabeza—.
Había calculado perfectamente, porque nada más había hecho su
petición, cuando de repente en toda la iglesia y con un gran eco se
escuchó:
Nos sorprendió in fraganti. Sin embargo, ese profesor era tan jovial y
bonachón, que pronto bajó sus humos y nos preguntó más tranquilo:
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apodaban “el chino”. Infortunadamente, ese odiado tipo, lo tuve los tres
años como compañero en los grupos respectivos. En alguna ocasión,
jugando al fútbol, lastimó con saña a un pequeño compañero apellidado
Cuevas, fracturándole una pierna. Como todos le teníamos miedo,
incluida la víctima de la fractura, nadie se atrevió a acusarlo y lo que
ocurrió fue tomado como un simple accidente. Yo estaba enfurecido,
pero el miedo me dominaba, porque el tal chino, en verdad
amedrentaba. Tenía, sin embargo, que tratar de vengar al pobre de
Cuevas. Ideé entonces el modo de darle su merecido anónimamente al
odiado chino. Su banca estaba justamente cerca de una toma de
corriente y se me ocurrió entonces electrificar su silla, para que al
sentarse recibiera una descarga eléctrica. Sabiendo ya los fundamentos
electricidad y sus instalaciones, sabía que uno de los polos del
tomacorriente le dicen “vivo” y el otro es “tierra”. Para identificarlos
existe un pequeño aparato que indica cual es cual. Conecté el polo
“vivo” de la corriente con un delgado alambre al descansa brazo
izquierdo de madera, pelando el alambre en la punta y fijándolo con
grapas. El objetivo era que al sentarse el chino y pusiera su brazo sobre
el alambre y luego con la otra mano hiciera tierra con el borde del
pupitre que era metálico, recibiera una fuerte descarga que al menos le
causara un gran susto. Y así lo hice, pero esta vez sin ningún cómplice
para que no hubiera testigos. Hice tal maniobra en un recreo y la
instalación quedó perfecta, pues yo mismo recibí una descarga eléctrica
al probarla. Salí de inmediato y me incorporé a mis demás compañeros
para pasar inadvertido. Cuando al fin sonó el timbre que daba fin al
recreo, todos nos formamos y luego de unas palabras que dijo el director
Bustamante, nos metimos a nuestro salón. Me senté de inmediato y con
expectación esperé que entrara el chino para que se sentara y recibiera
su merecido. No pasó mucho tiempo en que el odiado compañero
entrara, pero antes de sentarse en su lugar, se fue al fondo del salón y
como de costumbre abusó de un alumno. Arrancó una hoja del cuaderno
del compañero donde estaba escrita una tarea e hizo de ella un avioncito
de papel. Le prendió fuego y luego lo lanzó. En ese momento entró
Zepeda y al mirar esa diablura lo señaló con el dedo y le dijo muy serio:
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—¡Ahora si me las vas a pagar, Martín del Campo! —le dijo disgustado
Zepeda al chino—.
—¡Pero yo no hice nada! —respondió el aludido—.
Todos quedaron mudos mirándome azorados, pues era algo muy raro
que alguien confesara una culpa y menos sin que en uno hubiera
sospecha. Mi castigo fue muy duro, pues durante una semana completa
tuve que dar la clase de geografía, teniendo que estudiar perfectamente
el tema de cada día y burlándose los compañeros de mí al verme ahí tan
nervioso tratando de dar la clase. Zepeda esta vez se había pasado
conmigo pues no me dejaba salir durante los recreos, poniéndome a
estudiar durante los mismos los nombres y ubicación de todos los ríos
del país. Solamente cuando los hube aprendido, terminó mi castigo.
Quedé muy resentido con Zepeda y desde ese momento empecé a
maquinar una venganza por lo que me había hecho pasar. Primero
empecé a estudiar sus hábitos y movimientos durante la clase para
encontrarle un lado “flaco”. Veía que invariablemente cuando llegaba al
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No sabía qué hacer. ¿Le diría al maestro lo que había visto? Qué tal si
me creía loco. Era apenas miércoles y seguramente ese suceso ocurriría
el fin de semana. Así que tenía varios días para pensar que hacer al
respecto. Esa misma noche le conté a papá lo que había visto y trágica
fue su respuesta.
—He aprendido, hijo —me empezó a decir mi padre—, que las cosas
que tienen que ocurrir, ocurren y ocurren sin remedio. Si has visto eso
—continuó diciendo—, mucho me temo que va a ocurrir.
—¿Pero si yo le advierto? —le pregunté angustiado—.
—Inténtalo —me dijo—, pero lo más seguro es que no te crea y si por
casualidad creyera lo que le dices, ten la seguridad de que de todas
formas va a ocurrir.
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—A ver, tocayo —me dijo—, ¿qué otra diablura te traes entre manos?
—Nada, maestro —le contesté muy serio—, lo que ocurre es que tengo
que decirle...
—¿Conoces a mi familia?
—Pues personalmente no —le contesté—, pero sé que tiene una esposa
y dos niños pequeños.
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Apretaba fuerte los dientes de la rabia que sentía por esa injusticia, pero
sin más remedio, me fui resignado a la dirección para recibir un castigo.
Pasó todo el día y yo permanecía sentado en una silla dentro de la
dirección. Durante el recreo vi cómo algunos compañeros se asomaban
y se burlaban de lo que me había ocurrido. Después de la salida, hora en
que iniciaba la clase de Judo, Bustamante me dijo que saliera:
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—A ver, tú, tú, tú y tú... —señalando con el dedo a los qué se habían
sugestionado—.
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comían con gusto. Otras veces a algunos les decía que imaginaran que
metieran su mano a un cubo con agua helada y que ésta se les
entumecería. Cuando el maestro pinchaba la mano con una aguja, dicho
pinchazo no lo sentían. Al observar todos sus métodos, pronto aprendí la
técnica del hipnotismo, haciendo en un futuro mis propios experimentos
con algunos que se dejaban. Justamente fue en unos de sus shows, fue
donde maquiné mi venganza contra Bustamante. Lo primero que hice
fue comprar un sobre de un producto antiácido conocido como “sal de
uvas”, cargándolo siempre en la mochila para que cuando hubiera un
show hiciera buen uso de él. Por fin un día Bustamante estuvo de buenas
y nos dijo que nos preparáramos porque haría una sesión de hipnotismo.
Como siempre, nos pidió que nos pusiéramos de pie y que cerráramos
los ojos. Esta vez nos indicó que imagináramos que un fuerte viento
soplaba de frente y que por más que intentáramos estar firmes, nos haría
mover la brisa. Yo fingí exageradamente que me hacía atrás, como
movido por el viento, para que me escogiera. Y así fue. Me escogió a mí
y otros 4 compañeros. Nos hizo pasar al frente y nos indicó que
cerráramos los ojos. Luego nos dijo que contáramos mentalmente hacia
atrás del cien al cero. Enseguida él empezó a contar en vos alta:
Una vez que mis demás compañeros estaban bien dormidos, empezó
Bustamante a hacer sus acostumbrados experimentos. Cuando hacía un
experimento con alguno de ellos y yo ver de reojo que todos estaban
asombrados viendo lo que ocurría, fue el momento en que saqué de mi
bolsillo la sal de uvas y vacié todo el contenido en mi boca. Pronto salió
abundante espuma, me tiré al piso fingiendo que convulsionaba y
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—Ya lárgate.
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Todos nos reímos por la anécdota, pero seguía la acusación del maestro
por lo que le había hecho. Cuando suponía que Bustamante me iba a
acusar con mis padres, dijo:
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—Desde hace mucho tiempo —me dijo—, Gustavo me pega cada vez
que me ve y me ha dicho que si digo algo, va a matar a mis papás.
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El tal Gustavo era el bravucón del barrio, siendo un vago sin oficio ni
beneficio que solo se dedicaba a molestar a quién se dejaba. Tenía cerca
de 18 años y un aspecto daba miedo. Sin pensarlo fui a su casa
directamente a confrontarlo para reclamarle lo que le estaba haciendo a
mi hermano. Vivía en una casa a solo dos o tres de la nuestra y al llegar
lo vi sentado frente a la banqueta fumando un cigarrillo.
—¡A ver tú, cabrón! —le reclamé de inmediato—. Así serás bueno con
niños pequeños. Atrévete a golpearme a mí.
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cuerpo para que el daño que recibiera fuera el menor posible. Sin
embargo, antes de que recibiera la patada, mi noble Lobo se abalanzó
sobre él, derribándolo de nuevo a la vez que con furia le mordía uno de
sus brazos. El cobarde tipo, llorando como Magdalena, gritaba
desesperado:
—¡Tú y tu maldito perro me las van a pagar, juro que me las van...
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—Ahora veremos una Ura nage —decía el profesor, pero nadie caía—.
—Una Ura nage… —insistía con impaciencia—.
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ropas del que está enfrente, hacerse para atrás hasta caer de espaldas
poniendo uno de los pies en el abdomen del oponente y lanzándolo por
los aires en una espectacular marometa cayendo estrepitosamente.
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—Acompáñame a la dirección.
—¿Ahora que hice? —me pregunté—.
—Querido amigo, te hice venir aquí solo para decirte que eres el mejor
alumno que he tenido. Y no te hablo de tus logros académicos, porque la
verdad eres bien burro, sino de ti mismo como ser humano…
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—Esta vez —me dijo—, quiero brindar contigo, pero como hombres.
Sacó de su escritorio una botella de whisky y dos vasos sirviendo
generosas raciones.
—Les tengo a todos una sorpresa y quiero que seas tú el primero que la
sepa.
—¿Qué es? —le pregunté intrigado—.
—Pues resulta —me dijo—, que aunque no hay suficientes fondos para
la fiesta de graduación, un servidor y la directora del colegio Las Rosas
financiaremos tal evento haciendo una gran fiesta de despedida donde se
reunirán tanto los alumnos de nuestra escuela y las alumnas de la suya.
—¡Maravilloso! —pensé enseguida—. Volvería a ver a la chica que
tanto me había gustado.
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—De tal palo tal astilla —pensé, pues ambas eran realmente
hermosas—.
Todos estábamos como petrificados y al ver esa actitud tan timorata por
parte de nosotros, Bustamante se dirigió al lado de las chicas y sacó a
bailar a la directora. Unos a otros nos dábamos de codazos para ver
quién se animaba a sacar a alguna chica, hasta que por fin yo me armé
de valor y me dirigí hacia donde estaba sentada la chica de la que estaba
prendado.
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—No te preocupes —me contestó—, hasta que hubo un chico con valor
para sacarme a bailar.
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—¡Mmmm, calientito!
Todos quedaron horrorizados al ver esa supuesta porquería, saliendo la
mayoría disparados al baño a devolver el estómago por tanto asco que
les había dado. El primero en correr al baño a vomitar fue González,
quien luego de haber terminado ya no regresó a la fiesta retirándose a su
casa a cambiarse de vestimenta. Jennifer y yo casi nos revolcamos de
tanta risa, al ver la cara de horror que todos tenían. Cuando les contamos
a los que no fueron a vomitar al baño lo que realmente había ocurrido,
rieron también a carcajadas, festejando nuestra ocurrencia. Sobra decir
que durante la comida prácticamente nadie comió la sopa de
champiñones. Continuó la fiesta y yo estaba fascinado con esa hermosa
chica, que era tan tremenda como yo. Empezaba a hacer mucho calor y
me dijo Jennifer al verme sudar copiosamente:
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—Pareces un lobo.
Quedé tan sorprendido con lo que me acababa de decir, que ella misma
quedó desconcertada al ver, lo que seguramente fue una cara de
asombro que puse, preguntándome enseguida:
—¿Te ofendí?
—No, al contrario —le dije—, me encanta que me digas así. De ahora
en adelante yo seré tu lobo. Fíjate —le seguí diciendo—, que yo tengo
como mascota a un verdadero lobo.
—¿De verdad? —me preguntó emocionada—.
—En serio —le respondí—, más hermoso de lo puedas imaginar.
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—¡No, mamá, no! —le replique con impaciencia—. ¡El maldito padre
de Gustavo ha matado a mi Lobo!
—¿Qué has dicho? —preguntó mamá muy disgustada—.
—¡Si, mamá, ese maldito apuñaló a mi Lobo! —le respondí con rabia
contenida apretando fuerte los dientes y cerrando los puños—.
—¡Esto no se va a quedar así! —me dijo mi madre muy disgustada—.
Pondremos una denuncia penal en contra de ese maldito tipo.
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Mi conversación con ella fue para mí como aire muy fresco después de
un día caluroso. Y aún siendo yo tan joven, sentí que esa hermosa chica
sería la mujer de mi vida. Cuando nos besábamos sentía que nuestras
almas se fundían y el amor que le tenía fue creciendo más y más con el
tiempo. Para nuestra siguiente cita quedé de pasar a casa de su padre,
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pues ahí ella estaría durante sus vacaciones. Cómo antes ya lo había
comentado, su padre vivía en la colonia más eleganate de todo México,
las Lomas de Chapultepec. Tratando de no darle mucha importancia a
ese hecho, al día siguiente me puse mis mejores vestimentas, abordé mi
democrático autobús y fui por ella. Me he dado la perdida de mi vida,
colonia más enredada no he visto otra. Pero al fin di con la dirección
buscada. Por fuera su casa se veía solo una enorme barda de piedra con
un zaguán gigante de madera, a la derecha un timbre con interfono.
Toque el timbre y esperé impaciente.
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—¿Me deja ver sus ojos un momento? —le pregunté con mucha
ceremonia—.
—Adelante, joven —me dijo—, pero no creo que soporte más de 10
segundos mi mirada.
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—¿Sabes qué, Lobito? estos días que hemos pasado juntos han sido los
más felices de mi vida.
—No me vas a creer —le dije tomándole la mano—, pero eso es
exactamente lo que te iba a decir en éste instante y si no ha sido por ti,
la pena de haber perdido a Lobo me hubiera liquidado, estoy seguro.
—¿Usted quién es, jovencito, a qué se dedica, quienes son sus padres?
—me bombardeó con mil preguntas.
—Soy el novio de Jenny —le contesté muy serio—, la amo mucho y no
tengo en que caerme muerto.
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—¿Sabes, lobito, por qué no el fin de semana que viene no nos vamos a
pasarlo a la casa que tengo en Tequesquitengo para festejar nuestro
aniversario?
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—Ahora sí ya es hora.
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—¿Lo hacemos?
Ella solo se puso de pié me, dio la mano para ayudarme a parar y me
llevo a una de las habitaciones de la casa. Solo cometo que aquella fue
la experiencia más maravillosa de toda mi vida. Hacer el amor por
primera vez con la persona que uno más ama, no es solo copular con el
cuerpo, se copula también con el alma. Pasamos maravillosas horas y
luego ella quedó bien dormida. Yo me le quedé mirando pues estaba
fascinado al verla alumbrada por una hermosa luna llena, que iluminaba
el cuarto a través de una ventana abierta. Al despertar…
Aquél estúpido quedo frío, sin saber qué decir y luego tartamudeando le
dijo:
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Capítulo 3
Mi juventud
Misaceptaron
vacaciones concluyeron el día en que, afortunadamente, me
en la preparatoria de la UNAM. Me tocó en suerte, o más
bien, mala suerte, una escuela llamada Colegio de Ciencias y
Humanidades (CCH) de la UNAM. Alguien me había metido en la
cabeza que el sistema educativo de ese colegio era muy malo, así que
hice hasta lo indecible por cambiarme a cualquier plantel de la Escuela
Nacional Preparatoria. Por esos días una prima mía muy querida,
llamada Bety, andaba de novia con el director del plantel 7 de la
preparatoria y sin ningún problema fue realizado mi cambia a ese
plantel. Dicha escuela está en uno de los barrios más violentos de la
ciudad, muy cercana al mercado de la Merced. En aquellos tiempos las
escuelas preparatorias tenían fama de violentas, pero ese plantel en
particular, la preparatoria 7, le temían hasta los policías. Es aquí donde
empieza la época más violenta y divertida de mi vida, pero también la
más dolorosa, pues mi curioso don, me hizo sufrir más que nunca. El
primer día de clases fui con mucho miedo pues había oído que las
novatadas eran terribles. Entrando a la escuela vi asustado cómo a un
pobre muchacho de primer ingreso lo correteaban un grupo de
estudiantes mayores, lo alcanzaban, lo tiraban, lo pateaban entre todos y
luego le cortaban mechones de pelo con tijeras. Todo eso era una locura,
yo que venía de una escuela en donde reinaba la cordialidad y
camaradería entre compañeros y las disputas se arreglaban uno a uno,
había caído a un sitio donde el pandillerismo era la norma y las golpizas
de muchos en contra de uno solo, eran comunes. Me armé de valor,
entré al plantel estando a la expectativa buscando el salón que me
correspondía. Entré con disimulo y es ahí donde conocí a mis primeros
compañeros de la preparatoria. Había más chicas que muchachos y
tratando de ser amigable empecé a platicar y darme a conocer entre
ellas. No se por qué, pero le simpaticé mucho a todas las chicas ahí
presentes y sin sentirlo estaba de repente platicando con todas yo siendo
el único hombre entre ellas y lanzando aquellas mil risotadas por las
ocurrencia que les decía. Los muchachos que había en el salón me
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Ese muchacho era Arturo, quién sería uno de mis mejores amigos de
toda la vida. Empezaron las clases y así transcurrió mi primer día de
escuela sin ninguna cosa ocurriera. Al siguiente día yo más tranquilo y
relajado entré a la escuela como si nada, pero de repente un tipo mal
encarado me cogió del brazo y me dijo malhumorado:
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Pues si, Jenny había movido mar y tierra y sobre todo había convencido
a sus padres de estudiar en una escuela pública, a pesar de lo peligroso
que era. Tanto amor me tenía, que no quiso perderme de vista nunca.
Afortunadamente ella siempre llevaba su coche y en ocasiones hasta
chofer la acompañaba, estando yo tranquilo de saber que no andaba sola
por esos rumbos tan peligrosos. Cómo antes lo indiqué, Jennifer vivía
con su mamá pero los fines de semana los pasaba con su padre, quien le
compraba los autos y hasta chofer le tenía. Esa fue la época más feliz de
mi vida, no solo por ella, sino que durante mis estudios de preparatoria
conocí a los que han sido los mejores amigos de mi vida. Luego de
Arturo, el siguiente amigo que sería para toda la vida fue Reynaldo, a
quien conocí en una situación muy jocosa. Un día estábamos platicando
todos los compañeros en el patio cuando vimos que se acercaba hacia
nosotros un chico harto estrafalario. Traía enormes zapatos de
plataforma, colorida vestimenta con todo y pantalones muy
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—Que onda, mis chavos —nos dijo a todos—. ¿Cuál es el grupo 416?
—Nosotros somos de ese grupo —le dije apretando los labios para que
no se me fuera a salir una risotada—. ¿Por qué lo preguntas?
—Pues entonces este es mi grupo —contestó muy desparpajado—. Me
presento ante todos, mi nombre es Reynaldo.
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Memorias de un LOBO
juego de video llamado “Neza Pon”. Era un juego de video de ping pong
interactivo, donde uno, “increíblemente” podía interactuar en el juego
moviendo con una perilla que estaba en una enorme consola, un palito
en la pantalla para pegarle a la pelota y el contrincante lo mismo hacía,
tratando que esta no se le fuera. Maravilla tecnológica en los setentas,
que ahora solo me causa risa. Con mucho cariño recuerdo las visitas que
hacíamos mis amigos y yo a casa de Arturo. La hospitalidad que nos
mostraban sus padres cuando ahí nos reuníamos era fabulosa. El padre
de Arturo era muy joven y siempre lo consideramos como nuestro “big
brother”, por los buenos consejos que siempre nos daba. Arturo tiene un
hermano pequeño que en esos días tenía solo 6 o 7 años. Me identifique
siempre con él pues tenía mi mismo espíritu jovial. A pesar de que él era
solo un niño, maquinábamos juntos bromas a mis demás amigos cuando
estábamos ensayando nuestras canciones. Dicho niño se llamaba Ángel,
pero en verdad era un verdadero demonio, niño que en un futuro creció
e influyó en mí para animarme para escribir estas memorias.
Prácticamente durante todo el primer año en la preparatoria no vinieron
a mí visiones que me perturbaran. Solo veía cosas y acontecimientos,
supongo, muy lejanos en el tiempo que para nada comprendía, no
dándoles la menor importancia. La verdad por esos días era muy, pero
muy feliz. Sentía que tenía todo en la vida dedicándome solo a estudiar,
disfrutar a mi Jenny y a hacer mil bromas con mis amigos. En esos días
Reynaldo y yo teníamos cierto parecido, ambos con facciones
semejantes, solo que, cómo antes mencioné, él tría el pelo muy largo y
rizado al estilo africano. En una ocasión en forma espontánea le hicimos
una broma al profesor de matemáticas. Estado recibiendo la clase de
dicha materia, Reynaldo estaba en la fila de enfrente pero en la extrema
derecha y yo en la extrema izquierda. Reynaldo de repente me hizo
señas que le regalara un caramelo. Como no le entendía decidí pararme
e ir a ver lo que deseaba. Espere a que el maestro se volteara para
escribir en el pizarrón y cuando éste lo hizo me paré de puntitas y fui a
ver lo qué mi amigo quería. El maestro estaba muy distraído escribiendo
una ecuación en el pizarrón. Para saber si el maestro se daba cuenta, se
me ocurrió indicarle a señas a Reynaldo que se fuera él a mi lugar y yo
me quedara en el suyo y así lo hizo. Cuando volteó el maestro no se dio
cuenta del cambio. Todo el grupo empezó a reír y el maestro extrañado
nos dijo:
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—Silencio, silencio, está bien que escribo feo pero no es para tanto.
—¿Entendiste?
—¿Esta claro?
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Yo solo le dije:
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Uno de ellos se agachó y las fue recogiendo una a una, como si fueran
piezas delicadas. Y discretamente yo les dije:
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—¡Pinche tamarindo! —le dije—. Así serás bueno con esa pistola, eres
un pinche maricón.
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—Dígame. A ver mire. Más fácil no puede ser. Adelante ¿Es hombre o
mujer el que está a mi derecha?
Por favor.
Este objeto es difícil.
Inconscientemente usted lo sabe.
Nada más concéntrese
Espero lo adivine.
Entre cada frase, la asistente hacía una pausa y la letra que iniciaba tal
frase era la letra que correspondía al objeto que el público le daba.
PEINE, en este caso. Y así pasaba, el mentalista haciendo aspavientos
de que se concentraba, ponía una de sus manos en la frente y luego
decía:
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Me cuenta Jenny que la chica quedó con la boca abierta no saliendo del
asombro y quedando como asustada. Luego, dirigiéndose a todos les
dijo:
—¡Es verdad, de ese color es la ropa interior que traigo puesta —
mostrando a todos el resorte de la prenda—.
Más sorprendida que nadie quedó Jenny al ver que había adivinado a
quien ella en ese momento tocaba sin haberme dado clave alguna.
Estando de espaldas y aún con los ojos vendados, una tras otra las
visiones pasaban por mi mente como destellos. Cuando en mi mente
ordené algo de lo que me llegaba vi claramente como en una carretera
un auto amarillo se estrellaba contra otro y por el parabrisas salía
disparado Hugo que caía metros adelante hecho pedazos. Tome aire y
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Memorias de un LOBO
sentí húmedas las vendas que tenía en los ojos debido a lágrimas que
había derramado por el impacto que esa visión me había causado. Traté
de serenarme y grité nuevamente:
—¿Hugo?
—¡Si, soy yo! —me contestó sorprendido—.
Le pregunté si eses auto era amarillo y Hugo asombrado me dijo que así
era. Yo estaba muy nervioso, tratando de serenarme tomé aire y le dije:
—No, Hugo, no. Lo que hoy viste es un truco barato, pero lo que ahora
te estoy diciendo es verdad.
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—Disculpe, señor, soy un amigo de Hugo, por favor dígale que no viaje
porque pude sufrir un accidente…
—¿Qué clase de broma estúpida es esa? —me interrumpió disgustado—
. !Deja de estar molestando¡
—!Escúcheme por favor, señ...! —le repliqué angustiado, pero me colgó
sin darme oportunidad de explicarle nada—.
Al siguiente día, que era domingo, fui a casa de Hugo pero no había
nadie. Solo me quedaba la esperanza de que Hugo cumpliera su promesa
de no viajar que me había hecho en la fiesta. El lunes fui a la prepa con
mucho miedo. Cuando entré al salón estaban reunidos los amigos en
bola todos con cara compungida yo ya esperaba eso, pero pregunté por
si acaso:
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Sentí entonces una soledad como en mi vida la había sentido, pues sabía
que nadie podría comprenderme. Esa maldita capacidad de ver el futuro
esta vez me había destrozado. Era evidente que no podía retar al destino
y más que nunca estaba convencido que cada quién tiene su hora
marcada. Lo que restaba del año escolar la pasé triste y acongojado.
Todos en la escuela sabiéndome tan alegre y bromista les extrañaba mi
actitud taciturna y serena. En mi mente estaba grabada como fuego la
escena del accidente y recordaba a cada instante el momento en que
abracé a Hugo cuando me despedí de él en su fiesta. Si ese
acontecimiento me había devastado, vendría otro peor que destrozó mi
alma e hizo que cambiara por completo mi vida, pues provoco en un
cercano futuro que yo inconscientemente atentara varias veces en contra
de mi propia vida. Ingrese al tercer año de preparatoria y por desgracia
todos mis grandes amigos quedaron en diversos grupos pues cada quien
escogió áreas distintas. Reynaldo y Arturo se fueron al área de físico
matemáticas, Oscar, Jenny y yo, al área de químico biológicas, sin
embargo, a pesar de estar en la misma área, nos tocaron grupos
distintos. Además de las materias obligatorias de cada área respectiva,
debíamos de cursar y aprobar una materia optativa, esto quiere decir que
dentro de una gama limitada de materias diversas teníamos la libertad de
escoger entre una de ellas. Había una materia en particular muy fácil y
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—¡Sorpresa!
—Lobito, hoy no traje el coche. Cómo veo que eso que haces va para
largo, me voy adelantado al metro Merced. Te espero en el andén para
que me acompañes a mi casa.
—¡Por todos los santos! —pensé muy alarmado—.
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Salí disparado a toda prisa a alcanzar a Jenny hasta el metro. Corrí como
desesperado con todo y bata puesta hasta llegar al metro. Cuando bajé al
andén, vi ahí parada junto a las escaleras a Jenny, con gesto preocupado.
Sin embargo al verme puso una gran risa fingida. Enseguida pasó el
convoy y una vez abriéndose las puertas casi me metió a empujones.
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—¿Qué pasó, güerita? —dijo el que parecía el líder de esos tipos—. ¿Ya
llegó tu doctor para defenderte?
Supongo que le había dicho eso porque me vio abrasada a ella y yo con
bata blanca puesta. Me quité la bata enseguida y me disponía a
arremeter a golpes en contra de ese maldito, pero Jenny me abrazó muy
fuerte a la vez que me decía al oído:
—No vale la pena que te ensucies las manos con esos mugrosos, Lobito.
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—Si, mamita —le dije—, pero no debes hacerlo en forma tan repentina
y menos en un barrio tan peligroso.
—¿Por qué demonios llegas tan tarde? —le preguntó muy disgustado su
padre a Jenny, volviéndola a cuestionar enseguida—: ¿Y por qué andas
sin coche?
—¡Métete inmediatamente!
Jenny me dio un beso en la mejilla y se metió a la residencia de pronta
manera. Ahí quede solo con el enfurecido caballero, quien me miraba de
forma despectiva.
—Necesito hablar contigo muy seriamente —me dijo el señor con
adusto seño—. Te quiero ver en mi oficina hoy a las 8 de la noche. Si no
acudes a esta cita, no volverás a ver a mi hija ¿entendiste?
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—Espera un momento.
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—No importa cómo lo supe, lo que quiero saber es a dónde vas y por
cuánto tiempo.
Yo estaba seguro en ese momento que se iría conmigo. Pero cuál sería
mi sorpresa al oír que decía:
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El muy cobarde se fue haciendo para atrás con cara de susto, pero lo
pesqué de una manga y le di un puñetazo en forma de gancho a la boca
del estomago y antes de que cayera le di otro en el rostro, dejándolo
inconsciente sin aire tirado en el suelo. Jenny, sabiendo lo violento que
yo era y temiendo lo fuera a golpear más, me gritó desesperada:
Al tener la certeza que Jenny no iba a dar marcha atrás respecto a ese
viaje y la perdería para siempre, le contesté enojado:
Fue la primer y última vez que me enojé con ella. Mentalmente estaba
herido de muerte y realmente enfurecido, odiando muy en el fondo a
Jennifer por ser tan cobarde y no venirse conmigo, jurándome a mi
mismo no volverme a enamorar nunca. La depresión que siguió a ese
episodio me duró muchos meses y me juré a mí mismo no volverme a
enamorar nunca. Me hice la idea que ella había muerto y vestí de negro
más de tres años. Esos pocos años que conviví con Jenny han resultado
ser los más felices que hasta entonces había vivido y al mismo tiempo
los que al final de esa aventura me hicieron llorar y sufrir como nunca lo
había hecho hasta entonces en mi vida. Ya nada me importaba y deje de
estudiar tratando de pasar las materias como fuera. En ello me ayudaron
mis grandes amigos, presentando los exámenes por mí y en otras
ocasiones haciendo malabares increíbles para introducir exámenes ya
resueltos para cambiarlos por los míos. Y luego, en un cercano futuro,
cómo ya nada me importaba, hice las locuras más grandes de mi vida,
que por varias ocasiones, por poco me cuestan la vida. Así mismo,
también en un cercano futuro, me pasaría algo realmente extraordinario
que provocaría que las visiones que ya antes casi habían desaparecido,
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volvieran entonces con más fuerza que nuca, viendo cosas que
realmente me dejaron conmocionado, adquiriendo al mismo tiempo, un
poder tan increíble, que ni yo mismo creía. No pasaron muchos días en
que me di cuenta de…
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Supongo que me he de ver visto ridículo ahí tirado con cara de estúpido,
porque una vez que el profesor me dio la espalda, no soportó más y
agachando la cabeza, soltó luego una ahogada carcajada. Al fin pude
pararme y puse el examen sobre los demás y salí con una gran sonrisa.
Sobra decir que ese día saque 10 y sin haber estudiado nada. Muchos
otros trucos hacía para pasar como fuera. En los exámenes de inglés, por
ejemplo, era Reynaldo el que entraba por mí a hacerlos y a tal grado
llegó mi cinismo, que mi lema en esos días era “lo importante es pasar
sin estudiar, porque cualquiera aprueba estudiando”. Sin embargo, se me
acabó la suerte y en los exámenes finales me fue como en feria. Terminó
el curso y salí debiendo 5 materias: Cálculo, física, química orgánica,
ética y etimologías greco latinas. Me deprimía mucho viendo cómo mis
demás compañeros terminaban el curso sin ningún problema estando
felices de ingresar a sus carreras respectivas al año siguiente. Pude haber
repetido todo el curso, pero mentalmente estaba demasiado deprimido y
no quise humillarme entrando a estudiar todo un año de nuevo. Y luego,
más me deprimía pensando en que ya no estarían conmigo mis grandes
amigos. Arturo, entraría a la facultad de arquitectura, Oscar a la de
odontología y Reynaldo a la de actuaría. Tanta era mi ignorancia que ni
siquiera sabía que era eso de actuaría, explicándome luego Reynaldo
que es una especialidad de matemáticas. Intenté de primera instancia
estudiar esta vez de a de veras para intentar aprobar las materias que
debía en exámenes extraordinarios, pero solo aprobé ética y etimologías.
Quedaban las más duras y decidí entonces dejar los estudios y
dedicarme a trabajar en lo que fuera. Varias semanas estuve de vago sin
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El tipo rubio se me quedó mirando muy serio y solo me dijo con acento
alemán:
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—¡No te confíes, tómalo con calma¡ —me gritó Sergio para que le
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bajara—.
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—¡Con permiso, con permiso! —decía Sergio a la vez que la gente nos
hacía espacio al ver a esas hermosas rubias—.
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Y éste enojado me dijo que me orillara. Sergio del otro lado le dio un
manazo al casco del policía y cuando se distrajo lo rebasamos a toda
velocidad y empezó una persecución. Yo sentí que el corazón se me
salía del pecho por la descarga de adrenalina que me provocó toda esa
emocionante situación. Íbamos a toda velocidad y el policía tras
nosotros con la sirena abierta y al llegar al cruce con Insurgentes yo me
fui derecho sobre Reforma y Sergio se metió a toda velocidad sobre
Insurgentes. El policía no supo que hacer y de plano se quedó ahí
parado. Nos habíamos puesto de acuerdo en habernos separado ahí para
luego encontrarnos en la zona rosa. Él llegó primero a donde nos
habíamos quedado de ver y cuando llegué ambos nos revolcamos de la
risa recordando la cara del perplejidad del patrullero. Esa locura que
habíamos hecho era realmente emocionante pero ahora que ya soy un
hombre maduro reconozco que era algo muy intrépido pero estúpido.
Sin embargo eso no fue nada a lo que hicimos luego. Quedamos de
provocar una persecución más al otro día y así lo hicimos, esta vez sobre
el periférico. Íbamos a la altura de Chapultepec rumbo al sur cuando
vimos esta vez a un par de motociclistas de tránsito y le pregunté a
Sergio que si se atrevía a provocarlos y me contestó que sí. Alcanzamos
a los motociclistas y Sergio se puso atrás de uno de ellos y yo detrás del
otro. Sergio levantó la visera de su casco y les gritó con fuerza:
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—La muy estúpida no sabe que tú siempre vistes de ese color —me
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—¿Ah sí? Pues acércate junto a mí y pon las yemas de los dedos sobre
la guía.
—¿Y ahora qué? —le dije una vez que tenía mis dedos sobre el
juguete—.
—Has una pregunta, la que sea —me ordenó—.
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Los demás asistentes estaban de verdad aterrados pues como dijo alguno
de ellos en ese momento, luego de años de hacer esas sesiones, nunca
les había ocurrido algo semejante.
Yo por más que les explique que eso que ocurría era algo natural,
estaban convencidos de que ahí había fuerzas demoníacas. A pesar de
que caía una fuerte tormenta todos esos cobardes se retiraron
dejándonos a Sergio y a mí solos. Seguimos tomando cervezas y nos
moríamos de risa al recordar las caras de pánico de esos estúpidos. De
repente Sergio me dijo:
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—¿Por qué no puedo evitar que sucedan las cosa que veo que ocurrirán
el futuro?
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Me llevó a los vestidores donde estaban los otros pilotos que eran 12.
Me quede pensando un rato y luego con sobresaltó pensé:
—Vuelve al inicio de la pista y ésta vez quiero que frenes a 120 Km por
hora ¿oíste?, 120 Km.
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Yo solo asentí con la cabeza y ahí voy de nuevo. Inicié la prueba y esta
vez me aseguré de correr a la velocidad que el jefe me había indicado.
Al frenar el auto se empezó a “colear”, sin embargo lo controlé como
pude y el auto, aunque medio chueco, quedó dentro de la franja
amarilla. Regresé al inicio de la pista y de nuevo el jefe anotó algo en su
libreta. La siguiente prueba era la que yo esperaba, conducción a altas
velocidades. En el mismo auto tenía que darle 2 vueltas a la pista a la
máxima velocidad posible poniendo a su límite la maquina del auto pero
sin que ésta reventara. El record para esa prueba era de 3 minutos y 20
segundo utilizando un auto como el que yo conduciría. Me pasó por la
mente mi visión, pero el tablero del auto que en ese momento conduciría
era muy diferente al que había visto en mi supuesto sueño. Así que
inicié la prueba sin temor. Procuré esta vez pasar la prueba
satisfactoriamente pues en las anteriores no me había visto nada bien.
Corrí el auto hasta su límite, alcanzando en las rectas más de 220 Km
por hora con una revolucionada máquina a 7000 revoluciones por
minuto. Al concluir la prueba y regresar al punto de partida los pilotos
me estaban aplaudiendo. Supuse que se burlaban de nuevo, pero ésta
vez su felicitación era sincera. Había roto el record haciendo la prueba
en solo 3 minutos 17 segundos. El jefe me indicó a que fuera a
ducharme para luego pasar a la sala de juntas. Así lo hice y al llegar a la
citada sala estaban los pilotos muy serios ahí parados con las manos
atrás. Se me acercó el jefe de pilotos y dándome la mano me dijo muy
ceremonioso:
—Bienvenido al equipo.
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—¿Qué pasó, Lobo, hasta que hora te voy a esperar? —me gritó
enfadado el jefe de pilotos por el radio—.
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—¿Quién me trajo?
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—No te preocupes —le dije—, está medio tocado, pero es buena gente.
Acabando de decir eso tiré con la mano un montoncito de coca que tenía
puesto sobre una mesa. Como desesperado se agachó a recogerla.
Era la gota que faltaba para derramar el vaso. Me indigné tanto y me dio
tanta pena con Argelia, que eso que le dijo a mi prima jamás se lo
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perdoné a Sergio. Sin decir palabra nos retiramos de ahí y nunca volví a
ver al que yo consideraba mi mejor amigo. Con la ruptura definitiva con
Sergio acabó la época más vertiginosa y desatrampada de mi vida. A
partir de ese momento decidí ser una persona nueva, jamás lastimar a
nadie y dedicarme de lleno al estudio. Sin embargo en la mente tenía
pendiente un asunto muy serio, el referente a mis visiones. Ellas me
habían hecho sufrir demasiado y deseaba con todas mis fuerzas que
cesaran. Acordándome de mi profesor Bustamante, que era psiquiatra,
acudí en su busca para pedirle ayuda. Fui a buscarlo a mi antigua
secundaria, pero al llegar ahí me dijeron que tenía 2 años de no laborar
en la escuela, informándome que trabajaba como jefe de psiquiatría del
hospital San Rafael. Indagué la dirección de dicho hospital y fui a
buscarlo ahí. Al llegar me di cuenta que era un hospital psiquiátrico. Al
llegar a la recepción enseguida pregunté por el profesor diciéndole a la
secretaria:
—Tú tienes una mente muy poderosa —me dijo muy serio—, que no se
ha dejado vencer por el don que te ha tocado.
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—¿Que hubieran pensado los científicos del siglo XIX —me explico—,
si alguien les hubiera dicho que sonidos e imágenes de radio y televisión
se podrían difundir por el aire en un cercano futuro? Seguramente nunca
lo hubieran creído. Lo que a ti te pasa —me siguió diciendo—, le ha
pasado también a muchos de los iniciadores de las grandes religiones,
que al tener esas visiones y no sabiéndolas interpretar, les dieron
interpretaciones religiosas. Afortunadamente tu inteligencia ha logrado
que estés consiente de tus dones y no te hayas vuelto religioso ni
perdido la razón.
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—¿Impresionado?
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Capítulo 5
Mis días en la facultad.
Con mi entrada a la facultad empezó una nueva etapa en mi vida. Me
volví más tranquilo y solo de vez en cuando realicé alguna que otra
broma que resultó en verdad muy graciosa. Y cómo me había dicho
Bustamante la última vez que lo había visto, quizá esa tendencia mía de
hacer tantas bromas era para tratar de mitigar la gran amargura que me
atormentaba al tener ese don que yo no quería. Tratando que mi vida
fuera más tranquila, nuevamente busque a mis grandes amigos de la
preparatoria, a quienes prácticamente había abandonado por la intensa
serie de locas aventuras que había tenido. En una ocasión fui invitado
por mi gran amigo Reynaldo a una reunión familiar. Asistí con desgano
porque supuse que sería una reunión aburrida, sin embargo me alegré
mucho al conocer ahí a la que sería una de las mujeres más importantes
en mi vida. Genoveva era su nombre, pero todos le decían la Beba,
hermana ni más ni menos, que de mi buen amigo Reynaldo. Cuando me
la presentó mi amigo, prendado quede de inmediato de ella, no pudiendo
creer que esa dulce niña de voz tan melodiosa fuera hermana de un tipo
con tesitura de bajo. Dos años menor que yo, bajita de estatura, ojos
negros, de tez apiñonada, hermoso cuerpo y carita de muñeca, muy
parecida ella a la actriz Linda Blair, protagonista del Exorcista. Entre
ambos surgió de inmediato una química espontánea, estando yo seguro
que algo entre los dos surgiría. En dicha reunión algunos tíos de
Reynaldo realizaron un juego de preguntas y respuestas en donde el que
perdía tenía que beber de un golpe una buena ración de licor. Tan feliz
estaba acompañado de la Beba, que yo a propósito perdía para dar un
buen trago de de licor para estar más a tono. Pues esta vez me pasé
demasiado, pues a pesar de considerarme yo un buen bebedor, quedé
peor que una araña fumigada. Me dicen, porque yo no recuerdo nada,
que yo quedé casi inconsciente, balbuceando tonterías con la cabeza
recargada sobre el hombro de la Beba. Al siguiente día amanecí con la
peor resaca de mi vida. Casi ni podía abrir los ojos y menos levantar la
cabeza. Estaba acostado en una habitación extraña y al reaccionar me
paré pronto para averiguar dónde estaba. Al hacerlo me pegué fuerte la
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—¡Aquí lo tengo, pero está muy pesado! —nos gritó muy fuerte—.
—¡Arrójalo! —le indicamos—.
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Nos dimos un enorme beso y quedé más que convencido que había una
enorme química entre ambos. Llevamos un hermosísimo noviazgo,
llegándola a querer intensamente, pero desgraciadamente nos veíamos
muy poco porque nuestras respectivas escuelas estaban en lugares
diametralmente opuestos, estudiando ella odontología en ciudad
universitaria, en el sur de la cuidad y yo al extremo norte, en una rancho
llamada Almaráz, adelante del pueblo de Cuautitlán. Yo le tenía mucho
recelo a las mujeres, por lo que me había ocurrido con Jennifer y cometí
el gran error de ser demasiado posesivo y celoso con la Beba, error que
pagué muy caro luego de unos cuentos meses de noviazgo. Pasó para mí
muy rápido el tiempo, llegando el segundo semestre. Lo único que vale
la pena contar de esos días, es una pequeña broma que hice en la escuela
de medicina de Iztacala. En el citado semestre cursábamos la materia de
anatomía topográfica y para aprobar dicha materia teníamos que tener
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Gabino estaba muy impresionado y pálido como cera y eso que aún no
había visto ningún cadáver. El encargado nos invitó a pasar para
mostrarnos cómo preparaba los cadáveres con formol para su disección.
Todo eso era en verdad impresionante. En una gran habitación había 6
mesas y en 5 de ellas los cadáveres desnudos de tres mujeres y 2
varones. El médico encargado nos mostró cómo inyectaba formol a las
venas de los cadáveres para que no se descompusieran y duraran
muchos días para su estudio. El pobre Gabino fue 2 veces a vomitar
regresando cada vez más pálido. Cuando el médico terminó de preparar
los cadáveres nos dijo:
Ahí había el cadáver de una mujer joven que tenía 2 impactos de bala en
el pecho. Mirando la cara de Gabino se me ocurrió ponerme los guantes
y agarrándole las piernas a ese cadáver femenino le dije a mi pálido
amigo en son de broma:
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Luego por pura ociosidad hice una incisión atrás del codo e hice pasar
por ahí los tendones para que al jalarlos desde abajo pareciera que la
mano se cerraba sola. Era una broma que le estaba preparando a Gabino.
En eso, llegó el médico encargado y mirando la disección que había
realizado a la mano y antebrazo me felicitó por lo limpia y perfecta de la
misma.
—¿Me esperan un momento? —nos dijo—, afuera hay un grupo de
chicas estudiantes de enfermería y aprovechando que ustedes ya tienen
diseccionados estos miembros, las pasaré para darles su clase de
anatomía.
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Memorias de un LOBO
original, quedando esa chica con los ojos muy abiertos por el asombro,
cómo que no lo podía creer y seguía mirando la mano. Mientras tanto
continuaba la clase y todas estaban atentas a lo que decía el doctor,
excepto la chica que seguía con la vista fija en la mano. Supongo que
por curiosidad, la pobre empezó a tocar la palma de la mano del cadáver
y cuando la vi más distraída jale fuerte todos los tendones y los dedos
del cadáver le cogieron su mano, dio la chicha primero un espeluznante
alarido, puso los ojos en blanco y azotó luego desmayada. Todos
alarmados rodearon a la chica desmayada y como yo no podía con tanta
risa salí apresurado a carcajearme afuera. Yo estaba que me retorcía de
risa y al verme Gabino, que se había quedado esperándonos afuera y
suponiendo que yo me había puesto mal pues me vio como privado, me
preguntaba angustiado lo que me ocurría. Lo volteé a ver tratando de
calmar mi risa, pero al ver su cara desencajada y más blanca que la cera,
me dio otro ataque de risa y yo solo le decía:
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Memorias de un LOBO
—No quería precipitar tan pronto nuestra ruptura —me dijo—, pero
creo que ya es hora de que ambos tomemos rumbos diferentes.
Sentí que me caía un rayo al escuchar lo que decía. Pero sabiendo que
era inevitable, aunque me moría de rabia, acepte su decisión. Fue ese un
golpe tan duro como el que había sentido cuando me dejó Jennifer y
quizás más, porque con la Beba estaba seguro que estaría toda mi vida.
Nuevamente entré en una profunda depresión y pensando en lo que
había ocurrido cuando me dejó Jenny, no quise volver a cometer los
mismos errores. Sin embargo, tan deprimido estaba, que descuidé mi
persona, dejándome crecer la barba y el cabello. Me aboqué entonces a
estudiar cómo nunca para terminar lo más pronto posible mi carrera,
habiendo la opción de adelantar materias si así uno lo deseaba.
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Yo sonreí al escuchar su enojo, pues estaba seguro que ella creía que le
hablaba para que hiciéramos las paces.
—No me salgas con que mañana amaneces crudo y nos falles ¿eh?
—No te preocupes —me respondió muy seguro—, cómo crees que le
voy a fallar a Oscarín.
—Conste —le dije, preguntándole luego—: ¿Pero por qué estás
bebiendo tú solo, loco?
—Ay, mi Lobo —me contestó muy mortificado—, es que traigo un
problema del tamaño del mundo.
—¿De qué se trata? —le pregunté enseguida—.
—Mañana te cuento —me respondió—.
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Luego de abordar el auto nos contó que había bebido demasiado para
tratar de olvidar por un momento su problema y que en esos momentos
sufría de tremenda resaca.
Aquí hago un paréntesis para comentar que mi buen amigo Arturo era el
recatado del grupo, que además de ser muy moderado en sus
costumbres, también era muy religioso. Por ello estaba muy molesto al
ver el exceso que había tenido Reynaldo al beber de esa manera.
—Lo que ocurre —nos empezó a contar Reynaldo—, es que tengo un
enorme problema, del que no sé cómo demonios salir.
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Sin más remedio, Reynaldo dejó su preciada agua sobre una mesa sin
haber bebido ni un sorbo y todos salimos de la cocina. Se suponía que
era una fiesta sorpresa y teníamos que escondernos en algún lado.
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—¡Mmm!
Tan fuerte habían gritado, que pronto Silvia entró a la habitación muy
angustiada, prendiendo la luz enseguida. Cuando voltee a ver al bulto,
tremendo susto llevé al observar ahí acostada a alguien que bruja
parecía, quien al verme, gritó aterrada. Yo también grité al escuchar su
alarido, que fue acallado por uno más fuerte que daba Reynaldo.
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—Tú no tienes por qué casarte —le dijo Oscar a Reynaldo muy
seguro—. Yolanda es mayor de edad y tuvieron sexo consensuado.
—¡Sí, sí! —respondió Reynaldo—. Pero su padre no entiende razones y
te juro que es capaz de matarme si no me caso con su hija.
¡Huye, wey! —le dijo Oscar—. Escóndete unos días y ya verás que a tu
suegro se le pasa el coraje.
—No puedo, Oscarín —le contestó Reynaldo—. ¿No vez que estoy en
exámenes finales y Yolanda lo sabe pudiendo ir a la facultad y hacerme
un escándalo?
—Ya conoces los planes del pinche Lobo. Seguro es una tontería.
—¡Ya, lo que sea, lo que sea! —gritó Reynaldo desesperado—. A ver,
dime tu plan —me dijo—.
—¿Ya no me van a interrumpir? —pregunté—.
—Anda —dijo Oscar—, ¿cuál es tu “brillante” plan?
—Es muy sencillo —les empecé a explicar—, simplemente tiremos a
Reynaldo de un cuarto piso para que quede inválido y así su suegro al
ver que no puede mantener a su hija desista en su empeño de casarlo con
ella.
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Al siguiente día, que era domingo, muy temprano fuimos por la silla de
ruedas y la llevamos a casa de Reynaldo.
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—Lo que pasa es que Reynaldo sufrió una grave caída hace 2 días y por
desgracia ha quedado paralítico…
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—No solo ya nada de nada, sino que el médico le dijo que se le irá
secando poco a poco.
—¿Enserio? —preguntó alarmada Yolanda y Reynaldo sólo asintió con
la cabeza—.
—Miren —les dije golpeando una y otra vez a mi pobre amigo—, este
pobre infeliz no siente nada.
—Se pone así mi amigo porque quiere mucho a Reynaldo ya ven que en
el pasado él fue su pareja.
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Capítulo 6
Llegó el amor de mi vida
Enlaeloportunidad
sexto semestre, cuando cursaba la materia de parasitología, surgió
de un gran viaje de estudios que abarcaría todo el
sureste mexicano, financiado todo por la misma facultad. Para
aprovechar y no perder clases normales, dicho viaje se realizó en las
vacaciones de semana santa. En ese viaje visitaríamos la planta de
producción de moscas estériles del gusano barrenador (Cochliomyia
hominivorax). Las larvas de dicho insecto invaden las heridas del
ganado devorando sus tejidos vivos, provocando que bajen de peso y
algunas veces hasta su muerte. En esa planta, ubicada en Tuxtla
Gutiérrez, Chiapas, crían moscas del gusano barrenador para que al
depositar sus huevos, éstos sean sometidos luego a radiación nuclear
para esterilizarlos. Después, cuando terminan su etapa de desarrollo, son
liberadas las moscas adultas en grandes cantidades en determinadas
zonas y cuando se cruzan con moscas nativas y al ser las primeras
estériles, pues no se producen más moscas. En ese viaje, además de
visitar dicha planta, visitaríamos también diversos ranchos para conocer
a los distintos tipos de ganado en esa zona del país, así como sus
enfermedades. Pues dicho viaje fue más relajo que estudio, pues día con
día, todos se embriagaban de escandalosa manera. Yo solo aguanté una
borrachera y luego de haber visitado la planta antes señalada, que era lo
único que realmente valió la pena, mis tres amigos y yo decidimos
terminar la excursión etílica en que se había convertido ese viaje y
decidimos mejor conocer esa región del país por nuestra cuenta. Nos
dirigimos al tesorero del grupo, quien repartía los viáticos día con día
que a cada uno correspondían. Le dijimos de nuestra decisión de
abandonar las prácticas y el muy maldito solo nos dio la mitad de lo que
nos hubiera correspondido si nos hubiéramos quedado. De todas
maneras, la decisión estaba tomada y aunque con escasos recursos,
emprendimos una nueva aventura. Visitamos un montón de hermosos
pueblos conociendo sus maravillas, pero por desgracia los cuatro éramos
pésimos administradores y cuando nos dimos cuenta ya no teníamos ni
para el regreso. Ciro, al ser muy religioso nos decía:
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—Dios ya proveerá.
Y efectivamente, la providencia nos llevó a un hermoso pueblo llamado
Acala, en el que ocurrieron cosas muy curiosas que a la larga nos
dejarían mucho dinero. Además, en esa aventura que viví en ese pueblo,
experimenté una de las experiencias más hermosas que yo he tenido que
marcaría toda mi existencia al conocer al personaje más importante de
mi vida. Llegamos al citado pueblo en plena conmemoración de la
semana santa. Entramos a una cantina para tomarnos unos tragos y
comer algo. Ahí escuchamos que los comensales nativos de ese pueblo
estaban preocupados porque el actor que iba a escenificar al personaje
de Cristo había sufrido un accidente en el que se había fracturado uno de
sus brazos y obviamente en esas condiciones no podría dar vida al
personaje requerido.
—Sí, Lobo, Carlos tiene barba pero está muy prieto y más que judío
parece beduino. Además traes el pelo bien largo y das mejor el tipo para
ese papel.
—Si, si —dijo Gabino—, hay que decirles que si nos pagan para que
Lobo haga el papel de Cristo en la representación de este pueblo y así
tendremos dinero para el regreso.
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Y sin decir más, se paró Gabino de la mesa y se dirigió con las personas
que hablaban al respecto.
Los ahí reunidos en ese pequeño grupo, que era cómo diez individuos,
se pararon de sus respectivas mesas y se dirigieron a mí. El que parecía
el jefe de todos me preguntó directamente viéndome de arriba a abajo:
—Pues sería el Cristo más güero que hemos tenido —dijo—, pero está
bueno.
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—Este está muy feo, pero perfecto para el papel de Judas. Y qué bueno
que se ofrece para ese papel, porque ya nadie en el pueblo lo quiere
hacer. Acuérdense que el año pasado apedrearon a Chucho, que le hizo
de Judas en la obra. Por poco le sacan un ojo, verdad de Dios.
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—Bien, ¿y tú?
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—Qué profunda mirada tienes —me dijo—. Ese color de ojos nunca lo
había visto en mi vida.
—Con razón tus amigos te dicen lobo —me comentó Violeta luego de
escudriñar mi mirada—, sin ofender, tienes una especie de mirada
salvaje.
—Adelante, señores —nos interrumpió el sacerdote—, ya es hora de
que se cambien de ropa.
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voluntad propia se había ofrecido para ese papel por lo fervoroso que él
era. Gabino estaba que se destornillaba de la risa al ver al pobre de Ciro
en semejantes fachas, pues la túnica que llevaba le quedaba demasiado
grande y las alas le pesaban demasiado, haciendo el pobre un titánico
esfuerzo para sostener su emplumado accesorio a cuestas. Yo no se
diga, por poco me desmayo de la risa al ver a Ciro de ángel piadoso.
Se asomó mi amigo para ver si eso era cierto y sin más preámbulo, abrí
toda la puerta y lo empujé hacia fuera. Cayó de bruces mi pobre amigo y
apenado se puso de pie sacudiéndose su vestimenta. Un abucheo general
se escuchó enseguida y aunque muy apenado y con miedo, fue a tomar
asiento frente a la mesa donde ya estaban los otros apóstoles sentados.
—Les recuerdo a los presentes —se escuchó la voz del padre por los
altavoces—, que el personaje que ha entrado no es Judas, es solo un
actor que lo representa.
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Creo que la gente ya venía preparada, porque una vez que se retiró
Carlos del escenario, le llovieron huevos, jitomates y demás frutas y
verduras. A estas alturas yo ya empezaba a tener resaca por lo que había
bebido a la hora de la comida y tenía una sed como nunca. Al momento
de iniciar la última cena, hice todo el ritual de partir el pan y repartirlo
entre mis discípulos. Cuando tocó repartir y beber el vino, yo al probarlo
supuse que se trataba de jugo o de cualquier otra bebida, sin embargo
era auténtico vino de mesa, bebiéndolo yo enseguida como vil naufrago
desesperado por la tremenda sed que tenía. Saliendo del guión que me
habían dado, volví a servirme vino bebiéndolo enseguida, no sin antes
decirle —salud— a la concurrencia. De reojo vi que el sacerdote solo
agachó la cabeza poniéndose la mano en la cara, supongo que por pena
ajena. Luego dio un fuerte suspiro y dirigiéndose a los presentes les
indicó que justamente, la última cena fue la que dio origen a la
eucaristía. Terminó la representación de la última cena y al retirarnos
todos los actores recibimos una gran ovación de la nutrida concurrencia.
Cuando entramos a la iglesia vimos ahí parado al pobre de Carlos, quien
parecía una ensalada ambulante, por tanta verdura que traía encima.
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—Eres alguien muy especial —me dijo— y tú vía crucis apenas inicia…
—¡He aquí al hijo del Hombre, me lavo las manos y que sobre ustedes
caiga la sangre de este inocente!
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—Pues ahí voy —me dije—, a cargar con la cruz que me ha tocado que
ya es hora de mí vía crucis.
Gigantesca cruz era la que a cuestas cargaba, pero sin remedio y con
mucho esfuerzo caminé con ella, llevándola por las calles de ese
hermoso pueblo, recibiendo más latigazos de los implacables romanos.
A esas alturas todo eso que ocurría lo veía como un extraño sueño,
viendo a todas las personas que me rodeaban con una cara de
compungimiento como nunca había visto antes y aunque los romanos
casi me flagelaban de a de veras ya no sentía dolor alguno. A mi lado
venía mi buen amigo Ciro, quien había tomado muy en serio su papel de
ángel piadoso, dándome ánimos para que yo siguiera adelante. Y en un
momento dado, durante la procesión, puede al fin ver el plan de Gabino
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para obtener dinero de todo ese asunto. Noté que andaba entre la gente
con la mano extendida y diciendo sin cesar:
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para manifestar el gran dolor que sentía. Una hermosa sensación tuve
cuando yo estando tirado en el piso, me abrazó Violeta con mucho
cariño, quien lloró desconsolada apretujándome contra su cuerpo.
Estaba empapado y muerto del frío, sintiendo delicioso su cuerpo tibio
pegado al mío. Me salió lo bruto de nuevo, pues al sentir su cuerpo muy
pegado al mío, claramente sentí sus pechos y sin querer me empecé a
excitar en ese momento. Reaccioné rápidamente, pues para que se me
quitara lo cachondo recé mentalmente el padre nuestro y asunto
resuelto. Cuando estaba concentrado en mi rezo con los ojos cerrados,
sin sentir entró a mi mente una visión que me dejó desconcertado. Esta
vez me vi a mi mismo junto a Violeta frente a un altar. ¡Me estaba
casando con ella! Me vi con el cabello corto, barba bien delineada y con
cara de enorme felicidad. Y ella no se diga, hermosísima se veía y
también con cara complacida. Abrí los ojos y vi a Violeta, que al ver
que le sonreía, me acarició una mejilla secándome el rostro con su tersa
mano.
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—Te juro que vendré pronto por ti, mi amor —dándole un tierno beso
en la boca—.
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—Por favor —nos rogaba Ciro saliendo de una clase—. Yo pago todos
los gastos, pero acompáñenme a revisar ese ganado.
Por más que hago memoria no me puedo acordar del nombre de ese
pueblo, lo que si recuerdo es que está enclavado en la sierra guerrerense
y que hace ahí un calor del demonio. A Carlos y Gabino no les agradaba
la idea de ir a un pueblo tan recóndito, pero yo mismo me encargué de
convenceros.
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Tragué saliva cuando volteó a verme esta vez Carlos, quien tenía cara de
perplejidad, porque yo suponía que alguno de nosotros tendría al menos
una remota idea de lo que se trataba. Tenía miedo que quedáramos
como estúpidos al no poder ayudar al angustiado primo de Ciro.
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—Nos gustaría ver alguno de los corrales dónde tengas a algún animal
enfermo.
—Desde luego —me dijo—, pónganse sus botas y overoles para ir al
corral.
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—¡Baja, cabrón!
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—Lo que pasa —le dije—, es que tengo la duda de que esa extraña
enfermedad haya afectado a gente.
—Para nada —me dijo—. Últimamente no ha fallecido nadie en la
familia.
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Al narrar todas esas cosas, don Eustaquio estaba muy alterado y hasta el
sueño se le había quitado.
Había iniciado una tormenta y el ambiente se puso más tétrico, pues los
relámpagos continuaron y la corriente electica empezó a fluctuar,
subiendo y bajando la intensidad de la luz de las bombillas del comedor
donde estábamos. Los ventiladores del techo hacían ruidos extraños por
la variación del voltaje y eso creaba un ambiente aún más espeluznante.
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—No se ve ni madres.
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—¿Por qué nunca nos habías contado esa historia, abuelo? —le
preguntó su nieto al viejito—.
—Pues porque simplemente —respondió—, nunca antes me habían
peguntado.
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—Si piensan que voy a dormir en ese cuarto —comentó Carlos con los
ojos desorbitados—, están muy equivocados.
—Miren, aquí en la estancia está el sofá cama dónde podrían caber dos
de ustedes.
—¡Yo ahí me quedo! —se apuntó de inmediato el miedoso de Carlos—
.
Pues a fin de cuentas, mis tres amigos decidieron quedase ahí, juntos y
muy apretados en ese pequeño sofá cama, quedando, por supuesto,
Carlos en medio.
En realidad quería estar solo en esa habitación para ver si podía rescatar
el alma del bebé y la pobre señora degollada. No sabía en lo que
realmente me estaba metiendo pues nunca antes me había enfrentado
con un alma maldita. Sin más, me metí al cuarto, cerré la pesada puerta
de madera y puse la tranca. Tomé aire muy fuerte y no se por que lo
hice, pero muy quedito empecé a rezar un padre nuestro. En ese
momento recordé la visión que tuve de Cristo cuando fue la
representación en Acala, pidiéndole con fervor me ayudara.
—Dame fuerzas, Dios mío —pedí con fervor, pues en ese momento
volví a sentir la presencia maldita del asesino—.
Se me erizaron los cabellos cuando a lo lejos escuché el aullar de
muchos perros y un sinfín de rayos que no cesaban. El alma de ese
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—¡Déjalos ir, maldito! —le grité muy enfadado—. ¡No seas cobarde y
entra por completo a mi mundo! Qué ¿Me tienes miedo? —lo reté—.
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—¡Ja, ja, ja, ja…! —se carcajeó el chueco—, Te vas a quedar conmigo,
ja, ja, ja…
Estaba yo tan debilitado y con tanto pánico, que pasó por mi mente que
por desgracia quedaría yo atrapado en el inframundo con ese mal
nacido. Cuando se disponía el maldito a arremeter nuevamente contra
mí para apoderarse de mi alma, se vio a lo lejos una intensa luz blanca,
brillantísima y de entre la niebla salió mi Lobo corriendo, pero como en
cámara lenta. Se puso frente al chueco gruñendo fieramente y se
abalanzó sobre él derribándolo enseguida. En ese momento tuve la
oportunidad de ir hacia donde estaba la mujer con su hijo y le grité muy
fuerte:
—¡No, no, son míos, son míos! —sin que Lobo lo dejara ponerse de pie,
mordiéndolo sin cesar fieramente—.
Una vez que la mujer y el niño lograron pasar al más allá, Lobo liberó al
chueco, que había quedado tirado en el piso gritando de dolor sin
poderse incorporar. Estaba feliz de ver a mi Lobo y ambos nos
abrazamos y al acariciarlo de nuevo puede volver a sentir su tibieza y la
suavidad de su pelaje. Luego, se me quedó mirando y sin palabras sentí
que me decía:
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—¡Te vas a quedar conmigo, hijo de puta, ya no está aquí esa bestia que
te defienda!
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—¡Rabia!
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—¡Vivan los doctores, vivan los doctores! —gritaban una y otra vez, a
la vez que lanzaban sus sombreros al aire y la banda del pueblo tocaba
una diana—.
Yo estaba realmente feliz por toda esta aventura y pidiéndole el
micrófono al primo de Ciro, me dirigí a la concurrencia:
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Jamás supe cómo ese anciano averiguó que entré al inframundo y que
vencí a la malvada alma del chueco, pero intuyo que la increíble
longevidad que don Eustaquio tenía, era por el miedo a morir por la
maldición que le había hecho el ese malvado cuando éste le cortó el
cuello.
—No se preocupe, don Eustaquio —le dije—, le aseguro que usted ya
tiene un lugar el cielo.
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—Aquí hay una mono muy enfermo —dijo el profesor— y quiero que
me digan cual es y qué tiene.
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—¿Pues cómo que tiene, tarado? Se debe haber herido con la jaula.
—Pues anda, cúralo —me retó—.
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—No le hagas caso a esos ignorantes. Diles que sí la vas a corregir los
que ellos te dicen, pero a la hora que la mandes imprimir déjala como la
habías escrito.
Y así lo hice. Por fin terminaron las huelgas y abriendo las oficinas
administrativas pedí fecha para mi examen profesional. La fecha
esperada que me dieron fue el 24 de noviembre. Era 31 de octubre
quedándome menos de un mes para preparar mi examen. Estudié noche
y día en ese lapso y al llegar la fecha esperada sentía que me moría de
los nervios. Pasaron por mí, Carlos, Ciro y Gabino pues yo me sentía tan
nerviosos que no podía ni manejar. Mis amigos se burlaban de mí por
mi pálido aspecto, pero no era para menos, yo lo consideraba el día más
importante de mi vida. A dicha ceremonia podían asistir amigos y
familiares, pero yo quise que dicho examen fuera casi a puerta cerrada
asistiendo solo mis amigos. Tomé tal decisión porque una ocasión asistí
a un examen profesional de un pasante, quien llevó a toda su familia
incluida a su novia y público en general. Al pobre tipo le han puesto una
revolcada en el examen que hasta se puso a llorar. Obviamente no pasó
el examen y el ridículo que ha de haber sentido el pobre debe haber sido
terrible. Yo no quería que me ocurriera eso y por si las dudas no invité a
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Pues así quedamos. Por la tarde llegué al domicilio que esa mujer me
había dado y luego de hacerme pasar la que supongo era una chica parte
de la servidumbre, tomé asiento en un cómodo sillón ubicado en una
espaciosa sala. Hizo su arribo la dama con quien antes por teléfono
había hablado, me puse de pié y quedé con la boca abierta al ver su
figura que se vislumbraba delante de un vitral alumbrado por un sol
radiante. Al acercarse y ver su cara puede ver que era una hermosa
mujer de un poco más de treinta años, que a pesar de su juventud, tenía
el pelo completamente cano. Su mirada era profunda pero a la vez cálida
y su voz era como de terciopelo. Pero lo que realmente me dejó
impresionado fue que pude ver su aura, resplandeciendo a su alrededor
con colores tan vívidos y extraños como en mi vida había visto antes.
Colores tan extraños y fabulosos que yo no conocía. Difícil de explicar,
pero esos eran colores que no existían. Yo en ocasiones podía ver el
aura de algunas personas y sabía perfectamente cuando alguien era
realmente malo o bueno, o simplemente el humor en que se encontraban
descifrando los colores que les rodeaban. Colores frescos como el
violeta, el azul intenso hasta el verde pálido indicaban que la persona
era buena y tranquila. En cambio los colores cálidos como el rojo,
naranja y marrón oscuro denotaban que la persona era iracunda y
violenta, o simplemente estaban muy disgustados. Los colores del aura
de esa dama eran rarísimos, sin poder yo descifrar su carácter o
intenciones.
—Buenas tardes, doctor —me dijo a la vez que con la mano me pidió
tomar asiento—.
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—¡Señorita, señorita! —le dije angustiado al ver que los ojos en blanco
tenía y temiendo algo le pasara—.
Por fin reaccionó la dama, soltándome la mano y sentándose a mi lado
respirando muy fuerte como si estuviera muy cansada.
—Se por la que has pasado —me dijo— y se perfectamente todo lo que
has sufrido.
Era su mascota un enorme y dócil labrador dorado, que una vez hubo
llegado se acercó a mi moviendo la cola para que lo acariciara. Muy
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—Fíjate —le dije—, que mi padre posee mis mismos dones, pero en
menor medida. Y siempre me ha dicho que lo que tiene que ocurrir,
ocurre y ocurre sin remedio. ¿Tú crees que eso es verdad?
—Desgraciadamente eso es correcto —me contestó—. Desde niña he
tenido visiones del futuro y por más que he tratado de evitar ciertas
cosas, de todas maneras ocurren. Mi propia muerte por ejemplo, que tú
mismo has visto, va a ocurrir dentro de solo una semana y no puedo
hacer absolutamente nada para evitarla.
—¿Cómo? —le pregunté angustiado—. Si estás ahora perfectamente
sana. ¿Cómo es posible que no puedas hacer nada al respecto?
—Tengo un aneurisma aórtico inoperable —me dijo— y en
exactamente una semana se reventará.
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maldita y por poco pierdes la lucha. Pudiste haber quedado atrapado por
toda la eternidad en ese plano y eso sí sería una verdadera tragedia.
—Precioso, ya estás bien —le dijo— ya vas a descansar de esa tos que
no te dejaba ni dormir.
La dama volteó a verme y sentí cómo me daba las gracias con su sola
mirada a la vez que con la misma se despedía. Pretendió sacar de su
bolso dinero para pagar mis honorarios y yo la detuve con la mano y
luego de sonreírle, con la mirada le dije que no lo hiciera. Tomé mi
maletín y sin palabras me salí de su casa, recordando a todo momento la
muerte de esa extraordinaria mujer que muy pronto ocurriría. Meditaba
sobre mi propio destino, siguiendo los consejos de Vivian me había
dado, bloqueando siempre cuando algo de mi propio futuro me llegaba y
nuca más ingresar al inframundo. Sin embargo en un futuro, a pesar de
que aprendí a bloquear todo a lo que a mi mente llegaba, esas malditas
visiones me atormentarían en mis sueños, sin que yo pudiera evitar que
a mi mente llegaran. Esa misma noche cuando intentaba dormir, llegó a
mi mente algo realmente extraordinario que jamás me había ocurrido,
¡Vivian se estaba comunicando mentalmente conmigo! Era la cosa más
extraña…
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—Mi Violeta del alma —le dije por teléfono—, hoy mismo voy a pedir
tu mano.
Y sin más, ese mismo día fui por ella. Cómo ya no tenía auto, fui por
Viole en autobús en viaje directo. Salí a las 9 de la mañana llegando a
Acala hasta las 5 de la tarde. Durante las largas horas de viaje no dejaba
de cavilar sobre lo que vendría, sabiendo perfectamente que si yo
quisiera podía ver lo que pasaría, pero me bloqueaba a propósito de
inmediato cuando por mi mente se vislumbraba algo sobre mi propio
futuro. No quería saber nada de eso y quería vivir como toda persona
normal solo el momento. Pensé luego en mi amada, en lo felices que
seríamos por el limpio y hermoso amor que nos unía. Estaba molido del
trasero y también hambriento por tan extenuante viaje, pero todo valía la
pena por mi amada. Mi encuentro con Violeta fue muy emotivo,
encontrándonos justo en la puerta de su casa. Cuando di vuelta en una
esquina la vi ahí parada con enorme sonrisa y su largo cabello suelto,
que en cámara lenta parecía se movía con el viento. Sin mediar palabra
nos tomamos de las manos y a ambos se nos escurrían lágrimas de
felicidad y emoción por nuestro definitivo encuentro. Yo tenía un nudo
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—¡Qué tienes, Lobito! —me dijo Violeta a la vez que me sacudía, pues
desde afuera se escucharon mis alaridos entrando ella enseguida—.
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tan precisos como fecha exacta del inicio del la pandemia y países más
afectados los tenía y…
…la fiesta sería en la casa de mis padres. En verdad ese fue el día más
feliz de mi vida. Había escogido justamente mi cumpleaños para tan
memorable evento, siendo un viernes 9 de diciembre de 1983. Mejor
regalo no podía tener. Al estar parado en el pequeño atrio de la iglesia,
vi con nostalgia el panteón que está enfrente, recordando que cuando era
niño, ahí mismo conocí a mi amado Lobo. Cuando estaba concentrado
pensando en ello, se escuchó el claxon del auto de una prima, en el que
venía mi Violeta. Cuando la vi bajar del auto sentí que se me salía el
corazón del pecho al verla tan hermosa ataviada de un sencillo pero
elegante vestido de novia. Oficiaría la misa mi primo Manuel, que es un
culto sacerdote jesuita con doctorados en el Vaticano y además gran
amigo mío. Pasé luego yo a la iglesia y tomé mi posición frente al altar
esperando el arribo de mi amada. Empezó la ceremonia y vi desde el
altar entrar a Violeta del brazo de su tío. Todo me parecía un hermoso
sueño y aunque la parroquia que habíamos escogido era realmente
modesta, la misma de mi pueblo querido, todo se me hacía grandioso
por el inmenso amor que le profesaba a mi Violeta del alma. La
ceremonia fue sencilla, acudiendo a ella solo nuestros familiares más
allegados y algunos de mis amigos. Cuando mi primo Manuel le
preguntó a Violeta si me aceptaba como esposo, se me hizo un nudo en
la garganta a la vez que sin sentirlo se me derramaban lágrimas de la
inmensa emoción que tenía.
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Sonrió feliz mi Violeta del alma y luego eso mismo le dije con voz
firme a mi primo:
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—Al fin, solos, cachorrita —le dije muy cerquita de la cara para luego
darle un apasionado beso—.
—¡Espera, espera! —me dijo—. Por lo menos vamos a cambiarnos ¿no?
—Bueno —le conteste resignado—, vamos a cambiarnos.
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algo así, ¡no!, salió con ropa casual, blusa hasta el cuello, pantalones y
zapatos tenis.
—Vamos a dar una vuelta al pueblo, ¿sí? —me dijo con sonrisa
nerviosa—.
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Juro por Dios que nunca había visto un cuerpo más hermoso que el de
mi Violeta.
—Eres la mujer más hermosa que jamás he conocido —le dije con toda
sinceridad—.
Una verdadera diosa griega era la que tenía por esposa, no pudiendo
creer la suerte que yo tenía. De lo que siguió luego, solo puedo
comentar que sin lugar a dudas, esa fue la experiencia más hermosa de
toda mi vida y no me había equivocado, era el primer hombre en la
suya. Ya en la madrugada, ambos rendidos por fin nos dormimos. Ya
estando profundamente dormido empecé a tener nuevamente sueños
extraños, sabiendo perfectamente que eran visiones del futuro. Pero esta
vez, más que una visión, fue algo que sentí en la piel. Estando en trance
dentro del sueño sentí claramente cómo tocaba una pequeña mano,
misma que estaba helada. Luego escuché gritos desgarradores, tan
fuertes y lastimosos, que desperté de inmediato muy asustado.
—¿Qué tienes, Lobito? —me preguntó Viole muy quedito, pues la había
despertado—.
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—Por que no vas con un especialista para que te atienda ese problema.
—¡Qué tienes, Lobito! —me sacudió esta vez muy fuere Violeta—.
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Pues nunca la tuve y dejé por la paz el asunto. Me ha de haber visto muy
frustrado mi Viole, porque luego me enseñó otro arte semejante al de los
vitrales llamado vitro-mosaico. Ese me resultó muy fácil y divertido
pues solo había que cortar cuadritos y triángulos de vidrios de colores y
teniendo ya muchos de ellos se van pegando con pegamento
transparente sobre un vidrio al que previamente se le ha puesto un
diseño por debajo, una mariposa, por ejemplo. Terminados de pegar
todos los vidrios se espera a que seque el pegamento y luego se prepara
cemento blanco. Se llenan todos los espacios entre los pequeños vidrios
con el cemento, se espera uno a que se seque un poco y se pasa un paño
húmedo sobre los vidrios para quitarle el exceso. Una vez seco el
cemento, el resultado es muy hermoso. Poniendo a contraluz el vitro-
mosaico terminado, uno queda muy satisfecho. Hice bastantes de esos
trabajos y me gustaron tanto, que nunca me desprendí de ellos. Me
sirvió de terapia hacer esos vitro-mosaicos, pues cuando trabajaba en
ellos me relajaba bastante. Pasó algún tiempo sin sobre salto alguno y
una tarde, cuando estaba muy distraído cortando un vidrio rojo, tuve un
horrible presentimiento, sintiendo que el corazón se me salía del pecho.
Al cerrar los ojos vi enormes llamaradas y sentía calor en la cara.
Cómo ese día hubo mucho trabajo, no le extrañó a Violeta verme tan
distraído, sin embargo quedé muy preocupado por esa extraña visión
que había pasado por mi mente en forma de ráfaga. Pues llegó la noche
y luego de haber pegado algo de vidrio en un trabajo que en esos días
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—Lo que tiene que ocurrir, ocurre y ocurre sin remedio y más
tratándose de un suceso de la naturaleza. Lo que hay que hacer —
continuó—, es tratar que toda la familia esté lo más posible en casa este
mes y estar bien preparados. Afortunadamente mi casa, la tuya y la de
tus hermanos están muy bien cimentadas y estoy seguro que resistirán
un gran temblor. Lo peor que podríamos hacer es huir de la ciudad. Qué
tal si en el viaje o a donde vayamos nos pasa algo peor.
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papá. Marqué con ansia y luego de un largo rato muy angustioso, por fin
me contestaron.
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—Es que, nada —le dije—, por favor, no vayas, acuérdate que tenemos
programadas varias cirugía y te puedo requerir en cualquier momento.
—Está bien —me dijo resignada—, esperaré hasta octubre.
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—¡Violeta, mijito, Violeta, vino hace cómo media hora para decirme
que iría a la colonia Roma a comprar no sé qué cosa!
—¡No puede ser, no puede ser! —grité desesperado—. ¡Yo le dije que
no saliera!
—Lo primero que debemos hacer —dijo mi padre— es no perder la
cabeza.
Sensato lo que mi papá dijo en ese momento, pero a mi nada me
consolaba. Se había ido la luz y no podíamos ver las noticias por la tele
para saber lo que ocurría. Voltee a ver el reloj y vi que apenas eran las
7:21 hrs. Llegó corriendo mi hermano menor, que vivía en el
departamento arriba de mi consultorio, con un radio portátil. Aterrados
todos quedamos cuando el locutor de un noticiero mencionó que el
centro de la ciudad había sufrido graves daños e incluso había habido
derrumbes. Casi colapso cuando mencionó que en la colona Roma los
daños eran los más severos habiendo incluso reportes de gente muerta.
También mencionaron que uno de los grandes edificios llamado Nuevo
León, de la unidad Tlatelolco, se había derrumbado y mi hermano gritó
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desesperado pues justo en ese edificio vivía su novia con sus padres. Era
una verdadera locura lo que en ese momento ocurría. Mamá estaba
muerta de angustia y pronto llamó a mis demás hermanos para ver cómo
se encontraban. Afortunadamente a ellos no les había afectado para nada
el terremoto.
Sabiendo que los demás miembros de la familia estaban bien, le dije a
mí hermano menor:
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asistencias médicas y luego corrí, corrí como loco hacia la tienda donde
Violeta compraba sus cosas. Al internarme en la colona Roma el
desastre que vi me dejó acongojado: derrumbes por todas partes y gente
desesperada gritando y escarbando entre los escombros. Al caminar en
ciertos lugares el olor a gas era insoportable y a lo lejos se podían ver
incendios de los que salía humo negro. Todo lo que pasaba en ese
momento lo veía como un verdadero infierno, pereciendo una horrenda
pesadilla. Recordé en eso momento lo que había vivido hacía menos de
un año, cuando socorrí a muchas personas quemadas en las explosiones
de San Juanico. Sin embargo, aunque mi conciencia me indicaba tratar
de ayudar a todas esas angustiadas personas, mi instinto me ordenó
encontrar primero a mi esposa. Al adéntrame por una calle vi a un
grupo de gente gritando y al acercarme pude oír gritos desgarradores de
niños pequeños, quienes estaban atrapados entre dos pisos de un edificio
que se había colapsado. Por más esfuerzos que hacían los presentes para
quitar los escombros, les era imposible acceder donde estaban los niños.
Tratando de ayudar me acerqué y al ver la gente que portaba bata blanca
me abrieron el paso.
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—Muchos niños están vivos ahí dentro y lo más sensato es esperar a que
traigan equipo adecuado para levantar las losas que los tienen atrapados.
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A pesar de haber gritado con todas mis fuerzas, mi grito se perdió ante
tantos dolorosos lamentos de los padres de esos niños aplastados. Por
más que intentaba, no me podía salir llanto que me desahogara, mismo
que tenía atorado en un enorme y doloroso nudo en la garganta. Sin
poder hacer ya nada, me retiré del sitio para seguir buscando a Violeta.
Todos los alrededores eran un desastre y los gritos y las sirenas de las
ambulancias no cesaban. Cuando llegué a la calle en donde se ubicaba el
edificio donde estaba la vidriería donde Viole compraba sus cosas, no
encontré construcción alguna. Ésta se había hundido completamente
quedando solo un solo piso al ras del suelo. La angustia me inundó de
nuevo. De inmediato busque un teléfono público para hablar a la casa de
mis padres y saber si había regresado Violeta, pero la mayoría no
servían y en los pocos que funcionaban había enormes filas. No tuve
más remedio que ponerme al final de una fila y espera a que llegara mi
turno. Esperé con impaciencia casi una hora y al fin pude hacer mi
llamada.
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—¿Y por qué no intentaste regresar a casa en ves de buscar tus dichosa
tienda?
—No me lo vas a creer, Lobito —me dijo con los ojos muy abiertos—,
pero presentí que aquí te encontraría.
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Ambas se abrazaron con cariño y una vez estando todos más tranquilos
empezamos a preocuparnos esta vez por mi hermano. No sabíamos nada
de él y de momento no podíamos hacer nada teniendo la esperanza de
que encontrara viva a su novia. Hasta que por fin, después de
angustiosas horas de espera sonó el teléfono de casa. Mamá contestó
enseguida, preguntando muy angustiada:
—¿Foquito?
Era él, quien nos informaba que el edificio donde vivía su novia se había
derrumbado por completo muriendo muchísimas personas.
Afortunadamente ya había encontrado a su novia, misma que no estaba
en el edificio al momento del terremoto pero por desgracia toda,
absolutamente toda su familia había quedado atrapada en el cuarto piso,
en el que estaba su departamento. Una verdadera desgracia, pues esa
pobre chica quedó totalmente desamparada, sin familia y sin casa. Por la
noche llegó mi hermano con su novia, que estaba totalmente destrozada
por dentro. Todos la consolamos, brindándole nuestro apoyo. Luego de
cenar todos juntos, vimos un rato la televisión para estar informados de
lo que pasaba y sin cesar pasaban escenas de todos los derrumbes que
habían ocurrido. Recomendaban no salir de casa y también informaron
que el gobierno decretaría al día siguiente cómo día de duelo nacional.
Ya después de las 11 de la noche, todos nos fuimos a descansar. Foquito
se quedó con su novia Norma, mis padres se fueron a su habitación y
Viole y yo a nuestra casa. Después de comentar con Viole lo ocurrido,
intentamos dormir y mi corazón volvía a latir muy fuerte al escuchar a
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—Pues ve a ayudar, Lobito —me dijo Viole—. Estoy segura que con tu
habilidad en cirugía podrás ayudar a muchas personas.
Pues así quedamos, el día siguiente iría a tratar de unirme a alguna
brigada médica para ayudar en lo que pudiera. Por lo pronto necesitaba
dormir para tomar fuerzas. Cuando empezaba a conciliar el sueño, de
repente sonó el teléfono. Lo contesté de inmediato temiendo una mala
noticia.
—¿Lobito? —me preguntó una voz femenina una vez que hube
contestado—.
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Jennifer estaba como ida al ver esa desgarradora escena y la sacudí muy
fuerte para que reaccionara, a la vez que le decía:
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Yo mismo tomé el bisturí y sin más preámbulo hice una incisión de lado
al lado del abdomen llegando de inmediato al útero, observando que el
producto se movía sin parar. Pedí unas tijeras mayo, que tienen punta
roma para no dañar al producto y luego de cortar el útero, saque de
inmediato a una hermosa bebé, bendito sea Dios, muy sonrojada, lo que
indicaba que no presentaba hipoxia, o sea, falta de oxígeno. Tras
estimulara solo un poco la bebita reaccionó de inmediato llorando con
mucha fuerza. Se la pasé con cuidado a Jennifer, que al recibirla la
abrazó muy fuerte a la vez lloraba de felicidad. Al ver la expresión del
padre que estaba hecho un mar de llanto por la felicidad de ver a su hija
viva, se me hizo un enorme nudo en la garganta, pero nuevamente no
me salía llanto alguno. Me sentía como una olla de presión a punto de
estallar y necesitaba romper en llanto para que mi corazón se
desahogara, pero no podía. Todos los ahí reunidos lloraban a mares de
felicidad y yo solo sentía un doloroso nudo en la garganta sin que
pudiera sacar lágrima alguna. Procedí de inmediato a cerrar la herida del
cadáver y una vez habiendo terminado, el marido de la mujer me dio la
mano y sin mediar palabra me dio un fuerte abrazo, dándome las gracias
con ese gesto, por haber salvado a su hija. Creí en ese momento que ya
había visto todo, sin embargo, lo que vendría luego sería aún más
intenso. Pasaban las horas y seguía nuestra labor de hacer curaciones de
urgencia estabilizando pacientes que de inmediato llevaban a hospitales
cercanos. Empezaba a oscurecer y todo ese sitio parecía campo de
batalla pues había derrumbes por todas partes. Cómo no había luz
eléctrica, por todos lados solo se veían las estelas de muchas lámparas,
que parecían como túneles en su trayecto al iluminar toda esa polvareda.
Cuando ya estaba totalmente oscuro alguien a lo lejos gritó muy fuerte
para que todos lo oyeran:
—¡Oigan, aquí hay una mujer enterrada y aún está con vida!
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muy quedito y como a lo lejos, una voz femenina que salía de ese
agujero gritando de forma desesperada:
Cómo el agujero que daba acceso al sitio era muy reducido, le pedimos
a un médico de nuestro equipo, que por ser tan bajito lo apodaban el
“mini doc”, se adentrara entre los escombros para llegar hasta donde
estaba la chica y luego saliera para informarnos de su situación y si
pudiera de una vez la liberara.
—Así es, compañeros —nos empezó a decir muy agitado—, hay una
chica atrapada cómo a 10 metros con el pie totalmente aplastado por
unas losas y es imposible que salga.
—¿Por qué no intentaste amputarle el pie? —le dije muy mortificado—.
—Es que no sé cómo —me respondió muy apenado—.
—¡Con un demonio! —pensé muy enfadado, yo mismo tendría que
hacer el trabajo—.
—¿Qué tan estrecho está el camino para llegar a la chica? —le pregunté
al médico que había entrado—.
—Al menos yo cupe sin problema —me contestó—.
Pues ni modo, tenía que intentar entrar y llegar yo mismo hasta donde
estaba esa chica. Pedí de inmediato un overol, un casco con luz, unos
goggles y un maletín bien equipado para una cirugía radical.
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—No pensarás entrar a esa trampa mortal, Lobito —me dijo Jenny muy
angustiada—.
—No tengo alternativa —le dije—. Te aseguro que nadie en nuestro
equipo tendría agallas para, primero entrar a este agujero y luego hacer
una amputación en condiciones tas extremas.
—Que Dios te acompañe, Lobito. Y por favor sal de ahí con vida, nunca
me perdonaría que te pasara algo sabiendo que yo fui la que te invitó a
venir a brindar ayuda.
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Luego de muchas contorciones que tuve que hacer para acceder a donde
estaba su miembro atrapado vi con tristeza que efectivamente, era
imposible sacar su pie de entre las losas, pues estaba totalmente
aplastado.
Tenía que actuar de inmediato pues los ruidos que se escuchaban de ese
edificio derrumbado cada vez eran fuertes sabiendo que el colapso de
esa estructura era inminente. Ni modo, le tenía que decir la verdad a la
chica.
—Susi de mi vida —le dije—, debes tener mucho valor, porque para
poder sacarte será necesario cortarte el pié.
—¡No, no, no…! —gritó la chica en forma desesperada—.
—Si no hay más remedio y con eso salvo la vida, pues ni modo.
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A los pocos minutos vi una luz que se acercaba y la voz del pequeño
doctor que me decía:
—Sal con la soga y desde afuera tiren de ella muy despacio para sacar
poco a poco a mi amiga.
Estaba ahí dentro hecho un verdadero nudo intentando dar vuelta para
salir de ese sitio, cuando de repente, se empezaron a escuchar
espeluznantes ruidos como de una locomotora y luego empezó a
sacudirse todo sintiendo bajo mi cuerpo que la tierra se movía como una
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—¡Lobo, Lobo!
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—Gracias, doctor —le dije—. Jamás voy a olvidar lo que hoy hiciste
por mí.
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—Gracias a ti, doctor —me contestó—, hoy aprendí mucho más que en
todos mis años en la facultad.
Ya no había más que decir. Al fin nos despedimos y esa fue la última vez
que supe de ella. Me dirigí hacia donde estaba mi coche y enseguida
partí hacia mi casa. En el camino me empezó a doler todo el cuerpo
cómo nunca antes me había dolido. Los ojos los tenía muy irritados y
me ardían cómo si les hubiera entrado salsa picante. Como me había
quitado los goggles para poder ver cuando le hice la amputación a la
chica, cuando ocurrió el terremoto me entró a los ojos mucha tierra.
Apenas podía ver cuando manejaba pero afortunadamente pronto llegué
a casa. Cuando me metí a la casa, Viole estaba muerta de la angustia,
pues ni un minuto tuve para buscar un teléfono público e informarle de
cómo me encontraba.
—¡Lobo, Lobo! —me dijo muy mortificada cuando vio que llegaba—.
¿Por qué no me hiciste ni una llamada? Casi muero de la angustia
cuando tembló de nuevo.
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—No te preocupes, cachorra —le dije a Violeta—, son solo raspones sin
importancia.
…tocaba esta vez ayudar a mi hermano. Ya había pasado varios días del
terremoto y su novia aún no encontraba los cuerpos de sus familiares.
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Se me hacía muy familiar ese individuo, pero no sabía quién era. Y hasta
que se quitó los goggles por fin pude identificarlo. Era ni más ni menos
que el cantante de ópera Plácido Domingo, el cual, nos contaron luego,
estuvo ahí ayudando por varios días, pues familiares suyos quedaron
también ahí enterrados. Jamás me imaginé que un hombre tan famoso
fuera tan sencillo y humano. Charlamos un rato respeto a toda esa
tragedia y luego le ordenó a alguien de su equipo le fueran a comprar
una pechera y una correa a la perrita que habían desenterrado. Llegaron
pronto sus asistentes con ese encargo y el mimo señor Domingo le puso
la pechera a la perrita.
Pobre perrita, estaba muy nerviosa y con las corneas opacos, pues éstas
se había irritado de tanta tierra que le entraron a sus ojos. Le dije a
Norma que llevaría a su mascota al consultorio para darle de comer y
lavarle los ojos con solución salina para tratar de sacarle todos los
residuos y evitar un daño permanente a sus corneas. Y así lo hice.
Foquito y Norma se quedaron ahí, con la esperanza de que al menos
rescataran los cuerpos de sus familiares. Al llegar a casa me recibió
Violeta, quedando sorprendida por quien llevaba en brazos.
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Capítulo 8
Llegan mis hijos
na vez pasada esa terrible pesadilla de los terremotos, Viole y yo
Umeditamos sobre encargar familia. Yo había estado tan cerca de la
muerte, que lo más sensato para mí fue tener de una vez descendencia.
Sin que yo le dijera nada a mi esposa, un día me dijo cuando estábamos
descansando luego de una pesada cirugía:
—Su señora está muy delicada —le decían al esposo de alguna de las
parturientas— y será necesaria hacerle una cesárea, porque al producto
se le enredó el cordón umbilical en el cuello.
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Me dio miedo acercarme para preguntar por mi esposa, pero tenía que
hacerlo.
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Estaba feliz por la noticia pero angustiado pues quería estar aunque
fuera un momento con mi esposa.
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levantó con cuidado a uno. Salió del cunero con el bebé en brazos y
luego me dijo:
Ya estando seguro que al que cargaba esta vez si era mi hijo, por fin le
descubrí el rostro. Lloré de alegría al ver por primera vez a mi hijo, a
quien lo vi muy hermoso. Tan blanco como mi Viole y también con el
color de sus ojos. Ese para mi fue un momento sublime, sintiéndome el
hombre más feliz del mundo. Entregué al pequeño a la enfermera y
enseguida regresé con Violeta.
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—¿Bueno? —contesté—.
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de que al igual como podía bloquear las visiones que tenía estando
despierto, algún día aprendería a controlarlas estando dormido. Por lo
pronto ya no pude conciliar de nuevo el sueño y de plano mejor me paré
a bañar. Eran apenas las 7 de la mañana y tenía mucho tiempo para
recoger a mi pequeña familia del hospital. Después de desayunar de
inmediato fui a recoger a mi esposa y a Giovanni. Así pensaba ponerle a
mi hijo, como el abuelo de mi madre, que se llamaba Giovanni Corela,
italiano de nacimiento, una autentica leyenda en la familia por su fama
de andariego y mujeriego y que todos cariñosamente le llamaban el
abuelo Juan, por el tenorio. Yo admiraba mucho a mi bisabuelo por las
historias que mi mamá me contaba de él y me pareció un nombre
adecuado para ponerle así a mi hijo. Llegué al hospital y luego de
preguntar por mi esposa e hijo, me informaron que ya estaban a punto
de salir. No esperé mucho en que la viera venir caminando con mi hijo
en brazos y pronto salí a su encuentro.
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Pensé entonces que eso que veía era solo alguna especie de corto
circuito que ocurría en mi mente. Me habían pasado tantas cosas raras
en mi vida, que ya nada me sorprendía. En fin, no le di mucha
importancia a ese hecho y por fin llegó el día del parto. El lunes 21 de
marzo de 1988 por la madrugada, Viole empezó con sus dolores y
enseguida salimos a la clínica donde la atenderían. Como era demasiado
temprano no había mucho tráfico y a pesar que la clínica estaba muy
retirada, llegamos enseguida. Al llegar a la clínica rápido la pasaron a
una habitación para que se preparara. Llegó una ginecóloga y luego de
palparla dijo que ya era inminente el parto. Enseguida la llevaron a la
sala de partos, que era todo, menos un quirófano. Se trataba de un salón
dónde en medio había una enorme tina llena de agua. De inmediato
sumergieron a Viole desnuda en esa tina. Afortunadamente todo el
personal era femenino y así Viole no se sintió tan apenada. Luego la
doctora le dijo que pujara muy fuerte y cuando lo hacía me apretaba las
manos, mismas que yo sujetaba fuertemente estando detrás de ella. Cada
que pujaba le dolía tanto, que me apretaba muy fuerte las manos, sin
embargo mi Viole era tan valiente, que no emitía grito alguno, solo
apretaba los dientes y se ponía colorada.
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Sin embargo tenía la certeza en ese momento que yo era el que había
provocado ese extraño suceso. No imaginaba siquiera que era
justamente mi hija, la que…
Pues no era una casualidad que nos hubiera tocado en un sitio tan
privilegiado, nuestro querido tío sacerdote personalmente había
escogido esos lugares. Así que llegó el domingo 6 de mayo de 1990 y
ahí vamos Viole y yo a conocer a tan ilustre personaje. Estaba tan cerca
la Basílica de Guadalupe de nuestra casa, que nos fuimos caminando sin
ningún problema. Mucho antes de llegar al templo observamos una
verdadera multitud en toda esa zona, pues además de las personas que
trían pase para entrar, también se hallaban reunidas miles de personas
que se conformaban solo con ver pasar al vehículo con el papa dentro de
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—Ya sabes, hijo, lo que tiene que ocurrir, ocurre y ocurre sin remedio.
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—¿De mi papá?
—Si — me contestó—, está entre las nubes, allá en el cielo.
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Luego de abrazarme muy fuerte me dijo que se llevaría a mis hijos para
conocieran a su tío, pues él prácticamente la crió como una hija. Como
era fin de semana, no hubo inconveniente en que se llevara a los niños y
luego de empacar deprisa, los llevé a los tres a la terminal de autobuses
para que hicieran pronto el viaje. Luego de despedirme de ellos y ver
cómo el autobús partía, regresé a casa muy triste. Era la primera vez que
me hallaba solo desde que me casé con mi Viole, sintiendo la casa muy
fría sin la presencia de mi querida esposa ni la algarabía de mis traviesos
hijos. Pero, en fin, era una emergencia y tenía que aguantarme. Durante
la noche vino a mi mente el medallón que me había dado mi padre. Me
hallaba intrigado por saber lo que decían las inscripciones grabadas en
él. Estaba seguro que dichas inscripciones estaba escritas en hebreo y se
me ocurrió ir a una sinagoga para buscar a algún rabino que las
tradujera. Recordando que alguna vez pasé frente a una sinagoga en la
colonia Polanco, al día siguiente fui ahí mismo llevando el medallón. Al
entrar una persona me detuvo y mirándome me preguntó enseguida
extrañado:
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Me indicó con el dedo hacia la parte del fondo del templo donde se
hallaba un anciano de larga barba y extraño sombreo, hincado y
haciendo su cuerpo para adelante y para atrás leyendo un especie de
papiro que estaba sobre un gran atril. No se me hizo prudente de
momento interrumpir su lectura y tomando asiento en una banca esperé
con paciencia a que terminara. Después de un largo rato, al fin terminó
su lectura y luego de enrollar el papiro lo besó y se puso de pié.
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—Creí que este medallón era solo una leyenda, pero veo que si existe.
—¿De qué se trata? —le pregunté intrigado—.
—Dice la leyenda —me empezó a explicar—, que el rey Salomón lo
mandó hacer para darlo al sumo sacerdote que tuviera el don de la
sanación y éste a su vez, lo heredara a algún descendiente con esos
dones. El primer heredero del medallón fue su propio hijo, Roboám y de
ahí pasó de generación a generación hasta llegar a José, padre de Joshua,
éste último también conocido como Jesús de Nazaret. José le pasó el
medallón a su esposa María y ésta pretendió dársela a su hijo Jesús
cuando cumplió 30 años. Pero Jesús no la portó nunca porque le parecía
demasiado ostentosa y se la devolvió a su madre. Después de que
crucificaron los romanos a Jesús, María le entregó el medallón al
apóstol Juan. Y de ahí se perdió toda pista del medallón, hasta ahora,
que lo tengo aquí en mis manos. También dice la leyenda que este
medallón realmente es el santo grial y no como todos piensan que es la
copa donde Jesús bebió en la última cena y José de Arimatea recogió en
ella su sangre.
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…que más tormento que saber cuándo va a morir la madre de uno. Ahí
estaba, tal como lo percibí en la visión de hacía 7 años, yo solo con mi
madre sabiendo que en esa misma noche iba a fallecer. Eran casi las 2
de la mañana, cuando en un instante ella recobró el sentido. Me vio con
ojos muy tristes y yo hincado a sus pies lloraba desconsolado porque
sabía lo que vendría.
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—Te quiero agradecer a ti, Lobo —me decía muy quedito, pues con el
oxigeno que tenía casi no le entendía—, sé que tú has estado en todo
momento conmigo y puedes estar tranquilo porque siempre me
cumpliste…
—Ya, mamá, por favor —la interrumpí porque se estaba esforzando en
hablar—. No digas nada, tú sabes que siempre estaré contigo.
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—¡Lobito, Lobito, despierta! —me sacó Viole del trance al ver que yo
convulsionaba—.
Esta vez quedé muy preocupado, recordando lo que un siquiatra les dijo
a mis padres cuando yo era un niño respecto a que yo tenía una forma de
epilepsia.
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Vi con tanta seguridad a ese siquiatra, que empecé a pensar que tenía
razón. Sin embargo, para comprobar si realmente tenía yo los poderes
que suponía, lo reté para que yo viera su porvenir.
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—Deseo que los estudios sean mañana mismo y quiero que durante la
resonancia magnética esté usted presente para que cuando haya
terminado, usted mismo examine las placas y de inmediato me diga qué
es lo que tengo.
—Desde luego, mi amigo —me tranquilizó—. Una vez teniendo el
resultado en mis manos usted va a ser el primero en saber lo que le
ocurre.
—Muchísimas gracias, doctor —le dije ya más tranquilo—.
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—Para mí va ser un placer estar acompañado por una damita tan guapa.
Y así quedamos, Viole iba a estar presente en los estudios que faltaban y
eso hizo que yo estuviera mucho más sereno y relajado. En ese
momento pensé que ya era hora de decirle toda la verdad a Violeta,
porque para mí era un tormento haber vivido tantos años yo solo con
esta carga que me estaba matando. Qué estúpido había sido, pensaba,
¿por qué no había pedido ayuda médica años atrás para que se acabaran
esas visiones que me atormentaban? De todas formas, no era demasiado
tarde y a mis 45 años nació en mí la esperanza de vivir el resto de mi
vida en forma normal al lado de esa maravillosa mujer que vino a
enriquecer mi vida. Todo lo anterior pensaba cuando caminábamos por
el pasillo rumbo a la sala donde me harían el electro. Estaba realmente
optimista tomado de la mano de Violeta, cuando al fin llegamos al
cuarto donde me harían el estudio.
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Las ondas de los monitores cada vez estaban más extrañas, hasta que
repentinamente del interior del aparato salió un chispazo y las pantallas
se apagaron.
Caminamos uno metros más por el pasillo y llegamos a dicha sala. Pues
ese lugar me impresionó más que el anterior. Había una habitación con
ventanas que daban al aparato de resonancia, mismo que a mí me
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—¿Es normal este ruido? —pregunté muy fuerte en voz alta, algo
desconcertado por lo intenso del sonido—.
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Salimos de la sala del resonador y pronto nos enteramos que había una
falla eléctrica no solo en esa sala, sino en todo el hospital. Se habían
quemado prácticamente todo los circuitos de ese edificio. El Dr. Acosta
estaba más que sorprendido y luego de voltear a verme me dijo
sonriendo:
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—Lo que pasa es que estaba seguro que no me creerías y temí que
pensaras que había enloquecido.
—Bueno —dijo el doctor—, creo que es hora de que dé a conocer al
mundo lo de ese atentado que habrá en las torres gemelas. Con una
alerta estoy seguro que se salvaran cientos de vidas. Además, si la
opinión pública ve que es cierta esa predicción, estarán en alerta de los
demás acontecimientos catastróficos que ha predicho ocurrirán en el
futuro y se salvarán miles de vidas.
—Ya lo hice, doctor, ya lo hice —le respondí con impaciencia—. He
mandado un sinfín de correos electrónicos haciendo la advertencia sobre
el atentado a las torres gemelas, pero como en internet hay tanta basura
y predicciones falsas de gente ociosa, absolutamente nadie cree en que
ocurrirá ese desastre.
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—Está bien, doctor —le contesté—. Pero queda el asunto de qué hacer
para lanzar la advertencia del atentado que ocurrirá en Nueva York.
Porque si pronostico ese hecho y resulta cierto, la gente va a creer en mí
y como usted dice, quizá se salven muchísimas personas de catástrofes
futuras que también he visto que ocurrirán en el futuro.
—Vaya a Nueva York, llévese una lap top y conéctela a la red interna
del edificio para lanzar una advertencia. En otro documento,
independiente a sus memorias, lance una advertencia mencionando que
terroristas estrellarán aviones en las torres y que si quieren salvar sus
vidas no asistan a trabajar el 12 de septiembre…
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Platiqué un rato con ella y luego vi que Giovanni estaba muy serio.
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—Toma, hijita —le dije a la vez que le daba la medalla con la estrella de
David—.
—¡Está preciosa, papá! —me dijo asombrada—. ¿Es la que me dijo mi
abuelito me ibas a dar, no es cierto?
—Así es, hijita —le respondí—.
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Ya más tranquila, Viole me dio luz verde para hacer la reunión. Ese día
era sábado y de inmediato les llamé a todos mis amigos para invitarlos a
mi despedida. A pesar de lo repentino de tal invitación, afortunadamente
todos asistieron. El pretexto de esa reunión sería una despedida por un
supuesto viaje de negocios que haría a Nueva York. Era la primera vez
que reunía a mis dos grupos de grandes amigos: a mis hermanos del
alma de la preparatoria y a mis compañeros de mil aventuras en la
facultad. También invité al menor de mis hermanos, Foquito, con quien
siempre he llevado una relación muy cordial. A su vez, todos llevaron a
sus respectivas parejas. Aunque mi casa es pequeña, ahí todos
estábamos reunidos en el jardín trasero riendo a carcajadas recordando
tantas y tantas cosas que pasamos juntos. Desde siempre, en todas las
reuniones que hacíamos los amigos, Oscar era el encargado de hacer la
carne asada y ese día no fue la excepción, no dejando que nadie tocara
su carne hasta que él mismo la servía. Me sentí realmente feliz rodeado
de toda esa gente que amaba de todo corazón, misma gente que me
brindó siempre toda su comprensión y cariño, no mediando nunca
interés alguno. Creo que bebí demasiado, porque luego me entró una
profunda melancolía recordando todas las cosas que había pasado con
ellos. En un instante me aparté del grupo y los miré a todos departiendo
muy felices, pensando muy en el fondo que tal vez nunca los volvería a
ver. Vino a mí mente luego la imagen de mis padres y de Lobo. Quizá
pronto me reuniría con ellos. Se me hizo un nudo en la garganta y al
notar Viole mi tristeza se acercó a mí y sin mediar palabra me abrazó
con cariño. Solo ella conocía mi misión y me comprendía
perfectamente. No pude contener el llanto y al notar Reynaldo lo que me
pasaba, se acercó y me dijo preocupado:
—Nada, mi buen Rey, lo que ocurre es que estoy más feliz que nunca al
verme rodeado de la gente que más amo en el mundo.
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Memorias de un LOBO
Por Dios santo que sentí en ese momento una energía tan positiva como
nunca antes había percibido, entrando en un llanto sentido de profunda
felicidad pero a la vez de nostalgia por todo lo que había vivido con
ellos. Daba gracias a Dios por tener a esos amigos, que son mis
verdaderos hermanos del alma. Vaya que me dieron fortaleza mis
grandes amigos, pues una vez terminada esa emotiva reunión me sentí
más fuerte que nunca y con la firme decisión de llevar al cabo mi
misión, pasara lo que pasara. Pues en la noche, como me había
aconsejado el doctor Acosta, empecé a escribir mis memorias siendo el
domingo 1° de junio de 2001. Calculaba terminar una semana antes del
atentado, para luego escribir la carta de advertencia que pondré en la red
de cómputo del edificio donde se estrellará el primer avión.
Afortunadamente terminé antes de lo que pensaba, pues prácticamente
dediqué noche y día a escribir todos mis recuerdos, teniendo el doctor
Acosta mucha razón en haberme recomendado hacer tal cosa como
terapia, pues me di perfecta cuenta que la vida que he llevado ha sido en
verdad muy intensa, interesante y enriquecedora, pues así como he
tenidos momentos desgarradores, también abundaron episodios
divertidos y hermosos en mi vida los que ya casi había olvidado.
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Capítulo 10
Diario de un Lobo
Espero que este nuevo capítulo que inicio en mi vida sea muy largo. He
terminado de escribir todo lo anterior hoy, sábado 1º de septiembre
de 2001. Lo que ahora escribo lo hago desde el avión que me llevará a
Nueva York. Pienso escribir con detalle todo lo que haga a manera de
diario, tal como me lo recomendó el doctor Acosta y trataré de hacerlo
mientras lleve a cabo mi plan para que el día que lance la advertencia
lea lo escrito y no se me escape ningún detalle. Tengo 11 días para
planear cómo lanzar esa advertencia el día 11 de septiembre desde el
mismo World Trade Center, un día antes del atentado. A partir de este
momento narraré día a día todo lo que me acontezca. Viole estaba muy
preocupada por el viaje que estoy emprendiendo y quiso acompañarme.
La despedida fue muy emotiva, abrazándonos muy fuerte y llorando
desconsolados. Ya antes le había dicho que esa misión la tengo que
hacer yo solo y creo que me ha comprendió. No quise que fuera al
aeropuerto y me despedí de ella en la puerta de la casa. Luego de un
larguísimo abraso, la miré y le di una memoria USB donde tengo
respaldadas todas mis memorias.
—Cuando leas esto, mi vida —le dije—, sabrás todos mis secretos y lo
que te entrego, es ni más ni menos, toda mi vida. Te suplico que cuando
sepas todo, nunca cuestiones a Dany de un secreto entre ella y yo, te lo
ruego.
—¿Otro secreto? —me preguntó angustiada—.
—Nada de qué preocuparse, mi vida —le contesté—, es solo un pacto
entre mi hijita y yo. Te suplico ya no me preguntes, te entrarás cuando
leas mis memorias.
cómo hacer para que todas las computadoras de la red del piso donde
pondré la advertencia, ésta sea leída por los usuarios de cada terminal.
Tengo unos días para pensar en ello.
16:35 hrs. Estoy ahora en un taxi que me llevará al hotel donde hice mis
reservaciones. Me ha costado una verdadera fortuna hospedarme en ese
lujoso hotel, llamado Hotel Marriott World Trade Center, también
conocido como Marriott WTC 3. Es el hotel más cercano a las torres y
de hecho forma parte del conjunto de un total de 7 edificios. Cuando
hice las reservaciones por teléfono me indicaron que había tenido
enorme suerte pues en unos días una convención de la “National
Association of Businesses Economic” ocupará prácticamente todas las
habitaciones del hotel. Veo por la ventanilla del taxi esta extraordinaria
ciudad y es más hermosa y grandiosa de lo que me había imaginado.
Ahora el chofer ha tomado la avenida Broadway que es enorme y a lo
lejos puedo ver las torres gemelas. Llego al hotel…
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porque me dio un gafete de visitante para subir a ese piso para poder
hablar con ese técnico.
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07:45 hrs. En mis manos tengo la tarjeta del hacker con su nombre y
dirección. El tipo se llama Albert Cramer y se ostenta como experto en
sistemas computacionales. Veo que vive en el Bronx y la verdad no me
atrevo ir a ese barrio. Afortunadamente en la tarjeta viene su teléfono y
trataré en este momento de comunicarme con él para hacer una cita,
aquí mismo en mi hotel.
19.35 hrs. Otro día de gran suerte. Pude platicar con el hacker y parece
que pude hacer lo que le pido. Al llegar a la cafetería de inmediato nos
presentamos y luego de ostentarme como empresario le dije
directamente:
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Memorias de un LOBO
—Lo que ocurre es que quiero darle una sorpresa a mi esposa pues se
acerca su cumpleaños, poniendo un mensaje de felicitaciones en el
servidor para que aparezca esa felicitación en todas las computadoras de
mi compañía. Y como las computadoras de las oficinas tienen antivirus
diversos, quiero que ese virus sea inmune a todos los antivirus
conocidos.
Sentí una cubetada de agua helada cuándo me dijo esa cifra, pero ni
modo, ese gasto vale la pena con tal de salvar a miles de personas. Y así
quedamos, confié en él y le di un adelanto de 500 dólares, quedando en
darle el resto cuando me entregara ese virus el día 7 de septiembre en la
misma cafetería a las 18:00 hrs.
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11:15 hrs. No hay mucho que contar, salvo que me comuniqué con el
hacker para no perderle la pista. Me informó que mi trabajo va en
progreso. Como buen habitante de la ciudad de México, soy muy
desconfiado y me da miedo pensar que ese tipo me pueda fallar. Me la
estoy pasando como león enjaulado y de momento no tengo otra cosa
que hacer, salvo ver la televisión.
17.35 hrs. Hoy tampoco hay mucho que comentar, salvo el hecho de
que el hotel se ha llenado de ejecutivos, pues hoy por la noche da inicio
la convención de la “Association of Businesses Economic” y por ahí
escuché que durará una semana. Es un ir y venir de personas en el lobby
y tanto la cafetería como el restaurante a todo momento están llenos.
Tuve que esperar más de una hora para poder comer. Pienso encargarle
a algún botones que vaya a un centro comercial cercano para que me
traiga pan de caja, jamón y demás aderezos para que aquí mismo me
prepare mis alimentos para no hacer tanta espera en el restaurante.
Además de que me saldrá más económico, no lidiaré con todos esos
pedantes ejecutivos que se creen muy chingones. Me muero de los
nervios en espera de que el hacker me entregue el virus. Estoy pensando
ahora cómo hacerle para que el 11 de septiembre, un día antes del
atentado, pueda acceder a las oficinas de esa compañía de seguros donde
está el servidor en el que intentaré poner el virus con mi advertencia. En
la noche reflexionaré en ello.
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Pues ni modo, de alguna manera tenía que probar ese virus. Primero
trasfirió el virus a mi lap top, poniendo de momento un mensaje que
decía: “Feliz Cumpleaños” y nos dirigimos a ese café internet que él
conoce en la calle Warren, muy cercano al WTC. Llegamos al sitio y vi
que se trata de un local inmenso con más de 100 terminales. Cuando
entramos me dijo el hacker:
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Sábado, 8 de septiembre.
08:40 hrs. A pesar de que el mensaje que redacté es muy breve, pasé
horas pensando muy bien su contenido para que éste sea conciso y
contundente. Primero lo redacté en un documento en Word y ya lo he
transferido como el mensaje que aparecerá en las pantallas dentro de ese
virus. Por esa parte ya estoy tranquilo, solo queda cómo hacer para
acceder al piso 94 en donde está el servidor de la compañía de seguros.
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Me señaló con el dedo hacia una gran oficina, misma que estaba
cerrada. Luego vi que desde la puerta principal entraba un tipo con bata
amarilla portando una lap top y los guardias ni siquiera lo miraron. Era
un técnico de la compañía de servicios computacionales que yo antes
había visitado. Sin mirar a nadie, el de bata amarilla se metió a la oficina
que la secretaria me había señalado. Le hice entonces otra pregunta a la
que me estaba informado:
—¿Ese señor de bata amarilla que entró como si nada a la oficina donde
está el servidor, quién es?
—Es un técnico de computadoras —me contestó—.
—¿Y por qué no lo revisaron los guardias? —le dije fingiendo
ingenuidad—.
—Lo que ocurre —me dijo—, es que los guardias tienen la consigna de
que esos técnicos pasen de inmediato pues cuando vienen, actualizan los
sistemas. Ya usted se ha de imaginar, un servidor tan grande requiere
mantenimiento continuamente.
—¿Y si el servidor requiere servicio fuera de horas de oficina? —le
pregunté nuevamente tratando de sacarle más información—.
—Los guardias están las 24 horas —me contestó— y esos técnicos
pueden acceder a cualquier hora.
Después de darle las gracias a tan gentil dama que me había regalado
tanta información, puse las manos atrás y separándome del grupo de
turistas me fui acercando poco a poco a la oficina donde está el servidor
y al estar cerca abrí la puerta para ver hacia dentro. Vi un gran salón con
varias terminales de computadora en donde estaba un montón de gente
trabajando y en medio, vi una gran pantalla justamente al lado del
enorme servidor y en él trabajando el técnico de bata amarilla. Al fondo
vi enormes ventanales desde donde se ve espectacularmente todo el
norte la ciudad y al lo lejos puede ver al majestuoso Empire State.
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—Está bien, está bien —nos dijo el guía—. Iré a preguntar si hay buen
tiempo allá arriba.
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19:03 hrs. Me tardé más de lo que pensaba pues son muchas las
visiones de catástrofes futuras que vi en mi vida y no quise que se me
escapara ningún dato respecto a los lugares y fechas precisas de esos
acontecimientos. Por más que quise resumir, salieron 4 y media
cuartillas. Pero al fin, creo haber puesto todo. Tengo demasiada hambre
y esta vez iré a algún otro restaurante a comer algo. Me enteré que hay
uno mexicano en la torre sur y no quiero perder la oportunidad de
comer, quizá, mi última comida mexicana.
22:45 hrs. He regresado de cenar. Pedí tacos al pastor y nada que ver.
No hay cómo la comida de mi amado país. Alrededor del WTC hay un
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—Le aconsejo, mi buen amigo, que siga su plan, vale la pena por lo que
todo implica, pero por las dudas le sugiero que la noche anterior al
atentado, haga cuantas llamadas pueda a la policía desde diversos
teléfonos públicos, advirtiendo que en ambos edificios han puesto
bombas. Estoy seguro —continuó—, que inmediatamente evacuarán
ambos edificios y por la mañana no dejarán que nadie entre en ellos.
Me pareció genial esa idea y pienso llevarla a cabo una vez que haya
puesto la advertencia, estando seguro que esas llamadas lograran que
nadie entre a los edificios salvando absolutamente a todos los que
trabajan ahí. Quizás por tanta concentración que he tenido para hacer mi
plan en todos estos días, no he vuelto a tener una sola visión. Pienso
ahora en ese antiguo refrán que dice “no hay mal que por bien no
venga”. Estoy muerto de cansancio e intentaré dormir un poco, porque
mañana mismo muy temprano me colaré en la torre norte, subiré al piso
94 y conectaré mi computadora al servidor para lanzar la alerta. Si todo
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sale bien, el mismo día 12 le hablaré a Viole para que me envíe un giro
pues me he quedado sin dinero. Ahora apagaré mi computadora y la
conectaré al eliminador de baterías para que mañana tenga una carga del
100%.
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08:40 hrs. En este momento conectaré mi lap top a la red del servidor
de esta compañía de seguros para lanzar una advertencia de lo que está
por venir. Es una mañana soleada y por la ventana tengo una vista
ilimitada de Nueva York. Ya está bajando el virus a la red.
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Epílogo
Suscribe de nuevo el reportero que encontró la lap top de Lobo. En
primer lugar, hago una reflexión respeto a esta increíble historia: lo
que tuve la noche siguiente al día de los atentados no fue un simple
sueño. Estoy convencido de que el autor de esas memorias se puso en
contacto conmigo para dar a conocer al mundo lo que está por venir.
Luego de haber leído todo lo anterior ya se imaginará el lector lo
impactado que quedé al conocer esta extraordinaria historia. Hago ahora
un comentario respecto al hecho de que no se haya destruido la lap top
de nuestro personaje después de impactarse el avión. Como en un inicio
señalé, cuando desenterré la computadora, además de estar dañada por
fuera, también estaba teñida en sangre. Lo más probable es que cuando
Lobo vio inminente el impacto del avión que venía de frente, cerró
rápidamente la computadora y luego la abrazó muy fuerte protegiéndola
con su propio cuerpo, quedando éste totalmente despedazado, pero
logrando el objetivo de preservar su equipo. Sabiendo ahora que además
de sus memorias había otros importantes documentos, me aboqué
entonces a revisar nuevamente los archivos contenidos en el disco duro
de la computadora de Lobo para buscar esa carta que contenía la
advertencia que nuestro personaje pretendía poner en la red de cómputo
de la compañía de seguros, misma que no transcribió en sus memorias.
Luego de mucho tiempo de búsqueda encontré al fin esa advertencia.
Dicho documento se titula “A mis amigos neoyorquinos” y se hallaba
también protegido con una palabra clave. Intenté abrirlo primero con la
palabra “LOBO” y nada. Luego puse cuantas palabras se me
ocurrieron, fechas, números y otras muchas claves pensando en lo que
había leído de las memorias y al final se me ocurrió algo obvio, poner el
nombre de su amada: “Violeta” y al fin se abrió la carta. Dicho
documento es muy breve y estaba escrito en ingles. A continuación lo
trascribo, primero tal como lo escribió en ingles y luego su traducción al
español:
Wolf.
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Lobo
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Robert Smith
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