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Memorias de un LOBO

Memorias de un
LOB
Historia basada en hechos reales

Lobo Rabioso
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Memorias de un LOBO

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Memorias de un LOBO

INDICE

 Introducción Página. 7

 Capítulo 1. Mi infancia Página. 15

 Capítulo 2. Mi adolescencia Página. 83

 Capítulo 3. Mi juventud Página. 143

Se pierde el inicio del capítulo 4

 Capítulo 5. Mis días en la facultad Página. 205

 Capítulo 6. Llegó el amor de mi vida Página. 227

Se pierde el inicio del capítulo 7

 Capítulo 8. Llegan mis hijos Página. 333

Se pierde el inicio del capítulo 9

 Capítulo 10. Diario de un Lobo Página. 374

 Epílogo Página. 393

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Memorias de un LOBO

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Memorias de un LOBO

A mi Violeta
del alma

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Memorias de un LOBO

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Memorias de un LOBO

Introducción
08:38 hrs. Afortunadamente todo salió como lo planee. Los guardias de
la entrada solo me saludaron y pasé al gran salón donde está el servidor.
Por fin, estoy sentado en una oficina de la “Marsh USA Agencies”
exactamente en el piso 94 del la torre norte, frente a mi lap top,
escribiendo con detalle lo que ahora hago. Puedo ver a través de la
ventana, donde mañana mismo, día 12 de septiembre de 2001, se
estrellará el primer avión de los terroristas justamente en este piso,
donde estoy ahora mismo. Como antes expliqué, por más mensajes y
advertencias que hice por Internet vía correo electrónico, nadie me tomó
en serio. Recuerdo ahora cómo me decía Jenny en el pasado: “lobo
rabioso" y eso, rabia contenida es lo que tengo en este momento al
pensar en los autores del atentado.

08:40 hrs. En este momento conectaré mi lap top a la red del servidor
de esta compañía de seguros para lanzar una advertencia de lo que está
por venir. Es una mañana soleada y por la ventana tengo una vista
ilimitada de Nueva York. Ya está bajando el virus a la red.

08:46 hrs. Se ha completado la transferencia del virus a la red de la


compañía... por todos los santos. Veo a lo lejos venir de frente un
enorme avión. Santo Dios, me equivoqué por un día. El avionazo es hoy
y es inminente... sabía que no saldría de esta. Espero que alguien
encuentre este equipo para...

Nueva York, enero de 2005

El que suscribe, reportero gráfico de un conocido periódico


neoyorquino, Robert Smith, siente la obligación moral de reportar lo
que encontré hace menos de 4 años en las ruinas de las torres gemelas
un día después de esa tragedia y darlo a conocer a todos los que lo
quieran leer, pues probablemente si lo hubiera hecho en cuanto supe de
él, se habrían salvado miles de personas en un hecho trágico que
ocurrió años después a miles de kilómetros de aquí. El día 12 de
septiembre de 2001, solo un día después de tan trágicos acontecimientos
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Memorias de un LOBO

en las torres gemelas, mi jefe me ordenó cubrir gráficamente todo lo que


en ese momento ocurría. No dudé ni un minuto en ir a cumplir esa tarea,
pues en la torre norte trabajaban muchos amigos míos y en mí, surgió la
débil esperanza de encontrar vivo por lo menos a alguno de ellos. En mi
vida había visto semejante catástrofe. Si para mí había sido terrible
haber sido testigo de lo ocurrido mediante la televisión, pues cuando
ocurrieron los atentados estaba cubriendo un reportaje fuera de la
ciudad, ahora, estando parado en el corazón de Nueva York, frente a esa
descomunal montaña de escombros, lo que observé me dejó impactado.
En los alrededores de la zona devastada vi angustiadas a cientos de
personas con fotografías de sus familiares que estaban dentro de los
edificios al momento del atentado, con la esperanza de que alguien los
reconociera para dar con ellos. Me dirigí luego hacia los edificios
colapsados y como pude, burlando la estricta vigilancia, pues solo
dejaban pasar a personal médico y de rescate, me adentré en los
escombros y me aboqué entonces a mi tarea sacando cientos de
fotografías de todo ese desastre y en ocasiones, al tratar de enfocar con
mi lente hacia alguna parte humana mutilada, se empañaban mis ojos de
llanto al ver toda esa tragedia. Al ser testigo presencial de esa
devastación, perdí por completo la esperanza de encontrar con vida
siquiera a una sola persona. Cuando estaba en la cima de una enorme
montaña de escombros enfocando mi cámara hacia unos pocos arcos
que no se derrumbaron de la fachada de una de las torres, escuche una
fuerte voz de mando que me gritaba:

—¡Usted, el de la cámara, baje de inmediato!

Era un oficial policiaco que lo único que quería era proteger mi


integridad. En mi trabajo uno debe ser más que osado, arriesgando
muchas veces la vida con tal de obtener una buena instantánea. Al
voltear a ver al oficial, empecé a bambolear, pues una piedra rodó bajo
la losa en la que estaba parado provocando que yo cayera
estrepitosamente, rodando más de 10 metros por la ladera de los
escombros. Mi equipo se daño seriamente, pero yo sentí que más dañada
había quedado mi cabeza. Como pude, traté de incorporarme y cuando
estaba recogiendo mis cámaras vi entre los escombros lo que parecía un
pequeño portafolios plateado. Al desenterrarlo descubrí que se trataba

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Memorias de un LOBO

de una lap top la cual estaba muy dañada y manchada de sangre. La


levanté y luego de sacudirla un poco la abracé de inmediato. Pronto
llegaron varios socorristas preguntándome por mi estado. Al ver que
sangraba profusamente de la cabeza se alarmaron y ordenaron que me
sentara. Pronto se abocaron a revisar mis heridas y rápido pararon la
hemorragia. Por su radio portátil ordenaron una camilla y a los pocos
minutos otro par de socorristas llegaron corriendo al sitio. Con mi
equipo y la lap top que había encontrado, me subieron a la camilla
transportándome hasta llegar a una ambulancia, de las que había
docenas cercanas al sitio. Abrasaba fuertemente la computadora portátil
que había encontrado cuando me trasladaban al hospital, pues tenía el
enorme presentimiento que algo importante encontraría en ella. No me
equivoqué al pensar eso, pues efectivamente, la memoria dañada de esa
computadora me revelaría cosas insospechadas. Afortunadamente los
daños en mi cabeza eran pocos comparados a los daños sufridos a mi
equipo y la computadora encontrada, así que en menos de dos horas,
luego de haberme sacado una radiografía de mí cabeza y confirmado
que no estaba fracturado el cráneo, me dieron de alta, prescribiéndome
el médico que me había atendido sólo analgésicos. Con la cabeza
vendada me dirigí de inmediato a la redacción del periódico entregando
4 rollos fotográficos que había tomado con mi cámara convencional,
misma que había quedado prácticamente inservible. También entregué
la memoria de mi cámara digital que contenía más de 200 fotografías.
Al verme el jefe de redacción con la cabeza vendada quedó sorprendido
y de inmediato le conté lo ocurrido, omitiendo el hecho de que había
encontrado la computadora portátil. Dándome una palmada en la
espalda me ordenó que me retirara otorgándome el resto del día libre.
Siendo apenas las 2 de la tarde, me dirigí de inmediato a mi
departamento para tratar de echar a andar la lap top que había
encontrado, muriendo de curiosidad por escudriñar su memoria. Luego
de haberme dado una ducha me aboque a esa tarea. La portátil era de
marca Toshiba y alguna ocasión escuche que las lap top de dicha marca
eran muy aguantadoras resistiendo trato rudo y por ello hacía unos años
me había comprado una semejante, pero para entonces era un poco
obsoleta. Me senté en mi escritorio con ansia y abrí la dañada portátil
intentado prenderla. Al no haber respuesta luego de intentar echarla a
andar, le conecté el eliminador de baterías de mi propia computadora,

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Memorias de un LOBO

que comprobé era compatible con la que había encontrado y por fin
logré que prendiera. En la pantalla de esa computadora apareció primero
la imagen de un enorme lobo como fondo de pantalla y luego se fueron
acomodando poco a poco los elementos del escritorio. Me dirigí de
inmediato al icono de “mis documentos” y ahí encontré muy pocos
archivos, unos con enormes cantidades de fotografías, otros con
artículos médicos. Algunos más contenían expedientes médicos de
pacientes, pero de animales, dejando ver que el dueño del equipo con
toda seguridad era veterinario. Pero lo que más me llamó la atención,
fue un documento protegido con una clave, con el título de “Mis
memorias” que no pude abrir. No sé por qué, pero tenía el enorme
presentimiento de que ese documento revelaría cosas muy importantes
referentes a los atentados. El sistema operativo de la computadora era
Windows en español y todos los documentos de dicho aparato venían
también en ese idioma. Afortunadamente yo domino perfectamente el
castellano pues tengo muchos amigos hispanos en Nueva York. Cuando
intentaba abrir el misterioso documento, de repente la computadora
empezó a lanzar humo de un costado y pronto se difuminó la pantalla.
Desesperado me paré de inmediato y desconecté el eliminador de la lap
top. Soplando fuertemente disipé el humo que aún quedaba dentro de la
computadora y bufando de la rabia me azoté frustrado sobre un sillón
sin dejar de ver la lap top chamuscada. Me resigné a esa pérdida y sin
más, me puse de pie cogiendo el aparato, arrojándolo luego al cesto de
basura que estaba junto a mi escritorio. Fui a comer a un restaurante en
la 5ª avenida sin que de mi mente se apartara todo lo que había visto
cuando estaba sobre los escombros. Por las calles se escuchaba un ir y
venir de ambulancias y patrullas con sus sirenas prendidas. En un
televisor que estaba en el restaurante no dejaban de trasmitir todo el
tiempo lo de esa tragedia y los comensales, con la boca abierta, veían el
televisor como si estuvieran hipnotizados. Una vez que terminé de
comer sentí un horrendo dolor de cabeza y luego de pagar, me dirigí de
inmediato a mi departamento en donde me tomé 2 aspirinas. De
momento, tratando de distraer mi mente en otra cosa, me puse a
escuchar música. Sin sentir pasaron las horas hasta que anocheció.
Teniendo el cuerpo prácticamente molido, decidí meterme a la cama
para tratar de dormir, pues el día siguiente seguramente sería muy
intenso. Sin embargo, de mi mente no podía apartar todo lo que había

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Memorias de un LOBO

visto en la zona cero. Estuve dando vueltas y vueltas en mi cama hasta


que por fin pude conciliar el sueño. De repente, me vi de nuevo sobre
los escombros de los derruidos edificios escuchando solamente un
espeluznante correr del viento. Había una densa bruma, sin embargo, a
lo lejos distinguí una figura humana que lentamente se acercaba. El que
vi era un hombre, quien quedó parado frente a mí mirándome fijamente
a los ojos. Sentí un escalofrío que corría por mi espalda al ver la
penetrante mirada de ese individuo. Luego, sin decir nada, el hombre me
señaló con el dedo hacia mi derecha y al voltear a ver, vi a un enorme
lobo negro rascando entre los escombros. Al acercarme, el animal dejó
de rascar y volteó a verme. Sus ojos eran azules como el cielo, con
expresión adusta y mostrándome amenazadoramente su dentadura.
Luego, ignorándome, continuó rascando hasta que dejó ver de entre los
escombros la computadora que yo antes había encontrado. Cuando la
hubo descubierto, el animal se retiró corriendo perdiéndose entre la
bruma. Me acerqué lentamente y cuando sacaba la computadora de los
escombros, de entre los mismos, en un instante, salió una mano desde
abajo sujetándome fuertemente del brazo.

—¡Demonios! —grité aterrado y chorreando en sudor—.

Había sido una horrenda pesadilla. Aún sintiendo el corazón en la


garganta, prendí la lámpara de mi buró y me senté en la cama. Sin
pensarlo mucho, de inmediato me dirigí al cesto de basura en el que
había arrojado la dañada computadora. La saqué de la basura y la puse
sobre mi escritorio. Luego de mirarla fijamente me pregunté a mí
mismo:

—¿Cómo echaré a andar este maldito aparato?

Esa computadora se me había vuelto una obsesión. Cada vez estaba más
convencido de que dicho aparato guardaba importantes secretos. Luego
de pensar largo rato se me ocurrió algo muy sencillo. De uno de los
cajones del escritorio tomé un desarmador y con cuidado abrí las
entrañas del aparato. Extraje su disco duro y luego de examinarlo noté
que estaba prácticamente intacto. Tomé mi propia computadora y luego
de desarmarla también le extraje el disco duro y afortunadamente ambos

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Memorias de un LOBO

eran compatibles. Conecté el disco duro de la lap top estropeada a la mía


y con ansia volví a armar mi aparato. Quedé satisfecho al observar que
el artilugio que había empleado daba resultado, pues al encender mi
computadora, ahora con memoria ajena, ésta funcionaba. Me dirigí de
inmediato al documento protegido y por más claves que se me ocurrían
no podía abrir ese archivo. Luego, recordando el hermoso animal que
protegía la pantalla se me ocurrió una palabra obvia, “Lobo”.
Inconscientemente puse dicha palabra en inglés: “Wolf”, pero no
funcionó. Luego puse “Lobo” en español y tampoco me dio acceso.
Después de rascarme la cabeza, puse dicha palabra con mayúsculas y
por fin se abrió ese documento. En la primera página de ese documento
venía un enorme título que decía: “Memorias de un Lobo”. Dicho
documento contaba con un poco más de 300 cuartillas. Al ir
desplazando con mi mouse página por página, noté que dicho archivo
estaba dañado, pues en múltiples páginas las letras eran sustituidas por
pequeños rectángulos verticales. Haciendo un rápido cálculo deduje que
se había perdido aproximadamente el 50% de toda la información. Sin
embargo, luego de leer lo que estaba ahí escrito quedé muy sorprendido,
pues en ellas se describía lo de los atentados, pero la fecha indicada en
que ocurrirían los mismos era el 12 de Septiembre. Dicha discrepancia
se explica en las mismas memorias, siendo un terrible error que provocó
la muerte del protagonista de esa historia. Revisando las “propiedades”
de ese documento, quedé muy sorprendido al descubrí que había sido
creado el 1° de junio de 2001 a las 23:31 hrs. y su último acceso había
sido el mismo 11 de septiembre a las 8:46 hrs. ¡hora exacta en que se
estrelló el primer avión! Al leer a grades rasgos lo escrito en ese
documento, descubrí que lo que intentaba hacer el hombre que escribió
esas memorias era advertir a los ocupantes del edificio. Pretendía
conectar su lap top en la red interna de cómputo de varios pisos
avisando de los atentados, mismos que supuestamente serían un día
después de la advertencia, con otro documento aparte de esas memorias,
avisando con él lo que vendría. Pero obviamente se había equivocado
por un día, quedando atrapado al ser sorprendido prematuramente por el
atentado. Todo eso me dejó muy sorprendido, pero más perplejo quedé
al leer que a lo largo de esas memorias se describía un enorme
fenómeno que ocurriría en diciembre de 2004, pronosticando un
catastrófico maremoto que devastaría gran parte de las costas del

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Memorias de un LOBO

océano Índico. Había además, otras predicciones de catástrofes futuras,


que ocurrirían en diferentes continentes, pero la última tendría una
connotación mundial y devastadora. Temiendo perder esa información,
de inmediato introduje una memoria USB a mi computadora
respaldando ese documento. Ya más tranquilo, empecé a revisar página
por página, leyendo sin parar toda la noche. Descubrí que todo ese
escrito eran unas verdaderas memorias de un personaje que sufrió
intensamente por poseer un don que le atormentó toda su vida, teniendo
visiones de grandes catástrofes que ocurrirían en el futuro y la muerte de
familiares y amigos, las cuales, por más que lo intentaba, nunca pudo
evitar. Durante largas horas de lectura fui descubriendo a un personaje
realmente extraordinario, que pasó por momentos desgarradores, pero
también vivió episodios realmente jocosos y divertidos que me hicieron
reír como nunca. Pero lo que me dejó más impresionado al seguir con la
lectura, fue el haber descubierto que ese personaje tenía poderes
paranormales insospechados. Inicialmente no le di mucha importancia a
esas supuestas predicciones y poderes mentales del personaje, pues en
realidad era un escéptico de todo lo paranormal. Olvidé prácticamente
todo ese asunto, hasta que luego de unos años llegó la fatídica fecha de
diciembre de 2004, misma en que ocurrió el devastador maremoto que
causó cientos de miles de muertes en las costas del océano Índico,
quedando yo verdaderamente impresionado y con un fuerte
remordimiento de conciencia por no haber ni siquiera comentado con
alguien lo que en ese misterioso documento se pronosticaba. Luego de
leer esas memorias, en ellas se mencionaba la existencia de otros 2
documentos importantes que busqué con afán en el mismo disco duro de
la computadora dañada y afortunadamente pude hallarlos. Sin embargo,
el más importante de ellos estaba totalmente dañado y el que nuestro
personaje iba a lanzar como advertencia a los ocupantes de las torres
gemelas lo encontré íntegro, mismo que daré a conocer más adelante.

Hoy, iniciando el año de 2005, como un deber de conciencia, presento a


continuación lo que pude rescatar de ese documento, trascribiendo las
memorias de dicho personaje. En ocasiones el lector notará que ciertos
pasajes no están completos pues, como antes lo mencioné, la memoria
de la computadora que encontré estaba dañada. Cuando ello ocurra,
simplemente lo haré saber poniendo “se pierde un fragmento” y en

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Memorias de un LOBO

ocasiones haré algún comentario. Sin embargo, a pesar de que falta más
del 50% de la información, creo haber rescatado la esencia de toda esa
extraordinaria historia, pues afortunadamente las fracciones perdidas no
le quitan coherencia ni continuidad a dichas memorias. Si en sus manos
están estas memorias, prepárese entonces a conocer una increíble y
extraordinaria aventura, que presento ahora para quitarme un enorme
peso de encima, que no me ha dejado estar tranquilo desde que descubrí
su contenido.

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Memorias de un LOBO

Memorias de un
LOB
Capítulo 1
Mi Infancia
Loescribo
aquí escrito son las memorias de mis más importantes recuerdos. Lo
ahora porque siento que pronto perderé la razón y antes de
que eso ocurra deseo rescatar mí esencia en ellas. En verdad, aún ahora,
teniendo 45 años de edad, no sé si en realidad estoy o no loco.
Emprenderé, presiento, la última aventura de mi vida tratando por
última vez de vencer al destino. Si no sobrevivo a lo que aparentemente
es inevitable, dejo a la posteridad estas memorias esperando que alguien
alguna vez las lea. He aprendido a saber que lo que tiene que ocurrir,
ocurre y ocurre sin remedio. Sin embargo, si lo aquí escrito sirve para al
menos salvar algunas vidas, no será en vano lo que a continuación
narro: una historia aparentemente increíble pero cierta, que no intenta
otra cosa que prevenir sobre algunas cosas que están por venir. Así que
inicio con lo más recóndito de mi memoria, de hace más de 40 años,
cuando apenas tenía 3. Justamente, mis más remotos recuerdos son
cuando tenía 3 o 4 años. Es increíble, pero desde esa temprana edad
intuí que no era como los demás. Veía y escuchaba cosas que otros no
podían. Mi primer vago recuerdo es estar viendo una sombra frente a mi
cama, que era muy borrosa y me hablaba, pero por mi temprana edad,
no comprendía lo que decía. Me aterraba ver esas sombras y siempre
cuando las veía, apretaba fuertemente los ojos y luego de abrirlos,
desaparecían. Nunca me dejaron esas sombras durante toda mi infancia
y al correr el tiempo cada vez se fueron haciendo más y más nítidas,
pudiendo ver almas en transición o atrapadas en el limbo con mucha
nitidez e incluso interactuar con ellas. Sin embargo, después de mi
adolescencia, desaparecieron. Una excepción ocurrió cuando ya era
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Memorias de un LOBO

adulto, enfrentándome a un ente maligno y liberando a dos almas


perdidas que tenía como rehenes. Miedo, eso sí, miedo es lo que más
recuerdo al ver esas almas en pena cuando era niño. Nací en diciembre
de 1956 en la ciudad de México. Soy el 4º de 5 hermanos varones. Mi
hermano mayor me llevaba 9 años, el que seguía 7, el siguiente 4 y por
último, mi hermano pequeño yo le llevaba 4. Una enorme familia, típica
en esos días. Mi padre, hijo de españoles judíos era en verdad un genio.
Habiendo terminado solo la primaria era un ingeniero en electrónica
autodidacta. Aprendí mil y una cosas de él y luego me enteré que
también tenía curiosos dones, los cuales, creo, herede multiplicados. Mi
madre, mi queridísima madre, una verdadera santa abnegada de su
marido e hijos, era hija de una descendiente de italianos y su padre era
un recio ranchero, que vivió su infancia en plena revolución mexicana.
Mi madre cocinaba como los ángeles. Jamás en la vida probé guisos
más exquisitos que los que hacía ella. Mamá fue guía, maestra y tutora
de mi vida, de recio carácter pero de alma bondadosa. Recuerdo la
austeridad en que vivíamos, sin embargo considero que la mía, fue una
familia feliz. En 1961, cuando yo tenía 5 años, mi padre obtuvo un
crédito bancario y de inmediato compró un terreno en un poblado
cercano a la ciudad. Ahí construyó la que seria mi querida casa. En esa
casa sentaría raíces, las que creo, quedaron ahí, muy profundas
enterradas el triste día en que partí, estando seguro de que parte de mí se
quedó en ella. Luego de unos meses, cuando llegamos a nuestra nueva
casa, ésta era solo una obra negra y la repentina mudanza ocurrió porque
mi padre ya no podía pagar la renta de la enorme casa en donde
vivíamos. A esa corta edad para mí, pues estaba a punto de cumplir
apenas 6 años, todo lo que ocurría fue una verdadera aventura, pues el
poblado donde vivía carecía de pavimentación, banquetas, luz eléctrica
y agua. Nos abastecía de ese vital líquido un aguador mudo, quien con
zendo madero a cuestas y atado a cada extremo un cubo, hacía varios
viajes para llenar un enorme tambo. Mi mamá cada tercer día calentaba
agua en ollas de peltre para que nos bañáramos utilizando jícaras, pues
tampoco los baños estaba terminados. En ese apartado pueblo sin luz
eléctrica nos encantaba jugar por las noches en la calle a las canicas
alumbrándonos con velas. Mi segundo hermano mayor era mi héroe,
pues se ostentaba como campeón de canicas de todo el pueblo. No había
quien le ganara, embolsándose una enorme cantidad de canicas que les

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Memorias de un LOBO

ganaba a sus oponentes. A solo media cuadra de la casa había un


panteón y una antiquísima iglesia y acompañado de un nuevo amigo que
vivía junto a mi casa, llamado Carlos, nos metíamos al cementerio a
jugar entre las tumbas. Pasadas las nueve de la noche a lo lejos
escuchaba el llamado de mi madre:

—¡Hijo, ya es hora de merendar!

Regresaba corriendo a casa, pues esa hora era mi favorita. Café con
leche y rico pan de dulce merendábamos todas las noches y en la mesa,
muy juntitos reunidos platicábamos mil cosas casi a obscuras. Recuerdo
bien a mi pequeño hermano, que en ese entonces tenía solo un año de
edad. Mi obligación luego de la merienda era mecer su cuna hasta que
quedara dormido. En ocasiones de mal humor cumplía esa tarea y
fueron varias veces que al mecerlo tan fuerte, mi hermano caía al suelo.
Y buena surra me ponía mi madre luego de haberle sobado el chipote a
mi hermano. El pobre continuamente tenía chipotes colorados en la
cabeza y por eso desde niño lo apodamos “foquito”. Respecto a ese
curioso apodo, recuerdo que ya siendo adolecente mi hermano, lo
vacilábamos diciéndole que no era hijo de nuestro padre, sino de Tomás
Alva Edison. Al principio nuestra casa por las noches se iluminaba con
quinqués, unas curiosas lámparas de petróleo con mecha de tela y
cubiertas de un capelo abierto de vidrio. En ese entonces había muy
pocos vecinos y al observar la falta de energía eléctrica se organizaron
poniendo en las calles postes de madrera improvisados, con los que se
“colgaban” de un tendido eléctrico ubicado en una gran avenida cercana
al pueblo. Nosotros no éramos la excepción, pues contábamos con
nuestros propios postes improvisados, con su respectivo cableado para
tener un poco de energía eléctrica. Recuerdo que cuando por las noches
teníamos un poco de energía eléctrica, que apenas alcanzaba para
encender tímidamente una bombilla, de repente se cortaba la energía. Y
eso significaba que alguien nos estaba robando nuestro cableado.
Cuando eso ocurría, mi padre y hermanos mayores salían corriendo para
ver quién era el ladrón que se llevaba nuestro cable. Un día mi padre
llegó un poco más tarde de su trabajo trayendo un curioso aparato.

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Memorias de un LOBO

—Es un regulador para aumentar el voltaje —nos explicó—, con él


tendremos por las noches un voltaje normal.

Bien, pensamos todos, al fin veremos televisión por las noches. A


propósito, mi padre construyó el televisor que teníamos, que carecía de
gabinete, dejando ver tras de sí el cinescopio, bulbos y cableado. Con
ese aparato tuve en el futuro una extraordinaria experiencia que más
adelante narraré, misma que cambió por completo mi vida. Esa noche
nos reunimos todos frente al televisor conectado al enorme regulador y
luego de realizar las conexiones respectivas, mi papá muy ceremonioso
nos preguntó:

—¿Están listos?

Y todos con ansia le dijimos que sí. Al prender el regulador se hizo la


luz en la casa, luz brillantísima como nunca había visto y el televisor
funcionando perfectamente. Pero no ocurría lo mismo en las casas
vecinas, en las que el voltaje bajó tanto por el “jalón” que dio el
regulador de papá, que todas quedaron a obscuras. Por varias semanas
disfrutamos viendo tele todas las noches e ignorando los vecinos lo que
ocurría, pasaron todos esas mismas noches a obscuras. Luego de unas
semanas, al fin el gobierno instaló oficialmente luz eléctrica al poblado,
así como pavimentación, agua potable, drenaje y hubo líneas
telefónicas. Luego de pocos años el pueblo fue prácticamente absorbido
por la mancha urbana citadina, formando mi barrio una colonia más de
la inmensa ciudad de México. Volviendo a esos días, justamente en la
esquina de la manzana donde vivíamos, mi abuelo paterno construyó
una granja de pollos. Me encantaba ir a visitarlo, pues era de los pocos
adultos que realmente me hacían caso y tomaba en cuenta, escuchando
mis problemas y contándome extraordinarias historias que me
fascinaban. La granja para mí era inmensa, con centenares de adorables
pollitos amarillos, haciendo gran escándalo piando, apiñonados en
grandes retenes redondos e iluminados en las noches y días fríos con
calentadores de gas puestos justo arriba de ellos. Triste fue el día, que
luego de preguntarle a mi abuelo para qué tenía encerrados a tantos
pollitos, me dijo en realidad cual era su triste destino. He de comentar
que dese ese día decidí nunca más comer pollo, sin embargo en el futuro

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Memorias de un LOBO

cercano estuve obligado a consumirlo de nuevo, debido al arribo de uno


de los personajes más importantes en mi vida. Y cuando...

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa...

...mucho miedo sentí nuevamente, pues las sombras habían vuelto. Casi
las había olvidado, pero esta vez me armé de valor y traté de hablar con
ellas. Después de un día muy tenso para mí, pues me acababan de
inscribir a un jardín de niños que no me gustaba, por la noche estaba
muy inquieto. La casa en que vivíamos era enrome. Mis padres tenían
una gran habitación al fondo y cada uno de los 5 hermanos asimismo,
teníamos una propia. Desde que tengo memoria así ocurrió siempre,
estando acostumbrado desde pequeño a dormir solo. Esa noche mi
corazón latía rápidamente y no podía conciliar el sueño. Una
característica que recuerdo anunciaba siempre la próxima presencia de
esas sombras, era el hecho de que un poco antes de aparecer, a lo lejos,
o a veces cerca, se escuchaba el aullar de perros. Esa noche no fue la
excepción, pues a lo lejos escuche el lastimoso aullido de un perro. Poco
después apareció frente a mí una sombra que me decía:

—Niño, niño, ¿puedes verme?

Estaba aterrado, cerrando fuertemente los ojos y abriéndolos de nuevo


para ver si el espectro desaparecía. Pero no, esta vez no despareció la
sombra, ahí estaba de nuevo. Aún estando paralizado por el terror, no sé
cómo, pero articule palabras preguntando:

—¿Quién, quién eres?


—Vivía yo muy cerca de aquí y no encuentro a mi hijo —me contestó—
y no puedo ir a buscarlo dónde lo perdí, porque la mujer que nos mató
no me lo ha permitido.
—Yo no he visto a nadie —le dije—, por favor váyase de aquí.
—¡No, no, no! —dijo la sombra desesperada, difuminándose
enseguida—.

Sentí que el corazón se me salía del pecho por el miedo, pero luego me
tranquilicé poco a poco estando seguro que por lo menos esa noche no

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Memorias de un LOBO

volvería a ver nada. Al día siguiente mi mamá me llevó al jardín de


niños municipal ubicado a solo una cuadra, justamente detrás del
cementerio. Yo era el más pequeño de entre todos los niños y al ser
diferente por ser muy blanco, era muy popular entre las niñas. Pero no
así entre los varones, quienes me maltrataban y hacían travesuras todo el
tiempo. Aquella escuela tenía altísimos techos y en algunos salones
junto a las puertas se distinguían largas manchas negras ahumadas.
Había un niño enorme y gordo que en particular me molestaba,
dándome un zape en la cabeza cada vez que me encontraba y cuando
quería robaba mi almuerzo. La maestra, llamada Martha, era una
solterona mal humorada que todo el día fumaba y cuando me quejaba de
ese gordo abusivo con ella, nunca me hizo caso.

—Maldito gordo —pensaba—, algún día me vengaré de ti yo solo.

No tardé mucho en vengarme de ese fastidioso gordo, haciéndole más


adelante una monumental travesura. Pasaron unas semanas y una noche
de nuevo escuché el lastimoso aullar de un perro, pero en esta ocasión,
demasiado cerca. Tan espeluznante era ese aullido, que esta vez mis
padres se pararon de la cama prendiendo todas las luces.

—¿Estas bien? —me preguntó mi padre al encender la luz de mi cuarto


y luego de decirme eso se escuchó nuevamente el aullido—.

No solamente nuestra familia despertó al escuchar tan lastimoso


lamento, sino que muchos vecinos, incluso salieron a la calle para ver lo
que ocurría. Al día siguiente en todo el barrio surgió el rumor de que un
verdadero lobo rondaba por el cementerio. Por lo menos una vez a la
semana se escuchaba por las noches el aullar de ese animal, quien
efectivamente, se encontraba en el panteón cercano. Una noche me
escapé para ver si era cierto lo del lobo y acompañado de Carlos nos
adentramos al cementerio después de las 10 de la noche. Al caminar
entre las tumbas no veíamos nada, pero de repente vimos una sombra
obscura que se meneaba. Al ver esa sombra que se movía entre la
bruma, nos escondimos tras una tumba y quedamos a la expectativa.
Luego se distinguió claramente la silueta de un enorme perro que se
echó sobre una tumba.

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Memorias de un LOBO

—¿Qué hacemos? —me pregunto en secreto mi amigo—.


—Vamos a acercarnos —le dije—, hay que ver que hace ahí ese perro.

Poco a poco nos acercamos y de repente el animal se puso de pie frente


a nosotros y entre la oscuridad, solo se distinguieron unos enormes ojos
azules, una blanquísima y amenazadora dentadura canina y se escuchó
un fiero gruñido. No sé por qué, pero no me dio nada de miedo. Carlos,
en cambio, salió despavorido del sitio.

—Calma, bonito —le dije serenamente al perro—, no te haré daño.

Pronto dejó de gruñir y moviendo la cola se acercó a mí dejando que lo


acariciara. Ese que custodiaba la tumba era un hermosísimo perro negro
con ojos azules. Sin embargo estaba muy flaco y su pelaje sucio y
opaco. Luego de ese encuentro, todas las noches sin excepción, le
llevaba de comer lo que sobraba en la casa y a los pocos días el perro se
puso más hermoso de lo que estaba adquiriendo el peso adecuado. Me
intrigaba el hecho de que por las noches no se separaba de esa tumba,
quedando dormido sobre ella. Un viernes por la noche cuando el perro
aullaba lastimosamente, salí de la casa y corrí al panteón para ver lo que
le ocurría. Al llegar frente a él, éste seguía aullando fuertemente sin que
respondiera a mi llamado.

—¿Qué tienes, bonito? —le preguntaba intrigado sin que el perro me


hiciera el menor caso—.

En eso, sentí un escalofrío en la espalda y luego escuché tras de mí una


fuerte voz que decía:

—¡Tranquilo, Lobo, tranquilo, ya estoy aquí!

Al voltear a ver quién hablaba, quedé paralizado al distinguir claramente


un espectro, pero esta vez perfectamente definido, siendo un hombre
bien vestido, de barba, canoso y de mediana edad. Se me quedó mirando
fijamente a los ojos y luego me preguntó intrigado:

21
Memorias de un LOBO

—¿Puedes verme, niño?


—Y también escucharlo —le contesté—.
—Quiero que me hagas un favor, niño —me dijo el espectro—, no
puedo irme a descansar porque Lobo no me deja ir.
—¿Así se llama el perro? —le pregunté—.
—Así es, muchacho —me contestó—, no solamente así se llama, en
realidad es un verdadero lobo.

Me dio un vuelco al corazón al leer la descripción de ese animal, era


idéntico al de mi sueño. La narración continúa:

—¿En verdad es un lobo? —le pregunté intrigado—.


Luego de un silencio, el hombre me explicó que lo había comprado
clandestinamente siendo un pequeño cachorro de 2 meses. Y lo había
comprado porque simplemente le había parecido muy hermoso. Luego,
con el pasar del tiempo se convirtió en el compañero de su vida, pues
poco después de haberlo adquirido enviudó quedando solo en el mundo.
Sus hijos lo traicionaron despojándolo de su dinero y pertenencias
dejándolo en banca rota, quedando como único y fiel compañero aquel
noble animal. Me contó que luego de unos años su propio hijo le había
quitado la vida para despojarlo de lo poco que le quedaba, pero que el
lobo le hizo justicia al matar sin piedad al que lo había asesinado. El
pobre animal, tanto lo amaba, que luego de su muerte no se separó de la
tumba donde se hallaba enterrado.

—Por eso te quiero pedir este favor, niño —me siguió explicando—,
quiero que te hagas cargo de Lobo porque no me puedo ir a descansar
viéndolo como sufre.
—¿Y si Lobo no quiere ir conmigo? —le pregunté angustiado—.
—No te preocupes —me respondió—, solo estaba esperando a alguien
que lo amara y creo haberlo encontrado. Anda, puedes llevártelo ahora.
Pero sigue este consejo —me siguió explicando—, a nadie le digas que
es un lobo. Di simplemente que es un pastor alemán negro ¿de acuerdo?
—Está bien, señor —le dije—, ahora Lobo será mío, le prometo
cuidarlo siempre.

22
Memorias de un LOBO

El espectro se inclinó hacia Lobo y luego de cuchichearle al oído, éste


simplemente se difuminó. Me acerqué y acariciando su cabeza el animal
simplemente movió la cola, a la vez que yo le decía:

—De ahora en adelante tú serás el compañero de mi vida.

Y efectivamente, Lobo fue mi compañero fiel y guardián por más de 10


años, queriéndolo tal como si fuera un hermano. Ahora había un
problema. A mi madre nunca le gustaron las mascotas y menos a una tan
enorme como Lobo. Esa noche lo metí de contrabando a la casa
esperando que al día siguiente mamá lo aceptara. Me escurrí a
hurtadillas a mi cuarto metiendo a Lobo entre mis cobijas quedando
ambos rápidamente dormidos. Al día siguiente desperté siendo aún de
madrugada con tremenda comezón. Estaba lleno de ronchas y al
rascarme desesperado descubrí bajo mis calzoncillos sendas pulgas que
me picaban. Lobo estaba totalmente infestado de esos bichos y a mí
también me habían invadido. Afortunadamente era sábado y todos en la
casa nos levantábamos tarde. Tras la casa, que aún estaba en obra negra,
había también en construcción un pequeño departamento que yo había
convertido en mi refugio secreto. Ahí llevé a Lobo y me di a la tarea de
espulgarlo minuciosamente, sacando metódicamente una por una cada
pulga que encontraba, metiéndola con cuidado a un pequeño frasco de
vidrio. Por mucho tiempo estuve espulgando a Lobo, hasta que por fin,
aparentemente ya no tenía ninguna. El pequeño frasco en que había
recolectado ese mundo de pulgas estaba casi lleno. Algo tenía que hacer
con ellas. Pronto se me ocurrió qué hacer con tantas pulgas, reservando
esa idea para el lunes, cuando fuera a la escuela. Por lo pronto estaba el
asunto de hacer que mi mamá aceptara a mi nueva mascota. Como yo
también estaba infestado de pulgas me metí solo a bañar. Tuve que
hacerlo con agua fría pues ese día no tocaba baño y no hubo quien la
calentara. Casi desmayo al quedar paralizado sintiendo el agua helada,
pero ni modo, era un sacrificio por mi pobre Lobo. Una vez sin pulas me
puse ropa limpia y antes de echar la ropa sucia y mis sábanas al cesto de
ropa sucia, la fumigué con insecticida, con una de esas viejas bombas
con émbolo. Casi me ahogo en la maniobra, quedando yo mismo
fumigado en la inmensa nube que había creado con el insecticida.
Siendo apenas las ocho de la mañana de ese sábado, se empezaban a

23
Memorias de un LOBO

levantar todos. Fui a la cocina y robé una pieza de pollo, un pan de


dulce y un vaso con leche llevándolo como desayuno a mi Lobo. Le
indiqué que ahí permaneciera e increíblemente se quedó en ese sitio sin
moverse. Yo siendo tan joven, quedé impresionado ante la inteligencia
de ese animal. Fui a desayunar y cuando llegué al comedor ya todos
estaban sentados. Mamá me preguntó intrigada:

—Y ahora, tú, ¿por qué tienes el pelo mojado?


—Es que me lavé la cara —le dije—, porque pasé calor por la noche.
—Mira, chamaco, mejor siéntate —me contestó—, no sé que voy a
hacer contigo.

Me cuentan que yo era muy travieso y de eso se quejaban los vecinos y


mis profesores. Por eso comprendo a mi pobre madre pues le hice ver
las suyas con mi conducta. Estando todos desayunando empecé con mi
táctica para que mis padres aceptaran a Lobo.

—¿Sabes, mamá, que todos los vecinos tienen perro? — le pregunté—.


—¿Y qué con eso? —me respondió—.
—Ah, pues es necesario tener uno —le dije—, para que cuide la casa.

Mis hermanos me apoyaron, pues desde hacía mucho también querían


tener una mascota. Mi padre intervino diciendo:

—Creo que tiene razón Fernando, como aún no hemos bardeado la


propiedad, un perro sería útil para cuidar la casa.
—¡Ya viste, ya viste! —le dije emocionado a mamá—. Yo ya he
encontrado uno que será nuestro guardián.

Casi se atraganta mi madre al escuchar lo que le decía, diciéndome


enseguida:

—¿Cómo que ya encontraste uno?


—Sí, mamá —le dije—, uno enorme y bien educado, que come muy
poquito —mentí en lo último, pues Lobo tragaba como náufrago—.

24
Memorias de un LOBO

Todos en la mesa se me quedaron mirando y mi hermano mayor me dijo


disgustado:

—Y ahora qué demonios te traes, enano —así me apodaban mis


hermanos—.
—Pues eso, que ya tenemos perro —respondí—.
—A ver, enano, ¿dónde está tu enorme perro? —me retó mi hermano—.

Y sin contestarle a él nada, simplemente grité hacia el departamento


donde lo tenía escondido:

—¡Lobo, Lobo, ven pronto!

Como un fantasma llegó corriendo el enorme animal y luego se sentó


junto a mí, quedando toda la familia petrificada.

—Les presento a Lobo —les dije—, él será el guardián de la casa.


—¿De donde sacaste a esa bestia? —me preguntó disgustada mi
madre—.
—Un señor me lo regaló —le contesté enseguida—.
—Bueno, bueno —dijo mi padre—, se queda el perro, pero en el patio,
no lo quiero ver dentro de la casa ¿entendiste?
—Claro, papá, claro —le respondí—, yo me encargaré de que nunca
pise dentro de la casa, lo prometo —mentí de nuevo, pues Lobo siempre
durmió en mi cuarto—.
—¿Y que va a comer ese animal? —preguntó mi madre muy
mortificada—. Ni piensen que yo le voy a guisar y menos tenemos
dinero para croquetas.
—No te preocupes, mamá —le contesté—, Lobo come de todo y se
conformará con lo que sobre de la comida —también en eso me salí con
la mía, pues en un futuro mi mamá se encariñó tanto con Lobo, que le
preparaba su propia comida especial—.

Y para que a mi nuevo amigo nunca le faltara la comida, volví a comer


pollo para que siempre hubiera huesos disponibles para satisfacer su
insaciable apetito. Una vez aceptado oficialmente, todos los hermanos lo

25
Memorias de un LOBO

acariciamos y el animal feliz y emocionado empezó a aullar dejándonos


a todos impresionados.

—¿Y eso? —preguntó mi madre asustada—, juraría que es el aullido de


un lobo.

Mi mamá, por haber vivido su infancia en un apartado rancho conocía


perfectamente al aullido de un lobo. Y para que quedaran todos
tranquilos, con ambas manos cerré el hocico de Lobo a la vez que decía:

—Cómo crees, mamá, éste es un pastor alemán —riendo todos a


carcajadas, al ver que aún con el hocico cerrado, se escuchaba un aullido
apagado, inflando el animal los cachetes al seguir con su lamento—.

Ese mismo día bañé a Lobo con un jabón anti pulgas y ya seco quedó
increíblemente hermoso, con su fino pelaje reluciente. Con el dinero que
había ahorrado de mi mesada lo llevé a vacunar, acompañado de mis
hermanos. Al entrar a la clínica el joven veterinario quedó impresionado
ante la belleza de Lobo, quedando literalmente con la boca abierta.

—Qué animal más hermoso —comentó el médico y preguntó luego—:


¿Es un pastor belga, no es cierto?

Mi hermano mayor se me quedó mirando, para preguntarme luego:

—¿Qué raza es tu perro, enano?


—Es un pastor alemán —contesté muy seguro—.

Pues así quedó asentado en su carnet. Lobo se portó de maravilla al ser


vacunado.

—Qué valiente y noble es este animal —comentó el veterinario luego de


haberlo vacunado sin ningún problema, sintiéndome yo muy ancho,
como padre orgulloso de un buen hijo—.

Estaba feliz de tener a Lobo como amigo y ese fin de semana la


pasamos jugando sin parar. El domingo por la noche, luego de habernos

26
Memorias de un LOBO

acostado, escuche unos curiosos golpeteos bajo mi cama. Me paré


extrañado y luego de prender la luz me asome para ver de qué se trataba.
Ahí estaba el frasco repleto de pulgas que había recolectado de mi Lobo.
Las pobres pulgas apretujadas, no dejaban de brincar provocando esos
curiosos golpeteos dentro del frasco. Casi las había olvidado, pero buen
destino tenía para ellas. Al día siguiente me llevaron como de costumbre
al jardín de niños y cuando fue la hora del recreo, sigilosamente me
introduje al salón de clases y me dirigí al lugar del gordo que siempre
me molestaba. Con cuidado abrí su mochila, saqué el frasco repleto de
pulgas y cuando me disponía a vaciar todos los bichos a la mochila de
ese niño, sonó el timbre que ponía fin al recreo y al verme sorprendido,
sin querer tiré todas las pulgas al piso. Salí corriendo del salón para que
no me vieran escondiéndome tras un gran macetón. Luego de que todos
los niños entraron yo me metí con sigilo tratando de evitar el sitio donde
se hallaban todas las pulgas tiradas. Tomé mí mochila y me fui a sentar
hasta el fondo del salón. Estaba a la expectativa, con enorme miedo de
lo que pasaría. Pronto vi que los niños cercanos al “accidente” se
empezaban a mover insistentemente. Luego ese movimiento se volvió
frenesí al empezar a rascarse desesperadamente y al acercarse la maestra
para ver lo que ocurría quedó pasmada al ver que el piso estaba repleto
de pulgas brincando.

—¡Salgan, salgan todos rápidamente! —gritó desesperada la maestra, a


la vez que empezaba a rascarse bajo el vestido por las pulgas que ya se
le habían subido—.

Al salir del salón no aguantaba la risa, refugiándome nuevamente tras el


macetón tapándome la boca para que no se escucharan mis carcajadas.
Toda la semana cerraron la escuela pues la tuvieron que fumigar por esa
plaga inesperada. La semana completa estuve en casa, pasándola feliz
jugando con Lobo. Una tarde a media semana mi mamá estaba
platicando en la sala con una vecina, justamente madre de mi gran
amigo Carlos. Yo con sigilo me acerque para escuchar lo que decían,
pues a veces, más bien casi siempre, mi mamá platicaba de lo mal que
me portaba. La vecina comentaba lo hermosa que estaba una enorme
planta de sombra que tenía mamá en la estancia.

27
Memorias de un LOBO

—Que bonita planta tiene, comadre —le decía la vecina a mamá—,


¿dónde la compró?
—Pues me la trajeron hace años del rancho, comadre —le respondió
mamá—, se llama “planta elegante” y ya tiene más de 10 años conmigo.

Efectivamente, desde que tengo memoria siempre tuvimos esa planta. Y


luego de más de 40 años, la planta aún seguía viva. Y continuó contado
mi madre:

—Esa planta, comadre, es muy peligrosa, pues su sabia huele


aparentemente muy rico, pero una sola gota provoca una irritación en la
lengua parecida a piquetes de agujas y una gran irritación de garganta
que no se quita en semanas.

—¿Para que dijiste eso, mamá? —comenté entre dientes—.

Había puesto en mis manos un arma letal que muy pronto usaría. Por la
noche, me paré con sigilo y corté un pedazo de hoja de esa planta y la
lleve a mi cuarto. Encendí la luz y luego de olerla quedé extrañado. Se
la di oler a Lobo y éste estornudó 3 veces. Olía muy curioso, una mezcla
rara entre verdura y fruta, pero muy agradable. Corte un pedacito de la
hoja y la puse en la punta de mi lengua. Casi grito al sentir una increíble
picazón tremendamente dolorosa. Toda la noche me la pase babeando,
parándome cada rato a enjuagarme la boca por la intensa picazón que
me daba. Quizá por la dosis tan baja que había probado, al día siguiente
habían desaparecido los síntomas. A la mente se me ocurrió algo muy
grande que hacer con esa planta. Reservé esa idea para el siguiente
lunes, día en que nuevamente iría a la escuela. Maquiné un plan bien
estructurado para ese día. Estaba cerca el día de mi venganza contra ese
gordo que tanto me molestaba. Por la mañana del lunes, mi mamá, como
siempre, puso en mi lonchera una cantimplora con agua de limón y una
torta de jamón y queso. Antes de salir de casa, arranqué una tierna hoja
de la planta peligrosa y luego con tijeras la recorté al tamaño de la torta,
agregándola como ingrediente especial de la misma. En el recreo, el
gordo me dio un zape en la cabeza y luego de arrebatarme mi lonchera
me hurtó mi torta. Vi cómo ese abusivo hacía lo mismo con otros niños
y luego se fue a sentar a una banca para comer lo robado. Quedé a la

28
Memorias de un LOBO

expectativa viendo cómo ese gordo uno por uno se comía los
emparedados, esperando impaciente que se comiera el “premiado”.
Cuando le tocó el turno al emparedado especial, solamente le dio una
mordida y se paró a escupir el bocado lanzando luego un grito
desesperado.

—¡Me quema, me quema! —gritaba llorando y bailando haciendo


dolorosos gestos—.

Luego tomó una botella que llevaba con agua y pronto bebió como
desesperado y luego de hacerlo quedó babeando en forma abundante sin
dejar de dar gritos desaforados. Todos los niños se arremolinaron
alrededor de él burlándose con sonoras carcajadas. Y yo también,
muriendo de la risa estaba, viendo cómo sufría ese gordo abusivo. Tan
grave se puso, que lo tuvieron que hospitalizar por varias semanas, sin
saber los médicos lo que le había ocurrido por los extraños síntomas que
sufría. Así de travieso era y entre toda mi familia, tíos, primos, abuelos
y demás parientes, a pesar de ser yo tan pequeño, tenía fama de
tremendo. En una ocasión utilicé a mi pobre Lobo para hurgar una
tremenda travesura. No recuerdo por qué motivo mis padres y hermanos
salieron en una ocasión a alguna visita y me dejaron solo encargado con
una tía.

—Chamaco deja, no toques, no hables… —me decía—.

Ya me tenía harto la dichosa tía. Yo acostumbrado a hacer de las mías y


una señora gruñona que apenas conocía me reprimía. Hurgué entonces
una venganza digna de mi propia fama…

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa...

...ya me había advertido mi padre que tuviera cuidado con ese aparato,
pero yo necio, tenía que averiguar por qué salía esa curiosa chispa. Una
tarde cuando me hallaba solo en casa, desenchufé la clavija del televisor
para después desconectar el tapón del bulbo de alto voltaje, tal como a
veces lo hacía mi padre para verificar la potencia de ese accesorio.
Luego volví a conectar el enchufe y también, como lo hacía mi padre,

29
Memorias de un LOBO

tomé una varilla de plástico acercándola al tapón de salida de ese bulbo,


viendo cómo salía una gran chispa azul y escuchándose un curioso
zumbido. Luego se sentía que se me paraban los cabellos y en el
ambiente se percibía un raro aroma. Mi papá me había dicho alguna vez
que cuando se genera una chispa eléctrica se produce ozono y ese gas
posee un característico olor. Pues si, olía muy raro.

—¿Qué pasará si en vez de esa varilla de plástico acerco un


desarmador? —me pregunté a mí mismo—.

Mi intuición me decía que no lo hiciera, pero lo hice. Acerqué un


desarmador por su parte metálica al bulbo y rápidamente la chispa saltó
hacia la herramienta, pero la corriente brincó a mi brazo, cayendo yo
fulminado por el alto voltaje. Ahí fue cuando empezaron las visiones
que toda la vida me persiguieron, pues inmediatamente después de
haber recibido esa descarga de alto voltaje, por mi mente corrieron
escenas que nunca había visto, desordenadas y caóticas, pero muy
nítidas. Las veía como si en mi frente, por dentro, hubiera una pantalla
de cine. No sabía que era todo eso que veía y en ese mismo momento
suponía que solo estaba soñando. Corrían sin parar esas escenas, hasta
que sentí que me sacudían. Al abrir los ojos vi a mi madre llorando y
poco a poco empecé a escuchar lo que decía:

—¿Qué te ocurre, hijito, qué tienes? —me decía desesperada mi madre


al verme ahí tirado, inconsciente y con los cabellos parados—.

Siendo esta vez sincero, le conté a mamá lo que realmente había


ocurrido y luego del susto que le había provocado, ahora venía el regaño
de siempre. Me llevó al médico, quien no le dio mucha importancia a
ese hecho, recetándome solo aspirinas. Por la noche vino el regaño de
mi padre, que esta vez fue muy severo conmigo dándome sonoras
nalgadas. Me fui llorando a mi cuarto sin merendar como castigo y
estando a solas con Lobo, éste solo lamía mi mano como si me
consolara. No podía conciliar el sueño pensando en lo que había visto
cuando estaba inconsciente después de aquel brutal choque eléctrico.
Cuando empezaba a conciliar el sueño, corrían de nuevo esas escenas y
yo me despertaba agitado sin comprender nada de lo que veía. Al volver

30
Memorias de un LOBO

a dormir, vi como en sueños a mi padre llorando y junto a él un féretro


abierto. Al asomarme para ver quien era el muerto, vi a mi abuelo ahí
inerme acostado. Desperté sintiendo que el corazón se me salía del
pecho. Yo quería mucho a mi abuelo paterno y de hecho era el único
que me quedaba. Por eso, ese sueño me había resultado espantoso. Al
siguiente día a la hora del desayuno le pregunté muy serio a mí padre,
que aún estaba enfadado conmigo por ser yo tan desobediente:

—¿Oye, papá, el abuelo está muy viejito?


—¿Por qué lo preguntas? —me contestó mi padre muy serio con otro
cuestionamiento.
—Nada —le dije—, es que tengo miedo que un día se muera.

Me volteó a ver y luego de sonreír, me acarició la cabeza y me dijo para


que estuviera tranquilo:

—No, hijo, no te preocupes, tu abuelo aún está muy fuerte y estará con
nosotros por mucho tiempo...

No acababa de decir eso, cuando de repente suena el teléfono, sintiendo


yo un vuelco en el corazón presintiendo algo muy malo. Contestó de
inmediato mi padre y luego de unos momentos colgó el teléfono y al
voltear vi cómo le escurrían lágrimas.

—¿Mi abuelito? —le grité llorando a mi padre y él solo asintió con la


cabeza—.

Al llegar mi mamá y ver que lloraba mi padre, le preguntó angustiada lo


que ocurría. Pronto mi papá le informó que su padre había fallecido de
un repentino infarto y luego de decir eso me volteó a ver extrañado.
—Qué curiosa coincidencia —le comentó mi padre a mamá—, me
acababa de decir Fernando que tenía miedo que mi padre muriera.
Efectivamente, mi padre tomó lo que le había dicho como una curiosa
coincidencia. Sin embargo yo estaba seguro que había visto lo que
pasaría antes de que ocurriera. Casi a diario veía en mi mente cosas
extrañas que no comprendía. Ya luego con el tiempo aprendí a discernir
y descifrar las visiones, que a veces eran de un futuro inmediato y otras

31
Memorias de un LOBO

muy lejanas en el tiempo, tanto, como la que tuve de una gigantesca


bola de fuego que caía en...

En esta parte quedé intrigado con esa visión, pero afortunadamente


más adelante nuestro personaje narra con detalle lo de ese
acontecimiento. Se pierde un fragmento y luego continúa...

...estaba muy inquieto y nervioso y Lobo gruñía constantemente.

—¿Qué te ocurre, Lobo, por qué no te duermes? —le dije, pero Lobo
seguía gruñendo y muy alterado—.

Pasada la media noche a lo lejos se escuchaba el aullar de muchos


perros y a no ser porque enseñé a Lobo a no aullar cuando se lo
ordenaba, estaba seguro que él también lo hubiera hecho. Apareció
frente a mí una sombra pequeña que poco a poco se fue definiendo.
Lobo estaba enfurecido, sin embargo yo lo contenía. Eso que apareció
frente a nosotros era un niño como de 10 años. Se nos quedó mirando y
luego preguntó angustiado:

—¿Han visto a mi mamá? Es que no la encuentro.


—No, no le he visto —le contesté y luego le hice una pregunta—, ¿tú
quién eres?
—Soy Marcos —me contestó— y mi mamá es la portera de la escuela.
—¿Qué escuela? —le pregunté intrigado—.
—Del jardín de niños —respondió— y ahí yo te he visto...

Y de repente, así como había llegado, el pequeño espectro se difuminó


enseguida. Quedé muy intrigado con todo eso y al día siguiente en la
escuela le pregunté directamente a la maestra:

—Disculpe, señorita Martha, ¿en esta escuela hay conserje?


—Hace unos 5 años había un matrimonio que cuidaba la escuela —me
contestó con su habitual cigarro en la mano—, pero creo hubo un
accidente, no sé cuál y desde entonces ya no se ha contratado a nadie.
Ahora yo soy la que me quedo a dormir aquí, para cuidar la escuela.
—Ah —le dije—, ¿y usted conoció a esa familia?

32
Memorias de un LOBO

La maestra se me quedó mirando y luego de dar una fuerte inhalación a


su cigarrillo y arrojar la bocanada de humo, me contestó malhumorada:

—Sí, pero yo no sé nada de ellos, ya no me preguntes —retirándose


enseguida—.

Alguien me tenía que sacar de dudas. Sin embargo nadie sabía nada de
esa misteriosa familia. Se me ocurrió entonces algo que creí era lo
obvio, preguntarle directamente al fantasma llamado Marcos. Por la
noche empecé a hacer lo que nunca antes había hecho: Invocar a un
espíritu. Cerrando los ojos y concentrándome empecé a decir en voz
alta:

—“Marcos, Marcos, ven aquí”...

Me dio un vuelco el corazón al escuchar de repente el aullar de perros


abriendo de inmediato los ojos, los que supongo, deben haber estado
desorbitados. Esta vez Lobo quedó en silencio, ya se había
acostumbrado. Pronto apareció el niño y yo con ansia le pregunté
enseguida:

—¿Sabes que estás muerto?


—Ya lo sé —me contestó—, pero no encuentro a mi mamá.
—Antes de que te vayas —le dije—, cuéntame ¿qué les ocurrió?
—Una noche —me dijo—, que mi padre borracho nos dejó encerrados
con llave a mi mamá y a mí, la maestra que ahí trabajaba arrojó una
colilla de cigarro por una rendija en la parte más alta de un muro. La
colilla, pronto encendió unas cajas de viejos libros que estaban ahí
almacenados, se inició un incendio y mamá y yo morimos horriblemente
quemados.

Quedé azorado al escuchar esa historia, preguntándole enseguida:

—¿Sabes cómo se llama la maestra que arrojo la colilla encendida?


—Martha —me dijo—, se llama Martha y ella nos mató.

33
Memorias de un LOBO

Y luego en forma angustiada siguió diciendo:

—¡Pero no encuentro a mamá, no la encuentro! —difuminándose


enseguida—.

Comprendí todo lo ocurrido. Aquella sombra que hacía meses se me


había aparecido preguntado por su hijo, seguramente era la madre de
Marcos. Y no podían descansar en paz porque simplemente no se
encontraban. La maestra había sido la culpable de esa tragedia y yo
tenía que averiguar todo lo ocurrido. Al día siguiente, durante el recreo,
le pregunté al mozo encargado del aseo, hombre mayor pero no viejo,
con una prótesis de palo y con cara de melancolía:

—Oiga señor, ¿usted sabe si aquí hubo algún incendio?


—Si, niño —me respondió—, hace más cinco años se quemó gran parte
de la escuela, es por eso que ciertos muros aún se pueden ver ahumados.
—¿Y sabe si alguien murió en el incendio? —le pregunté enseguida—.
—Sí, muchacho —me contestó—, por desgracia murió la portera y su
hijo.

Entonces era cierto lo que me había contado Marcos. Una vez más, en el
recreo siguiente, me confronté con la maestra preguntándole de nuevo:

—Oiga maestra ¿es verdad que aquí murieron una señora y su hijo?
—¿Quién te dijo eso? —me pregunto con ojos llenos de ira—.
—El mozo, maestra —le dije enseguida—, pues le había preguntado de
las paredes ahumadas y me contó lo que pasó hace cinco años.
—Pues sí niño —me dijo—, aquí murieron esas personas, pero no sé
más detalles.
—Yo sé todo lo que pasó, maestra, todo —le dije muy seguro—.
—¿Qué quieres decir con eso, chamaco? —me preguntó a la
defensiva—.
—Pues sí, maestra —le dije— sé que usted provocó el incendio con una
colilla de cigarro.

Recuerdo perfectamente la mirada de esa señora al escuchar lo que le


dije. Quedó estupefacta pues ese secreto solamente ella lo conocía. Ya

34
Memorias de un LOBO

no me dijo nada, solo se retiró y durante la clase no emitió palabra


alguna quedando frente a su escritorio muy callada, fumando y con la
mirada perdida. Después de ese día nunca más volví a ver a dicha
maestra, misma que al siguiente día desapareció sin despedirse siquiera.
No pasó más de una semana, cuando por la noche nuevamente apareció
frente a mi cama lo que tanto miedo me daba. Esta vez eran dos
espectros juntos. Reconocí de inmediato a Marcos y junto a él la señora
que hacía meses me había hablado. Ya Lobo estaba acostumbrado a ver
esas cosas y luego de bufar solo recostó su cabeza en la almohada.

—Solo venimos a darte las gracias, niño —me dijo la señora teniendo
cogido de la mano al niño—.
—¿Qué me agradecen? —le pregunté intrigado—.
—Hiciste que la mujer que nos mató saliera de ese sitio —me
contestó—, en donde morimos horriblemente quemados.
—¿Y eso, qué? —le pregunté—.
—La presencia de esa señora —me contestó el espectro—, impedía que
me reuniera con mi hijo y no podíamos pasar al más allá porque
estábamos atrapados en el inframundo. Gracias, muchas gracias —me
siguió diciendo a la vez que lentamente ambos se difuminaron—.

Quede muy impresionado con todo eso que había pasado.


Posteriormente cuando...

Se pierde un fragmento y luego continúa...

...el maldito gordo había regresado, pero esta vez más delgado y con
cara demacrada. Ese día en el recreo se acercó a mí, confrontándome
directamente.

—Sé que tú le pusiste algo a la torta que me hizo daño —me dijo muy
enfadado— y ahora me las pagarás todas juntas.

Cuando estaba a punto de lanzarme un golpe a la cara, quedó paralizado.


Detrás de mí se escuchó un fiero gruñido. Era Lobo, que estaba
enfurecido por la amenaza que me hacía el gordo niño.

35
Memorias de un LOBO

—A ver —le dije al gordo—, atrévete a pegarme.


—Pues sí me atrevo —me dijo, a la vez que me agarraba de la ropa y
me jaloneaba—.

Lobo se lanzó enfurecido derribándolo enseguida, quedando abajo


tirado el gordo abusivo con cara de espanto. Lobo le gruñía al niño,
escurriéndole baba sobre la cara y este solo murmuraba:

—Por favor, ya quítamelo, quítamelo—.


—Lámele la cara, Lobo —le dije a mi mascota y así lo hizo Lobo,
dejando la cara del niño empapada—.
—¡Ya ya, por favor, quítamelo de encima! —decía angustiado el
abusivo niño—.
—¡Ya vete a la casa, Lobo! —le ordené a mi mascota, obedeciéndome
enseguida—.

Nuevamente se juntaron todos los niños a reír a carcajadas, viendo cómo


ese niño abusivo había quedado, con la espalda polveada y orinado del
susto. Nunca más me volvió a molestar ese abusivo y cuando veía que
quería pasarse de listo con algún otro niño yo me acercaba y
simplemente le decía:

—O lo dejas en paz, o llamo a mi perro —retirándose enseguida con la


cabeza agachada—.

Pronto termino el ciclo escolar y por fin empezaron las vacaciones.


Cabe mencionar que yo adoraba las vacaciones, pues me levantaba
tarde. La verdad siempre odié las escuelas y simplemente las odiaba
porque no me gustaba que un extraño me ordenara. Vale la pena incluir
una curiosa anécdota que también ocurrió por esos días, justamente en
las vacaciones, antes de entrar a la primaria. Frente donde vivía, había
una viejo caserón, que ahí ya estaba mucho antes de que llegáramos al
pueblo. En esa casa había un porche que daba a la calle y sobre él una
vieja mecedora. A veces veía a un anciano ahí sentado que me saludaba
cuando yo llegaba de la escuela. Ahora, estando de vacaciones se me
ocurrió un día ir a platicar con él. Pasaron varios días sin que viera al
anciano, pero un día lo vi de nuevo, saludándome efusivo desde su

36
Memorias de un LOBO

mecedora agitando la mano. Me acerqué y no sé por qué, pero Lobo no


me siguió ese día, quedándose sentado solo viendo cómo me acercaba al
anciano. Cuando estuve frente a él le saludé enseguida:

—Buenas tardes, señor —le dije—, ¿cómo ha estado?


—Bien, niño, bien, —me contestó—, aquí tomando el fresco.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó—.
—Fernando —le respondí—.
—Ah —me dijo—, así se llamaba mi padre, yo me llamo Hilario. Pero
ahora dime —me siguió diciendo—, ¿te gustaría escuchar historias
fantásticas?
—¡Claro! —le respondí emocionado—, me encantan los cuentos
fantásticos.

Por esos días, todos los domingos por las tardes pasaban por televisión
un popular programa que se llamaba “Teatro Fantástico” que a todos los
niños nos fascinaba, con un estrafalario conductor conocido como
“Cachirulo” que a veces narraba y otras veces actuaba en las que en esa
época me parecían historias increíbles. Tenía yo una gran imaginación y
la idea que un nuevo amigo me contara historias me parecía fabulosa. Y
así fue, cada que veía que el anciano Hilario estaba en su mecedora yo
me acercaba y éste me contaba historias que me dejaban emocionado.
Sentía una gran simpatía por ese anciano, pues me recordaba mucho a
mi abuelo. En ocasiones veía a mi madre que por la ventana me
observaba y yo solo la saludaba con la mano, quedando de nuevo
extasiado por todo lo que me platicaba el anciano. Uno de esos días,
cuando me hubo contado una de sus curiosas historias, el anciano se
puso serio y me preguntó enseguida:

—Nando —así me decía—, ¿me podrías hacer un enorme favor?


—¿Qué desea, señor? —le pregunté intrigado—.
—Fíjate que hace años —me empezó a contar— yo subía al cerro de
enfrente —señalándolo con el dedo— y ahí enterré una cajita metálica
en la que guardé unos documentos.

Luego guardó silencio y al ver que yo lo miraba con mucha atención


siguió diciendo:

37
Memorias de un LOBO

—En esa cajita también hay 9 moneditas de oro que quiero


obsequiártelas.

Guardó nuevamente silencio don Hilario, sonriendo abiertamente al ver


la cara de azoro que supongo debo haber tenido y me siguió diciendo:

—Pero quita esa cara de espanto, Nando, ahora escucha cómo encontrar
esa caja.

Y me dio todas las pistas y señales de cómo y dónde encontrar esa


dichosa caja:

—Mira, sube al mirador y donde veas un árbol inclinado dirígete por un


sendero que está junto a él. Ese camino te llevará hasta una enorme roca
enterrada —me explicó con minuciosidad—, luego camina hacia arriba
y voltea constantemente hacia el pueblo. Cuando veas que aparece la
cruz de la iglesia, ahí detente y justo donde estés parado escarba un poco
y ahí encontrarás la caja a poca profundidad.

Al ser muy temprano, ni tardo ni perezoso corrí a mi casa y busque una


pequeña pala que estaba en el taller de papá. Luego me dirigí al cerro
cercano y siguiendo perfectamente las instrucciones de don Hilario
pronto encontré dicha caja. Con ansiedad la abrí y en ella encontré una
pequeña bolsa de piel y dentro de ella estaban, como me lo había dicho
el anciano, justamente 9 moneditas de oro. Dentro de la caja había
muchos papeles en sobres sellados y aunque yo era demasiado curioso,
los dejé intactos y luego de cerrar la caja bajé del cerro para llevarle a
don Hilario lo que me había encargado. Cuando llegué a su casa, don
Hilario no estaba en su mecedora y entonces toqué con ansia la puerta
para entregarle lo que me había pedido. Salió enseguida una señora que
de inmediato me preguntó:

—¿Qué se te ofrece, niño?


—Busco a don Hilario —le dije—, me encargó que le trajera esta caja.

38
Memorias de un LOBO

La señora se me quedó mirando y luego vi claramente cómo se le


humedecía los ojos de llanto, a la vez que me decía:

—¿A qué estás jugando, niño? Mi papá falleció hace más de 10 años.

Se me heló la sangre y se me puso la piel de gallina al escuchar lo que


me decía esa señora. Sin embargo yo sabía perfectamente lo que había
ocurrido. Por eso Lobo nunca se quiso acercar al anciano, éste era un
espectro.

—Bueno —le dije a la señora—, de todas maneras le dejo esta caja.

La señora intrigada recibió la caja y luego de sacudirle el polvo que aún


tenía quedó muy sorprendida a la vez que me decía:

—Esta caja era de mi padre ¿de dónde las has sacado?


—Me la encontré por ahí enterrada —le dije—.

Lugo de destapar la caja y abrir un sobre sellado, la señora entró en


franco llanto, pero a la vez también sonreía.

—¡Estos son, estos son! —decía emocionada —¡Estos son los papeles
de las cuentas bancarias de papá que no encontrábamos!
—Gracias, niño —me dijo la señora—, por fin podré recuperar lo que
nos dejó nuestro padre en los bancos, gracias.

Estaba complacido por haber logrado una buena obra, pero a la vez muy
triste, pues estaba seguro de que no volvería a ver a don Hilario, mi
viejo amigo. Como prueba de todo eso que ocurrió, quedaron las
monedas de oro que me había regalado, mismas que he conservado toda
mi vida. Sin embargo ese encuentro tuvo una enorme repercusión en mi
vida. Justo al día siguiente en el que había entregado esa caja metálica,
mi mamá me preguntó preocupada:

—Oye, hijo, ¿por qué pasas horas, sentado en el porche de los vecinos
ahí solo?

39
Memorias de un LOBO

Creí oportuno en esta ocasión contarle a alguien todo lo que me ocurría


y quizá mi propia madre me comprendería.

—Desde que tengo memoria —le dije—, puedo ver gente muerta y
enfrente platicaba con una anciano que ha muerto desde hace 10 años.

Mi madre puso pronto expresión extraña, poniendo su mano en mi


frente y quizá temiendo que tuviera fiebre me preguntó preocupada:

—¿Te sientes bien, Fernando?


—Ya sabía que no me creería —pensé—, ahora le tenía qué contarle
todo.

Y así fue, le conté que también podía ver a veces cosas extrañas que
pasaban por mi cabeza y que claramente había visto a mi abuelo muerto
antes de que falleciera. Mi mamá muy sorprendida y con los ojos muy
abiertos escuchaba lo que le decía sin decir nada. Luego de haberme
desahogado, mi madre empezó a llorar abrazándome muy fuerte
acariciando mi cabeza.

—Todo va a salir bien, hijito —me decía—, todo saldrá bien.

Por la noche, al llegar papá, mi madre le cuchicheó al oído y ambos se


encerraron a platicar a su cuarto. Luego de un rato vi salir a mi padre
con expresión preocupada y acercándose a mí, me dijo muy serio:

—Así que puedes ver a los muertos, ¿no es cierto?


—A veces, papá, a veces —le respondí—.
—Mira, hijito —me dijo—, mañana vamos a ir a ver a un doctor que
comprenderá lo que te ocurre y nos aconsejará que hacer para que ya no
veas esas cosas ¿de acuerdo?
—Está bien, papá —le dije muy seguro, pues yo era el más interesado
en dejar de tener esas visiones que me atormentaban—.

Efectivamente, al día siguiente por la tarde mis padres me llevaron con


un doctor. Me resultó ese doctor muy raro, pues no tenía bata blanca
como los doctores que me atendían cuando yo enfermaba y su

40
Memorias de un LOBO

consultorio parecía más bien una oficina. Luego de tomar asiento mi


madre le explicó lo que me ocurría y después les indicó que lo dejaran
solo conmigo.

—A ver, amigo —me dijo una vez que quedamos solos—, cuéntame lo
que puedes ver.

Y le conté todo lo que podía ver siendo muy sincero con él. Después de
contarle todo, el doctor les indicó a mis padres que de nuevo pasaran y
luego de sentarse les preguntó el galeno:

—¿Su hijo ha recibido algún golpe en la cabeza?

Y mi madre muy segura le contestó:

—Para nada, doctor, para nada.


—Espera, espera —dijo mi padre—, hace unos meses Fernando recibió
una descarga eléctrica de alto voltaje, que lo dejó inconsciente.
—Eso podría explicar todo —reflexionó en médico—.

La conversación que continuó luego, no la recuerdo para nada, pues a


esa edad y hablando con tanto tecnicismo, para mí lo estaban haciendo
en chino. Sin embargo aquí reproduzco lo que me contó mi madre
cuando yo ya era adulto, de esa conversación que en ese tiempo para mí
fue muy extraña.

—¿Entonces, nuestro hijo no tiene esquizofrenia? —preguntó mi


padre—.
—No, señor —le respondió el doctor—, ahora le explico; esa descarga
eléctrica seguramente afectó al lóbulo temporal derecho, mismo que
controla los pensamientos abstractos y místicos. Lo que su hijo tiene —
siguió exponiendo—, es una extraña forma de epilepsia...
—Pero si Fernando no ha convulsionado, doctor —replicó mi madre—.
—Mire, señora —le dijo el médico—, en la epilepsia no siempre se
convulsiona. A veces ocurren esos ataques que todos conocemos, pero a
veces solo hay ausencias con lagunas mentales. Otras veces, raras por
cierto, en vez de ocurrir ausencias, durante le etapa de crisis el paciente

41
Memorias de un LOBO

alucina. Eso le ocurre por ejemplo, a los místicos que ven apariciones de
vírgenes o santos.
—Eso explica todo —comentó mi padre, para preguntar luego—: ¿Y
ese tipo de epilepsia qué tiene mi hijo, se cura?
—Solo se pude controlar —le contestó el médico—, sin embargo
considero que el caso de su hijo no es grave.

Además el médico me mandó sacar una radiografía del cerebro por si


había alguna lesión visible con los rayos “X” y afortunadamente todo
salió normal. Vi a mis padres más tranquilos luego de la conversación
que tuvieron con el médico y más al saber que en la radiografía no hubo
algo anormal. El doctor solo me mandó un medicamento contra
convulsiones, que tomé por mucho tiempo durante el cual ya no vi ni
escuché nada extraño. El médico les indicó a mis padres que si aún con
el medicamento persistían las alucinaciones, sería necesario hacerme un
electroencefalograma, pero nunca me lo sacaron. Me sentí aliviado de
haberme librado de los muertos que veía y más porque había dejado de
ver tantas cosas extrañas que por las noches pasaban por mi mente. Sin
embargo, también desaparecieron mis sueños normales y por las
mañanas amanecía aún somnoliento sin recordar haber tenido algún
sueño. Estando ya de de vacaciones, estas las disfruté a lo grande,
jugando todo el día con Lobo, que nunca se cansaba. Pasaron más
rápido las vacaciones de lo que yo hubiera querido, llegando el fatídico
día en que por primera vez iría a la primaria. Me inscribieron en una
escuela católica muy estricta para puros varones, teniendo cómo
maestras a monjas vestidas de pingüino. Al iniciar las clases me tocó
como maestra a sor Raquel, monja malvada con pobladas cejas y bigote
que me recordaba a Cantinflas. Era muy fea por cierto, pero muy
varonil.
—¡Escuincle infame! —fueron las primaras palabras con las que por
primera vez se dirigía a mí esa monja—. ¡No escribas con esa mano,
que es del demonio! —me decía—.

Yo era zurdo y para esa loca, la mano que usaba era del diablo. Desde
ese día la citada monja, cada que estaba en clases, me obligaba a cerrar
el puño izquierdo y me lo vendaba muy apretado para que no usara esa
mano, obligándome a escribir con la derecha. Siendo sincero, a final de

42
Memorias de un LOBO

cuentas y pasado los años, muy en el fondo le agradecí a esa loca monja
haberme obligado a escribir con la mano derecha, pues gracias a eso me
volví ambidiestro. Así como odiaba la escuela, más aún odiaba a la
iglesia, pues me obligaban mis padres a asistir cada domingo a misa,
que para mí era verdadera tortura siendo yo tan inquieto. Las misas
duraban para mí una eternidad y cada que podía, fingía estar enfermo
los domingos para no asistir a ellas. Y yo pensaba que como castigo de
Dios, también tenía que asistir a la escuela, donde las dichosas monjas
nos obligaban a rezar a diario. La educación que recibí en esa escuela
era en verdad valiosa, pero lo que no me gustaba era que la materia de
religión obligatoriamente se cursaba. Era absurdo lo que nos enseñaban,
pues de un libro de religión, teníamos que aprendernos de memoria,
palabra por palabra, lo que ahí estaba escrito. Recuerdo perfectamente
que el libro consistía de un cuestionario con sus respectivas respuestas
que debíamos saber de memoria, so pena de recibir un reglazo en la
mano si fallábamos por una sola palabra. En esos días los castigos
físicos eran comunes y lo peor de todo, es que dichas reprimendas
físicas eran abaladas por los propios padres de familia, quienes también
habían sido educados con la filosofía de que “la letra con sangre entra”.
Efectivamente, durante los primeros años de la primaria no era raro que
algún alumno sangrara por los severos castigos que nos infligían los
profesores. Casi al término del curso teníamos que habernos aprendido
todo el libro completo de religión, con más de 100 preguntas. Era
necesario saberlo porque de ello dependía el hacer la primera comunión.
Cómo yo no había aprendido ni la mitad del cuestionario, me retenían
por las tardes y un sacerdote nos hacía estudiar una por una todas las
preguntas y respuestas al pie de la letra.

—Dime, muchacho —me dijo en alguna ocasión el cura cuando me


preguntaba—, ¿quién es Dios? —la primer pregunta del cuestionario—.
—Dios es el creador de todas las cosas —le respondía—, el cual es
nuestro padre amado...
—¡No, no, no...! —gritaba el padre enfadado—, se dice: el cual es
nuestro santísimo padre amado... —leyendo el padre, palabra por
palabra lo que decía el libro—.
—¡Con un demonio! —pensé— me había equivocado en una sola
palabra.

43
Memorias de un LOBO

Ahora, venía el respectivo castigo, diciéndome el cura golpeador:

—A ver, muchacho, pon la mano —golpeando la palma de la misma


con una dura regla de madera—.

Yo aguantaba el llanto solo por orgullo y me retiraba al salón de


castigos a seguir memorizando el cuestionario. Dentro de ese salón
había más de 50 niños castigados, leyendo en silencio tratando de
memorizar las preguntas. Cuando algún niño creía que ya había
memorizado todo el cuestionario, se paraba en silencio y se dirigía
donde estaba el gruñón sacerdote para decirle que ya estaba listo. Casi
siempre, no pasaban más de 10 minutos en que el que había osado creer
que ya sabía todo, regresaba llorando y sobándose la mano, tomaba de
nuevo asiento para seguir leyendo el libro en silencio. Así pasó más de
una semana y solo 2 o 3 niños habían superado la dura prueba,
obteniendo un pase, con el que ya podían continuar con la siguiente
fase, que consistía en un curso intensivo de catecismo y una vez
habiéndolo aprobado, se podía al fin hacer la primera comunión.

—Uf ¡qué fastidio! —pensaba— todo lo que me faltaba.

Cierto día cuando tenía ganas de orinar, me paré con disimulo y cuando
me dirigía al baño, vi entreabierta una puerta escuchando tras de ella
curiosos y extraños ruidos. Me acerqué y al abrir la puerta enorme
sorpresa me llevé al descubrí al padre sobre una monja y ésta con la
sotana levantada. El susto de su vida se llevaron ese par al verse
sorprendido.

—¡Ya los vi, ya los vi! —grité a propósito para vengarme del odioso
sacerdote que tanto ya me había golpeado—.
—¡Espera, por favor, espera! —me gritó el sacerdote fajándose los
pantalones y cerrando la puerta—.
Estaba el sacerdote en mis manos y sin piedad empecé a martirizarlo
diciendo:

—Le voy a contar lo que vi a todos, ya lo verán.

44
Memorias de un LOBO

—Por favor, hijo —me rogó el padre—, no le digas a nadie, pídeme lo


que quieras.
—¿Ah, sí? —le dije—, ¿lo que quiera? —insistí—.
—Si hijo, lo que quieras, solo pide —contestó el cura más tranquilo con
nerviosa sonrisa—.
—Pues nada más quiero mi pase para poder hacer mi primera comunión
—le respondí—.
—Desde luego, hijo, desde luego —me dijo sudando—, tenlo, aquí lo
tienes —entregándome el codiciado pase en la mano—.

Satisfecho, a punto estaba de dar la media vuelta para retirarme, cuando


se me ocurrió algo. Me acerqué al sacerdote, quien aún tenía semblante
nervioso y me le quedé mirando a la regla que siempre traía en uno de
los bolsillos de su sotana.

—¿Me presta su regla, padre? —le pregunté—.

Y con extrañeza y sin preguntar nada me entrego su regla.

—Ahora dígame —le dije de nuevo—, ¿quién es Dios?


—¿Cómo dices? —me preguntó el sacerdote extrañado—.
—Sí, sí —le respondí— dígame ¿quién es Dios?

Cuando estaba a punto de sacar su librito para leer la respuesta le dije de


inmediato:

—Conteste, pero sin leer el libro, a ver dígame ¿quién es Dios?

El padre nervioso, empezó a tratar de recordar lo que decía el libro:

—Dios es el creador de todas las cosas —empezó bien—, quien es


nuestro santísimo...
—¡No, no, no...! —le interrumpí—, debe decir: el cual es nuestro
santísimo padre amado... —yo ya lo había aprendido de memoria—.
—A ver, —le seguí diciendo— ponga la mano.
—No abuses, niño, no abuses —me dijo el padre enfadado—.

45
Memorias de un LOBO

—O pone la mano —repliqué—, o le digo a todos lo que le estaba


haciendo con sor Hortensia.

Y sin más remedio y poniendo cara resignada, el corrupto sacerdote


extendió la mano cerrando los ojos. Tremendo reglazo le puse al cura,
que después del golpe cerró fuerte la mano maldiciendo entre dientes.
Luego de devolverle la regla al cura, salí riendo de ese sitio y
dirigiéndome al salón donde estaban todos los demás niños estudiando,
grité fuerte para que todos escucharan agitando mi pase con la mano:

—¡Miren, miren, ya tengo mi pase!

Y todos gritaron protestando, pues sabían que yo era muy desaplicado.

—¡No es justo, no es justo! —gritaba desesperado el estudioso del


grupo—. ¡Tú eres muy burro, no es justo! —insistía—.

Entró pronto el padre al escuchar tanto alboroto gritando enfadado:

—¿Qué les pasa, escuincles, que les pasa?

Y el nerd del grupo tomó la palabra diciendo:

—No es justo que Fernando haya obtenido el pase, él es muy burro.


—¡Silencio! —replicó enfadado el padre—, ¡aquí yo soy el que manda!

Todos guardaron silencio y se sentaron en sus respectivos pupitres, muy


resignados pues sabían que la indisciplina se castigaba con sangre.

—¡Ya, anda! —me dijo el sacerdote muy disgustado—, ¡lárgate de aquí!

Y yo con sonrisa de oreja a oreja salí de la escuela más que satisfecho


con el codiciado pase en mi mano. Obviamente el sacerdote me
dispensó también el curso que venía después para poder hacer la
primera comunión, sintiéndome yo aliviado. Una vez que mis pobres
compañeros, luego de mil reglazos, pudieron responder sin
equivocación el cuestionario y habiendo aprobado el pesado curso de

46
Memorias de un LOBO

catecismo, hubo una reunión en una gran iglesia para hacer “la
confesión”, siendo esto el último requisito para hacer por fin, la primera
comunión. Éramos más de 100 niños sentados esperando que pasara uno
por uno al confesionario para decir nuestros pecados, pero como yo no
asistí al curso de catecismo no tenía ni idea de lo que se trataba.

—Oye —le dije a un niño que estaba junto a mí sentado—, ¿de qué se
trata todo esto?
—¿No fuiste al curso de catecismo? —me replicó—.
—Es que estaba enfermo —le dije—, pero dime ¿qué hay que hacer?
—Pues muy fácil, wey —me contestó—, al pinche padre del cuartito le
dices todos tus pecados y ya.
—Ah —le conteste y luego reflexionando le pregunté—: ¿Y si el pinche
padre luego raja y le cuenta a mis papás lo que yo hago?
—No seas wey —me contestó—, en el curso de catecismo nos dijeron
que el padre no puede decir nada de los pecados que le contamos y a eso
se le conoce como secreto de confesión.
—Ah —le dije de nuevo—, ¿y quién es el padre que está confesando?
—Un viejecito —me contestó y me explicó luego—: Pero no es el
mismo que nos daba reglazos, no te apures.

Pasaban uno por uno los niños y cada que salían lo hacían con hipócrita
carita de “yo no fui” y con las manos juntas, como si fueran angelitos.
Yo solo sonreía al ver semejantes ridiculeces. Cuando fue mi turno pasé
al confesionario y una vez habiendo entrado, el sacerdote me dijo:

—“Ave María Purísima...” —quedando yo pasmado preguntando


intrigado—: ¿Ave, qué…?
—¡Ave María Purísima! —me volvió a decir el padre enfadado—.

Al no contestarle nada, pues en verdad no sabía que decir, el padre me


dijo ya más calmado:

—Se responde “sin pecado concebida”.


—Ah —le dije y le respondí luego—: Sin pecado... “eso”.

Escuché que bufó el padre y luego me dijo:

47
Memorias de un LOBO

—A ver hijo, dime tus pecados.

Y recordando lo que me acababa de decir mi compañero, que los


sacerdotes no le pueden decir a nadie los pecados que les confiesan, se
me ocurrió una verdadera diablura, empezando a “confesar” crímenes
inventados.

—Pues resulta, padre —le empecé a contar—, que hace días metí a mis
5 gatos a la lavadora y cuando quería sacarlos, la tina estaba llena de
sangre.
—¡Por Dios santo! —dijo alarmado el padre y me preguntó luego—: ¿Y
qué pasó después?
—Pues como ya estaban muertos —le contesté—, se los di a comer a mi
perro.
—¡Santísima Madre! —comentó nuevamente alarmado el pobre cura y
me volvió a preguntar—: ¿Qué más pecados tienes, hijo?
—Pues el otro día, padre —le seguí mintiendo—, empujé a un niño de
una azotea y cayó de pura cabeza, pero no se murió, sigue vivo y ahora
tiene una bonita silla de ruedas que a veces me presta para jugar.
—¡Madre de Dios! —exclamó el cura y luego me preguntó—: ¿Hay
algo más?
—Pues si, padre —le dije—, ahora le voy a contar las cosas malas que
he hecho...
—¡Por amor de Dios, hijo! —me interrumpió—, ¡ya cállate!

Y luego de decir eso vi a través de la maya traslúcida que nos separaba,


cómo el pobre anciano agachaba la cabeza y se secaba el sudor de la
frente con un pañuelo. Luego de resoplar fuertemente, me dijo muy
serio:

—Anda, ya vete; como penitencia tendrás que rezar un rosario completo


por las noches por un mes.
—¿Rezar un qué? —le pregunté—.
—Mira, niño, ya vete —me dijo el padre y luego de decir algo en latín,
que no entendí, salí del confesionario tapándome la boca para no soltar
una carcajada que tenía contenida—.

48
Memorias de un LOBO

Había cumplido ya con ese trámite burocrático eclesiástico y al fin,


podía hacer la primera comunión. El sábado siguiente todo estaba listo.
En días anteriores mi mamá ya me había comprado en la Lagunilla
todos los accesorios para tal ceremonia: traje, zapatos, rosario, mi librito
de oraciones (que jamás abrí) y una enorme vela adornada. Ahí reunidos
había más de 200 niños haciendo una larga fila en la que sería una
ceremonia multitudinaria en la antigua Basílica de Guadalupe. También
estaba un enorme grupo de niñas de otra escuela que también iban a lo
mismo. Más barato por docena, supongo. Ahí estábamos todos en fila y
yo hasta adelante con mi vela encendida. Al fin empezó a avanzar la
fila, teniendo delante de mí a una enorme niña gorda con ridículo
vestido y con un pequeño velo que apenas cubría su enorme cabeza y
por debajo de ese velo se podían ver cómo salían unos rubios cabellos
desaliñados. Cuando avanzaba la fila, a veces frenaba de repente y en
una de esas repentinas frenadas, sin querer acerqué demasiado mi vela a
los cabellos de la niña que estaba frente a mí. Solo se prendieron unos
cuantos cabellos y pronto se apagaron. Eso me resultó muy gracioso y
cada que frenaba la fila yo a propósito le quemaba unos cuantos cabellos
más. Sin embargo, en una ocasión se me pasó la mano, encendiéndose
toda la cabellera. Aún con el fuego detrás de ella, la niña no se daba
cuenta que estaba encendida y cuando se percataron algunas personas
mayores de lo que ocurría, se lanzaron con diversas vestimentas a tratar
de apagar a la niña, quien a esas alturas tenía toda la cabellera en llamas.
La pobre niña solo gritaba:

—¿Qué me hacen, por qué me pegan? —y los adultos seguían


golpeando a la cabeza de la niña con cuanta ropa podían para apagar las
que ya eran enormes llamaradas—.

Cuando al fin apagaron la cabellera de esa pobre niña, hubo tanto


alboroto, que llegó al sitio corriendo el director de la escuela, Romano,
me acuerdo que así se apellidaba y al observar lo que había ocurrido,
dijo enfurecido:

—¿Quién le ha prendido fuego a esta pobre niña? —quedando mudo al


voltear y ver a cientos de niños, todos con vela encendida—.

49
Memorias de un LOBO

Afortunadamente por la confusión creada, jamás se supo quién había


sido el responsable de esa diablura. Toda la ceremonia me pareció...

A estas alturas de la narración, el lector notará que nuestro personaje


no era nada común. Y no me refiero a los curiosos dones que poseía,
sino a su propia personalidad. Desde niño fue una persona
extremadamente inteligente e intuitiva, que odiaba a la autoridad
represiva y siendo en ese tiempo tan pequeño, sorprende cómo se
revelaba ante lo establecido. Más adelante verá el lector, que esto que
hacía en su tierna infancia, es solo una probadita de lo que en el futuro
haría. Se pierde un gran fragmento, que representaría tres años en el
tiempo y luego continúa...

...estuve tranquilo, pero aún tomando mi medicamento para la supuesta


epilepsia que sufría, acudieron a mí nuevamente las visiones que me
atormentaban. Esta vez vi nuevamente una de las visiones que tanto me
intrigaban, suceso que luego descifré y que ocurriría muy lejano en el
tiempo. Veía una enorme bola de fuego que surcaba el cielo y luego al
caer en el mar, se producía una titánica explosión, poniéndose, una vez
que la bola de fuego se disipaba, el cielo totalmente negro y
produciéndose, a su vez, una inmensa ola. En ese entonces no había
aprendido a interpretar lo que veía, siendo eso para mí solo un sueño
que se repetía. Más adelante narraré cómo aprendí a interpretar las
visiones que tenía y a calcular cuándo ocurrirían en el tiempo. Por lo
pronto estaba yo desconcertado, pues teniendo solo 10 años, ese
problema me devastaba. Ya no me atreví a decirles nada a mis padres,
pues yo mismo tenía miedo que un día pensaran que ya había
enloquecido. Desde entonces dejé de tomar mi medicamento volviendo
mis sueños normales que pronto aprendí a diferenciarlos de las visiones.
Y como anteriormente lo había expresado, algunas visiones que tenía
eran de un muy lejano futuro y otras, en cambio, muy cercanas en el
tiempo. Una de esas visiones cercanas que tuve en esos días, fue
realmente extraña. Vi claramente que bajo un cielo oscuro caía poco a
poco una especie de plumas blancas. Luego vi al auto de mi padre
totalmente blanco y pronto adiviné que era nieve lo que caía del cielo.
Yo jamás había visto nevar y todo eso que veía me resultaba

50
Memorias de un LOBO

maravilloso. Me fijé en esa visión en detalles muy importantes.


Anteriormente a los autos les adherían en el parabrisas calcomanías del
registro federal de vehículos y claramente estaba indicado el año de
cada calcomanía. Empezaba a correr entonces el año de 1965 y mi papá
solo un día antes había adquirido la calcomanía de ese año pero aún no
la adhería al parabrisas. En la visión que tuve, la última calcomanía que
tenía el auto era de 1964. Entonces deduje que la nevada ocurriría muy
pronto. A la mañana siguiente, cuando estábamos desayunando entablé
una conversación con papá.

—Oye, papá —le dije—, ¿alguna vez ha nevado en la ciudad de


México?
—Que yo tenga memoria —me contestó—, jamás ha nevado, ¿por qué
me lo dices? —me preguntó—.
—Pues nada —le dije—, te aseguro que no pasarán más de 5 días en
que nieve.
—Estás loco, enano —se burló mi hermano mayor—, ya oíste a papá
que nunca ha nevado y no va a nevar porque tú lo dices.
—¿Qué apuestas? —lo reté—.
—Lo que quieras, enano —me contestó—.
—¿Ah, sí? —le dije—, pues si nieva me darás lo que escondes en el
baúl de tu cuarto —sabiendo que ahí guardaba sus revistas de Play
Boy—. Y si no nieva —le seguí diciendo—, yo seré tu esclavo por un
mes ¿va?
—Va, enano —me respondió—, prepárate a ser mi esclavo.

Una vez que terminamos de desayunar mi papá echó a andar el coche


para calentarlo. Luego sacó de la guantera la calcomanía de 1965 y
cuando intentó ponerla, le grité enseguida:

—¡No, papá, aún no la pegues! —saltando mi padre del susto, por el


repentino grito que había dado—.
—¿Por qué no? —me preguntó intrigado—.

Yo no sabía qué decirle, pues tenía miedo que la pusiera, debido a que
me imaginé que si la pegaba no ocurriría la visión que había predicho.

51
Memorias de un LOBO

Tenía que inventar algo para evitar que pegara esa calcomanía, ¿pero
qué?

—¿Qué urgencia tienes para colocarla? —le pregunté—. Pégala luego,


ya ves que con el sol se ponen muy feas y si la pegas después te va a
durar más tiempo.
—Tienes razón —me dijo—, la pegaré luego.

Me salí con la mía. No tuve que esperar mucho tiempo para ser el nuevo
propietario de más de 10 revistas con mujeres desnudas, pues solamente
pasaron 2 días y una mañana muy temprano, antes de que amaneciera,
papá entró repentinamente a mi cuarto y entusiasmado me dijo:

—¡Fernando, Fernando, despierta, mira por la ventana!—.

Tremendo susto se llevó Lobo, pues le sorprendió el llamado de mi


padre, cayendo de la cama. Me paré enseguida y al asomarme por mi
ventana, que daba directamente a la cochera, vi exactamente lo que ya
había captado en mi visión, una hermosa nevada en la oscuridad, copos
de nieve que parecían salir de la nada, alumbrados por las luces de la
cochera. Luego, cuando empezó a clarear, vi cómo el auto de papá
estaba cubierto de nieve y en el parabrisas se notaban las calcomanías
hasta 1964, tal como ya las había visto antes. En la calle todos los
vecinos salieron para ver tan curioso evento, pues realmente un
acontecimiento semejante en la ciudad de México ocurre cada 500 años.
Mi hermano mayor estaba boquiabierto al observar tan repentina nevada
y yo feliz estaba recogiendo nieve y arrojándosela en la cara.

—¡Maldito enano! —me dijo mi hermano enfadado—, te saliste con la


tuya.

Recuerdo perfectamente que los cerros cercanos que rodeaban al pueblo


lucían aspecto alpino. Maravilloso todo aquello, pero aún así, teníamos
que ir a la escuela. Ese día fue totalmente normal, salvo el hecho de que
todo el día comentamos sobre esa repentina nevada. Por la noche, luego
de la merienda, cuando todos nos disponíamos a ir dormir, mi papá me
retuvo tomándome de la mano y llevándome a platicar a la sala:

52
Memorias de un LOBO

—Esta vez —me dijo—, lo de la nevada que tú viste antes de que


ocurriera, estoy seguro que no fue una coincidencia.
—¿Crees, papá? —le dije—.
—Estoy seguro —me contestó—, yo mismo, cuando era niño, muchas
veces tuve sueños premonitorios que a mí mismo me dejaron
desconcertado.
—¿Cómo cuáles, papá? —le pregunté—.
—Pues una vez —me empezó a narrar—, cuando yo tenía más o menos
tu misma edad, estaba internado en una estricta escuela y añoraba
mucho estar en casa...
—¿Estuviste internado? —lo interrumpí desconcertado—.
—Así es, hijo —me respondió—.
—¿Pero, por qué? —le pregunté angustiado, pues para mí eso de los
internados me parecía espantoso y de hecho, con eso siempre me
amenazaban cuando mal me portaba—.
—Lo que sucede —me siguió explicando—, es que la señora con quien
estaba casado mi padre no me quería...
—¿La esposa de mi abuelo no era tu mamá? —lo interrumpí de nuevo,
pues estaba muy sorprendido de eso que me decía—.
—No, hijo —me respondió—, mi verdadera madre murió cuando yo
nací y mi padre se volvió a casar. Bueno —continuó—, la cosa está en
que una noche cuando dormía en el internado tuve un sueño muy bonito.
Veía que llegaba mi papá en su coche para decirme que ya no más
estaría internado y que recogiera todas mis cosas pues volvería a casa.
Desperté llorando, pues me había ilusionado, sabiendo que había sido
solo un sueño. Al día siguiente ocurrió exactamente lo que había
soñado, detalle por detalle, quedando yo muy desconcertado.

Luego acarició mi cabeza y me siguió diciendo:

—Sé perfectamente que las cosas que ves son reales y tienes que
aprender a distinguirlas de tus sueños. Yo sufrí mucho al tener algunas
veces visiones horrendas y aprendí a bloquearlas con la mente.
—¿Cómo le hago, papá, cómo le hago? —le pregunté angustiado—.
—Pues cuando sientas que a tu mente algo llega —me dijo—, solo trata
de pensar algo agradable con todas tus fuerzas. Ya verás que pronto

53
Memorias de un LOBO

pasará esa sensación que se tiene cuando esas cosas tratan de invadir tu
mente. Y otro consejo te voy a dar —me siguió diciendo—, nunca le
cuentes a nadie lo que ves, pues te aseguro, jamás creerán lo que te
ocurre.

Luego se levantó del sillón y me pidió que lo siguiera hasta su


habitación. Abrió su armario y luego de hurgar por un rincón sacó una
pequeña caja que contenía un objeto misterioso. Esa caja seguramente la
tenía escondida en un lugar muy secreto, pues yo creí conocer todos los
rincones de la casa y jamás la había visto.

—Acércate —me dijo—. Te enseñaré algo muy importante que ya es


hora de que conozcas.

Estaba realmente intrigado y ansioso de que me enseñara eso tan


misterioso. Abrió la pequeña caja y vi asombrado dentro de la misma un
medallón cómo de 6 centímetros de diámetro que me pareció muy
hermoso y además era de oro macizo. Alrededor era un círculo lleno de
raras inscripciones, por delante, por detrás y también en el borde. En
medio relucía una hermosa estrella de 6 picos.

—Es una estrella de David —me dijo—, me la regaló mi abuelo, que


también era clarividente. Tiene más de dos mil años y ha pasado de
generación en generación y solo se hereda a quien posea un don
especial, cómo el que tú tienes.

Estaba realmente asombrado pues la belleza de esa medalla era


impactante, lanzando como destellos la luz que reflejaba. Cuando la
pasó a mis manos sentí que el corazón se me salía del pecho, teniendo la
seguridad de que si me concentraba un poco podría ver mil cosas del
pasado. Al ver mi padre que había quedado yo como ido, la retiró de mis
manos a la vez que me decía:

—Quiero que sepas, que nuestros ancestros son de la tribu de Judá, de la


que descendieron el rey David y Salomón, misma tribu a la que
pertenecieron grandes sacerdotes y el mismo Jesús de Nazaret. Esta

54
Memorias de un LOBO

estrella solo la portaban grades personajes que tenían poderes


especiales.
—¿Me la vas a dar, papá? —le pregunté—.
—No —me respondió—, llegará a tus manos en su debido momento.
Mientras tanto, te repito, nadie, absolutamente nadie debe saber de su
existencia. Y tampoco nadie debe saber de tus dones, pues te aseguro
que nunca te creerán y siempre trata de bloquear lo que a tu mente
llegue.

Toda mi vida seguí esos consejos. En el lejano futuro, cuando dicha


medalla llegó a mis manos, pude ver a través de ella historias increíbles
y fantásticas de mis antepasados judíos que más adelante narraré. Desde
esa misma noche seguí los consejos de mi padre, bloqueando lo que
intentaba introducirse a mi mente, pensando cuando llegaban las
visiones, cosas muy agradables que distrajeran mi mente. Sin embargo,
en ocasiones, por más que me esforzaba, las visiones me invadían sin
que yo pudiera hacer nada al respecto y otras veces me ganaba la
curiosidad, dejando que entraran a mi cerebro, pero sin excepción,
siempre me arrepentía de ello. Por lo menos ahora sabía que no estaba
loco, pues mi padre me comprendía y de hecho él también poseía ese
don, pero solo le ocurrieron esas visiones pocas veces en toda su vida.
Una de esas repentinas visiones no deseadas que invadían mi mente
llegó muy pronto estando yo en la escuela. Para entonces cursaba el 4º
grado y la escuela donde estudiaba era la misma en la que había cursado
desde 1º hasta el 3º grado. Sin embargo, para los grados del 4º al 6º, eran
otras las instalaciones, que consistían en un edificio enorme con 4
plantas. En la planta baja estaba un gran patio, una pequeña tienda y las
oficinas, en la planta alta los salones de 4º, el que seguía los de 5º y
hasta arriba los de 6º. Al fondo recuerdo que había un gran auditorio.
Eran hermanos la sallistas los maestros y si la disciplina que había
cuando monjas nos daban clases era estricta, ahora mucho más estrictos
eran esos profesores varones. Las reprimendas físicas eran casi
medievales, cómo los tradicionales reglazos en las palmas de las manos,
golpes con el borrador en las puntas de los dedos, humillantes latigazos
con largas varas en las nalgas con los pantalones bajados, sostener libros
con los brazos extendidos y de rodillas, etcétera, etcétera. El máximo
castigo entonces era estar de pie en el primer piso bajo un enorme reloj

55
Memorias de un LOBO

viendo hacia la pared y con los brazos extendidos. En esa posición el


castigado debía estar ¡todo el día! siendo visto por todos los alumnos de
la escuela. La frase, “castigado en el reloj”, era la más temida entre los
alumnos. Ese castigo solo lo infligía Romano, quien era el temido y
respetado director de la escuela. Un día normal de clases, mi profesor
apellidado Estrada, se ausentó un momento pues fue requerido por el
director a través del interfono ubicado arriba del pizarrón. Ese aparato
nos delataba cuando había algún conato de indisciplina, pues Romano
todo el día y en cualquier momento nos espiaba. Siempre cuando el
profesor salía yo me paraba y me dirigía hacia la tarima y luego de
acercar la silla del maestro, me subía sobre ella y desconectaba el odioso
aparato. Empezaba el relajo y a uno de los compañeros lo poníamos a
espiar junto a la puerta por si el profesor regresaba. Una vez que veía
que se acercaba el profesor, el que estaba en la puerta nos avisaba y
pronto todos guardábamos silencio. Yo conectaba de nuevo el aparato y
regresaba corriendo a sentarme. Cuando el maestro entraba, nos
encontraba a todos derechitos sentados y con el pico cerrado. Sin
embargo ese día ocurrió algo inesperado. El profesor algo sospechaba y
ese día regresó por otra ruta sin que nuestro espía lo observara y cuando
estaba cerca, fue demasiado tarde, pues luego de habernos avisado
tardíamente nuestro vigía, me sorprendió el profesor con las manos en la
masa, tratando nerviosamente de conectar el interfono.

—Así que eran ciertas mis sospechas —dijo el maestro al verme ahí
parado sobre su silla—.

Yo sonreí nerviosamente mientras bajaba de la silla a la vez que le


decía:

—Es que, es que, solo estaba borrando el pizarrón, maestro.


—¡Cómo no! —dijo enfadado—, ¡anda, termina de bajarte y ven para
acá!

Ya sabía lo que vendría, cuerazos en las nalgas o tremendos reglazos en


las palmas de las manos. Esta vez el maestro se portó magnánimo,
dándome a escoger.

56
Memorias de un LOBO

—Diez reglazos en las manos —me dijo—, o 5 cuerazos en el trasero.


—Ni modo —pensé—, nadie verá mis nalgas —y puse las manos—.

El profesor tomó asiento en su silla y pidió que me acercara. Esta vez


Estrada se pasó conmigo, pues cada que dejaba caer la regla en una de
mis manos, se oía un zumbido de tanta velocidad que traía la regla que
golpeaba. Los tres primeros reglazos los aguanté con estoicismo, pero el
cuarto me dolió hasta el alma. Ya el quinto, mejor quité la mano y al
hacerlo tremendo reglazo se dio el profesor en su propia pierna de tanto
vuelo que había tomado. Esa situación tan graciosa causó que todo el
grupo riera a carcajadas, pues el maestro se paró de inmediato
sobándose la pierna poniendo en verdad cara muy extraña tratando de
ocultar el dolor que sentía.
—¡Silencio¡ —gritó el maestro muy disgustado una vez que se había
sobado la pierna—. ¡Ahora sí me las pagaras todas juntas! —amenazó a
la vez que se me acercaba—.

Me agarró fuerte del brazo y al sentir yo el jaloneo, a mi mente llegaron


ráfagas de visiones caóticas que no comprendía. Luego todo se fue
aclarando hasta que vi claramente a la madre del maestro acostada en
una cama y su hijo a su lado con otras personas. Supe que la que vi era
la madre del maestro, porque en el último festival de las madres acudió
a que la festejaran. Vi cómo moría en los brazos de una señora que no
conocía y al ver al maestro me fijé que llevaba el mismo traje que en ese
momento portaba. Por eso deduje rápidamente que lo que veía ocurriría
ese mismo día. El profesor me seguía jalando exigiéndome que le diera
la mano para que él la agarrara y yo no la quitara mientras me golpeaba
y cuando a punto estaba de propinarme otro reglazo, le dije muy seguro
mirando a sus ojos:

—¡Hoy mismo morirá su madre!

El maestro quedó con los ojos desorbitados, paralizado y con la regla


arriba en su mano. Sin quitar esa expresión, bajó la regla y luego de
soltarme me dijo que me sentara. El resto del día el profesor estuvo muy
serio y callado, sentado en su escritorio con la mirada perdida.
Terminado el tiempo de clases todos mis compañeros a la salida me

57
Memorias de un LOBO

dijeron que esta vez se me había extralimitado con el maestro, pues ya


muchos sabían que su madre estaba muy enferma. Les juré que yo no
sabía nada al respecto, sin embargo, los reproches de mis compañeros
fueron intensos. Al día siguiente obviamente, el profesor Estrada no
acudió a dar clases. Cuando el director Romano decía su discurso
habitual de todos los días con micrófono en mano estando formados
todos los grupos en el patio, mencionó lo de la muerte de la madre del
profesor, pidiendo que rezáramos por su alma. Todos mis compañeros
estaban muy sorprendidos y cuchicheando entre sí me miraban
asustados, sin embargo eso no me importaba, mejor, así nadie me
molestaba. Nunca más el profesor Estrada me volvió a golpear y desde
entonces recuerdo, no recibí de él ni un solo regaño y siempre evitaba
mí mirada...

Se pierde un fragmento y luego continúa...

... venditas vacaciones —pensé—.

Ese sábado mí mamá recibió una llamada telefónica de su hermana,


diciéndole que estaba estrenando departamento en una nueva, lujosa y
enorme unidad habitacional que conocían todos como “Ciudad
Tlatelolco”. Toda la familia, fuimos a conocer su enorme departamento
y cuando llegamos, efectivamente, esa unidad parecía una pequeña
ciudad llena de rascacielos rodeada de más ciudad. Su departamento
estaba hasta el 11º piso de un gigantesco edificio, habiendo
afortunadamente ascensor. Cuando entramos vimos que mi tía lo había
decorado con muy buen gusto.

—Bienvenidos —nos dijo—, por favor, pasen a su casa.

Ahí estaban también su esposo, sus dos hijas, que tenían mi edad
aproximada y Ramiro, mi primo mayor. Mis primas eran muy buenas
personas, muy tímidas y calladas, pero muy amigables conmigo. Estaba
yo emocionado pues me encantaba ver la ciudad desde las alturas y
estando el departamento en el 11º piso, tenía vista privilegiada. Me
asomé pronto por la ventana y desde ahí se podía ver a la derecha un

58
Memorias de un LOBO

gran edificio blanco. En medio había una pequeña iglesia y un poco más
abajo una como pirámide. A la izquierda había una explanada y todo
alrededor estaba bordeado por otros edificios, parecidos al que estaba
ubicado el departamento de mis tíos.

—Es la plaza de las Tres Culturas —me explicó mi tío al verme


extasiado viendo por la ventana—.

Luego me contó toda la historia de dicha plaza y cuando yo la estaba


mirando a la vez que mi tío explicaba, de repente vinieron a mí una
ráfaga de nuevas visiones. Vi en mi mente un helicóptero que volaba a
baja altura y luego salía de la azotea del enorme edificio blanco ubicado
a la derecha, una luz de bengala verde que caía al piso, justamente a un
lado del antiguo templo. Al mismo tiempo escuche muchas
detonaciones, parecidos a los cohetes que echaban en las fiestas del
pueblo y luego gritos, espeluznantes alaridos que me helaron la sangre.
Vi gente tirada en el suelo bañada en sangre y seguía escuchando fuertes
alaridos. Estaba desconcertado, pues todo eso que veía no tenía para mí
el menor sentido. Sin embargo en un cercano futuro, esa visión se volvió
en una de las experiencias más aterradoras de mi vida. Estando en el
departamento de mis tíos, me cansé de ver por la ventana y
acercándome a Sonia, una de mis pequeñas primas, le dije:

—Oye, ¿vamos a salir a jugar afuera?


—Espera —me contestó—, le pediré permiso a mamá.

Y así lo hizo. Una vez con el permiso de mi tía, Sonia, Lorena —mi otra
primita— y yo, salimos del departamento. Les planteé jugar en los
ascensores y al haberlo propuesto ambas niñas pusieron cara de espanto.

—¿Qué les pasa? —les pregunté—.


—Nada —me contestó Sonia—, es que mis papás nos tienen prohibido
jugar en los elevadores.
—Qué importa —le dije—, no pasa nada.

Jamás hubiera propuesto semejante cosa, pues en la décima vuelta que


dábamos al ir descendiendo, se me ocurrió brincar muy alto y...

59
Memorias de un LOBO

Se pierde un fragmento y luego continúa…

...jugábamos sin parar. Cuando yo estaba descansando, Godínez, un


compañero que cuando podía me fastidiaba, me picó el trasero y echó a
correr. Eso que me había hecho era una gran ofensa para cualquiera y yo
enfurecido traté de alcanzarlo para darle su merecido, sin embargo
Godínez era más rápido que una gacela y por más que me esforzaba
jamás pude alcanzarlo. Al fin tocó el timbre que daba fin al recreo y de
inmediato dejamos de corretear y nos formamos rápidamente en la fila.
Había mucha disciplina y antes de que sonara el timbre que daba fin al
recreo, Romano se ponía en el pasillo del 2º piso para observar lo
rápido que nos formábamos. Todos deberíamos estar perfectamente
callados, tomando distancia con el brazo extendido y luego en posición
de firmes sin mover ni un dedo. Al grupo que más pronto se formaba se
le entregaban “vales” de disciplina, que eran pequeños cartoncillos
verdes y cuando se reunía determinado número de ellos, la escuela le
daba al grupo que los había alcanzado un día libre, financiando además
un paseo a algún balneario. Romano escudriñaba con la mirada a todos
los grupos desde arriba y cuando ya nadie se movía, mencionaba por el
micrófono al grupo que había ganado los vales en ese día. Cuando
estábamos formados yo aún jadeaba por el cansancio de haber
correteado durante todo el recreo a Godínez y pensaba vengarme de él a
la salida. Sin embargo se me ocurrió algo mejor para desquitar mi
coraje. Cuando Romano miraba hacia nuestro grupo y estando Godínez
formado justamente tras de mí, fingí que me picaba el trasero, haciendo
aspavientos y volteando de inmediato para ver a quien supuestamente
me había molestado. Godínez quedó desconcertado y al ver Romano la
supuesta agresión de la que yo había sido objeto, gritó enfurecido:

—¡Godínez, castigado en el reloj!

Y el pobre de Godínez, agachando la cabeza, sin decir nada subió al


primer piso y se puso bajo el reloj de espaldas y con los brazos
expendidos. Así permaneció todo el día hasta la salida. Justicia divina,
pensé.

60
Memorias de un LOBO

Había 5 grupos de 5º año y el nuestro era el que menos vales había


obtenido.

—Demonios —pensaba—, este año no habrá ni un paseo.

Un día, cuando estaba ausente Romano, durante el recreo pasé por la


dirección, misma que estaba en la planta baja y al ver que la puerta
estaba abierta, desde la misma escudriñé rápidamente con la mirada lo
que había adentro. Caminaba frente a la dirección como no queriendo la
cosa, para mirar adentro a través de la puerta abierta. En una de esas
pasadas, me metí rápidamente a la dirección sentándome en cuclillas
bajo la enorme ventana que daba al patio para que nadie me viera.
Estaba seguro que nadie me había visto pues todos estaban muy
ocupados jugando y los profesores estaban en la cafetería. Seguí
mirando lo que había en la dirección, pues pensaba hacerle alguna
broma al odiado director que tanto nos castigaba, pero realmente no
tenía ningún plan estructurado. Pronto se me vino a la mente algo. Traía
mi lonchera y dentro de ella, mi mamá me había puesto un pastelillo de
chocolate llamado “Gansito”. Se me ocurrió entonces poner el pastelillo
sobre la silla del director que estaba frente a su escritorio, para que
cuando se sentara se batiera el trasero. Como el sillón era muy grande y
de color café oscuro, estaba seguro que el “Gansito” no se notaría. A
gatas, me desplacé hasta el escritorio del director escondiéndome bajo el
mismo. Saqué el pastelillo de mi lonchera y lo puse sobre la asiento y
luego de haberla puesto me tapé fuerte la boca para que no se me saliera
una carcajada. Cuando estaba a punto de retirarme, vi que un cajón del
escritorio estaba un poco abierto. Lo abrí para ver lo que contenía y
brillaron mis ojos al mirar cientos de vales de disciplina. Había tantos,
que estaba seguro que Romano no se daría cuenta de la falta de algunos.
Así que decidí tomar un tanto de ellos, acomodando el resto de tal forma
que no se notara el robo de algunos. Me retiré con sigilo sin que nadie
me viera, saliéndome nuevamente con la mía. Los vales que había
obtenido el grupo estaban guardados en el escritorio del profesor, así
que durante el mismo recreo, subí clandestinamente a mi salón e
incorporé los vales robados al resto de los obtenidos, estando seguro que
muy pronto nos iríamos de paseo. Bajé rápidamente y seguí jugando
como si nada por el resto del recreo. Cuando vi entrar a Romano a la

61
Memorias de un LOBO

escuela, me mataba la expectativa de lo que pasaría. Desde lejos con la


mirada lo seguía, hasta que se metió a la dirección. Pasaron solo
segundos en que salió enfurecido. Aunque aún faltaban muchos minutos
de recreo, Romano subió rápidamente al 2º piso tocando el timbre para
que todos nos formáramos.

—¡Toda la escuela se quedará castigada! —gritó enfurecido Romano a


grito pelado—
.
Luego tomó su micrófono y menciono nuevamente gritando:

—¡Todos los grupos estarán castigados hasta que encuentre al culpable


de esto! —mostrando su trasero manchado de chocolate, pan y
mermelada de fresa—.

Yo hacía un esfuerzo titánico para no reír al ver a Romano, pero


afortunadamente todos los alumnos rieron a carcajadas al ver manchada
la prenda del director, pues parecía que se había hecho del baño pues su
pantalón era muy claro.
—¡Silencio! —gritó nuevamente enfurecido Romano—, ¡toda la escuela
se quedará sin recreo una semana! —quedando todos mudos por tal
reprimenda—.

Nunca nadie supo quién había hecho semejante diablura y tan genial les
había resultado a todos esa travesura, que muchos se adjudicaron
haberla hecho para pasar por héroes, pues Romano en verdad era muy
odiado. Unos de esos días, le pedí al profesor que contara los vales para
saber si ya había los suficiente para irnos de paseo.

—¡Uy, Fernando! —me dijo afligido el maestro—, qué optimista eres,


nuestro grupo es el más indisciplinado y yo creo que no llevamos ni la
mitad de los vales requeridos.
—Usted nada más cuente —le dije—, quien quite y hasta nos pasamos.

Y todos mis compañeros me apoyaron. El maestro abrió su escritorio y


tomando los vales los contó uno por uno. Luego de haber hecho el

62
Memorias de un LOBO

recuento en silencio, se vio que su expresión cambiaba y luego de haber


terminado, nos dijo con una gran sonrisa en el rostro:

—Pues efectivamente, hasta nos hemos pasado —gritando todos de


alegría al escuchar “nuestro logro”—.

Discutimos pronto el destino del próximo paseo y decidimos irnos a un


balneario en el estado de Morelos, conocido como “las Estacas”.
Recuerdo que ese paseo fue un día viernes muy asoleado. El sitio
acordado era muy hermoso, teniendo muchas albercas con toboganes.
Muy cerca de ahí había un pequeño río y grandes letreros que decían
“prohibido nadar en el río”. Al acercarme vi que en su cauce se podían
ver enormes cantidades de peces pues el agua era muy cristalina. Como
yo tenía en mi casa una gran pecera se me ocurrió atrapar algunos en
una bolsa de plástico que llevaba para aumentar mi colección de peces e
imprudentemente me metí al río para intentar hacer esa tontería. A pesar
que en ese sitio el calor era tremendo, el agua de ese río estaba helada.
Empecé a bucear tratando de atrapar alguno, cuando de repente vi a una
hermosa tortuga verde que se metía por un orificio en la pared del río
justo bajo la rivera del mismo. Salí a tomar aire y de nuevo me sumergí
para tratar de atrapar a esa tortuga. La ranura por donde se había metido
la tortuga era muy estrecha y a la fuerza metí la mano. No encontré
nada, pero al intentar sacar mi mano, ésta quedó atrapada. Forcejé
desesperadamente para tratar de liberarme, pero todo fue inútil, mi
mano estaba completamente atascada. Entré en pánico tratando de
zafarme y cuando estaba a punto de perder el sentido, a mi mente
llegaron multitudes de visiones en forma de ráfagas. Miré a un avión
que se estrellaba en un gigantesco edificio rectangular provocando una
gran explosión anaranjada. Junto a ese edificio vi otro prácticamente
idéntico. Era la primera vez que tenía la visión de lo que en ese
momento supuse era un accidente aéreo. Luego llegó a mi mente
nuevamente como ráfaga mi habitual visión de la bola de fuego que
surcaba el cielo y otras muchas visiones que en ese momento no
comprendía. Todos esos destellos de visiones que corrían por mi mente
ocurrieron en muy pocos segundos, hasta que sentí que alguien jalaba
fuertemente mi mano atorada. Por fin pude librarme y al salir a la
superficie jalé aire desesperadamente. Muy poco faltó para que me diera

63
Memorias de un LOBO

por vencido ahogándome sin remedio. El que me había salvado era un


compañero que por casualidad pasaba y me vio ahí atrapado. Se
apellidaba Samperio y le viví eternamente agradecido. Las visiones que
tuve cuando a punto estaba de ahogarme eran muy importantes, pero en
ese momento no las comprendía. Con el tiempo aprendí a discernirlas y
saber perfectamente cuándo ocurrirían. Por lo pronto para mí eran un
gran enigma porque...

Efectivamente, a lo largo de la narración de estas memorias, nuestro


personaje iría dilucidando uno por uno los grandes acontecimientos
que vendrían. Se pierde un fragmento y luego continúa...

... estaba el problema de qué hacer con Lobo. Me hallaba en un dilema.


Yo quería mucho a Lobo y por ningún motivo quería dejarlo solo. Pero
estaba el hecho de que serían nuestras primeras vacaciones a una playa y
como yo no conocía el mar, tenía enorme ilusión por ese viaje. Pensé
pronto en mi amigo Carlos. Él quería mucho a mi mascota y estaba
seguro que lo cuidaría.

—Ahí te lo encargo, amigo —le dije al llevar a Lobo a casa de Carlos—


, verás que se porta de maravilla.
—No te preocupes, cuate —me respondió mi amigo—, te prometo
cuidarlo y darle de comer a Lobo. Además él será mi guardaespaldas.

Luego de explicarle a Lobo que me ausentaría, quedé sorprendido al ver


que parecía que me entendía, quedándose ahí sentado junto a Carlos una
vez que me había retirado. Ya más tranquilo hice pronto mi maleta
porque ya era muy tarde y el tren ya pronto partiría. En ese tiempo había
corridas de ferrocarril de pasajeros hacia Veracruz y como antes dije,
toda la familia viajaría. Ya era de noche y un taxi nos llevó a la estación
de trenes de Buenavista. Al llegar a la estación, bajamos la familia con
todo y equipaje, dirigiéndonos pronto a los andenes. Para mí todo fue
maravilloso, pues viajaríamos en unos curiosos vagones llamados
pulman, que tenían camas en forma de literas a los lados de un pequeño
pasillo central y cubiertas por gruesas cortinas de lona negra. Eso yo ya
lo había visto en la televisión, en viejas películas que protagonizaban un
grupo de traviesos niños, conocidos como “la pandilla” (The Little

64
Memorias de un LOBO

Rascles). Pero para mis padres el viaje fue espantoso, pues no pudieron
dormir nada por tanto zarandeo que tenía el vagón donde viajábamos.
Yo, en cambio, estaba feliz viendo a través de la ventanilla luces pasar
en la oscuridad y divirtiéndome como enano por tanto bamboleo. Entre
la oscuridad, de vez en cuando me bajaba de mi litera y asustaba a mi
hermano pequeño, Foquito, que entonces tenía 7 años, metiéndome en
su camarote repentinamente.

—¡Buuuu! —le gritaba—.


—¡Vas a ver, enano! —me decía molesto cuando lo asustaba—, te voy a
acusar con mis papás —retirándome enseguida—.

Los compartimientos eran igualitos y entre la oscuridad poco se


distinguía, solo a tientas se podía saber por dónde andaba uno. Estando
abajo, aproveché para ir al baño. De regreso, se me ocurrió de nuevo
asustar a mi hermano y abriendo nuevamente su cortina, le grité esta vez
más fuerte y agitando las manos:

—¡Buuuuuuu¡
—¡Ay! —se escuchó un grito dentro de la litera—.

Me había equivocado. Ese compartimiento era el de una anciana, que


casi muere infartada. Yo también casi muero del susto, pues la anciana
prendió la luz de su camarote y al verla toda despeinada parecía una
bruja de cuento.

—¡Ay! —grité yo también asustado—.

Pronto cerré la cortina y con ansia busqué mi camarote a tientas. Por fin
llegué al mío y rápido me refugié en mis cobijas. El resto del viaje
mejor me aguante las ganas de ir al baño, pues temía que me volviera a
perder. Antes de dormir pensaba, ¿qué pasará mañana cuando nos
hallamos levantado? ¿Seguiríamos acostados en esos camastros durante
el día? Pues no. Muy temprano, apenas había amanecido, un camarero
del tren pasó por el estrecho pasillo tocando un triángulo metálico
indicando que ya era hora de levantarnos. Me vestí de inmediato y
cuando salí de mi compartimiento ya todos se habían levantado. Acto

65
Memorias de un LOBO

seguido el citado camarero retiró las cortinas y luego de pocos minutos


acomodó las literas de tal modo que quedaron solo asientos. Todos nos
sentamos y así continuó el viaje. Un trayecto entre la ciudad de México
al puerto de Veracruz en esa época en un tren tan anticuado se hacía en
más de 10 horas. Cómo habíamos partido a las 11 de la noche y eran
apenas las 7 de la mañana, aún nos faltaban 2 horas de viaje, mismas
que pasé muy divertido recorriendo todos los vagones del tren de
extremo a extremo. Al estar a punto de llegar estaba muy inquieto pues
ansiaba ver el mar. Cuando al fin llegamos y abrió el camarero el vagón,
se sintió un tremendo golpe de calor, pues afuera había más de 30
grados y dentro del vagón había aire acondicionado. En mi vida había
sentido tanto calor. Pronto pidió papá un taxi y nos dirigimos al hotel
donde previamente había hecho reservaciones. En el trayecto estaba
ansioso de ver el mar y al fin, en el horizonte pude ver por primera vez
lo que con tanta ansia deseaba. El hotel se encontraba sobre una gran
avenida llamada “la Costera”. Había un gran malecón que separaba esa
avenida con una inmensa playa y por primera vez escuche el hermoso
sonido del romper de las olas. Estaba feliz y ansioso por meterme al mar
y luego de habernos instalado en el hotel, de inmediato mi hermano
menor y yo le rogamos a papá para que nos dejara ir a la playa. Accedió
a nuestra petición, pero con una advertencia.
—Quiero que no se metan muy hondo al mar —nos dijo—, si veo que
se meten muy adentro, todas las vacaciones las pasarán encerrados en el
cuarto.

Esta ocasión y por primera vez en mi vida, le hice caso a mi padre, pues
no quería pasar mis vacaciones encerrado. Fuimos a la playa y nos
introducíamos sin que el agua rebasara nuestras cabezas. Había
escuchado anteriormente que el agua de mar era salada y al probarla
quedé más que convencido ¡era saladísima! quedando yo muy
sorprendido. Todo el día la pasamos retozando sin parar en la playa y
solo salíamos a comer. Apenas amanecía y corríamos a la playa a seguir
nadando. Juro que al final del día nuestras manos parecían unas pasitas
de tanto que habíamos estado dentro de agua salada. En un paseo que
dimos por la costera mis papás se pararon a comprar algunos recuerdos
en una tienda de regalos. Junto a esa tienda había un depósito de
mariscos y en grandes barriles había almacenados diversos crustáceos

66
Memorias de un LOBO

en hielo picado. Al asomarme a uno, vi hermosos cangrejos rozados


pero ya muertos. Se me hizo fácil guardar algunos para llevárselos a
enseñar a mis amigos una vez que hubiéramos regresado, guardando
algunos en mis bolsillos. Al regresar al hotel los deposité en una caja de
galletas vacía y de momento me olvidé de ellos. En un paseo que dimos
al castillo de San Juan de Ulúa, conocimos a una familia que también
iban de vacaciones. Curiosamente, eran solo niñas las hijas de ese
matrimonio, de edad muy semejante a la mía y demás hermanos. Esa
familia se hospedaba solo a media cuadra del hotel donde nos
encontrábamos. El padre de esas niñas era un general del ejército y tenía
a su disposición una lujosa camioneta de las fuerzas armadas con todo y
chofer. En ella cabíamos ambas familias y prácticamente el resto de
vacaciones las pasamos juntos paseando por todas partes con ellos. Un
solo día antes de irnos, mi papá y el general, llamado Ricardo Ortega,
rentaron una enorme lancha para dar una vuelta por alta mar. Nos
llevaron primero a una pequeña isla llamada “de los Sacrificios”. En ella
había un enorme faro y también una lonchería con todo y tienda de
recuerdos. Esa preciosa isla me encantó, recordándome mucho a la “isla
de Guiligan”, un programa muy popular en esos días. Ahí mismo
almorzamos y luego abordamos nuevamente el navío. Se veían negros
nubarrones en el horizonte y el mar empezó a tener fuerte oleaje.
Decidió el capitán del pequeño navío regresar a puerto y cuando lo hacía
las fuertes olas movían el barco haciendo que de repente el navío
estuviera arriba de una gran ola, viéndose perfectamente el puerto, pero
a veces la ola bajaba y alrededor se veían solo paredes de agua. Yo
estaba fascinado con ese bamboleo, pero el resto de ambas familias
estaban muy espantadas. Al llegar a puerto casi me orino de la risa al
ver a todos con semblante desencajado y más blancos que la cera.
Desgraciadamente habían terminado las vacaciones y el regreso era
inminente. Cuando entré a mi habitación, que compartía con 2 de mis
hermanos, el mayor que seguía de mí y el pequeño, había en el ambiente
algo extraño, olía espantoso. Busque el origen de ese olor tan horrible y
gran sorpresa me llevé al abrir la caja de galletas donde había guardado
los cangrejos que pretendía llevarme de recuerdo. ¡Olían a rayos! Tenía
que deshacerme de ellos, pues de otra manera la reprimenda que me
esperaba era inminente. Abrí todas las ventanas de la habitación para
que se disipara esa horrible peste y luego me asomé para tirarlos, pero

67
Memorias de un LOBO

justamente debajo de la ventana estaba la alberca y en ella mucha gente


nadando. Pasó por mi mente arrojarlos sin que nada me importara, al fin
y al cabo seguramente nadie se enteraría de ello. Pero al fijarme bien,
abajo estaban también mis hermanos mayores quienes conocían
perfectamente mis travesuras. Si los arrojaba, estaba seguro que yo sería
el principal sospechoso. Entonces decidí mejor tirarlos al cesto de
basura que estaba en la recepción. Salí con sigilo del cuarto con todo y
cangrejos para tirarlos a la basura, sin embargo, en el pasillo vi cómo se
acercaban mis padres y los hermanos con quienes compartía el cuarto.
Para que no me vieran me metí rápidamente a una habitación que estaba
sin huéspedes y puse la caja abierta debajo de una cama. Me acerqué a
la puerta para escuchar si ya había pasado mi familia y al no escuchar
nada salí del cuarto cerrando tras de mí la puerta. Me dirigí a alcanzar a
mi familia y vi cómo mi hermano entraba a mi cuarto. Salió enseguida
tapándose la nariz por el horrible olor que aún quedaba, pues a pesar de
que ya no estaban los cangrejos muertos y se había ya ventilado el
cuarto, el fétido olor aún persistía. Yo llegué como si nada y al verlo
tapándose la nariz fingí estar extrañado:

—Y ahora a ti ¿qué te pasa?


—Nada más entra y verás lo que pasa —me contestó mi hermano—.

Me metí y aguantándome el asco por el olor a marisco podrido que aún


quedaba, salí como si nada y le dije luego:
—Pues huela a mar, tonto, ¿qué esperabas?

Pronto empacamos y salimos rápidamente del cuarto cerrando la puerta.


Nos dirigimos a la habitación de nuestros padres y como ellos también
ya habían terminado de empacar, todos salimos y nos dirigimos hacia la
recepción. Cuando íbamos por el pasillo, vi cómo un “botones” con
maletas en mano caminaba delante de un matrimonio de gringos, luego
abrió la puerta del cuarto donde había escondido los cangrejos e invitó a
pasar a los nuevos huéspedes. No tardaron ni un segundo en haber
entrado, cuando salieron despavoridos tapándose la nariz con la mano.
Cuando abordamos el ascensor no podía aguantar la risa recordando la
cara de esos gringos cuando salían del cuarto, tapándome la boca para
no soltar una risotada.

68
Memorias de un LOBO

—¿Y ahora tú, que tienes? —me preguntaba mi padre—.


—Nada —le dije—, es que me acordé de un chiste.

Ya en la recepción ya todos estábamos reunidos y luego de pagar la


cuenta nos fuimos a despedir de la familia del militar a su hotel. Efusiva
despedida fue aquella, llena de besos y apapachos. El general sacó su
cartera y le dio una tarjeta de presentación oficial del ejército a cada uno
de mis padres, para que luego se contactaran y continuar con la sincera
amistad que había surgido tan espontáneamente entre ellos. Luego el
general le preguntó a papá si ya sabía cómo regresarse a la ciudad de
México. Mi padre le respondió:

—Pensábamos regresarnos en tren, pero tarda demasiado. Así que nos


regresaremos por autobús.
—Nada de eso —dijo el general Ortega—, con gusto les presto mi
camioneta.
—Cómo creé, general —le dijo mi padre—.
—No se hable más —replicó el general—, como aún estaremos una
semana más, nada me cuesta que mi chofer los lleve a su casa a la
capital y luego regrese por nosotros.

Pues efectivamente, no se habló más, el chofer nos regresó a casa en una


lujosa camioneta destinada a un militar de alto rango, llegando en menos
de 6 horas. Al llegar corrí a casa de Carlos por Lobo y éste al verme se
lanzó sobre mí derribándome y lamiéndome la cara sin que me dejara
respirar a la vez que a veces gruñía, cómo protestando por haberlo
dejado tantos días.

—Tranquilo, Lobo —le decía— ya estoy en casa, te prometo no


volverme a separar de ti nunca.
Y así ocurrió, nunca pasó eso, porque...

Se pierde un fragmento y luego continúa...

...pues no lo quiso. A pesar de que ese antiguo reloj había pertenecido a


mi abuelo, a mi hermano mayor se le hizo poca cosa y le exigió a mi

69
Memorias de un LOBO

papá uno nuevo y muy caro. Cómo a él siempre le cumplían sus


caprichos por ser el primogénito, mi pobre padre, haciendo un esfuerzo,
le compré ese reloj que mi hermano le exigía. El viejo reloj que mi
hermano no quiso era de marca “Ultramar” de la década de los 40, de
cuerda, carátula blanca, con un baño de oro y extensible de piel muy
fina. Para mí fue mejor, pues dicho reloj me lo quedé yo mismo y fue el
único que usé toda mi vida. Ese año serían los juegos olímpicos. Mi
papá estaba enojado pues el gobierno nos endilgó un nuevo impuesto,
“la tenencia sobre uso de automóviles”, supuestamente un impuesto
provisional para financiar los juegos olímpicos. Mi papá no necesitó ser
un vidente para decirnos convencido:

—Ya verán que ese impuesto jamás lo quitarán.

Efectivamente, ese injusto impuesto aún continuaba al término del


milenio. Pues sí, en ese año serían los juegos olímpicos y en la ciudad
reinaba una extraña tensión. Recuerdo que había un enorme conflicto
estudiantil y mi hermano mayor, que estaba en ese entonces estudiando
medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, diario
llegaba y nos informaba de lo que ocurría. También recuerdo que
cuando mi amigo Carlos y yo íbamos a jugar a un viejo acueducto que
rodea al pueblo, vimos azorados ahí estacionados a cientos de vehículos
blindados del ejército.

—Algo grande y espantoso está por ocurrir —decía mi padre a nuestros


conocidos, pero nadie le creyó—.

Para entonces cursaba el 6º grado, que me estaba resultando mucho más


fácil de lo esperado, quizá porque en esos días ya había sofisticado
mucho mis métodos del “acordeón”. Además, como muchas veces
estaba castigado en la dirección, en ocasiones robaba los exámenes
mensuales. Y como el profesor que nos había tocado era muy amigable,
más bien barco, me la llevé ese año muy tranquilo. Al profesor le
encantaban las bromas que les hacía a mis compañeros y hasta me las
festejaba. Una broma memorable fue la que ocurrió a mediados del
curso. Los salones de 6º grado estaban en la última planta. A veces en
los recreos subíamos 4 compañeros a nuestro salón y cómo éste daba a

70
Memorias de un LOBO

la calle, alguna vez se nos ocurrió lanzar desde arriba globos llenos de
agua para mojar a quien por ahí pasara. Yo era el experto “bombardero”,
pues cuando uno de mis compañeros se asomaba y veía que alguien se
acercaba, pronto metía la cabeza y me indicaba el momento de lanzar el
proyectil. Pronto sacaba el globo y sujetando su punta con 2 dedos, me
asomaba rápido para ver a quien pasaba y calculando el momento que la
persona estuviera justamente abajo del globo, lo soltaba sin piedad,
quedando la pobre víctima empapada ¡No fallaba una! Literalmente nos
revolcábamos de la risa al escuchar maldiciones desde abajo, sin
embargo yo quería algo más. Vino a mi mente una broma más
espectacular. Desde el 4º año, en las clases de dibujo utilizábamos tinta
china y ella era un útil escolar que todos siempre traíamos en la mochila.
Se me ocurrió entonces introducirle al globo el contenido de un frasco
completo de tinta y luego terminar de llenarlo con agua, para que la
víctima no solamente quedara mojada, sino completamente negra por la
tinta. Les comenté la idea a mis compañeros y a todos les resultó genial.
Llegó el gran día. Durante un recreo me metí a un baño y con cuidado
saqué tinta china de un frasco con una jeringa sin aguja y luego con
paciencia la fui metiendo al globo. Una vez hecha esa maniobra,
conecté la boquilla del globo a la llave y terminé de llenarlo con agua.
Por más que traté de no mancharme con la tinta, de todas maneras me
ensucié las manos al hacer toda la maniobra. Entré al salón y mis tres
cómplices quedaron impresionados al ver semejante monstruo. El globo
era color azul marino, sin embargo parecía negro y en esa especial
ocasión, era más grande a los que anteriormente utilizamos.

—¿Listos? —les pregunté a mis cómplices—.


—¡Listos! —me respondieron emocionados—.
Y el vigía se asomó por la ventana en busca de una víctima. Todos
estábamos ansiosos a la espera de que el vigía nos diera una señal y al
fin, después de mucho rato, nos dijo en secreto metiendo pronto la
cabeza:

—¡Ahí viene uno, ahí viene uno!

Y yo saque por la ventana el enorme globo con tinta dando una rápida
mirada para ver al que se acercaba para calcular el momento del disparo.

71
Memorias de un LOBO

Efectivamente, ahí venía un tipo con paso acelerado. Luego de contar


mentalmente los pasos del que venía, por fin dejé caer el globo,
escuchándose a los pocos segundos un enorme grito de enfado. Todos
moríamos de la risa, sin embargo, al asomarse un compañero para ver
cómo había quedado nuestra pobre víctima, metió rápidamente la cabeza
y con cara de susto me dijo enseguida:

—¡No mames, cabrón, le diste a Romano!

Al principio, todos quedamos paralizados viéndonos entre sí, pues esa


bromita seguramente nos costaría la expulsión de la escuela. Pero luego
reaccionamos y sin decir nada salimos corriendo, bajando al piso
inferior y refugiándonos en un baño. Ahí estábamos a la expectativa,
cuando de repente, dentro de la algarabía del recreo, se oyeron enormes
risotadas, escuchándose algo semejante a cuando ríe la gente en el cine.
Romano había hecho su entrada triunfal a la escuela, totalmente bañado
en tinta negra. Uno de mis compañeros mencionó:

—Mejor vamos al patio, para que no sospechen de nosotros —y así lo


hicimos—.

Pronto bajamos y nos fuimos a sentar sobre unas tarimas que estaban en
un extremo del patio para ver desde ahí la dirección. No tardó mucho
tiempo en salir Romano enfurecido. Estaba en mangas de camisa pero
por más que se lavó, tenía aún la cara negra por la tinta. Subió rápido las
escaleras e hizo tocar el timbre que daba fin al recreo. Todos nos
formamos y la mayoría de los alumnos hacían grandes esfuerzos para no
soltar la carcajada. Romano simplemente dijo:

—¡Entren a sus salones!

Todos quedamos desconcertados y más yo y mis cómplices de esa


diablura. El resto del día estuve muy preocupado por lo que ocurriría.
Estando formados para la salida, creí que la había librado, sin embargo,
con micrófono en mano y desde el 2º piso Romano gritó indignado:

72
Memorias de un LOBO

—¡Esta vez alguien pagará por esto! —hizo una pausa para escudriñar
con la mirada a todos los ahí formados—. ¡Y cómo no hay crimen
perfecto, bajaré al patio a revisarlos uno por uno para buscar manchas
de tinta en sus ropas o en las manos!
—Soy hombre muerto —pensé, poniendo lentamente atrás mis manos—
.

Ese sutil y discreto movimiento que hice al esconder mis manos, lo


detectó Romano, quien de inmediato me señaló con el dedo.

—¡Tú, Fernando, muéstrame tus manos! —me gritó con flagelante


mirada—.

Voltee a ver a uno de mis cómplices y sorprendido quedé al ver que de


su mochila sacaba su frasco de tinta china y a propósito se manchaba las
manos. Vieron eso mis otros dos cómplices y lo mismo hicieron. Luego,
como una onda expansiva, todos y cada uno de los alumnos hicieron lo
mismo y mientras lo hacían, Romano desde arriba gritaba enfurecido:

—¡Ya basta, ya basta! —pero nadie le hizo esta vez el menor caso—.

Al verse impotente por esa repentina indisciplina de prácticamente toda


la escuela, Romano resignado solamente nos dijo:

—¡Todos se quedan un mes sin recreo! —gritando todos de alegría,


como si ese castigo en realidad hubiera sido un premio—.

Quedé impresionado mirando toda esa escena, derramando lágrimas de


emoción al ver la solidaridad de todos mis compañeros. Aquel, sin duda,
fue uno de los momentos más emotivos en toda mi vida. Esa broma se
volvió legendaria y nuevamente no faltaron los que se la atribuían.
Pasaron varios días y me extrañaba el no haber tenido ninguna visión.
Me alegré por ello, sin embargo no tardaría en ser parte de una de ellas,
que solo unos meses antes había tenido.

Un día, después de regresar de la escuela, mi mamá me dijo que me


llevaría a comprar ropa a un mercado llamado “la Lagunilla”. Salimos

73
Memorias de un LOBO

después de comer abordando un autobús que nos llevó hasta el citado


mercado. Mientras mi mamá compraba yo veía pasar por la calle a
muchas personas con pancartas y gritando diversas consignas. Luego vi
que empezaron a cerrar las cortinas metálicas del lugar. Me metí
entonces rápido al mercado para buscar a mamá, quien estaba hablando
con el vendedor de un local de ropa.

—Será mejor que se vayan —le dijo el vendedor a mamá—, porque hay
rumores de que el ejército arrestará a muchos estudiantes.

Grabado quedó en mi mente el calendario de hojas individuales que


estaba colgado en ese local de ropa: 2 de octubre de 1968. Mi mamá se
alarmó por la advertencia del vendedor y luego de pagar lo comprado,
me tomó de la mano y salimos pronto del mercado. Eran como las 5 de
la tarde y rumbo a Tlatelolco caminaban muchísimas personas.
Tratamos de tomar un autobús, pero no pasaba ninguno. Buscamos
luego un teléfono público para comunicarnos a la casa pero ninguno
servía. Entonces mi mamá me dijo preocupada:

—Creo que será mejor ir a casa de tu tía, la que vive en Tlatelolco,


desde ahí le avisaremos a tu papá por teléfono que venga a recogernos.

Y así lo hicimos. Caminamos sin parar entre la multitud y cuando


íbamos a medio camino, vi el helicóptero que ya antes había visto en mi
visión. Sentí un vuelco al corazón sabiendo que algo espantoso estaba a
punto de ocurrir. El helicóptero daba vueltas y vueltas a muy baja altura
y cuando pasaba sobre nuestras cabezas su ruido era ensordecedor. Por
fin llegamos al edificio donde vivía mi tía y justamente enfrente, en la
plaza de Las Tres Culturas, habían reunidas miles de personas con
pancartas y gritando sin cesar muchas consignas. Entramos al edificio y
al intentar abordar el ascensor, una persona nos indicó que no había luz.
Así que tuvimos que subir los 12 pisos por las escaleras. Luego de
mucho tiempo, llegamos jadeando al departamento de mi tía y tocamos
la puerta de inmediato.

—¡Pero, manita! —le dijo angustiada mi tía a mamá al vernos llegar—,


¿qué hacen aquí?

74
Memorias de un LOBO

Y mamá le explicó que no había autobuses y que los teléfonos públicos


no funcionaban.

—Por eso vinimos aquí, manita —le dijo mamá—. Quiero que me
prestes tu teléfono para hablarle a mi esposo, para que no esté
preocupado.
—Claro que sí, manita —le respondió mi tía—, puedes hablarle cuando
quieras.

Levantó mi mamá la bocina del teléfono y luego de unos segundos le


comentó a mi tía:

—Tampoco sirve tu teléfono.

Mi tía quedó extrañada y tomando ella la bocina para cerciorase, le dijo


preocupada a mamá:

—Es cierto, no funciona.


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó angustiada mamá—.
—Pues lo más sensato —le respondió mi tía—, es que esperen a que
termine el mitin. No tarda en llegar mi marido y cuando todo esté
tranquilo, le pediré que las lleve a su casa.

Efectivamente, eso parecía que era lo más sensato. Afuera no dejaban de


gritar la muchedumbre, hasta que en un momento dado, guardaron
silencio escuchándose a alguien que hablaba con un altavoz. Mi tía
estaba muy preocupada pues ya era hora de que llegara su hijo y su
esposo, quien tenía una papelería muy cercana al edificio. Mis primitas
estaban muy asustadas por todo eso que estaba pasando y no dejaban de
ver por la ventana. Luego una de ellas dijo angustiada:

—¡Mira, mamá, están llegando muchos soldados en camiones y también


hay tanques!

Todos nos asomamos por la ventana y efectivamente, sobre la avenida


que separaba al edificio donde estábamos de la Plaza de las Tres

75
Memorias de un LOBO

Culturas ya se hallaban en línea muchos soldados con rifle en la mano y


cada vez llegaban más en camiones. El helicóptero que yo había visto en
mi visión no dejaba de dar vueltas volando muy bajo y a lo lejos se
escuchaba por el altoparlante a uno que decía:

—¡Dispérsense en paz, no hagan caso a provocaciones! —o algo así—.


Al ver mi tía todo eso que ocurría y que no llegaban su marido ni su
hijo, me pidió desesperada:
—Por favor, Nando, baja por las escaleras hasta la entrada y ve si tu tío
y tu primo están ahí abajo mirando lo que pasa, pero por favor, no salgas
del edificio.

Y así lo hice, bajé lo más rápido que pude del edificio y cuando lo hacía,
en repetidas ocasiones vi subir a unos tipos con un guante blanco en la
mano izquierda y en la otra un arma larga con mira telescópica. Yo solo
me hacía a un lado cuando pasaban sin que siquiera voltearan a verme.
Cuando estaba al fin en la planta baja, vi a través de la puerta de vidrio
que había muchísimos soldados. Luego, ganándome la curiosidad salí
un momento del edificio y en ese momento volvió a dar una vuelta el
helicóptero a muy baja altura y de repente se repitió lo que yo antes ya
había visto. Desde el helicóptero salió una luminosa bengala e
inmediatamente después se escucharon cientos de detonaciones y un sin
fin de gritos y lamentos. Me metí de nuevo corriendo al edificio y subí
aterrado. A la mitad del trayecto encontré a mamá llorando y al
encontrarnos me abrazó muy fuerte. Luego sin decir nada, seguimos
subiendo lo más rápido que podíamos y al llegar al departamento mi tía
ya nos esperaba en la puerta. Ni mamá ni yo podíamos hablar por el
cansancio, jalando aire muy fuerte.

—¿Qué pasó, Nando, no viste a tu tío?

Y yo, aún jadeando, solo le indiqué que no moviendo la cabeza. Se


escuchaban muchísimas detonaciones al igual que gritos desesperados y
mi tía cada vez estaba más angustiada. Me atreví a asomarme por la
ventana y vi algo que me dejó helado. Cientos y cientos de personas
corriendo en todas direcciones y detrás de ellos los perseguían soldados
disparándoles por la espalda, cayendo los perseguidos, uno por uno

76
Memorias de un LOBO

abatidos por los disparos. Pero también caían algunos soldados sin que
yo detectara quien les disparaba. Muchas personas se agazapaban en las
jardineras, pero de nada les servía porque al parecer los disparos
provenían de todas direcciones. Mamá también se asomó y al ver todo
lo que ocurría me apartó de la ventana para que no siguiera viento tan
atroz escena. También se escuchaban detonaciones aisladas muy
cercanas provenientes de la azotea del edificio. Para entonces ya estaba
obscureciendo y ni los disparos ni los gritos cesaban. Aún no había
llegado la luz y eso hacía que tuviéramos más miedo. Cuando ya solo se
escuchaban disparos dispersos, de repente tocaron a la puerta muy
quedito.

—¿Quién es? —preguntó angustiada mi tía—.


—Soy yo, Roberto, abre la puerta —era mi tío y mi primo—.

Al abrir la puerta mi tía abrazó muy fuerte a su marido y a su hijo y mi


tío le indicó pronto que cerrara la puerta.

—Hay francotiradores en la azotea —dijo casi en secreto mi tío—, no


debemos hacer ruido porque muchos estudiantes se metieron a este
edificio para refugiarse y unos policías vestidos de civil los andan
cazando.
—¡Virgen Santísima! —dijo mi tía—. ¿Y si encuentran a Ramiro? —mi
primo, que entonces tenía 20 años pero no estudiaba, pues trabajaba en
la papelería de mi tío, puso cara de espanto—.
—No creo que busquen departamento por departamento —mencionó mi
tío—, pues es demasiado grande.

Se equivocó el cuñado de mamá, pues esos policías vestidos de civil


buscaron metódicamente, departamento por departamento en la busca de
estudiantes. Por un momento volvió la luz, pero el teléfono seguía
“muerto”. Todo pasó tan rápido, que no recuerdo la hora en que
nuevamente se volvió a ir la luz y se empezaron a oír otra vez disparos.
Todo eso que ocurría, era una verdadera pesadilla. Una vez que cesaron
los disparos no pasó mucho tiempo en que se escuchaba que corrían por
los pasillos fuera del departamento y muchos gritos desesperados.
Cuando parecía que al fin la calma había llegado, se escuchó que

77
Memorias de un LOBO

tocaban muy fuerte la puerta. Todos quedamos callados del pánico que
nos invadía y de nuevo tocaron muy fuerte la puerta a la vez que alguien
gritaba:

—¡Abran, hijos de la chingada, o tiramos la puerta!

Se armó de valor mi tío y al fin abrió la puerta. Cuatro individuos mal


encarados, con pistola en mano y placas de policía en el cinto, entraron
rápidamente al departamento y mi tío se enfrentó al que parecía el jefe
de esos rufianes.

—¿Dónde está su orden para entrar a mi casa? —les preguntó mi tío—.


—¡Estas pendejo, pinche mono! —le dijo el soez tipo—, ¡mis órdenes
son mandar a chingar a su madre a cuanto estudiante me encuentre!

Y luego acercándose el tipo a mi primo, le gritó a uno de sus


subordinados:

—¡A ver, llévate a este pinche greñudo!—.

Y al tratar de impedir mi tío que se llevaran a su hijo, un policía le dio


un cachazo en la cabeza dejándolo inconsciente. Mi tía desesperada
también trató de impedir que se llevaran a mi primo y cuando estaban a
punto de darle un cachazo, mi mamá gritó enfurecida:

—¡Suéltela, hijos de la chingada!

Creo que el más sorprendido fui yo al escuchar hablar a sí a mamá. Los


policías soltaron a mi tía y luego en forma amenazante y con cara de
enfado se dirigieron a mamá. Yo me puse delante de ella para protegerla
y luego de abrasarme les dijo a los policías:

—¡No saben con quién se están metiendo! —enseñando la tarjeta que el


general Ortega le había dado en las vacaciones en que habíamos ido a
Veracruz—.

78
Memorias de un LOBO

El policía de mayor rango le arrebato la tarjeta a mamá y luego de leerla


nos dijo con prepotente tono:

—¡A mí me vale madres, aquí a todos se los va a llevar chingada!

En eso, entró un militar de alto rango con un nutrido grupo de soldados


bien armados, cuadrándose todos los policías vestidos de civil.

—¿Qué pasa aquí, oficial? —dijo enfadado el recién llegado


dirigiéndose al policía jefe de esos rufianes—.
—Nada, mi coronel —le contestó el policía—, que estas pendejas están
evitando que nos llevemos a este pinche estudiante.

Mi mamá rápidamente intervino diciendo:

—Le estoy diciendo a este orangután que somos amigos del general
Ricardo Ortega.

Volteó el coronel a ver al policía y sin decir nada, éste le entregó la


tarjeta que le había arrebatado a mamá. El coronel la leyó con cuidado y
luego dirigiéndose al policía le dijo enfadado:

—¿Pedazo de imbécil, qué no vez que es una tarjeta auténtica del alto
mando?

Quedó el policía muy apenado bajando la cabeza. Y luego el coronel le


devolvió la tarjeta a mamá a la vez que le decía:

—En verdad siento mucho lo ocurrido, señora. Si puedo ayudarle en


algo, sólo dígame.

Mi mamá más tranquila, solo le dijo al coronel que nos había salvado:

—Muchas gracias, coronel. Solo dos cosas le pido.


—Lo que guste señora —le respondió el militar—.
—Quiero —comenzó mamá—, que dejen en paz este departamento y
que no vuelvan a molestar a mi familia. Y también le rogaría, que me

79
Memorias de un LOBO

facilite un vehículo para regresar a mi casa, pues estamos aquí


encerrados y mi marido debe estar muerto de angustia.
—No se preocupe, señora —le dijo el militar—, ahora mismo ordeno
que no vuelvan a irrumpir en éste departamento y de inmediato ordenaré
que la lleven a su casa.

El coronel le ordenó a un teniente nos escoltara personalmente hasta un


jeep y nos llevara a nuestra casa. Luego de despedirnos de mis tíos y
primos, salimos escoltados por 4 soldados, incluido el teniente, pero
antes mi mamá se acercó al policía que tanto nos había insultado y sin
más, le metió un puñetazo en la nariz dejando al tipo todo
ensangrentado.

—¡Para que se te quite lo hijo de la chingada! —le gritó mamá muy


enfadada, quedándose ese desgraciado con el coraje atravesado sin
poder hacer nada ante tantos soldados armados—.

Cuando bajábamos por las escaleras guiados por una linterna que traía
un soldado, vi cómo había sangre por todos lados. Al llegar al fin a la
planta baja y salir del edificio, también vi cómo unos soldados se
llevaban a rastras a cadáveres ensangrentados, decenas y decenas de
ellos. El olor en el ambiente era una rara mezcla entre sangre y pólvora.
Por fin llegamos a la avenida en donde abordamos un jeep militar.
Empezaba a llover y como el vehículo donde nos llevaban no era
cubierto, quedamos empapados. Llegamos pronto a casa y justo en la
entrada estaba papá ahí parado junto con mis hermanos mayores y Lobo.
Al estacionarse el jeep militar frente a la casa mi papá estaba muy
sorprendido pero feliz al vernos. Bajó pronto mamá del auto y papá la
abrazó con mucho cariño, preguntando al mismo tiempo:

—Pero mira cómo vienen ¿pues qué ha ocurrido?


—En un momento te explico —le respondió mamá—, deja despedir a
estos soldados.

Mamá se acercó al teniente y dándole las gracias se despidió de él de


mano, luego el militar se cuadró saludando a la usanza militar muy
respetuoso, subiéndose a su vehículo y retirándose enseguida. Todos nos

80
Memorias de un LOBO

metimos y ya dentro de casa contamos todo lo ocurrido quedando la


familia muy impresionada. Mi papá nos contó que estaba muy
preocupado y que había llamado a decenas de hospitales para saber si
algo nos había ocurrido. Nos dijo que en las noticias nada dijeron de lo
sucedido. Obviamente el gobierno ocultó todos esos acontecimientos
debido a que en solo 10 días darían inicio los juegos olímpicos y los
ojos del mundo estaban puestos en México. Rebasado el milenio, esa
espantosa masacre aún seguía impune. Sin embargo todo lo ocurrido fue
un secreto a voces. Ocurrieron sin incidentes los famosos juegos
olímpicos y muy poca gente se enteró de ese terrible exterminio. En una
ocasión en que el general Ortega nos visitó en casa, nos contó que los
muertos en esa masacre se podían contar por cientos y tantos eran, que
aviones militares transportaron a los cadáveres hacia mar abierto, al
gofo de México y los arrojaban para que los tiburones los devoraran.
Muy poca gente se enteró de lo que realmente había ocurrido y solo,
después de muchos años, los gobiernos sucesivos hablaron tímidamente
de ese penoso asunto. En fin, para mí había sido una horrenda
experiencia, pero en el futuro vería cosas en vida y en mis involuntarias
visiones, que ese suceso quedaría pequeño. Lo que más recuerdo de los
juegos olímpicos, es que papá por esos días compró un televisor a
colores. Era una verdadera novedad y solo los ricos poseían alguno de
esos aparatos. Mi papá no era rico, sin embargo adquirió dicho televisor
en la compañía donde trabajaba, obteniendo un enorme descuento.
Durante el desarrollo de los juegos olímpicos, se juntaban en la casa
innumerables visitas para ver las transmisiones en nuestro enorme
televisor a colores. Y de las series de televisión a color que más
recuerdo por esos días son “Los Invasores”, “Mi Bella Genio”, “el
Súper Agente 86”, “El Túnel del Tiempo”, “Viaje a las Estrellas” y por
su puesto mi favorita “la Isla de Guilligan”.

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Memorias de un LOBO

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Memorias de un LOBO

Capítulo 2
Mi adolescencia

Enregalos.
diciembre llegó mi cumpleaños 12 y papá me dio 2 estupendos
Me obsequió una hermosa mini grabadora de carrete que yo
tanto le había pedido y un microscopio, pues le había manifestado mi
ilusión de ser algún día científico. Yo admiraba mucho a mi tío José
Luis, hermano mayor de papá, quien era un verdadero genio. Al igual
que papá, era autodidacta, pero de todo. Era el mejor especialista en la
cultura mesoamericana, el mejor experto del mundo en diatomeas,
astrónomo, biólogo, experto en antigüedades, experto en filatelia y
numismática, pintor surrealista y por si fuera poco, también era
políglota, dominando perfectamente 6 idiomas. Siempre lo comparé con
Leonardo da Vinci. Lo admiraba tanto, que él sembró en mí el deseo de
ser algún día científico y por eso deseaba tener un microscopio. El mío
era un microscopio en miniatura al que tenía mi tío y fue el regalo que
más perduró en mi vida, pues me ha sido útil hasta ahora, que escribo
estas memorias. La grabadora que pedí, fue para grabar mis recuerdos a
manera de un diario audio fónico, sin embargo, para todo la usé, menos
para eso. A esas alturas de mi vida ya había aprendido perfectamente a
discernir entre mis visiones y mis sueños. Y aunque las visiones que
tenía de un lejano futuro no podía ubicarlas en el tiempo todavía, las
cercanas, en cambio, ocurrían tan pronto, que yo no podía hacer nada
para evitarlas. A los espectros que me acosaban, simplemente los
ignoraba y tanto había aprendido a ya no mirarlos, que a veces
solamente cuando Lobo me lo advertía yo me enteraba que por ahí
andaba alguno. Al correr de los años la capacidad que tenía de ver a esas
almas en pena prácticamente desapareció, habiendo solo una excepción
en el futuro, cuando por poco quedo atrapado en el inframundo al
enfrentarme a un alma maldita. Pocos días después de mi cumpleaños,
antes de la navidad, tuve una curiosa visión por la noche que me
inquieto en sobre manera. Vi claramente un extraño y enorme televisor
plano que prácticamente era un vidrio rectangular transparente, que
cuando se encendía aparecía una perfecta imagen a color y en tercera
dimensión. Vi y escuche que una locutora, supongo de algún noticiero,
83
Memorias de un LOBO

decía algo que en aquel tiempo no tenía para mí el menor sentido.


Afortunadamente en la pantalla aparecía claramente la fecha: 8 de
marzo de 2041. Para mí, demasiado lejano en el tiempo ¡73 años
adelante! La locutora comentaba sobre un letal virus que afectó a todas
las computadoras del mundo. También mencionó el nombre de ese
virus: Esqueletor, que dejaba en blanco todos los formatos guardados en
las computadoras “infectadas”.

¿Un virus atacando a computadoras? ¿Pues de qué se trata? —me


preguntaba en ese entonces—.

En los sesentas ni soñar con computadoras personales y de hecho, esos


sofisticados aparatos yo solo los conocía en programas de televisión en
forma de enormes muebles verticales con cintas magnéticas corriendo
de atrás para adelante, tal como ocurría en un programa muy popular en
esos días llamado “el túnel del tiempo”. Pero en esa visión, vi en la
pantalla de televisión unas computadoras que mostró la conductora de
ese noticiero que parecían pequeñas tarjetas con cinescopio plano y un
pequeño teclado. Mencionó que el virus borró toda la información
contenida en formatos de las computadoras conectadas a la red y ello
había provocado un cataclismo mundial. Vi escenas de un sin número de
accidentes aéreos, a cientos de miles de personas agolpadas en los
centros financieros y otras muchas cosas que en ese momento no
comprendí. Estaba extasiado viendo en esa enigmática visión un
resumen del noticiero sobre ese acontecimiento, cuando de repente sentí
una tremenda sacudida. Era mamá, quien me sacó del trance pues se
preocupó al verme sentado en la cama con los ojos abiertos y la mirada
perdida.

—¿Qué tienes? —me preguntó preocupada—.


—Nada —le contesté—, solo meditaba.
—Qué susto me has dado —repuso—, creí que nuevamente estabas
viendo cosas.

Seguí el consejo que alguna vez me había dado mi padre. No le conté a


casi nadie lo que veía. Ese acontecimiento de un lejano futuro del virus
de computadora, de momento no le di importancia, pero pasados los

84
Memorias de un LOBO

años, volví a tener esa enigmática visión descifrando por completo lo


que sucedería en esa fatídica fecha de trascendencia mundial. Otra de las
visiones que tuve de un muy lejano futuro, de la que incluso averigüé la
fecha exacta de cuándo ocurriría, es la de una gigantesco terremoto en la
ciudad de Los Ángeles, que comparado con el de San Francisco a
principios del siglo XX se...

Desgraciadamente se pierde un fragmento y sobre ese terremoto que


menciona al final del anterior párrafo ya no aparece ningún dato. Es
muy probable que en estas mismas memorias nuestro personaje haya
vuelto a escribir sobre ese hecho, pero seguramente se debe haber
perdido en algún otro fragmento faltante. La narración continúa…

...esa navidad fue de las mejores de mi vida, asistiendo toda mi enorme


familia. Los 8 hermanos de mamá con todo y primos. También los 6
hermanos de papá, con sus respectivos hijos. Era un mundo de gente,
estando feliz jugando con más de 30 primos. La novedad para todos mis
primos fue la grabadora que me había regalado papá en mi cumpleaños,
pues se me ocurrió grabar diversas cosas y luego la dejaba en el baño,
oculta y encendida, para que cuando alguien entrara, escuchara de
repente voces y se espantara...

Se pierde un fragmento y luego continúa, estando nuestro personaje ya


en la escuela secundaria...

... así es, desde muy pequeño siempre me cuestioné semejantes cosas.
¿Si Cristo, era tan humilde en su doctrina, por qué sus ministros y la alta
jerarquía católica viven en la opulencia? Me habían enseñado también
que todo el que no estaba en la religión Católica, Apostólica y Romana
era hereje y el que no la profesara iría derechito al infierno.

—Entonces —pensaba—, el infierno debe estar lleno de chinos.

Esas cuestiones siempre se las planteé a mis profesores, pero


invariablemente me decían que había que tener fe y que la religión
católica se rige por “dogmas”. Pues si, los dogmas se tienen que aceptar
por qué sí y nada más porque sí. No hay que pensar ni razonar, para qué

85
Memorias de un LOBO

molestarse, si ahí están los dogmas. Toda esa filosofía me pareció


absurda y por eso desde pequeño me revelé en silencio volviéndome
agnóstico. Cualquiera otra persona que tuviera los dones que yo poseía,
seguramente se hubiera vuelto sumamente mística y religiosa. Pero
afortunadamente, además de esos curiosos dones que poseía, también
pensaba y jamás me dejé influenciar por dogma ni religión alguna.
Ahora, en secundaria, seguía en ese colegio católico y aunque el
gobierno prohibía las prácticas religiosas en escuelas, de todas maneras
en la mía se practicaban a todas horas. Se rezaba antes de iniciar las
clases, era forzosa la materia de religión, era obligatorio la asistencia de
misas programadas, etcétera. Las instalaciones de la sección de
secundaria se encontraban en un campus ubicado en un apartado rincón
de la ciudad rodeada de vegetación y con un río cercano. Sobre el río
pasaba un puente para ferrocarril y en él, en alguna ocasión por poco
pierdo la vida al intentar cruzarlo cuando el tren venía de frente. Más
adelante narraré tal aventura. La escuela era inmensa, con auditorio, su
propia capilla, una gran explanada, canchas de fútbol, básquet,
biblioteca, laboratorios y talleres. La secundaria era una novedad para
mí, pues para cada materia había un profesor distinto. Cada grupo tenía
un maestro titular, que era el responsable de la conducta y disciplina. Mi
maestro titular en el primero de secundaria era un personaje bonachón y
simpático llamado Fernando Zepeda, quien era de los pocos maestros
que no pertenecía a la congregación La Sallista, siendo éste seglar. A
ese pobre profesor le hice ver su suerte durante todo el año, aunque
siempre me dispensaba pues le resultaban geniales las bromas que en
ocasiones les hacía a mis compañeros. Por ejemplo, teníamos un
compañero apellidado Vázquez, sumamente religioso que había
manifestado su interés para entrar en un futuro cercano a un seminario
porque tenía deseos de ser sacerdote. Tal inquietud había sido el fruto de
las constantes clases de religión que nos daban. El pobre se había creído
todo eso de que si nos portábamos mal, iríamos derechito al infierno.
Por más que le decía que entrara en razón para que olvidara semejante
sandez, lo único que me decía es que ese era su más ferviente deseo: le
habían lavado el cerebro. En la escuela había una gran capilla donde
seguido había misas y además siempre estaba abierta en los recreos y
también durante la salida para rezar o meditar en ella. Estaba equipada
de un amplificador con bocinas para que todos escucharan las homilías,

86
Memorias de un LOBO

teniendo una extraordinaria acústica. Varias veces observamos a


Vázquez meterse a la capilla cuando no había nadie y en ocasiones lo
espiábamos viendo cómo se hincaba frente al altar, juntaba sus manos y
agachaba la cabeza, para decir luego en voz alta:

—Dios mío, mándame una señal para saber si debo o no ser sacerdote...

Pobre Vázquez, él sería mi primera víctima en la secundaria. Se me


ocurrió ponerme de acuerdo con 2 de mis compañeros para poner mi
grabadora funcionando momentos antes de que Vázquez entrara en la
capilla y dejar grabado algo en ella, para que el pobre pensara que esa
era la señal que esperaba. Tenía que calcular entonces el tiempo que
debería dejar correr la cinta sin que se oyera nada y luego grabar el
mensaje. ¿Pero qué mensaje grabaría? Si ponía mi voz o la de algún otro
compañero, se daría cuenta de inmediato. Entonces se me ocurrió
decirle a mi hermano mayor que grabara algo. Mi hermano mayor para
entonces tenía 21 años y era de voz muy grave. Le pedí de favor que me
grabara un pequeño diálogo para, supuestamente, probar mi grabadora.
Le escribí el mensaje en un papel y lo leyó muy serio a la vez que yo
grababa:

—¡Hijo mío, tu destino es el infierno!


—Perfecto —pensé—, salió a la primera.

Ahora solo era cuestión de esperar el momento oportuno para esconder


la grabadora detrás del altar para que Vázquez recibiera el mensaje. No
tardó mucho tiempo en que puse manos a la obra en mi malévolo plan.
Durante un recreo, cuando Vázquez pretendía entrar a la capilla, mis
cómplices lo distrajeron y fue el momento en que aproveché para
meterme a hurtadillas a la capilla y colocar mi grabadora tras el altar,
habiendo calculado más o menos tres minutos en que la cinta corriera en
blanco. A punto estaba de salir, cuando vi que sobre el altar estaba el
micrófono encendido. Le di dos golpecitos y efectivamente, se
escuchaba muy fuerte con eco en toda la capilla. Puse en el suelo el
micrófono junto a la grabadora para que cuando apareciera el mensaje
se oyera muy fuerte y me salí de inmediato, dándoles a mis compañeros
una señal para que dejaran pasar a Vázquez. Al fin entró nuestra víctima

87
Memorias de un LOBO

y sin que se diera cuenta, también mis dos socios y yo entramos en


silencio y nos escondimos tras una banca hasta atrás. Como de
costumbre, Vázquez levantó la cabeza y en voz alta empezó con su
súplica frente al altar:

—Dios mío, mándame una señal para saber si debo o no ser sacerdote...
—agachando de inmediato la cabeza—.
Había calculado perfectamente, porque nada más había hecho su
petición, cuando de repente en toda la iglesia y con un gran eco se
escuchó:

—¡Hijo mío, tu destino es el infierno! —saliendo de la capilla Vázquez


despavorido más blanco que la cera—.

No se le vio ni el polvo y mis cómplices y yo literalmente nos


revolcamos de la risa. Tal escándalo hicimos al reír desaforadamente,
que pronto se dio cuenta nuestro maestro titular, el profesor Zepeda,
quien además había visto correr con cara de pánico a Vázquez. Entró a
la capilla y al vernos tirados muertos de la risa preguntó disgustado:

—¿Y ahora, trío de locos, que les pasa?

Nos sorprendió in fraganti. Sin embargo, ese profesor era tan jovial y
bonachón, que pronto bajó sus humos y nos preguntó más tranquilo:

—A ver, a ver, ¿por lo menos cuenten el chiste, no?

Y así lo hicimos, le confesamos lo de la broma y sin poder evitarlo, el


mismo profesor carcajeó al escuchar lo que habíamos hecho. Luego, sin
dejar de reír, me pidió que pusiera la grabación que tanto había asustado
a Vázquez y luego de escucharla, también casi se desmaya de risa al
recordar la cara con que salió despavorido el pobre compañero que
había escuchado tan amenazador mensaje. Vázquez, después de unos
años, me agradeció haberle hecho esa broma, pues gracias a ella, cejó en
su estúpido intento de hacerse cura. Zepeda, era el único maestro de
toda la escuela con sentido del humor y casi siempre perdonó mis
ocurrencias. Su única debilidad eran las cosas raras y grotescas, pues

88
Memorias de un LOBO

alguna vez cuando fue a darnos algún aviso al laboratorio de biología en


el momento que estábamos disecando unas ranas, nada más de verlas, se
puso pálido de la impresión. Él era maestro de geografía y su máximo
castigo era ridiculizar ante todo el grupo al que se portara mal. Cuando
entraba al salón y observaba alguna indisciplina de parte de alguien,
simplemente lo señalaba con el dedo y le decía:

—A ver tú, hoy nos darás la clase.


Zepeda se sentaba en el lugar del aludido y el alumno apenado pasaba al
frente y con libro en mano trataba de abordar el tema del día. Sobra
decir que todos nos burlábamos del castigado y a tal grado llegaba la
presión que algunos tenían, que cierta ocasión un compañero se orinó de
la impresión. Zepeda, como si fuera parte del alumnado, se reía como
nosotros del ridículo que hacían los castigados. Así era mi maestro de
simpático y bonachón. Nada simpático ni benévolo era el director de la
secundaria, el profesor Rafael Bustamante, quien además de profesor de
historia, era un estupendo psiquiatra, conociendo perfectamente la
conducta de cada uno de los alumnos simplemente con hablar un poco
con nosotros. Además de su extensa preparación académica, era un
experto en artes marciales e impartía la clase de Judo. Ese personaje fue
vital en mi formación como ser humano y en un futuro me ayudaría
como nadie a comprender los dones que yo poseía. En la secundaria
teníamos que escoger un taller de algún oficio. Había el taller de
mecanografía, electricidad, encuadernación, carpintería, litografía y
dibujo técnico. Al iniciar el curso, cada semana asistíamos a los
diferentes talleres y de esa manera pudiéramos elegir el que más nos
gustaba y el que eligiéramos, lo llevaríamos por el resto de la
secundaria. Luego del lapso de prueba, escogí el taller de electricidad,
pues papá, siendo ingeniero en electrónica, me podría echar la mano y
además contaba en mi casa con un sin fin de herramientas. Hacíamos
instalaciones eléctricas en miniatura utilizando unas tablas perforadas,
en las cuales fijábamos los alambres y demás implementos. Me
encantaba hacer esas instalaciones y pronto aprendí el oficio de
electricista. Por otra parte, en el grupo había un alumno abusivo mayor
por 2 años al promedio de los compañeros que cuando podía fastidiaba a
los más débiles. Ese odiado compañero era enorme y fornido. Se
apellidaba Marín del Campo, pero al tener el pelo sumamente rizado, le

89
Memorias de un LOBO

apodaban “el chino”. Infortunadamente, ese odiado tipo, lo tuve los tres
años como compañero en los grupos respectivos. En alguna ocasión,
jugando al fútbol, lastimó con saña a un pequeño compañero apellidado
Cuevas, fracturándole una pierna. Como todos le teníamos miedo,
incluida la víctima de la fractura, nadie se atrevió a acusarlo y lo que
ocurrió fue tomado como un simple accidente. Yo estaba enfurecido,
pero el miedo me dominaba, porque el tal chino, en verdad
amedrentaba. Tenía, sin embargo, que tratar de vengar al pobre de
Cuevas. Ideé entonces el modo de darle su merecido anónimamente al
odiado chino. Su banca estaba justamente cerca de una toma de
corriente y se me ocurrió entonces electrificar su silla, para que al
sentarse recibiera una descarga eléctrica. Sabiendo ya los fundamentos
electricidad y sus instalaciones, sabía que uno de los polos del
tomacorriente le dicen “vivo” y el otro es “tierra”. Para identificarlos
existe un pequeño aparato que indica cual es cual. Conecté el polo
“vivo” de la corriente con un delgado alambre al descansa brazo
izquierdo de madera, pelando el alambre en la punta y fijándolo con
grapas. El objetivo era que al sentarse el chino y pusiera su brazo sobre
el alambre y luego con la otra mano hiciera tierra con el borde del
pupitre que era metálico, recibiera una fuerte descarga que al menos le
causara un gran susto. Y así lo hice, pero esta vez sin ningún cómplice
para que no hubiera testigos. Hice tal maniobra en un recreo y la
instalación quedó perfecta, pues yo mismo recibí una descarga eléctrica
al probarla. Salí de inmediato y me incorporé a mis demás compañeros
para pasar inadvertido. Cuando al fin sonó el timbre que daba fin al
recreo, todos nos formamos y luego de unas palabras que dijo el director
Bustamante, nos metimos a nuestro salón. Me senté de inmediato y con
expectación esperé que entrara el chino para que se sentara y recibiera
su merecido. No pasó mucho tiempo en que el odiado compañero
entrara, pero antes de sentarse en su lugar, se fue al fondo del salón y
como de costumbre abusó de un alumno. Arrancó una hoja del cuaderno
del compañero donde estaba escrita una tarea e hizo de ella un avioncito
de papel. Le prendió fuego y luego lo lanzó. En ese momento entró
Zepeda y al mirar esa diablura lo señaló con el dedo y le dijo muy serio:

—A ver tú, hoy nos darás la clase.

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Memorias de un LOBO

—¡Por todos los santos! —pensé—, Zepeda se sentará en la silla


eléctrica.

Rogaba a Dios que esta vez mi artilugio no funcionara, pero


infortunadamente mi instalación había quedado perfecta y una vez que
el profesor puso su brazo sobre el alambre pelado y la otra mano en la
parte metálica del pupitre, se cerró el circuito recibiendo una tremenda
descarga eléctrica.

—¡Ay! —gritó Zepeda al recibir la descarga y escuchándose al mismo


tiempo un chispazo eléctrico—.
Tan fuerte había sido la descarga, que al pobre profesor hasta se le
pararon los cabellos. Se paró de inmediato y examinó el pupitre
descubriendo de inmediato la instalación que estaba oculta.

—¡Ahora si me las vas a pagar, Martín del Campo! —le dijo disgustado
Zepeda al chino—.
—¡Pero yo no hice nada! —respondió el aludido—.

Mi venganza había salido diferente, sin embargo había funcionado,


pero esta vez me ganó la conciencia. Me puse de pie y dije en voz alta:

—¡Perdone, profesor, yo fui el que instalo esos alambres!

Todos quedaron mudos mirándome azorados, pues era algo muy raro
que alguien confesara una culpa y menos sin que en uno hubiera
sospecha. Mi castigo fue muy duro, pues durante una semana completa
tuve que dar la clase de geografía, teniendo que estudiar perfectamente
el tema de cada día y burlándose los compañeros de mí al verme ahí tan
nervioso tratando de dar la clase. Zepeda esta vez se había pasado
conmigo pues no me dejaba salir durante los recreos, poniéndome a
estudiar durante los mismos los nombres y ubicación de todos los ríos
del país. Solamente cuando los hube aprendido, terminó mi castigo.
Quedé muy resentido con Zepeda y desde ese momento empecé a
maquinar una venganza por lo que me había hecho pasar. Primero
empecé a estudiar sus hábitos y movimientos durante la clase para
encontrarle un lado “flaco”. Veía que invariablemente cuando llegaba al

91
Memorias de un LOBO

salón colocaba su portafolio en el piso, junto a su silla, nos decía


algunas palabras, luego lo tomaba y ponía sobre el escritorio para
después abrirlo y sacar sus libros y apuntes. Posteriormente lo cerraba y
volvía a poner sobre el piso. Ahí permanecía el portafolio hasta que
tocaba el timbre que indicaba que era hora del taller, volviendo a
guardar sus apuntes y libros en su portafolio. Salíamos todos y cuando
terminaba la hora de taller regresábamos a clase y continuaba la misma
materia de geografía volviendo Zepeda a su rutina de levantar su
portafolio, ponerlo sobre el escritorio, sacar sus libros y volverlo a
colocar en el piso. Tenía que aprovechar de algún modo esos hábitos. En
ese entonces, mi hermano mayor casi estaba a punto de terminar su
carrera de medicina y tenía en su habitación ya olvidados diversos
huesos humanos y piezas disecadas y modificadas. Había una pieza en
particular bastante grotesca y espeluznante. Era una pequeña mano,
supongo que de algún niño, perfectamente disecada, dejando ver todos
los tendones y en algunas partes los huesos. Sabiendo que Zepeda era
muy aprensivo respecto a ese tipo de cosas, se me ocurrió entonces
meter la mano a su portafolio para que cuando lo abriera se llevara el
susto de su vida. Sabiendo su rutina, no me sería difícil llevar a cabo mi
plan en la hora del taller. El día que llevé la mano a la escuela lo hice
dentro de una bolsa de papel, de las que se usan para guardar el pan.
Antes de la entrada se la mostré a un amigo que según él nada le
impresionaba para ver su reacción, preguntándole sin decirle el
contenido real de la bolsa:

—¿Quieres un pan? —le pregunté—.


—A ver —me contestó, arrebatándome la bolsa y metiendo enseguida
su mano en la misma—.

Se quedó extrañado al sentir algo raro en ella y luego de sacar la mano


la arrojó al suelo, quedando pálido del susto.

—¡Ay, en la madre! —reclamó— ¿Qué chingados es eso?

La mano disecada había pasado la prueba. Si tanto le había


impresionado a un tipo que supuestamente nada lo asustaba, menudo

92
Memorias de un LOBO

susto se llevaría entonces el pobre de Zepeda al encontrar ese adefesio


dentro de su portafolio.

—Pues manos a la obra —pensé—.

Y así lo hice. A la hora del taller me deslicé a hurtadillas al salón de


clases y sin ninguna dificultad introduje la mano disecada al portafolio y
salí enseguida. Ahora solo había que esperar a que terminara el taller
para que Zepeda se infartara. Termino la clase de taller y todos nos
metimos al salón para que continuara la clase de Zepeda. Cómo de
costumbre, una vez que nos habíamos sentado, Zepeda tomó asiento
frente a su escritorio y antes de levantar su portafolio leyó una circular
que le habían dado en la dirección. Yo estaba tenso por la expectativa.
Dejo de leer la hoja y luego subió su portafolio al escritorio. Estaba a
punto de abrirlo cuando de repente entró una ráfaga de viento por la
ventana, poniéndose de pié Zepeda para cerrarla.

—¡Con un demonio! —pensé—, ¡Ya abre el maldito portafolio! —pero


no lo hacía—.

Sudaba yo por la expectación de lo que ocurriría, sin embargo Zepeda


no abría su portafolio. Cuando por fin parecía que lo abriría, por el
interfono el director de la escuela nos informó:

—“Se les comunica a todos los grupos, que cómo se avecina un


aguacero, esta vez se adelanta la salida”.

Todos estaban complacidos, excepto yo, quedando frustrado. El


profesor cogió su portafolio y salió del salón indicándonos que
saliéramos a hacer fila. Zepeda se llevó a su casa el portafolio y nuca me
enteré de lo que ocurrió luego. Solo comentaré que al siguiente día,
Zepeda no asistió a la escuela, informándonos el director que éste se
hallaba enfermo de los nervios. Luego de mi venganza, me remordió la
conciencia, pues mi querido profesor en verdad era un gran tipo. Por
esos días yo estaba feliz porque parecía que habían cesado por completo
las visiones que tenía, sin embargo no pasó mucho tiempo en que
nuevamente me atormentaran y esta vez de una manera devastadora.

93
Memorias de un LOBO

Cierto día llegó Zepeda estrenando un pequeño vehículo que había


comprado. Nunca antes había tenido coche y lo llevó a la escuela para
presumir. Antes de la entrada todos nos arremolinamos para felicitarlo y
él estaba muy complacido. Recuerdo perfectamente el vehículo que
había comprado. Era un pequeño Renault 8 de color amarillo. Cuando lo
estaba mirando, le toqué el toldo y en eso sentí nuevamente ráfagas de
visiones que corrían por mi mente. Dentro de mi cabeza se fue
aclarando todo y vi perfectamente cómo ese vehículo se desbarrancaba
en una curva pronunciada entre un gran aguacero. Quedé impactado,
pues vi dentro del auto al profesor Zepeda, acompañado de una señora y
atrás dos niños. Al caer al barranco se hizo pedazos. Al dejar de tocar el
auto volví en mí con los ojos llorosos y a mí alrededor mis compañeros
quedaron asustados por haberme visto como ausente.

—¿Qué te ocurre? —me preguntó un compañero—.


—Nada —le dije apenado—, solo miraba el coche del maestro.

No sabía qué hacer. ¿Le diría al maestro lo que había visto? Qué tal si
me creía loco. Era apenas miércoles y seguramente ese suceso ocurriría
el fin de semana. Así que tenía varios días para pensar que hacer al
respecto. Esa misma noche le conté a papá lo que había visto y trágica
fue su respuesta.

—He aprendido, hijo —me empezó a decir mi padre—, que las cosas
que tienen que ocurrir, ocurren y ocurren sin remedio. Si has visto eso
—continuó diciendo—, mucho me temo que va a ocurrir.
—¿Pero si yo le advierto? —le pregunté angustiado—.
—Inténtalo —me dijo—, pero lo más seguro es que no te crea y si por
casualidad creyera lo que le dices, ten la seguridad de que de todas
formas va a ocurrir.

Pues ni modo, tenía que intentarlo. Pero necesitaba hacerlo de manera


inteligente para burlar al destino. Pasó por mi mente sabotear el auto del
maestro para que ya no funcionara. Pero luego de cavilar en ello, me dio
un vuelco al corazón pensando que quizá ese sabotaje pudiera ser el
motivo del accidente. Ni pensar entonces en tocar el coche, pues de
ninguna manera quería ser el responsable de esa tragedia. Decidí

94
Memorias de un LOBO

entonces hablar directamente con él para advertirle de frente lo que


estaba por ocurrir. Al día siguiente durante el recreo le pedí que me
concediera unos minutos para conversar a solas con él. Intrigado me dijo
que pasáramos al salón para hablar en privado.

—A ver, tocayo —me dijo—, ¿qué otra diablura te traes entre manos?
—Nada, maestro —le contesté muy serio—, lo que ocurre es que tengo
que decirle...

No me animaba a decirle directamente sobre mi visión, porque


seguramente no me creería.

—¿Qué me tienes que decir? —me dijo al quedar yo callado—. Anda


dime qué te ocurre.
—Pues resulta, maestro —continué—, que tuve un sueño donde usted
sufre un accidente en el coche que acaba de comprar, cayendo a una
barranca en una curva pronunciada y en él muere usted y su familia.

Se quedó pensando Zepeda y luego me preguntó intrigado:

—¿Conoces a mi familia?
—Pues personalmente no —le contesté—, pero sé que tiene una esposa
y dos niños pequeños.

Quedó Zepeda sorprendido y me comentó luego:

—Así es, Fernando, soy casado y tengo dos hijos pequeños.


—¡Ya vio, ya vio! —le dije alterado—, ¡por favor deshágase de ese
coche!
—Mira, tocayo —me dijo—, te aseguro que no pretendo salir a carretera
hasta que tenga más experiencia, pues apenas acabo de aprender a
manejar.
—¡Pero deshágase de ese coche por favor! —le dije angustiado—.
—No puedo —me contestó—, lo he comprado a crédito y apenas llevo
2 mensualidades.
—Pues entonces le suplico que no salga nunca a carretera en él, se lo
suplico —concluí—.

95
Memorias de un LOBO

Pues sí, me dijo que no me preocupara, porque no pretendía salir a


carretera. Quedé tranquilo de momento, pero por dentro me mataba la
zozobra. Durante el sábado por la noche, tuve nuevamente la visión del
pequeño auto desbarrancándose. Eran las 11 de la noche y sin
importarme la hora llamé por teléfono a la casa del maestro para
advertirlo de nuevo. Llamaba y llamaba el teléfono y nadie lo
contestaba. Por horas insistí, pero nada, no había nadie en su casa. Por la
noche, una y otra vez se repetía en mi mente esa horrenda visión y yo
cada vez estaba más angustiado. Todo el domingo también me la pasé
intentado de nuevo llamarle por teléfono y nada. Prácticamente ya daba
muerto a Zepeda. El lunes por la mañana yo ya estaba resignado. Estaba
seguro que Zepeda había fallecido con todo y familia. Pero volví a
respirar tranquilo cuando vi que llegaba Zepeda en su pequeño auto
como si nada. Corrí a recibirlo y al bajar del auto yo instintivamente lo
abracé con mucho cariño.

—Maestro —le dije—, creí que se había vuelto realidad mi sueño.


—No te preocupes —me respondió sonriendo—, te aseguro que tienes
maestro que te castigue para rato.

Pasó la semana si pena ni gloria, estando yo satisfecho pues esta vez


parecía que había burlado al destino. El siguiente lunes, cuando
estábamos formados, el director Bustamante con micrófono en mano
nos informó desconsolado:

—Tengo que informales que el profesor Zepeda tuvo un fatal accidente


en carretera muriendo él y toda su familia.

Sentí que se me doblaban las piernas, vi todo blanco y después escuché


un fuerte zumbido perdiendo el sentido. Al abrir los ojos estaba
recostado en un sillón de la dirección y sentado junto a mí se hallaba
Bustamante con cara preocupada. Entré en histérico llanto diciéndole al
director sin cesar:

—¡Yo se lo advertí yo se lo advertí...!

96
Memorias de un LOBO

—¡Tranquilízate, Fernando, tranquilízate! —me decía Bustamante a la


vez que me sacudía para que reaccionara—.

Y cuando me había calmado, me preguntó muy intrigado:

—¿Le advertiste, qué cosa?

Luego de reflexionar unos momentos, solo le contesté:

—Le advertí que manejara con cuidado. —Y le dije luego—: Si el


profesor Zepeda no sabía manejar en carretera ¿por qué lo hizo?
—Lo que sucede —me explicó Bustamante—, es que el viernes por la
tarde le avisaron que su madre había fallecido y como ella era de
Morelia tuvo que desplazarse hasta allá. En el regreso fue cuando
ocurrió el accidente.
—¡Con un demonio! —pensé—, ¿por qué no puedo saber la fecha
exacta en que ocurren las cosas que veo?

Más adelante, pasados algunos años, alguien me enseñó a “navegar” por


mis visiones, aprendiendo a ver las fechas en que esas cosas ocurrirían.
Por lo pronto esa tragedia me marcó por muchos meses volviéndome
melancólico callado. Un grato recuerdo que quedó grabado en mi mente
por esos días, que en algo mitigó el dolor que sentía por la pérdida de mí
querido maestro, fue haber sido testigo, aunque solo fuera por la
televisión, de la llegada del hombre a la Luna. Recuerdo cómo un par de
comentaristas mexicanos, Jacobo Zabludovsky y Miguel Alemán,
narraban paso a paso ese extraordinario acontecimiento. Presencié en
vivo y en directo, cómo la nave se posaba por primera vez en la Luna el
20 de julio de 1969. Eran pasadas las 11 de la noche en México y había
una radiante luna llena. Una vez que Armstrong hubo pisado la Luna,
salí de inmediato con un pequeño telescopio que tenía y lo enfoqué
hacia la Luna con la inocente esperanza de ver algún indicio de la nave
posada en ella. Mi papá subió a la azotea y al mirarme me dijo
sonriendo:

—Te aseguro que con eso no vas a ver a los astronautas.

97
Memorias de un LOBO

—Bueno —le dije—, por lo menos en el futuro podré contarle a mis


hijos que miré la Luna con un telescopio cuando había alguien en ella
¿no?
—Tienes razón —me contestó mi padre acariciando mi cabeza—, este
es un gran acontecimiento para la humanidad y me da gusto que te
interesen los sucesos importantes de la ciencia...

Se pierde fragmento y luego continúa...

... aunque de momento no me había interesado, decidí entrar al curso de


judo que daba Bustamante. Me compraron mi yudogui iniciando con
cinta blanca, de novato. Las exigencias para asistir a ese curso eran
extremas. Después de clases teníamos que quedarnos 4 horas más para
el arduo entrenamiento. En un principio ignoraba de qué se trataba ese
arte marcial, sin embargo pronto aprendí que dicho arte consiste en
utilizar el propio peso del adversario en su contra. Inicialmente cerca de
100 alumnos nos inscribimos, sin embargo, era tan agotador el
entrenamiento que a la postre, quedamos solo veinte. En la primera
clase, Bustamante nos dio una demostración. Su primera víctima fui yo
mismo. Estando sentados los 100 alumnos alrededor del profesor, éste
nos fue siguiendo con la mirada y al verme me señaló de inmediato con
el dedo.

—A ver, tú Fernando, pasa al frente —me dijo—.


Me puse de pie y me paré junto a él con mirada retadora. No sé cómo,
pero en una fracción de segundo me vi tirado en el suelo. Me había
derribado sin que me hubiera dado cuenta. Me puse rápido de pie y me
dijo con voz de mando:

—¡Anda, trata de darme un golpe en la cara!

Y sin pensarlo así lo hice, tratando de golpearle el rostro. Nuevamente,


no sé cómo, pero me vi de nuevo tirado en el piso. Todos rieron a
carcajadas al verme desorientado pues caí de grotesca manera.

—Eso es lo primero que van a aprender —comentó Bustamante—, a


caer sin que se hagan daño.

98
Memorias de un LOBO

Pues si, cerca de un mes solo a eso nos dedicamos en la clase, a


aprender a caer. Posteriormente empezaron las clases propiamente
dichas, aprendiendo pronto a hacer espectaculares tiradas y caídas sin
que nos hiciéramos el menor daño, quedando quienes nos miraban,
sumamente impresionados. A pesar de lo pesado de los entrenamientos,
me aferré a esa clase para tratar de olvidar lo que le había ocurrido a mi
querido profesor Zepeda, dejando por completo las travesuras. Todo el
segundo año de secundaria me esforcé como nadie en la clase de judo y
al final del mismo me volví el campeón del grupo. A raíz de lo que le
había pasado a Zepeda, mis visiones ocurrieron casi a diario. Sin
embargo trataba de ignorarlas. No quería saber nada del futuro pues para
entonces empecé a conjeturar con complejas paradojas que yo mismo
me planteaba. Si ralamente las visiones que tengo son acontecimientos
del futuro que tienen que ocurrir, me preguntaba entonces ¿qué hubiera
ocurrido si yo hubiera quemado el coche de Zepeda? ¿Quizá, por algún
misterioso motivo, no lo hubiera logrado? Y si lo hubiera conseguido
¿quizá Zepeda habría comprado otro coche y le hubiera ocurrido lo
mismo? Sin importarme todo lo que me había dicho papá, “que lo que
tiene que ocurrir, ocurre”, toda mi vida traté de cambiar el futuro...

Se pierde un fragmento que representa un año en la vida de nuestro


personaje y luego continúa...

... para entonces había embarnecido, adquiriendo cuerpo atlético por el


arduo entrenamiento que se requería en la práctica del Judo. Ya en el
tercer año de secundaria volví a ser el mismo de antes, realizando mis
acostumbradas bromas y siendo esta vez el titular del grupo el mismo
Bustamante, éste ya me traía entre ojos. Me toleraba mis ocurrencias
pues yo era su mejor alumno de judo y cuando hacíamos exhibiciones
nunca le hice quedar mal. Nada aplicado, en cambio, era en las demás
materias, donde casi siempre pasaba de panzazo. En la única materia
que sacaba siempre 10 era en biología, pues ésta realmente me
encantaba.

—Si tienes capacidad de sacar 10 en esa materia —me reclamaba


Bustamante—, ¿por qué no le pones empeño a las demás materias?

99
Memorias de un LOBO

Ni yo mismo lo sabía, simplemente no me gustaban, pasándolas como


podía, haciendo a veces trampa. En ese mismo grupo asistía el odiado
chino, quién cada vez se ensañaba más con algunos compañeros. Un día,
cuando estaba a punto de iniciar la clase de historia, que impartía
Bustamante, el chino sacó de una pequeña caja 2 ratones blancos y se
los metió bajo la camisa a un pequeño compañero llamado Roberto. El
pobre compañero entró en pánico gritando sin cesar:

—¡Quítenmelos, quítenmelos...! —gritaba aterrado—.

Se revolcaba Roberto en el piso, hasta que llegó el momento en que se


desmayó del pánico. Entró enfurecido Bustamante al oír todo ese
alboroto gritando enseguida:

—¡Pero que demonios ocurre!

Luego vio tirado al pobre Roberto inconsciente y el cobarde del chino


me señaló con el dedo diciendo:

—Fernando le metió unos ratones en la camisa.

Yo quedé sorprendido por la injusta acusación y como el chino era muy


temido, nadie tuvo el valor de decir lo que realmente había ocurrido.
Cuando traté de defenderme para explicar lo que había pasado,
Bustamante no me dio respiro, diciendo muy disgustado:

—¡Lárgate de aquí y espérame en la dirección!

Apretaba fuerte los dientes de la rabia que sentía por esa injusticia, pero
sin más remedio, me fui resignado a la dirección para recibir un castigo.
Pasó todo el día y yo permanecía sentado en una silla dentro de la
dirección. Durante el recreo vi cómo algunos compañeros se asomaban
y se burlaban de lo que me había ocurrido. Después de la salida, hora en
que iniciaba la clase de Judo, Bustamante me dijo que saliera:

—Como castigo —me dijo—, le darás 60 vueltas a la cancha de fútbol.

100
Memorias de un LOBO

—Pan comido —pensé, sin sospechar lo que me esperaba—.

Inicié mi castigo con mucho brío, trotando burlonamente cuando


Bustamante me miraba, viendo también a lo lejos a mis demás
compañeros haciendo sus rutinas de judo. Pasaron las horas y yo apenas
llevaba 30 vueltas y vi cómo mis demás compañeros se retiraban. Se
empezaba a nublar y yo seguía trotando. Estaba muerto de cansancio y
solo veía a Bustamante en un salón en el segundo piso viéndome cómo
corría. Empezó a llover y yo seguía corriendo casi arrastrando las
piernas. 57, 58, 59 vueltas ya no soportaba. Paré mi trote y caí al suelo
con la cara hacia el cielo sintiendo cómo las gotas de lluvia mojaban mi
rostro. Luego de unos momentos en que recuperé el aliento me paré y
me dirigí al salón donde estaba Bustamante para que permitiera
retirarme. Subí casi a rastras por las escaleras y cuando estuve frente a
Bustamante, éste me dijo muy serio:

—Te faltó una —riendo ambos a carcajadas—.

Me permitió retirarme y cuando iba rumbo a mi casa empecé a maquinar


algo para vengarme del chino y también de Bustamante. Con mucha
frecuencia Bustamante hacía espectaculares exhibiciones de hipnotismo
entre los alumnos. Todos conocíamos tales exhibiciones como “la hora
de show”, pidiéndoselo todo el alumnado a cada rato. Cuando estaba de
buenas hacía su show, siendo los protagonistas los propios alumnos.
Recuerdo que para escoger a los que hipnotizaría, primero nos indicaba
que junto a nuestras bancas nos pusiéramos de pie. Luego nos ordenaba
que cerráramos los ojos. Nos decía que imagináramos estar sobre una
balsa que flotaba en el agua y que cada vez más se movía. Sobra decir
que yo nunca cerré los ojos y veía que algunos de los compañeros se
sugestionaban a tal grado que movían su cuerpo como si en verdad
estuvieran sobre un navío. Justamente a esos que se sugestionaban los
escogía. Luego nos pedía abrir los ojos y enseguida decía:

—A ver, tú, tú, tú y tú... —señalando con el dedo a los qué se habían
sugestionado—.

101
Memorias de un LOBO

Pasaban al frente no menos de 5 alumnos, a quienes nuevamente les


pedía que cerraran los ojos y que contaran mentalmente del cien al cero
y que cada vez que descendieran en la numeración, más y más sueño les
daría.

—Cien, noventa y nueve, noventa y ocho... —contaba en voz alta


Bustamante—.

Al noventa ya todos estaban profundamente dormidos ahí parados. Eso


que ocurría creaba expectación en el resto de los alumnos escuchándose
un murmullo en el salón. Bustamante nos indicaba con el dedo que
guardáramos silencio y luego empezaba el show. Por ejemplo, alguna
vez empezó el profesor a sugestionar a un compañero diciendo que se
imaginara que entraba en un elevador. Luego le decía que se encontraba
el piso 15, edad del compañero y que según descendían los pisos,
también descendería su edad. Conforme iba bajando la edad,
Bustamante le preguntaba qué era lo que veía y el compañero sujeto a
tal prueba, con lujo de detalles narraba lo que en ese año había vivido.
Una vez, con ese mismo experimento, el maestro hizo descender a un
compañero hasta el año de edad y todos quedamos sorprendidos al
observar que cuando le preguntaba alguna cosa Bustamante, el
compañero simplemente balbuceaba y luego empezaba a llorar como
bebé. Luego hizo que el hipnotizado regresara nuevamente al presente y
esta vez pudo hablar perfectamente. Finalmente para que despertaran
les decía que contaran mentalmente del uno al diez y al llegar al último
número, chasqueaba los dedos diciendo con firmeza:

—¡Despierten! —y los hipnotizados despertaban enseguida—.


Quedé tan impresionado al ver todo ese espectáculo, que yo mismo me
preguntaba con angustia: —¿Qué pasaría si yo me sometiera a la
hipnosis?
El solo hecho de pensar eso hacía que se me erizaran los cabellos. Pues
en duda quedó lo que había pensado, porque en un lejano futuro, por
más que el mismo Bustamante intentó hipnotizarme con mi
consentimiento, nunca lo consiguió. Cuando en otras ocasiones
Bustamante hacía su show, a veces a los hipnotizados les decía que, por
ejemplo, una simple tiza era un suculento chocolate y al dárselos se los

102
Memorias de un LOBO

comían con gusto. Otras veces a algunos les decía que imaginaran que
metieran su mano a un cubo con agua helada y que ésta se les
entumecería. Cuando el maestro pinchaba la mano con una aguja, dicho
pinchazo no lo sentían. Al observar todos sus métodos, pronto aprendí la
técnica del hipnotismo, haciendo en un futuro mis propios experimentos
con algunos que se dejaban. Justamente fue en unos de sus shows, fue
donde maquiné mi venganza contra Bustamante. Lo primero que hice
fue comprar un sobre de un producto antiácido conocido como “sal de
uvas”, cargándolo siempre en la mochila para que cuando hubiera un
show hiciera buen uso de él. Por fin un día Bustamante estuvo de buenas
y nos dijo que nos preparáramos porque haría una sesión de hipnotismo.

—Ahora es cuando —pensé, sacando mi sobre de “sal de uvas”. Lo abrí


y lo guardé en uno de mis bolsillos—.

Como siempre, nos pidió que nos pusiéramos de pie y que cerráramos
los ojos. Esta vez nos indicó que imagináramos que un fuerte viento
soplaba de frente y que por más que intentáramos estar firmes, nos haría
mover la brisa. Yo fingí exageradamente que me hacía atrás, como
movido por el viento, para que me escogiera. Y así fue. Me escogió a mí
y otros 4 compañeros. Nos hizo pasar al frente y nos indicó que
cerráramos los ojos. Luego nos dijo que contáramos mentalmente hacia
atrás del cien al cero. Enseguida él empezó a contar en vos alta:

—Cien, noventa y nueve, noventa y ocho...

Yo, por si las dudas, pensaba en otra cosa, cantando mentalmente:

—“Allá en la fuente, había un chorrito, sé hacia grandote, sé hacia


chiquito...” —no fuera que de veras quedara dormido—.

Una vez que mis demás compañeros estaban bien dormidos, empezó
Bustamante a hacer sus acostumbrados experimentos. Cuando hacía un
experimento con alguno de ellos y yo ver de reojo que todos estaban
asombrados viendo lo que ocurría, fue el momento en que saqué de mi
bolsillo la sal de uvas y vacié todo el contenido en mi boca. Pronto salió
abundante espuma, me tiré al piso fingiendo que convulsionaba y

103
Memorias de un LOBO

Bustamante al voltear a verme quedó aterrado, diciéndome muy


angustiado:

—¡Por amor de Dios, Fernando, despierta, despierta! —chasqueando


con desesperación los dedos frente a mi cara—.

Yo no podía más, me ganó la risa y en vez de convulsiones, me dio un


ataque de carcajadas. El azoro que en un principio le había dado a
Bustamante, se convirtió en cólera al observar cómo me reía. Luego, al
ver mi puño cerrado, me abrió la mano a la fuerza cayendo al piso el
sobre de sal de uvas. Me puse de pie y prácticamente todo el grupo se
carcajeó por la broma y eso provocó que más se enfureciera
Bustamante.

—¡Silencio¡ —bufó disgustado—, ¡Tú, Fernando, vete a la dirección y


espérame ahí sentado!

Ahora sí, buena la había armado. Estando en la dirección ahí sentado,


me di un zape en la frente al ser tan estúpido, por haberme ganado la
risa. Sin embargo, cada que me acordaba de la cara que había puesto
Bustamante al verme convulsionado, sin querer me volvía a carcajear,
tapándome muy fuerte la boca para que no se escucharan mis risotadas.
Pasaba el tiempo observando cómo pasaban las horas en el reloj de la
dirección. Pasó el recreo, la hora del taller, nuevamente otras clases y yo
ahí sentado. Tocó el timbre de salida y yo suponía que el castigo que me
esperaba iba a ser peor que darle vueltas a la cancha. Entró Bustamante
a la dirección y me ignoró por completo. Yo cada vez estaba más
angustiado por lo que podría venir. Volvió a salir e impartió su
acostumbrada lección de judo. Pasaban las horas y yo seguía esperando
mi castigo. Terminó la clase de judo y mis demás compañeros se
retiraron. Entró Bustamante nuevamente a la dirección y se sentó frente
a su escritorio sin siquiera mirarme. Estuvo revisando papeles por horas
y yo seguía sentado. Suponiendo que se había olvidado de mí, tosí fuerte
para llamar su atención, pero ni siquiera volteaba a verme. Ya anochecía
y la angustia me agobiaba. Pensaba en mi pobre madre, que siendo tan
aprensiva cuando llegábamos tarde, me la imaginaba muerta de angustia

104
Memorias de un LOBO

porque yo no llegaba a casa. Alrededor de las 10 de la noche, por fin se


puso de pie Bustamante y me dijo muy serio:

—Ya lárgate.

Bustamante, siendo un experto en la conducta humana, me había


infligido el peor castigo que me pudieron haber dado siendo yo tan
inquieto: estar sentado sin hacer nada.

—¿Y ahora cómo me voy? —me pregunté a mí mismo—, a esta hora ya


no pasan autobuses.

Ni modo, me iría a pie. Me paré del asiento, con tremendo dolor en el


trasero por tantas horas de estar sentado y me despedí del maestro.

—Buenas noches, hasta luego —caminando hacia la salida—.


—Espera —me dijo Bustamante—, ya les he avisado a tus padres que
llegarás muy noche y les he dicho que yo mismo te llevaré a casa en mi
auto.

Quedé sorprendido, agradeciéndole muy en el fondo por haberle avisado


a mis padres. En el camino me cuestionaba:

—¿Por qué te portas así, Fernando? Tú eres muy inteligente y la energía


que gastas en hacer tus diabluras la deberías enfocar a los estudios. —Y
me siguió diciendo—, por poco me da un infarto al verte
convulsionando, a ver ¿por qué me hiciste esa pesada broma?
—Lo que ocurre —le contesté—, es que usted me castigó injustamente
el día que me puso a dar vueltas a la cancha.
—¿En verdad tú no le metiste los ratones a la camisa de Roberto? —me
preguntó intrigado—.
—No maestro —le respondí—, usted nunca me dejó hablar para
defenderme.
—Pues lo siento mucho, Fernando —me dijo—. Pero entonces ¿quién le
metió los ratones a tu compañero?

105
Memorias de un LOBO

—Fue el chino, maestro —le respondí y luego le pregunté impaciente—


: ¿Pues qué no se ha dado cuento de cómo abusa de los compañeros
pequeños?
—En verdad yo no sabía que ocurría eso —me dijo—, pero mañana
mismo lo vigilaré de cerca.

Llegamos a casa. Papá, mamá y Lobo ya nos esperaban en la puerta.


Bajé del auto y también lo hizo Bustamante. Al ver mi profesor a Lobo
quedó impresionado diciendo enseguida:

—Qué precioso lobo —acariciándole la cabeza—.


—¿Lobo? —preguntó mi madre.
—Si señora, este es un auténtico lobo —respondió—.
—Ya lo sospechaba —replicó mamá—, pero de todas maneras lo
queremos mucho, pues con la familia y los conocidos es muy noble,
pero alguna vez le arrancó los pantalones al señor que nos cambia los
tanques de gas, al meterse al patio sin avisar.

Todos nos reímos por la anécdota, pero seguía la acusación del maestro
por lo que le había hecho. Cuando suponía que Bustamante me iba a
acusar con mis padres, dijo:

—Pues aquí les traigo a mi campeón de judo, llegamos tarde porque


dentro de poco será fin de año y estamos entrenando para una gran
exhibición.

Quedé sorprendido por lo que había dicho, quedándole muy agradecido


por haberme encubierto. Después de que nos despedimos de
Bustamante, entramos a casa y mis padres me felicitaron por mis logros
atléticos. Al siguiente día, durante el recreo, Bustamante estaba en el
segundo piso observando al chino. No le quitaba la mira de encima.
Cuando vio que el chino golpeaba a un pequeño compañero, el profesor
bajó enseguida a confrontar al abusador.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le dijo al chino,
habiéndolo sorprendido in fraganti—.
—¡Ven conmigo! —le dijo— vamos a ver si eres tan hombre.

106
Memorias de un LOBO

En medio de la explanada se pararon frente a frente el profesor y el


chino. Todos los alumnos se pusieron a su alrededor sabiendo que algo
inusual pasaría. Luego en voz alta les dijo a todos:

—¡Miren, este compañero golpea a los alumnos pequeños porque cree


que eso lo hace muy macho!

El chino tenía cerca de 18 años siendo más alto que el maestro y


bastante fornido. Continuó diciendo Bustamante:

—¡Voy a poner mi mano derecha en la espalda y su valiente compañero


me intentará golpear la cara!
—¡Anda! —continuó diciendo el maestro— ¡golpéame la cara!

Y sin pensarlo mucho, el chino se abalanzó sobre el maestro, quien con


una simple llave de judo y con una sola mano, lo derribó enseguida.
Todos rieron a carcajadas viendo ahí tirado al abusador. Enfurecido el
chino se puso de pie y se lanzó nuevamente contra el maestro. Cayó de
nuevo estrepitosamente y esta vez las carcajadas no cesaron.
Bustamante le dio la mano para ayudarlo a parar, pero el chino lo ignoró
levantándose él solo. El profesor simplemente le dijo:

—Así se sienten los compañeros de los que tú abusas, ahora ve a la


dirección y ahí me esperas.

El chino bajó la cabeza y entre las burlas de todos se dirigió resignado a


la dirección. Ese abusador había recibido su merecido, sin embargo, no
pasaría mucho tiempo en que yo mismo me enfrentara a él. Después de
algunos días, estábamos en la clase de deportes practicando el fútbol.
Yo estaba de portero y en equipo contrincante estaba el chino. Cuando
el chino hacía algún disparo hacia la portería yo me lucía lanzándome
exageradamente, volando por los aires para detener la pelota. Eso
provocaba que el chino se disgustara. Una y otra vez ocurría lo misma y
yo más me burlaba. En una de esas paradas que hacía se me ocurrió
gritarle muy fuerte:

—¡Aprende a tirar como hombre, pareces una niña!

107
Memorias de un LOBO

Eso enfureció al chino, lanzándose sobre mí. Vi que venía como


ferrocarril y cuando llegó a mí, me hice a un lado sujetando su camiseta
y debido a su propio peso, cayó al suelo de costado perdiendo el aire,
quedando casi inconsciente. Pronto recobró el aliento y jadeando me
amenazó enseguida:

—¡Ya verás a la salida, pinche güerito!

Esa amenaza causó expectación en todos los alumnos. Se enfrentaría el


abusador más odiado de la escuela, contra el campeón de judo. Todos
me apoyaban moralmente, pero la verdad a mí me daba terror
enfrentarme a semejante grandulón. Fuera de la escuela había una
explanada conocida como “el llano”, que estaba ubicado junto al río. En
ese sitio ocurrían las peleas que a veces se daban, habiendo como
público los propios alumnos, quienes se colocaban en el bordo del río a
manera de tribuna para ver las peleas. A la hora de la salida,
prácticamente todos los alumnos fueron a ver la pelea y en el camino
todos me daba alientos.

—¡Dale en su madre al pinche chino! —me decían—, ¡ya es hora que


alguien le dé su merecido!

Sin embargo, esa confrontación parecía un duelo entre David y Goliat,


pues el mentado chino era un enorme tipo de más de 80 Kg. Y yo, en
cambio, pesaba menos de 60. Al fin empezó la pelea con un público tan
nutrido como nunca antes lo hubo. El chino era experto en peleas
callejeras y de inmediato se abalanzó a mí lanzándome patadas y
puñetazos como loco. Yo las eludía ágilmente a tal grado que el chino
cada vez estaba más enfurecido.

—¡Nada más deja que te alcance! —me amenazaba, pero yo solo me


defendía eludiéndolo—.

Todos los alumnos me apoyaban lanzándome porras y eso hacía que el


chino cada vez más se enojara. En un momento dado, tantos golpes
lanzaba, que alguno de ellos dio en mi rostro, cayendo yo al piso muy

108
Memorias de un LOBO

aturdido pues me había dado justamente en la punta de la barbilla.


Cuando estaba tirado, se disponía el chino a rematarme a patadas, pero
reaccioné a tiempo agarrando con fuerza su pierna haciendo una llave de
judo ayudado de una de mis piernas y cayendo el enorme tipo
estrepitosamente al piso y al haber caído se levantó mucho polvo del
suelo. Al observar esa espectacular caída, todo el público me ovacionó
de alegría y algunos me gritaban:

—¡Anda, patéalo en el piso, patéalo!

Me puse rápido de pie y vi ahí tirado al chino sobándose la espalda, pero


en vez de rematarlo a patadas, le dije en voz alta:

—¡Ándale, pinche mazacote, párate y pelea como los hombres!

Se paró de inmediato el chino y nuevamente se abalanzó sobre mí como


un toro. Esta vez no lo eludí, simplemente lo esperé y al lanzarme un
puñetazo, lo agarré fuertemente de la camisa, me hice a un lado y luego
de otra llave de judo lo derribé nuevamente el piso cayendo esta vez
como costal de papas, quedando su cuerpo ahí tirado y con la cabeza
rota, pues al caer su testa dio sobre el piso. Nuevamente le pedí que se
parara y cómo pudo se volvió a parar, pero en esta ocasión no se lanzó
atropelladamente, sino que simplemente se puso en guardia, pues se
notaba que estaba muy adolorido. Ahora yo fui el que lanzó los golpes
bailando a su alrededor golpeándolo una y otra vez el rostro hasta
dejarlo todo ensangrentado. Todos mis compañeros estaban
entusiasmados por la golpiza que le estaba propinando al chino, pero al
intentar rematarlo con un puñetazo en la barbilla, me llegó una visión
que me detuvo. En un instante vi al chino con los ojos morados y con la
cara inflamada, llorando frente a un féretro. En un instante intuí que el
chino pronto perdería a un ser querido. Después de haber tenido esa
visión, simplemente me hice hacia atrás ignorando a mis compañeros
que me pedían que lo rematara. Me voltee, caminé unos pasos para
recoger mis cosas y simplemente me retire muy triste con enorme
remordimiento de conciencia caminando entre mis compañeros, quienes
seguían eufóricos por mi triunfo. El rostro del chino quedó
ensangrentado, yo en cambio, solo había recibido un solo golpe.

109
Memorias de un LOBO

Comprobé que el judo es un fino arte marcial de defensa y yo había


abusado de él al propinar golpes sin ninguna necesidad. El pobre chino
dejó de ir a la escuela para siempre, no sé si por la pena de verse tan
humillado, o por la pérdida del ser querido que yo había observado. Al
siguiente día Bustamante me mandó llamar a la dirección. Estando
frente a él lo vi muy disgustado, diciéndome de inmediato:

—Me he enterado de la golpiza que le propinaste al chino y por una


parte me alegro, pues se lo merecía, pero me enteré que lo golpeaste con
los puños dejándolo ensangrentado. ¿Es verdad?
—Así es, maestro —le dije apenado—, le golpee el rostro sin necesidad.
Lo que pasa es que estaba muy enardecido...
—¡Para eso no son las artes marciales! —me interrumpió disgustado—.
El judo es un arte de defensa, que su práctica conlleva una gran
responsabilidad.

No tuve palabras para refutar nada y recibí su reprimenda con sumisión.


Bustamante tenía razón, el judo es solamente un arte marcial de defensa
que lo menos que busca es causar un grave daño al adversario y en su
filosofía nunca se utilizan los golpes. Sin embargo esa convicción que
ya había asimilado, muy pronto se puso a prueba en lo que entonces
sería la peor tragedia de mi vida. No pasaron muchos días de la pelea
con el chino, cuando en una ocasión encontré a mi hermano pequeño
llorando a solas, limpiándose la nariz ensangrentada.

—¿Por que lloras, Foquito? —le pregunté intrigado—.


—Nada —me respondió—, solo me caí y me pegué en la nariz.

Intuí de inmediato que algo le ocurría, preguntándole esta vez de manera


incisiva:

—¡Anda, dime quién te pegó en la nariz!

Mi hermano, muerto de miedo me empezó a contar lo ocurrido.

—Desde hace mucho tiempo —me dijo—, Gustavo me pega cada vez
que me ve y me ha dicho que si digo algo, va a matar a mis papás.

110
Memorias de un LOBO

—¡Ah, maldito! —mascullé entre dientes—.

El tal Gustavo era el bravucón del barrio, siendo un vago sin oficio ni
beneficio que solo se dedicaba a molestar a quién se dejaba. Tenía cerca
de 18 años y un aspecto daba miedo. Sin pensarlo fui a su casa
directamente a confrontarlo para reclamarle lo que le estaba haciendo a
mi hermano. Vivía en una casa a solo dos o tres de la nuestra y al llegar
lo vi sentado frente a la banqueta fumando un cigarrillo.

—¡A ver tú, cabrón! —le reclamé de inmediato—. Así serás bueno con
niños pequeños. Atrévete a golpearme a mí.

Con desdén y con sarcástica sonrisa me dijo burlonamente:

—Pinche güero, tú no me sirves ni para el arranque.


—A ver —le volví a decir—, párate y atrévete a golpearme.

Sin mediar palabra se puso de pie y se abalanzó sobre mí y más pronto


de lo que se tardó en parar, salió volando tras una llave de judo que le
infligí, cayendo de costado y quedando ahí tirado sin poderse incorporar
pues se la había salido el aire. Pude haberlo rematado a patadas, pero me
acordé de inmediato lo que hacía muy poco tiempo me había dicho mi
maestro, que el judo solo es un arte marcial de defensa.

—¡Párate…! —le grité enseguida—.

Sin embargo, no había terminado la frase, cuando sentí un fuerte golpe


en la nuca que provocó que cayera. Aturdido voltee a ver quién me
había golpeado alcanzando a ver que un hombre enorme me intentaba
patear. Cómo pude, cogí con fuerza su pierna y luego de una nueva llave
de judo logré derribarlo. Yo estaba muy aturdido por el golpazo que me
había propinado a mansalva y aunque me esforcé, no pude
incorporarme. Cuando el tipo se puso de pié pude reconocerlo. Era el
padre de Gustavo, que al ver tirado a su hijo, quiso defenderlo, pero de
cobarde manera. Yo seguía aturdido y como en cámara lenta vi de
nuevo que me intentaba patear. Esta vez solo cerré los ojos y encogí mi

111
Memorias de un LOBO

cuerpo para que el daño que recibiera fuera el menor posible. Sin
embargo, antes de que recibiera la patada, mi noble Lobo se abalanzó
sobre él, derribándolo de nuevo a la vez que con furia le mordía uno de
sus brazos. El cobarde tipo, llorando como Magdalena, gritaba
desesperado:

—¡Por favor, quítenmelo, quítenmelo…!

Para entonces se habían reunido cantidad de curiosos que azuzaban aún


más a Lobo para que lo mordiera con más fuerza. Ese tipo y su hijo eran
muy odiados por toda la gente del barrio pues eran una verdadera lacra.
Cómo pude, logré separar a Lobo del cobarde individuo, que al estar
aterrado, seguía gritando como niño:

—¡No me lo sueltes, no me lo sueltes!—.

Cuando al fin pude controlar a Lobo, el padre de Gustavo se armó de


valor gritando desesperadamente:

—¡Tú y tu maldito perro me las van a pagar, juro que me las van...

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…preparado y mañana sería le esperada exhibición de judo. Corría por


entonces al año de 1972 y se acercaba el fin de cursos. Una noche
estábamos la familia viendo un noticiario por la televisión y en alguna
de sus notas comentaron que en Nueva York estaban a punto de
inaugurar unas enormes torres que albergarían al World Trade Center,
edificios que serían los más altos del mundo, con una altura de 415
metros y 110 pisos cada uno. Casi desmayo al ver una película de dichos
edificios. Recordé la visión que hacía unos años había tenido y no cabía
en mí duda de que en uno de ellos se estrellaría un avión, pero no sabía
cuándo. Tan impresionado quedé, qué pronto mis padres notaron mi
nerviosismo.

—¿Qué te pasa, hijo? —me preguntó mi madre angustiada—.

112
Memorias de un LOBO

—Nada, mamá, nada —le dije para tranquilizarla—. Lo que ocurre es


que estoy nervioso porque mañana es la última exhibición de judo y
seguramente el auditorio estará lleno.

Mi padre no se tragó eso del nerviosismo y sin que mamá se diera


cuenta me indicó con la mirada que lo siguiera a mi cuarto. Estando ahí
mi padre serenamente me pregunto a la vez que me indicaba con la
mano que me sentara en la cama:

—A ver, dime la verdad, tuviste una de tus visiones, ¿no es cierto?


—No, papá, no —le respondí—. Bueno, sí —reflexioné luego—. Hace
unos años tuve la visión de que un gran avión se estrellaba en uno de
esos edificios que acaban de sacar por la tele. Y luego de estrellarse
salía una enorme bola de fuego anaranjada.
—¿Y sabes cuando ocurrirá eso? —preguntó mi padre—.
—No lo sé —le dije—. Pero me angustia pensar que va a ocurrir y yo no
puedo hacer nada para evitarlo.
—Ya alguna vez te lo había dicho —respondió papá—, lo que tiene que
ocurrir, ocurre y por desgracia no podemos evitarlo. Ojala pudieras
averiguar cuando ocurren las cosas que ves.
—Pues no sé cómo —le dije—, pero voy a hacer la lucha para que algún
día logre averiguar cuando ocurrirán las cosas que veo.

Y efectivamente, en el futuro alguien me enseñó un método para


navegar en mis visiones, fijándome en sutiles detalles que me ayudarían
a saber las fechas aproximadas de las cosas que veía. De momento
quedé angustiado por eso que ocurriría, pues seguramente en ese
desastre morirían cientos de personas. Más adelante comentaré cómo
averigüé la fecha exacta de ese desastre y cómo intentaré advertir a los
ocupantes de ese edificio de lo que ocurrirá. Al día siguiente llegué a la
escuela con mi yudogui nuevo para la exhibición y al entrar al auditorio
Bustamante estaba más nervioso que los que daríamos la exhibición.

—Al fin llegas, Fernando —me dijo nerviosamente Bustamante—,


anda, ponte pronto tu yudogui para que empiece el ensayo.

113
Memorias de un LOBO

Las rutinas que haríamos serían perfectamente coreografiadas y cada


movimiento y llave que realizáramos debería corresponder a lo indicado
por el profesor. Éramos 6 parejas e inicialmente empezábamos todos
sobre el foro haciendo primero una Kata guruma y luego caídas simples.
Era muy impresionante, porque a cada caída se escuchaba muy fuerte el
piso, que era de duela muy blanda protegida por una gruesa lona. Luego,
una por una, las parejas hacíamos rutinas individuales de complejas
llaves muy espectaculares. A mí me tocó de pareja un compañero un
poco más pesado que yo llamado José. A él y a mí nos tocaba cerrar el
espectáculo haciendo llaves muy complejas, correspondiéndole a cada
uno un derribe y conforme las fuéramos realizando, Bustamante, a un
lado del escenario y con micrófono en mano, explicaría el nombre de
cada llave. Todo era acompañado de música oriental para ambientar el
espectáculo. Dos horas antes de la fecha programada hicimos un ensayo
general saliendo las cosas de maravilla, quedando Bustamante muy
complacido. Cuando por fin se acercaba la hora del espectáculo la gente
empezaba a llenar el auditorio. El profesor estaba realmente nervioso
pues entre el público habían invitado al alumnado femenil de una
escuela llamada “Las Rosas”. Una de las profesoras de dicha escuela era
realmente hermosa y además era pretendida por mi profesor
Bustamante. Entre bambalinas me asomé para ver la clase de público
que asistiría y de inmediato me fijé en una hermosa niña rubia que se
sentó justamente en primera fila, al lado de la profesora que pretendía
Bustamante. Yo quedé prendado de ella y esta vez fui yo el que se puso
nervioso. Tenía que lucirme con esa hermosa niña. Una vez lleno el
auditorio, por fin dio inicio el espectáculo. He de comentar que mi
profesor tenía una voz fuerte, grave y varonil y cuando comenzó a
hablar todo el auditorio quedó mudo, pues el ambiente que se creó con
su voz, la música oriental y el juego de luces que nos alumbraba, era
realmente espectacular. Nuestros yudoguis eran blancos como la nieve e
inicialmente fuimos alumbrados por luces ultravioleta, dando la
impresión de que fuéramos fantasmas. Inició el espectáculo, narrando
Bustamante la historia del judo, a la vez que realizábamos diferentes
llaves y caídas. Yo no dejaba de ver a la niña que tanto me había
gustado distrayéndome a veces cometiendo algunos errores, mismos que
detectó de inmediato Bustamante quien me vio con cara de disgusto. Me
apliqué entonces y todo salió luego como lo planeado. Así continuaron

114
Memorias de un LOBO

las rutinas, hasta que me toco cerrar el espectáculo. En secreto le dije a


José, mi compañero:
—Déjame realizar a mi todas las caídas, es que en el escenario hay una
niña que me encanta y quiero quedar bien con ella.
—Cómo crees, wey —me dijo enfadado—, si no seguimos la rutina se
enojará Bustamante.
—Pues quieras o no, Pepe —le repliqué—, tú serás el que esté siempre
tirado.
—Ya lo veremos —me contesto disgustado—.

Empezó el final de la rutina y correspondía que José me derribara. Yo


me resistía cómo podía para librar la caída. Supuestamente cuando
Bustamante decía el nombre de la llave, deberíamos realizarla.

—Ahora veremos una Ura nage —decía el profesor, pero nadie caía—.
—Una Ura nage… —insistía con impaciencia—.

Aunque yo debería ser el derribado, luché con todas mis fuerzas


derribando a mi compañero y escuchándose de inmediato copiosos
aplauso. Voltee a ver a la niña de la que estaba prendado y ésta solo me
sonreía. Bustamante, muy molesto, dijo el nombre de la siguiente llave:

—Esta vez veremos una Ippon seoi nage —y comenzó el jaloneo—.


—Ya déjate caer, pinche Fernando —me decía desesperado mi
compañero—.

Pero nuevamente él fue el derribado. Bustamante solo movía la cabeza


en son de desapruebo. Sin embargo parecía que al público le encantaba
lo que veía, porque esta vez los aplausos fueron más nutridos.

—La siguiente llave —dijo Bustamante—, se llama Seoi otoshi y es


realmente espectacular.

Siguió el jaloneo y esta vez cayó de inmediato mi compañero, porque


supongo ya se había resignado a su destino. Siguieron así llaves
diversas, hasta que por último tocó el turno de las más espectacular de
todas: la Tomoe nage, llave que consiste en agarrar fuertemente las

115
Memorias de un LOBO

ropas del que está enfrente, hacerse para atrás hasta caer de espaldas
poniendo uno de los pies en el abdomen del oponente y lanzándolo por
los aires en una espectacular marometa cayendo estrepitosamente.

—Esta llave —comentó Bustamante—, además de espectacular, es muy


peligrosa para el que cae, pues si no se sabe caer, se puede romper el
cuello. Adelante compañeros —refiriéndose a nosotros, mirándome
fijamente con ojos de odio—.
—Esta vez tú te caes, Fernando —me dijo mi compañero muy
disgustado—.
—Si me dejo, Pepito —le contesté burlonamente—.

Y nuevamente empezó el jaloneo. Ahora era una verdadera


confrontación en donde saldría victorioso el más hábil. El forcejeo fue
intenso y notando el público que eso que veía era una lucha verdadera,
se llenó el foro de un murmullo. Esta vez mi compañero se salió con la
suya, derribándome y luego levantando los brazos en son de triunfo. La
ovación fue copiosa y yo, apretando fuerte los dientes del coraje me
levanté enseguida y muy al estilo japonés, después de hacerle a mi
compañero una caravana, lo cogí de nuevo de su yudogui reiniciando el
combate. De reojo veía a Bustamante angustiado indicándome con la
mano que parara la lucha, pero estaba tan enardecido, que nulo caso le
hice. El murmullo que había en público se volvió euforia al ver tan
intensa la batalla hasta que por fin derribé a mi compañero. Tan
acelerado estaba, que una vez que éste se hubo parado, lo cogí de
inmediato derribándolo de nuevo. Así, en forma acelerada, mi
compañero caía una y otra vez y tan rápido ocurría la acción, que
seguramente se veía como en cámara rápida, riendo la gente a
carcajadas. En una de esas caídas, tanta enjundia puse en ella, que
ambos salimos volando del escenario cayendo al piso frente a la primera
fila. Aturdido alcé la mirada viendo a la chica que me había gustado
riendo tan fuerte, que hasta lágrimas derramaba. El público estaba
enardecido y riendo a carcajadas. Fue cuando al fin reaccioné volteando
a ver tímidamente a mi profesor, quien estaba enfurecido. Mi
compañero y yo subimos al escenario y enorme fue la ovación. Ambos
hicimos una caravana y de inmediato nos dirigimos tras bambalinas.
Una vez estando reunidos tras el escenario, entró Bustamante bufando

116
Memorias de un LOBO

de coraje dirigiéndose a mí inmediatamente agarrándome fuertemente


del yudogui.
—¡Pedazo de animal¡ —me dijo—. ¡Echaste a perder el trabajo de un
año…!

Interrumpió el regaño el director del auditorio, quien de inmediato le


dijo a mi maestro que saliéramos todos a recibir la ovación, pues ésta no
cesaba y cada vez era más intensa. Bustamante me soltó de las ropas y
les indicó a todos que se formaran para que salieran a despedirse del
público. Cuando yo intenté formarme al último, Bustamante me detuvo
con la mano extendida, diciéndome simplemente:

—¡Tú te me quedas a aquí, cabrón!

Salieron todos a despedirse del público escuchándose de inmediato una


enorme ovación y luego un coro que pedía:

—¡Queremos al campeón, queremos al campeón…!

No pasó mucho tiempo en que Bustamante entrara tras bambalinas y


jaloneándome del traje me indicara:

—Te quieren a ti, animal. Anda, sal a despedirte.

Salí al escenario y tremenda aclamación espontánea surgió del público.


Volteé a ver al profesor, que con la mirada me indicó me pusiera frente
al grupo. Así lo hice y al estar frente a la gente, ésta se volcó en gritos y
aplausos. Levanté sonriendo los brazos quedando feliz de ver a la chica
que tanto me había gustado aplaudía a la vez que en ocasiones me
lanzaba besos con su mano. Tal fue el excito de la exhibición, que a
Bustamante se le pasó el enojo, siendo aquella de las pocas ocasiones en
que lo vi sonreír. Esa chica que provocó que hiciera tantas locuras
durante la exhibición, en un futuro hizo que yo realmente perdiera la
cabeza, porque…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

117
Memorias de un LOBO

…sería austera porqué no se habían reunido suficientes fondos. De todas


maneras el festejo sería a lo grande. Antes de la graduación oficial en un
salón, habría una especie de despedida en la misma escuela. Cuando
llegó el día de la citada despedida hubo, cómo de costumbre, primero
una solemne misa. Y luego nos reunimos toda la generación en el taller
de carpintería, que esta vez fue habilitado como sala de reuniones.
Pusieron sobre unas enormes mesas bocadillos y refrescos. Cuando
todos estábamos platicando y recordando anécdotas ocurridas durante
toda la secundaria, Bustamante puso una mano sobre mi hombro y con
voz solemne me dijo:

—Acompáñame a la dirección.
—¿Ahora que hice? —me pregunté—.

Resignado acompañé a mi profesor a la dirección, mientras mis


compañeros rieron burlonamente, quedando luego platicando y
comiendo sus bocadillos. Una vez en la dirección, Bustamante se sentó
frente a su escritorio y luego de invitarme a tomar asiento frente al
mueble, me dijo enseguida:

—Querido amigo, te hice venir aquí solo para decirte que eres el mejor
alumno que he tenido. Y no te hablo de tus logros académicos, porque la
verdad eres bien burro, sino de ti mismo como ser humano…

Desconcertado vi cómo se le humedecían los ojos, habiéndosele


quebrado la voz al decirme tal cosa.

—Te voy a confesar algo —me continuó diciendo—. Hace 10 años


falleció mi esposa y mi hijo en un accidente. Mi hijo, de seguir vivo,
tendría exactamente tu edad. Tú me recuerdas mucho a él pues también
era rebelde pero muy noble. Por eso te hice venir aquí, para que supieras
que te quiero como aquel hijo que perdí y en verdad me parte el alma
que muy pronto te dejaré de ver.

A esas alturas, ambos estábamos hechos un mar de llanto, poniéndose


mi querido profesor de pié ofreciéndome sus brazos. Nos dimos un
cálido y sentido abrazo teniendo yo tanta emoción, que no podía

118
Memorias de un LOBO

articular palabra por el enorme nudo que tenía hecho en la garganta.


Luego de secarse las lágrimas, Bustamante sonrió y me volvió a invitar
a tomar asiento.

—Esta vez —me dijo—, quiero brindar contigo, pero como hombres.
Sacó de su escritorio una botella de whisky y dos vasos sirviendo
generosas raciones.

—Salud, querido amigo —me dijo levantando su vaso—.


—Salud —le respondí—.

Qué ironía: todos mis compañeros brindando con refrescos y yo


bebiendo whisky con mi querido mentor, muy quitado de la pena y en la
dirección en la cual había recibido mil castigos. Una vez habiendo
terminado nuestras respectivas copas, Bustamante me dijo:

—Les tengo a todos una sorpresa y quiero que seas tú el primero que la
sepa.
—¿Qué es? —le pregunté intrigado—.
—Pues resulta —me dijo—, que aunque no hay suficientes fondos para
la fiesta de graduación, un servidor y la directora del colegio Las Rosas
financiaremos tal evento haciendo una gran fiesta de despedida donde se
reunirán tanto los alumnos de nuestra escuela y las alumnas de la suya.
—¡Maravilloso! —pensé enseguida—. Volvería a ver a la chica que
tanto me había gustado.

Cuando Bustamante hizo el anuncio ante el alumnado, todos gritaron de


alegría, pues tal evento era inédito y más tratándose de una fiesta donde
asistirían chicas. Yo estaba realmente emocionado, pues lo que había
sentido por esa niña que había visto cuando fue la exhibición de judo,
era algo que nunca antes había experimentado: sentía que por primera
vez me había enamorado. Estaba a punto de cumplir los 16 años y en mi
sangre, como a todo adolescente le ocurre, bullía la testosterona. Cómo
había comentado anteriormente, aunque en mi familia nada nos faltaba,
no contábamos con muchos recursos económicos y cuando les dije a mis
papás que necesitaba un traje nuevo para tal evento, por desgracia no
pudieron financiarlo. Sin embargo, mi mamá me vio tan angustiado que

119
Memorias de un LOBO

no se cómo, pero de un viejo traje de papá, me confeccionó uno que


resultó muy elegante, pero con las mangas del saco un poco largas.
Resuelto ese problema, era solo cuestión de esperar con paciencia el día
de la gran fiesta de despedida. Tal día ocurrió un sábado a medio día, en
un enorme salón del club de Leones. Recuerdo que al llegar al salón me
encontraba muy nervioso pues las mangas de mi saco estaban muy
largas y he de haberme visto ridículo pues mis compañeros de inmediato
comenzaron a molestarme.

—Ya llegó Clavillazo —comentó burlonamente unos de mis


compañeros, riendo todos al escuchar ese sarcasmo—.
—Me las vas a pagar, González —le dije al compañero que se
burlaba—.

La familia de González era muy adinerada y el muy presumido venía


ataviado con un fino traje a la medida, zapatos nuevos y un espectacular
reloj fino en la muñeca. El muy pedante no dejaba que siquiera se le
acercaran pues tenía miedo que le ensuciaran su fino traje. Yo en
cambio, portando un viejo saco con mangas que me tapaban las manos.
Para que no se notara lo largo de las mangas del saco, puse las manos
atrás y cada vez que alguien me saludaba, solo me inclinaba ligeramente
haciendo una discreta caravana. Así empezaron a llegar todos los
maestros, alumnos y las esperadas alumnas del colegio Las Rosas. Poco
a poco nos fuimos sentando frente a las mesas que nos correspondían.
De un lado del salón las damas y del otro los compañeros. Todos lo
barones estábamos muy nerviosos y apenados pues nunca habíamos
asistido a un evento donde también hubiera damas. Al ver a las chicas
noté que ellas estaban más nerviosas que nosotros, así que pronto me
tranquilicé sintiéndome dueño de la situación. Bustamante estaba
también muy nervioso pues aún no llegaba la directora de la escuela que
tanto le gustaba. Tampoco había llegado la chica de mis sueños, estando
yo muy impaciente y nervioso sudándome copiosamente las manos, no
se si por los nervios que traía o porque las mangas del saco las cubrían.
Hizo por fin su entrada triunfal la directora de la escuela de las chicas,
acompañada de la niña de mis sueños. Pronto me enteré que esa chica
era, ni más ni menos, la hija de la directora.

120
Memorias de un LOBO

—De tal palo tal astilla —pensé, pues ambas eran realmente
hermosas—.

Apenas había entrado la directora al salón, todas las alumnas la


ovacionaron, lanzando vítores y porras. Al ver dicha escena, me puse de
pié gritando enseguida:

—¡Compañeros, una porra para nuestro querido director Bustamante!


Y todos aplaudimos y vitoreamos a nuestro querido maestro. Eso ya se
había convertido en una competencia de porras entre las chicas y
nosotros y ambos, Bustamante y la directora, sonreían notoriamente
emocionados. Una vez que terminamos de explayarnos, Bustamante
tomó la palabra y con micrófono en mano, dio un sentido discurso, que
provocó que a la mayoría se nos derramaran algunas lágrimas. Luego lo
mismo hizo la directora de las chicas, quien no se quedó atrás con un
discurso también muy sentido y una vez habiendo terminado, dio inicio
la celebración. Para amenizar el evento había un grupo de músicos que
tocaban melodías bailables, pero nadie de nosotros nos atrevíamos a
sacar a alguna chica a bailar.

—¿Qué pasa, muchachos? —nos preguntó Bustamante—. ¿No que


muchas ganas tenían de convivir con las chicas?

Todos estábamos como petrificados y al ver esa actitud tan timorata por
parte de nosotros, Bustamante se dirigió al lado de las chicas y sacó a
bailar a la directora. Unos a otros nos dábamos de codazos para ver
quién se animaba a sacar a alguna chica, hasta que por fin yo me armé
de valor y me dirigí hacia donde estaba sentada la chica de la que estaba
prendado.

—¿Bailamos? —le pregunté a la niña haciéndole una caravana—.

Con franca sonrisa me dio su mano, pero al dármela no encontraba la


mía, pues estaba oculta dentro de la manga tan larga que traía.

—Perdón —le dije apenado y sintiendo que me sonrojaba—.

121
Memorias de un LOBO

—No te preocupes —me contestó—, hasta que hubo un chico con valor
para sacarme a bailar.

Y ahí estábamos en el centro de la pista, sintiendo que todos nos


miraban y yo muy orgulloso bailando con la chica más bella de la fiesta,
hasta que el desgraciado de González gritó burlonamente:

—¡Qué bonito bailas, Clavillazo! —riendo todos los compañeros a


carcajadas—.

Yo sentí que me moría de la vergüenza y al notar mi enfado, la chica


con quien bailaba simplemente me decía:

—No le hagas caso, envidia es la que esos patanes te tienen.


—¿Cómo te llamas? —inicié la plática—.
—Jennifer —me respondió—. Sé que tú te llamas Fernando, ¿no es
cierto?

Me sentí muy alagado al ver que ella conocía mi nombre, pero me


preguntaba cómo lo sabría. Al ver mi cara perpleja, simplemente me
dijo:

—Se tu nombre porque en la exhibición de judo lo mencionaron.


—Ah —le respondí—. Pero me halaga mucho que te acuerdes de mí.
—Cómo no me voy a acordar de ti —me dijo—. No sabes lo divertida
que estuve al verte hacer las llaves de judo.

Ambos reímos al recordar lo ocurrido en la dichosa exhibición y mis


amigos morían de la envidia al verme ligando con tan linda chica. Sin
embargo el tal González no dejaba de burlarse de mi atuendo. Continuó
la fiesta y al fin mis compañeros se animaron a sacar a las demás chicas
y sin sentirlo ya cada quién tenía a la suya. Yo estaba más feliz que nuca
platicando con esa hermosa chica, que festejaba a carcajadas todas mis
ocurrencias. Cuando ella me empezó a contar sus anécdotas en la
secundaria, me di cuenta que era tanto o más tremenda que yo, pues
también les hacía bromas pesadas a sus profesores y compañeras.

122
Memorias de un LOBO

Cuando todos estaban platicando y bailando con sus respectivas parejas,


Jennifer me dijo al oído:

—Ven, vamos a la cocina.


—¿A la cocina? —le pregunté intrigado—.
—Sí, sí, a la cocina —me contestó—. Vamos a aprovechar que en este
momento no hay nadie ahí.

Se me salía el corazón del pecho. ¿Para qué demonios me quería llevar


ahí? Ya sin decirme nada, tomó mi mano y ambos nos dirigimos
discretamente a la cocina. Estando solos ahí me preguntó muy quedo:

—¿Quieres vengarte del odioso tipo que se está burlando de ti?


—¿Qué tienes en mente? —le dije intrigado—.
—Nada —me contestó—. Es que he notado que el tipo que te molesta
está más preocupado porque no se le manche el traje, que por platicar
con alguna chica.
—Es verdad —le dije—, ¿qué hacemos? —le pregunté enseguida—.
—Mira la sopa —me respondió—. ¿Qué parece?

Me asomé al enorme recipiente que contenía la sopa y le respondí luego:

—Parece sopa de champiñones, ¿no?


—No, tontito —me dijo—, parece vómito.

Volví a asomarme y efectivamente, la sopa de champiñones tenía el


aspecto mencionado.

—Mira —me dijo la traviesa chica—, voy a llenar un vasito desechable


de sopa y cuando esté junto al compañero que te está molestando, haré
el aspaviento de querer vomitar. Pondré discretamente el vasito cubierto
con una pañoleta junto a mi boca y le vaciaré el contenido sobre sus
solapas.

—¡Genial! —le comenté—. González recibirá su merecido.

123
Memorias de un LOBO

Pues pusimos manos a la obra. Jennifer llenó el vasito de sopa, lo cubrió


con una pañoleta y ambos salimos discretamente de la cocina. Nos
acercamos a la mesa donde González estaba sentado platicando con otro
compañero y cuando Jennifer estuvo detrás de él, empezó con su plan.
Hizo primero aspavientos amagando con vomitar, haciéndose todos a un
lado y poniéndose de inmediato González de pie tratándose de proteger
de lo que vendría y sin más, Jennifer, fingiendo vomitar ruidosamente,
se llevó la pañoleta a la boca que contenía el vasito con sopa y lo
derramó sobre mi compañero. La cara del tipo era indescriptible, siendo
una rara mezcla de asco y asombro. Jennifer fingió seguir vomitando y
derramó parte del contenido del vaso dentro un plato que estaba sobre la
mesa. A mí se me ocurrió coger una cuchara y comer la sopa derramada
sobre el plato a la vez que decía:

—¡Mmmm, calientito!
Todos quedaron horrorizados al ver esa supuesta porquería, saliendo la
mayoría disparados al baño a devolver el estómago por tanto asco que
les había dado. El primero en correr al baño a vomitar fue González,
quien luego de haber terminado ya no regresó a la fiesta retirándose a su
casa a cambiarse de vestimenta. Jennifer y yo casi nos revolcamos de
tanta risa, al ver la cara de horror que todos tenían. Cuando les contamos
a los que no fueron a vomitar al baño lo que realmente había ocurrido,
rieron también a carcajadas, festejando nuestra ocurrencia. Sobra decir
que durante la comida prácticamente nadie comió la sopa de
champiñones. Continuó la fiesta y yo estaba fascinado con esa hermosa
chica, que era tan tremenda como yo. Empezaba a hacer mucho calor y
me dijo Jennifer al verme sudar copiosamente:

—¿Por qué no te quitas el saco?

Yo no me quitaba porque debajo traía una camisa de manga corta y eso


me apenaba. Fui sincero y le dije a la chica:

—Es que debajo traigo una camisa de manga corta y seguramente se


burlarán de mí. Ya vez que a mis compañeros no se les va una.
—No te preocupes —me contestó—, a estas alturas ya nadie se dará
cuenta.

124
Memorias de un LOBO

Pues sin pensarlo me quité el enorme saco sintiéndome aliviado.

—¡Wow! —me dijo la chica al verme en manga corta—. Estás bien


velludo.

Y luego acariciándome los brazos me dijo:

—Pareces un lobo.

Quedé tan sorprendido con lo que me acababa de decir, que ella misma
quedó desconcertada al ver, lo que seguramente fue una cara de
asombro que puse, preguntándome enseguida:

—¿Te ofendí?
—No, al contrario —le dije—, me encanta que me digas así. De ahora
en adelante yo seré tu lobo. Fíjate —le seguí diciendo—, que yo tengo
como mascota a un verdadero lobo.
—¿De verdad? —me preguntó emocionada—.
—En serio —le respondí—, más hermoso de lo puedas imaginar.

Quedamos que muy pronto le presentaría a Lobo, intercambiando


números telefónicos y nuestras direcciones respectivas. Quedé algo
triste al saber que ella vivía en una nueva colonia muy lujosa llamada
Tecamachalco. Yo en cambio, habitaba en un barrio muy modesto.
Evidentemente ella pertenecía a una familia adinerada, siendo su madre
dueña de la escuela donde estudiaba y otras muchas escuelas más. Me
comentó que a pesar de ser muy joven, ella misma tenía automóvil
propio y que constantemente iba de viaje a Europa. La verdad yo me
entristecí, habiendo preferido que ella fuera pobre. Al ver mi cara
acongojada, Jennifer tomó mi mano y me dijo muy seria:

—Perdóname, lobito, no te quise ofender. No debí haberte presumido


mis cosas y más sabiendo que tu no tienes tanto dinero.
—No te preocupes, Jenny —le dije—, más vale que no nos volvamos a
ver, pues estoy seguro que tu familia no permitirá que salgas con un
pobretón como yo.

125
Memorias de un LOBO

—¡Cómo crees, Lobo! —me dijo enfadada—. Mi mamá es una persona


muy noble y comprensiva…
—Oye —le interrumpí— ¿y tu papá?
—Mis papás están divorciados —me contestó—. Y la verdad, mi papá
es muy especial.
—¿Por qué lo dices? —le pregunté—.
—Pues fíjate —me empezó a explicar—, que él es un inglés a la antigua
y aunque me pese, he de confesarte que es muy racista. Pero te juro que
yo no soy así. Yo soy muy democrática —concluyó con una sonrisa—.
—¿Y con quién vives? —le pregunté—.
—Con mamá —me respondió—, pero los fines de semana la paso con
papá.

Me contó después que su padre vivía en la zona más exclusiva de la


ciudad, en la colonia “Lomas de Chapultepec” y era con él con quien
siempre viajaba al extranjero. Él era un gran empresario, teniendo
múltiples negocios aquí en México y en Inglaterra. Jenny me vio tan
triste, que tomándome la mano me dijo sonriendo:

—Ven, vamos a la oficina que está en la entrada. Ahí no hay nadie y


quiero decirte una cosa a solas.

Tragué saliva. Estaba demasiado nervioso pues yo nunca había estado a


solas con una chica y no sabía que hacer o decir. Me tomó de la mano y
discretamente nos metimos a la solitaria oficina. Acarició con ambas
manos mis mejillas y sin decir nada me dio un cálido beso en la boca.
Fue aquel el momento más feliz de mi vida, abrazándola luego sintiendo
mi cuerpo en el suyo. Tan bruto y animal como siempre lo he sido, me
excité demasiado y al sentir Jenny que yo me prendía, se separó
discretamente de mí a la vez que me decía:

—Tranquilo, Lobito, parece que estás en celo.


—Perdóname Jenny, es que nunca había besado a una chica.

Ambos nuevamente nos tomamos de la mano y ella me dio un tierno


beso en la mejilla, a la vez que en secreto me decía:

126
Memorias de un LOBO

—También es mi primer beso.

Reímos a carcajadas y nos abrazamos de nuevo. Ese momento tan feliz


que vivía, fue interrumpido por una de mis malditas visiones. Ráfagas
violentas de súbitas visiones inundaban mi mente y cuando al fin se
aclararon, vi claramente a mi Lobo tirado ensangrentado.

—¡Lobo! —grité desesperado. Algo le había ocurrido—.

Jenny quedó desconcertada diciéndome alterada:

—¿Qué te pasa Lobito?


—Luego te explico —le contesté—. Por ahora debo irme, pero te
prometo hablarte por teléfono en cuanto pueda.
Le di un beso en la boca y salí del salón de fiestas enseguida. Corrí
como loco por las calles pues estaba desesperado, estando seguro que
algo muy malo le estaba ocurriendo a Lobo. Cuando llegué a la calle
donde vivía, vi a un grupo de personas reunidas viendo algo en el suelo.
Sintiendo que se me salía el corazón del pecho, corrí hasta donde se
hallaba esa gente quedando horrorizado al ver ahí tirado a mi Lobo en el
suelo junto a un gran charco de sangre.

—¡Lobo! —grité desesperado a la vez que lo abrazaba—.

Lobo apenas respiraba y me sentí impotente al no saber qué hacer para


ayudarle.

—¿Quién te ha hecho esto? —le dije mirándolo a los ojos—.

Y concentrándome un poco vi en una de mis visiones lo que le había


ocurrido. El padre de Gustavo, aquel tipo que intentó patearme en el
suelo hacía unos días, ató un filoso cuchillo a un simple palo de escoba
hiriendo en repetidas ocasiones a Lobo sin que este pudiera hacer nada.

—¡Maldito! —grité enfurecido, sin dejar de abrazar a Lobo—.

127
Memorias de un LOBO

Vi que Lobo perdía el sentido sintiéndome yo impotente de no poder


ayudarle y luego vi desesperado cómo dejaba de respirar, dilatándose
pronto sus pupilas lanzando un último suspiro. Al saber que había
fallecido, lancé un alarido de dolor, jurándome luego la gente que estaba
ahí reunida, que ese grito se convirtió en un verdadero aullido de lobo,
quedando todos muy asustados. No sé cómo explicarlo, pero sentí que el
alma de Lobo se había metido en mí y apretando los puños me dirigí a la
casa del que había hecho semejante canallada. Toqué con furia su puerta
y al salir el tipo que había matado a Lobo, lo levanté de sus ropas y lo
tiré al suelo lo más fuerte que pude, quedando tirado prácticamente sin
sentido. Juro por Dios que mi intención era matarlo y pude haberlo
hecho, pero cuando estuve a punto de molerlo a golpes, tan sensitivo
supongo debo haber estado, que una nueva ráfaga de visiones inundaron
nuevamente mi mente. Vi claramente que el padre de Gustavo y toda su
familia morían horriblemente quemados en un gigantesco incendio. En
mi visión vi al tipo gritando desesperado viendo claramente que le
faltaban todos los dientes de enfrente y ardiéndole la espalda en llamas.
Agité fuerte la cabeza para que se borrara lo que había visto y
acercándome al que yacía tirado, simplemente le di una fuerte patada en
la boca tirándole todos los dientes del frente. Me sentí tremendamente
culpable, no por haberle roto los dientes a ese maldito, sino de no haber
podido ayudar a mi Lobo. Quizá en ese momento nació en mi el deseo
de estudiar medicina veterinaria, inquietud que volví realidad en el
futuro. A pesar de la enorme tristeza que tenía, algo extraño me ocurría:
sentía que dentro de mí habitaba el alma de mi Lobo y eso me
consolaba. Como pude, cargue el cuerpo de mi noble Lobo y lo llevé a
casa dejándolo de momento en el patio trasero. Me metí a mi cuarto y
cambié mis ropas ensangrentadas. Me encontraba destrozado por dentro
y al verme mamá en ese estado de inmediato preguntó lo que pasaba:

—¿Pero que es lo que tienes, Fernando?

No soporté más y rompí en llanto descontrolado y al verme así de


desesperado mi mamá me abrazó muy fuerte y tratando de serenarme
me dijo al oído:

—¿Te ha roto el corazón la niña de que me habías platicado?

128
Memorias de un LOBO

—¡No, mamá, no! —le replique con impaciencia—. ¡El maldito padre
de Gustavo ha matado a mi Lobo!
—¿Qué has dicho? —preguntó mamá muy disgustada—.
—¡Si, mamá, ese maldito apuñaló a mi Lobo! —le respondí con rabia
contenida apretando fuerte los dientes y cerrando los puños—.
—¡Esto no se va a quedar así! —me dijo mi madre muy disgustada—.
Pondremos una denuncia penal en contra de ese maldito tipo.

Y así mis padres lo hicieron. Tanta presión hubo en contra de ese


maldito, que a los pocos días se mudaron de casa, a un pueblo vecino
detrás de uno de los cerros que rodeaba a nuestro pueblo, conocido
como “San Juanico”. Por la noche hubo una junta de hermanos y todos
concordamos en que enterraríamos a Lobo en la misma tumba donde
yacían los restos de su antiguo amo. Así, a media noche y en forma
clandestina, llevamos el cuerpo de Lobo al cementerio cercano y con
pala en mano procedimos a tal maniobra, enterrando a baja profundidad
a mi Lobo. Una vez enterrado, quedamos todos mirando el montículo,
derramando todos lágrimas sentidas por la enrome pena. De repente y de
la nada, aparecieron frente a mi aquel hombre que alguna vez me había
entregado a Lobo y junto a él, moviendo la cola, estaba el mismo Lobo
con la lengua de fuera y jadeando de ansiedad, cómo cuando yo sabía
que estaba muy contento.

—Gracias, muchacho —me dijo el espectro—. Por fin descansaré en


paz por el resto de la eternidad y aquí en la Tierra, Lobo te deja su alma
y su misma fuerza y entereza—.
—¡Que tienes, que tienes, anda, responde! —me dijo mi hermano mayor
sacudiéndome con mucha fuerza—. Te has quedado pasmado.

Mis hermanos no vieron nada, pero yo, al estar tan concentrado


escuchando lo que ese hombre me decía, quedé cómo fuera de este
mundo por unos segundos.

—Nada, nada —le dije—, solo meditaba.

Todos regresamos a casa muy acongojadas y al meterme a mi cama a


cada rato me despertaba la ausencia de Lobo, pues al voltear a abrazarlo

129
Memorias de un LOBO

como a diario lo hacía un vacío espeluznante yo sentía. Tenía, sin


embargo, el consuelo de saber que Lobo ya descansaba en el más allá
con alguien que mucho lo amaba y yo en verdad sentía que parte de él
mismo, bajo mi piel había quedado. Pasaron los días y las vacaciones
habían comenzado. Venía ahora el asunto de hacer el examen da
admisión para ingresar a la preparatoria. Yo la verdad, a pesar de tanta
disciplina, hubiera preferido continuar en una escuela la Sallista, pero
por desgracia mis padres no contaban con muchos recursos y no había
más remedio que tratar de ingresar a una escuela pública. Hice mi
examen y esperé con paciencia el resultado. Éramos miles los que lo
hicimos y cuando…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…todo lo que había ocurrido. Jennifer me tomó de la mano y luego de


sacar un pañuelo de su bolso, enjugó con ternura mis mejillas
empapadas de tanto llanto derramado.
—Cómo tú dices, Lobito —me dijo Jenny para consolarme—, tu Lobo
vive dentro de ti y eso es para toda la vida y ahora tú y él son un mismo
ser.

Me daba mucha tristeza que mi primera cita con Jenny estuviera


ennegrecida con mi luto. Sin embargo me di cuenta de la nobleza de esa
chica, que además de bella era inteligente y humana, teniendo como yo,
un especial cariño por los animales. Jenny tenía en su casa muchas
mascotas, catalogándose ella misma como “animalera”. Luego de tomar
un café, estaba muy apenado por no poderle invitar algo más dados mis
escasos recursos económicos y percatándose ella misma de tal situación,
me dijo para que me tranquilizara:

—Vamos a caminar un rato ¿si? —Y así lo hicimos—.

Mi conversación con ella fue para mí como aire muy fresco después de
un día caluroso. Y aún siendo yo tan joven, sentí que esa hermosa chica
sería la mujer de mi vida. Cuando nos besábamos sentía que nuestras
almas se fundían y el amor que le tenía fue creciendo más y más con el
tiempo. Para nuestra siguiente cita quedé de pasar a casa de su padre,

130
Memorias de un LOBO

pues ahí ella estaría durante sus vacaciones. Cómo antes ya lo había
comentado, su padre vivía en la colonia más eleganate de todo México,
las Lomas de Chapultepec. Tratando de no darle mucha importancia a
ese hecho, al día siguiente me puse mis mejores vestimentas, abordé mi
democrático autobús y fui por ella. Me he dado la perdida de mi vida,
colonia más enredada no he visto otra. Pero al fin di con la dirección
buscada. Por fuera su casa se veía solo una enorme barda de piedra con
un zaguán gigante de madera, a la derecha un timbre con interfono.
Toque el timbre y esperé impaciente.

—¿Si, diga? —me contestaron por el interfono—.


—Busco a la señorita Jennifer —les dije—.
—¿Quién la busca? —me preguntaron—.
—Dígale que soy Fernando —le contesté—.

Todo eso me parecía muy ceremonioso para una simple visita de su


novio, sin embargo al abrirse la puerta y ver esa inmensa mansión quedé
con el ojo cuadrado. Jardín impresionante con flora exótica, fuentes
donde quiera y arriba, en una loma, la residencia semejaba un palacio.
La persona que me abrió era una dama bien vestida, luego me enteré que
era el ama de llaves, invitándome a pasar a la casa. Estando ahí parado
en el recibidor de la casa me sentí como hormiga, todo era una
inmensidad de tamaño y lujo como yo nunca había visto antes, solo en
películas. Amablemente la dama me invitó a tomar asiento y así lo hice.

—Donde me vine a meter —murmure entre dientes—.

Mi espera no fue larga, pues en pocos minutos vi a Jenny bajar


sonriendo de una inmensa escalera curva que daba al recibidor. Iba
vestida con minifalda y una hermosa blusita anaranjada. Al verla quedé
mudo y pasmado.

—Cierra la boca —me dijo—.


—Perdóname —le contesté—. Es que te vez de veras hermosa.
—Gracias, Lobo —me contestó—, pero ya vámonos.

131
Memorias de un LOBO

Salimos de la mansión y Jenny me llevó a la cochera. Había 5 autos en


la cochera todos del año. Me quedé mirando como mudo y al ver mi
cara perpleja Jenny me preguntó enseguida:
—¿Manejas o manejo?

Afortunadamente yo manejaba desde los 12 años, había aprendido con


las carcachas que compraban mis hermanos y primos.

—Yo manejo, pero tú escoge el coche —le contesté muy seguro—.


Escogió el coche de su hermano, un Mustang Mach I. Abordamos el
Auto y al salir de la casa le pregunté:
—¿Para donde jalamos?

Me miró sonriendo y me dijo:

—Como no tienes mucho dinero llévame al café que quieras para


platicar a gusto.

La llevé al Sanborns de la Fragua. Estando ahí conocí su origen y su


historia. Sus padres se separaron desde que ella tenía 7 años. Su madre
era dueña de la escuela donde estudiaba. Su padre, escocés de
nacimiento, era más rico que Mac pato. Era millonario en dólares
teniendo negocios en México y el extranjero. Luego tocó mi turno de
contarle cosas mías. Al contarle algunas de mis travesuras empezaron
las risas sinceras y luego de largo rato la llevé a su casa. Al entrar ahí
estaba su padre muy serio parado en la entrada de la residencia con los
brazos cruzados. Era un tipo imponente, rubio, alto y fornido, calvo y
con gesto de enojo.

—Ven —me dijo Jenny—, te voy a presentar a mi papá—.

Yo, con verdadero miedo me acerque con sigilo y extendiendo la mano


le dije:

—Mu, mu, mucho gusto señor.


Dándome la mano me dijo con adusto seño:
—¿Por qué han llegado tan tarde?

132
Memorias de un LOBO

Sin saber que decirle, porque estaba demasiado nervioso y solo


balbuceaba, Jenny entró a mí rescate diciendo de manera desparpajada
para romper el hielo:
—Ay, jefe, no te azotes, apenas son las ocho.
Luego el señor le preguntó casi en secreto a Jenny, sin embargo yo lo oí
perfectamente:
—¿Quién es éste muchacho?

Jenny cogiéndome del brazo le contesto muy orgullosa:

—Es mi novio, ¿te gusta?

El señor se me quedó mirando de arriba a abajo y le dijo luego:

—A la que le debe de gustar es a ti.

Luego el señor dio media vuelta despidiéndose muy serio:


Se detuvo y como reflexionando un poco se volteó y dirigiéndose
directamente a mí me dijo muy serio y tocando con su índice uno de mis
hombros:

—Luego hablaré contigo, jovencito.


—Cómo no, señor —le dije y por fin se metió a su casa—.

Me le quedé mirando a Jenny preguntándole muy intrigado:

—¿Qué onda con tu papá, Jenny?

Y me contestó cómo si nada:

—No hagas caso, Lobito, mi jefe está bien zafado.

No dándole mucha importancia a lo que me había dicho el padre de


Jenny, me despedí de ella despreocupado, no sin antes hacer otra cita,
nos veríamos mañana. Al día siguiente, domingo por la mañana, pasé
por ella. Al recibirme me dijo:

133
Memorias de un LOBO

—Que onda, ¿cuál nave nos llevamos hoy?


—Esta vez iremos a pata —le contesté—, para que veas como sufrimos
nosotros los pobres.
—Cálmate, “Pepe el toro” —me dijo—. ¿Donde dejaste a la chorreada?

Me hizo en verdad mucha gracia su ocurrencia por la manera tan


graciosa que me lo había dicho, pero luego de terminar de reír le dije ya
muy en serio:

—De verdad, Jenny, si quieres salir conmigo iremos en el metro.


—Órale, Lobito, a ver que se siente. —me contestó emocionada—.

Ella en su vida había viajado en transporte público y el hecho de aceptar


salir conmigo con esa condición demostraba que de verdad me quería.
Abordamos primero un autobús en Reforma que nos llevaría al metro
Chapultepec. Ella iba en verdad fascinada, siempre cogida a mi brazo
apretándome fuerte y riendo como niña cada vez que frenaba el camión,
pues no estaba acostumbrada a las enfrenadas repentinas que siempre
hacen los cafres que manejas esas tartanas. La estación del metro
Chapultepec donde bajamos estaba atascada de gente pues era domingo.
Me empezaba a arrepentir de haberla traído. Sin embargo al ver su cara,
ésta reflejaba una fascinación indescriptible.

—¿Abordamos el metro? —le pregunté al llegar a la estación—.


—¡Sale! —me contestó emocionada— , para mí será una gran aventura.
Y así lo hicimos, abordamos el metro y nos dirigimos a un barrio bajo,
que es lo que ella quería conocer. Nos dirigíamos al metro la Merced.
Estando en el vagón del metro mucha gente se nos quedaba mirando y le
dije a Jenny:
—Ya viste, todos se nos quedan viendo, creen que somos gringos.

De repente ella puso su mirada de pinga, ya la conocía. Estaba


planeando una de las suyas. Llegando a la estación la Merced nos
bajamos y al salir de la estación me dijo:

—A ver, aquí espérame tantito.

134
Memorias de un LOBO

Y dirigiéndose a un grupo de personas que estaban paradas les dijo en


un perfecto inglés:

—Somebody knows where it is the station of the Constantinople


subway?
En español quiere decir que si alguna de las personas que estaban ahí
sabía donde está la estación Constantinopla del metro.

Todos quedaron desconcertados y yo a lo lejos me retorcía de la risa. Y


algunos de los que ahí estaban le dijo muy extrañado:

—A ver, güerita, ¿cómo dijo que dijo?

Y volviendo a hablar en inglés, les preguntaba cosas incoherentes. Yo


aguantándome la tremenda risa que tría me acerque a la bola de gente
que se había ya reunido para tratar de ayudar a la supuesta extranjera,
volteó a verme Jenny y me dijo en voz alta en español:

—Vámonos, Lobo, estos güeyes no me entienden ni madres.

Me tomó de la mano y nos retiramos del sitio. La cara que todos


pusieron fue de verdadero asombro, quedando todos con la boca abierta.
Juro que me dolió el estomago de tanto reír ese día. Ya en la calle dimos
una vuelta por el mercado tradicional de la Merced y luego pasamos al
mercado de Sonora donde venden cosas de magia y brujería. Jenny
estaba encantada comprando porquería y media de collares, talismanes
y amuletos. En uno de los puestos de ese curioso mercado había una
especie de gitana que nos invitó a que nos leyera la mano.

—¡Si, si! —dijo entusiasmada Jenny para que le leyeran la mano—.


—¿A poco crees en esas cosas? —le pregunté intrigado—.
—Es solo para jugar, Lobito —me respondió sonriendo—.
—Bueno —le dije—, primero quiero verle los ojos a la gitana.
—¿Por qué? —me preguntó desconcertada—.
—Ya lo verás —le dije—.

135
Memorias de un LOBO

Me acerque a esa señora extraña, muy delgada de tez blanca y enormes


ojeras y con auténtica vestimenta gitana.

—¿Me deja ver sus ojos un momento? —le pregunté con mucha
ceremonia—.
—Adelante, joven —me dijo—, pero no creo que soporte más de 10
segundos mi mirada.

Y nos enfrascamos entonces en un duelo de miradas. Nos miramos


fijamente a los ojos y tanto me he concentrado, que claramente vi su
aura. Ráfagas de mil visiones me llegaron en un momento pues esa
señora abrió por completo su alma, viendo en un instante mil cosas que
le habían ocurrido en el pasado. Por primera vez sentí una conexión de
ese tipo. Algo semejante jamás había experimentado pues parecía que
ambos estábamos en contacto sin palabra alguna. Ella rompió el
contacto, no soportando más mi mirada.

—¡Váyanse por favor, se lo suplico! —nos dijo la señora con la cabeza


agachada y rompiendo en franco llanto—.

Jennifer en verdad estaba muy sorprendida de lo que había sido testigo.


—No puedo creer que le hayas ganado con la mirada —me dijo
intrigada—.
Yo nada más de verle los ojos me dieron escalofríos y tú la has vencido
como si nada.
—Ya vez, Jenny, tienes un novio súper poderoso —le contesté dando
luego una risotada—.

Sin embargo esa extraña experiencia, muy marcado me había dejado,


sabiendo perfectamente que esa señora en verdad era clarividente y en
un futuro una experiencia semejante me ocurriría con una dama en
verdad muy poderosa, misma que me enseñaría a navegar en mis
visiones. Como se hacía tarde abordamos de nuevo el metro para
dirigimos a la estación Insurgentes e ir a la Zona Rosa y por ahí
buscar un restaurante para comer. Ahora fue mi turno de hacer una de
las mías. Caminando por la calle vimos un nutrido grupo de turistas

136
Memorias de un LOBO

japoneses mirando los aparadores de una tienda de curiosidades. Cuando


nos acercamos a ellos…

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

… me comentó muy seria:

—¿Sabes qué, Lobito? estos días que hemos pasado juntos han sido los
más felices de mi vida.
—No me vas a creer —le dije tomándole la mano—, pero eso es
exactamente lo que te iba a decir en éste instante y si no ha sido por ti,
la pena de haber perdido a Lobo me hubiera liquidado, estoy seguro.

Sin decir más la abracé y le di un tremendo beso apasionado. De


repente, como salido del más allá apareció su papá, quien para llamar la
atención tosió fuerte. Tremendo susto nos dio a ambos. Nos separamos
y lo saludamos. Muy serio, sin responder al saludo le ordenó a Jenny
meterse a su casa. Ésta volteo a verme colorada, me dio un beso en la
mejilla y se metió apresurada. Tragué saliva cuando me vi solo con ese
imponente señor enfadado.

—¿Usted quién es, jovencito, a qué se dedica, quienes son sus padres?
—me bombardeó con mil preguntas.
—Soy el novio de Jenny —le contesté muy serio—, la amo mucho y no
tengo en que caerme muerto.

Me miró enfadado y me dijo luego:

—Espero que esto sea solo un juego, porque si no...

Dio media vuelta y sin despedirse se fue enseguida. Me fui a mi casa


quedando seriamente preocupado, quizá me había pasado con la
respuesta que le había dado. Al día siguiente le hablé por teléfono a
Jenny para preguntarle cuando nos volveríamos a ver. Me dijo que hasta
el fin de semana siguiente pues ella realizaba muchísimas actividades y
no tenía tiempo. Me contó que estudiaba danza, piano, idiomas y
literatura. Como estábamos de vacaciones su padre la había inscrito

137
Memorias de un LOBO

además a clases de natación. No tenía en el día un minuto libre. Pero eso


sí, por las noches pasábamos horas platicando por teléfono. Nos
veíamos todos los fines de semana, los cuales yo esperaba con ansia.
Cada vez que nos veíamos hacíamos travesuras semejantes a las que
antes narré divirtiéndonos como niños. Luego de un mes de habernos
conocido me habló Jenny por teléfono para felicitarme por nuestro
primer aniversario de mes y además me preguntó muy entusiasmada:

—¿Sabes, lobito, por qué no el fin de semana que viene no nos vamos a
pasarlo a la casa que tengo en Tequesquitengo para festejar nuestro
aniversario?

Me pareció estupenda la idea y nos pusimos de acuerdo para ir a ese


hermoso pueblo. Llegó el sábado siguiente y temprano pasé a recogerla.
Esta vez nos llevaríamos el coche de Jenny, un deportivo Javelin
blanco. Yo nunca había manejado en carretera y la verdad es que no lo
hice tan mal, a pesar de tanta curva. Al llegar a Tequesquitengo yo
esperaba encontrarme con una casita de campo, pero que va, era una
finca de sueño ubicada a orillas del lago. Bajamos del auto,
desempacamos y le pregunté a Jenny por su familia. Ella me contestó
sonriendo:

—No inventes, estamos solos, vinimos a divertirnos ¿no?


Quedé realmente sorprendido, temeroso de que mis brutos instintos
afloraran en esa situación tan tentadora. A esa edad en mi hervía la
testosterona y las verdad estaba temeroso de meter la pata, pues me
conocía yo mismo lo bruto que era. Entramos a la casona,
desempacamos los víveres en la cocina y Jenny me dijo que fuéramos a
nadar a la piscina. Ambos por separado nos fuimos a poner nuestros
trajes de baño y saliendo yo primero a la piscina me eché un clavado.
Estaba nadando cuando vi salir a Jenny de la casa. Quedé con al boca
abierta, pues en mi vida había visto un cuerpo más bello que el que ella
tenía. Quizá la veía tan bella por el amor que yo sentía. Luego se aventó
un clavado y buceando por debajo del agua cogió mis piernas y me
derribó, provocando que tragara yo un gran buche da agua. Jugamos así
mucho rato, cuando de repente nos encontramos bajo el agua y nos
abrasamos. Al sentir su hermoso cuerpo pegado al mío se encendió en

138
Memorias de un LOBO

mí la tremenda llama del deseo. Cuando ella sintió que estaba yo


excitado se me quedó mirando y me dijo:

—Cálmate, Lobito, parece que estás en celo.

Sentí que me sonrojaba, pero seguí acariciándola porque la verdad yo


estaba bien prendido. Se separó de mí y me dijo:

—Espérate Lobito, no es hora todavía.

Me moría de vergüenza, ella tierna y dulce y yo como burro en


primavera. Hice un gran esfuerzo para que se me bajara lo cachondo y
seguimos jugando como niños. Luego nos fuimos a comer, platicamos
mucho rato, fuimos en lancha a dar una vuelta por el lago y al regresar a
la casa ya era de noche. La noche era hermosa, tan clara y limpia que se
podían ver miles de estrellas. Yo nunca había mirado cielo semejante y
quedé maravillado. Le propuse a Jenny recostarnos en el pasto para ver
el cielo, idea que le pareció muy buena. Allí recostados contamos
juntos estrellas fugases. Cada que veíamos una, en secreto cada quien
pedía un deseo. Ella sabía astronomía y me decía fascinada una a una las
constelaciones que veía. De ahí nació en mí la afición que tengo aún
ahora por la astronomía. Luego ella me tomó de la mano se puso sobre
mí y me dijo con su mirada de pinga:

—Ahora sí ya es hora.

Yo con miedo le confesé que era todavía virgen.

—Ahora te quito ese defecto —me dijo riendo a carcajadas—.

Yo me le quedé viendo serio como con cara de reproche y


comprendiendo mi actitud me dijo ya más tranquila y sin risa alguna:

—No seas tontito yo también soy virgen.

Me sentí aliviado, y sonriendo le dije:

139
Memorias de un LOBO

—¿Lo hacemos?

Ella solo se puso de pié me, dio la mano para ayudarme a parar y me
llevo a una de las habitaciones de la casa. Solo cometo que aquella fue
la experiencia más maravillosa de toda mi vida. Hacer el amor por
primera vez con la persona que uno más ama, no es solo copular con el
cuerpo, se copula también con el alma. Pasamos maravillosas horas y
luego ella quedó bien dormida. Yo me le quedé mirando pues estaba
fascinado al verla alumbrada por una hermosa luna llena, que iluminaba
el cuarto a través de una ventana abierta. Al despertar…

Se pierde un fragmento y luego continúa:

…y al fin llegó el sábado y como siempre llegué puntual a la cita. Al


entrar a la casa ahí estaba parado un muchacho con elegante traje, muy
formal y perfumado. Me le quedé mirando como diciendo:

—¿Que me vez, pinche wey?


—Buenas tardes —me saludó de petulante manera—.
—Depende para quién sean buenas —le dije barriéndolo con la mirada y
luego le pregunté—: ¿Y tú, quien eres?
—Soy Eduardo Lazo —me contestó con voz pedante—, amigo y
pretendiente de Jennifer y tú ¿de qué zoológico escapaste?
—Hijo de tu puta madre… —pensé por dentro—, me las vas a pagar
bien caras.

Pronto salió Jenny y corriendo fue a abrasarme. Luego volteó a ver al


ese tipo diciéndole simplemente y con mirada de desdén:

—Hola, Lalo, te presento a mi novio.

Aquél estúpido quedo frío, sin saber qué decir y luego tartamudeando le
dijo:

—¡Ya, ya ni la amuelas Jennifer, que le viste a éste chango!


—Cálmate, Lalito —le contestó Jenny disgustada—, mejor vete con tu
papi, éste que traigo si es un hombre, no como otros.

140
Memorias de un LOBO

—Buenas tardes —dio media vuelta y se retiró muy indignado—.


—Oye, Lalito —le dije antes que se fuera—, ven tantito.

Se acercó el muy idiota, lo tomé de una manga de su saco y lo derribé


con una llave de judo a una fuente. Jenny y yo nos morimos de la risa al
ver que había quedado como una sopa. Salimos apresurados y al voltear
vimos ahí parado al papá de Jenny. Había visto toda la escena y con
gesto enfadado solo movía la cabeza con los brazos cruzados. Ya luego
y más calmados me explicó Jenny que ese muchacho pertenecía a una
de las familias más ricas de México, que desde que ella tenía 12 años él
la pretendía y que a pesar de su dinero, educación y que era bien
parecido nunca le había hecho caso pues le parecía antipático y pedante.
Lo que me preocupaba era que el papá de ella si lo quería y que a toda
costa trataba de convencer a Jenny para que le correspondiera…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…vendría la época más agitada y violenta de mi vida y en donde mi


curioso don me hizo sufrir más que nunca.

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Memorias de un LOBO

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Memorias de un LOBO

Capítulo 3
Mi juventud

Misaceptaron
vacaciones concluyeron el día en que, afortunadamente, me
en la preparatoria de la UNAM. Me tocó en suerte, o más
bien, mala suerte, una escuela llamada Colegio de Ciencias y
Humanidades (CCH) de la UNAM. Alguien me había metido en la
cabeza que el sistema educativo de ese colegio era muy malo, así que
hice hasta lo indecible por cambiarme a cualquier plantel de la Escuela
Nacional Preparatoria. Por esos días una prima mía muy querida,
llamada Bety, andaba de novia con el director del plantel 7 de la
preparatoria y sin ningún problema fue realizado mi cambia a ese
plantel. Dicha escuela está en uno de los barrios más violentos de la
ciudad, muy cercana al mercado de la Merced. En aquellos tiempos las
escuelas preparatorias tenían fama de violentas, pero ese plantel en
particular, la preparatoria 7, le temían hasta los policías. Es aquí donde
empieza la época más violenta y divertida de mi vida, pero también la
más dolorosa, pues mi curioso don, me hizo sufrir más que nunca. El
primer día de clases fui con mucho miedo pues había oído que las
novatadas eran terribles. Entrando a la escuela vi asustado cómo a un
pobre muchacho de primer ingreso lo correteaban un grupo de
estudiantes mayores, lo alcanzaban, lo tiraban, lo pateaban entre todos y
luego le cortaban mechones de pelo con tijeras. Todo eso era una locura,
yo que venía de una escuela en donde reinaba la cordialidad y
camaradería entre compañeros y las disputas se arreglaban uno a uno,
había caído a un sitio donde el pandillerismo era la norma y las golpizas
de muchos en contra de uno solo, eran comunes. Me armé de valor,
entré al plantel estando a la expectativa buscando el salón que me
correspondía. Entré con disimulo y es ahí donde conocí a mis primeros
compañeros de la preparatoria. Había más chicas que muchachos y
tratando de ser amigable empecé a platicar y darme a conocer entre
ellas. No se por qué, pero le simpaticé mucho a todas las chicas ahí
presentes y sin sentirlo estaba de repente platicando con todas yo siendo
el único hombre entre ellas y lanzando aquellas mil risotadas por las
ocurrencia que les decía. Los muchachos que había en el salón me
143
Memorias de un LOBO

miraban con recelo. Luego se acercó a mí un muchacho greñudo con


aspecto de pandillero y me dijo sonriendo:
—Bendito entre las mujeres.

Ese muchacho era Arturo, quién sería uno de mis mejores amigos de
toda la vida. Empezaron las clases y así transcurrió mi primer día de
escuela sin ninguna cosa ocurriera. Al siguiente día yo más tranquilo y
relajado entré a la escuela como si nada, pero de repente un tipo mal
encarado me cogió del brazo y me dijo malhumorado:

—A ver, güerito te vamos a hacer un bello corte de pelo.

Me jaló del brazo llevándome a donde se encontraban los mismos tipos


que un día antes le habían dado una paliza a un pobre muchacho. Yo
estaba de verdad aterrado pues eran más de 20. Sin medir
consecuencias derribé con una llave de judo a ese imbécil que me traía
del brazo y eché a correr. Sin embargo uno de ellos me alcanzó y
cuando yo ya me daba por muerto llegó Arturo gritándoles a todos:

—!Tranquilos, compadres, ese es mi mero cuaderno (amigo), así que


déjenlo tranquilo.

Todos se detuvieron y uno de ellos le preguntó al que me defendía:

—¿Éste pinche güero es tu amigo?


—¡A huevo, cabrones! —les contestó Arturo muy disgustado—. Y no
quiero que se metan con él.

Me soltaron y todos se retiraron. Yo me preguntaba: ¿Cómo a Arturo


siendo también de primer ingreso le tenían tanto respeto los “porros”?
Luego me explicó que el papá de él era amigo de la mafia más grande
de todas las preparatorias cuyos integrantes eran los más destacados
“fósiles porros” que habían participado en los disturbios del 68 y a él lo
conocían bien porque desde un año antes había ingresado a tomar clases
ahí como oyente. La cosa estaba en que le quedé muy agradecido
haciéndonos de inmediato grandes amigos. Pasaron los días y poco a
poco me fui haciendo de más amigos. Luego me enteré que casi todos

144
Memorias de un LOBO

los compañeros de mi grupo en un principio pensaron que yo era marica


pues siempre estaba rodeado de muchas chicas. Cuando vieron que eso
que pensaban era todo lo contrario, me aceptaron de inmediato como su
amigo. No habían pasado más de 7 días, cuando un día por la mañana
quedé con la boca abierta al mirar a quien entraba por la puerta de la
escuela yo estando con unos amigos platicando en el patio muy quitado
de la pena. La vi entrar como en cámara lenta, iluminando a su paso
dónde caminaba. Era mi Jenny, más radiante que el sol de medio día. No
lo podía creer. ¿Qué hacía mi bella novia en esa escuela tan peligrosa?
Todos los compañeros, sin excepción quedaron muy sorprendidos al ver
lo radiante de esa chica. Yo estaba anonadado, enmudecido y paralizado
por la gran sorpresa. Se acercó a mí y sin mediar palabra me abrazó y
me dio un beso en la boca. Y con la boca abierta quedaron todos al ver
esa escena. Reaccioné pronto, la tomé de la mano y la llevé a una
jardinera cercana donde nadie estaba sentado, rogándole tomara asiento.

—¿Pero que haces aquí, muñequita? —le pregunté angustiado—.


—Nada, Lobito —me dijo—. Solo viene a tomar clases.
—¿Qué has dicho? —le pregunté con impaciente tono—.
—Si, Lobito —me respondió—, me he inscrito en esta escuela y hasta
seremos compañeros de grupo.

Pues si, Jenny había movido mar y tierra y sobre todo había convencido
a sus padres de estudiar en una escuela pública, a pesar de lo peligroso
que era. Tanto amor me tenía, que no quiso perderme de vista nunca.
Afortunadamente ella siempre llevaba su coche y en ocasiones hasta
chofer la acompañaba, estando yo tranquilo de saber que no andaba sola
por esos rumbos tan peligrosos. Cómo antes lo indiqué, Jennifer vivía
con su mamá pero los fines de semana los pasaba con su padre, quien le
compraba los autos y hasta chofer le tenía. Esa fue la época más feliz de
mi vida, no solo por ella, sino que durante mis estudios de preparatoria
conocí a los que han sido los mejores amigos de mi vida. Luego de
Arturo, el siguiente amigo que sería para toda la vida fue Reynaldo, a
quien conocí en una situación muy jocosa. Un día estábamos platicando
todos los compañeros en el patio cuando vimos que se acercaba hacia
nosotros un chico harto estrafalario. Traía enormes zapatos de
plataforma, colorida vestimenta con todo y pantalones muy

145
Memorias de un LOBO

acampanados y enorme mata de cabellos rizados muy a la afro,


parecidos a los usados por el grupo de los Jackson five.

—Que onda, mis chavos —nos dijo a todos—. ¿Cuál es el grupo 416?

Yo no aguantaba la risa al ver su curioso aspecto, pero hice un esfuerzo


para estar serio.

—Nosotros somos de ese grupo —le dije apretando los labios para que
no se me fuera a salir una risotada—. ¿Por qué lo preguntas?
—Pues entonces este es mi grupo —contestó muy desparpajado—. Me
presento ante todos, mi nombre es Reynaldo.

Casi de inmediato nos hicimos sin sentir amigos espontáneos, andando


juntos todo el tiempo, haciendo mil y un diabluras y en el futuro, por
poco se convierte en mi cuñado. Cuando no estaba con Jenny, mi
inseparable amigo era siempre Reynaldo. Arturo, mi primer amigo en la
prepa, tocaba la guitarra de maravilla y en uno de sus “recitales”
espontáneas que daba en el patio se dio a conocer mi otro gran amigo,
Oscar, a si se llama, con una voz privilegiada, cantaba mejor que
muchos famosos cantantes de esos días. Así se conformó una especie de
hermandad entre nosotros que duró toda la vida: Arturo, Reynaldo y
Oscar, para mí siempre han sido los tres mosqueteros, pues yo siempre
me consideré Dartañan entre ellos. Alguna ocasión estaba tocando la
guitarra Arturo en el patio de la escuela y lo acompañaba cantando
Oscar de estupenda manera. De repente, en forma espontánea Reynaldo
y yo le empezamos a hacer coros en forma de broma, sin embargo tan
bien se escucharon las armonías, que al final todos los ahí reunidos nos
aplaudieron. Quedamos los cuatro sorprendidos por lo inesperado de ese
hecho y decidimos ir a casa de Arturo a ensañar nuevas piezas
conformando un cuarteto de voces. En toda la prepa nos conocían como
“los Castrito” y siempre nos pedían que fuéramos a algún salón a
demostrar nuestro talento. Nos llamaban para fiestas para amenizar el
rato y nunca faltaba alguien que nos solicitara para alguna serenata. La
verdad la pasábamos de maravilla sintiéndonos artistas. Recuerdo
perfectamente que en alguna de las ocasiones que fuimos a ensayar a
casa de Arturo, éste muy orgulloso nos mostró un “extraordinario”

146
Memorias de un LOBO

juego de video llamado “Neza Pon”. Era un juego de video de ping pong
interactivo, donde uno, “increíblemente” podía interactuar en el juego
moviendo con una perilla que estaba en una enorme consola, un palito
en la pantalla para pegarle a la pelota y el contrincante lo mismo hacía,
tratando que esta no se le fuera. Maravilla tecnológica en los setentas,
que ahora solo me causa risa. Con mucho cariño recuerdo las visitas que
hacíamos mis amigos y yo a casa de Arturo. La hospitalidad que nos
mostraban sus padres cuando ahí nos reuníamos era fabulosa. El padre
de Arturo era muy joven y siempre lo consideramos como nuestro “big
brother”, por los buenos consejos que siempre nos daba. Arturo tiene un
hermano pequeño que en esos días tenía solo 6 o 7 años. Me identifique
siempre con él pues tenía mi mismo espíritu jovial. A pesar de que él era
solo un niño, maquinábamos juntos bromas a mis demás amigos cuando
estábamos ensayando nuestras canciones. Dicho niño se llamaba Ángel,
pero en verdad era un verdadero demonio, niño que en un futuro creció
e influyó en mí para animarme para escribir estas memorias.
Prácticamente durante todo el primer año en la preparatoria no vinieron
a mí visiones que me perturbaran. Solo veía cosas y acontecimientos,
supongo, muy lejanos en el tiempo que para nada comprendía, no
dándoles la menor importancia. La verdad por esos días era muy, pero
muy feliz. Sentía que tenía todo en la vida dedicándome solo a estudiar,
disfrutar a mi Jenny y a hacer mil bromas con mis amigos. En esos días
Reynaldo y yo teníamos cierto parecido, ambos con facciones
semejantes, solo que, cómo antes mencioné, él tría el pelo muy largo y
rizado al estilo africano. En una ocasión en forma espontánea le hicimos
una broma al profesor de matemáticas. Estado recibiendo la clase de
dicha materia, Reynaldo estaba en la fila de enfrente pero en la extrema
derecha y yo en la extrema izquierda. Reynaldo de repente me hizo
señas que le regalara un caramelo. Como no le entendía decidí pararme
e ir a ver lo que deseaba. Espere a que el maestro se volteara para
escribir en el pizarrón y cuando éste lo hizo me paré de puntitas y fui a
ver lo qué mi amigo quería. El maestro estaba muy distraído escribiendo
una ecuación en el pizarrón. Para saber si el maestro se daba cuenta, se
me ocurrió indicarle a señas a Reynaldo que se fuera él a mi lugar y yo
me quedara en el suyo y así lo hizo. Cuando volteó el maestro no se dio
cuenta del cambio. Todo el grupo empezó a reír y el maestro extrañado
nos dijo:

147
Memorias de un LOBO

—Silencio, silencio, está bien que escribo feo pero no es para tanto.

Luego se me ocurrió decirle al maestro que nos explicara una ecuación


difícil que había escrito en el pizarrón y así lo hizo. Nos dio la espalda
para explicar dicha operación y le hice señas a Reynaldo para que
hiciéramos de nuevo el cambio de lugar. Rápidamente así lo hicimos y
al voltear el maestro y dirigiéndose no a mí sino a Reynaldo le dijo:

—¿Entendiste?

Nuevamente no se había dado cuenta del cambio y todo el grupo estaba


muerto de la risa. El maestro desconcertado nos preguntaba:

—¿Qué les pasa muchachos, que hoy traigo cara de chiste?

Y todos trataron de guardar silencio, sin embargo continuó el murmullo.


Yo mismo le volví a preguntar nuevamente:

—Oiga maestro ¿si sustituimos a X por Y se altera la ecuación?

Y al dar la espalda para explicar lo que le había preguntado hicimos


otra vez el cambio. Luego dirigiéndose de nuevo a Reynaldo le dijo:

—¿Esta claro?

Esta vez todo el grupo reventó en tremendas carcajadas, pues el pobre


maestro de nueva cuenta no se había percatado del cambio. El maestro
jamás se enteró lo que pasaba. Toco el timbre que indicaba el término de
la hora, el maestro tomo sus libros y dirigiéndose a todos nos dijo:

—Nunca me había tocado un grupo tan risueño —y salió


despreocupado—.

Bromas de este tipo hacíamos muchas a diario, tantas hicimos que en


verdad mi memoria no alcanza para tanto. Una de las bromas que aún
recuerdo fue la que le hice a mi propio amigo Reynaldo…

148
Memorias de un LOBO

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

Una ocasión viendo la enorme cantidad de gente que deambulaba por


allí se me ocurrió una broma sensacional.

—Miren —les dije a mis amigos—, vamos a fingir que yo soy un


merolico y todos me van a rodear y veremos si se junta gente ¿sale?

A todos les gustó la idea y así lo hicimos. Me puse en la calle, junté


unas piedritas, las puse en el suelo y empecé a gritar:

—¡A ver, caballeros acérquense, trigo para ustedes un maravilloso


descubrimiento de la ciencia....!

Como nos habíamos puesto de acuerdo todos mis compañeros,


empezaron a juntarse a mí alrededor y seguí gritando:

—¡Les vengo ofreciendo unas maravillosas piedritas que han sido


tratadas con rayos gama, rayos cósmicos y hasta con rayos de
bicicleta...!

Como lo esperaba, se empezó a juntar la gente y mis amigos muertos de


la risa, pero yo serio seguí gritando:

—!Éstas maravillosas piedritas curan reumas, cayos y hasta almorranas


cuando uno se las aplica como supositorios...¡

Cuando me di cuenta, la cantidad de gente que se había reunido era


impresionante, habiendo personas abajo de la banqueta brincando para
ver de qué se trataba. Todos mis amigos estaban carcajeándose y eso
hacía que se reuniera más gente. Una pobre viejita me dijo:

—¿Joven, me da 2 piedritas por favor?

Yo ya no aguanté más reventando en tremenda carcajada y mejor me


retiré agarrándome la panza de la risa, tanta que por poco me orino. La

149
Memorias de un LOBO

broma había salido mejor de lo esperado y la hacíamos con frecuencia


cada vez que nos reuníamos toda la bola, pero la mejoramos. Cuando
estábamos haciendo la broma y se habían juntado ya muchas personas,
llegaba corriendo un compañero y gritaba:

—¡Aguas, ahí vienen los granaderos con macanas!


Todos mis compañeros salían corriendo en todas direcciones y las
pobres personas que se habían reunido, poniendo cara de pánico,
también salían despavoridas. Al ver esa escena yo literalmente me
revolcaba de risa pues en menos de 10 segundos yo me hallaba solo ahí
parado. En una ocasión, como siempre estábamos haciendo la broma,
llegó corriendo el cómplice de siempre gritando:

—!Aguas, aguas, ahora si viene la policía¡

Había cambiado la palabra granaderos por policía, pero no le di


importancia porque tuvo el mismo efecto. Todos corrieron como
siempre y yo me quedé ahí parado sin parar de reír. Pero quedé mudo
cuando vi llegar una patrulla. Me quedé ahí parado pues si me echaba a
correr seguro me alcanzarían y además no quería ser un “prófugo de la
justicia”. Esta vez me dieron ganas de orinar, pero del susto. Bajaron de
la patrulla 3 policías gordos y prietos con cara de brutos y uno de ellos
acercándose a mí me dijo:

—¿Así es que tú eres el que vende las piedritas medicinales?

Yo solo le dije:

—¿Eh? —y agachando la vista, ahí estaban formaditas las piedritas que


había puesto y les volví a preguntar—: ¿Ah, ustedes me dicen éstas?
—Si, pues —me dijo otro policía—. ¿A como las vendes?

Yo me quedé sorprendido, aquél trío de estúpidos habían venido a


comprar piedritas y no a arrestarme.

—Se las regalo todas —les dije—.

150
Memorias de un LOBO

—¿De veras? —Me dijo uno de ellos y yo les contesté—: En serio,


llévense todas.

Uno de ellos se agachó y las fue recogiendo una a una, como si fueran
piezas delicadas. Y discretamente yo les dije:

—Bueno, ahí nos vemos.


Me retire disimuladamente y uno de ellos me pregunto:

—Oye, ¿y cómo se usan?

Sin voltear y apretando los labios porque ya no aguantaba la risa les


contesté:

—Háganse un tecito y tómenlo por las noches —y me fui de ahí


rápidamente—.

Al dar vuelta a la esquina me quedé recargado en la pared y empecé a


reír como nunca. Era increíble la ingenuidad de la gente. Había llegado
a tal grado la fama de las piedritas, que todos por ese rumbo las creían
milagrosas. Creo que sobra decir que jamás volvimos a hacer esa
dichosa broma. Así trascurrió todo el primer año, con mil…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

Yo ya estaba muy tranquilo, sin embargo no tardó mucho tiempo en que


mi don nuevamente me atormentara. Un día soleado Reynaldo y yo
salimos de la prepa y dirigiéndonos al metro íbamos platicando. Al
llegar a una transitada avenida, Fray Servando, esperábamos el alto para
poder cruzar y de pronto llegó un motociclista de tránsito. Éste montaba
una motocicleta Honda de enorme máquina y le comenté a Reynaldo
que esa pieza era muy potente. El policía de tránsito nos volteó a ver y
nos dijo:

—Que me ven, pinches jotos.

—Ni quién te pele, pinche “tamarindo” —le respondí disgustado—.

151
Memorias de un LOBO

El policía bajó de su motocicleta se acercó a mí y sin mediar palabra me


dio un puñetazo en la nariz tan fuerte, que me dejó viendo estrellas.
Enseguida Reynaldo y yo nos íbamos a arrancar a golpes contra él pero
el policía se hizo para atrás, sacó su pistola para amagarnos a la vez que
nos decía:

—¡Adelante, cabrones, denme un pretexto para dispararles en las patas!


Nos detuvimos y yo me quedé con mi golpe y mi coraje. Empecé a tener
un verdadero odio hacia esos policías, que fue tan intenso, que hasta la
fecha los aborrezco. Al siguiente día llegando a la prepa el porro que le
decían “Halcón” me preguntó lo que me había ocurrido, pues traía la
nariz hinchada como pelota. Le conté lo que había pasado y me
sorprendió ver que éste se molestaba mucho diciendo:

—Piche tamarindo, tú no eres el primero. Nos la va paga bien caras.

Resulta que ese policía de tránsito ya había golpeado a varios de la


banda y siempre se salía con al suya. El Halcón me propuso un plan
para vengarnos de ese abusivo “guardián del orden” y por varios días lo
estuvimos “cazando” un grupo de porros y yo, hasta que por fin un día
vimos que se acercaba el policía abusivo y se estacionaba como de
costumbre en el sitio donde solía golpear a los alumnos. De acuerdo a
un plan que habíamos hecho previamente yo me acerqué a él lo insulté y
lo reté directamente.

—¡Pinche tamarindo! —le dije—. Así serás bueno con esa pistola, eres
un pinche maricón.

El policía de tránsito bajó de lo moto enfurecido y esta ocasión en vez


de sacar la pistola sacó senda macana que traía en la moto e iba a
arremeter contra mí cuando le cayó por detrás la banda de porros, que
eran como 20. Lo golpearon, le robaron sus insignias y cuando el policía
pedía paz, el Halcón me llamó y me preguntó:

—¿Este es el wey que el otro día te golpeó?

152
Memorias de un LOBO

Reconociéndolo inmediatamente le dije que sí. Y luego me dijo:

—Dale un puñetazo en la nariz, como él te lo dio.

Y en vez de eso se me ocurrió algo aún mejor. Le quité su casco, me


oriné en él y se lo volví a poner. Todos los porros estaban que se morían
de la risa y yo me sentí vengado por el golpe que en forma injusta me
propinó ese mal policía. Sin embargo poco después me sentí muy mal
pues me había convertido en un vil vándalo como esos porros.
Regresando a la escuela se nos ocurrió festejar la venganza y
empezamos a beber cervezas. Me hice gran amigo del Halcón quien
lucía orgulloso los lentes obscuros del policía y también su pistola. Ese
día bebí mucho y al regresar a la casa de milagro no se dio cuenta mi
familia del estado en que llegaba, metiéndome de inmediato al baño
para ducharme con agua fría. Al siguiente día me llevé una desagradable
sorpresa cuando me informaron unos amigos que al famoso Halcón lo
habían capturado por haber cometido un asesinato el día anterior por la
tarde, utilizando para ello la pistola que le había robado al policía de
transito que habíamos humillado. Por muchos días estuve aterrado
pensando en que me acusaran de cómplice de ese porro asesino,
afortunadamente el Halcón jamás delató a nadie de la banda. Luego de
ese episodio me desligué por completo de los porros pues temía que
algún día terminara metido en un gran lío prefiriendo la amistad de mis
amigos más tranquilos. Así mejor preferí andar todo el tiempo con mis
grandes amigos. A Jenny le encantaba cuando nos reuníamos en fiestas
y cantábamos amenizando las mismas y cuando salíamos a divertirnos
lo hacíamos todos juntos, Jenny y yo y mis amigos con sus respectivas
parejas. Una ocasión un amigo nuestro llamado Hugo nos invitó a su
fiesta de cumpleaños para que la amenizáramos con nuestras canciones.
Irían todos los del grupo y mucha gente más, así que se me ocurrió que
además de las canciones, diera un espectáculo de “mentalismo”. Alguna
vez en televisión vi a un tipo que se decía mentalista llamado Wolf
Rubinsky cuyo acto consistía en lo siguiente: ante un nutrido auditorio
al “mentalista” le vendaban los ojos y se ponía de espaldas al público.
Luego una ayudante pasaba entre la gente y en algún momento decía:

153
Memorias de un LOBO

—Dígame. A ver mire. Más fácil no puede ser. Adelante ¿Es hombre o
mujer el que está a mi derecha?

El mentalista acertaba al instante diciendo que era una dama y la gente


asombrada por ver semejante proeza. Luego la ayudante le indicaba a la
señora que sacara de su bolso el objeto que ella quisiera y sin decir de
que se trataba lo mostrara al público y la señora sacó un peine y lo
mostró a toda la gente. La ayudante del mentalista le decía:

—Por favor. Este objeto es difícil. Inconscientemente usted lo sabe.


Nada más concéntrese. Espero lo adivine.
El mentalista llevaba la mano a la frente y fingiendo que se concertaba
decía en voz alta y muy fuerte:

—¡Es un peine el que muestra la dama!

Y el público muy asombrado ovacionaba al supuesto mentalista. Y así


acertó en todas las ocasiones con diferentes personas y múltiples
objetos. Aunque todos en ese auditorio y toda mi familia en mi casa
viendo la televisión quedaron sorprendidos de semejante acto, yo de
inmediato me di cuenta del truco, por cierto muy sencillo. Le explique a
mi familia que lo que la ayudante hacía es deletrear en cada frase que
decía una por una las palabras que describían a los objetos
seleccionados. Por ejemplo, cuando a la asistente le entregaba una
persona un peine, ésta le decía al mentalista:

Por favor.
Este objeto es difícil.
Inconscientemente usted lo sabe.
Nada más concéntrese
Espero lo adivine.

Entre cada frase, la asistente hacía una pausa y la letra que iniciaba tal
frase era la letra que correspondía al objeto que el público le daba.
PEINE, en este caso. Y así pasaba, el mentalista haciendo aspavientos
de que se concentraba, ponía una de sus manos en la frente y luego
decía:

154
Memorias de un LOBO

—¡Es un peine el que muestra la dama!—.

Y todos quedaban maravillados por ver semejante proeza y así ocurría


con cada objeto que “adivinaba”. Pues ese sencillo truco en verdad
mucho impacto causaba y por eso le propuse a Jenny ser mi asistente
para que diéramos un espectáculo semejante en la fiesta de nuestro buen
amigo Hugo. Le fascino la idea, pues le encantaba el relajo y así en mi
cómplice la había convertido. Solo ensayamos un poco, porque en
verdad el truco es muy sencillo. Llegó el día de la fiesta y mis amigos y
yo amenizamos el momento con nuestras canciones. Cuando
terminamos la última canción de nuestro repertorio y se hallaban todos
en la fiesta reunidos y atentos me dirigí a la concurrencia diciendo que
haría un maravilloso acto de mentalismo. Todos aplaudieron y esperaron
con ansia el citado acto. Me puse de pié y llamé a una diseque
voluntaria para ayudarme al acto, varias chicas levantaron la mano pero
obviamente escogí a mi Jenny para tal efecto. Me vendaron los ojos y
me pusieron de espaldas a la concurrencia. Jenny, fingiendo que no
sabía nada me preguntó:

—¿Ahora qué hago?

Yo le respondí en voz alta que se dirigiera a la gente y le tomara del


hombro a alguien y yo le diría de quién se trataba. Ella se dirigió a una
muchacha, procurando que fuera de corto nombre y escogió a Ana:

—A ver dime, Lobito —empezó con la A—.


—No podrás adivinar —N—.
—A esta persona —A—.
—Es nuestra buena amiga Ana María —contesté muy seguro—.

Yo solo escuche un fuerte murmullo y después muchos aplausos de la


asombrada concurrencia. Y así, empecé a adivinar cuanto objeto
mostraba la gente estando yo de espaldas quedando todos muy
asombrados. A Jenny se le ocurrió algo muy ingenioso para que mas
impresionados todos quedaran al pedirle a una compañera le dijera el
color de sus pantaletas. La compañera le dijo en secreto el colar de su

155
Memorias de un LOBO

prenda y luego Jenny me dijo:

—La prenda citada —L—.


—Indiscutiblemente —I—.
—La tiene puesta ella —L—.
—Acertar esta vez va a ser muy difícil —A—.

Esta vez hice aspavientos fingiendo mucha concentración agachando la


testa por la supuesta dura prueba, hasta que al fin levanté la cabeza y
dije en voz alta:

—Tare puestas unas pantaletas color lila.

Me cuenta Jenny que la chica quedó con la boca abierta no saliendo del
asombro y quedando como asustada. Luego, dirigiéndose a todos les
dijo:
—¡Es verdad, de ese color es la ropa interior que traigo puesta —
mostrando a todos el resorte de la prenda—.

Esta vez la concurrencia estalló en una gran ovación estando en verdad


muy impactados por semejante prueba de poderes mentales que yo
supuestamente poseía. Continuando con la demostración de poderes
mentales, Jenny puso su mano en el hombro del festejado, el mismo
Hugo. De repente, a mi mente empezaron como ráfagas a llegar al
principio secuencias cortadas de un trágico evento. Luego esas ráfagas
de visiones que tenía pronto se fueron ordenando hasta que vi
claramente a Hugo tirado ensangrentado.

—¿Hugo? —grité desesperado—.

Más sorprendida que nadie quedó Jenny al ver que había adivinado a
quien ella en ese momento tocaba sin haberme dado clave alguna.
Estando de espaldas y aún con los ojos vendados, una tras otra las
visiones pasaban por mi mente como destellos. Cuando en mi mente
ordené algo de lo que me llegaba vi claramente como en una carretera
un auto amarillo se estrellaba contra otro y por el parabrisas salía
disparado Hugo que caía metros adelante hecho pedazos. Tome aire y

156
Memorias de un LOBO

sentí húmedas las vendas que tenía en los ojos debido a lágrimas que
había derramado por el impacto que esa visión me había causado. Traté
de serenarme y grité nuevamente:

—¿Hugo?
—¡Si, soy yo! —me contestó sorprendido—.

Todos los asistentes aplaudieron pero les rogué guardaran silencio. Me


quité la venda, di la vuelta y mirando a Hugo le dije:

—¿Piensas viajar por carretera?

Hugo se sorprendió aún más y me dijo enseguida:

—Eso nadie lo sabía, solo mi novia y yo.

Todos estaban en verdad asombrados. Me dirigí a él, lo tomé del brazo y


me metí con él a una habitación desocupada.

—¿En qué piensa viajar? —le pregunté cuando estábamos a solas—.


—En el coche de mi hermano —me respondió desconcertado—.

Le pregunté si eses auto era amarillo y Hugo asombrado me dijo que así
era. Yo estaba muy nervioso, tratando de serenarme tomé aire y le dije:

—Mira, Hugo, no me vas a creer, pero a veces puedo ver


acontecimientos que van a ocurrir y te he visto matándote en eses coche.
Hugo quedo verdaderamente impactado y me dijo con los ojos
desorbitados:

—Luego de lo que acabo de ver esta noche, si te creo.

Yo, siéndole muy sincero le dije para que me creyera:

—No, Hugo, no. Lo que hoy viste es un truco barato, pero lo que ahora
te estoy diciendo es verdad.

157
Memorias de un LOBO

Luego puso cara de incrédulo y me dijo:

—Pinche Lobo, lo que estás haciendo es tratar de asustarme ¿verdad?

Comprendí entonces que había cometido un grave error el haberle


confesado que todo eso del mentalismo era un truco barato, pues ahora
ya no me creía nada. Si embrago insistí:

—Por favor, Hugo, no viajes y si lo haces utiliza otro vehículo o vete


en autobús.
—Bueno, ya veremos —me dijo despreocupado—, mejor sigamos
divirtiéndonos en mi fiesta.

Volví a insistir pues no quería que le ocurriera lo mismo que a al


profesor Zepeda.

—Prométeme que no viajarás —le dije angustiado—.


—Con tal de que regresemos a la fiesta —me dijo—, te lo prometo.

Y ambos regresamos a la fiesta. Jenny pronto me preguntó sobre la


conversación que a solas había tenido con Hugo y yo solo de dije que
había tenido un horrible presentimiento y que se lo quería comentar a
Hugo, por si las dudas. Como mi padre alguna vez me había aconsejado,
a nadie le confié ese gran secreto que me atormento toda mi vida.
Algunas veces estuve tentado a contarle de él a mi Jenny, pero estoy
seguro que algo muy malo habría ocurrido si ella lo hubiera sabido.
Puesto que estaba muy nervioso, decidí mejor retirarme enseguida. Fui a
ver a Hugo para despedirme, lo abracé para felicitarlo por su
cumpleaños y en secreto le volví a decir al oído:

—Conste que me prometiste no viajar ¿eh?


—Si, hombre, no te preocupes —me respondió—.
Y luego de despedirme de todos los demás amigos llevé a Jenny a su
casa.

En el camino estaba muy pensativo y de inmediato Jenny me preguntó


al respecto:

158
Memorias de un LOBO

—¿Qué tienes, Lobito? Te noto muy raro.


—Nada, mi amor —le contesté muy sereno—, es que estoy muy
agotado con eso del truco que hicimos del mentalismo.

Y la verdad estaba yo muy agotado por la concentración que debe de


tener uno para no meter la pata haciendo el citado truco. Y la agilidad
mental que demostró también mi Jenny al no fallar en deletrear con
frases las palabras indicadas, a mí también me dejó asombrado. Pero
más allá de estar cansado por ese motivo, la realidad era que estaba
realmente preocupado por la visión que de Hugo había tenido. Estado ya
en mi cama por la noche cuando empezaba a conciliar el sueño veía de
nuevo esa horrible escena una y otra vez. Tomé el teléfono y marque a
casa de Hugo. Me contestó su papá y le dije:

—Disculpe, señor, soy un amigo de Hugo, por favor dígale que no viaje
porque pude sufrir un accidente…
—¿Qué clase de broma estúpida es esa? —me interrumpió disgustado—
. !Deja de estar molestando¡
—!Escúcheme por favor, señ...! —le repliqué angustiado, pero me colgó
sin darme oportunidad de explicarle nada—.

Al siguiente día, que era domingo, fui a casa de Hugo pero no había
nadie. Solo me quedaba la esperanza de que Hugo cumpliera su promesa
de no viajar que me había hecho en la fiesta. El lunes fui a la prepa con
mucho miedo. Cuando entré al salón estaban reunidos los amigos en
bola todos con cara compungida yo ya esperaba eso, pero pregunté por
si acaso:

—¿Que les ocurre?

Un compañero con cara de espanto me preguntó:

—¿No te has enterado?, Hugo murió en un accidente.

Yo sentí como una cubetada de agua helada en la espalda y me enfurecí


tanto que empecé a golpear el pizarrón con los puños diciendo:

159
Memorias de un LOBO

—!Maldita sea, maldita sea, maldita sea....¡ —sin parar—.

Me odié a mi mismo por tener este maldito don. Hice pedazos el


pizarrón y nadie decía palabra alguna al verme tan furioso. Luego me
derrumbé sentándome en una banca y entrando en un amargo llanto, se
acercaron varios compañeros para consolarme pero arremetí contra ellos
diciendo:

—!Lárguense, ustedes no entienden nada¡

Uno de ellos dirigiéndose a los demás compañeros dijo:

—Déjenlo, está trastornado porque quería mucho a Hugo —y me


dejaron ahí llorando solo—.

Sentí entonces una soledad como en mi vida la había sentido, pues sabía
que nadie podría comprenderme. Esa maldita capacidad de ver el futuro
esta vez me había destrozado. Era evidente que no podía retar al destino
y más que nunca estaba convencido que cada quién tiene su hora
marcada. Lo que restaba del año escolar la pasé triste y acongojado.
Todos en la escuela sabiéndome tan alegre y bromista les extrañaba mi
actitud taciturna y serena. En mi mente estaba grabada como fuego la
escena del accidente y recordaba a cada instante el momento en que
abracé a Hugo cuando me despedí de él en su fiesta. Si ese
acontecimiento me había devastado, vendría otro peor que destrozó mi
alma e hizo que cambiara por completo mi vida, pues provoco en un
cercano futuro que yo inconscientemente atentara varias veces en contra
de mi propia vida. Ingrese al tercer año de preparatoria y por desgracia
todos mis grandes amigos quedaron en diversos grupos pues cada quien
escogió áreas distintas. Reynaldo y Arturo se fueron al área de físico
matemáticas, Oscar, Jenny y yo, al área de químico biológicas, sin
embargo, a pesar de estar en la misma área, nos tocaron grupos
distintos. Además de las materias obligatorias de cada área respectiva,
debíamos de cursar y aprobar una materia optativa, esto quiere decir que
dentro de una gama limitada de materias diversas teníamos la libertad de
escoger entre una de ellas. Había una materia en particular muy fácil y

160
Memorias de un LOBO

solicitada, llamada “higiene mental”, cuyo único requisito era asistir a


las pláticas que daba un aburrido anciano y estarse ahí sentado horas y
horas escuchándolo. Obviamente tan fácil resultaba cursar y aprobar
dicha materia, que de inmediato se saturó ese grupo. No tuve más
remedio que tomar el curso de “temas selectos de biología”. Un
verdadero reto cursar y aprobar dicha materia, porque en ella
verdaderamente se debía trabajar y estudiar muy duro. Al principio me
arrepentí de no haberme puesto listo por dejar pasar la oportunidad de
inscribirme a la aburrida materia de higiene mental. Sin embargo, los
conocimientos que aprendí en el laboratorio donde curse la materia de
temas selectos de biología, me sirvieron en toda mi vida profesional.
Nos enseñaron a lavar e esterilizar material de laboratorio e instrumental
de cirugía. Hacer cultivos de hongos y bacterias, a hacer preparaciones
de tejidos para histología y muchas cosas realmente útiles para quien
se iba a dedicar en un futuro a cualquier carrera relacionada con la
salud. A mediados del año, un viernes estaba en el laboratorio de
biología batallando con un aparato llamado micrótomo tratando de hacer
unas preparaciones de histología. Se tomaba un cuadrito de cualquier
tejido animal, un pedacito de hígado de un pollo por ejemplo,
sumergiéndolo en diversas sustancias. Posteriormente, dicho pedacito se
debía meter en un molde pequeño y luego vaciar en él cera caliente. Una
vez endurecida, el cubo de cera resultante se ponía en el famoso
micrótomo cuyo funcionamiento es semejante a una rebañadora de
jamón. Sin embargo las rebanadas que se obtienen al procesar el cubo
de cera con el tejido incluido son tan delgadas, que son prácticamente
transparentes, cuyo grosor es de solo micras. El reto era depositar dicha
rebanada milimétrica en un pequeño vidrio llamada portaobjetos. Ello
resulta muy difícil requiriendo de un pulso perfecto. Una vez puesto la
muestra en el portaobjetos, se le agregaba una gota pequeñísima de un
pegamento especial y finalmente se cubre con un cuadrito de un delgado
y finísimo vidrio llamado cubreobjetos. Ya seco el adhesivo, la muestra
se puede ver al través del microscopio. Así es como se procesan las
muestras de cualquier tejido y es el método que utilizan los patólogos
para averiguar, por ejemplo, si una muestra obtenida en una biopsia de
un tumor es maligna o benigna. Bueno, en el proceso de rebanar la
muestra y depositarla en el portaobjetos estábamos todo el grupo, cada
quien con su respectivo micrótomo, cuando de repente entró al

161
Memorias de un LOBO

laboratorio Jenny. Entró en silencio y de puntitas para no distraer a


nadie, pues la tensión en eso momento en todo el laboratorio era grande
por lo que antes comenté, pues todos estábamos sufriendo para no echar
a perder las preparaciones. Nadie, ni siquiera yo, nos percatamos de la
entrada de mi novia y ésta al ver la tensión que reinaba en ese sitio se
puso a mis espaldas y gritó a todo pulmón:

—¡Sorpresa!

Tremendo brinco dimos todos, echándose a perder todas las muestras.

—¡Jovencita! —gritó disgustado el profesor encargado, quien también


había pegado un descomunal brinco por el susto—. ¡Sálgase de aquí, si
no quiere que la reporte a la dirección!—.

Jenny, muerta de la risa, me dio una nota y salió del laboratorio


enseguida. Yo estaba muy apenado con mis compañeros, mismos que
muy serios solo movían la cabeza reprochándome lo sucedido. Había
que repetir todo el proceso. Discretamente abrí la nota que me había
dejado mi novia y casi me infarto al leer lo ahí escrito:

—Lobito, hoy no traje el coche. Cómo veo que eso que haces va para
largo, me voy adelantado al metro Merced. Te espero en el andén para
que me acompañes a mi casa.
—¡Por todos los santos! —pensé muy alarmado—.

Se le había ocurrido a Jenny irse caminando sola hasta el metro, en un


barrio tan peligroso y andando ella con diminuta minifalda. Quedé en
verdad muy preocupado y le pedí al profesor me diera permiso para salir
de la clase.

—¡De ninguna manera, muchacho! —me dijo el profesor enfadado—.


Por culpa de su amiguita todos están atrasados.

Y aguantándome la angustia, proseguí en mi intento de hacer la


preparación de histología. No podía concentrarme y cada que intentaba
tomar la rebanada de cera y colocarle en el cubreobjetos, me temblaba la

162
Memorias de un LOBO

mano echando a perder la muestra. Mas me desesperaba al observar que


la mayoría de los compañeros les estaba saliendo bien el trabajo y con la
pena, robé una preparación muy bien hecha del compañero de a lado
cuando por un memento se distrajo.

—¡Ah, chinga! —dijo el compañero al percatarse de la pérdida


sufrida—. ¿Dónde diablos puse mi preparación terminada?

Yo haciéndome el desentendido, fingí haber terminado mi muestra,


llevándola de inmediato al profesor para que me dejara salir del
laboratorio.

—Perfecto —dijo el profesor luego de mirar la muestra bajo el


microscopio—. Puedes retirarte ahora.

Salí disparado a toda prisa a alcanzar a Jenny hasta el metro. Corrí como
desesperado con todo y bata puesta hasta llegar al metro. Cuando bajé al
andén, vi ahí parada junto a las escaleras a Jenny, con gesto preocupado.
Sin embargo al verme puso una gran risa fingida. Enseguida pasó el
convoy y una vez abriéndose las puertas casi me metió a empujones.

—¿Qué te pasa, Jenny? —le pregunté preocupado—.


—Nada, Lobito, nada —me respondió sin dejar de mirar hacia atrás del
vagón—.
—Algo te pasa —le dije enfadado—. Anda, dime de que se trata.
—Pues fíjate —me dijo—, que cuatro tipos muy feos me estaban
molestando en el andén. Luego fui con un policía para que me ayudara y
me dijo que no podía hacer nada porque no me habían tocado.
—Maldito policía tan cobarde —le comenté a Jenny—. Pero no te
preocupes yo te acompaño hasta tu casa.

Me abrazó muy fuerte y sentí cómo temblaba del miedo. Al llegar el


convoy a la siguiente estación, vi cómo un cuarteto de vándalos salían
del vagón posterior y abordaban el nuestro, molestando a su paso a
cuanta persona se ponía frente a ellos. Eran unos malandrines de más de
20 años, con vestimentas estrafalarias, ojos maquillados, labios pintados
de negro, cabellos parados y todos con mugrosas chamarras de cuero

163
Memorias de un LOBO

negras. En verdad eran horribles y su solo aspecto amedrentaba. Yo


estaba enfurecido y quedé a la expectativa. Una vez que cerraron las
puertas y el convoy siguió su marcha, vi cómo ese cuarteto de gañanes
se nos acercaba mirándonos con sendas sonrisas burlonas.

—¿Qué pasó, güerita? —dijo el que parecía el líder de esos tipos—. ¿Ya
llegó tu doctor para defenderte?

Supongo que le había dicho eso porque me vio abrasada a ella y yo con
bata blanca puesta. Me quité la bata enseguida y me disponía a
arremeter a golpes en contra de ese maldito, pero Jenny me abrazó muy
fuerte a la vez que me decía al oído:

—No vale la pena que te ensucies las manos con esos mugrosos, Lobito.

Me contuve, no por lo que me había dicho Jenny, sino que reflexione


pensando que yo no podría solo con ellos. Esos malditos tipos seguían
molestando a la gente, empujándose entre sí atropellando a las personas
que estaban a su paso. En la siguiente estación uno de ellos, el más
corpulento del cuarteto, intentaba con todas sus fuerzas evitar que la
puerta del vagón se cerrara y lo hacía nada más para fastidiar y retrasar
al convoy. Entre empujones que ellos mismos se daban, uno de ellos le
dio un empellón al gordo que detenía las puertas sacándolo del vagón.
De inmediato se cerraron las puertas y el gordo se quedó en el andén
lanzando improperios. Los tres que quedaron en el vagón lanzaron
desaforadas risotadas festejaron la broma que le habían hecho a su
compañero. Quedaron solo tres, sin embargo siguieron importunado a
los pasajeros, empujándose entre sí y lanzando risotadas. La gente, a
pesar de estar muy disgustada, no decía nada, quizás por miedo. En la
siguiente estación, esta vez dos de ellos intentaron detener las puertas
cuando estas cerraban y fue cuando se me ocurrió actuar recordando lo
que le había pasado a su gordo compañero. En un instante solté a Jenny
y rápidamente me dirigí hacia uno de los tipos que detenían la puerta y
dándole senda patada en el abdomen, lo saque del vagón cayendo el tipo
golpeándose la cabeza en el suelo. Casi al instante, lancé una fuerte
patada al que estaba a su lado, con tanta fuerza, que el tipo estrelló su
cabeza en uno de los tubos sangrando enseguida, agachándose luego

164
Memorias de un LOBO

sobándose la testa y llorando como niño. Se cerraron las puertas y me


dirigí hacia el que parecía el líder de esos malandrines:

—¡Ahora si, hijo de perra, te voy a partir la madre!

Todos en el vagón aplaudieron y muchos de ellos me azuzaban para que


le diera su merecido a eso desgraciado.

—¡Rómpele su madre! —me gritaban muchos de los pasajeros—.


—¡Ya estuvo, mi buen, ya estuvo! —me decía el muy cobarde
haciéndose hacia atrás al verme tan enfurecido—.

Lo tomé de las solapas de su mugrosa chamarra y lo llevé frente a


Jenny.

—¡Pídele disculpas a la señorita! —le grité al oído—.


—Discúlpeme, señorita —dijo el muy cobarde con la cabeza
agachada—.

Se acercó Jenny y yo quedé más que sorprendido al ser testigo de lo que


siguió luego. Sin más y sin previo aviso, Jenny le dio un puñetazo al
tipo sangrándole de inmediato la nariz por tan tremendo golpe que le
había propinado.

—¡Para que se te quite lo gandaya, pinche mugroso! —le gritó Jenny,


sobándose ella su puño—.
Todos en el vagón rieron a carcajadas, burlándose del malandrín,
festejando nuestra venganza. En la siguiente estación ambos tipos
bajaron en silencio y con la cabeza agachada. Yo bufaba del coraje no
solo por esos vándalos sino también por la imprudencia que había tenido
Jenny por haberse atrevido a ir sola y a pié por esos rumbos tan
peligrosos.

—Ay, Jenny —le dije—, ¿cómo se te ocurrió venir sola al metro?


—Perdóname, Lobo —respondió muy sumisa—. Es que creí bastarme
sola. Estoy a punto de cumplir 18 años y quiero aprender a valerme por
mí misma.

165
Memorias de un LOBO

—Si, mamita —le dije—, pero no debes hacerlo en forma tan repentina
y menos en un barrio tan peligroso.

Para contentarme, me abrazó muy fuerte y luego me dijo al oído:

—Eres un auténtico “lobo rabioso” —dándome luego un beso en la


boca—.

Se me pasó el coraje pero me urgía llevarla a casa de su padre pues era


fin de semana y ya era muy tarde. Cuando el metro llegó a la estación
Chapultepec, de inmediato tomamos un taxi para que ella llegara pronto.
Al llegar a la residencia de su padre, él muy disgustado ya la esperaba
en la puerta. La verdad yo tragué saliva al verlo ahí parado, pero me
armé de valor y bajé del taxi acompañando a mi Jenny hasta la entrada.

—¿Por qué demonios llegas tan tarde? —le preguntó muy disgustado su
padre a Jenny, volviéndola a cuestionar enseguida—: ¿Y por qué andas
sin coche?

Jenny le iba a responder, pero de inmediato el señor lanzó una


contundente orden:

—¡Métete inmediatamente!
Jenny me dio un beso en la mejilla y se metió a la residencia de pronta
manera. Ahí quede solo con el enfurecido caballero, quien me miraba de
forma despectiva.
—Necesito hablar contigo muy seriamente —me dijo el señor con
adusto seño—. Te quiero ver en mi oficina hoy a las 8 de la noche. Si no
acudes a esta cita, no volverás a ver a mi hija ¿entendiste?

Yo solo asentí con la cabeza, recibiendo al mismo tiempo una tarjeta


personal del señor donde estaba escrita la dirección de su oficina. Me
retiré muy preocupado sin saber que hacer o pensar al respecto. Apenas
tenía tiempo de ir a casa, comer, medio arreglarme e ir a esa misteriosa
cita. Tenía que ir porque estaba de por medio seguir viendo a mi
adorada Jenny. Acudí puntual a la dirección indicada, quedando yo muy
sorprendido al ver el lujo del edificio donde se ubicaba la oficina del

166
Memorias de un LOBO

padre de Jenny. Estaba en pleno paseo de la Reforma en un edificio de


más de 15 pisos. Entré al edificio y en la recepción pregunté por el señor
Perelman, padre de Jenny y la secretaria me indicó que subiera al 12º
piso y que ahí lo encontraría. Al llegar al piso indicado me encontré con
una lujosísima oficina, me acerque a una secretaria y dándole la tarjeta
que antes me había dado el padre de Jenny le indique que tenía una cita
a las 7 de la tarde con él. Me dijo con mucha ceremonia:

—Tome asiento, en un momento lo recibe.

No pasó mucho tiempo cuando la secretaria me indicó que pasara. Entré


a su oficina, lo vi serio sentado tras un enorme escritorio y con la mano
me invitó a tomar asiento.

—Mira, jovencito —me dijo—, he visto la relación que llevas con mi


hija y para serte sincero no me gustas como yerno, eres como tu mismo
me dijiste hace un par de años, un pobre diablo, así que te sugiero dejes
en paz a mi hija.

Yo sentí que se encendía la sangre contestándole muy disgustado:

—Perdóneme, señor, con todo respeto, yo jamás le dije que fuera un


pobre diablo, le dije que no tenía en que caerme muerto. Estoy
estudiando y en un futuro ya verá que tendré para mi tumba.

Se puso de pié y me dijo muy molesto:

—¡Ya basta de juegos, mocoso insolente, o dejas a mi hija o te las verás


conmigo.

Me puse de pié y armándome de valor le dije en forma altanera:

—A mi no me tiene que decir nada, platique con su hija y si ella me


quiere dejar pues adelante.

Di media vuelta y emprendí la retirada. Antes de salir me dijo:

167
Memorias de un LOBO

—Espera un momento.

Voltee a ver lo que quería y de su escritorio sacó un sobre amarillo


diciéndome:

—Toma esto, si no es suficiente nada más dime y nos arreglamos para


que dejes a mi hija.

Yo de estúpido tomé el sobre lo abrí y vi un enorme fajo de dólares.


Sentí que me hervía la sangre, le arrojé los billetes a la cara y le dije
enfurecido:

—No le digo lo que se merece solo por ser padre de Jenny.

Sin decir nada más y bufando de rabia me retiré apresurado. El señor me


gritaba:

—¡Espera, espera! —Pero ni siquiera lo voltee a ver—.

Quedé seriamente preocupado. ¿Qué pasaría ahora?, me preguntaba.


Esa noche ya en la cama tuve una visión inquietante en un sueño. Vi a
Jennifer sentada en el asiento de un enorme avión. Como siempre yo no
sabía si ello era un simple sueño, había pasado o pasaría en el futuro. En
esa visión que tuve de Jenny la vi llorando, pero no era un llanto
desesperado, era en cambió un llanto triste pero sereno, viendo cómo
una a una le derramaban lágrimas por las mejillas. Desperté
desesperado, sentí que la felicidad que tenía con ella se me escurría
como agua entre las manos. Ella era la única razón por lo que deseaba
vivir. Esa noche no dormí nada. Al día siguiente le llamé por teléfono
como de costumbre y noté algo diferente en ella, no era la misma de
siempre. Yo sin decirle nada de mi visión le pregunté si ese día, sábado,
nos veríamos como de costumbre, a lo que me respondió positivamente.
Esperé con ansia por la tarde y cuando llego la hora por fin fui a verla a
su casa. Cuando toqué el timbre y me abrió una empleada, esta vez no
me invitó a pasar, diciéndome simplemente:

—Espere un momento, joven.

168
Memorias de un LOBO

Yo me temía lo peor. Salió Jenny seria y me dio un beso en la mejilla.


Nos quedamos mirando y le dije muy seguro:

—¿Cuando te vas de viaje?

Se me quedó mirando sorprendida y me dijo enseguida:

—¿Cómo lo supiste? Si lo acabo de hablar con mi padre.

Sentí que me moría cuando me confirmó lo de ese viaje y le respondí


con impaciencia:

—No importa cómo lo supe, lo que quiero saber es a dónde vas y por
cuánto tiempo.

Ella agachó la cabeza y sin verle el rostro vi como le caían lágrimas de


los ojos. Entre sollozos me dijo que iría a radicar y a estudiar a Londres
hasta terminar la carrera de medicina y lo haría en la mismísima
universidad de Oxford. Ello correspondía a una orden directa de su
padre. Yo en ese momento tenía una mezcla de rabia, frustración,
desesperación y tristeza. Tratando de serenarme, tomé aire y le dije
aparentando mucha calma:

—Vamos a mandar al diablo todo y huyamos juntos. En unos meses


ambos seremos mayores de edad y no tenemos que obedecer a nadie.

Yo estaba seguro en ese momento que se iría conmigo. Pero cuál sería
mi sorpresa al oír que decía:

—Lo siento, Lobito, tengo que obedecer a mi padre.


En ese momento entré en cólera y le empecé a gritar desesperado:

—¿Por qué, por qué, por qué…?

Di la vuelta y di dos puñetazos al muro. De repente vi salir de la casa a


ese tipo pedante que le decían Lalito, que desde hace años la pretendía.

169
Memorias de un LOBO

Tomé aire tratando de disimular mi furia y le dije a ese muchacho:

—A ver, Lalito, acércate un momento.

El muy cobarde se fue haciendo para atrás con cara de susto, pero lo
pesqué de una manga y le di un puñetazo en forma de gancho a la boca
del estomago y antes de que cayera le di otro en el rostro, dejándolo
inconsciente sin aire tirado en el suelo. Jenny, sabiendo lo violento que
yo era y temiendo lo fuera a golpear más, me gritó desesperada:

—!Ya déjalo, Lobo, lo vas a matar¡

Al tener la certeza que Jenny no iba a dar marcha atrás respecto a ese
viaje y la perdería para siempre, le contesté enojado:

—!Ahí está, quédate con tu pinche joto, no quiero volverte a ver en mi


vida¡ —y me fui de ahí apresurado, dejando a Lalito tirado y
ensangrentado—.

Fue la primer y última vez que me enojé con ella. Mentalmente estaba
herido de muerte y realmente enfurecido, odiando muy en el fondo a
Jennifer por ser tan cobarde y no venirse conmigo, jurándome a mi
mismo no volverme a enamorar nunca. La depresión que siguió a ese
episodio me duró muchos meses y me juré a mí mismo no volverme a
enamorar nunca. Me hice la idea que ella había muerto y vestí de negro
más de tres años. Esos pocos años que conviví con Jenny han resultado
ser los más felices que hasta entonces había vivido y al mismo tiempo
los que al final de esa aventura me hicieron llorar y sufrir como nunca lo
había hecho hasta entonces en mi vida. Ya nada me importaba y deje de
estudiar tratando de pasar las materias como fuera. En ello me ayudaron
mis grandes amigos, presentando los exámenes por mí y en otras
ocasiones haciendo malabares increíbles para introducir exámenes ya
resueltos para cambiarlos por los míos. Y luego, en un cercano futuro,
cómo ya nada me importaba, hice las locuras más grandes de mi vida,
que por varias ocasiones, por poco me cuestan la vida. Así mismo,
también en un cercano futuro, me pasaría algo realmente extraordinario
que provocaría que las visiones que ya antes casi habían desaparecido,

170
Memorias de un LOBO

volvieran entonces con más fuerza que nuca, viendo cosas que
realmente me dejaron conmocionado, adquiriendo al mismo tiempo, un
poder tan increíble, que ni yo mismo creía. No pasaron muchos días en
que me di cuenta de…

Se pierde un fragmento donde inicia el capítulo 4, que por obvias


razones, ignoro cómo se titula. Y luego continúa…

...estaba terminando el curso y ya había cumplido 18 años. Cómo ya


nada me importaba no estudiaba nada y los exámenes los pasaba como
podía. Muchas veces les lloraba a los profesores y estos me pasaban por
lástima. Otras ocasiones, hacía malabares increíbles para pasar como
pudiera. En un examen parcial de matemáticas, por ejemplo, como de
costumbre no estudié nada y me puse de acuerdo con mi amigo Arturo,
quien a través de una ventana que daba a la calle, vería las ecuaciones
que el profesor ponía en el pizarrón para que nosotros las copiáramos en
una hoja en blanco y en ellas resolviéramos los problemas de cálculo
diferencial. Arturo resolvería el examen en una hoja en blanco allá
afuera y luego en un descuido del profesor, me pasaría la hoja enrollada
con el examen ya resulto a través de la ventana. Yo obviamente, me
senté justamente en la banca cerca de esa ventana, esperando con ansia
la llegada del examen resuelto. Lo que yo no sabía, es que Arturo no
estaba solo, lo acompañaban mis otros amigos porque les pareció muy
jocosa tal situación y a veces se escuchaba su plática a través de la
ventana. Pasaban los minutos y yo sudaba de los nervios porque no me
pasaba Arturo el examen resuelto. El profesor caminaba entre las bancas
y cuando pasaba junto a mí, yo hacía como que ya había terminado parte
del examen y daba vuelta a la hoja, que obviamente aún estaba en
blanco. Estaba desesperado porque ya era casi la hora de entregar la
prueba y ya algunos compañeros habían terminado, dejando la hoja
sobre el escritorio retirándose enseguida. Estaba tan ansioso, que en un
pequeño papel escribí la palabra en inglés “help”, doblándola en un
pequeño cuadrito y arrojándola por la ventana para pedirle ayuda a
Arturo. No pasó mucho tiempo en que se escucharon carcajadas a través
de la ventana, cuando supongo, mis amigos leyeron ese mensaje de
auxilio. Cuando ya quedaban pocos compañeros para entregar el
examen el profesor nos dijo a los que aún quedábamos:

171
Memorias de un LOBO

—Bien, el tiempo ha concluido.

Ya me daba por muerto. Cuando me paré a entregar mi hoja en blanco,


entró volando el examen resulto enrollado a través de la ventana y yo al
quererlo pescar en el aire para que el profesor no se percatara, caí
estrepitosamente al suelo. Cogí el examen enrollado y traté de ponerme
pié con nerviosa sonrisa. El profesor volteó para ver lo que pasaba,
diciéndome tratando de que no se le saliera una carcajada:

—Ten más cuidado, muchacho.

Supongo que me he de ver visto ridículo ahí tirado con cara de estúpido,
porque una vez que el profesor me dio la espalda, no soportó más y
agachando la cabeza, soltó luego una ahogada carcajada. Al fin pude
pararme y puse el examen sobre los demás y salí con una gran sonrisa.
Sobra decir que ese día saque 10 y sin haber estudiado nada. Muchos
otros trucos hacía para pasar como fuera. En los exámenes de inglés, por
ejemplo, era Reynaldo el que entraba por mí a hacerlos y a tal grado
llegó mi cinismo, que mi lema en esos días era “lo importante es pasar
sin estudiar, porque cualquiera aprueba estudiando”. Sin embargo, se me
acabó la suerte y en los exámenes finales me fue como en feria. Terminó
el curso y salí debiendo 5 materias: Cálculo, física, química orgánica,
ética y etimologías greco latinas. Me deprimía mucho viendo cómo mis
demás compañeros terminaban el curso sin ningún problema estando
felices de ingresar a sus carreras respectivas al año siguiente. Pude haber
repetido todo el curso, pero mentalmente estaba demasiado deprimido y
no quise humillarme entrando a estudiar todo un año de nuevo. Y luego,
más me deprimía pensando en que ya no estarían conmigo mis grandes
amigos. Arturo, entraría a la facultad de arquitectura, Oscar a la de
odontología y Reynaldo a la de actuaría. Tanta era mi ignorancia que ni
siquiera sabía que era eso de actuaría, explicándome luego Reynaldo
que es una especialidad de matemáticas. Intenté de primera instancia
estudiar esta vez de a de veras para intentar aprobar las materias que
debía en exámenes extraordinarios, pero solo aprobé ética y etimologías.
Quedaban las más duras y decidí entonces dejar los estudios y
dedicarme a trabajar en lo que fuera. Varias semanas estuve de vago sin

172
Memorias de un LOBO

hacer nada, hasta que un día mi madre me reprendió fuertemente


haciéndome ver que era un mantenido.

—O tratas de pasar las materias que debes —me decía—, o te metes a


trabajar en lo que sea.

Mi papá en ese entonces trabajaba como ingeniero de equipos de prueba


electrónicos en una compañía llamada Philco. Él era una persona muy
querida en esa empresa no solo por su excelente desempeño laboral.
También lo apreciaba todo el mundo por ser una buena persona. Le pedí
me ayudara a entrar a trabajar ahí de lo que fuera y como nunca estuvo
de acuerdo que dejara los estudios al principio no quería, pero era tan
buena gente que lo convencí. Entré ahí como office boy, como quien
dice, era ejecutivo “V”: “vete por las tortas, vete por los cigarros, vete a
pagar el teléfono... Efectivamente, era el “ve corre y dile” de la empresa.
Fungía como chofer de los ejecutivos, encargado de servicios de oficina,
mensajero, operador de las copiadoras y encargado de toda la
correspondencia de la empresa. La mayor parte del tiempo la pasaba en
la calle haciendo pagos, enviando mensajes y llevando a ejecutivos al
aeropuerto o a otras empresas. Me exigían estar impecablemente vestido
con traje y corbata por lo que mis primeros sueldos los dediqué íntegros
a mi vestimenta. Desde mi primer día noté mucha cordialidad entre mis
compañeros y sin importar la edad o puesto, todos nos tuteábamos. La
empresa se dividía en empleados de confianza, a los que yo pertenecía y
la planilla de empleados menores, obreras y obreros. La compañía, a su
vez, contaba con sus propios comedores, uno para los empleados de
confianza y otro para los obreros. En mi primer día de trabajo fui
víctima de una novatada. Resulta que en el comedor había diversas
mesas y en medio una muy grande y arreglada. En ella se sentaban
únicamente el gerente general y los altos ejecutivos. Democráticamente,
aún ellos, tomaban sus charolas y pasaban a tomar a la barra sus
respectivos platillos y luego se sentaban en su mesa y aunque cualquier
empleado tenía la libertad de sentarse donde le placiera, tácitamente
solo los jefes se sentaban el la mesa de los ejecutivos. Al llegar por
primera vez al comedor, como todos tomé mi charola, puse sobre ella
mis platillos, volteé para buscar alguna mesa y al observar que pocos
lugares había, algún malandrín me dijo sonriendo:

173
Memorias de un LOBO

—Mira, en esa mesa casi no hay nadie —refiriéndose a la mesa de los


ejecutivos—.

Sin el menor empacho me dirigí a la citada mesa y me senté junto a un


hombre enorme y rubio. Luego de tomar asiento le dije para romper el
hielo, pues semblante muy adusto tenía:

—Buenas tardes, güero ¿Qué tal está la comida?

El tipo rubio se me quedó mirando muy serio y solo me dijo con acento
alemán:

—Muy buena, muchacho, muy buena.

Al ver a los demás comensales me extrañó que todos se rieran y se me


quedaban mirando, pero sin darle importancia empecé a comer y seguí
platicando con mi “nuevo amigo”:

—Entonces que, güero ¿eres extranjero?


—Efectivamente —me dijo—, soy de Múnich, Alemania—.
—Ah —le respondí—, ¿y de que la giras aquí, güero?
—¿Qué? —me preguntó extrañado—.
—¿Qué de qué trabajas aquí, güero? —le volví a preguntar—.
—Soy el gerente general de la empresa —me dijo—.

Se me atravesó el bocado que estaba a punto de tragar. Tomé un poco de


agua para que éste pasara y cuando pude hablar, le dije muy apenado al
gerente:

—Disculpe, señor. Buen provecho.

Me puse de pié, tomé mi charola y discretamente me fui a sentar a otra


mesa con la cabeza agachada. Todos los presentes en el comedor
irrumpieron con tremendas carcajadas y al voltear a ver a ver al gerente,
también él, estaba muerto de risa. Pero no pasó mucho tiempo en que…

174
Memorias de un LOBO

Se pierde un pequeño fragmento, luego continúa…

…con mi primer salario me compré un reloj, de esos nuevos digitales de


cuarzo, que en ese entonces eran una verdadera novedad. Pensé que ya
era justo dejar descansar al viejo reloj de cuerda que había heredado de
mi abuelo y guardarlo solo como un hermoso recuerdo. Sin embargo,
algo muy curioso pasaba: cuanto reloj electrónico me ponía, reloj que se
paraba. Nunca comprendí el por qué de ello y me vi obligado a usar el
viejo reloj de cuerda de por vida. La verdad ese viejo reloj lucía muy
bien en mi muñeca pues resaltaba entre mi brazo velludo. Cuando iba a
visitar la planta en donde trabajaban las obreras, a propósito me
remangaba la camisa para lucir mi reloj y mis brazos velludos. Las
empleadas se podían contar por cientos y a mí me encantaba visitar la
línea de ensamble donde trabajaban, pues cuando iba me chuleaban
lanzándome atrevidos piropos. La verdad salí con algunas de ellas y los
alcances que hubo en esas citas, mejor aquí no lo comento. Una ocasión
estando yo descansando en mi oficina me llamó la secretaria del gerente
general para ordenarme que llevara a la hija del mismo gerente a su
casa, pues ésta había ido a conocer la planta y no había quien la llevara.
A esa chica la imaginaba rubia y hermosa pues el gerente era alemán y
bien parecido. Fui emocionado a la oficina del gerente y al entrar a la
recepción vi a la chica, rubia efectivamente, sin embargo era fea, pero
muy varonil. La muchacha era más tosca que un jugador de fut bol
americano y enorme de estatura. Acercándome a la secretaria le
pregunté en secreto:

—¿Eso es la hija del gerente?

A la secretaria casi le ganó la risa y con la cabeza me indicó que sí,


apretando los labios para contener una carcajada. Me acerqué a la hija
del jefe y la saludé cortésmente:

—Buenas tardes, señorita.


—Mucho gusto —me dijo poniéndose de pie, creyendo que yo era algún
ejecutivo—.
—No, no —le dijo la secretaria—, este es solo el chofer que la llevará a
su casa.

175
Memorias de un LOBO

—Ay, perdón —dijo la tosca rubia—, pero de todas formas, mucho


gusto.

En fin, llevé a ese bodoque a su casa. En el camino no hablamos ni una


palabra. Al llegar a su casa un sirviente abrió el zaguán e introduje el
auto a la cochera. En ella había estacionados varios autos de lujo, pero
lo que me llamó poderosamente la atención fue una hermosa colección
de 7 potentes motocicletas. Le pregunté a la hija del jefe por esas motos
y me dijo que eran de su hermano. De repente, de las escaleras de la
entrada de la casa, bajó un muchacho rubio y bien parecido gritándole a
la chica:

—Órale, hermanita ¿Ya tienes galán?


—Cómo crees, Sergio —le dijo la chica muy apenada—. Este es el
chofer de la Philco.

Acabando de decir eso, la gordita se metió a la casa sin siquiera


despedirse. Ese muchacho que bajaba por las escaleras era el hermano
de la hija del jefe. Su nombre era Sergio Müller. Lo saludé y de
inmediato le pregunté por las motos que tanto me habían gustado y él
entusiasmado me contó la historia de cada una de ellas. Me di cuenta de
inmediato que él era un verdadero junior. Ambos simpatizamos mucho
pues teníamos los mismos gustos en cuanto a autos y motos, además de
ser exactamente de la misma edad, cercanos a los 20 años. Ya cuando
me despedía me preguntó:

—¿Te gustaría probar alguna de las motos?


—Me encantaría —le contesté—, pero la verdad no quisiera ni tocarlas,
pues deben ser muy caras.
—Ni te preocupes —me replicó sonriendo—, todas están aseguradas.

Sin embargo, a mi me daba miedo montarme a semejantes monstruos,


pues yo en alguna ocasión solo manejé pequeñas motonetas de 200 cc y
suponía que esas enormes motos eran muy difíciles de controlar. Con
sinceridad le comenté mis temores y con desparpajo me comentó:

—Mira, para que aprendas a manejarlas te invito a dar una pequeña

176
Memorias de un LOBO

vuelta a Acapulco el fin de semana.


—¿Pequeña vuelta a Acapulco? —pensé—.
Pero me pareció estupenda su idea pues yo estaba sediento de aventuras.
Acepté de inmediato poniéndonos de acuerdo para vernos a las 9 de la
mañana del sábado que venía. Llegó en citado día y al llegar a su casa
toqué el timbre. Salió Sergio vestido con un uniforme de cuero y con su
casco en la mano. Me saludó y me dijo contrariado:

—¿Por qué llegas tan tarde?

Se veía ansioso, vi con curiosidad mi reloj y le contesté enseguida:

—No inventes, Sergio, si apenas son las 9 y cinco.

Pasamos a la cochera y me dijo que me pusiera un uniforme de cuero y


escogiera un casco. Así lo hice y cuando le dije que estaba listo me dijo:

—Escoge la moto que quieras.

Yo me quedé sorprendido, suponía que ambos iríamos en una moto y


cuando hubiera poco tráfico me enseñaría su manejo. Le volví a hablar
de mis temores de estropear la moto.

—Esto se aprende en caliento o no se aprende —me dijo con


impaciencia—.

No me quise ver cobarde y acepté escoger una de esas motos y


conducirla solo. Escogí una hermosa Kawasaky color plata y negro y
Sergio una Honda rojo y blanco. Al tomarla de los manubrios apenas
podía con ella, la monté, la arranqué y ahí vamos. Ambos salimos de la
casa y de inmediato sentí su enrome potencia y que era fácil su manejo,
pues a pesar del enorme peso que tenía esa moto, éste se compensaba
con su inmensa potencia. Nos dirigimos a la calzada de Tlalpan y sentía
que volaba. Todo lo que estaba viviendo en ese momento me parecía un
sueño.

—¡No te confíes, tómalo con calma¡ —me gritó Sergio para que le

177
Memorias de un LOBO

bajara—.

Y yo le bajé de velocidad. Entramos a la autopista de Cuernavaca y es


ahí donde por primera vez en mi vida sentí lo que es el verdadero
vértigo de velocidad, alcanzando en algunas rectas los 200 Km por
hora. La sensación que se tiene al viajar solo a esas velocidades es
indescriptible, teniendo constantemente la sensación de muerte
inminente y sin embargo uno no le baja la velocidad. En las pendientes
pronunciadas se siente el estómago como en la montaña rusa. En fin, esa
experiencia fue realmente extraordinaria para mí. Llegamos a
Cuernavaca en menos de 30 minutos. Al pasar frente a una gasolinera
Sergio me hizo señas para que entráramos a ella. Nos estacionamos, nos
quitamos los cascos y Sergio se me acercó diciendo:

—¿No que no sabías manejar estas motos?


—Te juro que yo antes solo había manejado motos pequeñas —le dije—
. Supongo que es instinto lo que tengo.

Sergio se me quedó mirando como quien no cree y me dijo:

—Bueno, vamos a cargar gasolina, ir al baño, comprar una “chelas”


(cervezas) e irnos de filo a Acapulco.

Así lo hicimos y continuamos nuestro viaje. En un tramo de la autopista


nos quitamos los cascos, los pusimos en el manubrio de la moto y a la
vez que seguíamos conduciendo íbamos tomando cervezas y como si
nos hubiéramos puesto de acuerdo empezamos a cantar:

—“Parece que va a llover, el cielo se está nublando...” —rememorando


aquella vieja película de Pedro Infante “a toda máquina”, a la vez que
rebasábamos como bólidos, él de un lado y yo del otro, a todos los autos
que alcanzábamos—.

A la distancia en el tiempo me pongo a pensar en lo imprudentes que


éramos al hacer semejantes tonterías. Por fin llegamos a Acapulco y
Sergio me condujo al hotel Princes. Tenía hechas reservaciones y

178
Memorias de un LOBO

absolutamente todo ya estaba pagado. Nos registramos y subimos a


nuestro cuarto. Ya no aguantaba el caliente overol de cuero y luego de
despojarme de él, enseguida me metí a bañar. Cuando lo estaba
haciendo Sergio me gritó:
—Ahora vengo —y salió del cuarto, escuchando cómo cerraba la
puerta—.

Salí de bañarme, me puse una playera y traje de baño y me senté a ver la


televisión para esperar a Sergio. Al poco rato éste llegó con un carrito de
servicio del hotel lleno de abundante comida y cervezas, en realidad
eran muchas más cervezas que comida. A Sergio, como buen alemán
que era, le encantaban las cervezas y el gusto que le tengo actualmente
a esa bebida se la debo justamente al él. Como teníamos un hambre de
leones comimos y bebimos como cosacos. Ya estando satisfechos
Sergio me dijo que fuéramos a la playa a cazar gringas, idea que me
pareció fabulosa. Llegamos a la playa montados en las poderosas
motocicletas y de inmediato captamos la atención de todas las
muchachas ahí presentes. En un santiamén estábamos platicando con 3
rubias canadienses. Aunque yo hablaba muy poco inglés, de todas
formas estaba muy divertido. Hicimos con ellas buenas migas y nos
quedamos de ver más tarde en una discoteca para seguir con la
diversión. Regresamos al hotel, comimos nuevamente como cosacos,
bebimos como vikingos y luego llegada la tarde nos cambiamos y nos
dirigimos a la cita que habíamos hecho con las canadienses. Nos
encontramos con ellas afuera de una discoteca llamada “Baby O”.
Recuerdo con tristeza que unos auténticos patanes llamados “cadeneros”
dejaban entrar solo a extranjeros y a “gente bonita”, mientras que a la
gente común les impedían el paso y a veces hasta los humillaban. No se
quien me daba más coraje, los cadeneros o la estúpida gente ahí parada
esperando como si les fueran a dar limosna. Sergio puso adelante a las
tres chicas canadienses y yo estando junto a él nos abrimos paso ante la
gente que quería entrar.

—¡Con permiso, con permiso! —decía Sergio a la vez que la gente nos
hacía espacio al ver a esas hermosas rubias—.

Un cadenero, un tipo enrome y negro, al vernos de inmediato zafó una

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Memorias de un LOBO

cadena y nos dejó entrar. Yo me quedé sorprendido pues ni Sergio ni yo


conocíamos a ese gorila, que sin más nos dejó pasar. Seguramente debe
haber pensado que también nosotros éramos extranjeros. Ya adentro el
ambiente era fascinante y yo me divertí como enano. Cómo en ese
entonces no hablaba inglés y estaba muy tomado, decía puras tonterías y
las canadienses a todo me decían que si y reían como locas. Yo desde
siempre he sido buen bebedor, pero ese día tomé tanto, que perdí por
completo, no recordando absolutamente nada de lo que ocurrió después.
Al siguiente día me hallaba en la cama del hotel. Al despertar me dolían
todos los huesos y no podía levantar siquiera la cabeza pues tenía una
resaca monumental. Hacía mucho frío porque seguramente alguien
había puesto el aire acondicionado a todo lo que da. Hice un gran
esfuerzo para incorporarme y cuando intenté quitarme de encima las
cobijas, me encontré que a cada lado mío estaban 2 de las 3 chicas con
quienes habíamos salido ¡completamente desnudas! Pensé por dentro:

—Dios mío, ¿qué he hecho?

Me paré como pude y me vi yo también desnudo, me dio mucha pena y


volteé a ver a las chicas, pero estaban más dormidas que unos troncos,
roncando una de ellas y la otra hasta babeando la almohada. Busqué con
afán mis calzoncillos pero fue inútil, estaban perdidos en medio de las
ropas de las chicas y la mía. Me dirigí a la otra habitación y al abrir la
puerta me tropecé con Sergio quien estaba dormido en la alfombra
abrazado de la otra chica. Este despertó aturdido diciendo:

—¡Qué, qué pasa!


—¡Por amor de Dios, Sergio! —le dije desesperado—. ¿Dime que pasó
a noche?
—No te hagas, Lobito —me contestó desparpajado—, anoche te
comiste a las dos güeras dejándome a la más fea.
¿Pero yo, a qué horas?, —le pregunté desorientado— y además, ¿cómo
sabes que me dicen Lobo?
—¿En verdad no te acuerdas de nada? —me peguntó preocupado—.
—En verdad no sé nada —le contesté con impaciencia—, por favor
dime lo que pasó.

180
Memorias de un LOBO

Y Sergio me contó que después de regresar de la disco, acaparé a dos de


las chicas diciéndoles que era un lobo feroz y me las iba a comer,
haciendo con ellas el amor toda la madrugada.

—¡Que desperdicio! —pensé, pues no recordaba absolutamente nada—.


Fui al closet, saqué ropa limpia y me metí al baño a ducharme con agua
fría, quizá así recordaría algo. Al salir estaban despertando las chicas
que habían dormido conmigo y éstas me invitaban a señas a acostarme
con ellas de nuevo. Le dije a Sergio que fuéramos a comer para cargar
baterías y luego seguir la farra con las canadienses, pero ésta vez en mis
cinco sentidos. Sergio me tomó del hombro como quien da condolencias
me dijo:
—Lo siento, mi amigo, pero estos bombones tienen que estar en una
hora en el aeropuerto pues regresan a Canadá.

—¡Con un demonio! —Vociferé con fuerza—.


—No te apures, Lobo —me consoló Sergio—, ya habrá oportunidad
otro día.

Resignado fuimos a dejar a las chicas a su hotel y la verdad muy en el


fondo me alegré de que se fueran pues estaba muerto de cansancio.
Fuimos a comer y luego Sergio me dijo que estaba demasiado cansado
y que prefería dejar la farra para otro día, cosa en la que estuve también
de acuerdo e iniciamos el regreso, que fue tan vertiginoso como la ida.
A la fecha no he podido recordar lo que ocurrió esa loca noche. Me
seguí viendo con Sergio los fines de semana para irnos de aventura o
alguna fiesta que nunca nos faltaban. Nos hicimos grandes amigos y
disfrutábamos mucho las locuras que a ambos se nos ocurrían. Las cosas
que Sergio y yo hacíamos en las motocicletas suyas a veces rallaban en
la locura y a la distancia me pongo a pensar en que esas estupideces que
hacía en realidad eran ocultos actos de suicidio que yo intentaba. Un día
le conté a Sergio que cuando yo iba en la prepa un motociclista de
tránsito sin motivo me golpeó la nariz y a él se le ocurrió provocar a
motociclistas de tránsito al ir conduciendo nosotros las motos y luego
escaparnos para burlarnos de ellos. Me pareció estupenda su idea pues
yo le tenía verdadero odio a esos policías y una ocasión nos pusimos de
acuerdo en insultar en su cara a uno de ellos y luego huir a toda

181
Memorias de un LOBO

velocidad. Íbamos por paseo de la Reforma y al ver a un motociclista de


tránsito nos emparejamos a él, Sergio de un lado yo del otro. Levanté la
visera del casco y le dije al policía:

—¿Qué pasó, pinche casco de bacinica?

Y éste enojado me dijo que me orillara. Sergio del otro lado le dio un
manazo al casco del policía y cuando se distrajo lo rebasamos a toda
velocidad y empezó una persecución. Yo sentí que el corazón se me
salía del pecho por la descarga de adrenalina que me provocó toda esa
emocionante situación. Íbamos a toda velocidad y el policía tras
nosotros con la sirena abierta y al llegar al cruce con Insurgentes yo me
fui derecho sobre Reforma y Sergio se metió a toda velocidad sobre
Insurgentes. El policía no supo que hacer y de plano se quedó ahí
parado. Nos habíamos puesto de acuerdo en habernos separado ahí para
luego encontrarnos en la zona rosa. Él llegó primero a donde nos
habíamos quedado de ver y cuando llegué ambos nos revolcamos de la
risa recordando la cara del perplejidad del patrullero. Esa locura que
habíamos hecho era realmente emocionante pero ahora que ya soy un
hombre maduro reconozco que era algo muy intrépido pero estúpido.
Sin embargo eso no fue nada a lo que hicimos luego. Quedamos de
provocar una persecución más al otro día y así lo hicimos, esta vez sobre
el periférico. Íbamos a la altura de Chapultepec rumbo al sur cuando
vimos esta vez a un par de motociclistas de tránsito y le pregunté a
Sergio que si se atrevía a provocarlos y me contestó que sí. Alcanzamos
a los motociclistas y Sergio se puso atrás de uno de ellos y yo detrás del
otro. Sergio levantó la visera de su casco y les gritó con fuerza:

—¡Fuera de mi camino, pinches tamarindos!

Los policías realmente enojados nos voltearon a ver y en un descuido


los rebasamos a toda velocidad empezando una vertiginosa persecución
mucho más emocionante que la anterior. Rebasábamos como bólidos a
todos los coches y los policías tras de nosotros casi nos pisaban los
talones. A la persecución se unió una patrulla que salió sabrá Dios de
donde, supongo que uno de los motociclistas pidió refuerzos por la
radio. Llegamos a Cuemanco y al introducirnos a la aguja de salida para

182
Memorias de un LOBO

ingresar a la lateral del periférico ya nos habían copado dos patrullas


más, teniendo que frenar intempestivamente. Sergio y yo nos quedamos
viendo y él me dijo respirando muy fuerte:

—¡Podemos huir en sentido contrario!

Teniendo yo el corazón en la garganta de tanta adrenalina vertida, quería


más, indicándole a Sergio con la cabeza que sí. E iniciamos la huida en
sentido contrario. Fue el momento de más emoción en mi vida,
conduciendo y esquivando los autos en sentido contrario, sintiendo
inminente la muerte, sin embargo no me importaba nada. Todo era
vertiginoso, pero juro que yo todo lo veía como en cámara lenta. Estaba
muy concentrado esquivando a toda velocidad a los autos que venían de
frente, cuando en un instante, Sergio casi choca con un auto cayendo al
piso con todo y moto, misma que fue a dar bajo un auto pero
milagrosamente mi amigo salió ileso. Sin embargo se provocó grandes
raspaduras sobre el costado derecho del cuerpo a pesar de su grueso
traje de cuero. El sonido de los autos que frenaban luego de que el auto
que chocó con la moto de Sergio había frenado era impresionante y
algunos conductores no frenaron a tiempo provocando una espectacular
carambola. No tuve más remedio que detener mi huida e ir a auxiliar a
mi amigo. Pronto llegaron muchos motociclistas de tránsito y nos
detuvieron de inmediato. Nos llevaron en una patrulla a los separos de la
policía judicial en calidad de detenidos y yo estaba muerto de miedo
ignorando cual sería nuestra suerte, sin embargo Sergio estaba sereno y
tranquilo diciéndome a cada rato:

—Tranquilo, Lobo, no pasa nada.

En medio de esta situación tan extrema, se me ocurrió decirle una


tontería al agente del ministerio público que atendía el caso:

—Oiga, ¿no va a tener consideración de mí, que soy su colega?


—¿Eres agente de algún ministerio público? —me preguntó extrañado el
aludido—.
—Pues no exactamente —le dije—, pero soy agente de ventas.

183
Memorias de un LOBO

El agente del ministerio público quedó enfurecido a la vez que con


mirada de odio me amenazaba:

—Pinche chamaco, te voy a refundir en la cárcel.

Sergio rió a carcajadas por mi ocurrencia y me volvió a decir:

—Tranquilo, Lobo, no pasa nada, no pasa nada.

Y efectivamente, no pasó nada, una simple llamada telefónica que


Sergio hizo a su padre solucionó todo. Resulta que el papá de Sergio era
íntimo amigo del procurador general de la república, así que nos dejaron
ir pidiéndonos disculpas. Aunque salimos bien librados de esa situación
tan delicada gracias a las influencias de Sergio, me prometí a mí mismo
no volver a cometer ese tipo de locuras. Quien iba a decir que muy
pronto haría peores cosas…

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

Un día me hablo Sergio para invitarme a una de las aventuras más


extraordinarias de mi vida. Me dijo que tenía amigos amantes de la
brujería y el espiritismo y que harían una sesión de espiritismo a la que
él estaba invitado. Siendo yo su mejor amigo no tuvo empacho en
invitarme y viendo todo ese asunto como una nueva aventura, acepté de
inmediato. Esos locos espiritistas habían citado a Sergio el viernes que
venía en un lejano paraje en la carretera del Ajuzco donde muy cerca
había una vieja cabaña abandonada y en la cual se llevaría a cabo la
cesión. Llegó el viernes señalado y Sergio me recogió en mi casa por la
tarde. Como era su costumbre en el trayecto pasamos a un supermercado
por una enorme dotación de cervezas. Llegando al lugar acordado ya
habían llegado los amigos raros de Sergio quienes nos esperaban a
orillas de la carretera. Me acuerdo bien, eran cinco chicas y tres
muchachos, todos vestidos de negro. Sergio me presentó con todos y la
que parecía la líder del grupo me felicitó por venir vestido de negro
diciéndome que yo si sabía de espiritismo.

—La muy estúpida no sabe que tú siempre vistes de ese color —me

184
Memorias de un LOBO

comentó Sergio en secreto—.

Procedimos a ir a pié a esa casa deshabitada que estaba como a 100


metros de la carretera cuesta arriba a través de una estrecha vereda.
Sergio me dio a guardar las lleves de su auto y por su gusto cargo a
cuestas la enorme hielera que contenía sus cervezas que previamente ya
había comprado. Llegamos a la cabaña y en verdad ésta era tenebrosa,
carecía de luz eléctrica y al ser alumbrada por velas parecía aún más
tétrica. Yo la verdad me consideraba curado de espanto pues ya no me
asustaba nada. Sergio y yo estábamos bebiendo cerveza tras cerveza. La
líder del grupo nos indicó que empezaría la cesión de la noche con una
consulta la tabla guija. Yo en ese tiempo nunca había oído hablar de eso
y me pareció un juego. En una tabla había impresas letras, número y
signos zodiacales. En los extremos de dicha tabla estaba impresas las
palabras “si” y “no”. La chica que dirigía la cesión nos indicó sentarnos
alrededor de la mesa y así lo hicimos, luego otra chica y ella pusieron
las yemas de sus dedos en una especie de guía en forma triangular que
estaba colocada sobre la citada tabla. Concentradas empezaron a hacer
algunas preguntas y de repente se empezó a mover la guía de una letra a
otra dando respuestas. Yo supuse que la guía la estaban moviendo ellas
mismas, comentario que le dije directamente a la líder. Poniendo seño
de enojo la chica me retó enfadada:

—¿Ah sí? Pues acércate junto a mí y pon las yemas de los dedos sobre
la guía.
—¿Y ahora qué? —le dije una vez que tenía mis dedos sobre el
juguete—.
—Has una pregunta, la que sea —me ordenó—.

Meditando un poco y sabiendo de antemano la respuesta por lo que


había pasado con Jennifer, pregunté con seguridad:

—¿Me voy a volver a enamorar?

De repente sentí bajo mis dedos cómo empezaba a moverse


aparentemente sola la guía de un lado a otro.

185
Memorias de un LOBO

—¡Ya están aquí! —dijo emocionada la líder—. Vuelve a preguntar


pero con más decisión.
—¿Qué si me voy a volver a enamorar? —volví a preguntar más
fuerte—.

La flecha se dirigió inmediatamente a la palabra “si”.

—¡Eso no es posible! —le dije disgustado, sabiendo perfectamente que


en ese momento no había espíritu alguno, afirmando luego—: ¡Nosotros
mismos movemos la guía!

Y terminando de decir eso se escuchó un fuerte trueno. Había iniciado


una copiosa tormenta y a través de las rendijas de las puertas y ventanas
se escuchaba un espeluznante correr del viento. Todos estaban muy
asustados, excepto Sergio y yo, quienes estábamos disfrutando del
momento bebiendo cervezas. Luego pasó algo extraordinario. Se
empezó a sentir en el ambiente algo muy extraño. Era una sensación
muy rara, sintiendo como que se paraban los cabellos y yo, siendo de
brazos muy velludos, sentí un extraño hormigueo en la piel. Seguían los
relámpagos y de la nada y de repente, se vio claramente flotando dentro
de la habitación una bola incandescente de un material fantasmal
haciendo un peculiar zumbido y el ambiente empezó a oler a ozono.
Conocía perfectamente ese olor, mismo que se producía cuando jugaba
con el bulbo de alto voltaje de la televisión de papá. Estaban todos
aterrados y paralizados por el pánico. Sin embargo yo sabía
perfectamente de qué se trataba y eso que ocurría no tenía nada que ver
con el más allá. Era simplemente un extraño fenómeno conocido como
centella o rayo de bola, que se desarrolla a partir de grades cargas de
electricidad estática. Sabía perfectamente eso porque mi padre en alguna
ocasión me había contado de ese extraño fenómeno y además porque yo
mismo hubiera sabido si eso era cuestión fantasmal.

—No se preocupen —les dije para que se tranquilizaran—, es solo una


carga de electricidad estática que pronto se difuminará.
—¡No, no! —decía incrédula la líder de esos tontos—. ¡Aquí hay
fuerzas malignas!

186
Memorias de un LOBO

Me dio mucha risa y para demostrar que no pasaba nada me acerque a la


centella y al estar cerca de ella, sentí literalmente que se me paraban
todos los cabellos. Creo que me acerqué demasiado porque dicha
centella se descargó en mi cuerpo, sintiendo yo exactamente igual que
cuando el televisor de papá me dio la descarga eléctrica siendo yo niño.
Esta vez no perdí el sentido, sin embargo sentía mi cuerpo paralizado y
con la sensación de estar clavado al piso. Es ahí, en los pies, donde
estaba fluyendo la descarga hacia la tierra. Nuevamente empezaron a
aparecer en mi cerebro miles de imágenes incoherentes, hasta que por
fin puede descifrar algunas poniéndolas claras en mi mente. Vi esta vez
al avión que chocó en contra de una de las torres de Nueva York, pero
esta vez desde adentro del edificio. Instantes antes del choque, dentro de
mi visión, tuve la oportunidad de voltear para ver alrededor de la oficina
donde pude ver claramente un calendario de esos que tiene hojas
individuales con la fecha, viendo que era el 12 de septiembre del
2001…

Cómo se habrá percatado el lector, la fecha en ese calendario es de un


día después del los atentados. Esa discrepancia seguramente ocurrió,
porque alguien que trabajaba en ese piso debe haber cometido el error
de arrancar dos hojas del calendario en vez de una, dejando la fecha
incorrecta. A estas alturas, él pensaba que sería solo un grave
accidente aéreo, sin embargo, en una visión futura pudo ver con detalle
todo lo que pasaría, deduciendo él mismo que serían unos atentados
terroristas. A continuación también narra una visión espelúznate que
tuvo del verdadero Armagedón que está por venir. Luego continúa sin
perderse lo que sigue:

Tenía ya la fecha exacta de ese accidente y contaba con mucho tiempo


para pensar cómo advertir a los ocupantes de ese edificio. Luego volví a
ordenar mi mente y vi claramente cómo una enorme bola de fuego caía
sobre el mar provocando primero una explosión semejante a una bomba
atómica y luego produciendo una gigantesca ola alrededor de la zona de
impacto. Ligado a ese acontecimiento, me concentré tanto que pude
hacer con la mente un especie de viaje en el tiempo de un día después de
ese impacto donde pude ver en un televisor de pantalla semejante a un
simple vidrio, que algún locutor de noticiero de extraña vestimenta

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Memorias de un LOBO

decía que un asteroide llamado Apofis, de 270 metros de diámetro,


había impactado el día anterior sobre el océano Pacífico, provocando un
inmenso maremoto cuyas olas habían devastado las costas de todo el
borde oeste de América, prácticamente borrando del mapa a todas las
islas de Hawái y afectando también a todas las costas de Asia oriental.
Dijo que los muertos se podían contar por millones. En ese televisor
pude ver claramente la fecha de un día después del impacto: 3 de enero
del año 2057. Comentaban que ese asteroide había tenido un encuentro
cercano con la tierra en el 2036 que había modificado su trayectoria
poniéndolo en intersección directa hacia la órbita de Tierra y por más
que intentaron modificar su trayectoria con un tractor gravitacional y
luego con un rayo laser no lo habían conseguido. Vi otros muchos
acontecimientos más, pero no pude descifrar la fecha en que ocurrirían.
Unos años después me encontré con una poderosa mujer que me
enseñaría a navegar en mis visiones y cuando al fin pude hacerlo,
averigüé las fechas aproximadas de muchos otros acontecimientos de
trascendencia mundial que ocurrirían en el lejano futuro. De repente, en
un instante, me encontré en un sitio extraño donde no sentía
absolutamente nada y el concepto de espacio y tiempo carecían de
sentido. Era un sitio rodeado de una especie de neblina espesa, donde
apenas se vislumbraban sombras a lo lejos que iban y venían. En ese
instante intuí que mi mente se encontraba en un plano intermedio entre
el más allá y el mundo que conocemos. Justo ahí se encuentran
atrapadas las almas perdidas en pena. Pude ver con claridad algunas y
sentir el dolor que tenían. Mi corazón se llenó de gozo cuando vi venir
entre la neblina a mi querido Lobo correr hacia mí. Pude acariciarlo de
nuevo entrando con él en una extraña comunicación sin palabras. Me
dijo que él estaba bien y que me había conferido poderes. Yo estaba
extasiado conversando mentalmente con Lobo, sintiendo que ya habían
pasado horas. Sin embargo, luego Sergio me comentó que estuve en
trance solo unos pocos segundos. De repente, escuché como a lo lejos,
que Sergio me gritaba:

—¡Lobo, Lobo, despierta…!

Volví en mí y me vi ahí parado en medio de la vieja casa y a mí


alrededor y con cara pánico a todos los integrantes de ese extraño grupo.

188
Memorias de un LOBO

—No me pasó nada —les dije a todos para que se tranquilizaran—.


—Vamos a echarnos otra “chela” para el susto ¿no? —dijo Sergio muy
despreocupado—.

Los demás asistentes estaban de verdad aterrados pues como dijo alguno
de ellos en ese momento, luego de años de hacer esas sesiones, nunca
les había ocurrido algo semejante.

—Aquí hay fuerzas extrañas que no comprendo —dijo líder del


grupo— y esto la verdad está fuera de mi control.

Yo por más que les explique que eso que ocurría era algo natural,
estaban convencidos de que ahí había fuerzas demoníacas. A pesar de
que caía una fuerte tormenta todos esos cobardes se retiraron
dejándonos a Sergio y a mí solos. Seguimos tomando cervezas y nos
moríamos de risa al recordar las caras de pánico de esos estúpidos. De
repente Sergio me dijo:

—Ya sé, vamos a invocar al diablo, quien quite se nos aparezca de


veras.
A mí me pareció absurda su idea, pero le seguí el juego para ver lo que
pasaba. Sergio juntó unas velas, las puso en la mesa y me indicó me
sentara frente a ellas. Él de pié y levantado lo brazos empezó a decir:

—¡Satanás, Satanás, hazte presente!


—No inventes —le dije—, si se te llega a presentar te vas a orinas del
susto.
Y el me contestó en medio de su borrachera y cerrando los ojos:
—Espérate, espérate ya siento que viene. —Y continuó diciendo—:
¡Satanás, Satan...!

No terminó de hablar, cuando de repente cayó por coincidencia otro


estruendoso rayo muy cerca de la casa. Sergio brincó del susto, le dio
pánico y salió corriendo de la casa. Yo fui tras él y vi cómo corría
bajando la cuesta como desesperado cayendo una y otra vez quedando
cada vez más enlodado. Le gritaba que eso había sido solo un rayo pero

189
Memorias de un LOBO

no me escuchaba por la lluvia y sus propios alaridos. Yo iba tras él


muerto de la risa. En eso, volvió a caer otro relámpago muy cerca y el
pobre Sergio se agarró la cabeza a la vez que gritó desesperado:

—¡No mames, Satanás, no mames…! —sin dejar de correr en forma


atropellada—.

Al ver esa escena casi me orino de la risa. Llego a su coche y como


desesperado buscó sus llaves pero no las encontró porque yo las traía. A
lo lejos le grité y al voltear a verme le enseñé las llaves girándolas en
un dedo. Acercándome a él noté que se le había bajado por completo la
borrachera y se encontraba más pálido que el papel. Yo no podía parar
de reír y como pude le expliqué que solo era una tormenta eléctrica. Él
sonrió nerviosamente y me suplicó no le contara a nadie lo ocurrido.
Para todos los que asistieron a esa casa fue un día en verdad aterrador.
En cambio a mí me resultó uno de los días más hermosos de mi vida
pues había estado en contacto con mi Lobo y porque había empezado a
aprender a manejar mis poderes. Además, una cosa extraordinaria más
me había ocurrido: a partir de la descarga ecléctica recibida por esa
centella, ahora a voluntad, cuando tocaba a una persona podía ver su
pasado y su futuro. Ya nadie podía mentirme respecto a su propia vida y
cuando lo hacían, de inmediato yo lo sabía. Con la poca gente que quise
saber respecto a su vida, invariablemente me arrepentí de ello, pues veía
cómo sería su muerte y eso me hacía sufrir demasiado. Y a mi mente de
nuevo empezaron a aparecer complejas paradojas que por más que lo
intentaba nunca pude resolver, preguntándome a mi mismo:

—¿Por qué no puedo evitar que sucedan las cosa que veo que ocurrirán
el futuro?

Quizá el destino —pensaba—, es como un ferrocarril sobre vías que no


puede desviar su curso. Pues no tardé mucho tiempo en que yo mismo
intentaría desafiar de nuevo al destino, en un acontecimiento que por
poco me cuesta la vida. A pesar de esa experiencia tan hermosa de haber
visto a mi Lobo y empezar a aprender a utilizar mis poderes, seguí
siendo un irresponsable, porque aún me sentía muy herido por el

190
Memorias de un LOBO

abandono de Jennifer y no le daba ni importancia ni valor a mi propia


vida.

Y así entre el trabajo, parrandas, borracheras, fiestas y aventuras pasó un


año entero. Una noche estando recostado tratando de dormir, de nuevo
empezaron esas malditas visiones, esta vez de mí mismo. Me vi
manejando un auto deportivo como de carreras, con muchos
instrumentos en el tablero. Corría en una pista con curvas muy
pronunciadas. Vi el acelerador y marcaba en las rectas apenas 120 Km
por hora. En esa visión de repente escuche un estruendoso ruido y vi sin
más una brillante luz blanca. No comprendía nada de lo que veía y esta
vez supuse que se trataba de un sueño. No pasaron muchos días cuando
me habló Sergio por teléfono quién entusiasmado me invitó a formar
parte del equipo de pilotos de pruebas de la planta Ford de Cuautitlán.
Quedé frío al escucharlo pues era demasiada coincidencia. Casi sin
pensarlo acepté, esta vez quería hacerle un reto directo al destino. Al ser
Sergio hijo del gerente general de la Philco y al ser ésta compañía la que
dotaba de equipos de sonido a todos los autos de la Ford, le tenían
muchas consideraciones. Así que aceptaron de inmediato la
recomendación que él hizo para mí. Tomé mis vacaciones en la Philco,
que ya me correspondían y en mi casa les dije que me iría 2 semanas a
Acapulco, porque si decía lo que haría, mi madre se preocuparía
demasiado pues ella era muy aprensiva. Renté una casita en Cuautitlán
Izcalli para estar cerca de la fábrica de la Ford. Acudí luego a la cita
que me habían hecho. Al llegar a la recepción ahí estaba Sergio quien de
inmediato me llevó a presentarme al jefe de pilotos. Entramos por un
largo pasillo que nos condujo a la pista de pruebas. Al ver la pista la
reconocí de inmediato, era exactamente la misma que había visto en mi
visión. Sergio me presentó al jefe de pilotos, quien era un tipo alto,
fornido y con cara de pocos amigos. Al extenderle la mano para
presentarme me apretó tanto que me tronaron los dedos y dirigiéndose a
Sergio le dijo:

—¿No está muy joven tu recomendado?


—Es joven, si —le contestó—, pero es el piloto más diestro que he
conocido.

191
Memorias de un LOBO

Me le quede viendo a Sergio como diciéndole —no inventes—.

—Vamos a ver si es verdad lo que dices de tu recomendado —dijo el


jefe de pilotos a la vez que me miraba—.

Me llevó a los vestidores donde estaban los otros pilotos que eran 12.
Me quede pensando un rato y luego con sobresaltó pensé:

—Dios mío, si me aceptan yo seré el 13º.

Me indicaron ponerme el uniforme y me dieron un casco, luego


pasamos a la pista y sin más el jefe me indicó que abordara un enorme
auto para que realizara una prueba de habilidad en la conducción con
obstáculos. En una de las rectas de la pista habían colocado pinos de
plástico anaranjados separados entre sí por 3 metros. La prueba consistía
en conducir entre ellos en zig-zag sin derribarlos y en el menor tiempo
posible. Me dijo que el tiempo record era de 2 minutos y medio. Y ahí
voy. El auto que conducía era enorme y tiré muchos pinos al empezar la
prueba pero más adelante procuré conducir con más cuidado e ir más
rápido, siendo el rechinar de llantas impresionante. Al llegar al punto de
partida estaban parados todos los demás pilotos quienes sin disimulo se
burlaban de mí. El jefe de pilotos, moviendo la cabeza, sólo hizo
anotaciones en una libreta. Voltee a ver a Sergio, quien decepcionado,
también movió la cabeza. Yo me sentía ridículo y apenado. La siguiente
prueba consistía en control del auto al frenado a alta velocidad. En la
parte final de la otra recta de la pista había una marca amarilla de 10
metros de largo sobre la que debería quedar el auto al ser frenado a 120
Km por hora. Inicié la prueba pero se me pasó la velocidad alcanzando
140 Km por hora, cuando frené perdí el control y el auto dio 3
“trompos”, sin embargo la mitad del coche quedó dentro de la franja.
Sentí en ese momento que el corazón se me salía del pecho. Llegaron
corriendo los demás pilotos y al verme tan pálido se rieron y empezaron
a aplaudir, pero de burla. El Jefe me dijo enfadado:

—Vuelve al inicio de la pista y ésta vez quiero que frenes a 120 Km por
hora ¿oíste?, 120 Km.

192
Memorias de un LOBO

Yo solo asentí con la cabeza y ahí voy de nuevo. Inicié la prueba y esta
vez me aseguré de correr a la velocidad que el jefe me había indicado.
Al frenar el auto se empezó a “colear”, sin embargo lo controlé como
pude y el auto, aunque medio chueco, quedó dentro de la franja
amarilla. Regresé al inicio de la pista y de nuevo el jefe anotó algo en su
libreta. La siguiente prueba era la que yo esperaba, conducción a altas
velocidades. En el mismo auto tenía que darle 2 vueltas a la pista a la
máxima velocidad posible poniendo a su límite la maquina del auto pero
sin que ésta reventara. El record para esa prueba era de 3 minutos y 20
segundo utilizando un auto como el que yo conduciría. Me pasó por la
mente mi visión, pero el tablero del auto que en ese momento conduciría
era muy diferente al que había visto en mi supuesto sueño. Así que
inicié la prueba sin temor. Procuré esta vez pasar la prueba
satisfactoriamente pues en las anteriores no me había visto nada bien.
Corrí el auto hasta su límite, alcanzando en las rectas más de 220 Km
por hora con una revolucionada máquina a 7000 revoluciones por
minuto. Al concluir la prueba y regresar al punto de partida los pilotos
me estaban aplaudiendo. Supuse que se burlaban de nuevo, pero ésta
vez su felicitación era sincera. Había roto el record haciendo la prueba
en solo 3 minutos 17 segundos. El jefe me indicó a que fuera a
ducharme para luego pasar a la sala de juntas. Así lo hice y al llegar a la
citada sala estaban los pilotos muy serios ahí parados con las manos
atrás. Se me acercó el jefe de pilotos y dándome la mano me dijo muy
ceremonioso:

—Bienvenido al equipo.

De repente todos los pilotos gritaron y sacaron cada uno botellas de


Coca Cola empezando a bañarme con refresco. Eso que ocurría era todo
un ritual de iniciación, donde el grupo de pilotos me aceptaba,
bautizándome con el mote de “Lobo el kamikase”. Por méritos propios
me habían aceptado en el equipo recibiéndome todos con gusto. Así
inicié mi nuevo y peligroso trabajo con un estupendo sueldo. Probé
varios coches durante esa semana sin dificultad. Le estaba muy
agradecido a Sergio y el fin de semana que vino lo invité a festejar a la
manera que a él le encantaba, con muchos litros de cerveza y compañía
femenina. El siguiente lunes estaba desvelado, con enorme resaca y

193
Memorias de un LOBO

cansado. El jefe de pilotos me indicó que ese día probaría la suspensión


de un auto nuevo, el famoso Mustang Cobra. Era un auto pequeño con
una máquina de 8 cilindros, inmensa y poderosa, la famosa 351. Era una
belleza de auto color rojo con 2 franjas blancas atravesándolo por el
medio. Yo estaba tranquilo, pero cuando lo abordé reconocí de
inmediato el tablero, era exactamente el mismo que había visto en mi
visión. Me bajé de inmediato y dirigiéndome al jefe le dije:

—¿No habrá modo de que otro corra éste coche?


—Lo siento, Lobo —me replicó muy serio—, pero tú eres el único que
tiene el peso requerido para esta prueba.

Así que no tenía alternativa, tenía que correa yo mismo el auto.


Resignado pero con mucho temor volví a abordar el coche e inicié la
prueba. Dentro del casco teníamos un equipo de radio comunicación
mediante el cual recibíamos indicaciones directamente del jefe de
pilotos. Éste me indicó:

—Toma la recta a 140 Km por hora y al entrar a la curva acelera hasta


los 180.

Yo la verdad tenía mucho miedo no corriendo al auto por arriba de los


120 Km por hora.

—¿Qué pasó, Lobo, hasta que hora te voy a esperar? —me gritó
enfadado el jefe de pilotos por el radio—.

No tenía más remedio que acelerar la poderosa máquina para alcanzar la


velocidad requerida. Mentalmente yo mismo me decía:
—Tranquilo, si manejas con cuidado no pasará nada.
Aceleré a los 140 Km en la recta y al entrar a la primera curva subí la
velocidad a los 180. Libré la primera curva sin dificultad, sin embargo
sentía que el corazón se me salía del pecho. La siguiente curva la tomé
con más tranquilidad, pero de repente oí un estruendoso ruido bajo la
carrocería: se había partido en dos la suspensión quedando el auto sin
dirección. El auto sin control se fue a estrellar de frente directo al muro
de contención y en esas fracciones de segundo vi correr toda mi vida en

194
Memorias de un LOBO

un instante incluidas mis visiones. Oí el impacto pero entrecortado, es


difícil explicar eso, pero fue como escuchar un estruendoso ruido y de
repente éste quedara mudo. Lo único que recuerdo es haber visto un
brillo blanco enceguecedor, que poco a poco fue bajando de intensidad
hasta que vi claramente aquel medallón que alguna vez me había
mostrado mi padre cuando era niño y luego nada, quedando mi mente en
blanco . Duré en coma 5 días. A pesar de haber traído puesto el casco y
el cinturón de seguridad, el impacto había sido tan tremendo que salí
disparado por el parabrisas volado más de 20 metros. Al regresar del
coma me vi acostado en la cama de un hospital con una molesta sonada
metida por la nariz, pasando por la garganta y llegando al estómago. Lo
primero que hice fue arrancarme esa molesta manguera. De inmediato
llegó una enfermera y me dijo:

—Tranquilo, tranquilo, estas en buenas manos.


—¿Quién eres, donde estoy, que me pasó? —pregunté desconcertado—.

Me explicó todo y recordando le pregunté:

—¿Quién me trajo?

La enfermera me dijo que me una ambulancia de la Ford me había


llevado de urgencia y que un joven rubio me visitaba con frecuencia
para ver como seguía. Sin duda el muchacho que me describía la
enfermera era Sergio. Aturdido le pregunté a la enfermera cuánto había
dormido, quedando pasmado cuando me dijo que habían sido 5 días. Le
pedí de inmediato un teléfono y le hable a Sergio. Cuando me contestó y
me escucho, gritó del gusto diciéndome que iría a verme en seguida.
—¡Pensé que te morías, pinche Lobo! —me dijo llorando cuando llegó a
verme—.

Enseguida le pregunté si la había avisado a mi familia. Afortunadamente


no les había avisado esperando a que recuperara el sentido.

—Gracias, Sergio, por no avisarles —le dije agradecido tomándole una


mano—, pues si se hubieran enterado se hubieran enfermado de la
angustia.

195
Memorias de un LOBO

Le pregunté luego que quién iba a pagar el hospital y Sergio


tranquilizándome me dijo que todo corría por parte de la empresa. Duré
solo un día más en el hospital y saliendo me dirigí de inmediato a mi
casa. Veía todo distinto. Había visto tan de cerca a la muere, que todo lo
miraba maravilloso. Cuando llegué a mi casa y vi a mis familiares, me
dieron ganas de llorar. Los saludé como si nada, pero con un nudo en la
garganta, preguntándome todos como me había ido en mis vacaciones.
Les dije que me había ido bien, pero como ya no podía aguantar el
llanto me despedí de ellos para irme a refugiar a mi recámara. Al estar
en mi cama reventé en un llanto a mares. Aprecié como nunca la vida e
hice un examen de conciencia arrepintiéndome de todas las tonterías que
había hecho. Sentía que a mis casi 21 años ya había vivido más que
otros en toda una vida y me propuse entonces a cambiar completamente
y volverme bueno. Me hablaron de la Ford para seguir con mi empleo,
pero esa experiencia había sido tan traumática que ya no quise saber
nada de ser piloto de pruebas. La compañía me indemnizó con un
cheque de $50,000.00, que para esa época era un dineral. Y el colmo,
con ese dinero compré un auto deportivo, idéntico al que tenía Jenny.
Fui a la Philco a renunciar y tomé los libros de nuevo para intentar pasar
las materias que debía en la prepa. Faltaba solo dos meses para presentar
los exámenes extraordinarios y me preparé como loco. En ese lapso no
asistía a fiestas pues me la pasaba estudiando. Un día me habló Sergio
para invitarme a su fiesta de cumpleaños. No podía faltar por ser mi
mejor amigo y acepté con gusto. En esos días había venido de visita
desde Morelia una prima muy querida llamada Argelia y no tuve
inconveniente en invitarla para que me acompañara. Ella era una
hermosa morena muy agradable y simpática dos años menor que yo.
Cuando llegamos a casa de Sergio estaba en pleno el festejo. Pasamos y
al verme Sergio corrió hacia mí y me dio un abrazo.
—Gracias por haber venido, Lobo —me dijo emocionado—.

Luego de inmediato le presenté a mi prima y al verla solo le dijo muy


serio:
—Mucho gusto —dándole la mano—.

196
Memorias de un LOBO

Estaba sumamente nervioso, sudando copiosamente y con la cara


enrojecida.

—Espérame un momento —me dijo—, voy a atender a otros invitados


—retirándose enseguida—.

Mi prima se me quedó mirando extrañada, comentándome en secreto:


—Oye, que raro es tu amigo.

—No te preocupes —le dije—, está medio tocado, pero es buena gente.

Pasó un rato y no veía a Sergio. Yo me sentía muy incómodo porque no


conocía a nadie de la gente que ahí estaba reunida. Decidí ir a buscarlo a
su habitación, diciéndole a Argelia que me esperara un momento. Subí
las escaleras y al abrir la puerta de su recámara tremenda fue mi
sorpresa cuando lo vi inhalando cocaína. Ello explicaba su conducta a
veces eufórica y otras veces deprimida.

—¿Estás estúpido o qué? —le pregunté muy disgustado—.

Acabando de decir eso tiré con la mano un montoncito de coca que tenía
puesto sobre una mesa. Como desesperado se agachó a recogerla.

—¿Sabes lo que cuesta todo esto? —me dijo desesperado—.

Yo solo moví la cabeza y salí enfadado. Me disponía retirarme de ese


sitio y sin darle explicaciones a mi prima la tomé de la mano intentando
salir de la casa enseguida. Pero Sergio me detuvo del brazo diciendo:

—Espérate, Lobo, no te vayas —a la vez que me jaloneaba—.


—¡Tranquilo muchacho, no jales al Lobo! —le dijo Argelia enfadada al
ver a Sergio como loco—.
—¡Tú no te metas, pinche naca¡ —le replicó Sergio enfurecido—, este
problema es entre Lobo y yo.

Era la gota que faltaba para derramar el vaso. Me indigné tanto y me dio
tanta pena con Argelia, que eso que le dijo a mi prima jamás se lo

197
Memorias de un LOBO

perdoné a Sergio. Sin decir palabra nos retiramos de ahí y nunca volví a
ver al que yo consideraba mi mejor amigo. Con la ruptura definitiva con
Sergio acabó la época más vertiginosa y desatrampada de mi vida. A
partir de ese momento decidí ser una persona nueva, jamás lastimar a
nadie y dedicarme de lleno al estudio. Sin embargo en la mente tenía
pendiente un asunto muy serio, el referente a mis visiones. Ellas me
habían hecho sufrir demasiado y deseaba con todas mis fuerzas que
cesaran. Acordándome de mi profesor Bustamante, que era psiquiatra,
acudí en su busca para pedirle ayuda. Fui a buscarlo a mi antigua
secundaria, pero al llegar ahí me dijeron que tenía 2 años de no laborar
en la escuela, informándome que trabajaba como jefe de psiquiatría del
hospital San Rafael. Indagué la dirección de dicho hospital y fui a
buscarlo ahí. Al llegar me di cuenta que era un hospital psiquiátrico. Al
llegar a la recepción enseguida pregunté por el profesor diciéndole a la
secretaria:

—Disculpe, ¿dónde puedo encontrar al Dr. Rafael Bustamante?

La secretaria me preguntó el asunto al que iba y yo le contesté que era


una cuestión personal. Me preguntó mi nombre y enseguida cogió el
teléfono hablando como en secreto con alguien. Luego colgó y me dijo
que esperara un momento. No esperé más de 2 minutos, cuando vi venir
por el pasillo a mi querido profesor. Me dio una inmensa emoción al
verlo. Se acercó a mí, nos quedamos viendo sonriendo y sin decir
palabras nos dimos un emotivo abrazo y a ambos se nos escurrieron las
lágrimas. Me reprochó enseguida el no haberlo visitado y luego me
invitó a pasar a su despacho. Estando ahí platicamos de la época en la
secundaria y reímos mucho. Luego yo me puse serio y le conté cual era
el verdadero motivo de mi visita. Le explique con detalle todas esas
cosas que me habían ocurrido y vi en su rostro un gesto de comprensión
como no me lo esperaba. Parecía como si eso que me ocurría fuera para
él algo ya conocido.

—Tú tienes una mente muy poderosa —me dijo muy serio—, que no se
ha dejado vencer por el don que te ha tocado.

198
Memorias de un LOBO

Me dijo que muchas veces esas son únicamente alucinaciones debidas a


lesiones en el lóbulo temporal derecho y que son una rara forma de
epilepsia. Sin embargo hay casos como el mío, en que las fugas
mentales en el tiempo son reales. Me explicó que la mayoría de la gente
que presenta esas fugas mentales por el espacio y el tiempo
generalmente termina con esquizofrenia y que solo las mentes muy
fuertes asimilan esas visiones haciéndose con el tiempo inmunes a la
locura. También me mencionó que hay dos grupos de esquizofrénicos:
unos son los típicos que presentan solo alucinaciones y el otro, que son
la minoría, los que pierden la cordura por ser de mente débil y presentar
verdaderas fugas mentales conocidas como visiones clarividentes y que
no pueden comprender ni están conscientes de ellas creyéndolas
alucinaciones. Me explicó que seguramente algunas mentes semejantes
a la mía son receptoras de algún tipo de ondas electromagnéticas
desconocidas, que por el hecho de que la ciencia no las haya
identificado, no significa que no existieran.

—¿Que hubieran pensado los científicos del siglo XIX —me explico—,
si alguien les hubiera dicho que sonidos e imágenes de radio y televisión
se podrían difundir por el aire en un cercano futuro? Seguramente nunca
lo hubieran creído. Lo que a ti te pasa —me siguió diciendo—, le ha
pasado también a muchos de los iniciadores de las grandes religiones,
que al tener esas visiones y no sabiéndolas interpretar, les dieron
interpretaciones religiosas. Afortunadamente tu inteligencia ha logrado
que estés consiente de tus dones y no te hayas vuelto religioso ni
perdido la razón.

Me dijo luego que ahora se explicaba mi terca costumbre de hacer tantas


bromas. Ello se debía a que con eso yo trataba de mitigar en algo la
amargura que me acarreaba tener ese don que me atormentaba.
Posteriormente me invitó a visitar la sala de esquizofrénicos y es ahí
donde conocí a los verdaderos “renglones torcidos de Dios”. Primero
visitamos a un enfermo que se encontraba en su cuarto dando vueltas,
viendo todo el tiempo el piso y diciendo sin parar:

—Fue mi culpa, fue mi culpa...

199
Memorias de un LOBO

Me impresionó mucho ver a ese paciente y le pregunté a Bustamante


por qué me mostraba a ese enfermo. Bustamante me dijo que ese
paciente también padecía de visiones clarividentes y una ocasión vio un
desastre en donde moría su hijo y días después ocurrió la desgracia sin
que él pudiera hacer nada para evitarlo. De inmediato me asaltó una
angustia y le pregunté alarmado a mi profesor:

—¿Acaso cree que yo terminaré así?

Tranquilizándome Bustamante me explicó que eso era imposible, pues


yo ya había asimilado la conciencia de mi propio don y cada vez que me
ocurría una nueva visión mi mente se fortalecía más. Visitamos a otros
enfermos y me contó sus historias. Luego le hice una pregunta crucial a
Bustamante.

—¿Existe un modo de que desaparezcan esas visiones?

Yo casi estaba seguro de que me diría que no, sin embargo me


mencionó que experimentalmente estaba haciendo terapia de electro
choques a algunos pacientes esquizofrénicos que constantemente tenían
visiones espantosas que les provocaban ataques de ansiedad y que en la
mayoría de los casos esas visiones habían desaparecido por completo.
Me invitó entonces a ver en qué consistía esa terapia. Eso de los electro
choques me los imaginaba como los “toques” en las ferias, esos en que
nos dan a agarrar 2 tubitos metálicos conectados a un aparato y luego se
sienten cosquillas eléctricas en las manos. Qué equivocado estaba. La
sala de electro choques es un lugar que parece un cuarto de tormentos.
En medio hay una mesa grande donde acuestan a los pacientes y la
misma tiene tirantes de cuero con hebillas para sujetar brazos y piernas.
Luego en la cabecera hay un aparato extraño del que salen unos cables
conectados a una especie de corona. Todo ese artilugio parecía una mesa
de tormentos. Bustamante me vio y me dijo:

—¿Impresionado?

Con la cabeza le indique que sí y continuó diciendo:

200
Memorias de un LOBO

—Pues aún no has visto nada.

De ahí mismo habló por teléfono diciendo:

—Señorita, dé la orden para que me envíen a la sala B al paciente del


cuarto 403.

Colgó y se me quedó mirando cruzando los brazos. Al poco rato


llegaron 2 enfermeros sujetando a un pobre tipo quién jaloneándose
gritaba:

—¡No, no, no....!

Lo acostaron sobre la mesa, lo amarraron y Bustamante le aplicó una


inyección intravenosa al brazo. Supongo que lo que le inyectó era un
tranquilizante pues enseguida el pobre sujeto ahí amarrado se relajó
bastante. Le auscultó el corazón con un estetoscopio. Posteriormente
procedió a colocarle en la cabeza la especie de corona conectada al
aparato. Luego le abrió la boca y le metió una especie de mordedera de
cuero. Bustamante me ordenó hacerme para atrás y de repente apretó un
botón que activaba la corriente eléctrica hacia la corona puesta en la
cabeza del paciente. Hecho eso, el pobre tipo arqueó todo su cuerpo
gimiendo de manera espantosa y apretando los puños y la mandíbula
con fuerza. La descarga duró como 5 segundos. Bustamante le volvió a
escuchar su corazón y luego de eso le envió otra descarga pero ésta vez
de 10 segundos. El tipo perdió el sentido y Bustamante de nueva cuenta
le escuchó el corazón diciendo
:
—Con eso fue suficiente por hoy.

Yo estaba impactado y le dije a mi maestro:

—¿Eso es lo que me haría a mí para que desaparezcan mis visiones?


—Ni más ni menos —me contestó contundentemente—.
—¿No hay otra cosa que me pueda ayudar? —le pregunté angustiado,
pues ese procedimiento de electrochoques me parecía espantoso—.

201
Memorias de un LOBO

—Pues también he experimentado con hipnosis regresiva —me dijo—.


Si quieres lo intentamos.
—Adelante —le dije—, con tal de evitar el tormento de los “toques”,
cualquier cosa es buena.

Pues pasamos a su despacho y me acosté sobre un diván. Empezó su


procedimiento, semejante al que hacía con mis compañeros en la
secundaria, pero por más que yo ponía de mi parte para quedar
hipnotizado, nunca entré en trance.

—¡Con un demonio! —pensé—, ¿por qué no me puedo dormir?


—¿Que pasa, doctor? —le pregunté a mi profesor con impaciencia—.
—No a todas las personas se les puede hipnotizar —me explicó—.
Probablemente tu propio inconsciente está creando una barrera que
impide que alguien escudriñe tu mente, así que la hipnosis es inútil en tu
caso. Si quieres dejar de tener visiones sin someterte a electrochoques —
continuó—, tú única alternativa es mantener tu mente ocupada en cosas
positivas todo el tiempo.

No tenía otra opción, pues me aterraba pensar en someterme a los


electrochoques, así que decidí mejor por mantener siempre mi mente
ocupada. Sin embargo, un pendiente aún quedaba.

—Hay otra cosa que me angustia demasiado —le dije a Bastamente—.


—¿Qué es? —me preguntó extrañado—.
—Resulta —le respondí—, que al tocar a alguna persona y
concentrarme un poco, puedo ver toda su vida pasada y luego
esforzándome aún más, puedo ver su futuro hasta su muerte y eso me
aterra.
—Toma mi mano —me dijo muy seguro—, dime que ves de mi futuro.
—¿En verdad, quiere saber su futuro? —le pregunté intrigado— ¿No le
da miedo saber su destino?
—Anda —insistió—, a estas alturas ya no le temo a nada.

Pues tomándole la mano me concentré un poco y vi claramente cómo


moriría mi maestro. Lo vi acostado en una cama de hospital conectado a
mil tubos, pero lo que más me aterró fue ver que ese suceso ocurriría

202
Memorias de un LOBO

muy pronto, porque a Bustamante lo vi físicamente igual que en el


presente. Le solté la mano y lo miré, supongo, con mirada de angustia,
porque de inmediato me dijo para que me calmara:
—No te preocupes, Fernando, sé que moriré muy pronto porque tengo
cáncer y me han dado solo 3 meses de vida. Solo quería comprobar si
era cierto lo que me decías y tu mirada me lo ha confirmado. Escúchame
bien —me siguió diciendo—, nunca, pero nunca se te ocurra volver a
ver el destino de alguna persona, pues te garantizo que si lo sigues
haciendo vas a sufrir lo que no tienes idea y alguna vez, si podrías llegar
a perder la cordura.

Nuevamente mi don me provocó mucho dolor, pues sabía perfectamente


que pronto perdería a mi mentor. Lo abracé muy fuerte, sabiendo que
esa era nuestra última despedida y luego ambos con lágrimas en los ojos
al fin nos despedimos. El dolor me embargaba y decidí seguir al pie de
la letra los consejos de mi querido profesor. Mantendría mi mente
ocupada en cosas positivas y nunca intentara escudriñar el destino de
alguna persona. Sin embargo, a lo largo de mi vida, por más que lo
intenté, no pude bloquear algunas visiones horrendas que me
atormentaron como nunca.

Como antes mencioné, se acercaban los exámenes extraordinarios de las


materias que debía y ello al menos me mantuvo ocupada la mente un
buen tiempo. Llegaron los exámenes y afortunadamente los aprobé.
Faltaba ahora elegir la carrera a la que ingresaría. Antes de la visita a
Bustamante estaba decido a estudiar medicina y luego psiquiatría, pero
luego de ver a los enfermos esquizofrénicos mejor decidí estudiar otra
cosa. A raíz de la pérdida de mi Lobo y al sentir la impotencia de no
haberle podido ayudar cuando él estaba muriendo y al mismo tiempo
amar la medicina, pues la opción obvia fue estudiar medicina
veterinaria. Por correo me llegaron mis papeles para inscribirme a la
facultad y me tocó en suerte la Facultad de Estudios Superiores de
Cuautitlán. Sin embargo aún faltaban 2 largos meses para el inicio de
cursos, así que decidí ponerme a estudiar lo que fuera para mantener la
mente ocupada. En esos meses devoraba libros de todos lo temas,
literatura, ciencias, arte, tecnología etc. En ese breve lapso me cultivé
más que en toda mi vida como estudiante. Fue tal mi agrado por el

203
Memorias de un LOBO

conocimiento que aún a la fecha me sigo cultivando con lecturas que


valen la pena. Funcionó perfectamente el remedio de mantener la mente
ocupada pues pasaron años en que no tuve visión alguna. Durante
mucho tiempo pude controlar mis malditas visiones, bloqueándolas con
todas mis fuerzas cada vez que intentaban entrar a mi mente, sin
embargo a veces, la curiosidad me ganaba dejándolas entrar, pero
invariablemente siempre me arrepentía de ello y no tardó mucho tiempo
en que el destino nuevamente me jugaría una de las suyas dándome otro
duro golpe en mi vida.

204
Memorias de un LOBO

Capítulo 5
Mis días en la facultad.
Con mi entrada a la facultad empezó una nueva etapa en mi vida. Me
volví más tranquilo y solo de vez en cuando realicé alguna que otra
broma que resultó en verdad muy graciosa. Y cómo me había dicho
Bustamante la última vez que lo había visto, quizá esa tendencia mía de
hacer tantas bromas era para tratar de mitigar la gran amargura que me
atormentaba al tener ese don que yo no quería. Tratando que mi vida
fuera más tranquila, nuevamente busque a mis grandes amigos de la
preparatoria, a quienes prácticamente había abandonado por la intensa
serie de locas aventuras que había tenido. En una ocasión fui invitado
por mi gran amigo Reynaldo a una reunión familiar. Asistí con desgano
porque supuse que sería una reunión aburrida, sin embargo me alegré
mucho al conocer ahí a la que sería una de las mujeres más importantes
en mi vida. Genoveva era su nombre, pero todos le decían la Beba,
hermana ni más ni menos, que de mi buen amigo Reynaldo. Cuando me
la presentó mi amigo, prendado quede de inmediato de ella, no pudiendo
creer que esa dulce niña de voz tan melodiosa fuera hermana de un tipo
con tesitura de bajo. Dos años menor que yo, bajita de estatura, ojos
negros, de tez apiñonada, hermoso cuerpo y carita de muñeca, muy
parecida ella a la actriz Linda Blair, protagonista del Exorcista. Entre
ambos surgió de inmediato una química espontánea, estando yo seguro
que algo entre los dos surgiría. En dicha reunión algunos tíos de
Reynaldo realizaron un juego de preguntas y respuestas en donde el que
perdía tenía que beber de un golpe una buena ración de licor. Tan feliz
estaba acompañado de la Beba, que yo a propósito perdía para dar un
buen trago de de licor para estar más a tono. Pues esta vez me pasé
demasiado, pues a pesar de considerarme yo un buen bebedor, quedé
peor que una araña fumigada. Me dicen, porque yo no recuerdo nada,
que yo quedé casi inconsciente, balbuceando tonterías con la cabeza
recargada sobre el hombro de la Beba. Al siguiente día amanecí con la
peor resaca de mi vida. Casi ni podía abrir los ojos y menos levantar la
cabeza. Estaba acostado en una habitación extraña y al reaccionar me
paré pronto para averiguar dónde estaba. Al hacerlo me pegué fuerte la

205
Memorias de un LOBO

cabeza en una cama exactamente arriba de la mía, pues estaba en la


parte baja de una litera.

—¿Ya despertaste? —oí la grave voz de Reynaldo desde arriba—.


—¿Donde estoy? —le dije desorientado—.
—En mi cuarto, wey —me respondió—. ¿Qué, no te acuerdas?

Rápidamente hice memoria y recordé el ridículo que había hecho en la


reunión de mi amigo, estando muy apenado, no con Reynaldo ni con su
demás familia, sino de Genoveva. ¿Qué pensaría de mí?, me preguntaba.
Más apenado quedé cuando mi amigo me contó los desfiguros que hice
al estar tan tomado. Fue la segunda vez que me pasaba y decidí desde
entonces ya no beber nunca más de semejante manera. No me atreví de
momento llamarle a Genoveva, esperando un tiempo sensato para
buscarla e invitarla a salir a algún lado. De momento me concentré en
mi entrada en la facultad. Mi nueva escuela estaba ubicada a las afueras
de la cuidad, muy cerca de un pueblo llamada Cuautitlán. En transporte
público se hacía hasta allá más de una hora. Sin embargo en mi
automóvil yo hacía solo 20 minutos. En mi primer día de clases conocí a
mis nuevos compañeros. La mayoría eran 2 años más jóvenes que yo y
me miraban con recelo pues me vieron llegar en un auto deportivo y con
actitud prepotente. Sin embargo pocos días después al ver mi
comportamiento desparpajado terminó su recelo y me vieron con
agrado. Me hice rápidamente de tres amigos: Carlos, Ciro y Gabino.
Ellos me veían como líder por ser de mayor edad y tener un auto. A
diario les daba un “aventón” haciéndoles ahorrar el dinero de dos
autobuses y por ello me tenían gran agradecimiento. En la autopista de
Querétaro en el tramo de Cuautitlán a Tlanapantla hacía con mi auto
solo 7 minutos, tramo que manejando con prudencia se hacía más de un
cuarto de hora. La primera vez que llevé a mis amigos quedaron mudos
del pánico y al llegar a la parada donde abordaban su camión bajaron
blancos del susto. Sin embargo día a día se acostumbraron a esas
velocidades y veían ese despliegue de velocidad como algo normal. Un
día me ofrecí a llevar también a una compañera quien al ver mi manera
de conducir literalmente le dio pánico gritando cada vez que rebasaba a
gran velocidad a otro auto. Cuando bajó del auto me reclamo mi manera

206
Memorias de un LOBO

de conducir diciéndome que me quería lucir con ella. Pero mi amigo


Carlos le dijo:

—¿Qué te pasa, amiga? Si esta vez vino tranquilo….

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…Al final del semestre el examen de anatomía seria práctico, cada


alumno tenía que disecar un cadáver de perro aislando músculos,
tendones y órganos internos y además identificar cada uno de las partes
disecadas con sus respectivos nombres. El examen sería realmente
difícil y la única forma de pasarlo era estudiando mucho sobre un
cadáver de perro. Un pequeño grupo de compañeros fuimos al anfiteatro
a hablar con el profesor responsable del laboratorio de anatomía para
que nos facilitara un cadáver de un perro para llevarlo a la casa de algún
compañero y ahí disecarlo y así aprender entre todos. Sin embargo ese
infeliz mentor se negó a prestarnos el cadáver aduciendo que ya era muy
tarde y tenía que irse a comer. Se veía a todas luces que el profesor lo
que quería era que reprobáramos, pues éramos un grupo que siempre le
traíamos problemas. Si no conseguíamos un cadáver seguro
reprobaríamos, así que planeamos robar uno. A espaldas del laboratorio
había unas ventanas muy altas y una de ellas siempre estaba abierta para
dejar escapar el fuerte olor a formol. Hicimos un sorteo para ver quién
se brincaría por la ventana y por ahí mismo nos arrojara el cadáver de un
perro. Perdió el gordito de Víctor, el mismo que se comió un día los
hígados podridos. Estaba bien macizo y tuvieron que cargarlo entre 3
para que pudiera alcanzar la ventana. Estaba a punto de brincar cuando
les ganaba su peso e iba de nuevo para abajo y el pobre gritaba
angustiado:

—¡No puedo, no puedo…!

En una de esas, cuando estaba a punto de lograrlo, yo me desesperé y


brincando lo empujé de las nalgas y ahí va el pobre, cayendo de cabeza
sobre una mesa de disección haciendo un estrepitoso escándalo al caer
sin control alguno. Todos le gritamos si se encontraba bien y nos
respondió con quejidos:

207
Memorias de un LOBO

—¡No inventen, caí sobre un perro abierto y me batí de sangre!


Todos estábamos muertos de la risa. De repente vimos que se acercaba
el maestro de anatomía, como no podíamos contener la risa se me
ocurrió decirles a todos:

—Agárrense de las manos.

Hicimos un círculo y dando vueltas empezamos a cantar:

—“Doña Blanca, está cubierta de pilares de oro y plata...” —a la vez


que nos moríamos de la risa—.
—¿Y ahora ustedes, qué fumaron? —dijo el maestro, retirándose
moviendo la cabeza—.

Cuando vimos que el maestro se alejaba, le gritamos a Víctor que nos


arrojara el cadáver más grande que encontrara.

—¡Aquí lo tengo, pero está muy pesado! —nos gritó muy fuerte—.
—¡Arrójalo! —le indicamos—.

Pero el perro que había escogido Víctor era demasiado grande y de


plano no podía. A alguien se le ocurrió la idea de tirarle una cuerda por
la ventana para amarrar al perro y por fuera lo sacáramos jalándolo y así
lo hicimos, le arrojamos una cuerda, el gordo lo amarró y como
pudimos, sacamos al perro por la ventana. Era un mastín enorme de más
de 40 kg. Seguía el turno de sacar al gordo. No habíamos calculado que
piso del laboratorio estaba mucho más abajo que el piso del patio así
que por más que Víctor intentaba subir la ventana le fue imposible.
Intentamos subirlo con una cuerda, tal como le habíamos hecho con el
perro, pero tampoco pudimos por su corpulencia, pues pesaba más de
100 Kg. Dialogamos un rato entre los compañeros y tocó en suerte a
Carlos decirle a Víctor la mala noticia.

—¡Víctor! —le gritó Carlos—. ¿Todavía estas ahí?


—¿A dónde quieres que vaya, imbécil? —contestó enfurecido el
gordo—.

208
Memorias de un LOBO

—Adivina quién se va a pasar toda la noche en el anfiteatro —le dijo


Carlos muerto de la risa—.

Afuera escuchamos que el compañero enfurecido pateaba las mesas.

—¡No sean hijos de la chingada! —gritaba desde adentro el pobre de


Víctor—. ¡No me pueden dejar aquí solo!

Siguió un breve silencio y el gordo continuó diciendo resignado:

—Bueno, siquiera tráiganme unas tortas.


Hicimos una colecta y le compramos 2 tortas y 1 refresco. Se lo merecía
por su sacrificio hecho por la ciencia. Se los arrojamos y le grité
agradecido:

—Buenas noches, gordito, gracias por tu aportación a nuestros estudios.


—¡Vayan todos y chinguen a su madre! —gritó el gordo enfurecido,
retirándonos todos riéndonos a carcajadas—.

Como yo era el que traía coche me tocó a mí lleva a todos los


compañeros que en total éramos 7. Metimos el perro a la cajuela y como
pudimos nos acomodamos los 7 en mi coche. Sentía el auto más pesado
que nunca y nos alegramos de haber dejado al gordo pues de haber
venido no habríamos cabido todos. Ahora faltaba decidir a donde ir a
estudiar y luego de otro sorteo le tocó a Ciro poner su casa para tal fin.
Nos dirigimos para allá y al llegar notamos que muy cerca de la entrada
de su casa había un enorme puesto de tacos con gran cantidad de gente
ahí comiendo. Le pregunté a Ciro que si ese era negocio de su familia y
me contestó que no. Nos contó que ese puesto se había convertido en
una plaga para su familia debido a que atraía moscas pues olía horrible.
A mí se me ocurrió algo para ahuyentar a la gente que ahí estaba
comiendo. Me estacioné a media cuadra y me puse una bata blanca pero
muy manchada de sangre, luego les dije a todos que me pusieran el
perro en los hombros y diciéndoles que me esperaran fui directamente al
puesto de tacos con el cadáver del enorme perro en hombros. Llegando
al puesto y para abrirme paso entre los que estaban comiendo empecé a
gritar:

209
Memorias de un LOBO

—¡Ahí va el golpe, ahí va el golpe! —Y luego le dije al taquero—:


Aquí le trigo su pedido.

Toda la gente empezó a escupir el bocado que estaban a punto de comer


y el taquero al principio quedó desconcertado, pero luego sacó un
enorme cuchillo cebollero y se fue contra mí. No me esperaba una
respuesta tan violenta y recuerdo que solo grité:

—¡Ay, mamacita! —Tirándole el perro en las piernas al enfurecido


taquero, echándome a correr como desesperado—.
Pasé corriendo junto a mis compañeros gritando pidiendo auxilio, pero
éstos en vez de ayudarme, estaban muertos de la risa. He de haber
corrido muy rápido por el tremendo susto, pues cuando volteé a ver ya
no me seguía el taquero. Me quité la bata ensangrentada, la tiré por ahí y
me acerque con cuidado a la casa de mi amigo volteando para todos
lados. En la entrada de su casa ya no había gente ni estaba el puesto. Me
acerqué a la puerta y toqué el timbre. De la planta alta se asomó Carlos
y me gritó muy fuerte:

—¡Cuidado, ahí viene, ahí viene! —y volví a echar a correr


desesperado—.

Volteé a ver pero no había nadie. El condenado Carlos me había jugado


una broma. Una sopita de mi propio chocolate, pensé, pero en un muy
cercano futuro me las pagó bien caras. Cuando regresé a la casa de Ciro
me abrieron y pasé a la habitación de mi amigo donde en medio del
cuarto en una mesa colocaron el cadáver del perro. Cuando entré vi que
todos estaban muertos de la risa y yo suponía que era por lo que me
había pasado, pero la euforia más bien se debía a que se hallaban
bebiendo licor. Para calmar mis nervios yo también empecé a beber y
cuando nos dimos cuenta ya eran más de las 12 de la noche y no
habíamos disecado al perro y menos estudiado. Empezamos
supuestamente a estudiar, pero estábamos tan borrachos que mejor
organizamos unas “guerritas” de cachos de perro. Volaba un trozo de
hígado por ahí, un cacho de estómago por allá, en fin, toda esa
habitación estaba hecha un verdadero batidillo. El pobre Ciro estaba

210
Memorias de un LOBO

desesperado tratando de calmarnos, pero nos fuimos tranquilizando ya


entrada la madrugada hasta que todos nos dormimos. El despertar por la
mañana fue espantoso, una resaca infame, todos batidos de sangre y sin
haber estudiado nada. Nos fuimos todos de regreso a la escuela pues el
examen sería por la mañana y en el trayecto todos estaban muy serios
tratando de memorizar el libro de anatomía. Presentamos el examen y
todos reprobamos excepto el gordo que se había quedado encerrado en
el laboratorio, pues esa noche se la pasó de verdad estudiando sobre los
cadáveres del anfiteatro. Lo único positivo de esa aventura fue que el
puesto de tacos que tanto molestaba a la familia de Ciro jamás volvió a
aparecer por ahí. A fin de cuentas pasé el examen en segunda vuelta y
las demás materias las aprobé satisfactoriamente. Ya habían pasado
varios meses de mi primer encuentro con la Beba y consideré oportuno
invitarla a salir pues tenía enormes ganas de tener nuevamente una
novia. La invité a salir y simplemente fuimos a tomar una café. Se moría
ella de la risa al recordar los desfiguros que había hecho yo en su
reunión familiar y me di cuenta de su enorme simpatía. Sin más le pedí
que fuera mi novia y al principio quede medio desconcertado porque me
dijo:

—Déjame un tiempo para pensarlo —y luego de 2 segundos, me dijo


muy segura—: ¡Sí!

Nos dimos un enorme beso y quedé más que convencido que había una
enorme química entre ambos. Llevamos un hermosísimo noviazgo,
llegándola a querer intensamente, pero desgraciadamente nos veíamos
muy poco porque nuestras respectivas escuelas estaban en lugares
diametralmente opuestos, estudiando ella odontología en ciudad
universitaria, en el sur de la cuidad y yo al extremo norte, en una rancho
llamada Almaráz, adelante del pueblo de Cuautitlán. Yo le tenía mucho
recelo a las mujeres, por lo que me había ocurrido con Jennifer y cometí
el gran error de ser demasiado posesivo y celoso con la Beba, error que
pagué muy caro luego de unos cuentos meses de noviazgo. Pasó para mí
muy rápido el tiempo, llegando el segundo semestre. Lo único que vale
la pena contar de esos días, es una pequeña broma que hice en la escuela
de medicina de Iztacala. En el citado semestre cursábamos la materia de
anatomía topográfica y para aprobar dicha materia teníamos que tener

211
Memorias de un LOBO

un certificado de una facultad de medicina donde constara que habíamos


hecho una disección en un cadáver humano. Mis amigos Ciro, Gabino,
Carlos y yo fuimos a la escuela de medicina de Iztacala, también de la
UNAM y dirigiéndonos directamente al anfiteatro pedimos autorización
al médico encargado mostrando nuestras cartas y credenciales de
nuestra facultad. El encargado, un tipo con cara le loco, con bata
manchada de sangre y todo despeinado nos dijo:

—Tienen suerte, acaban de llegar 5 cadáveres fresquecitos.

Gabino estaba muy impresionado y pálido como cera y eso que aún no
había visto ningún cadáver. El encargado nos invitó a pasar para
mostrarnos cómo preparaba los cadáveres con formol para su disección.
Todo eso era en verdad impresionante. En una gran habitación había 6
mesas y en 5 de ellas los cadáveres desnudos de tres mujeres y 2
varones. El médico encargado nos mostró cómo inyectaba formol a las
venas de los cadáveres para que no se descompusieran y duraran
muchos días para su estudio. El pobre Gabino fue 2 veces a vomitar
regresando cada vez más pálido. Cuando el médico terminó de preparar
los cadáveres nos dijo:

—Escojan el que quieran para trabajar —y terminando de decir eso salió


del anfiteatro—.

Ahí había el cadáver de una mujer joven que tenía 2 impactos de bala en
el pecho. Mirando la cara de Gabino se me ocurrió ponerme los guantes
y agarrándole las piernas a ese cadáver femenino le dije a mi pálido
amigo en son de broma:

—Vamos a violarla, todavía está calientita.

Gabino se tapó la boca con la mano y salió corriendo a vomitar de


nuevo. Mis otros dos amigos y yo nos retorcíamos de la risa. Nuestro
buen amigo de plano no volvió a entrar al anfiteatro esperándonos
afuera. Procedimos a trabajar y para ello escogimos el cadáver de un
joven delgado porque los cuerpos sin grasa se disecan con más facilidad.
Teníamos que disecar un brazo y una pierna. A mí me tocó el brazo y a

212
Memorias de un LOBO

mis otros amigos les correspondió la pierna. Empecé por la mano y


quede en verdad impresionado en lo complejo de su estructura,
ligamentos, tendones y músculos entrelazados. Seguí disecando hacia
arriba y viendo los tendones se me ocurrió jalar uno y se contraía un
dedo de la mano. Disequé uno a uno los tendones de cada dedo y al
jalarlos desde arriba del codo la mano parecía cerrarse sola. Les mostré
eso a mis amigos y se quedaron impresionados.

—¡Ay, no inventes, se ve impresionante! —me comentó uno de ellos—.

Luego por pura ociosidad hice una incisión atrás del codo e hice pasar
por ahí los tendones para que al jalarlos desde abajo pareciera que la
mano se cerraba sola. Era una broma que le estaba preparando a Gabino.
En eso, llegó el médico encargado y mirando la disección que había
realizado a la mano y antebrazo me felicitó por lo limpia y perfecta de la
misma.
—¿Me esperan un momento? —nos dijo—, afuera hay un grupo de
chicas estudiantes de enfermería y aprovechando que ustedes ya tienen
diseccionados estos miembros, las pasaré para darles su clase de
anatomía.

Pasaron las chicas estudiantes de enfermería al anfiteatro quedando con


los ojos desorbitados al ver tanto cadáver, algunas de plano nada más
entraron y tapándose la boca corrieron a vomitar. Quedaron ahí como 20
chicas y el médico les indicó que se pusieran alrededor del cadáver que
estábamos disecando para empezar la clase. A mí se ocurrió decirles a
mis amigos en voz alta:

—Ya vieron, el tipo calzaba grande —refiriéndome a su pene—.

Y todas las chicas le miraron los pies al cadáver y yo hice monumental


esfuerzo para no soltar la carcajada. Empezó el médico a describir los
músculos y tendones de la pierna y aprovechando que todas estaban
distraías mirando la pierna pasé mi mano por debajo del codo del
cadáver y agarré los tendones que movían los dedos. Cuando noté que la
chica cercana a la mano la miraba, jalé el tendón del dedo medio del
cadáver y éste se contrajo lentamente y luego volvió a su posición

213
Memorias de un LOBO

original, quedando esa chica con los ojos muy abiertos por el asombro,
cómo que no lo podía creer y seguía mirando la mano. Mientras tanto
continuaba la clase y todas estaban atentas a lo que decía el doctor,
excepto la chica que seguía con la vista fija en la mano. Supongo que
por curiosidad, la pobre empezó a tocar la palma de la mano del cadáver
y cuando la vi más distraída jale fuerte todos los tendones y los dedos
del cadáver le cogieron su mano, dio la chicha primero un espeluznante
alarido, puso los ojos en blanco y azotó luego desmayada. Todos
alarmados rodearon a la chica desmayada y como yo no podía con tanta
risa salí apresurado a carcajearme afuera. Yo estaba que me retorcía de
risa y al verme Gabino, que se había quedado esperándonos afuera y
suponiendo que yo me había puesto mal pues me vio como privado, me
preguntaba angustiado lo que me ocurría. Lo volteé a ver tratando de
calmar mi risa, pero al ver su cara desencajada y más blanca que la cera,
me dio otro ataque de risa y yo solo le decía:

—¡Ya no puedo más, ya no puedo más! —a la vez que sobaba mi


estómago ya adolorido de tanta risa que tenía—.
El resto de la tarde y toda la noche tuve dolor en los músculos del
abdomen de tanto que me reí ese día. Cuando le conté esa aventura a mi
Beba, lloró de la risa…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…no resistí la tentación y tomé su mano. Estaba muerto de celos y


quería averiguar lo que ocurría con ella. Aunque sabía que me iba a
arrepentir, quise averiguar lo que pasaba valiéndome de mi don. Traté
de ver solo el presente, pero sin sentirlo fui con mi mente un poco más
allá. Vi a Genoveva besándose con un muchacho. Era esa visión de un
cercano futuro porque la vi a ella prácticamente igual al presente, pero
con el cabello mucho más corto. Me hervía la sangre de celos y luego de
soltarle la mano le dije indignado:

—¿Piensas terminarme pronto, no es cierto?

Se me quedó mirando sorprendida y luego de agachar la cabeza me dijo


muy quedo:

214
Memorias de un LOBO

—Si, Lobo, es que ya no soporto más tus celos.


—Si te celo es porque te amo demasiado —le dije angustiado—. Dame
una oportunidad y verás que voy a cambiar.

En mi interior sabía que ella estaba decidida, porque invariablemente las


cosas que yo veía, siempre ocurrían y era inevitable que la Beba me
dejara y cambiara por otro.

—No quería precipitar tan pronto nuestra ruptura —me dijo—, pero
creo que ya es hora de que ambos tomemos rumbos diferentes.

Sentí que me caía un rayo al escuchar lo que decía. Pero sabiendo que
era inevitable, aunque me moría de rabia, acepte su decisión. Fue ese un
golpe tan duro como el que había sentido cuando me dejó Jennifer y
quizás más, porque con la Beba estaba seguro que estaría toda mi vida.
Nuevamente entré en una profunda depresión y pensando en lo que
había ocurrido cuando me dejó Jenny, no quise volver a cometer los
mismos errores. Sin embargo, tan deprimido estaba, que descuidé mi
persona, dejándome crecer la barba y el cabello. Me aboqué entonces a
estudiar cómo nunca para terminar lo más pronto posible mi carrera,
habiendo la opción de adelantar materias si así uno lo deseaba.

Un día por la mañana me hablo por teléfono Silvia, novia de mi amigo


Oscar, diciéndome que le quería hacer una fiesta sorpresa a su
prometido por motivo de su cumpleaños. Me pareció estupenda la idea,
pues en ese momento me hallaba muy deprimido debido a la reciente
ruptura que había tenido con la Beba. Aunque no tenía culpa alguna por
ese hecho, le guardaba en esos momentos algún rencor inconsciente a
mi amigo y ex cuñado Reynaldo. Le llamé por teléfono a su casa para
ponernos de acuerdo en lo de la fiesta sorpresa que le haríamos a Oscar,
pero me contestó su hermana.

—Hola Fernando —me saludó Genoveva de indiferente manera—. Te


suplico que no insistas, si te doy otra oportunidad no será ahora…
—Espera —le interrumpí disgustado—. No te llamo a ti, por favor
comunícame con Reynaldo.

215
Memorias de un LOBO

Sin mediar palabra, escuche que azotaba la bocina y luego llamó a su


hermano:
—¡Reynaldo, ahí te habla tu amigote.

Yo sonreí al escuchar su enojo, pues estaba seguro que ella creía que le
hablaba para que hiciéramos las paces.

—¿Qué pasó, Lobo? —me preguntó Reynaldo con su característica voz


de bajo—. ¿Qué le hiciste a mi hermana que ha quedado como una
fiera?
—Nada, mi Rey —le respondí—, solo te llamo para ponernos de
acuerdo para la fiesta sorpresa que le tiene preparada Silvia a nuestro
querido amigo Oscarín.
—Perfecto —me dijo—, ¿es mañana, verdad?
—Así es —le ratifiqué—, paso por ti a las 7 de la tarde ¿de acuerdo?
—Bu… bueno está bien —me confirmó—.

Noté en eso momento su voz extraña, estando yo seguro que se hallaba


bebiendo licor.
—¿Estás chupando, no es cierto? —le pregunté—.
—¿Cómo lo supiste, cabrón? —me dijo riendo—.
—Hasta acá llega tu aliento alcohólico, borracho —le respondí—.

Ambos reímos a carcajadas y luego le advertí:

—No me salgas con que mañana amaneces crudo y nos falles ¿eh?
—No te preocupes —me respondió muy seguro—, cómo crees que le
voy a fallar a Oscarín.
—Conste —le dije, preguntándole luego—: ¿Pero por qué estás
bebiendo tú solo, loco?
—Ay, mi Lobo —me contestó muy mortificado—, es que traigo un
problema del tamaño del mundo.
—¿De qué se trata? —le pregunté enseguida—.
—Mañana te cuento —me respondió—.

Efectivamente, vaya problema el que tenía. Al día siguiente nos contó a


Arturo y a mí en lo que se hallaba metido. Pasé primero por Arturo,

216
Memorias de un LOBO

quien con guitarra a cuestas, subió a mi auto. Pasamos luego por


Reynaldo y a mí me mataba la curiosidad por saber en lo que se había
metido. Al llegar frente a su casa sin bajar del auto le toqué la bocina.
Al poco rato salió Reynaldo con una cara tan demacrada, que hasta
lastima daba.

—¿Pero, qué te pasó? —le preguntamos Arturo y yo al mismo tiempo—


.

Luego de abordar el auto nos contó que había bebido demasiado para
tratar de olvidar por un momento su problema y que en esos momentos
sufría de tremenda resaca.

—¡Me muero de sed! —nos decía a cada momento—.


—¿Pero por qué te embriagaste de semejante manera? —le preguntó
muy molesto Arturo a Reynaldo—.

Aquí hago un paréntesis para comentar que mi buen amigo Arturo era el
recatado del grupo, que además de ser muy moderado en sus
costumbres, también era muy religioso. Por ello estaba muy molesto al
ver el exceso que había tenido Reynaldo al beber de esa manera.
—Lo que ocurre —nos empezó a contar Reynaldo—, es que tengo un
enorme problema, del que no sé cómo demonios salir.

Luego agachó la cabeza y hasta le dieron ganas de llorar, pero tan


deshidratado estaba por la resaca que traía, que las lágrimas no le salían.
—Ya cuenta, wey —le dije—, a ver si te podemos ayudar.

—Pues resulta —empezó a contar Reynaldo—, que tuve relaciones


sexuales con Yolanda (su novia) y la muy bruta se lo contó a su padre y
éste ya nos quiere casar.
—¡No, inventes! —dijimos Arturo y yo al unísono—.
—¿Ya ves, ya ves? —le dijo Arturo muy molesto—. Eso te sacas por
andar de canijo.
—¿Pero, la embarazaste? — le pregunté enseguida—.
—¡No, no! —me respondió—. Usé condón.
—¿Entonces? —le pregunté impaciente—.

217
Memorias de un LOBO

—Lo que pasa —mes siguió explicando—, es que el padre de Yolanda


es un ex militar a la antigua y según él, he deshonrado a su familia y
solo si me caso con su hija se lavaría tal afrenta.

Luego de agachar otra vez la cabeza queriendo de nuevo llorar, continuó


diciendo:

—Mañana los padres de Yolanda van a ir a mi casa para planear la


boda.
—¡No inventes! —volvimos a decir Arturo y yo muy sorprendidos—.

Yo me quedé pensando y luego de cavilar unos momentos le dije muy


seguro:

—Ya lo tengo. Se me ha ocurrido un plan para que tus suegros desistan


en que te cases con su hija…
—¿Qué es, que es? —me interrumpió Reynaldo con cara de angustia—.
—Déjame cuajar la idea —le respondí—. Lo que sí te digo es que estés
tranquilo porque mi plan es muy bueno.
—¿Seguro que con tu plan no me caso? —me preguntó de nuevo—.
—Te lo aseguro —le contesté—. Mañana te digo.
Respiró con alivio y de momento ya no me cuestionó al respecto.
Llegamos a la casa de Silvia, misma que ya nos esperaba en la puerta
con ansia.

—¡Pensé que no llegaban! —nos reclamó—. Pasen rápido que no tarda


en llegar Oscar.

Pasamos a la casa y Reynaldo corrió a la cocina a servirse un vaso con


agua, pero cuando apenas acercaba el vaso a su boca, llegó corriendo
Silvia deteniéndole el vaso para que no bebiera, diciendo enseguida:

—¡Ya llegó, ya llegó!

Sin más remedio, Reynaldo dejó su preciada agua sobre una mesa sin
haber bebido ni un sorbo y todos salimos de la cocina. Se suponía que
era una fiesta sorpresa y teníamos que escondernos en algún lado.

218
Memorias de un LOBO

—¿Qué hacemos, qué hacemos? —le preguntábamos a Silvia


pareciendo que todos bailábamos por tanta ansiedad—.

A ella la invadía también la ansiedad y moviéndose nerviosamente nos


dijo enseguida:

—Métanse en este cuarto sin hacer el menor ruido y cuando yo les


indique, todos salgan y griten ¡Sorpresa!

Nos metimos a hurtadillas a esa habitación que estaba a oscuras. No se


veía absolutamente nada. Arturo, cargando su guitarra, a cada rato
chocaba con los muebles de ese cuarto escuchándose cómo se golpeaba
su instrumento. Luego se topó con un mueble poco usual
comentándonos extrañado pero en secreto:

—Oigan, esto parece una silla de ruedas.


—Cállate —le dije en secreto y mejor se quedó quieto en el sitio donde se
hallaba parado—.

Se escuchó claramente cómo Oscar entraba a la casa y conversaba con


su novia. Yo por más que intentaba ver algo no podía, pues esa
habitación estaba realmente a oscuras.

—Me muero de sed —se quejaba en secreto el pobre de Reynaldo—.


—Cállate —le dijo Arturo muy disgustado—. Eso te sacas por andar de
briago.
—Oigan —volvió a hablar Reynaldo—, aquí hay un vaso con agua y
creo que tiene hielos.
—Pues tómatela y cállate —le dije—.

Se escuchó cómo Reynaldo bebía con avidez el agua y luego comentó


desconcertado:

—Esta agua sabe muy raro y además está tibia.


—¡Ya cállate! —le dijimos Arturo y yo muy disgustados—.
—Se acerca alguien —dijo Arturo al escuchar unos pasos—.

219
Memorias de un LOBO

Se oyó claramente cómo que querían abrir la puerta y al hacerme para


atrás me topé con una cama. Me acosté enseguida y quedé ahí quieto y
muy callado.

—¡Mmm! —se escuchó un lastimoso quejido—.


—¡Pinche Reynaldo! —dije muy molesto—. ¿Qué no entiendes que te
calles?
—Yo no dije nada, wey —me contestó enfadado—.
—¿Arturo? —pregunté intrigado—.
—Yo tampoco he dicho nada —me respondió con voz temblorosa—.

Sentí que se movía la cama y al extender mi brazo toqué un bulto


calientito y en seguida se escucho de nuevo:

—¡Mmm!

Suponiendo que alguno de mis amigos me estaba jugando una broma, le


di un puñetazo al bulto que había sentido, escuchándose enseguida un
espeluznante alarido:
—¡Ayyy!

Tan fuerte habían gritado, que pronto Silvia entró a la habitación muy
angustiada, prendiendo la luz enseguida. Cuando voltee a ver al bulto,
tremendo susto llevé al observar ahí acostada a alguien que bruja
parecía, quien al verme, gritó aterrada. Yo también grité al escuchar su
alarido, que fue acallado por uno más fuerte que daba Reynaldo.

—¡Ahhh! —gritaba Reynaldo, llevándose las manos en la cabeza viendo


el vaso del que había bebido—.
—¡Guácala! —dijo aterrado con una cara indescriptible de asco—.

El vaso, vacío de líquido, contenía la dentadura de la anciana ahí


acostada. Se tapó Reynaldo la boca con ambas manos y corrió al baño a
vomitar de tanto asco que tenía. A mi me dio un ataque de risa como
pocas veces en mi vida me ha dado y no se diga mis demás amigos, que

220
Memorias de un LOBO

lloraban a carcajadas. El bulto acostado en la cama era una anciana, tía


de Silvia,

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

…para pedirle consejo y a tal grado lo respetamos como amigo, que


“papá Oscar” le apodamos.

—Tú no tienes por qué casarte —le dijo Oscar a Reynaldo muy
seguro—. Yolanda es mayor de edad y tuvieron sexo consensuado.
—¡Sí, sí! —respondió Reynaldo—. Pero su padre no entiende razones y
te juro que es capaz de matarme si no me caso con su hija.
¡Huye, wey! —le dijo Oscar—. Escóndete unos días y ya verás que a tu
suegro se le pasa el coraje.
—No puedo, Oscarín —le contestó Reynaldo—. ¿No vez que estoy en
exámenes finales y Yolanda lo sabe pudiendo ir a la facultad y hacerme
un escándalo?

Reynaldo me volteó a ver y me preguntó muy angustiado:


—¿No que tenías un plan para no casarme?

Cuando le iba a responder, Oscar se me adelantó diciendo:

—Ya conoces los planes del pinche Lobo. Seguro es una tontería.
—¡Ya, lo que sea, lo que sea! —gritó Reynaldo desesperado—. A ver,
dime tu plan —me dijo—.
—¿Ya no me van a interrumpir? —pregunté—.
—Anda —dijo Oscar—, ¿cuál es tu “brillante” plan?
—Es muy sencillo —les empecé a explicar—, simplemente tiremos a
Reynaldo de un cuarto piso para que quede inválido y así su suegro al
ver que no puede mantener a su hija desista en su empeño de casarlo con
ella.

Quedaron todos atónitos al escuchar mi plan y luego con cara de


incredulidad me reclamó Reynaldo:

—¿Estás hablando en serio, cabrón?

221
Memorias de un LOBO

—Pues no es mala idea —dijo Oscar muy serio—.


—¿Cómo? —preguntó alarmado Reynaldo—.
—Sí, wey —respondió Oscar—, sólo hay que fingir que has quedado
inválido armando un teatrito para convencer a tus suegros…
—¡Exacto! —le interrumpí—. A eso me refería cuando les dije que
Reynaldo quedara paralítico.
—¿Y de dónde sacaríamos una silla de ruedas? —preguntó Reynaldo—.
—La tía de Silvia —le respondió Arturo—, tiene una. Solo es cuestión
de que nos las preste unas horas.
—¿A qué hora van a ir tus suegros a visitarte? —le preguntó Oscar a
Reynaldo—.
—A las 11 de la mañana —le respondió—.
—Pues manos a la obra —dijo Oscar—. Mañana pasamos temprano por
la silla de ruedas para llevarla a tu casa y ahí estaremos todos para
apoyar tu historia cuando lleguen tus suegros.

Al siguiente día, que era domingo, muy temprano fuimos por la silla de
ruedas y la llevamos a casa de Reynaldo.

—Pruébala —le dije cuando llegamos a su casa—.


Reynaldo se sentó en ella y de inmediato lo empecé a empujar dando
vueltas a la mesa del comedor.
—¿Qué tal? —le pregunté—.
—Pues se siente chido —me dijo—.
—Pues acostúmbrate a ella un rato —le comenté— y recuerda que no
debes moverte de la cintura para abajo ni un milímetro para que tus
suegros se la crean.

Sonó el timbre de la casa de mi amigo y todos nos quedamos mirando.


Eran apenas las 10 de la mañana y probablemente los padres de la chica
ofendida se habían adelantado. Cuando Reynaldo intentó pararse de la
silla, entre Arturo y yo lo sentamos de nuevo a la vez que yo le decía:

—No te muevas de aquí, tarado. Y recuerda que no debes mover las


piernas para nada.

Reynaldo solo asintió con la cabeza poniendo cara de susto.

222
Memorias de un LOBO

—Abre, wey —le dije a Arturo—.

Abrió de inmediato y ahí estaban las esperadas visitas. Entró Yolanda


primero y al ver a Reynaldo ahí sentado en senda silla de ruedas, le
preguntó desconcertada:

—¿Pero, que te pasó?

Pronto entraron los padres de Yolanda y luego de saludar a los presentes


se me quedó viendo y me dijo el suegro de mi amigo:

—Tú debes ser Reynaldo.


—¡Dios me libre! —le dije—, Reynaldo es aquél pobre infeliz —
señalándolo con el dedo—.

Yolanda estaba estupefacta al ver así a su novio, preguntando de nuevo:

—¿Qué te pasó, mi Rey?

Sin dejar que Reynaldo abriera la boca, yo empecé a explicar:

—Lo que pasa es que Reynaldo sufrió una grave caída hace 2 días y por
desgracia ha quedado paralítico…

—¡Nooo! —gritó Yolanda a la vez que lo abrazaba—.


—Y lo peor de todo —intervino Oscar—, es que ya ni como hombre
funciona, porque ya nada de nada.

Puso Yolanda cara de asombro a la vez que dejaba de abrazar a su novio


y luego muy seria le preguntó mirándole entre las piernas:

—¿Ya nada de nada?

Nuevamente, antes de que Reynaldo abriera la boca, contesté esa


pregunta:

223
Memorias de un LOBO

—No solo ya nada de nada, sino que el médico le dijo que se le irá
secando poco a poco.
—¿Enserio? —preguntó alarmada Yolanda y Reynaldo sólo asintió con
la cabeza—.

Ahí, sobre un mueble, venturosamente había un fuete que utilizaba


Genoveva pues le gustaba montar a caballo. Lo tomé enseguida y luego
les dije a sus suegros de mi amigo:

—Cómo verán, mi amigo no podrá mantener a su hija, pues la parálisis


que tiene es permanente.

Terminando de decir eso, le di unos fuetazos a las piernas de Reynaldo.

—Miren —les dije golpeando una y otra vez a mi pobre amigo—, este
pobre infeliz no siente nada.

Inocente de mi amigo, aguantó con estoicismo los fuetazos sin mover un


solo dedo, pero haciendo una cara de angustia como no he vuelto a ver
otra, poniéndose colorado y escurriéndole lágrimas por los cuerazos
infligidos. Al ver su cara compungida, no aguanté la risa, agaché la
cabeza y tapándome la cara, fingí que había entrado en llanto.

—Ya, chiquito, ya —me dijo Arturo abrazándome con cariño—.

Al escuchar cómo me consolaba mi amigo, más risa me daba. Arturo


volteó a ver a los señores y les dijo muy serio:

—Se pone así mi amigo porque quiere mucho a Reynaldo ya ven que en
el pasado él fue su pareja.

—¿Qué? —preguntó alarmado el suegro de mi amigo—.


—¿No les había contado Reynaldo? —les preguntó Arturo—. Pues hace
unos años ellos eran pareja, pero creo que Reynaldo ha vuelto al
sendero, en cambio éste —señalándome con el dedo—, es un gay
declarado.

224
Memorias de un LOBO

—¡Vámonos de aquí! —dijo enfadado el padre de Yolanda, tomándole


del brazo y saliendo de la casa enseguida—.

En verdad que si hubiéramos ensayado los diálogos antes dichos no nos


habrían quedado más perfectos, pues el efecto logrado fue exactamente
el deseado. Una vez que se retiraron las indeseables visitas, Reynaldo se
paró de la silla de ruedas brincando de alegría a la vez que se sobaba las
piernas por tantos cuerazos que le había dado. Se abalanzó sobre mí y
suponiendo que me iba a golpear me cubrí la cara con las manos. Pero
no, me abrazó de alegría dándome las gracias por el plan que había
creado. Toda esa curiosa experiencia me sirvió para tener la certeza de
que las risas que me daban con esas situaciones tan graciosas, hacían
que mis malditas visiones no aparecieran, debido probablemente, a que
al liberar mi cerebro endorfinas por las risas, dichas sustancias
bloqueaban las cosas que veía…

Se pierde un fragmento y luego continúa un nuevo capítulo de las


memorias…

225
Memorias de un LOBO

226
Memorias de un LOBO

Capítulo 6
Llegó el amor de mi vida
Enlaeloportunidad
sexto semestre, cuando cursaba la materia de parasitología, surgió
de un gran viaje de estudios que abarcaría todo el
sureste mexicano, financiado todo por la misma facultad. Para
aprovechar y no perder clases normales, dicho viaje se realizó en las
vacaciones de semana santa. En ese viaje visitaríamos la planta de
producción de moscas estériles del gusano barrenador (Cochliomyia
hominivorax). Las larvas de dicho insecto invaden las heridas del
ganado devorando sus tejidos vivos, provocando que bajen de peso y
algunas veces hasta su muerte. En esa planta, ubicada en Tuxtla
Gutiérrez, Chiapas, crían moscas del gusano barrenador para que al
depositar sus huevos, éstos sean sometidos luego a radiación nuclear
para esterilizarlos. Después, cuando terminan su etapa de desarrollo, son
liberadas las moscas adultas en grandes cantidades en determinadas
zonas y cuando se cruzan con moscas nativas y al ser las primeras
estériles, pues no se producen más moscas. En ese viaje, además de
visitar dicha planta, visitaríamos también diversos ranchos para conocer
a los distintos tipos de ganado en esa zona del país, así como sus
enfermedades. Pues dicho viaje fue más relajo que estudio, pues día con
día, todos se embriagaban de escandalosa manera. Yo solo aguanté una
borrachera y luego de haber visitado la planta antes señalada, que era lo
único que realmente valió la pena, mis tres amigos y yo decidimos
terminar la excursión etílica en que se había convertido ese viaje y
decidimos mejor conocer esa región del país por nuestra cuenta. Nos
dirigimos al tesorero del grupo, quien repartía los viáticos día con día
que a cada uno correspondían. Le dijimos de nuestra decisión de
abandonar las prácticas y el muy maldito solo nos dio la mitad de lo que
nos hubiera correspondido si nos hubiéramos quedado. De todas
maneras, la decisión estaba tomada y aunque con escasos recursos,
emprendimos una nueva aventura. Visitamos un montón de hermosos
pueblos conociendo sus maravillas, pero por desgracia los cuatro éramos
pésimos administradores y cuando nos dimos cuenta ya no teníamos ni
para el regreso. Ciro, al ser muy religioso nos decía:

227
Memorias de un LOBO

—Dios ya proveerá.
Y efectivamente, la providencia nos llevó a un hermoso pueblo llamado
Acala, en el que ocurrieron cosas muy curiosas que a la larga nos
dejarían mucho dinero. Además, en esa aventura que viví en ese pueblo,
experimenté una de las experiencias más hermosas que yo he tenido que
marcaría toda mi existencia al conocer al personaje más importante de
mi vida. Llegamos al citado pueblo en plena conmemoración de la
semana santa. Entramos a una cantina para tomarnos unos tragos y
comer algo. Ahí escuchamos que los comensales nativos de ese pueblo
estaban preocupados porque el actor que iba a escenificar al personaje
de Cristo había sufrido un accidente en el que se había fracturado uno de
sus brazos y obviamente en esas condiciones no podría dar vida al
personaje requerido.

—Ya oíste —me dijo Carlos—.


—Si, ya oí —le contesté acariciándome la barba—. ¿Y qué con eso?
—¿Cómo qué con eso? —me replicó—. Pues vamos a decirles que tú
puedes suplir a ese actor, a ver si nos dan una lana para completar para
el regreso.
—Estás loco —le dije—. A ver ¿por que no lo suples tú, que también
tienes barba?

Ni más ni menos, Carlos también tenía barba, pero Ciro replicó


enseguida:

—Sí, Lobo, Carlos tiene barba pero está muy prieto y más que judío
parece beduino. Además traes el pelo bien largo y das mejor el tipo para
ese papel.

Efectivamente, en esos días no me importaba mi aspecto pareciendo


hippie greñudo.

—Si, si —dijo Gabino—, hay que decirles que si nos pagan para que
Lobo haga el papel de Cristo en la representación de este pueblo y así
tendremos dinero para el regreso.

228
Memorias de un LOBO

Y sin decir más, se paró Gabino de la mesa y se dirigió con las personas
que hablaban al respecto.

—Buenas tardes, señores —les dijo Gabino—. Hemos escuchado su


problema y creo que tengo la solución.
—¿De que se trata? —preguntó el que parecía encargado de la
representación—.
—Pues aquí, mi amigo —dijo Gabino señalándome con el dedo—,
puede hacerle de Cristo en su obra.

Los ahí reunidos en ese pequeño grupo, que era cómo diez individuos,
se pararon de sus respectivas mesas y se dirigieron a mí. El que parecía
el jefe de todos me preguntó directamente viéndome de arriba a abajo:

—¿Tú harías el papel de Cristo?

Sin más remedio, solo asentí con la cabeza. Luego se acercó a mí y


quitándome los lentes oscuros que traía, me movió la cabeza de un lado
al otro como examinando mi rostro, jaló mi barba y el colmo fue cuando
finalmente me examinó la dentadura.

—Pues sería el Cristo más güero que hemos tenido —dijo—, pero está
bueno.

Para tratar de vengarme de Carlos, que era al que se le había ocurrido la


peregrina idea de que yo representara a Cristo, se me ocurrió decirle al
encargado:

—Y mire, señor, aquí mi amigo Carlos —señalándolo yo con el dedo—,


se ofrece para representar al Judas.

Carlos quedó muy desconcertado por la sorpresa de haber sido


nombrado, pero cómo ya todos habíamos consentido en ese asunto, pues
se tuvo que aguantar y aceptar el improvisado empleo. El encargado de
la representación se dirigió a Carlos y luego de mirarlo de arriba abajo,
mencionó sin titubeos:

229
Memorias de un LOBO

—Este está muy feo, pero perfecto para el papel de Judas. Y qué bueno
que se ofrece para ese papel, porque ya nadie en el pueblo lo quiere
hacer. Acuérdense que el año pasado apedrearon a Chucho, que le hizo
de Judas en la obra. Por poco le sacan un ojo, verdad de Dios.

Carlos se puso serio y solo tragó saliva.

—¿Y cuanto le pagaría a mis amigos? —le preguntó Gabino—.


—¿Pagarles? —replicó indignado el jefe de ese grupo—. ¡Esto se hace
por devoción, señores, no por dinero!
—No importa, no importa —interrumpió Gabino—. Aquí mis amigos lo
harán sin cobrar ni un centavo.

Quedamos Carlos, Ciro y yo desconcertados al escuchar lo que les había


dicho Gabino, pero después de ese comentario, él mismo nos cerró un
ojo para que nos quedáramos callados.

—Bien, señores —dijo el líder del grupo—, los esperamos en media


hora en la iglesia para que se presenten con el cura, ultimar con él los
detalles y probar la vestimenta.

Cuando se retiraron los nativos de la cantina, rápido le pregunté


impacientemente a Gabino:

—¿Qué te pasa, mi cuate, cómo que gratis?

Luego Carlos más indignado, me reclamó:

—No mames, cabrón, ¿cómo que Judas?


—Calmados, calmados —dijo Gabino—, tengo un plan perfecto para
sacar mucha lana de este relajito.

Pues sin decirnos su plan, todos nos dirigimos a la iglesia. Cuando


entramos al sagrario estaban ya reunidas muchas personas, entre las que
se encontraban los demás actores que harían esa representación.

230
Memorias de un LOBO

—Adelante, señores —nos dijo esta vez un sacerdote—. Ustedes deben


ser los actores suplentes.
—Así es, padre —dijo Gabino—, aquí está mi amigo Lobo, que le hará
de Cristo y a su lado el mismísimo Judas.

Al verme el sacerdote comento satisfecho:


—Al menos el que representara a Cristo no será necesario ponerle ni
barba ni peluca. Me acuerdo que el actor del año pasado cuando lo
crucificaron se le cayó la barba y la peluca le tapó la cara sosteniéndola
con los dientes y en vez de que el público guardara respeto, se morían
de la risa.

Todos los presentes me vieron murmurando entre sí quedando


satisfechos de mi apariencia. Entre la concurrencia había una hermosa
chica con cara angelical, muy blanca, mirada profunda con hermosos
ojos más negros que la noche, cuerpo de diosa y cabellera larga y negra.
Dicha chica tan hermosa desentonaba en el entorno, pareciendo ella más
bien europea de la región del Cáucaso. Ahora la idea de representar a
Cristo me empezaba a gustar, pues esa hermosa chica me sonreía, se
ponía colorada y luego agachaba la cabeza. Sin duda yo le había
simpatizado y quise hacer mi lucha con ella.

—Violeta, aquí presente —dijo el sacerdote refiriéndose a la chica que


me había gustado—, representará a María.
—Mamacita… —dije entre dientes—.
—¿Cómo dijo, joven? —me preguntó el sacerdote indignado—.
—Dije sucinta, padre, sucinta —respondí rápidamente—, o sea, que sea
breve.
—Ah —dijo el sacerdote no muy convencido—. En fin —continuó
diciendo—, los diálogos son muy sencillos, aquí les entrego en una hoja
los mismos y las vestimentas están en mi armario para que se las midan.

Eran pasadas las 4 de la tarde y cómo era jueves, tocaba la


representación del lavatorio de pies y más tarde la de la última cena.
Pasamos rápidamente a cambiarnos y tanto Carlos como yo tratamos de
memorizar los diálogos. Luego de vestirme con las ropas indicadas salí
del sagrario y la gente me veía con tanto respeto, que hasta quedé

231
Memorias de un LOBO

chiveado. En cambio cuando salió Carlos, todos lo abuchearon y


algunos hasta lo insultaron.

—¡Pinche Judas! —gritó alguno de los presentes—. ¡Te vanos a romper


la madre!

Y yo al ver la cara desencajada de Carlos y más al ver lo ridículo que se


veía con semejante vestimenta, me dio un ataque de risa que no pude
contener en toda la tarde. Gabino tampoco podía aguantarse la risa y
tanta le había dado, que hasta se le escurrían lágrimas. Ciro, en cambio,
siendo tan religioso, vio toda esa ceremonia con mucha seriedad y
respeto. Pues los actores que representarían a los apóstoles se dirigieron
al altar de la iglesia donde ya habían colocado frente al mismo 12 sillas
en las que se sentarían. La iglesia estaba abarrotada y todos en silencio y
con mucho respeto estaban a la expectativa. Cuando yo entré a la
escena, toda la gente se puso de pié y me aplaudieron y ovacionaron con
una enorme emoción. Yo sin saber qué hacer, solo agradecí los aplausos
como si fuera político, agitando suavemente las manos. Al voltear a ver
a la puerta del sagrario, vi a Gabino literalmente tirado en el suelo
revolcándose de la risa. Yo no sabía de qué se trataba el asunto y cuando
me dijeron que le debía lavar los pies a esos mugrosos, juro que hasta
me dieron ganas de vomitar. Pero ni modo, me tuve que aguantar y
mientras el sacerdote explicaba esa tradición, yo con un asco contenido
procedí a lavar los pies de los 12 apóstoles. Constantemente volteaba a
ver a Gabino y cada vez que lo veía estaba más muerto de la risa.

—Vas a ver —dije entre dientes, amenazándolo con el puño cerrado—.

Cuando me tocó lavarle los pies a Judas, todos lo abuchearon, pero el


padre les recordó a los presentes que mi amigo era solo un actor. Sin
embargo noté que los nativos lo miraban con odio. Cuando le lavaba los
pies a mi amigo, éste se vengó por haberme burlado de él, chacoteando
los pies en la bandeja que contenía el agua mojándome toda la cara.

—¡Maldito Judas! —gritó uno de los feligreses, al ver que mi amigo me


mojaba la cara—. ¡Deja en paz a Jesús! —reclamó—.

232
Memorias de un LOBO

Y Carlos al ver lo enfurecida que estaba la gente dejó de chapotear los


pies riéndose nerviosamente. Hubo una solemne misa y cuando terminó
todos nos dirigimos hacia el sagrario.

—Pues vayan a descansar —dijo el cura— ya que a las 9 de la noche los


espero en el atrio para la representación de la última cena.
—Oiga, padre —dijo Gabino— ya es muy tarde y hace mucha hambre.
Pues el cura generosamente nos dio suficiente dinero para ir a comer
decentemente en un buen restaurante. Nos cambiamos de vestimenta y
para que la gente no reconociera a Judas, mi amigo se puso una gorra y
yo le presté mis lentes oscuros. Cuando estábamos comiendo ya pasadas
las 7 de la tarde, le preguntamos a Gabino de su plan para obtener
dinero de todo ese asunto, pero él simplemente nos decía:

—Ya lo verán, camaradas ya lo verán —sin decirnos más al respecto—.

Como de costumbre, para calmar los nervios bebí más de la cuenta y


cuando llegó el momento de la representación de la última cena yo ya
estaba bien entonado. Nos dirigimos nuevamente a la iglesia para
cambiarnos y ahí estaba presente Violeta, la chica que tanto me había
gustado, la cual, cómo ya antes había mencionado, representaría a
María. Me dirigí donde estaba la bella chica y empecé a platicar con
ella.

—Hola —le dije—, ¿cómo estás?

Al mirarme agachó la cabeza apenada, se sonrojó y sonriendo


nerviosamente simplemente me dijo:

—Bien, ¿y tú?

Me di cuenta de inmediato que era una estupenda chica, decente,


modosita y muy honrada. Levantó su mirada y al verle los ojos me di
cuenta que ella sería la mujer de mi vida, sintiendo algo que nunca había
experimentado, pues se me salía el corazón del pecho de tan fuerte que
latía al verle directamente a sus ojos. Supuse en ese momento que esa
extraña sensación ocurría por lo que había bebido, pero cuando terminó

233
Memorias de un LOBO

la representación, la misma sensación tenía al mirarle sus ojos de nuevo.


Estando frente a ella en ese momento, le tomé una mano y ambos nos
miramos a los ojos, sintiendo que si lo hubiera deseado, hubiera podido
recorrer con la mente toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte,
pero bloqueé de inmediato lo que veía, estando seguro que me
arrepentiría de ello. Le solté la mano y le empecé a cuestionar de forma
convencional sobre su vida.

—¿Y a que te dedicas, amiga? —le pregunté enseguida—.


Me contó que estudiaba artes plásticas en la universidad autónoma de
Chiapas, estando apenas en el 1er semestre. Le seguí cuestionado sobre
su vida y me contó que era huérfana desde los 2 años, que sus padres
habían fallecido en un accidente de carretera y que se había hecho cargo
de ella el mismo sacerdote de esa iglesia, quien era su tío, hermano de
su madre. Vi que rodó una lágrima y yo cariñosamente se la sequé con
un dedo y aprovechando le acaricié la mejilla. Sonrió de nuevo y al
verle los ojos, otra vez sentí que se me salía el corazón del pecho. Ella al
mirar los míos, quedó como extrañada.

—Qué profunda mirada tienes —me dijo—. Ese color de ojos nunca lo
había visto en mi vida.

He de comentar que yo había heredado el color de ojos de mi padre, que


eran de un verde olivo muy raro, el iris muy claro cerca de las pupilas,
haciéndose más oscuro en los bordes. Ya antes alguien me había
comentado que yo tenía una mirada casi animal.

—Con razón tus amigos te dicen lobo —me comentó Violeta luego de
escudriñar mi mirada—, sin ofender, tienes una especie de mirada
salvaje.
—Adelante, señores —nos interrumpió el sacerdote—, ya es hora de
que se cambien de ropa.

Pasamos de inmediato a cambiarnos de vestimenta y gigantesca sorpresa


me llevé cuando vi vestido de ángel a mi buen amigo Ciro. El es muy
blanco, de baja estatura, de ojos verdes muy claros y chapas sonrosadas.
Le quedó al pelo el papel de ángel, pues se veía muy mono y de

234
Memorias de un LOBO

voluntad propia se había ofrecido para ese papel por lo fervoroso que él
era. Gabino estaba que se destornillaba de la risa al ver al pobre de Ciro
en semejantes fachas, pues la túnica que llevaba le quedaba demasiado
grande y las alas le pesaban demasiado, haciendo el pobre un titánico
esfuerzo para sostener su emplumado accesorio a cuestas. Yo no se
diga, por poco me desmayo de la risa al ver a Ciro de ángel piadoso.

—Ya estuvo, ya estuvo —decía Ciro disgustado al ver cómo de él se


burlaban—.
Pues tratando de aguantarnos la risa todos nos dirigimos hacia la puerta
de la iglesia, de donde posteriormente saldríamos los personajes al atrio,
en el que ya había sido instala la mesa donde ocurriría la última cena.
Frente al atrio había, sin exagerar, miles de personas, todas en silencio y
a la expectativa. Primero entraron a la escena todos los apóstoles, menos
Judas, mismo que estaba aterrado al haber observado por una rendija a
tantísimas personas reunidas.

—No inventes —me dijo asustado—, mejor no salgo, que tal si me


linchan esta bola de cabrones.
—Cómo crees —le dije—.

Asomándome yo también a ver al gentío, se me ocurrió una idea para


que mi amigo entrara en escena.

—Ven a ver —le dije—, ya casi todos se han ido.

Se asomó mi amigo para ver si eso era cierto y sin más preámbulo, abrí
toda la puerta y lo empujé hacia fuera. Cayó de bruces mi pobre amigo y
apenado se puso de pie sacudiéndose su vestimenta. Un abucheo general
se escuchó enseguida y aunque muy apenado y con miedo, fue a tomar
asiento frente a la mesa donde ya estaban los otros apóstoles sentados.

—Les recuerdo a los presentes —se escuchó la voz del padre por los
altavoces—, que el personaje que ha entrado no es Judas, es solo un
actor que lo representa.

235
Memorias de un LOBO

Aún con esa aclaración dada por el cura, la mayoría de la gente


continuaba lanzando improperios hacia mi amigo. Nuevamente se
escuchó la voz del cura, anunciando esta vez mi santa presencia:

—¡Démosle la bienvenida a nuestro Señor Jesucristo!

Era mi turno de entrar en escena y tomando aire abrí la puerta y salí al


atrio a través de la puerta. Se escucho de inmediato una ovación como
nunca había escuchado y nuevamente agradecí los aplausos a manera de
líder de sindicato, agitando frente a mí las manos. Cuando fui a tomar
asiento vi detrás del lugar que me correspondía al ángel piadoso,
representado por el bueno de Ciro y juro por Dios que por más esfuerzos
que hice no pude contener la risa, sentándome enseguida y agachando la
cabeza sobre la mesa. Un —¡ahhh!— se escuchó enseguida por parte de
la concurrencia, pues suponían los presentes que yo había entrado en
sentido llanto. Levanté mi cabeza y habiendo un micrófono colocado
sobre la mesa, procedí con el diálogo que antes había aprendido.

—¡Alguien esta noche me entregara a mis enemigos! —dije frente al


micrófono, tratando de contener la risa mordiéndome fuertemente los
labios—.
—¿Acaso seré yo? —dijo uno de los actores—.
—No, tú no —respondí muy seguro—.

Y así, uno por uno de los apóstoles me preguntaron. Tocó el turno de


Judas y al preguntar lo mismo, un tipo que estaba en primera fila gritó
enfurecido:

—¡No te hagas pendejo, pinche Judas, tú eres el traidor! —a la vez que


le arrojaba una piedra, sin tino alguno por fortuna—.

El padre conminó a los presentes para que no lastimaran a Judas:

—Esta vez, amados hermanos, no le arrojen piedras a Judas, como el


año pasado. Arrójenle solo frutas o cualquier otra verdura para no
hacerle daño.

236
Memorias de un LOBO

Creo que la gente ya venía preparada, porque una vez que se retiró
Carlos del escenario, le llovieron huevos, jitomates y demás frutas y
verduras. A estas alturas yo ya empezaba a tener resaca por lo que había
bebido a la hora de la comida y tenía una sed como nunca. Al momento
de iniciar la última cena, hice todo el ritual de partir el pan y repartirlo
entre mis discípulos. Cuando tocó repartir y beber el vino, yo al probarlo
supuse que se trataba de jugo o de cualquier otra bebida, sin embargo
era auténtico vino de mesa, bebiéndolo yo enseguida como vil naufrago
desesperado por la tremenda sed que tenía. Saliendo del guión que me
habían dado, volví a servirme vino bebiéndolo enseguida, no sin antes
decirle —salud— a la concurrencia. De reojo vi que el sacerdote solo
agachó la cabeza poniéndose la mano en la cara, supongo que por pena
ajena. Luego dio un fuerte suspiro y dirigiéndose a los presentes les
indicó que justamente, la última cena fue la que dio origen a la
eucaristía. Terminó la representación de la última cena y al retirarnos
todos los actores recibimos una gran ovación de la nutrida concurrencia.
Cuando entramos a la iglesia vimos ahí parado al pobre de Carlos, quien
parecía una ensalada ambulante, por tanta verdura que traía encima.

—¿Ya vieron, ya vieron? —nos dijo muy enfadado—. Por poco me


linchan.
—No te preocupes, muchacho —le dijo el cura—, esto que haces, Dios
no lo olvida, ya verás que bien te irá de hoy en adelante en tu vida.
—Eso espero —dijo Carlos—, porque siempre me ha ido de la chin…
perdón, muy mal —y todos reímos a carcajadas—.

Nuevamente el ladino de Gabino sacó provecho de la situación al


decirle al cura:

—Fíjese, padre, que mañana será un día muy intenso y debemos


descansar y no tenemos donde pasar la noche.
—No se preocupen, muchachos —respondió el cura—, pueden pasar la
noche en mi casa, pues tengo disponibles varias habitaciones
desocupadas, que utilizo cuando vienen prelados a visitar mi parroquia.

Pues problema resuelto, pasaríamos la noche en casa del cura, donde


también vivía mi amada. Luego de cambiarnos de ropa nos dirigimos a

237
Memorias de un LOBO

la casa del sacerdote y de inmediato nos mostró nuestros aposentos.


Luego de un sorteo para elegir habitación, Ciro y yo nos quedaríamos en
un cuarto con dos camas individuales y Carlos con Gabino en otro, con
una sola cama matrimonial. El buen sacerdote, antes de irnos a dormir,
nos invitó a merendar y cuando estábamos todos en la mesa yo no
dejaba de mirar a Violeta, viendo lo hermosa que era. Cuando
cruzábamos miradas, el buen cura se dio cuenta de que ambos habíamos
simpatizado y en seguida empezó una plática para romper el encanto.

—¿Y ustedes a que se dedican, muchachos? —preguntó el cura—.


—Pues somos estudiantes de veterinaria —contesté con orgullo—.
La charla se volvió muy agradable, al contarle al cura de nuestras
aventuras y él, no se diga, hizo lo propio contándonos de sus tropelías
cuando estuvo en el seminario. Nos dimos cuenta que ese sacerdote era
muy jovial y bromista. Fue en verdad un rato muy ameno y cuando nos
dimos cuenta pasaba ya de la media noche.

—Pues a descansar, muchachos —dijo el cura al ver el reloj—, pues


mañana nos espera un día muy intenso.

Cuando nos despedimos yo lo hice de mano con Violeta y al sentir su


suave piel con la mía, de nuevo supe que podría recorrer toda su vida
con mi mente, pero nuevamente bloqueé lo que me llegaba y soltándole
la mano solo le di las buenas noches y dando un paso hacia atrás le
mandarle un beso con la mano con lo cual ella quedó sonriendo
complacida. Sin darnos cuenta ambos suspiramos al mismo tiempo y el
padre al notar nuevamente nuestras miradas apresuró la despedida
diciéndome simplemente y con voz muy firme:

—Buenas noches, muchacho, mañana nos vemos.

Me retiré junto con mis amigos y al estar acostado cavilando en lo que


vendría, Ciro desde la suya algo me platicaba y sin sentir quedé
profundamente dormido. Dormí como nunca, pues cuando desperté era
ya más de medio día. Ya no estaba Ciro en su cama y de inmediato me
paré para ver lo que ocurría. Rápidamente me dirigí al comedor y ahí ya
estaban todos almorzando.

238
Memorias de un LOBO

—Buenos días —les dije a todos—. ¿Pero por qué no me despertaron?


—Yo les dije a tus amigos que te dejaran descansar —respondió el
padre—, pues te espera un día muy difícil.
—¿Y por que difícil? —le pregunté intrigado—.
—Pues te espera ni más ni menos que la Pasión, muchacho —respondió
impaciente el cura—. Y eso te resultará muy pesado.

Yo la verdad no sabía lo que ocurriría y cuando el cura me mencionó


paso a paso lo que vendría, me arrepentí de haber aceptado el papel de
Cristo.
—En la representación de tu presentación en el sanedrín ante los
fariseos —me explicó el cura—, no tendrás ningún problema. Pero
cuando te presenten con Poncio Pilatos, ahí empezarán los cuerazos.
—Pero supongo que los latigazos serán fingidos —dije muy seguro—.
—Pues a veces —dijo el cura—, a los “romanos” se les pasa la mano,
así que no vayas con la idea que no te dolerá nada.

Carlos se tapaba la boca para no reír a carcajadas, regocijándose por lo


que me pasaría.

—Y tú, Judas, digo, Carlos —le mencionó el cura—, no creas que la


pasarás muy tranquilo. A ti te espera el ahorcamiento y posiblemente te
llueva de nuevo la fruta.

Al escuchar lo que el padre le decía, se puso Carlos serio y tragó saliva


del susto. Esta vez fui yo el que se tapó la boca, para que no se notara
que me reía. Pues ahí vamos. Era más de medio día y la representación
de la pasión ya pronto iniciaría. Nuevamente en las calles había un
gentío y cómo pudimos llegamos a la iglesia y cambiamos de
vestimenta. La sorpresa de la jocosidad de vernos caracterizados ya
había pasado y esta vez todos estábamos serios y nerviosos, excepto
Gabino, que nuevamente se moría de la risa. Pasó lo de la presentación
ante el sanedrín y todo iba sin problemas. Pero después de que le
entregaron las monedas a Judas, tan pronto salió Carlos del escenario
que habían montado, nuevamente le llovieron todo tipo de vegetales y

239
Memorias de un LOBO

esta vez hasta huevos podridos. Yo solo escuchaba al pobre gritar


desesperado:

—¡Ya estuvo, ya estuvo! —cubriéndose la cara con la túnica que


llevaba, dejando ver sus miserias tapadas solo con una pequeña trusa—.

Luego una turba de nativos, lo pescó y luego de ponerle un arnés, lo


colgaron en medio de una calle en un improvisado patíbulo puesto ex
profeso para ese evento.

—Recuerdo a los feligreses —se escuchó nuevamente la voz del cura en


los altavoces—, que el colgado no es Judas, es solo un actor. Les suplico
le arrojen solo verduras blandas.
Y así lo hicieron, solo le arrojaron jitomates a mi pobre amigo, que
parecía un frasco de cátsup derramado una vez que terminaron de
arrojarle las hortalizas. Luego, los soldados del sanedrín me llevaron a
empujones frente al palacio municipal, donde habían puesto otro
escenario que representaría el palacio de Pilatos. Ocurrió todo el dialogo
entre Jesús y Pilatos. Luego siguió la orden del gobernador para que me
flagelaran. Me quitaron la túnica y el manto que llevaba y por debajo
solo traía puesto un especie de pañal de tela que el mismo cura me lo
había puesto muy bien amarrado.

—Al menos no estaré encuerado —pensé en ese momento—.

Me amarraron a un poste y me empezaron a flagelar con unas tiras de


cuero humedecidas previamente en pintura roja para simular las heridas.
Sin embargo, aunque no me pegaban muy fuere, algunas veces se les
pasaba la mano a los romanos y algunos latigazos me dolieron hasta el
alma. De reojo miraba a pobre de Ciro, quien ataviado nuevamente de
ángel piadoso me miraba con mucho fervor y en ocasiones derramaba
lágrimas de sentimiento al verme flagelado. A veces, al verlo tan
afligido, me ganaba la risa, misma que era sofocada con otro cuerazo
bien dado que me infligía algún romano. Luego de largo rato de
flagelación, volteé a ver a uno de los centuriones que me pegaba y le
dije muy indignado:

240
Memorias de un LOBO

—¡Ya estuvo, cabrón, te estás pasando!

Dejaron de pegarme y luego, sin previo aviso, me colocaron senda


corona de espinas, la cual era verdadera. De eso nadie me había
advertido y al sentir que se me clavaban las espinas en la piel, pasó algo
verdaderamente extraordinario. Esta vez no puedo afirmar si lo que tuve
fue una visión clarividente o simplemente una alucinación, pero vi
claramente el momento en que al verdadero Jesús, si, el Jesús de
Nazaret, le colocaban la corona de espinas en la cabeza. Puedo describir
perfectamente ahora la imagen que en ese momento tuve de Él: hombre
joven cómo de 1.80 m de estatura, delgado pero con muy buena
musculatura, de tez apiñonada, cabello hasta los hombros, ojos color
café claro, barbado, nariz larga y afilada. Pero lo que más me impactó
de esa imagen, fue haberlo visto tan lastimado, teniendo desgarres
dérmicos en prácticamente todo el cuerpo, mismo que estaba totalmente
ensangrentado. Vi también que me miraba directamente a los ojos y sin
palabras algo me decía. En la mente escuche que me hablaba con una
lengua muy extraña, sin embargo entendí perfectamente lo que decía.

—Eres alguien muy especial —me dijo— y tú vía crucis apenas inicia…

Me interrumpió uno de los romanos, quien me levantó, pues supongo


que desmaye por el dolor que me habían provocado las espinas de la
corona que aún llevaba en la testa.

—¿Estás bien? —me preguntó—.


—Si, si —le dije— ya terminemos con este asunto.

Me pusieron encima la túnica llevándome a empujones ante la multitud


y verdadera sangre corría por mi frente, por las heridas que me
provocaban las espinas. Pilatos, dirigiéndose a la multitud, gritó con
mucha fuerza:

—¡He aquí al hijo del Hombre, me lavo las manos y que sobre ustedes
caiga la sangre de este inocente!

241
Memorias de un LOBO

Al escuchar lo que Pilatos decía, se me puso piel de gallina, pues el


silencio que siguió a lo que el actor dijo, fue realmente imponente. Aún
habiendo una verdadera multitud ahí presente, solo se escuchaba el
correr del viento. Me impresionó observar el fervor de todas esas
personas, pero más impresionado quedé al ver al pobre de Ciro, que
estaba hecho un mar de llanto de tanta emoción que tenía. Me bajaron
los romanos de la tarima sobre la que estaba montado todo el escenario
y de inmediato me retiraron la túnica dejando ver nuevamente mi cuerpo
casi desnudo. Desde siempre he hecho mucho ejercicio estando en esos
días en mi mejor momento, luciendo atlética figura y al verme Violeta
ahí de pié y con solo un taparrabo, juro que quedó con la boca abierta y
luego apenada, agachó la cabeza. Sonreí complacido porque estaba
seguro que le había gustado mi cuerpo a la dama, pero rompió el
encanto un romano cuando por detrás me soltó un cuarzo bien dado.

—¡Recoge la cruz, Nazareno! —me dijo el romano—.


Y al voltear tras de mí, senda cruz vi tirada en el suelo. Me pusieron otra
túnica de utilería, previamente manchada de más sangre y luego lo
amarré con un cordel a la cintura. Me dolía horriblemente la cabeza
porque las espinas cada vez más se clavaban, pero ni modo, me urgía
que acabara la representación porque la verdad ya estaba demasiado
cansado. Sin embargo no sospechaba que aún faltaba lo más duro.

—Pues ahí voy —me dije—, a cargar con la cruz que me ha tocado que
ya es hora de mí vía crucis.

Gigantesca cruz era la que a cuestas cargaba, pero sin remedio y con
mucho esfuerzo caminé con ella, llevándola por las calles de ese
hermoso pueblo, recibiendo más latigazos de los implacables romanos.
A esas alturas todo eso que ocurría lo veía como un extraño sueño,
viendo a todas las personas que me rodeaban con una cara de
compungimiento como nunca había visto antes y aunque los romanos
casi me flagelaban de a de veras ya no sentía dolor alguno. A mi lado
venía mi buen amigo Ciro, quien había tomado muy en serio su papel de
ángel piadoso, dándome ánimos para que yo siguiera adelante. Y en un
momento dado, durante la procesión, puede al fin ver el plan de Gabino

242
Memorias de un LOBO

para obtener dinero de todo ese asunto. Noté que andaba entre la gente
con la mano extendida y diciendo sin cesar:

—Una limosna para las curaciones de Cristo, una limosna para… —y


sin excepción, toda la gente le daba—.

Me dio un ataque de risa al haberme percatado del plan de mi amigo,


cayendo de bruces al suelo con todo y cruz a cuestas. Sin haber
ensayado, esa era la primera caída de Cristo, que en este caso había
dado en forma prematura. Luego de las otras dos caídas obligadas, por
fin llegamos al montículo donde me crucificarían. A esas alturas estaba
yo más muerto que vivo de lo cansado que estaba, no pudiendo ni con
mi alma. Pensé en ese momento las que debe haber pasado el auténtico
Jesús de Nazaret cuando en verdad fue flagelado y crucificado. Pusieron
la cruz tirada en medio del pequeño cerro y luego de quitarme la túnica
manchada de sangre y tierra que llevaba, me indicaron que me acostara
sobre ella. Por mi mente pasó que me clavarían las manos de a de veras,
pero antes de acostarme sobre la cruz le pregunté al que traía los clavos,
por si las dudas:
—¿No pensará clavarle semejantes clavos en las manos, verdad?
—No se preocupe, señor —me contestó con mucho respeto el que traía
los clavos—. Lo vamos a amarrar con reatas los brazos y los clavos
serán clavados entre sus dedos anular y medio de sus manos para que al
cerrar sus puños pueda apoyarse en ellos.
—Menos mal —pensé, acostándome de inmediato sobre la cruz—.

Afortunadamente pusieron un apoyo en mis pies, para que cuando


estuviera erecta la cruz yo no me cansara demasiado. Estando acostado
sobre el madero, el hombre que traía los clavos procedió a clavarlos,
pero el muy bruto, a la hora de hacerlo, no vio que los mismos tenían
gruesas rebabas que me cortaron los dedos. Esta vez si grité de dolor,
pero todos suponiendo que era parte de la representación, solo me
miraban con lástima y muchos de ellos lloraron. No se diga las mujeres,
que lo hacían a grito pelado. Cuando al fin me clavaron, elevaron la cruz
y el espectáculo que vi fue realmente impresionante. Multitud enorme
me rodeaba y a lo lejos, negros nubarrones se acercaban, escuchándose
cómo el viento corría. Junto a mí, a cada lado, estaban crucificados

243
Memorias de un LOBO

Dimas y Gestas, con quienes hubo el famoso diálogo con el ladrón


bueno y el malo. Para los diálogos, un ayudante nos acercaba un
micrófono atado a una vara y nuestras voces se oían imponentes pues
habían colocado sendos altavoces muy potentes, además de que todo el
público presente estaba mudo por la emoción del momento. Cuando
correspondió en el diálogo referirme a María, agache la cabeza y ahí
estaba Violeta, representado a la virgen, con un actor a su lado que
encarnaba a san Juan y junto a ellos también la Magdalena.

—¡Mujer, he ahí a tú hijo! —le dije a María—, ¡Juan, he ahí a tu madre!

Vi a Violeta que lloraba como Magdalena y la que representaba a


Magdalena, la muy bruta estaba distraída, mirando a Gestas, quien era
su verdadero marido. Vi también a mi buen amigo Ciro, que también
lloraba desconsolado, hincado y con los brazos extendidos. Aunque me
dio mucha gracia ver así a mi amigo, esta vez no tuve fuerzas para
siquiera sonreír un poco. Cuando dije:

—¡Padre, ¿por qué me has abandonado? —se nubló y remotamente se


podían ver relámpagos que iluminaban las nubes lejanas—.
Yo era el más impresionado con todo eso que ocurría. Y aún más
imponente fue, cuando luego de decir con todas mis fuerzas:

—¡En tus manos encomiendo mi espíritu! —cayó un rayo muy cercano,


escuchándose un ensordecedor trueno—.

Cuando finalmente agaché la cabeza para representar la muerte de


Cristo, empezó a llover copiosamente y ahora que narro todo ese
episodio de mi vida, en verdad aún se me eriza la piel al recordar todo
aquello. Ni un guión pudo haber salido más perfecto y aunque siempre
he sido un agnóstico consumado, en esa única ocasión en mi vida, creí
que había un Dios en el cielo, mismo que en ese preciso momento me
miraba. Posteriormente un romano simuló clavarme una lanza en el
corazón y luego de eso por fin procedieron a bajarme con cuidado.
Luego que de que al fin me quitaron la molesta corona de espinas,
seguía la representación de la dolorosa, que consistía en que todos
rezarían un padre nuestro, mientras María me envolvía entre sus brazos

244
Memorias de un LOBO

para manifestar el gran dolor que sentía. Una hermosa sensación tuve
cuando yo estando tirado en el piso, me abrazó Violeta con mucho
cariño, quien lloró desconsolada apretujándome contra su cuerpo.
Estaba empapado y muerto del frío, sintiendo delicioso su cuerpo tibio
pegado al mío. Me salió lo bruto de nuevo, pues al sentir su cuerpo muy
pegado al mío, claramente sentí sus pechos y sin querer me empecé a
excitar en ese momento. Reaccioné rápidamente, pues para que se me
quitara lo cachondo recé mentalmente el padre nuestro y asunto
resuelto. Cuando estaba concentrado en mi rezo con los ojos cerrados,
sin sentir entró a mi mente una visión que me dejó desconcertado. Esta
vez me vi a mi mismo junto a Violeta frente a un altar. ¡Me estaba
casando con ella! Me vi con el cabello corto, barba bien delineada y con
cara de enorme felicidad. Y ella no se diga, hermosísima se veía y
también con cara complacida. Abrí los ojos y vi a Violeta, que al ver
que le sonreía, me acarició una mejilla secándome el rostro con su tersa
mano.

—¿Te casarías conmigo? —le dije muy quedito—.


—No te escucho —me respondió en secreto, agachando la cabeza,
diciéndome eso al oído—.

Y yo en secreto le volví a decir, pero esta vez al oído y dándole un


tierno beso en la mejilla:

—¿Qué si te casarías conmigo?

Levantó la cabeza y abrió enormes ojos luego de haber escuchado la


declaración que le hacía. Me alegré mucho cuando sonrió apenada y
luego asintió con la cabeza. Sin duda era ella la mujer de mi vida.

—Luego platicamos —le dije nuevamente en secreto y asintió otra vez


con la cabeza—.

Una vez terminado el rezo, entre muchos me cargaron y me llevaron a la


iglesia y tras de mí nuevamente una muchedumbre me seguía. Ya en la
iglesia, me metieron al sagrario y junto a mi también entraron todos los
actores que habían intervenido en la representación y emocionados

245
Memorias de un LOBO

aplaudieron felicitando al cura por lo exitoso de todo ese evento. El


padre estaba muy conmovido, diciendo con lágrimas en los ojos:

—Les agradezco a todos su participación en esta representación, que ha


resultado la más hermosa que he presenciado. Y en particular, agradezco
a los muchachos forasteros que nos sacaron del apuro al haberse
ofrecido a dar vida a los personajes más importantes de esta
representación sin interés alguno.

El padre me buscó con la mirada y luego me dijo:

—Mil gracias, mí querido Lobo.

Agradeció también al ángel piadoso, que a esas alturas había perdido


todo el plumaje por tanta lluvia caída. Luego buscó a Carlos y los
presentes volteamos hacia todos lados, preguntándonos desconcertados:

—¿Dónde quedó Judas?

Pobre de mi amigo, lo habíamos olvidado, estando aún colgado a media


calle todo empapado y con el ánimo hasta los suelos. Salimos todos
corriendo y luego de haberlo encontrado, por fin lo bajamos y el padre
lo felicitó por su fortaleza y estoicismo por haber soportado esa prueba
tan dura.

—Gracias, Carlos —le dijo el cura—. Te aseguro que Dios recomenzará


tu sacrificio.

Yo estaba muerto de cansancio y una vez en la casa del cura me metí a


bañar enseguida. El agua que escurría de mis pies estaba más sucia que
nunca, con una mezcla de sangre artificial y mía, además de mucha
tierra también mezclada en ella. Cuando me lavaba la cabeza pude sentir
claramente los orificios producidos por la corona de espinas, pero
extrañamente no me dolían nada y de ellos no salía sangre alguna. Al
cerrar los ojos para que me cayera agua en el rostro, nuevamente vi la
cara de Jesús cuando me hablaba en la visión tan impáctate que tuve
cuando me pusieron la corona de espinas. Cuando terminé de bañarme

246
Memorias de un LOBO

enseguida me dirigí al comedor pues también un hambre de lobo traía y


luego de comer nos fuimos a descansar pues todos estábamos ya muy
cansados. Cuando mis tres amigos y yo platicábamos en una de las
habitaciones comentando todo lo que había ocurrido, Carlos le preguntó
a Gabino:

—A ver, vamos a hacer cuentas ¿cuánto dinero recolectaste?

Gabino metió ambas manos a sus bolsillos y sacó una cantidad


impresionante de billetes. Había más que suficiente para el regreso y
aún nos quedó para cada uno gran cantidad de dinero. Decidimos partir
a casa al siguiente día pues ya habían sido demasiadas aventuras en tan
pocos días y estábamos realmente cansados de tantas emociones vividas.
El sábado por la mañana, después de desayunar nos despedimos del cura
y al estar yo frente a Violeta, le tomé ambas manos y le dije sin titubeos:

—Te juro que vendré pronto por ti, mi amor —dándole un tierno beso
en la boca—.

Con ella me carteaba constantemente y la iba a visitar durante las


vacaciones, siendo ese un noviazgo a la antigua, pero a mí me
encantaba. Sin duda todo ese episodio vivido en ese hermoso pueblo ha
sido de lo más importante en mi vida, pues no solo conocí a la que sería
mi esposa, si no que por primera vez sentí que realmente había un Dios
allá arriba. Cavilé siempre respecto a la extraña visión que de Jesús
tuve, estando también seguro que lo que Él me dijo en ese momento fue
más bien un simbolismo, pues mí vía crucis lo viví toda mi vida a partir
de ese momento. Durante el camino hacia casa, cuando estaba en el
autobús mirando el paisaje por la ventana, no podía apartar de mi mente
a Violeta, pues al cerrar mis ojos, podía ver los suyos y sentía de nuevo
que el corazón se me salía del pecho. Me había enamorado como nunca
de una mujer realmente bella y lo mejor de todo es que ella me
correspondía.

He de comentarle al lector que cuando leí la anterior aventura de


nuestro personaje, reí como nunca. Y a pesar de que en este episodio de
su vida toca un tema muy delicado, yo en ningún momento me sentí

247
Memorias de un LOBO

ofendido a pesar de ser un evangelista practicante. Aún con la


jocosidad que hubo en todas esas situaciones que narra el protagonista,
nunca falta al respeto ni a la religión y menos a la figura de Cristo. Y
efectivamente, como nuestro personaje comenta en el anterior párrafo,
apenas en esos días había empezado su vía crucis, pues las cosas que le
ocurrieron en el futuro fueron inesperadas y a veces sumamente
dolorosas. La siguiente narración afortunadamente está completa y a
mi me dejó realmente impactado. Se pierde un fragmento de algunos
meses y luego continúa…

…realmente impresionante la velocidad en que Orozco suturaba. Ese


profesor era el más hábil cirujano que había conocido y no me explicaba
por qué no era él mismo el jefe de la materia de terapéutica quirúrgica.
El encargado de esa jefatura, un tal Gutiérrez, era un tipo pedante que
nunca nos enseñó algo nuevo. Parecía que guardaba con celo su
sabiduría, pero al verlo operar se notaba que no era muy bueno, estando
todos seguros que ese puesto lo había obtenido por compadrazgo.
Aunque a mi grupo le correspondía cómo profesor al mismo Gutiérrez,
yo me le pegué a Orozco y lo asistía a cuanta cirugía practicaba,
aprendiendo sus técnicas quirúrgicas como si yo fuera esponja.

—El día que tú aprendas a suturas a mi velocidad —me decía—,


merecerás todos mis respetos, pues nunca nadie me ha vencido.
Estoy seguro que eso me decía pues veía potencial en mí a la hora de
operar. Sin embargo, vi ese comentario como un reto y cuando llegaba a
casa me la pasaba todas las tardes practicando suturando pollos muertos.
Pasando algunas semanas de arduas prácticas con esos pollos y también
practicando en el quirófano cuando tocaba mi clase, me sentí capaz de
retar a Orozco y cuando en una mastectomía bilateral masiva en una
perra de gran talla estaba Orozco a punto de cerrar, fue el momento de
retarlo a un duelo de velocidad. Debo mencionar que esa pobre perra
tenía tumores masivos en sus glándulas mamarias. Luego de que entre
Orozco y yo terminamos de extirpar todos los tumores, quedaron dos
largas heridas longitudinales y paralelas de más de 20 centímetros de
longitud. Orozco estaba de un lado y yo enfrente a él. Sin decir nada,
con la mirada nos retamos y le pedimos a un asistente nos diera a ambos
la sutura, nylon de 00, en este caso. Cuando ambos estábamos listos

248
Memorias de un LOBO

cada quien con el porta agujas en una mano y pinzas de disección en la


otra, Orozco respiró muy fuerte y dijo simplemente:

—¡Una, dos, tres…!

Y ambos empezamos a suturar simultáneamente las dos heridas. Uno de


los asistentes estaba tomando el tiempo con un reloj y entre los alumnos
que habían ido a ver esa cirugía se escucharon murmullos. Cuando iba a
mitad de la herida di un rápido vistazo a mi oponente y vi que me
aventaja un poco y apresuré el paso. Al momento de cortar el último
punto, ambos lo hicimos exactamente al mismo tiempo escuchándose
aplausos de los asistentes, habíamos terminado ambos en menos de un
minuto.

—Realmente eres muy bueno —me dijo Orozco al quitarse el cubre


boca—, pero no mejor que yo.

Sonreí satisfecho por el comentario sabiendo que al menos había


igualado al mejor cirujano que conocía. Aunque en diversas ocasiones
tuvimos competencias semejantes, jamás logré vencer la velocidad de
ese diestro cirujano. Mis otros dos amigos, Carlos y Gabino, también
eran muy hábiles en cirugía, no así el buen Ciro, que nunca se atrevió a
realizar ni la intervención más pequeña. Para aprobar la materia había
que hacer un examen final realizando una ovario histerectomía en una
perra. El día del examen de Ciro yo fui su asistente y cuando el profesor
Gutiérrez se distrajo, fui yo el que hizo todo el procedimiento, acabando
en un momento. Cuando pasó el profesor de nuevo, vio que Ciro ya
estaba cerrando la herida lentamente y yo le dije al que lo examinaba:

—Con qué velocidad terminó mi amigo ¿verdad, maestro? —y luego de


anotar algo en una libreta, sin decir nada el profesor se fue al quirófano
de a lado a examinar a otro compañero—.

Mi buen amigo pasó con 10 la materia. Faltaba menos de un año para


terminar la carrera y fe ciega nos tenía Ciro a mí y a mis otros dos
amigos. Ya a Gabino le había puesto su padre una veterinaria y Carlos y
yo íbamos a diario a dar consulta y hacer cirugías. Ahí los tres

249
Memorias de un LOBO

adquirimos muchísima experiencia, haciendo a veces complicadas


operaciones en los propios chiqueros. Su veterinaria estaba ubicada en
una populosa colona cerca de Netzahualcóyotl y ahí muchas personas
tenían cerdos en sus traspatios. Fueron incontables las cesáreas que
hicimos en cerdas, aprendiendo a hacer cirugías en condiciones
extremas. Y lo mejor, siempre salían avante nuestros pacientes. Por esos
rumbos era también muy común que envenenaran a perros y nos
hicimos expertos en toxicología, aprendiendo a diagnosticar el veneno
que usaban con solo ver los síntomas que presentaban los pobres
animales afectados, anestesiándolos, lavando sus estómagos de
inmediato y aplicando el antídoto que correspondía. Además en esa
colonia era común la rabia y sendos sustos llevamos a veces al lidiar con
perros rabiosos. Por pura precaución todos nos tuvimos que vacunar
contra la rabia, pues es bien sabido que esa enfermedad es espantosa y
siempre mortal. Ciro, nunca practicó la veterinaria y en cambio atendía
la ferretería de su familia yéndole muy bien económicamente. Sin
embargo sabía perfectamente de nuestras habilidades porque muchas
veces fue testigo de nuestras proezas. Un primo suyo tenía un enorme
rancho en algún poblado del estado de Guerrero y sabiendo que Ciro
estaba a punto de terminar su carrera, le pidió de favor que fuera a
revisar su ganado porque muchos animales estaban muriendo
misteriosamente. El primo de Ciro ignoraba que éste no tenía la menor
experiencia en medicina y mucho menos con el ganado, pero para no
quedar mal con su pariente nos invitó al pueblo citado para que
fuéramos nosotros, Carlos, Gabino y yo, los que diagnosticáramos la
enfermedad que estaba diezmando al ganado de su primo.

—Por favor —nos rogaba Ciro saliendo de una clase—. Yo pago todos
los gastos, pero acompáñenme a revisar ese ganado.

Por más que hago memoria no me puedo acordar del nombre de ese
pueblo, lo que si recuerdo es que está enclavado en la sierra guerrerense
y que hace ahí un calor del demonio. A Carlos y Gabino no les agradaba
la idea de ir a un pueblo tan recóndito, pero yo mismo me encargué de
convenceros.

250
Memorias de un LOBO

—No le saquen, jotos —les decía—, que, ¿tienen miedo de emprietarse?


—sabiendo yo que ambos son muy morenos—.
—No es eso, Lobo —me refutó Gabino—. Lo que pasa es que no
podemos dejar la Veterinaria sola, además ninguno del los tres sabemos
mucho de bovinos.
—Nada, nada —le dije—. Le debemos muchos favores al buen Ciro y
no lo podemos dejar solo. Además el viaje será el fin de semana.

Carlos y Gabino reflexionaron un poco y luego mirando la carita de


víctima del buen Ciro no tuvieron más remedio que acceder. Y ahí
vamos, emprendiendo una nueva aventura, la cual nos depararía
enormes sorpresas y donde me di cuenta de que los poderes que yo
poseía eran más grandes de lo que yo mismo creía. Quedamos en que un
viernes por la mañana el primo de Ciro pasaría por cada uno de los
amigos a nuestras respectivas casas y nosotros llevaríamos nuestros
maletines con medicamentos, instrumental y demás implementos para
recolección de muestras en caso de la necesidad de recurrir a algún
laboratorio clínico para el diagnóstico de la misteriosa enfermedad. Una
vez que ya todos veníamos en una enorme camioneta del primo de Ciro,
empezamos primero a preguntarle a éste por los síntomas que
presentaba el ganado afectado.

—Pues miren, muchachos —nos empezó a explicar—, los animales


afectados primero están tristes, luego dejan de comer y beber, se quedan
parados con la cabeza agachada y de repente pegan la carrera chocando
con las trancas. Así duran de 3 a 5 días, luego se caen, patalean
fuertemente y finalmente mueren.
Mis amigos y yo nos quedamos mirando entre sí desconcertados, pues la
verdad no teníamos la menor experiencia clínica de ganado bovino. A
pesar de que ya todos habíamos cursado la materia de clínica de
bovinos, nunca nos enseñaron un caso semejante. Los síntomas eran
parecidos a una enfermedad llamada listeriosis, pero el cuadro completo
no checaba.

—No te preocupes —le dije al primo de Ciro—, llegando a tu pueblo


revisamos al ganado y te darnos nuestra opinión.

251
Memorias de un LOBO

—No inventes —me dijo Gabino en secreto, pues ambos veníamos en


un asiento posterior—, no tengo ni la más puta idea de lo qué se trata.

Tragué saliva cuando volteó a verme esta vez Carlos, quien tenía cara de
perplejidad, porque yo suponía que alguno de nosotros tendría al menos
una remota idea de lo que se trataba. Tenía miedo que quedáramos
como estúpidos al no poder ayudar al angustiado primo de Ciro.

—En que lio nos hemos metido —pensaba—.

Pero ni modo, la aventura ya estaba emprendida y no podíamos dar


marcha atrás. Durante todo el camino veníamos en silencio y por lo
menos yo trataba de hacer memoria sobre lo que nos habían enseñado en
las clases de enfermedades infecciosas del ganado y la de clínica de
bovinos que acabábamos de cursar. Conforme nos adentrábamos en la
sierra guerrerense iba haciendo mucho calor que cada vez era más y más
insoportable. Ya entrada la tarde al fin llegamos al pueblo y
monumental sorpresa llevamos al ver que prácticamente todos los
habitantes del pueblo nos esperaba en la plaza. Al ver que nos
acercábamos, la banda del pueblo empezó a tocar a la vez que algunos
pobladores lazaban cohetones. No lo podíamos creer, nos estaba
recibiendo como héroes, pues el problema de esa enfermedad estaba
diezmando prácticamente a todo el ganado del pueblo y sabrá Dios que
cosa les diría de nosotros el primo de Ciro a todos los del pueblo, pues
creían que éramos una especie de sabios que les resolveríamos el
problema. ¡En buena nos habíamos metido! Me dio tanto miedo, que
por mi mente pasó que hasta nos lincharían si no les resolvíamos el
problema. Bajamos del vehículo y los vítores eran estruendosos,
palmeándonos las espaldas con cariño toda la gente del pueblo.
Estábamos mudos del asombro y a lo lejos se escuchaba por el altavoz
de la iglesia la voz del párroco dándonos la bienvenida.

—Bienvenidos, doctores —decía el cura por el altavoz—, esta es su


casa.

Luego el primo de Ciro nos dijo que subiéramos a su camioneta para


llevarnos a su rancho, mismo que esta a unos 3 kilómetros del pueblo.

252
Memorias de un LOBO

Nos dirigimos a la camioneta y al caminar entre tantas personas


confiadas en que nosotros le podíamos ayudar, me sentí como un gusano
al ver sus caras llenas de esperanza, pues absolutamente todos en ese
pueblo vivían del ganado que poseían. Llegando al rancho del primo de
Ciro, le dije de inmediato:

—Nos gustaría ver alguno de los corrales dónde tengas a algún animal
enfermo.
—Desde luego —me dijo—, pónganse sus botas y overoles para ir al
corral.

Fuimos primero a la casa y luego a la habitación que nos habían


designado. El cuarto donde pasaríamos la noche era enorme, típico de
las casas antiguas de pueblo, techo altísimo cubierto de manta de cielo y
en medio de la habitación un enorme ventilador muy viejo. Cuatro
enormes camas con cabeceras de latón estaban dispuesta paralelamente,
parecidas a las que tenía mi abuelo en su casa. A pesar de que hacía un
calor infernal yo quedé helado al entrar a ese cuarto. Tuve una sensación
muy extraña, como nunca antes había tenido. Sentía una presencia, pero
maligna, que hizo que se me erizara la piel. A la vez sentí que alguien
tenía mucho dolor y sufrimiento y de nuevo tuve la sensación de
presencias. Eso no me ocurría desde que era niño y tuve miedo de que
nuevamente pudiera ver a almas perdidas. Quedé ahí parada tratando de
identificar lo que a mi mente llegaba, pero Gabino me sacó de mi
concentración.

—¿Qué te pasa, wey? —me preguntó desconcertado—. Parece que estás


ido.
—Nada, nada —le dije—. Es que me siento cansado.
—Bueno —me dijo—, ahora, ¿qué chingados vamos a hacer si no
diagnosticamos esa enfermedad?
Esa pregunta me trajo a la realidad. Tomé aire y tratando de
concentrarme en el problema por el que estábamos en ese pueblo le dije:

—Tranquilo, primero vamos a ver directamente a algún animal enfermo


a ver si alguno de nosotros hemos visto algo semejante ¿sale?

253
Memorias de un LOBO

Y estando todos de acuerdo nos cambiamos y salimos de inmediato para


enfrentar el problema. Ya era algo tarde y empezaba a obscurecer, sin
embargo nos urgía ver a algún animal afectado para empezar a estudiar
el caso. El primo de Ciro nos llevó a un corral pequeño donde ya había
separado a una vaca afectada. La vaquilla estaba parada justo en medio
del corral con la cabeza agachada y con la respiración lenta. Todos,
excepto Ciro, quien se quedó sentado en una tranca del corral, nos
metimos para ver al animal de cerca.

—Cuidado con la vaquilla —nos advirtió el primo de Ciro—, a veces es


traicionera.

Carlos volteó a ver a Ciro y al ver su pasividad le gritó disgustado:

—¡Baja, cabrón!

A regañadientes Ciro brincó del tronco en el que estaba sentado cayendo


de bruces boca abajo batiéndose completamente la cara en estiércol.
Todos reímos a carcajadas, pero la vaquilla se asustó al oírnos y
arremetiendo contra Ciro, quien aún estaba ahí tirado. Mi pobre amigo
al ver inminente la embestida le dio tanto pánico, que lo único que se le
ocurrió fue volver a meter la cabeza en el estiércol y quedar
inmovilizado. Todos corrimos y a empujones distrajimos al animal
salvando de una cornada a nuestro amigo. Como pudimos todos salimos
muy agitados y al ver la cara de Ciro completamente llena de estiércol
rompimos en tremendas carcajadas.

—¡Pinche vaca! —decía Ciro con el corazón aún en la garganta—, por


poco me mata.

Volvimos a ver a la vaquilla, misma que estaba nuevamente como


hipnotizada viendo el suelo en medio del corral. Estábamos realmente
desconcertados de esos extraños síntomas.

—¿Qué chingados tiene la vaca? —nos preguntó impaciente el primo de


Ciro—.

254
Memorias de un LOBO

Nos quedamos mirando y luego se me ocurrió salir del apuro


simplemente diciendo:

—Déjanos discutir entre nosotros en la noche, mañana te decimos que


hacer.
—¿Seguro sabrán lo que tiene mañana? —me preguntó esta vez muy
enojado—.
—Seguro —le confirmé, pero tragando saliva—.

Volvimos a la casa, estando yo muy preocupado, no solo por esa rara


enfermedad que padecía el ganado, sino por la extraña sensación que
había tenido al entrar a ese cuarto. Pero ni modo, tenía que dormir en
alguna parte y no había más remedio que dormir ahí mismo. Nos
invitaron a cenar y cuando estábamos en la sobremesa, quise salir de la
duda respecto a la sensación que había tenido al entrar a ese cuarto,
cuestionando directamente al primo de Ciro.

—Oye —le dije—, ¿en esta casa ha muerto alguien recientemente?


—No lo sé —me respondió desconcertado—. ¿Por qué lo preguntas?

Sin saber de momento que decirle, se me ocurrió una respuesta muy


buena.

—Lo que pasa —le dije—, es que tengo la duda de que esa extraña
enfermedad haya afectado a gente.
—Para nada —me dijo—. Últimamente no ha fallecido nadie en la
familia.

No sabía cómo preguntarle más al respecto y sabiendo perfectamente


que en esa habitación había ocurrido una muerte espantosa en el pasado,
esta vez le pregunté al abuelo del primo de Ciro, anciano cercano a los
100 años que se hallaba en una mecedora dormitando despreocupado y
cuyo nombre me pareció muy chistoso: Eustaquio, porque el pobre
estaba bien sordo.

—¡Disculpe, señor Eustaquio! —le dije gritando—. ¿En el cuarto


donde vamos a dormir murió en el pasado alguna persona?

255
Memorias de un LOBO

El anciano se me quedó mirando y luego de morderse varias veces los


labios con las encías, pues ya no le quedaba ni un solo diente, nos contó
una historia que nos dejó a todos helados.

—Cuando recién me había casado —nos empezó a platicar—,


estábamos en plena revolución. Mi papá de regalo de bodas me regaló
este rancho. Pues resulta que no teníamos ni dos meses de casados Cuca
y yo, cuando se escucho en el pueblo el rumor de que un forajido
asesino se había refugiado en la sierra…

Todos estábamos muy atentos escuchando al don Eustaquio y éste de


repente echó la cabeza para atrás y empezó a emitir sonoros ronquidos.

—¡Abuelo, abuelo! —le gritó el primo de Ciro, moviéndole una


pierna—. Nos estabas contando lo del asesino.

El anciano despertó diciendo enseguida:

—¿En qué me quedé?


—En el rumor de que un asesino se refugió en la sierra —le contestó
Carlos con cara de miedo—.
—Ah, sí —dijo el anciano mordiéndose nuevamente los labios—. Pues
no era un rumor. El asesino era un desertor de los pelones (así le decían
a los soldados federalistas que combatían contra los revolucionarios)
que escapó del ejercito porque lo acusaban de asesinato. Lo apodaban
“el chueco” porque tenía una espantosa cicatriz cruzándole el rostro.
Además de ser un tipo muy feo, tenía fama de desalmado y era
perseguido por los revolucionarios y por los pelones. Después de unos
días se confió y bajó al pueblo en su caballo y al desmontar de
inmediato lo reconocieron, porque habían puesto en todos lados muchos
carteles con su retrato ofreciendo cinco mil pesos por su cabeza, una
fortuna en esos tiempos.
El anciano tomó aire y continuó con su relato, no sin antes volver a
morderse los labios:

256
Memorias de un LOBO

—Los habitantes del pueblo lo rodearon, pero el muy vil sacó un


revólver y mató a seis personas. Una bala para cada uno ¡Yo lo vi, yo lo
vi! —gritó el anciano—. Tenía un tino del demonio el muy desgraciado.

Se notaba perfectamente que a don Eustaquio le había afectado mucho


todo eso que había pasado hacía tanto tiempo. Sin embargo, lo que nos
narró luego nos dejó aún más fríos.

—Luego —continuó con su narración—, cuando vio que ya no tenía


balas, sacó un enorme cuchillo y agarró a una mujer embarazada que se
había refugiado en el porche de una casa y grito amenazante poniendo el
enorme cuchillo en el cuello de la pobre mujer: —¡Atrás, malditos,
atrás, si se me acercan le corto el cuello a esta pinche vieja!

Al narrar todas esas cosas, don Eustaquio estaba muy alterado y hasta el
sueño se le había quitado.

—Luego —continuó—, subió a la mujer a su caballo. Tenía una fuerza


tremenda ese maldito, porque a pesar de que la mujer estaba bien gorda
y a punto de aliviarse, la subió como si nada. Luego él se montó y
emprendió la huida a todo galope. La mujer gritaba desesperada y el
muy maldito la golpeaba con el fuete que llevaba para que se callara.
Todos lo habitantes del pueblo estábamos bien encabronados.
Montamos nuestros caballos y empezamos a perseguirlo.

A estas alturas de la narración los presentes estábamos muy atentos e


impactados por esa historia, cuando de repente cayó un estruendoso
relámpago y todos brincamos del susto.

—¡Ay, en la madre! —gritó aterrado Carlos, pues a él esas historias le


daban mucho miedo—.

Había iniciado una tormenta y el ambiente se puso más tétrico, pues los
relámpagos continuaron y la corriente electica empezó a fluctuar,
subiendo y bajando la intensidad de la luz de las bombillas del comedor
donde estábamos. Los ventiladores del techo hacían ruidos extraños por
la variación del voltaje y eso creaba un ambiente aún más espeluznante.

257
Memorias de un LOBO

Tormentas semejantes son muy frecuentes en esa zona y cuando ocurren


generalmente duran toda la noche.

—Asómate a la ventana, a ver si ves algo —le dije a Carlos—.

El pobre, haciendo un lado la cortina se asomó y dijo muy asustado:

—No se ve ni madres.

Me acerque con sigilo detrás de él y luego le piqué las costillas a la vez


que le gritaba un fuerte —¡Buuuuuu!—.
Casi llega al techo del susto y todos irrumpimos con sonoras carcajadas.

—Piche Lobo —me reclamo Carlos enfadado—, por poco me infarto.


—Anda, abuelo —le dijo el primo de Ciro al anciano—, continua con la
historia.
—¿En que me quedé? —preguntó don Eustaquio—.
Y todos al unísono le recordamos:
—Perseguían al forajido.
—Ah, si —respondió—. Empezaba a punto de anochecer pero no lo
perdíamos de vista al muy maldito. El caballo donde iba se empezó a
cansar y al desgraciado se le ocurrió meterse a mi rancho, a este donde
ahora estamos.

Todos nos quedamos mirando del asombro y Carlos, con ojos


desorbitados le preguntó con voz temblorosa:

—¿A este rancho?


—Si, muchacho, a éste mero rancho —le contestó el viejito con
impaciencia y continuó narrando—: Desmontó del caballo y luego bajó
a la mujer, que no dejaba de dar alaridos. Al escuchar tanto alboroto
salió pronto la gente de mi rancho. Sacaron las carabinas y le apuntaron
al forajido.
—¡No disparen, no disparen! —gritó el esposo de la mujer, quien era
integrante de los perseguidores—.
—El forajido —continuó el anciano—, llevó a rastras a la mujer a la
casa y se metió a ese cuarto —señalando don Eustaquio el cuarto donde

258
Memorias de un LOBO

dormiríamos— y cerró con tranca la puerta. Adentro se oían los gritos


desesperados de la mujer embarazada y su marido enloquecido intentaba
tumbar la puerta a patadas. Afuera toda la gente gritaba para que soltara
a la mujer y de repente se escuchó la voz del delincuente que gritaba:
—¡No me voy a morir solo, me voy a llevar entre las patas a esta pinche
vieja!
—El maldito desgraciado —continuó el anciano—, degolló a la mujer y
luego con el mismo cuchillo le abrió la panza y le sacó al niño.

Otro espeluznante relámpago iluminó la habitación donde estábamos


escuchando a don Eustaquio y pronto se oyó un ensordecedor trueno.
Estábamos impactados y mudos ante esa historia tan espantosa. El
anciano tomó aire y continuó con la narración:

—Se escuchó entonces el llanto de un bebé y el padre desesperado


seguía intentando tirar la puerta hasta con los puños sin suerte alguna.
Luego desde adentro el asesino gritó fuerte para que todos lo oyeran:
—¡También voy a matar a este bastardo!
—¡No, no, no! —gritaba el padre de la criatura dándole puñetazos
desesperados a la puerta—.
—Luego —siguió el viejito—, se escucho el llanto del niño y poco
después ese mismo llanto se volvió opaco hasta que se extinguió.
¡Maldito perro desgraciado! —gritó con llanto en los ojos don
Eustaquio—, ¡También degolló al bebé! Instantes después por debajo de
la puerta empezó a escurrir mucha sangre quedando un enorme charco.
Algunos llegaron corriendo con un tronco y a manera de ariete
empezamos a golpear la puerta, hasta que la derribamos. Yo mero fui el
primero en entrar y al ver lo que había pasado, casi vomito al ver a la
mujer sin cabeza ahí tirada junto a la puerta, toda batida en sangre y al
maldito asesino aún con el cuerpo del bebe pero también sin cabeza, la
cual estaba tirada en el suelo junto con el cuchillo. Todos nos
abalanzamos contra el asesino, éste aventó el cuerpo del niño y cuando
intentaba tomar su cuchillo del suelo, tratamos entre todos de sujetarlo.
A pesar de que éramos más de 20 no podíamos contra él. Con ferocidad
lanzó un fuerte golpe dándole al esposo de la degollada, quedando éste
tirado inconsciente junto al cuerpo de su mujer. Ese loco se defendía
como una bestia herida, hasta que por fin lo sometimos y le atamos las

259
Memorias de un LOBO

manos a la espalda. Yo mismo tomé el cuchillo del suelo y se lo acerqué


a la garganta.
—¡Más vale que me mates ahorita mismo, hijo de puta! —me gritó el
maldito asesino—. Porque si no yo mismo te voy a clavar ese cuchillo
en el culo.
—Me armé de valor —siguió narrando muy serio don Eustaquio— y sin
mediar palabra, le metí el enorme cuchillo en la panza. En vez de
morirse el maldito, lanzó una carcajada y me dijo enseguida:
—¡Voy a regresar por ti maldito y te voy a llevar al infierno!

Don Eustaquio estaba visiblemente afectado y al notar eso su nieto le


dijo para que se calmara:

—Basta por hoy, abuelito…


—¡No, no, no! —le contestó muy molesto don Eustaquio—, déjame
terminar de contar —y empezó con el epílogo de esta terrible historia—:
—Al ver que no se moría ese mal nacido, le saqué el cuchillo de la
panza y sin más, le corté la garganta para que ya se callara. Aún
ahogándose en su propia sangre, el maldito seguía riendo hasta que por
fin se murió quedando con los ojos muy abiertos mirándome y con
cínica sonrisa en el rostro —concluyó—.

Ahora comprendía todo. En ese cuarto habitaba la malvada alma de ese


desgraciado atrapada en el plano intermedio entre el más allá y éste
mundo y tenía presos ahí mismo a la mujer y al bebé que había
degollado. Por eso había sentido tanta maldad y al mismo tiempo tanto
dolor al estar en esa habitación maldita.

—¿Por qué nunca nos habías contado esa historia, abuelo? —le
preguntó su nieto al viejito—.
—Pues porque simplemente —respondió—, nunca antes me habían
peguntado.

Y su nieto le hizo otra pregunta que dejó helados a mis amigos:


—¿Es por eso que a veces se escuchan ruidos extraños en ese cuarto,
abuelito?
—Ni más ni menos, hijo —le contestó el anciano—.

260
Memorias de un LOBO

—Si piensan que voy a dormir en ese cuarto —comentó Carlos con los
ojos desorbitados—, están muy equivocados.

Gabino y Ciro estaban también muy asustados y estuvieron de acuerdo


con Carlos en tampoco dormir en la habitación maldita. El primo de
Ciro al ver que nadie quería dormir en ese cuarto nos dijo:

—Miren, aquí en la estancia está el sofá cama dónde podrían caber dos
de ustedes.
—¡Yo ahí me quedo! —se apuntó de inmediato el miedoso de Carlos—
.

Pues a fin de cuentas, mis tres amigos decidieron quedase ahí, juntos y
muy apretados en ese pequeño sofá cama, quedando, por supuesto,
Carlos en medio.

—¿Quieres dormirte en la camioneta? —me preguntó el primo de


Ciro—.
—Claro que no —le respondí—. Con este piche calor y lloviendo, sin
poder abrir las ventanas, me sofocaría. No me importa —le seguí
diciendo—, me quedo en el cuarto maldito.
—¿En serio? —me preguntó muy sorprendido—.
—Desde luego —le dije muy seguro— ya estoy curado de espanto.

En realidad quería estar solo en esa habitación para ver si podía rescatar
el alma del bebé y la pobre señora degollada. No sabía en lo que
realmente me estaba metiendo pues nunca antes me había enfrentado
con un alma maldita. Sin más, me metí al cuarto, cerré la pesada puerta
de madera y puse la tranca. Tomé aire muy fuerte y no se por que lo
hice, pero muy quedito empecé a rezar un padre nuestro. En ese
momento recordé la visión que tuve de Cristo cuando fue la
representación en Acala, pidiéndole con fervor me ayudara.

—Dame fuerzas, Dios mío —pedí con fervor, pues en ese momento
volví a sentir la presencia maldita del asesino—.
Se me erizaron los cabellos cuando a lo lejos escuché el aullar de
muchos perros y un sinfín de rayos que no cesaban. El alma de ese

261
Memorias de un LOBO

maldito se quería manifestar en este mundo. La tormenta era muy fuerte


y las fluctuaciones del voltaje en la red eléctrica eran intensas sacando
chispas el ventilador del techo. Sabiendo que afuera de ese cuarto no se
escucharía nada, pues la puerta era muy gruesa y la lluvia tan intensa era
ensordecedora, grité con fuerza:

—¡Manifiéstate, maldito, no seas cobarde!

Y justo enfrente de la puerta, como si la estuviera custodiando, apareció


poco a poco el espectro del chueco, que era mucho más feo y enorme de
lo que había imaginado. No era un espectro bien definido e intuí que al
sentir él que yo tenía control sobre este mundo y el plano donde él
estaba atrapado, no se manifestó por completo. Estaba seguro que tenía
miedo de que yo lo venciera.

—¡Aquí estoy, hijo de puta! —me dijo el espectro tratando de


amedrentarme—, ¡Me voy a quedar con tu alma!

Inmediatamente después escuché claramente los gritos desesperados de


una mujer y el llanto de un bebé.

—¡Déjalos ir, maldito! —le grité muy enfadado—. ¡No seas cobarde y
entra por completo a mi mundo! Qué ¿Me tienes miedo? —lo reté—.

Se fue difuminando el espectro del chueco y solo se escucharon sus


espeluznantes carcajadas, los gritos de la pobre mujer atrapada y el
llanto desesperado de un bebé recién nacido. Sentí la obligación moral
liberar a esa mujer y al niño. Sabía que ese maldito me tenía más miedo
a mí que yo a él, así que a cómo diera lugar tenía que entrar al limbo
donde se encontraban y tratar de rescatar a esas personas, pero ¿Cómo?
En ese momento recordé cuando toqué la centella, aquella noche cuando
fui con mi amigo Sergio a una cabaña abandonada y pude entrar sin
querer al inframundo. La electricidad tenía que ver con ese hecho; era
como una llave para que yo pudiera entrar a ese plano. Miré alrededor
del cuarto y luego levanté la cabeza al escuchar un chispazo que salía
del viejo ventilador del techo luego de que había caído un rayo, pues la
tormenta aún estaba en pleno apogeo. Lo apagué con el interruptor que

262
Memorias de un LOBO

estaba junto a la puerta y luego subiéndome a una silla, cómo pude, lo


arranqué del techo jalando el alambre que lo alimentaba. Desconecté los
alambres del aparato jalándolos hasta abajo. Respiré muy fuerte y me
puse junto a la puerta en donde momentos antes se había manifestado el
espectro. Apreté muy fuerte los extremos pelados del cable, uno en cada
mano. Estaba seguro que la descarga que recibiría no sería mortal
porque en ese momento el voltaje era muy bajo. Miré mi viejo reloj y
éste marcaba las 3:03 de la mañana y 15 segundos. Luego y sin pensarlo
mucho, activé el interruptor. Recibí la descarga apretando muy fuerte
los dientes y de inmediato mi mente se sumergió en el plano intermedio
y me vi ahí parado rodeado de una espesa neblina. De inmediato sentí la
presencia del maldito y escuché los gritos de la mujer y el llanto del
niño.

—¡Ayúdanos, por favor, ayúdanos! —me imploraba la mujer


desesperada—.

Frente a mí pude al fin conocer a la mujer que el chueco había


degollado. La vi toda ensangrentada, una línea de corte tenía alrededor
del cuello, del cual a todo momento sangre le brotaba y en los brazos
tenía a su bebé desnudo bañado también en sangre. Cada vez sentía más
intensa la presencia del chueco, hasta que por fin pude ver cómo se me
acercaba poco a poco saliendo de la negra neblina.

—Aquí me tienes, hijo de puta —me dijo el desgraciado—, te vas a


quedar conmigo para siempre.

Terminado de decirme esto dio un fuerte rugido, parecido al de un león


furioso y se abalanzó sobre mí abrazando con fuerza mi cuerpo. Ese
maldito tenía un inmenso poder y sentí pánico al verme atrapado en sus
brazos. El olor que emanaba ese maldito era nauseabundo y repugnante.
No sentí dolor físico, pero si un dolor intenso en el alma difícil de
explicar: pavor, desesperación, impotencia, sofocación y rabia contenida
al mismo tiempo, es lo que mejor describe lo que sentí en ese momento.
Sentí también cómo poco a poco ese maldito absorbía mi mente
sintiéndome cada vez más y más debilitado. Sabrá Dios de donde saqué

263
Memorias de un LOBO

tanta fuerza y haciendo un extraordinario esfuerzo me liberé de ese


maldito.

—¡Ja, ja, ja, ja…! —se carcajeó el chueco—, Te vas a quedar conmigo,
ja, ja, ja…

Estaba yo tan debilitado y con tanto pánico, que pasó por mi mente que
por desgracia quedaría yo atrapado en el inframundo con ese mal
nacido. Cuando se disponía el maldito a arremeter nuevamente contra
mí para apoderarse de mi alma, se vio a lo lejos una intensa luz blanca,
brillantísima y de entre la niebla salió mi Lobo corriendo, pero como en
cámara lenta. Se puso frente al chueco gruñendo fieramente y se
abalanzó sobre él derribándolo enseguida. En ese momento tuve la
oportunidad de ir hacia donde estaba la mujer con su hijo y le grité muy
fuerte:

—¡Corra, corra hacia la luz, corra!

La mujer abrazó fuerte a su hijo y corrió hacia la luz, a la vez que el


maldito gritaba desesperado:

—¡No, no, son míos, son míos! —sin que Lobo lo dejara ponerse de pie,
mordiéndolo sin cesar fieramente—.

Una vez que la mujer y el niño lograron pasar al más allá, Lobo liberó al
chueco, que había quedado tirado en el piso gritando de dolor sin
poderse incorporar. Estaba feliz de ver a mi Lobo y ambos nos
abrazamos y al acariciarlo de nuevo puede volver a sentir su tibieza y la
suavidad de su pelaje. Luego, se me quedó mirando y sin palabras sentí
que me decía:

—¡Vete ahora, sal de aquí de inmediato!

Se despidió de mí con la mirada y luego corrió hacia la luz


desapareciendo entre la neblina. Era hora de que yo me retirara, que
saliera del inframundo, pero no sabía cómo. Vi que el chueco se ponía
de pie y me gritaba enfurecido:

264
Memorias de un LOBO

—¡Te vas a quedar conmigo, hijo de puta, ya no está aquí esa bestia que
te defienda!

Tratando de no entrar en pánico, apreté fuerte los ojos y como cuando


era niño, pensé que ahí no había nadie, me concentré con todas mis
fuerzas y luego de dar un fuerte grito, pude volver a este mundo. Me vi
de nuevo en la habitación maldita soltando de inmediato los cables
eléctricos. Estaba totalmente bañado en sudor sintiendo que el corazón
latía en mi garganta y con la respiración agitada. Sentí que habían
pasado mucho tiempo, pero todavía estaba oscuro y seguía lloviendo tan
fuerte como cuando entre al limbo. Vi la hora que era y quedé más que
sorprendido: ¡habían pasado menos de 10 segundos! Definitivamente,
en el inframundo no existe ni el espacio ni el tiempo y quien ahí queda
atrapado, atrapado queda eternamente. Quedé satisfecho al haber
liberado a esa pobre mujer y a su hijo de esa alma maldita y feliz estaba
de haber podido ver y acariciar a mi querido Lobo, quien nuevamente
vino a mí rescate como cuando yo era niño. Estaba exhausto y me acosté
de inmediato en una de las camas, la más cercana a la puerta, por si las
dudas. Dormí como un tronco, pues realmente estaba molido. Cuando
desperté ya había amanecido y se escuchaba el cantar de gallos y mugir
del ganado. Vi mi reloj y éste marcaba las 12 del día. Quedé todavía un
rato acostado, cuando de repente se escuchó afuera mucho alboroto,
ladrar de perros, golpes y muchos gritos. Salí de inmediato y aún estaba
acostado Carlos en el sofá cama. No había dormido en toda la noche de
tanto miedo que tenía y solo había podido conciliar el sueño cuando ya
había amanecido. Estaba tan perdido en su sueño que no oía el alboroto
de afuera. Cuando intenté salir de la casa para ver lo que ocurría, entró
corriendo un perro como loco y se subió a la cama de Carlos gruñendo
desesperado. Mi pobre amigo despertó aterrorizado y dando fuertes
alaridos trataba de quitarse de encima a ese animal enloquecido.

—¡Quítenmelo, quítenmelo! —gritaba Carlos con gritos desaforados—.

Entraron corriendo las demás personas y con palos en mano


ahuyentaron al perro que había atacado a Carlos. Gabino y yo nos
quedamos mirando y al unísono dijimos:

265
Memorias de un LOBO

—¡Rabia!

En la región había una epidemia de rabia y eso era lo que justamente


estaba matando al ganado. Por esos rumbos atacan al ganado vampiros,
mismos que pueden trasmitir una forma de rabia al ganado conocida
como derriengue. Esta enfermedad no afecta a los vampiros pero si la
pueden trasmitir al ganado y a otros animales. El derriengue es una
forma de rabia que generalmente se manifiesta solo con parálisis, pero a
veces provoca la típica rabia furiosa, como la que tenía el perro que
había atacado a Carlos. Se presenta esporádicamente en forma
epidémica en determinadas regiones y luego se auto limita, pasando
décadas en volverse a presentar en esa misma región. Ya más tranquilos
fuimos a ver si Carlos había resultado herido del ataque del perro, pero
afortunadamente corrió con mucha suerte y ni un rasguño había sufrido.
El pobre se había defendido como gato boca arriba por el pánico que le
había dado ese repentino ataque canino. Durante el almuerzo le dijimos
al primo de Ciro que convocara una junta en el pueblo pues ya sabíamos
la causa de la muerte del ganado y que la solución era muy sencilla, solo
vacunar a todos los animales sanos para que no enfermaran.

—Perfecto —dijo satisfecho el primo de Ciro—. Ahora mismo voy al


palacio municipal para convocar una asamblea.

Y así lo hizo, se convocó una junta y en el atrio del pueblo se reunió


toda la gente para darles la buena nueva. Sobre una gran tarima de
madera pusieron una larga mesa y muchas sillas. Ahí nos sentamos mis
amigos y yo, el primo de Ciro, le líder del pueblo y el cura. Con
micrófono en mano el primo de Ciro empezó la audiencia.

—Aquí mi primo y sus amigos doctores —empezó su alocución—, han


resuelto el caso de la muerte del ganado.

Se escucharon aplausos de inmediato y un sinfín de vítores.

266
Memorias de un LOBO

—¡Vivan los doctores, vivan los doctores! —gritaban una y otra vez, a
la vez que lanzaban sus sombreros al aire y la banda del pueblo tocaba
una diana—.
Yo estaba realmente feliz por toda esta aventura y pidiéndole el
micrófono al primo de Ciro, me dirigí a la concurrencia:

—Señores, señores, la enfermedad que padece el ganado se llama


derriengue, la trasmite los vampiros, esos murciélagos que le chupan la
sangre a los animales por las noches y es muy fácil evitar que se
enferme el ganado, solo hay que vacunarlos y ya no habrá una muerte
más.

Se escuchó una fuerte ovación y nuevamente la banda tocó una diana.


Los habitantes del pueblo estaban realmente felices y agradecidos con
nosotros. Al voltear a ver a mis amigos los vi sonriendo felices, excepto
Ciro, quien estaba hecho un mar de lágrimas de la emoción. Muy
sensible mi buen amigo sin duda y sentí que se merecía un premio por
su bondad.

—¡Señores, por favor, pido su atención! —me dirigí nuevamente a la


concurrencia—. En realidad es nuestro buen amigo Ciro el que resolvió
el misterio y es él quien merece todo el reconocimiento. Y también tiene
gran crédito su primo, quien fue el que lo trajo para resolver este caso.

Se escuchó una fuerte ovación, la banda empezó nuevamente a tocar y


se escucharon un sin fin de cohetones. La gente estaba realmente feliz y
agradecida. Espontáneamente se abalanzaron sobre Ciro y su primo
cargándolos en hombros dando vueltas y vueltas alrededor del atrio.
Cuando mis demás amigos y yo nos retorcíamos de risa al ver la cara
Ciro, que seguía con un llanto incontrolable de tanta emoción, sentí que
una mano helada me tocaba el hombro dese atrás. Al voltear a ver quién
me tocaba, vi al anciano Eustaquio con lágrimas en los ojos.

—Gracias, muchacho, muchas gracias —me dijo al oído—. Se bien que


tú has liberado a mi alma de ese malvado. Ahora si voy a poder morir
tranquilo.

267
Memorias de un LOBO

Jamás supe cómo ese anciano averiguó que entré al inframundo y que
vencí a la malvada alma del chueco, pero intuyo que la increíble
longevidad que don Eustaquio tenía, era por el miedo a morir por la
maldición que le había hecho el ese malvado cuando éste le cortó el
cuello.
—No se preocupe, don Eustaquio —le dije—, le aseguro que usted ya
tiene un lugar el cielo.

Se despidió de mí dándome un fuerte apretón de manos y luego dio


media vuelta retirándose del sitio con bastón en mano. Y lo que siguió
luego fue realmente inesperado cerrando con broche de oro esta…

Desgraciadamente se pierde el final de ese relato y luego continúa…

…ya era el último semestre y era el más preparado de todo el grupo


pues los demás compañeros habían visto esa materia optativa con un
desdén de esnobismos sin imaginarse siquiera la importancia de la
misma. Efectivamente, esa materia de clínica de animales de zoológico
era realmente dura y a pesar de ser optativa nunca nos imaginamos lo
difícil que sería aprobarla. En ese entonces yo ya había cursado todas las
clínicas teniendo ya experiencia en la detección de alguna anormalidad
cuando algún animal la presentaba. Además yo ya tenía más de un año
trabajando en la veterinaria de mi amigo Gabino, teniendo muchísima
experiencia. Mis compañeros, en cambio, esa era la primera clínica que
cursaban y ni idea tenían cuando un animal presentaba alguna
alteración. En esos días estaba de moda el famoso oso panda Towí y los
recursos que el gobierno le otorgó a la clínica del zoológico eran
abundantes habiendo en ese entonces instalaciones de primer mundo.
Cuando el profesor nos llevaba a hacer los recorridos por las diferentes
instalaciones para observar a los animales tratando de detectar alguna
anormalidad, invariablemente yo siempre descubría al animal enfermo.
En una ocasión, luego de que yo ya había diagnosticado solo con mirar a
los animales enfermos su padecimiento, pasamos frente a la jaula de
unos macacos y una hembra se encontraba triste y manchada de sangre
entre sus piernas. Había otro mono que agitaba fuertemente la cabeza y
de ello nadie, excepto yo, se percató.

268
Memorias de un LOBO

—Aquí hay una mono muy enfermo —dijo el profesor— y quiero que
me digan cual es y qué tiene.

Todos miraron y de inmediato algunos señalaron a la hembra que


sangraba.

—Es esa changuita —dijo uno de ellos—, tiene una hemorragia.


Me volteó a ver el profesor y teniendo la certeza de que yo sabía cuál
era el problema me dijo:

—Diles a estos ineptos que descubriste en esta jaula.


—La hembrita sangrante —empezó mi alocución—, no tiene nada, solo
está menstruando. El problema es aquel mono adulto, que sin temor a
equivocarme, tiene una otitis externa (inflamación del oído), por eso
agita con tanta fuerza la cabeza.
—¡Exacto! —dijo el profesor cómo reprochándole a todo el grupo—.
Deben ser más observadores y no irse con la finta. En la clínica de
animales de zoológico es muy difícil hacer un examen físico directo a
los animales y menos auscultarlos. Se debe tener un ojo clínico muy
agudo para diagnosticar a distancia.

Luego volteó a verme y me dijo muy serio:

—De ahora en adelante, tú te callas y hasta que tus compañeros no


piensen, observen y me den el diagnostico correcto frente a cada jaula,
pasaremos a la siguiente.

Obviamente me hice de la enemistad de todo el grupo, quienes me


miraban con mucho recelo. Las clases de de dicha materia eran los
sábados de 8 de la mañana a 3 de la tarde. Ya muy avanzado el curso, el
profesor prácticamente me había dado pase automático para aprobar la
materia y no era necesario que asistiera a las últimas clases del curso.
Un sábado en particular estaba muy aburrido y decidí ir al zoológico a
tomar la clase, dándome el lujo de llegar a la hora que yo quisiera. Un
compañero me contó que ese día, muy temprano en la mañana, llegaron
un par de lobos mexicanos y el macho se había herido horriblemente
uno de sus brazos al querer escapar de la jaula. Ese espécimen en

269
Memorias de un LOBO

particular era extremadamente agresivo, enfureciéndose con solo


acercarse a él. A la pareja de lobos los pasaron de su apretada jaula a
una muy grande con cielo abierto para que se tranquilizaran. El profesor
les dijo a los compañeros que iría por un dardo para que desde lejos
sedara al lobo herido y así poder suturarlo. Yo llegué a la clínica ya muy
tarde sin tener el antecedente de la bravura de ese animal.

—A ver, sabiondo —me dijo un compañero cuando me vio entrar—


¿Qué tiene ese lobo?

Me acerqué a la jaula y luego de una rápida mirada le contesté:

—¿Pues cómo que tiene, tarado? Se debe haber herido con la jaula.
—Pues anda, cúralo —me retó—.

Con el maletín en la mano, abrí la jaula dispuesto a curar al pobre


animal y cuando uno de los compañeros intentó advertirme algo, el que
me había azuzado lo interrumpió:

—No, no, deja que el sabio lo cure.

Al muy desgraciado no le importó poner en riesgo mi vida pues yo


ignoraba la bravura de ese lobo. Me acerqué primero a la hembra y ésta
se dejó acariciar. Era muy joven y dócil, moviendo frenéticamente la
cola. El macho, en cambio, se agazapó en un rincón mostrándome
amenazadoramente la dentadura y gruñendo enfurecido. Me acerqué
lentamente a él a la vez que le decía:

—Tranquilo, mi lobo, solo te voy a ayudar.

El pobre animal sangraba de la herida y a veces se la lamía sin dejar de


gruñirme. Voltee a ver a mis compañeros y con el índice les indiqué que
guardaran silencio pues se escuchaban intensos sus murmullos y la cara
de pánico que tenían era indescriptible. Me acerqué lentamente al lobo
herido mirándole fijamente a los ojos. Cómo me recordaba a mi Lobo,
tenía la misma mirada de fiera indomable. Acerqué la mano para

270
Memorias de un LOBO

acariciarle su cabeza y en un instante me lanzó una mordida que por


poco me arranca los dedos, sintiendo hasta su aliento.

—¿Qué es eso, lobo? Le dije muy disgustado y mirando a sus ojos —


¿Te vas a dejar curar, o qué?

Parecía que me había comprendido agachando de inmediato la mirada


haciendo para adelante las orejas. Nuevamente me acerqué y esta vez se
dejó acariciar la cabeza.

—¿Ya ves? —le dije—. Todo va a estar bien.

Abrí mi maletín, saqué mi ligadura, preparé en una jeringa un anestésico


de acción corta, le ligué el brazo sano y antes de ponerle la inyección en
la vena le dije muy tranquilo.

—Si me muerdes, no te la acabas ¿eh?

Con todo cuidado introduje la aguja en la vena, quité la ligadura y le


inyecté el anestésico. En menos de 10 segundos quedó profundamente
dormido. Voltee a ver a mis compañeros quienes estaban con la boca
abierta del asombro y yo les sonreí burlonamente. Lavé la herida, le
puse un antiséptico y de inmediato procedí a suturar la piel rasgada. Al
estar poniendo el último punto de sutura, de nuevo llegaron a mí,
ráfagas de visiones incoherentes. Hacía mucho tiempo que no tenía
visiones y quedé muy desconcertado. Me vi dentro de un agujero muy
oscuro iluminado, supongo, por una linterna. Escuchaba ruidos
espeluznantes y de repente uno ensordecedor que me dejó aturdido.
Luego me vi sentado mirándome las manos que tenían guantes puestos
muy ensangrentados y sobre los que caían lo que primero supuse eran
gotas de agua, pero pronto advertí que eran lágrimas mías. Vi edificios
derrumbados y escuché aterradores gritos de gente desesperada. Entre
todos esos edificios colapsados alcancé a ver a lo lejos la Torre
Latinoamericana intacta. Indudablemente un terremoto devastador
ocurriría en un futuro en la ciudad de México, pero ¿cuándo? Estaba
extasiado poniendo mucha atención a la visión que tenía, cuando un
fuerte grito me sacó del trance.

271
Memorias de un LOBO

—¡Fernando! —gritó desesperado el profesor desde afuera de la


jaula— ¡sal de ahí inmediatamente!

Reaccionando a ese grito, volví en mí y terminé de suturar al lobo


poniendo finalmente un vendaje e eyectándole un antibiótico de
depósito para evitar que la herida se infectara. Salí de la jaula y el
regaño que siguió luego fue más que severo.

—¡Estás loco! —me dijo el profesor muy disgustado—. No sabes en la


situación en que me hubieras metido si algo te hubiera pasado.
—Yo se manejar a estos animales, doctor —le dije— y sé cómo…
—¡Nada, nada! —me interrumpió—. Tú has quedado exento de
presentar examen y no te quiero volver a ver aquí nunca.

Salí de la clínica, muy apenado y con tremenda angustia sobre la visión


que había tenido. Si no me hubiera gritado el profesor, seguramente
habría encontrado en esa visión alguna señal que me indicara la fecha de
ese terrible acontecimiento. Sin embargo, unos meses antes de ese
terremoto, una nueva visión me dio indicios de cuándo ocurriría.
Haberme visto llorando con guantes ensangrentados me dejó con mucha
incertidumbre, correspondiendo todo eso, a uno de los episodios más
desgarradores de mi vida, el cual ocurriría en un cercano futuro. Al
llegar a casa tremenda sorpresa me llevé cuando encontré…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…así pasó el tiempo y terminé la carrera. Llegó la graduación y la


facultad nos pagó a toda la generación un gran festejo donde hubo una
comida y asistió la orquesta sinfónica del estado de México. Todos
íbamos bien arreglados con traje, pues además de asistir al concierto
sinfónico, también nos tomarían la fotografía de la generación.
Finalizado el concierto todos salimos al patio a que nos tomaran la
fotografía. Éramos cerca de 500 alumnos y para que saliéramos todos en
la fotografía improvisaron unas tarimas soportadas apenas por unos
endebles tubos. Las frágiles tarimas tenían 5 niveles y cuando
estábamos sobre ellas parados se movían de un lado a otro

272
Memorias de un LOBO

peligrosamente. Antes de la fotografía, cuando todos estaban


acomodándose en las tarimas, me acerque al fotógrafo porque me llamó
la atención la extraña cámara que nos tomaría la foto. Yo conocía un
poco de fotografía y jamás había visto una cámara semejante. El
fotógrafo me explicó que su cámara era de formato especial para poder
abarcar a tan extenso grupo de personas. Me dijo que va sacando una
fotografía por sección. Por ejemplo, empieza del lado izquierdo, saca
una foto, se mueve a la derecha, saca otra foto y así hasta sacar los
cuadros necesarios para abarcar a todo el grupo. Le pregunté qué cuanto
tiempo duraba el proceso de que inicia la primera fotografía a la última
y me dijo que cerca de 10 segundos. A mí se me ocurrió una reverenda
tontería. Pensé en ponerme de pié en el extremo donde empieza la
primera fotografía y una vez que la tomaran correr por detrás del grupo
y pararme en el extremo opuesto para salir dos veces en la misma
fotografía. Y así lo hice, le pregunté al fotógrafo porque lado iniciaría y
ahí me fui a parar. El fotógrafo nos dijo:

—Ahora sí, todos serios y derechitos, ya voy a empezar

Empezó la cámara a trabajar y una vez que tomó la primera fotografía


me fui corriendo por detrás pero lo hice con tanta prisa que me tropecé
en uno de los tubos que sostenía las tarimas donde todos estaban
sentados, ¡y ahí vienen todos para abajo! Cómo no era grande la altura
no pasó a mayores, sin embargo la escena fue en verdad graciosa, pues
todos estaban pálidos del susto tirados hechos bola. Entre la confusión
no se supo que provocó la caída y yo disimulando que también había
caído, me limpiaba las ropas fingiendo estar muy indignado. Esa fue mi
última travesura de estudiante. Ahora había que hacer la tesis y luego
estudiar para el examen profesional. En ese entonces seguía haciendo
cirugía y dando consultas en un consultorio que el papá de Gabino le
había puesto allá por ciudad Neza. Ahí seguí aprendiendo teniendo
como maestro mis propias experiencias y uno que otro libro de
consulta. El servicio social lo realicé en el Instituto de Investigaciones
Biomédicas (IIBM) de la UNAM. Todas las tardes por 6 meses asistía a
dicho instituto a atender el biotério y ahí aprendí métodos avanzados de
investigación biomédica y microcirugía. También ahí realicé mi tesis
cuyo tema era la clonación animal, sin duda tópico muy avanzado y

273
Memorias de un LOBO

poco conocido en esa época. Durante todo el tiempo de la transición de


estudiante a profesionista me dediqué en cuerpo y alma a terminar
completa mi carrera, aprender lo más posible y a empezar a trabajar en
lo que yo tanto amaba, la medicina veterinaria. Como antes mencioné,
mi amigo Gabino me permitía por las mañanas dar consulta en su
veterinaria y ahí aprendí solo, mucho más que en la facultad. Por aquella
época mi facultad estaba en huelga y al mismo tiempo toda la UNAM
también lo estaba. Esa doble huelga dificultó mucho mis trámites para
recibirme. Fue un martirio para mí localizar a los sinodales para mi
examen profesional buscándolos en CU, en sus casas, en la propia
facultad o en cualquier parte. Lo que más me indignaba era que ellos no
tenían idea del tema de mi tesis pues era un área tan poco explorada que
yo sabía mucho más que ellos al respecto y me daba rabia ver como
supuestamente la corregían. Cuando le mostraba las supuestas
correcciones que le habían hecho a mi tesis a mi asesor no oficial que
era el director del IIBM me decía:

—No le hagas caso a esos ignorantes. Diles que sí la vas a corregir los
que ellos te dicen, pero a la hora que la mandes imprimir déjala como la
habías escrito.

Y así lo hice. Por fin terminaron las huelgas y abriendo las oficinas
administrativas pedí fecha para mi examen profesional. La fecha
esperada que me dieron fue el 24 de noviembre. Era 31 de octubre
quedándome menos de un mes para preparar mi examen. Estudié noche
y día en ese lapso y al llegar la fecha esperada sentía que me moría de
los nervios. Pasaron por mí, Carlos, Ciro y Gabino pues yo me sentía tan
nerviosos que no podía ni manejar. Mis amigos se burlaban de mí por
mi pálido aspecto, pero no era para menos, yo lo consideraba el día más
importante de mi vida. A dicha ceremonia podían asistir amigos y
familiares, pero yo quise que dicho examen fuera casi a puerta cerrada
asistiendo solo mis amigos. Tomé tal decisión porque una ocasión asistí
a un examen profesional de un pasante, quien llevó a toda su familia
incluida a su novia y público en general. Al pobre tipo le han puesto una
revolcada en el examen que hasta se puso a llorar. Obviamente no pasó
el examen y el ridículo que ha de haber sentido el pobre debe haber sido
terrible. Yo no quería que me ocurriera eso y por si las dudas no invité a

274
Memorias de un LOBO

nadie, salvo a mis íntimos amigos de la facultad. Llegó la hora del


examen y no aparecía el presidente del jurado y ahí estoy como estúpido
buscándolo por toda la escuela. Se me ocurrió ir a buscarlo a la cafetería
y ahí estaba muy quitado de la pena tomando un café y leyendo el
periódico.

—¡Doctor, ya es hora de mi examen! —le dije muy molesto—.


—¿Qué, es hoy tu examen? —me contestó el desgraciado—.

Me le quedé mirando con ganas de golpearlo pero conteniéndome le


dije:

—Vamos por favor a hacer mi examen ¿sí?

Se puso de pié de mala gana y nos dirigimos al pequeño auditorio donde


se celebraría el examen. Inició la ceremonia con un estúpido discurso
del presidente del jurado. Yo estaba de pié frente a los tres sinodales
sentados tras un inmenso escritorio. Empezó la serie de preguntas y yo
contestando como podía. El presidente del jurado teniendo fama de ser
muy severo en dichos exámenes trató de sorprenderme con preguntas
muy específicos de su área que era la citología para hacerme quedar
mal. Sin embargo no sabía que yo tenía de asesor no oficial, ni más ni
menos que al director del Instituto de Investigaciones Biomédicas, que
me había hecho estudiar la citología muy a fondo para poder tener
comprensión de los temas referentes a mi tesis. Así que contesté más
que satisfactoriamente sus preguntas y en vez de haberme hecho quedar
mal, muy al contrario me vi como un experto en el tema. Eso le irritó
mucho al dichoso presidente y se me quedó mirando enojado pues era él
el que se había visto mal al preguntar un tema tan difícil con el obvio
propósito de perjudicarme. Los otros dos sinodales me preguntaron
temas muy generales de medicina veterinaria respondiendo muy bien a
todas sus preguntas. Luego siguió la serie de preguntas sobre mi tesis,
pero ellos al ser casi ignorantes del tema se limitaron a preguntarme de
qué trataba y punto. Llegó la hora del veredicto y para ello los sinodales
nos invitaron a todos a salir para dialogar entre ellos y así lo hicimos.
Yo estaba afuera muy nervioso y mis amigos bromeando me decían que
me había visto muy mal y que seguro reprobaría. Eso me puso los

275
Memorias de un LOBO

nervios de puntas y pensaba si de verdad me había visto tan mal. Se


tardaban una infinidad y yo muerto de angustia hasta que por fin nos
indicaron que pasáramos pues ya tenían su dictamen. Estando de nuevo
frente al jurado el secretario del mismo me pidió disculpas por la
tardanza en tomar una decisión sobre el resultado pues el veredicto
había sido dividido. Yo me preguntaba:

—¿Dividido, por qué? —pues yo me había sentido muy bien en mi


examen—.

En lo que no estaba de acuerdo uno de los jurados, justamente el


presidente, era en otorgarme la mención honorífica. Afortunadamente
ganó la mayoría del jurado y no solo aprobé mi examen
satisfactoriamente, sino que además me otorgaron la citada mención
honorífica, que representa un verdadero orgullo para cualquier
universitario. Cuando leí mi protesta no pude contener las lágrimas y
luego de tanto tiempo que ha pasado, ahora que estoy escribiendo esto,
aún me lleno de emoción al recordar ese día. Luego de leída la protesta
el secretario del jurado, que era mi asesor oficial de tesis, me expendió
la mano y me dijo:

—Felicidades, colega —dándome luego un fuerte abrazo—.

Se me escurrían las lágrimas de la emoción y lamentaba que no


estuvieran presentes mis papás y mis grandes amigos de la preparatoria
ni mi amada Violeta. Invité a mis buenos amigos a festejar a mi casa
donde mis papás me esperaban con ansia. Ya en la casa abracé a mis
padres con mucho cariño dándoles las gracias por su apoyo y
comprensión. Inmediatamente después corrí al teléfono y le hablé a mi
Violeta.

—¡Mi amor, mi amor! —le dije—. ¡Pasé mi examen y me han otorgado


mención honorífica!—.
—¡Felicidades, Lobito! —me dijo emocionada—.

Cómo alguna vez le había dicho que luego de recibirme iría de


inmediato por ella, le dije muy seguro:

276
Memorias de un LOBO

—Mi amor, te juro que tan pronto me estabilice económicamente y


pueda ofrecerte lo que te mereces iré de inmediato a tu encuentro.
—No te preocupes, Lobito —me dijo muy tranquila—, me parece
perfecto que pienses en nuestro futuro.

Francamente en el futuro ni quería pensar pues me daba terror


vislumbrar con mis dones lo que vendría. Bueno, pues así quedamos, en
cuanto me estabilizara iría por mi amada. Mientras tanto empezaba el
festejo en mi casa. Yo pensaba que ese día bebería mucho para festejar
con mis amigos, pero supongo que tanto estrés me dejó liquidado y me
sentía muy débil. Luego de la comida bebí con mis amigos un rato y
viéndome ellos tan exhausto decidieron prudentemente retirarse. Ese día
me fui a acostar temprano, sin embargo no podía dormir por las
emociones del día. Sentía una enorme responsabilidad por saberme ya
un médico veterinario titulado y de repente brinqué de la cama y me
puse a estudiar en un enorme libro de farmacología los temas en que me
sentía más fallo. En los días que siguieron mi papá me ofreció un
departamento detrás de la casa para poner ahí mi propio consultorio,
idea que me pareció estupenda y así lo hice. Vendí mi coche que para
entonces ya era anticuado y con el dinero compré mobiliario,
instrumental y adapté ese departamento como consultorio. Muchos no
me auguraban suerte en eses sitio por estar muy escondido. Pero sin
importar lo que me decían decidí probar suerte. La primera semana solo
tuve un paciente y con el tiempo se fue incrementado mi clientela y los
días sucesivos ya contaba con gran número de ella. Mi carrera me
encantaba y a pesar de tener mucho trabajo parecía que de vacaciones
estaba. Un día me llamó al consultorio una dama que alguien la había
recomendado conmigo.

—¿Es usted el doctor Franco? —me preguntó luego de que yo hube


contestado—.
—Servidor —le dije muy seguro, teniendo a la vez un raro sentimiento
al escuchar la voz de esa dama—.
—Soy Vivian Helton —se presentó— y me lo recomendó mucho una
amiga. Fíjese, doctor —me siguió diciendo —, que tengo un perro

277
Memorias de un LOBO

labrador llamado Lucky que he llevado con varios veterinarios y no dan


con lo que tiene.
—No se preocupe —le dije—, deme su dirección y voy a domicilio a
revisar a su perro.

Pues así quedamos. Por la tarde llegué al domicilio que esa mujer me
había dado y luego de hacerme pasar la que supongo era una chica parte
de la servidumbre, tomé asiento en un cómodo sillón ubicado en una
espaciosa sala. Hizo su arribo la dama con quien antes por teléfono
había hablado, me puse de pié y quedé con la boca abierta al ver su
figura que se vislumbraba delante de un vitral alumbrado por un sol
radiante. Al acercarse y ver su cara puede ver que era una hermosa
mujer de un poco más de treinta años, que a pesar de su juventud, tenía
el pelo completamente cano. Su mirada era profunda pero a la vez cálida
y su voz era como de terciopelo. Pero lo que realmente me dejó
impresionado fue que pude ver su aura, resplandeciendo a su alrededor
con colores tan vívidos y extraños como en mi vida había visto antes.
Colores tan extraños y fabulosos que yo no conocía. Difícil de explicar,
pero esos eran colores que no existían. Yo en ocasiones podía ver el
aura de algunas personas y sabía perfectamente cuando alguien era
realmente malo o bueno, o simplemente el humor en que se encontraban
descifrando los colores que les rodeaban. Colores frescos como el
violeta, el azul intenso hasta el verde pálido indicaban que la persona
era buena y tranquila. En cambio los colores cálidos como el rojo,
naranja y marrón oscuro denotaban que la persona era iracunda y
violenta, o simplemente estaban muy disgustados. Los colores del aura
de esa dama eran rarísimos, sin poder yo descifrar su carácter o
intenciones.

—Buenas tardes, doctor —me dijo a la vez que con la mano me pidió
tomar asiento—.

Tomé asiento y luego extrañado vi que se me acercaba tomando una de


mis manos. De inmediato cerré los ojos y sentí como si fluyera entre
nuestras manos una intensa energía inundándose mi mente de todas,
absolutamente todas las visiones clarividentes que yo había tenido en mi
vida. Eso ocurrió en pocos segundos. Luego vi la muerte de esa dama,

278
Memorias de un LOBO

muerte que ocurriría muy pronto, pues la vi prácticamente igual que en


ese momento estaba. La vi tendida en una cama, con aparatos
conectados y solo una persona presente, que era una anciana que luego
de que la misteriosa dama hubo muerto, lloró desconsolada. Abrí los
ojos de inmediato y luego de haber visto su muerte, vi que ella seguía en
trance apretándome muy fuerte la mano.

—¡Señorita, señorita! —le dije angustiado al ver que los ojos en blanco
tenía y temiendo algo le pasara—.
Por fin reaccionó la dama, soltándome la mano y sentándose a mi lado
respirando muy fuerte como si estuviera muy cansada.
—Se por la que has pasado —me dijo— y se perfectamente todo lo que
has sufrido.

Estaba realmente impresionado pues yo también creí que jamás


encontraría a una persona semejante a mi. Sin embargo intuía que esa
dama era mucho más poderosa que yo pues sentí que fue ella misma la
que introdujo la visión de su muerte en mi mente. Le tomé nuevamente
la mano y sin mediar palabra nos miramos y ambos se nos derramaron
lágrimas. Esas lágrimas las sentí de profundo dolor por ambos, de
melancolía y a la vez alegría por haber encontrado a alguien que
realmente y en toda su magnitud me comprendía.

—¿Por qué permitiste que viera tu muerte? —le pregunté—.


—Yo ya sabía que este encuentro ocurriría —me empezó a explicar— y
fue el propio destino el que nos ha reunido, pues de no ser por Lucky (su
mascota) nunca te habría conocido.
—A propósito —le dije— ¿cuándo reviso a su perro?

Sonrió la dama y luego de ponerse de pie dio un fuerte grito hacia el


jardín donde se hallaba su perro:

—¡Lucky, ven bonito! —y llegó el perro enseguida—.

Era su mascota un enorme y dócil labrador dorado, que una vez hubo
llegado se acercó a mi moviendo la cola para que lo acariciara. Muy

279
Memorias de un LOBO

cariñoso era aquél canino, pero enseguida detecté su problema. Cuando


se agitaba tosía de manera muy extraña.

—¿Desde cuándo tiene esa tos tu perro? —le pregunté a la dama—.


—Pues fíjate que desde hace como 2 meses —me dijo—. Lo he llevado
con tres veterinarios y me han dicho que tiene bronquitis, pero por más
tratamientos que le han dado no ha mejorado nada, al contrario, esa tos
tan fuerte que has escuchado, cada vez es más severa.

Me enseñó luego todos los medicamentos que mis colegas le habían


prescrito, viendo que prácticamente todo el arsenal farmacológico para
problemas respiratorios le habían mandado: antibióticos, antitusígenos,
expectorantes, mucolíticos, antiinflamatorios etc. Temiendo que esa tos
se debiera a un problema de insuficiencia cardiaca, enseguida le
ausculté el corazón. No encontré falla cardiaca alguna, pero al estarlo
auscultando de nuevo tosió y noté un ruido muy extraño. Puse luego el
estetoscopio en el cuello, a la altura de la laringe y esperé con paciencia
a que el perro tosiera. Por poco quedo sordo al escuchar esa tos tan
extraña, quitándome de inmediato el estetoscopio de los oídos.
—Tu perro tiene un cuerpo extraño en la tráquea —le dije muy
seguro—, entre la laringe y los bronquios. Va a ser necesario dormirlo
para revisar las vías respiratorias altas con un laringoscopio para ver si
vemos algo.
—¿Y aquí harías el procedimiento? —me preguntó la dama—.
—Claro que si —le dije— y cuanto antes mejor.

Pues manos a la obra. La servidumbre trajo una mesa de plástico y la


pusieron en un pasillo muy iluminado. Procedí a dormir al Lucky con un
anestésico de acción ultracorta y una vez que estaba bien noqueado lo
subimos a la mesa. Enseguida abrí el hocico e introduje el
laringoscopio. Al desplazar la glotis hacia abajo pude ver perfectamente
un objeto redondo de color verde que se movía de adelante para atrás al
ritmo de la respiración del perro.

—¡Por todos los santo! —exclamé—. ¡Es una canica “bailando” en la


tráquea!

280
Memorias de un LOBO

Efectivamente, el pobre perro se había tragado una canica, pero en vez


de irse por el esófago, se le fue por la tráquea, quedando atorada entre la
laringe y los bronquios. Por más que tosía el pobre animal para expulsar
el cuerpo extraño, más se inflamaba la laringe y menos podía salir esa
canica. Había que hacerle una traqueotomía para sacarla.

—¿Quieres que ahora mismo le haga una traqueotomía? —le pregunté a


la angustiada dueña—.
—¿Puedes hacerlo ahora? —me preguntó intrigada—.
—Desde luego —le respondí muy seguro—, en peores condiciones he
operado.

Efectivamente, para entonces tenía mucha experiencia en cirugía,


habiendo hecho cirugías hasta en establos y chiqueros. Traía en ese
momento en mi maletín campos quirúrgicos e instrumental de
emergencia ya esterilizado. Afeité el cuello y luego de haber lavado y
puesto un antiséptico coloque los campos quirúrgicos. Dos sirvientas
sostenía las patas del perro, al cual ya lo habíamos colocado decúbito
dorsal (boca arriba) y me daba risa ver sus caras de espanto que en ese
momento tenían. Puse anestesia local el la zona y luego de pocos
minutos procedí a hacer la traqueotomía. Rápidamente localicé los
anillos de la tráquea e hice una incisión en la misma. Detrás de la herida
vi cómo la canica iba y venía al ritmo de la respiración y me costó
muchísimo trabajo sacarla pues era muy lisa y estaba húmeda por las
secreciones de la tráquea, hasta que por fin pude atraparla con unas
pinzas de Allis sacándola enseguida. Suspiré de alivio al ver esa canica
afuera y luego procedí a cerrar la herida. Quedó la dama muy
asombrada por haber sido testigo de una cirugía semejante, diciéndome
agradecida:

—Me has dejado realmente impresionada, tienes una habilidad


asombrosa con las manos.

Sin falsa modestia, comentaré que la velocidad en que yo realizo


cirugías es en verdad muy buena, diciéndome algunas personas que me
han visto suturar, que parezco prestidigitador. Pues en esa ocasión me
pulí tanto al tener a esa dama tan especial cómo público, que yo mismo

281
Memorias de un LOBO

quedé sorprendido de la velocidad en que actué en ese caso. Luego


voltee a ver a Vivian y le pregunté extrañado.

—¿Con esa increíble capacidad clarividente que tienes, porque no


tocaste a Lucky para ver que lo que le había pasado?
—Ay, doc —me dijo mortificada—. Tú mejor que nadie sabe que uno lo
que menos desea es ver las cosas pasadas o las que vienen. Bien sabes
que a veces da terror ver algo que uno no desea. Desde hace más de 10
años he tratado de bloquear lo que a mi mente llega y menos he tratado
de ver el pasado o porvenir de nadie, pues cuando antaño lo hice,
invariablemente siempre me arrepentí de ello.

Luego de un fuerte suspiro me continuó diciendo:

—Una vez me ganó la curiosidad y por desgracia vi mi propia muerte y


dese entonces siento que estoy muerta en vida.
—Me pasa exactamente lo miso —le dije—, siempre que veo cosas del
futuro, invariablemente me arrepiento luego. Pero justamente por eso,
cuando siento que puedo escudriñar mi propio futuro, me bloque por
completo. Aunque tú más que nadie sabe que a veces las cosas que
llegan a la mente entran sin que uno pueda hacer algo al respecto. Y
justamente por eso necesito un consejo para que cuando me pase eso
pueda saber cuándo, en que fecha ocurren esas cosas.
—Tienes razón —me dijo—, a veces uno no tiene control sobre lo que a
la mente nos llega y cuando eso ocurre lo que tienes que hacer es
serenarte y tratar de ver detalles, porque cosas aparentemente
insignificantes en el entorno de las visiones que uno tiene nos pueden
dar pistas importantes de las fechas en que ocurrirán esos
acontecimientos. Además —continuó—, procura mover tu mente para
ver distintos ángulos de las visiones que tienes y así podrás encontrar
más pistas para saber la fecha aproximada en que pasarán esas cosas, en
verdad, es muy fácil.

Efectivamente, siempre que tenía yo visiones, las veía desde un solo


punto de vista, sin desplazarme del sitio donde las veía. Gracias a esos
consejos no pasó muchos tiempo en que yo viera claramente un

282
Memorias de un LOBO

acontecimiento catastrófico que ocurriría en un lejano futuro que


literalmente arrasará con naciones entraras.

—Fíjate —le dije—, que mi padre posee mis mismos dones, pero en
menor medida. Y siempre me ha dicho que lo que tiene que ocurrir,
ocurre y ocurre sin remedio. ¿Tú crees que eso es verdad?
—Desgraciadamente eso es correcto —me contestó—. Desde niña he
tenido visiones del futuro y por más que he tratado de evitar ciertas
cosas, de todas maneras ocurren. Mi propia muerte por ejemplo, que tú
mismo has visto, va a ocurrir dentro de solo una semana y no puedo
hacer absolutamente nada para evitarla.
—¿Cómo? —le pregunté angustiado—. Si estás ahora perfectamente
sana. ¿Cómo es posible que no puedas hacer nada al respecto?
—Tengo un aneurisma aórtico inoperable —me dijo— y en
exactamente una semana se reventará.

Hago un paréntesis para comentar que los aneurismas son un


debilitamiento de las arterias, donde alguna sección de sus paredes se
adelgaza y se infla como globo. Cuando llegan a reventarse la
hemorragia es intensa y tratándose de la arteria más importante del
cuerpo que es la aorta, la hemorragia generalmente es mortal. Pues
efectivamente, la muerte de esa dama era inevitable y por desgracia ella
sabía cuándo ocurriría desde hacía mucho tiempo, sufriendo
intensamente por ello. La dama tomó mi mano de nuevo y agachando la
cabeza entró en llanto.

—Trata en lo posible de bloquear todo lo que llegue a tu mente —me


dijo— y nunca intentes ver el porvenir de nadie y menos de tus seres
queridos. Y Cuando esas visiones lleguen a tu mente y estas sean de un
futuro lejano, trata de navegar en ellas para buscar indicios de cuándo
ocurrirán.

Luego, viéndose en su rostro verdadera preocupación, me dijo:

—Y nunca, óyelo bien, nunca vuelvas a entrar al inframundo. Ahora que


entré en tu mente, vi cómo te enfrentaste en el pasado a una alma

283
Memorias de un LOBO

maldita y por poco pierdes la lucha. Pudiste haber quedado atrapado por
toda la eternidad en ese plano y eso sí sería una verdadera tragedia.

Luego de ese consejo, nunca más en mi vida intentaría hacer semejante


cosa, pues Vivian me había hecho reflexionar y comprendí que
cualquier tragedia en este mundo no es nada comparado a quedarse
atrapado eternamente y ser un alma perdida.

—No te preocupes, Vivian —le dije—, esa experiencia no pienso


repetirla nunca.

Sin embargo, en el futuro, un acontecimiento inesperado hizo que de


nuevo vagara por esos rumbos. A los pocos minutos, Lucky despertó de
la anestesia y tambaleando y moviendo la cola se acercó a su dueña para
que ésta lo acariciara.

—Precioso, ya estás bien —le dijo— ya vas a descansar de esa tos que
no te dejaba ni dormir.

La dama volteó a verme y sentí cómo me daba las gracias con su sola
mirada a la vez que con la misma se despedía. Pretendió sacar de su
bolso dinero para pagar mis honorarios y yo la detuve con la mano y
luego de sonreírle, con la mirada le dije que no lo hiciera. Tomé mi
maletín y sin palabras me salí de su casa, recordando a todo momento la
muerte de esa extraordinaria mujer que muy pronto ocurriría. Meditaba
sobre mi propio destino, siguiendo los consejos de Vivian me había
dado, bloqueando siempre cuando algo de mi propio futuro me llegaba y
nuca más ingresar al inframundo. Sin embargo en un futuro, a pesar de
que aprendí a bloquear todo a lo que a mi mente llegaba, esas malditas
visiones me atormentarían en mis sueños, sin que yo pudiera evitar que
a mi mente llegaran. Esa misma noche cuando intentaba dormir, llegó a
mi mente algo realmente extraordinario que jamás me había ocurrido,
¡Vivian se estaba comunicando mentalmente conmigo! Era la cosa más
extraña…

Se pierde un fragmento donde inicia el 7° capítulo y la historia


continúa…

284
Memorias de un LOBO

…no pasó mucho tiempo en que ahorré lo suficiente para ir por mi


amada y pedirla formalmente en matrimonio. Mi hermano Javier, el
abogado, que en ese entonces trabajaba en una notaría, tenía relaciones
laborales con funcionarios bancarios y me hizo el enorme favor de
conseguirme un crédito hipotecario haciéndome de un día para el otro
de una pequeña casa, muy cercano a la de mis padres. Pronto la amueblé
y ya no había impedimento para que por fin se cumpliera mi sueño de
estar casado con mi Violeta del alma, así siempre le decía. Le llamé por
teléfono un día y tremenda sorpresa le di al decirle que por ella iría.

—Mi Violeta del alma —le dije por teléfono—, hoy mismo voy a pedir
tu mano.

—¡De veras, Lobito! —me contestó emocionada—.


—¡Claro que si, mi vida —le dije muy seguro—.
—Pensé que pasaría más de un año para que vinieras por mí —me
dijo—.
—Pues no, mi vida hermosa —le contesté feliz de la vida—, salgo por ti
en este momento.

Y sin más, ese mismo día fui por ella. Cómo ya no tenía auto, fui por
Viole en autobús en viaje directo. Salí a las 9 de la mañana llegando a
Acala hasta las 5 de la tarde. Durante las largas horas de viaje no dejaba
de cavilar sobre lo que vendría, sabiendo perfectamente que si yo
quisiera podía ver lo que pasaría, pero me bloqueaba a propósito de
inmediato cuando por mi mente se vislumbraba algo sobre mi propio
futuro. No quería saber nada de eso y quería vivir como toda persona
normal solo el momento. Pensé luego en mi amada, en lo felices que
seríamos por el limpio y hermoso amor que nos unía. Estaba molido del
trasero y también hambriento por tan extenuante viaje, pero todo valía la
pena por mi amada. Mi encuentro con Violeta fue muy emotivo,
encontrándonos justo en la puerta de su casa. Cuando di vuelta en una
esquina la vi ahí parada con enorme sonrisa y su largo cabello suelto,
que en cámara lenta parecía se movía con el viento. Sin mediar palabra
nos tomamos de las manos y a ambos se nos escurrían lágrimas de
felicidad y emoción por nuestro definitivo encuentro. Yo tenía un nudo

285
Memorias de un LOBO

en la garganta sin poder articular palabra y a ella le ocurría exactamente


lo mismo, pero nuestras miradas decían más que mil palabras. Por fin
nos abrazamos y al oler su cabello sentí que al cielo había llegado.
Luego nos dimos un apasionado beso sintiendo yo que nuestras almas se
fusionaban. Ya luego pasamos a la casa de su tío donde me recibió con
gusto y alegría.

—Bienvenido —me dijo sonriendo—, esta es tu casa.

Nos dimos un fuerte apretón de mano y luego tomamos asiento.

—Así que pretendes llevarte mi sobrina —me dijo ya muy serio el


cura—.
—Pues sí, padre —le contesté tímidamente—. Creí que ya había
hablado con ella.

Dio el padre una risotada rompiendo el hielo y me dijo luego:

—Claro que me ha dicho todo, lo que pasa es que le quería dar


machetazo a caballo de espadas, pues Viole me ha dicho lo bromista que
tú eres.

Todos reímos a carcajadas y luego de la nada, el padre se volvió a poner


serio y dijo muy seguro:

—Pues no dejo que te la lleves.

Viole y yo pusimos cara de asombro y el padre volvió a dar otra


carcajada, a la vez que me decía:

—¡Te lo volví a hacer, te lo volví a hacer!


—Ah, que padrecito tan chistoso —pensé en mis adentros, sonriendo yo
nerviosamente—.
—Bueno —nos dijo el padre—, pasemos a comer porque me muero de
hambre.

286
Memorias de un LOBO

Luego de comer, Viole y yo salimos a caminar por el pueblo tomados de


la mano para planear nuestra futura boda. Estaba realmente feliz porque
sentí que por fin había llegado la hora de dejar de sufrir. No sospechaba
siquiera lo que en la noche vería es esas visiones que me atormentaban,
un acontecimiento aterrador que ocurriría en el mundo en un lejano
futuro. Sin sentir pasó el tiempo y cayó la noche. Merendamos algo
ligero y luego cada quien nos fuimos a dormir a nuestras respectivas
habitaciones. Al despedirme de Viole en la puerta de su cuarto le dije en
secreto:

—Muy pronto dormiremos juntos, mi amor —y luego le di un beso en la


mejilla—.

La candidez de esa chica era increíble. Se apenó muchísimo


sonrojándose y riendo nerviosamente me decía:

—No me hables de esas cosas ahora, Lobito. No vez que estamos en


casa de mi tío.
—Esta bien, mi vida —le dije—, pero de todos modos voy a soñar toda
la noche en el día en que estemos juntos.

Agachó Viole su cabeza y se metió a su cuarto apenada. No podía creer


la suerte que yo tenía, estando seguro que ella jamás había compartido
el lecho con hombre alguno. Fui a la habitación que me habían
designado y luego de escuchar la radio por un rato intenté dormir.
Estaba realmente molido por el largo viaje y caí rápidamente en un
sueño profundo. Pasada la media noche empecé a tener un sueño muy
raro. En ese momento, aunque estaba soñando, sabía que el que tenía no
era un sueño, era una visión del futuro que se aferraba entrar a mi
mente. Quería despertar con todas mis fuerzas pero sentí enseguida lo
que se conoce como parálisis del sueño y no pude mover ni un solo
dedo. Esa visión invadía mi mente y era aterradora. Vi miles y miles de
muertos en fila, tapados con sábanas blancas teñidas de rojo y de
algunos cadáveres escurrían sangre. Entre las filas algunas personas con
trajes especiales con escafandras anotaban algo en libretas que llevaban.
Surcaban los cielos extrañas naves pequeñas a toda velocidad una tras
otra, como si fueran en una autopista. A lo lejos se veían edificios que

287
Memorias de un LOBO

ardían en llamas y el ambiente estaba dominado por espesas nubes de


humo gris. No quería ver más y me aferré a despertar a como diera
lugar. En el trance trataba de gritar con todas mis fuerzas para salir de
ese estado, pero al parecer no solo lo intentaba, sino que así lo hice,
porque de repente sentí que me sacudían con fuerza.

—¡Qué tienes, Lobito! —me dijo Violeta a la vez que me sacudía, pues
desde afuera se escucharon mis alaridos entrando ella enseguida—.

Me le quedé viendo a Violeta y para tranquilizarla le dije:

—Perdón, mi amor, es que a veces tengo horribles pesadillas. Pero no te


preocupes, no me pasan muy seguido.
—Me has dado el susto de mi vida —me dijo muy preocupada
Violeta—. Anda, intenta dormir de nuevo.

Me dio un beso en la mejilla y se retiró a su cuarto. Yo quedé muy


inquieto, sin embargo necesitaba dormir. Intenté hacerlo de nuevo, pero
tan pronto caía dormido entraba de nuevo esa horrible visión. Me senté
en la cama y recordé lo que me había dicho Vivian: que cuando fueran
inevitable las visiones lejanas en el tiempo intentara navegar en ellas y
así lo hice. Por primera vez tuve completo control de lo que veía y pude
ver con toda claridad que una espantosa epidemia arrasará con la mitad
de la humanidad e incluso devastará poblaciones enteras de pequeños
países. Era la visión más impactante de todas las que había tenido y
afortunadamente sería muy lejana en el tiempo. El causante será una
mutación del virus del Ébola Zaire que se trasmitirá con el viento y
causará devastación en el mundo. Fiebres hemorrágicas matarán en
minutos y nadie estará a salvo del contagio. Bueno, casi nadie, pues un
dato curioso e importante que averigüé en esa visión fue que la mayoría
de los veterinarios serán inmunes a ese virus ¿por qué? Pues resulta que
esa mutación viral (Filoviridae Évola Zaire N1) cruzará específica y
antigénicamente con los Paramyxoviridae causantes del moquillo
canino. Los veterinarios de pequeñas especies al estar en contacto con
perros con esa enfermedad desarrollan anticuerpos contra ese virus y
consecuentemente contra ese tipo de Ébola. Dato importante, porque
serán miles de veterinarios los que atenderán a los enfermos. Detalles

288
Memorias de un LOBO

tan precisos como fecha exacta del inicio del la pandemia y países más
afectados los tenía y…

Por desgracia se pierde éste crucial fragmento en la historia, sin


embargo luego, en el transcurso de la narración, se vislumbra el año
exacto en que ocurrirá esa espantosa epidemia y luego continúa…

…la fiesta sería en la casa de mis padres. En verdad ese fue el día más
feliz de mi vida. Había escogido justamente mi cumpleaños para tan
memorable evento, siendo un viernes 9 de diciembre de 1983. Mejor
regalo no podía tener. Al estar parado en el pequeño atrio de la iglesia,
vi con nostalgia el panteón que está enfrente, recordando que cuando era
niño, ahí mismo conocí a mi amado Lobo. Cuando estaba concentrado
pensando en ello, se escuchó el claxon del auto de una prima, en el que
venía mi Violeta. Cuando la vi bajar del auto sentí que se me salía el
corazón del pecho al verla tan hermosa ataviada de un sencillo pero
elegante vestido de novia. Oficiaría la misa mi primo Manuel, que es un
culto sacerdote jesuita con doctorados en el Vaticano y además gran
amigo mío. Pasé luego yo a la iglesia y tomé mi posición frente al altar
esperando el arribo de mi amada. Empezó la ceremonia y vi desde el
altar entrar a Violeta del brazo de su tío. Todo me parecía un hermoso
sueño y aunque la parroquia que habíamos escogido era realmente
modesta, la misma de mi pueblo querido, todo se me hacía grandioso
por el inmenso amor que le profesaba a mi Violeta del alma. La
ceremonia fue sencilla, acudiendo a ella solo nuestros familiares más
allegados y algunos de mis amigos. Cuando mi primo Manuel le
preguntó a Violeta si me aceptaba como esposo, se me hizo un nudo en
la garganta a la vez que sin sentirlo se me derramaban lágrimas de la
inmensa emoción que tenía.

—Claro que acepto, padre —contestó mí Violeta sonriendo—.


—Fernando —me dijo mi primo— ¿Aceptas a Violeta como tu esposa?

Juro que en ese momento no podía articular palabra y me quedé trabado.

—¡Que si aceptas a Violeta como esposa! —repitió fuerte mi primo—.

289
Memorias de un LOBO

Reaccioné enseguida y voltee a ver a Violeta, quien tenía cara


desconcertada. Le sonreí y acercándome a su oído le dije:

—Claro, claro que si acepto, mi vida —dándole un beso en la mejilla—.

Sonrió feliz mi Violeta del alma y luego eso mismo le dije con voz
firme a mi primo:

—¡Claro que si acepto!

Aunque en las ceremonias católicas no se acostumbra eso de que el


ministro dice “puede besar a la novia”, antes de la ceremonia le dije a
mi primo que me hiciera el favor de decir esa frase después de que
ambos nos diéramos el “si”. Y así lo hizo.

—Puedes besar a la novia —me dijo mi primo el cura con enorme


sonrisa poniendo las manos juntas—.

Levanté el velo de mi amada y tremendo beso le di en la boca a la vez


que la concurrencia aplaudía emocionada. Juro por Dios santo que está
en los cielos que ese fue el momento más sublime de mi vida, pues ante
el creador de todas las cosas sentí que mi alma se fundía con la de ella,
mi amada Violeta del alma. A la vez que la besaba corrían por mi mente
miles de cosas buenas que este mundo nos brinda: paisajes hermosos de
montañas nevadas, bosques maravillosos, el mar embravecido y un
sinfín más de cosas que parecía que las veía volando como un ave a gran
altura. Buen presagio eso parecía, pues por primera vez en mi vida las
visiones que tenía nada tenían que ver con cosas malas o tragedias.
Terminó la ceremonia y salimos de la iglesia. Como es costumbre, nos
arrojaron arroz y luego vinieron los abrazos. A pesar de que la casa de
mis padres estaba a solo media cuadra, una prima hizo que abordáramos
su auto y al ir lentamente hacia la casa tocaba una y otra vez la bocina
para que todos voltearan. Yo la verdad estaba muy apenado, pero más lo
estaba Violeta quien luego me dijo que en ese momento se sintió
ridícula y acongojada. Pues ni modo, ahí íbamos los dos muy apenados.
Al llegar a la casa, tan lento había conducido mi prima, que todos los
invitados llegaron a pié primero, quienes nos aplaudieron al descender

290
Memorias de un LOBO

del auto. Yo estaba tan feliz que no me importaron semejantes


ridiculeces, no así Violeta que estaba notoriamente apenada. Al entrar a
la casa me dijo en secreto:

—De haber sabido mejor no hacemos fiesta.


—Ten paciencia, mi vida —le dije para calmarla—, los festejos durarán
solo dos días—.
—¿Qué? —me preguntó desconcertada.

Solté la carcajada y de inmediato supo que le había jugado una broma.

—Ya te pareces a mi tío —me dijo medio disgustada—.

Pues el festejo fue muy discreto pues ni a Viole ni a mí nos gustaba el


baile ni las ridiculeces de “la víbora de la mar” y menos eso de pedirle a
los invitados prendieran dinero a la camisa del novio. Me dio gusto que
también en eso Viole y yo coincidiéramos. Cómo la boda había sido
muy temprano, la comida fue más bien almuerzo sirviéndose los
platillos antes de las 12 del día. Mi mamá guisó y sobra decir que todos
los invitados estaban más que fascinados con tan suculenta comida.
Arroz verde con rajitas de chile poblano fue el primer platillo y luego el
clásico mole con pechugas de pollo enrolladas rellanas de algo que
nunca identifiqué pero que estaba delicioso. Y finalmente de postre,
helado de tejocote que también hizo mi mamá. Luego de comer y
departir con los invitados llegó el momento en que Viole y yo
partiéramos plaza despidiéndonos de todos. Con toda sinceridad he de
confesar que me moría de ganas de estar a solas con mi amada y de
inmediato abordamos mi coche para ir a pasar nuestra luna de miel en
Pahuatlán, ese hermoso pueblo de donde es oriundo mi buen amigo
Ciro. Cómo había comentado antes, ese pueblo es el más hermoso de
todos los que he conocido en México, siendo aquél un verdadero vergel.
Viole no lo conocía y luego de haber llegado me dijo con la boca
abierta:

—¡Pero Lobito, este lugar es más hermoso de lo que me había


imaginado!

291
Memorias de un LOBO

Encañado entre la sierra huasteca, el pueblo está al fondo de un valle y


todos los alrededores cubiertos de frondosa vegetación plagada de
árboles frutales. Entre las montañas que rodean al pueblo brotan
manantiales de agua cristalina y al fondo del valle corre un hermoso río
que pude cruzarse a través de un puente colgante y a solo unos pasos
puede verse una caudalosa cascada. Las casas del pueblo son las típicas
moradas de provincia, antiguas y hermosas. El hotel donde Ciro nos
había hecho el favor de reservarnos una habitación era de tipo colonial
rústico y tanto Viole cómo yo estábamos fascinados con ese detalle.
Sabía que a Viole le iba a gustar el lugar elegido y más que gustarle
estaba feliz de mi elección para pasar nuestra luna de miel en ese
fascínate pueblo. Cómo llegamos pasadas las 5 de la tarde y era
diciembre, empezaba a oscurecer. Guardamos el auto en el
estacionamiento y luego con maletas y todo fuimos a registrarnos a la
administración del hotel. En el momento de estarnos registrarnos un
botones nos subió el equipaje a nuestro cuarto. Nos dirigimos a la
habitación y luego de abrir la puerta intenté cargar a Viole para pasar y
depositarla en el lecho nupcial, como se supone debe hacerse en esos
casos, pero Viole no se dejaba.

—¿Qué te pasa, Lobito? —me preguntó desconcertada—.


—Nada, cachorrita —le dije—. Es que se supone que la costumbre
indica que debo cruzar el umbral de la puerta con la novia en brazos.
—¿Ah, sí? —me dijo—. Pues anda, cárgame —me retó—.

No creyó que podría cargarla, sin embargo en vilo pude levantarla,


luego de pasar cerré la puerta con un pié y finalmente la deposité
suavemente en la cama.

—Al fin, solos, cachorrita —le dije muy cerquita de la cara para luego
darle un apasionado beso—.
—¡Espera, espera! —me dijo—. Por lo menos vamos a cambiarnos ¿no?
—Bueno —le conteste resignado—, vamos a cambiarnos.

Ella en verdad se veía muy nerviosa, yo en cambio estaba peor que un


lobo en celo. Se metió al baño y luego de un breve lapso, cuando yo
apenas me estaba quitando los calcetines, en vez salir con un baby dol o

292
Memorias de un LOBO

algo así, ¡no!, salió con ropa casual, blusa hasta el cuello, pantalones y
zapatos tenis.
—Vamos a dar una vuelta al pueblo, ¿sí? —me dijo con sonrisa
nerviosa—.

Pues ni modo, iríamos a dar una vuelta por el pueblo. Después de


ponerme los zapatos salí muy serio del cuarto cogido de la mano de
Violeta.

—¿Estas enojado, Lobito? —me preguntó muy sumisa—.


—Cómo crees, mi vida —le dije—. Es que pensé de que ya era hora
de…
—Mira que hermosas casas —me interrumpió para impedir que
continuara—. Son en verdad muy antiguas ¿verdad?
—Si, mi vida —le expliqué—, Ciro me ha contado que este pueblo lo
fundaron en el siglo XVIII unos ingleses, quienes primero se asentaron
en otro pueblo cercano llamada Honey, por el que pasamos antes de
llegar acá.
—Ah —me dijo—. Con razón muchos de los pobladores son blancos
con ojos verdes.
—Pues nada más ve a mi amigo Ciro —le comenté—, parece güero de
rancho —y ambos reímos a carcajadas.

Pues recorrimos todo el pueblo y Viole fascinada viendo con cuidado


las fachadas de las casas. Como ella es experta en artes plásticas me
explicaba de qué estaban hechos los acabados y me comentaba sobre el
estilo de cada casa. Ya estaba oscuro y a mi me urgía estar a solas con
ella, pero seguía ella caminando mirando las casas.

—Ya es hora de ir a descansar, ¿no? —le dije ya con cierta


impaciencia—.
—Está bien, Lobito —me contestó agachando la cabeza sabiendo lo que
yo ya quería—.

Pues al fin regresamos al hotel y ya en la habitación Viole me dijo que


se iría a cambiar metiéndose al baño y yo emocionado me empecé a
desvestir quedando solo en calzoncillos y para que Viole no se apenara

293
Memorias de un LOBO

me metí entre las cobijas. No esperé mucho tiempo en que mi amada


saliera del baño. Literalmente quedé con la boca abierta cuando la vi
salir. Se había puesto un baby dol negro trasparente que dejaba ver todo
su cuerpo a través de esa trasparente prenda. Ella con vestido y con
pantalones dejaba ver un hermoso cuerpo, pero en esa prenda lucía
verdaderamente espectacular.

—Cierra la boca —me dijo y luego me preguntó apenada—: ¿Te gusta,


Lobito?

Juro por Dios que nunca había visto un cuerpo más hermoso que el de
mi Violeta.

—Eres la mujer más hermosa que jamás he conocido —le dije con toda
sinceridad—.

Una verdadera diosa griega era la que tenía por esposa, no pudiendo
creer la suerte que yo tenía. De lo que siguió luego, solo puedo
comentar que sin lugar a dudas, esa fue la experiencia más hermosa de
toda mi vida y no me había equivocado, era el primer hombre en la
suya. Ya en la madrugada, ambos rendidos por fin nos dormimos. Ya
estando profundamente dormido empecé a tener nuevamente sueños
extraños, sabiendo perfectamente que eran visiones del futuro. Pero esta
vez, más que una visión, fue algo que sentí en la piel. Estando en trance
dentro del sueño sentí claramente cómo tocaba una pequeña mano,
misma que estaba helada. Luego escuché gritos desgarradores, tan
fuertes y lastimosos, que desperté de inmediato muy asustado.
—¿Qué tienes, Lobito? —me preguntó Viole muy quedito, pues la había
despertado—.

Desperté agitado y luego de tranquilizarme un poco le dije para que no


se asustara:

—Perdón, mi Vida. Ya sabes que a veces me dan horribles pesadillas.

Cómo antes había señalado, yo ya había aprendido a bloquear por


completo las visiones que pretendían invadir mi mente estando

294
Memorias de un LOBO

despierto, pero ahora se presentaban las mismas cuando dormía, no


pudiendo tener control sobre ellas. Viole estaba muy preocupada y me
dio un consejo:

—Por que no vas con un especialista para que te atienda ese problema.

Sabiendo yo que no tenía remedio, le mentí para que se tranquilizara:

—Seguiré tu consejo. Tan pronto pueda iré con un siquiatra.

Pues ambos ya más tranquilos nos abrazamos y volvimos a dormir. Creo


que en esos momentos estaba muy sensible pues vinieron las terribles
visiones del futuro que nuevamente me atormentaban. Volví a ver
escenas del terremoto que ocurriría en la ciudad de México. Esta vez
estaba dispuesto a averiguar la fecha en que ocurriría y empecé a viajar
en esa visión. Cómo antes lo mencione, en la visión que anteriormente
tuve de ese suceso, había visto en las casas banderas de México, lo que
indicaba que esa tragedia ocurriría en un septiembre, pero necesitaba
más pistas. Entre los derrumbes vi gente desesperada rascando entre los
mismos y en una esquina había un puesto de periódicos derribado.
Mentalmente me acerque a ese puesto y vi un periódico y de inmediato
me avoque en fijarme en la fecha del mismo. Estaba muy manchado de
polvo y solo pude ver el mes y el año. Efectivamente, era septiembre el
mes en que ocurriría ese terremoto y claramente pude ver el año: 1985.
Luego, dentro de esa misma visión, sin que yo pudiera controlar lo que
veía, me vi encerrado en un lugar muy oscuro sintiendo mi cuerpo
apretujado entre escombros. Se escuchaban gritos ahogados y ruidos
espeluznantes de tono muy bajo que crujían a mí alrededor. Luego sentí
pánico y en mi visión me vi desesperado tratando de salir de ese horrible
sitio.

—¡Qué tienes, Lobito! —me sacudió esta vez muy fuere Violeta—.

Desperté bañado en sudor y le dije muy agitado a Viole con el corazón


aún en la garganta:

295
Memorias de un LOBO

—Otra vez, perdóname, cachorrita. Te juro que esto no me pasa muy


seguido.
—Deben ser las emociones del día —me dijo—. No te preocupes,
apenas son las 4. Vamos a intentar dormir de nuevo.

Y así lo hicimos. Sin embargo, una vez conciliado el sueño, nuevamente


tuve más visiones. Me daba rabia no poder controlar lo que a mi mente
llegaba, pero esta vez, teniendo perfecto conocimiento de que estaba en
trance, me avoqué a poner atención de lo que veía. Vi algo que ya antes
había visto en otra visión. Vi mis propias manos con guantes de cirujano
totalmente llenas de sangre mezclada de tierra, viendo caer en ellos
lágrimas mías. En el trance tuve un ataque de ansiedad al ver semejante
cosa, pero hice un esfuerzo para tranquilizarme y ver lo que ocurría
luego. Sin embargo, mi mente empezó a divagar por otros rumbos en el
tiempo y la distancia y vi algo espeluznante que nunca antes había visto.
Observé le erupción de un gigantesco volcán y cómo una enorme nube
de polvo y cenizas bajaban por la ladera de la montaña arrasando a su
paso una ciudad entera. Aquel era el Vesubio, cuya furia estaba
destruyendo pueblos y ciudades cercanas, entre ellas Nápoles, la cual vi
totalmente devastada. En ese momento no identifique el volcán que
había hecho erupción ni la ciudad destruida. Pero afortunadamente en
una visión que tuve en el futuro pude determinar no solo esos datos, sino
la fecha exacta de ese desastre, viendo además otros muchos detalles.
Dentro de mi propio sueño las cosas cambiaron, teniendo esta vez
sueños normales, que fueron afortunadamente muy agradables.

—Gracias, Dios mío, por haberme dado una tregua —pensaba—.

Dormimos hasta medio día y al despertar mi amada esposa nuevamente


me hizo inmensamente feliz y yo a ella. Afortunadamente durante toda
nuestra luna de miel no tuve visión alguna siendo esos días los más
maravillosos de mi vida. Cómo tenía el pendiente de haber dejado
cerrado el consultorio y temiendo perder clientela, solo estuvimos en ese
maravilloso pueblo 5 días. Pronto regresamos a casa empezando
formalmente nuestra vida marital. Cómo en mi familia no tuve
hermanas, en casa estábamos acostumbrados todos los hermanos a
atendernos solos, ayudándole a mamá en todas las labores domesticas.

296
Memorias de un LOBO

Cuando empezó mi convivencia con Viole, ella no me dejaba hacer


nada. Cuando acabábamos de comer, por ejemplo, e intentaba
levantarme para recoger mis platos y lavarlos, ella me decía:

—¡Qué, qué, qué, usted no se levante! —sentándome por los hombros y


recogiendo ella misma la mesa—.

Yo siempre estuve acostumbrado a tender mi propia cama, pero mi Viole


tampoco me dejaba. Ella era una mujercita a la antigua con costumbres
provincianas muy arraigadas y aunque me regañaba cuando intentaba
hacer algo en la casa, yo de todas modos le ayudaba cuando no me
observaba. Guisaba delicioso y sus platillos eran muy variados, yendo a
casa de mamá a cada rato para que le pasar diversas recetas. Se llevaba
de maravilla con mis progenitores, diciendo mamá a toda persona que
llegaba de visita a su casa:

—Ojalá todas mis nueras fueran como la esposa de mi Lobo.

Mi papá, no se diga, adoraba a mi esposa, pues veía lo feliz que ella me


hacía, amen que Viole se desvivía en atenciones cuando él nos visitaba.
Mi padre era un hombre muy sincero y nunca tuvo empacho en afirmar
que Violeta era la hija que siempre había deseado. Mi padre siempre
había querido tener una hija y quizá por eso tuvo tantos hijos intentando
tener una y en verdad la había encontrado en Violeta. No dejaba de darle
gracias a Dios por haberme puesto en el camino de esa maravillosa
mujer que llenaba toda mi vida. Nuestro matrimonio fue siempre
perfecto, no habiendo nunca ni un pequeño disgusto siquiera. Éramos
compatibles en todo. Me encantó el hecho de que a pesar de que ella
siempre fue muy seria con toda la gente, conmigo en cambio era jovial y
bromista. Al igual que yo amaba a los animales, no habiendo perro
perdido que ella no recogiera consiguiéndole algún dueño. A Viole le
encantaba mi trabajo y siempre fue mi asistente en cirugía. Tan hábil
era, que le permitía hacer siempre los cierres en cada cirugía. Ella,
habiendo estudiado artes plásticas, era experta en vitrales, haciendo en
sus ratos libres, que eran muy pocos, hermosos trabajos que luego
vendía para ayudar a los gastos de la casa. El vidrio de colores, cañuelas
de plomo y demás implementos para hacer esos trabajos no eran fáciles

297
Memorias de un LOBO

de obtener, teniendo Viole que ir con frecuencia a una vidriería


especializada en la colonia Roma para conseguirlos. Las ventana de
nuestra casa estaban llenos de sus vitrales y las mismas lucía
espectaculares cuando el sol las iluminaba. A mi me encantaba su
trabajo y le dije que me enseñara. Pero para eso resulté muy bruto,
porque al cortar el vidrio siempre lo rompía.

—No te desesperes, Lobito —me decía—, solo es cuestión de paciencia.

Pues nunca la tuve y dejé por la paz el asunto. Me ha de haber visto muy
frustrado mi Viole, porque luego me enseñó otro arte semejante al de los
vitrales llamado vitro-mosaico. Ese me resultó muy fácil y divertido
pues solo había que cortar cuadritos y triángulos de vidrios de colores y
teniendo ya muchos de ellos se van pegando con pegamento
transparente sobre un vidrio al que previamente se le ha puesto un
diseño por debajo, una mariposa, por ejemplo. Terminados de pegar
todos los vidrios se espera a que seque el pegamento y luego se prepara
cemento blanco. Se llenan todos los espacios entre los pequeños vidrios
con el cemento, se espera uno a que se seque un poco y se pasa un paño
húmedo sobre los vidrios para quitarle el exceso. Una vez seco el
cemento, el resultado es muy hermoso. Poniendo a contraluz el vitro-
mosaico terminado, uno queda muy satisfecho. Hice bastantes de esos
trabajos y me gustaron tanto, que nunca me desprendí de ellos. Me
sirvió de terapia hacer esos vitro-mosaicos, pues cuando trabajaba en
ellos me relajaba bastante. Pasó algún tiempo sin sobre salto alguno y
una tarde, cuando estaba muy distraído cortando un vidrio rojo, tuve un
horrible presentimiento, sintiendo que el corazón se me salía del pecho.
Al cerrar los ojos vi enormes llamaradas y sentía calor en la cara.

—¿Qué tienes, Lobito? —me preguntó Viole sacándome de ese trance—


.
—Nada, nada, —le dije—, es que estoy muy cansado.

Cómo ese día hubo mucho trabajo, no le extrañó a Violeta verme tan
distraído, sin embargo quedé muy preocupado por esa extraña visión
que había pasado por mi mente en forma de ráfaga. Pues llegó la noche
y luego de haber pegado algo de vidrio en un trabajo que en esos días

298
Memorias de un LOBO

hacía, no metimos a la cama y enseguida quedamos dormidos. Dormí


plácidamente pues realmente estaba muy cansado, pero muy temprano
me despertó una ansiedad como nunca antes había tenido, latiéndome el
corazón rápidamente. Esta vez no sabía lo que me pasaba y hasta temí
me fuera a dar un infarto. De repente observé extrañado que la ventana
se iluminaba de un intenso brillo anaranjado y poco después se me
taparon los oídos y todas las puertas y ventana empezaron a vibrar
fuertemente. Por mi mente pasó que era el gran terremoto que yo ya
había visto en mis visiones, pero pronto me di cuenta que eso que
ocurría era algo totalmente diferente. Las vibraciones que se sentían
hicieron que Viole despertara y ambos desconcertados nos asomamos
por la ventana quedando aterrados al observar gigantescas llamaradas
que salía por detrás de un cerro vecino. Luego esas inmensas lenguas de
fuego se fueron haciendo más pequeñas, hasta que desaparecieron detrás
del cerro, pero quedando alrededor del mismo un intenso resplandor
anaranjado dejando ver su silueta en la oscuridad. De inmediato
prendimos el radio y quedando sorprendidos al escuchar que el
comentarista de un programa de noticias informaba que acababa de
ocurrir una tremenda explosión de gas en la colonia San Juan
Ixhuatepec, habiendo cientos de muertos. Dicha colonia se ubica
justamente detrás del cerro vecino a nuestro pueblo. Nos vestimos de
inmediato y ahí empezó uno de los episodios más dramáticos de mi
vida, pues al ir a auxiliar a los sobrevivientes fuimos testigos de escenas
dantescas. Toda la gente de mi pueblo estaba asustada afuera de sus
casas y en varias ocasiones se escucharon nuevas explosiones y se
dejaron ver tras el cerro nuevamente inmensas llamaradas, sintiéndose
en todo el cuerpo, particularmente la cara, un intenso calor que
sofocaba…

Se pierde un fragmento y luego continúa…

…aún no estábamos decididos. El tener un hijo no es cosa de juego y


estuvimos de acuerdo en espera unos años. De momento lo que no me
dejaba dormir era la proximidad del terremoto que venía. Cómo antes
mencioné, me juré a mi mismo no decirle nada a Viole de las visiones
que tenía, pues estaba seguro que si algo le decía, me retaría a que le
demostrara mis dones. Tenía pavor de solo pensar en averiguar respeto a

299
Memorias de un LOBO

su destino y el mío, así que ese aspecto de mi vida mejor preferí


tenérselo oculto. Además, fundados temores tenía al saber lo racional
que era mi Viole, estando seguro que quizás ella pensaría que estaba
loco al saber que yo veía cosas tan extrañas. Habiendo solo una persona
que me comprendía, decidí entonces pedirle opinión a papá de cómo
actuar es este caso. Un domingo por la tarde Viole y yo fuimos a visitar
a mis padres. Mientras Viole y mamá compartían secretos culinarios en
la cocina, papá y yo nos quedamos en la sala platicando un rato. Le
conté sobre la visión que había tenido del terremoto y luego me volvió a
decir lo que hacía años me había comentado:

—Lo que tiene que ocurrir, ocurre y ocurre sin remedio y más
tratándose de un suceso de la naturaleza. Lo que hay que hacer —
continuó—, es tratar que toda la familia esté lo más posible en casa este
mes y estar bien preparados. Afortunadamente mi casa, la tuya y la de
tus hermanos están muy bien cimentadas y estoy seguro que resistirán
un gran temblor. Lo peor que podríamos hacer es huir de la ciudad. Qué
tal si en el viaje o a donde vayamos nos pasa algo peor.

Papá tenía razón. Anteriormente, cuando traté de impedir algo nunca lo


logré, aún sabiendo lo que pasaría. Lo mejor sería estar bien
preparados. Desgraciadamente no tenía el día exacto en que ocurriría el
terremoto y apenas estábamos a 1 de septiembre. Me aterraba pensar en
las visiones que había tenido de mí mismo respeto al terremoto,
teniendo la esperanza de esta vez hubieran sido solo sueños. Me
equivoqué rotundamente al respecto. Por esos días mi hermano Javier
nos invitó a Viole y a mí a pasar un fin de semana en su casa de campo,
ubicada en otro hermosísimo pueblo llamado Taxco, en el estado de
Guerrero. Viole no se animaba pues en verdad era muy casera y odiaba
estar fuera de casa. Sin embargo la convencí con el argumento de que yo
había trabajado varios años seguidos sin unos días de descanso. Además
en verdad yo quería despejar un poco la mente y quizá
inconscientemente huir unos días de la ciudad para evadir el inminente
terremoto que venía.

—Bueno, Lobito —me dijo Viole resignada—, pero solo el fin de


semana.

300
Memorias de un LOBO

—¡Perfecto, mi vida! —le contesté emocionado—. Ya verás que te va a


encantar ese pueblo.

Pues efectivamente, le fascinó, pues en el centro de Taxco hay un sinfín


de tiendas donde venden joyería de plata. Viole, además de ser
especialista en vitrales, también lo es en orfebrería, o sea, en confección
de joyería, pasando horas y horas en esas tiendas no solo apreciando la
hermosa joyería, sino también viendo cómo los artesanos las
elaboraban. Todo el sábado por la mañana y también toda la tarde nos la
pasamos de tienda en tienda y aunque no comprábamos nada, Viole
estaba aprendiendo las técnicas de los artesanos. Llegada la noche
fuimos a casa de mi hermano, que está ubicada a orillas del pueblo.
Cuando llegamos nos dijo muy preocupado:

—¡Pensé que se habían perdido!


—Nada de eso, mi hermano —le contesté despreocupado—. Lo que
pasa es que hicimos un censo de todas las tiendas de platería del pueblo
—riendo Viole a carcajadas por semejante comentario—.
La esposa de mi hermano nos invitó a cenar y luego de haberlo hecho
platicamos muy a gusto haciendo sobremesa. Cómo hacía mucho tiempo
que no departía con mi hermano, brindamos largo rato y cuando nos
dimos cuenta ya estábamos algo tomados. Empezaba a llover viéndose
en las ventanas relámpagos y a lo lejos se escuchaban los truenos.

—Solo falta que tiemble —dijo mi hermano y yo literalmente tragué


saliva por tal comentario—.

Ya muy entrada la noche por fin nos fuimos a dormir a nuestras


respectivas habitaciones. Cómo había bebido demasiado quedé
prácticamente noqueado y dormí como un niño. Por la madrugada un
extraño ruido nos despertó a todos. Se escuchó al principio algo
semejante a una locomotora pero debajo de la tierra y luego siguió un
temblor cómo yo nunca había sentido. La tierra en lugar de mecerse,
brincaba y al hacerlo vibraba toda la casa. Todos nos paramos asustados
reuniéndonos en la estancia viéndonos las caras. Afortunadamente el
temblor duró muy poco y de inmediato, pensando que ese era el gran
temblor que yo había visto en mis visiones, corrí al teléfono a hablare a

301
Memorias de un LOBO

papá. Marqué con ansia y luego de un largo rato muy angustioso, por fin
me contestaron.

—¿Bueno? —escuché la voz de papá, que estaba muy amodorrado—.


—Papá, soy yo, Lobo —le dije—.
—¿Pasa algo, hijo? —me preguntó preocupado—.
—Nada, Papá —le contesté— ¿Es que no han sentido el temblor?
—Aquí no ha temblado, Lobito —me dijo—. ¿Allá tembló muy fuerte?
—Nada de que alarmarse, papá —lo tranquilicé—, solo pensé que había
ocurrido lo que el otro día platicamos.

Luego de despedirnos me quedé pensando muy preocupado. Quizá ese


temblor era solo el preámbulo de lo que vendría. Y no me equivoqué al
respecto. Era el domingo 15 de septiembre cuando ocurrió ese temblor
en Taxco. Lo recuerdo perfectamente porque el día siguiente era el
desfile militar y yo nunca me lo perdía viéndolo por la tele. Pues ese
mismo día por la tarde regresamos a casa y durante el trayecto me vi tan
preocupado por lo que vendría que Viole se dio cuenta.

—¿Qué pasa, Lobito? —me preguntó preocupada—.


—Nada, mi amor —le contesté—, es que traigo una cruda infame—.
—Ya vez, borrachín —me dijo—, eso te sacas por beber demasiado.
Y ojalá hubiera sido la resaca la que me tenía así…

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

…se le había acabado el vidrio verde e insistía en ir a la vidriería de la


colonia Roma para comprarlo.

—No es urgente, mi vida —le dije para tratar de que no saliera—. Te


prometo que tan pronto inicie octubre yo mismo te llevo a la vidriería y
te compro lo que quieras.

Pero ella me insistía:

—Es que el color verde me hace mucha falta…

302
Memorias de un LOBO

—Es que, nada —le dije—, por favor, no vayas, acuérdate que tenemos
programadas varias cirugía y te puedo requerir en cualquier momento.
—Está bien —me dijo resignada—, esperaré hasta octubre.

Quedé tranquilo sabiendo que en ningún momento la perdería de vista.


En la madrugada del día siguiente, 19 de septiembre, me llamaron por
teléfono diciendo que tenían a una perrita muy enferma rogándome que
la atendiera. Me levanté enseguida y lo mismo hizo mi Viole.

—¿Quieres que te acompañe al consultorio, Lobito? —me preguntó


Violeta—.
—Sí, muchas gracias, cachorrita —le contesté—. Por lo que me dijeron
por teléfono quizá la perrita necesite cirugía y te voy agradecer que me
ayudes.

Y así, ambos salimos a cubrir esa urgencia. Efectivamente, la perrita


estaba muy grave teniendo una enfermedad llamada piometra, que
consiste en la acumulación de pus en la matriz debido a factores
hormonales e infecciosos. La cuestión era que se debía extirpar competa
la matriz antes de que reventara y causara una peritonitis mortal. Luego
de 2 extenuantes horas de cirugía, al fin terminamos sin contratiempo,
siendo el pronóstico de la paciente afortunadamente muy favorable.
Mandamos a la perrita a su casa dándole a sus dueños todas las
recomendaciones pertinentes citándolos en 7 día parar retirar los puntos.
Luego de lavar todo el tiradero, por fin Viole y yo nos fuimos a
descansar. Eran ya las 4 de la mañana y en verdad estaba muerto de
cansancio. Tan pronto puse la cabeza en la almohada quedé
profundamente dormido. Hundido en un profundo sueño estaba cuando
de repente se empezó a mover muy fuerte la cama. El corazón me
empezó a latir muy fuerte sabiendo que ese era el día. De inmediato
extendí el brazo al otro lado de la cama buscando frenéticamente a
Violeta, pero ella no estaba. Intenté levantarme pero era tal la fuerza del
terremoto que no podía incorporarme.

—¡Violeta, Violeta! —grité desesperado sin que ella me contestara—.

303
Memorias de un LOBO

Estaba viviendo la peor de todas mis pesadillas. Cómo pude me levanté


y corrí tambaleando al baño para ver si la encontraba, pero nada, no
estaba en la casa. No dejaba de moverse el suelo y la desesperación y la
angustia me inundaron por no encontrar a mi esposa. Con mucha
dificultad me puse solo unos pantalones y una playera y salí corriendo a
la calle gritando cómo loco llamando a Violeta. Me dirigí a casa de mis
padres con la esperanza de que ahí estuviera y duró tanto ese maldito
terremoto, que al llegar a la entrada de la casa aún seguía temblando.
Toqué fuerte la puerta y salió mi padre angustiado. Ambos nos
quedamos mirando y yo le dije aterrado:

—¡Está ocurriendo, papá, está ocurriendo y no encuentro a mi esposa!


—¿Cómo? —me preguntó muy asustado—. ¿Pues dónde se habrá
metido?
—No sé, papá, no sé —le dije mortificado—. Pensé que aquí la
encontraría.

Por fin dejó de moverse el suelo y ambos entramos a la casa. Mi mamá


estaba murta de la angustia y al verme me dijo hecha un mar de llanto:

—¡Violeta, mijito, Violeta, vino hace cómo media hora para decirme
que iría a la colonia Roma a comprar no sé qué cosa!
—¡No puede ser, no puede ser! —grité desesperado—. ¡Yo le dije que
no saliera!
—Lo primero que debemos hacer —dijo mi padre— es no perder la
cabeza.
Sensato lo que mi papá dijo en ese momento, pero a mi nada me
consolaba. Se había ido la luz y no podíamos ver las noticias por la tele
para saber lo que ocurría. Voltee a ver el reloj y vi que apenas eran las
7:21 hrs. Llegó corriendo mi hermano menor, que vivía en el
departamento arriba de mi consultorio, con un radio portátil. Aterrados
todos quedamos cuando el locutor de un noticiero mencionó que el
centro de la ciudad había sufrido graves daños e incluso había habido
derrumbes. Casi colapso cuando mencionó que en la colona Roma los
daños eran los más severos habiendo incluso reportes de gente muerta.
También mencionaron que uno de los grandes edificios llamado Nuevo
León, de la unidad Tlatelolco, se había derrumbado y mi hermano gritó

304
Memorias de un LOBO

desesperado pues justo en ese edificio vivía su novia con sus padres. Era
una verdadera locura lo que en ese momento ocurría. Mamá estaba
muerta de angustia y pronto llamó a mis demás hermanos para ver cómo
se encontraban. Afortunadamente a ellos no les había afectado para nada
el terremoto.
Sabiendo que los demás miembros de la familia estaban bien, le dije a
mí hermano menor:

—Voy a vestirme y traer el coche, Iré a buscar a Violeta a la colona


Roma y de paso te dejo en Tlatelolco.
—Dios los acompañe —nos dijo mamá muy angustiada—.

Mi papá se empeñaba en acompañarnos, pero entre mi hermano y yo lo


convencimos que era mejor se quedara en casa para estar con mamá y
esperar por si regresaba Violeta. Fui corriendo a mi casa y me vestí
rápidamente y luego saque el coche y pasé por mi hermano. Antes de
irnos papá nos dio su bendición y luego partimos de inmediato. En el
camino era un ir y venir de ambulancias pero no veíamos ningún
derrumbe. Nos fuimos por la avenida insurgentes y al llegar a Tlatelolco
dejé ahí a mi hermano deseándole mucha suerte. No apartaba de mi
cabeza a Violeta y aunque estaba muerto de la angustia, a la vez estaba
muy enfadado por su desobediencia. Al llegar al Paseo de la Reforma la
policía y el ejército habían cerrado el paso. En los edificios aledaños no
había derrumbes pero si muchos vidrios rotos y el lugar era un ir y venir
de gente sin que se dejaran de oír sirenas de ambulancias. Habían
pasado solo 15 minutos del terremoto y por la radio del auto las noticias
cada vez eran peores. No dejaban de mencionar que justamente el centro
y la colonia Roma eran las más afectadas. Cómo no había paso,
estacioné el coche donde pude y empecé a correr hacia dicha colona. Sin
embargo unos soldados me cerraron el paso diciendo que solo dejaban
pasar a cuerpos de emergencia. Estaba desesperado y por más que les
suplique me permitieran pasar no logré mi objetivo. Al ver que un grupo
de médicos con bata blanca pasaron sin ningún problema, corría hacia
mi auto y de la cajuela saque una bata blanca que ahí siempre guardaba
para cuando iba a consultas a domicilio. Me la puse de inmediato y corrí
de nuevo e intenté pasar por otro lado del retén. Abriéndome paso entre
la gente los soldados me dejaron pasar suponiendo que era parte de las

305
Memorias de un LOBO

asistencias médicas y luego corrí, corrí como loco hacia la tienda donde
Violeta compraba sus cosas. Al internarme en la colona Roma el
desastre que vi me dejó acongojado: derrumbes por todas partes y gente
desesperada gritando y escarbando entre los escombros. Al caminar en
ciertos lugares el olor a gas era insoportable y a lo lejos se podían ver
incendios de los que salía humo negro. Todo lo que pasaba en ese
momento lo veía como un verdadero infierno, pereciendo una horrenda
pesadilla. Recordé en eso momento lo que había vivido hacía menos de
un año, cuando socorrí a muchas personas quemadas en las explosiones
de San Juanico. Sin embargo, aunque mi conciencia me indicaba tratar
de ayudar a todas esas angustiadas personas, mi instinto me ordenó
encontrar primero a mi esposa. Al adéntrame por una calle vi a un
grupo de gente gritando y al acercarme pude oír gritos desgarradores de
niños pequeños, quienes estaban atrapados entre dos pisos de un edificio
que se había colapsado. Por más esfuerzos que hacían los presentes para
quitar los escombros, les era imposible acceder donde estaban los niños.
Tratando de ayudar me acerqué y al ver la gente que portaba bata blanca
me abrieron el paso.

—¡Doctor, doctor! —me dijo una señora con llanto desesperado—.


¿Cómo sacamos a nuestros hijos de ese agujero?

Vi tanta desesperación en ese grupo de angustiada gente, que decidí


ayudar en lo que fuera.

—En primer lugar, señores —les empecé a decir—, guardemos silencio


para poder oír a los niños.
Todos se callaron y de inmediato se escucho a un grupo de niños
gritando y llorando desesperados. Al haberlos escuchado, muchas
madres de esos niños gritaron angustiadas de nuevo y de inmediato las
demás personas las callaron. Me acosté para ver si entre las losas podía
ver algo, pero ese agujero estaba totalmente oscuro sin poder ver
absolutamente nada.

—¡Me pueden escuchar, niños! —grité a través del agujero—.

306
Memorias de un LOBO

Y de inmediato se escuchó de nuevo los gritos de los pequeños, que


calculo, tenían cómo 5 años. Metí el brazo lo más profundo que pude y
cerrando los ojos por el esfuerzo que hacía, pude sentir una pequeña
mano que se aferraba a la mía. Me dio un vuelco al corazón al sentir esa
pequeña mano helada. Se estaba cumpliendo la visión que yo antes
había tenido.

—¡Puedo sentir la mano de uno! —grité emocionado y todos alrededor


aplaudieron—.
—¡Ahorita los sacamos! —grité a través del agujero para que los niños
me oyeran—.

Saqué el brazo y dirigiéndome a los presentes le recomendé muy


seguro:

—Muchos niños están vivos ahí dentro y lo más sensato es esperar a que
traigan equipo adecuado para levantar las losas que los tienen atrapados.

De repente un tipo, supongo padre de alguno de esos niños, llegó


corriendo con un gato hidráulico y de inmediato lo metió entre las losas
para intentar levantarlas.

—¡No es buena idea! —les dije preocupado—.

Pero no me hicieron el menor caso, pues todos estaban ansiosos de sacar


a su hijos ahí atrapados.

—¡Por amor de Dios! —le dije al que intentaba levantar los


escombros—. Jamás podrá levantar tanto peso con ese gato, en cambio
podría provocar un derrumbe.
Pues de nuevo, nadie me hizo caso y todos apoyaron al individuo del
gato, quien frenéticamente subía y bajaba la palanca del aparato.
Aparentemente el plan de ese tipo empezaba a dar resultado, porque se
empezó a levanta la losa de arriba, lo que provocó que todos
emocionados le aplaudieran. Los gritos de los niños se hicieron más
intensos y la desesperación de los padres iba en aumento. Cuando de
repente, cómo yo lo había pensado, el gato se colapsó sobre la loza de

307
Memorias de un LOBO

abajo y toda la loza de arriba se derrumbó por completo. Ya no hubo


más gritos de niños: todos habían quedado aplastados. Los
desgarradores alaridos de los padres que vinieron luego, me dejaron
helado y yo mismo gritaba con rabia hacia al cielo con todas mis
fuerzas:

—¡Dios! ¿Por qué permites que pasen estas cosas?

A pesar de haber gritado con todas mis fuerzas, mi grito se perdió ante
tantos dolorosos lamentos de los padres de esos niños aplastados. Por
más que intentaba, no me podía salir llanto que me desahogara, mismo
que tenía atorado en un enorme y doloroso nudo en la garganta. Sin
poder hacer ya nada, me retiré del sitio para seguir buscando a Violeta.
Todos los alrededores eran un desastre y los gritos y las sirenas de las
ambulancias no cesaban. Cuando llegué a la calle en donde se ubicaba el
edificio donde estaba la vidriería donde Viole compraba sus cosas, no
encontré construcción alguna. Ésta se había hundido completamente
quedando solo un solo piso al ras del suelo. La angustia me inundó de
nuevo. De inmediato busque un teléfono público para hablar a la casa de
mis padres y saber si había regresado Violeta, pero la mayoría no
servían y en los pocos que funcionaban había enormes filas. No tuve
más remedio que ponerme al final de una fila y espera a que llegara mi
turno. Esperé con impaciencia casi una hora y al fin pude hacer mi
llamada.

—¡Mamá, mamá! ¿Ya regresó Violeta? —le pregunté angustiado cuando


me contestó el teléfono mi madre—.
—No, Lobito, aún no ha llegado —me respondió mamá, quien entró en
llanto—.
—Tranquila, mamá —le dije—, vas a ver que la voy a encontrar pronto.

Colgué el teléfono y de nuevo la seguí buscando. Se me partía el


corazón al ver a tanta gente sufriendo, ya sea mal herida o buscando con
frenesí entre los escombros y me remordía la conciencia no poderles
ayudarles en esos momentos, pues de mi cabeza no podía apartar la
imagen de mi Violeta del alma. Tenía que encontrarla, porque de lo
contrario sabía que me volvería loco. Mientras más tiempo pasaba, más

308
Memorias de un LOBO

angustiado estaba, pues pasaba del medio día y aún no la encontraba.


Volví a ir al mismo sitio donde se ubicaba la tienda y al estar mirando
para todos lados, en la esquina cercana pude ver a Violeta caminando
desorientada.

—¡Violeta! —le grité lo más fuerte que pude—.

Volteó a verme y en seguida ambos corrimos a encontrarnos. Estaba


feliz por haberla hallado y cuando nos encontramos Violeta lloró de
alegría. Yo estaba como trabado y a pesar de que intentaba llorar de
emoción y alegría por haber encontrado a mi esposa, el llanto no me
salía. Nos abrazamos muy fuerte y luego nos besamos emocionados y
cuando al fin nos calmamos mí Viole me dijo aún con lágrimas en los
ojos, pues en verdad estaba muy asustada:

—¡Lobito, Lobito, pensé que me moría!


—¿Pues qué te pasó, cachorrita? —le pregunté enseguida—.
—Fíjate —me dijo—, que nos agarró el temblor entre las estaciones
Guerrero e Hidalgo del metro y quedamos ahí atrapados completamente
a oscuras. Duramos así horas y cómo todos estábamos muy asustados,
algunos decían que estaba temblando de nuevo pues la gente al moverse
dentro del vagón hacía que éste se meciera y la gente gritaba
desesperada.
—¿Y que pasó luego? —le pregunté intrigado—.
—Después de mucho tiempo —me siguió contando—, unos
trabajadores del metro llegaron con unas linternas, abrieron las puertas,
nos bajaron poco a poco a todos y caminamos por las vías hasta llegar al
andén del metro Hidalgo. Cuando salí, vine a buscar la tienda viendo
terribles escenas cuando la buscaba, pero al llegar vi que estaba todo el
edificio derrumbado. Cuando ya iba de regreso oí que me gritabas.
—¿Y cómo te dejaron entrar a esta zona? —le pregunté intrigado—.
—Pues cuando venía para acá —me empezó a explicar—, vi que no
dejaban pasar a nadie, pero de repente, de un edificio cayeron muchos
escombros y entre la confusión pasé sin que nadie me detuviera.

La miré a los ojos y luego le pregunté algo disgustado:

309
Memorias de un LOBO

—¿Y por qué no intentaste regresar a casa en ves de buscar tus dichosa
tienda?
—No me lo vas a creer, Lobito —me dijo con los ojos muy abiertos—,
pero presentí que aquí te encontraría.

Más que un presentimiento, supongo, ella seguramente sabía


inconscientemente que yo iría a buscarla, por eso la decisión que tuvo
de de ir al sitio previsto. Ya más tranquilos emprendimos el regreso,
viendo en el camino escenas dantescas. Vimos gente ensangrentada y
desesperada llamando a gritos a sus familiares. Otros retirando piedras
de monumentales montañas de escombros y ambulancias llevándose
gente mal herida. Había cadáveres asomando solo algunas partes entre
los escombros y más gente tratando de rescatar sus cuerpos. Mi Viole
estaba casi en shock al ver todo lo que ocurría a su alrededor y mejor le
dije que solo mirara hacia adelante. Por fin salimos de esa devastada
zona y fuimos donde había dejado el coche. De regreso veníamos
callados y luego de tan tremendo susto me sentí molesto con Violeta por
haberme desobedecido.

—¿Estás enojado, Lobito? —me preguntó Viole al verme tan serio—.


—No, cachorrita —le dije—, pero si algo molesto contigo por haberme
desobedecido.
—Lo que pasa —me dijo—, es que ya no tenía vidrio verde y me urgía,
pues no podía terminar un trabajo que me habían encargado. Y
aprovechando que estabas muy dormido pensé venir pronto para que
cuando regresara ni cuenta te dieras.
—¿Si, verdad? —le dije—. Y mi mamá fue tu cómplice.
—No le digas nada a ella, te lo suplico —me pidió muy sumisa—yo fui
la que la convenció para que no dijera nada. Te juro, te juro, Lobito
lindo, nunca te voy a volver a desobedecer.

La voltee a ver sonriendo y luego de tomarle la mano le dije para que se


tranquilizara:

—No te preocupes, mi cachorrita, lo importante es que estás a salvo. El


que me preocupa ahora es mi hermano Foquito.

310
Memorias de un LOBO

—¿Pues que le ha ocurrido? —me preguntó Viole alarmada—.


—A él, nada —le dije—, pero fíjate que fue a Tlatelolco a buscar a
Norma, su novia, porque en la radio escuchamos que el edificio donde
ella vive se derrumbo por completo.
—Pobre Foquito —dijo Violeta—, ojalá encuentre a su novia.

Llegamos a casa de mis padres y al recibirnos mi madre seguía llorando.

—¡Violetita de mi vida! —le dijo mi mamá hecha un mar de llanto—,


pensamos que no te volveríamos a ver.

Ambas se abrazaron con cariño y una vez estando todos más tranquilos
empezamos a preocuparnos esta vez por mi hermano. No sabíamos nada
de él y de momento no podíamos hacer nada teniendo la esperanza de
que encontrara viva a su novia. Hasta que por fin, después de
angustiosas horas de espera sonó el teléfono de casa. Mamá contestó
enseguida, preguntando muy angustiada:

—¿Foquito?

Era él, quien nos informaba que el edificio donde vivía su novia se había
derrumbado por completo muriendo muchísimas personas.
Afortunadamente ya había encontrado a su novia, misma que no estaba
en el edificio al momento del terremoto pero por desgracia toda,
absolutamente toda su familia había quedado atrapada en el cuarto piso,
en el que estaba su departamento. Una verdadera desgracia, pues esa
pobre chica quedó totalmente desamparada, sin familia y sin casa. Por la
noche llegó mi hermano con su novia, que estaba totalmente destrozada
por dentro. Todos la consolamos, brindándole nuestro apoyo. Luego de
cenar todos juntos, vimos un rato la televisión para estar informados de
lo que pasaba y sin cesar pasaban escenas de todos los derrumbes que
habían ocurrido. Recomendaban no salir de casa y también informaron
que el gobierno decretaría al día siguiente cómo día de duelo nacional.
Ya después de las 11 de la noche, todos nos fuimos a descansar. Foquito
se quedó con su novia Norma, mis padres se fueron a su habitación y
Viole y yo a nuestra casa. Después de comentar con Viole lo ocurrido,
intentamos dormir y mi corazón volvía a latir muy fuerte al escuchar a

311
Memorias de un LOBO

lo lejos ambulancias que pasaban. Le comenté a Viole la impotencia que


tuve al ver a tanta gente desesperada buscando a sus familiares y mi
deseo de ir al siguiente día a tratar en ayudar en lo que fuera. Le conté
también lo que le ocurrió a esos infortunados niños que quedaron
aplastados y al escuchar esa historia mi Viole lloró amargamente por
ellos. Yo por más que intentaba llorar para desahogar esa profunda pena
que tenía, no podía, haciéndose ese nudo que tenía en la garganta cada
vez más doloroso.

—Pues ve a ayudar, Lobito —me dijo Viole—. Estoy segura que con tu
habilidad en cirugía podrás ayudar a muchas personas.
Pues así quedamos, el día siguiente iría a tratar de unirme a alguna
brigada médica para ayudar en lo que pudiera. Por lo pronto necesitaba
dormir para tomar fuerzas. Cuando empezaba a conciliar el sueño, de
repente sonó el teléfono. Lo contesté de inmediato temiendo una mala
noticia.

—¿Lobito? —me preguntó una voz femenina una vez que hube
contestado—.

Esa voz se me hacía muy conocida, pero tenía acento extranjero.

—Sí, ¿Quién habla? —contesté extrañado—.


—Soy yo —me respondió—, Jennifer.

No lo podía creer. Era mi primera novia, aquella que su padre ordenó


me dejara para irse a Londres.

—¿Cómo estás? —le pregunté— ¿Quién te dio mi teléfono?


—Estoy bien, Lobito, —me dijo—. Llamé a tu casa y tu mamá me dio
este número.

Suponiendo que ella estaba en Inglaterra le pregunté:


—¿Ya se supo la noticia en Inglaterra?
—No, Lobito, no estoy en Londres —me respondió—, estoy aquí en
México, apenas ayer vine a un congreso médico y me sorprendió el
temblor en el hotel donde me hospedo.

312
Memorias de un LOBO

Me contó que ella había estudiado medicina en la universidad de Oxford


y que se había hecho ginecóloga. Se hallaba en México por un congreso
y luego del terremoto pensó en mí. Me contó que luego del terremoto se
le ocurrió hacer una brigada médica para ir a ayudar a los damnificados
habiendo comprado una cantidad enorme de material médico para ese
fin. Cómo antes lo había señalado, el padre de Jennifer era un
millonario empresario, teniendo Jennifer recursos económicos
ilimitados.

—Te llamo, Lobito —me siguió explicando—, primero, para saber si


estabas bien y luego para pedirte te unas a una brigada para ir a socorrer
a los heridos. Me acaba de contar tu mamá que eres médico veterinario
y que eres muy bueno en cirugía.
—Qué coincidencia —le dije—, justamente hace un momento le
comentaba a mi esposa mi deseo de ir a ayudar a esa pobre gente.
—¿Estas casado, Lobito? —me preguntó con tono muy triste—.
—Si, Jenny —le contesté—, felizmente casado, con una mujer
maravillosa.
—Pues que bueno, Lobo —me dijo—. Entonces, ¿cuento contigo?
—Desde luego, Jenny —le dije—. ¿Sabes por dónde empezar a dar
ayuda?
—La verdad, no, Lobo —me contestó—. Tú que conoces la ciudad,
¿dónde crees que se necesite más ayuda?
—Definitivamente en la colonia Roma —le dije—. Ahí el desastre fue
mayúsculo y justamente ahí es donde se requiere más ayuda.

Pues nos pusimos de acuerdo en vernos en la glorieta de Insurgentes a


las 8 de la mañana para de ahí crear una logística y ayudar en los sitios
más necesitados. Luego de colgar, Viole me preguntó extrañada:

—¿Quién era, Lobito?

Y yo le contesté con otra pregunta:

—¿Te acuerdas que te conté de mi primera novia?

313
Memorias de un LOBO

—Claro que si —me dijo—. No me digas que ella va ir a ayudar a los


heridos.
—Ni más ni menos, cachorra —le respondí—. Resulta que ella es
doctora y quiere auxiliar en lo que se pueda.

Cómo a Viole jamás le oculté nada de mi pasado y me tenía mucha


confianza, no tuvo inconveniente en que fuera con mi ex novia a brindar
ayuda. Después de platicar con Viole recordándole la triste historia que
viví con Jenny, al fin intentamos dormir. Por más que intentaba, no
podía conciliar el sueño recordando todas esas terribles cosas que había
visto al ir por mi Viole y me invadía el miedo pensando en las visiones
que días antes había tenido de ese hecho. ¿Acaso moriría en un
derrumbe? —me preguntaba—. Esa visión que tuve viéndome atrapado
entre escombros me aterraba. Pero lo que tenía que ocurrir, debería
ocurrir y sin pensar más al respecto de todas maneras estaba dispuesto a
ir a ayudar, pues lo consideré como deber de conciencia. Pude dormir
solo un poco y cuando me di cuenta ya estaba amaneciendo. Me paré de
inmediato y después de desayunar le dije a mí Viole:

—Cachorrita, te veo en la noche ya sabes que mi deber es tratar de


ayudar en lo que pueda. Te pido de favor no le digas nada a mis papás,
sabes lo aprensivos que son y les haría daño la preocupación.
—No te preocupes, Lobito —me dijo—. Solo te pido que tengas mucho
cuidado y en cuanto puedas me llames por teléfono.

Nos despedimos con un gran abrazo y luego de abordar mi auto partí al


sitio acordado con Jenny. Al llegar ya estaban reunidos un grupo de
jóvenes médicos y entre ellos estaba mi antigua novia, la reconocí de
inmediato. La verdad estaba radiante, casi no había cambiado y solo
noté que había embarnecido. Me acerque estando ella de espaldas y creo
que sintió mi mirada pues volteó de inmediato.

—Lobo de mi corazón —me dijo con enorme sonrisa al verme de


nuevo—, que guapo de ves de barba.

Instintivamente ambos nos abrazamos con mucho cariño y luego de un


gran beso que me dio en la mejilla me dijo con lágrimas en los ojos:

314
Memorias de un LOBO

—No sabes cómo te he extrañado, mi “Lobo rabioso”.

Luego de suspirar muy fuerte, volvió a la realidad y me presentó con sus


colegas.

—Miren —les dijo—, este es un gran cirujano y se va a unir a nuestro


grupo.

Luego de saludar a los presentes, que eran exactamente 12 médicos, le


dije a Jenny en secreto:

—¿Por qué que me presentas como un gran cirujano, si ni me conoces?


—No te hagas, Lobito —me dijo—. Ya tu mamá me dijo ayer por
teléfono que eres casi un prestidigitador al operar.

Mi mamá estaba orgullosa de mis habilidades y no faltaba oportunidad


en que me presumiera. No pude refutar nada el respecto, pues modestia
aparte, conocía a un solo cirujano mejor que yo, mi maestro Orozco de
la facultad. Lugo Jenny me mostró el equipo médico que había
comprado para prestar ayuda y quedé impresionado al ver los recursos
con que contábamos para atender a los heridos. Había un sinfín de
medicamentos y equipo quirúrgico, cascos, linternas, radios de
intercomunicación, guantes, batas y cubre bocas. No faltaba nada,
dándonos a cada médico un buen maletín de emergencias bien equipado.

—¿Por dónde empezamos? —me preguntó Jenny—.

Y señalándole con el dedo, le indique la zona que yo ya conocía. Nos


adentramos a la zona más afectada y las escenas de angustia y
desesperación continuaban luego de más de 24 horas de haber ocurrido
el terremoto. Enseguida empezamos a atender a la gente que socorristas
rescataban de entre los escombros y de inmediato me di cuenta que los
jóvenes médicos que conformaban nuestra brigada no tenían la mínima
experiencia en traumatología y menos en cirugía. De repente me vi
como líder del grupo ordenando el manejo de cada paciente. No sabían
ni poner un suero y menos manejar una lesión grave. Entre los jóvenes
médicos había uno muy grande y corpulento que intentaba poner un

315
Memorias de un LOBO

suero, lastimando una y otra vez a un pobre herido tratando de insertar


un catéter.

—¡Quítate de aquí! —le dije con impaciencia, poniéndole yo mismo el


suero al pobre paciente, quien ya parecía alfiletero—.

Quizá me vi muy grosero al tratar así a ese muchacho, pero yo estaba


realmente molesto por la impericia de esos doctores practicantes. A mí
me estaba correspondiendo hacer casi todo y estaba realmente muy
cansado. Cada que sacaban de entre los escombros a alguna persona mal
herida, algún médico que le tocaba atender a la víctima me gritaba con
fuerza:

—¡Lobo, Lobo, ven a darme una mano!

Enseguida llegaba y cuando había que suturar alguna herida, lo hacía de


rápida manera, quedando mis “colegas” con la boca abierta al ver la
velocidad con que lo hacía. Una vez que estabilizábamos a cada
paciente herido, una ambulancia enseguida lo trasladaba a algún hospital
cercano. De repente se escuchaban gritos desesperados que decían:

—¡Aquí hay uno vivo, aquí hay uno vivo!

Y enseguida corríamos a tratar de rescatar a la pobre persona enterrada.


Así pasaron horas y horas, desenterrando personas mal heridas y la
mayor parte de las veces los rescatados eran cadáveres, que estaban tan
machacados, que sobra decir su estado. Alguien a lo lejos gritó muy
fuerte para que lo escucharan:

—¡Oigan, oigan, aquí hay muchas personas vivas atrapadas!

Corrimos a ese sitio enseguida y arriba de una montaña de escombros


vimos a un hombre con la mitad del cuerpo atrapada entre dos losas,
solo dejando ver las piernas hasta la cintura. Se escuchaban dentro de
los escombros gritos ahogados y de inmediato algunos de los médicos y
yo jalamos el cuerpo por las piernas, quedando luego todos horrorizados
al ver que sacábamos solo la mitad del cuerpo, dejando tras de sí todos

316
Memorias de un LOBO

los intestinos. Ese pobre murió completamente machacado desde la


cintura hasta la cabeza. Los gritos que se habían escuchado eran de otras
3 personas atrapadas bajo esa misma losa, los cuales, gracias a Dios,
pudimos rescatar todos a salvo solo con heridas menores. Aún siendo yo
de sangre muy fría, las cosas que vi en ese terrible desastre me tenían
acongojado. Luego de largas horas de atender a gente mal herida, todos
estábamos extenuados y hambrientos. Aproximadamente las 5 de la
tarde Jennifer nos invitó a comer a la mitad del grupo a un restaurante
cercano, quedando los demás alerta ante una emergencia. Eso al menos
nos daba un breve respiro. Me senté junto a mi ex novia y al estar
comiendo platicamos sobre nuestras respectivas vidas.

—Ay, Lobito —me dijo—, no sabes lo arrepentida que estoy de haber


sido tan cobarde y no haberme quedado contigo cuando papá me ordenó
que te dejara.
—¿Acaso te ha ido mal en tu vida? —le pregunté intrigado sabiendo que
ella era una exitosa profesionista—.
—Lo que ocurre —me dijo—, es que mi matrimonio es un fracaso total.
Mi marido es ese muchacho que hace muchos años le diste una golpiza
¿te acuerdas?
—Claro que si —le dije—. El tal Lalito ¿no es cierto?
—Así es, Lobo —me contesto y luego me contó su breve y triste
historia—: Resulta que Eduardo es un verdadero mantenido, no trabaja y
al contrario, yo soy la que le mantiene todos sus lujos. Y además, el muy
desgraciado me ha engañado 3 veces.
—¿Y cómo aguantas a ese baquetón? —le pregunté disgustado—.
—Pues estoy en el proceso de divorcio —me dijo—, pero cómo su
familia tiene muchos conocidos importantes en Londres, ciudad donde
nos casamos, han hecho que el proceso sea muy largo, pues quieren que
yo le deje la mitad de todo lo que poseo.
—Que tipo más desgraciado —le comenté—.

Sin embargo muy en el fondo sentí que Jenny estaba recibiendo su


merecido por haberme abandonado. Que distinta hubiera sido su vida a
mi lado —pensaba—. Yo la amaba con toda el alma y el haberme roto el
corazón de tal forma hizo que siempre le guardara un rencor muy
oculto.

317
Memorias de un LOBO

—¿Y de tu vida, que me cuentas, Lobito? —me preguntó—.


—Pues soy el hombre más feliz del mundo —le dije—. Tengo un
trabajo que me encanta y me da satisfacciones a diario y además estoy
casado con una mujer maravillosa dándole gracias a Dios por haberla
encontrado.
—Que bueno, mi Lobo —me dijo con triste mirada—. La verdad yo
nunca te he dejado de amar y tenía la esperanza de que al llegar a
México y reencontrarme contigo…
—Doctora Perelman, doctora Perelman… —la interrumpió una voz que
salía de su radio—.
—¿Sí? —contestó Jenny enseguida—.
—Tenemos una emergencia —dijeron— y necesitamos ayuda de
inmediato.

Todos salimos enseguida al sitio donde ocurría la urgencia y al llegar


nos encontramos con una escena desgarradora. De entre los escombros
de una casa derrumbada acababan de sacar a una mujer embarazada que
estaba inconsciente y muy mal herida. Estaba bañada en sangre y le
faltaba una mano. Al muñón del brazo donde faltaba la mano ya le
habían puesto los de la brigada médica una ligadura para que no se
desangrara. Al lado estaba su marido desesperado totalmente lleno de
tierra y sangre pues él mismo la había desenterrado.

—¡Salven a mi esposa, por favor sálvenla! —gritaba desconsolado—.

Y enseguida tratamos de estabilizar a esa pobre señora. De inmediato le


puse plasma para tratar de que su sistema no colapsara, pero
seguramente había una seria hemorragia interna, pues al revisarle sus
encías estaban completamente blancas.

—¡Esta mujer necesita una trasfusión de inmediato! —grité muy


fuerte—.

Y rápido, uno de los médicos corrió a la camioneta trayendo varias


unidades de sangre de varios tipos. De inmediato Jennifer pincho uno de
los dedos de la mujer obteniendo varias gotas de su sangre para

318
Memorias de un LOBO

averiguar su tipo y en eso estaba cuando de repente la mujer lentamente


dejó de respirar hasta que finalmente parecía que daba su último suspiro.
Luego de examinarle Jennifer los ojos para ver sus pupilas y auscultar
su corazón con un estetoscopio, se confirmó que efectivamente, había
fallecido. Los desgarradores gritos del su marido hicieron que a todos se
nos erizara la piel.

—¡No, no, no…! —gritaba con desesperación el pobre hombre a la vez


que abrazaba el cadáver de su esposa—.

Jennifer estaba como ida al ver esa desgarradora escena y la sacudí muy
fuerte para que reaccionara, a la vez que le decía:

—¡Podemos hacer una cesárea post mortem!

Seguía sin reaccionar Jennifer y yo mismo le pregunté al acongojado


marido:

—¿Cuánto tiempo llevaba de embarazo su esposa?


—Ya casi nueve meses —me contestó llorando desconsolado—.
—¿Quiere que intente salvar a su hijo? —le pregunté al marido—.
—¿Puede hacerlo? —me preguntó con expresión de esperanza—.
—Desde luego —le contesté con aplomo—, estoy seguro de salvar a su
hijo—.
—¡Pues adelante! —me dijo—.

De inmediato me puse unos guantes y le pedía a Jenny hiciera lo mismo.


Al fin reaccionó mi ex novia y también se puso unos guantes.
Descubrimos el abdomen del cadáver y vimos que se movía con fuerza
el producto. Urgía sacarlo para evitar sufrimiento fetal por hipoxia. Le
rociamos el abdomen con tintura de yodo y un asistente me pasó un
bisturí estéril y de inmediato yo se lo di a Jenny.

—Te brindo los honores —le dije y temblorosa tomó el instrumento—.

Muy despacio puso el bisturí en la piel del abdomen y luego de


mirarme, me dijo con los ojos llenos de llanto.

319
Memorias de un LOBO

—No puedo, Lobito, no puedo.

Yo mismo tomé el bisturí y sin más preámbulo hice una incisión de lado
al lado del abdomen llegando de inmediato al útero, observando que el
producto se movía sin parar. Pedí unas tijeras mayo, que tienen punta
roma para no dañar al producto y luego de cortar el útero, saque de
inmediato a una hermosa bebé, bendito sea Dios, muy sonrojada, lo que
indicaba que no presentaba hipoxia, o sea, falta de oxígeno. Tras
estimulara solo un poco la bebita reaccionó de inmediato llorando con
mucha fuerza. Se la pasé con cuidado a Jennifer, que al recibirla la
abrazó muy fuerte a la vez lloraba de felicidad. Al ver la expresión del
padre que estaba hecho un mar de llanto por la felicidad de ver a su hija
viva, se me hizo un enorme nudo en la garganta, pero nuevamente no
me salía llanto alguno. Me sentía como una olla de presión a punto de
estallar y necesitaba romper en llanto para que mi corazón se
desahogara, pero no podía. Todos los ahí reunidos lloraban a mares de
felicidad y yo solo sentía un doloroso nudo en la garganta sin que
pudiera sacar lágrima alguna. Procedí de inmediato a cerrar la herida del
cadáver y una vez habiendo terminado, el marido de la mujer me dio la
mano y sin mediar palabra me dio un fuerte abrazo, dándome las gracias
con ese gesto, por haber salvado a su hija. Creí en ese momento que ya
había visto todo, sin embargo, lo que vendría luego sería aún más
intenso. Pasaban las horas y seguía nuestra labor de hacer curaciones de
urgencia estabilizando pacientes que de inmediato llevaban a hospitales
cercanos. Empezaba a oscurecer y todo ese sitio parecía campo de
batalla pues había derrumbes por todas partes. Cómo no había luz
eléctrica, por todos lados solo se veían las estelas de muchas lámparas,
que parecían como túneles en su trayecto al iluminar toda esa polvareda.
Cuando ya estaba totalmente oscuro alguien a lo lejos gritó muy fuerte
para que todos lo oyeran:

—¡Oigan, aquí hay una mujer enterrada y aún está con vida!

Corrimos al sitio y un socorrista de la cruz roja nos informó que muy


profundo, entre varias losas, se hallaba atrapada una chica que estaba
atorada de un pie siendo imposible sacarla. Se escuchaba de repente,

320
Memorias de un LOBO

muy quedito y como a lo lejos, una voz femenina que salía de ese
agujero gritando de forma desesperada:

—¡No me dejen aquí sola, por favor ayúdenme!


—Yo creo que solo un médico podría liberar a esa chica —nos dijo el
socorrista—, pues quizá requiera una amputación, pues la loza en que
está atrapado el pie, lo machacó por completo.

Cómo el agujero que daba acceso al sitio era muy reducido, le pedimos
a un médico de nuestro equipo, que por ser tan bajito lo apodaban el
“mini doc”, se adentrara entre los escombros para llegar hasta donde
estaba la chica y luego saliera para informarnos de su situación y si
pudiera de una vez la liberara.

—¿Por qué yo? —nos decía el mini doc muy angustiado—.


—Pues porque eres el único que cabe —le dije—.

Y sin más remedio y a regañadientes el diminuto médico se metió al


agujero con un maletín y un casco equipado con luz. Luego de unos
minutos el pequeño doctor salió del agujero jadeando y chorreando en
sudor.

—Así es, compañeros —nos empezó a decir muy agitado—, hay una
chica atrapada cómo a 10 metros con el pie totalmente aplastado por
unas losas y es imposible que salga.
—¿Por qué no intentaste amputarle el pie? —le dije muy mortificado—.
—Es que no sé cómo —me respondió muy apenado—.
—¡Con un demonio! —pensé muy enfadado, yo mismo tendría que
hacer el trabajo—.
—¿Qué tan estrecho está el camino para llegar a la chica? —le pregunté
al médico que había entrado—.
—Al menos yo cupe sin problema —me contestó—.

Pues ni modo, tenía que intentar entrar y llegar yo mismo hasta donde
estaba esa chica. Pedí de inmediato un overol, un casco con luz, unos
goggles y un maletín bien equipado para una cirugía radical.

321
Memorias de un LOBO

—No pensarás entrar a esa trampa mortal, Lobito —me dijo Jenny muy
angustiada—.
—No tengo alternativa —le dije—. Te aseguro que nadie en nuestro
equipo tendría agallas para, primero entrar a este agujero y luego hacer
una amputación en condiciones tas extremas.

No pudo refutar nada al respecto y luego de darme un gran abrazo


simplemente me dijo:

—Que Dios te acompañe, Lobito. Y por favor sal de ahí con vida, nunca
me perdonaría que te pasara algo sabiendo que yo fui la que te invitó a
venir a brindar ayuda.

Me hizo entrega de un radio para poder comunicarme con ella y luego


de respirar muy fuerte me metí en el agujero que conducía hasta donde
estaba la chica atrapada, empujando con mucha dificultad frente a mí el
maletín con el instrumental y medicamentos. A pesar de que el camino
para llegar a la chica era en línea recta, me costó mucho trabajo avanzar
entre los escombros y al hacerlo sentía que mi cuerpo se desgarraba por
lo estrecho del sendero, hasta que por fin pude ver a la chica, quien al
ver la luz que la alumbraba desde mi casco empezó a gritar desesperada:

—¡Por aquí, por favor ayúdenme!

Me alarmó el hecho de que se escucharan ruidos a mí alrededor


temiendo que en cualquier momento se colapsara toda esa estructura.
Llegué cómo pude a donde estaba la chica y al verla de cerca vi que se
trataba de una joven de aproximadamente 15 años de edad. Estaba boca
abajo y estirando fuerte el brazo le tomé una mano, misma que estaba
más helada que un hielo.

—Tranquila, chiquita, tranquila —le dije—. Ahora mismo te saco.


—No aguanto más —me dijo—, me muero de frío.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté para que se tranquilizara—.
—Susana —me dijo—. ¿Y tú cómo te llamas? —me preguntó.
—Todos me dicen Lobo —le contesté y le seguí diciendo—: Mira
Susana, voy a tratar de ver cómo liberar tú pié atrapado.

322
Memorias de un LOBO

Luego de muchas contorciones que tuve que hacer para acceder a donde
estaba su miembro atrapado vi con tristeza que efectivamente, era
imposible sacar su pie de entre las losas, pues estaba totalmente
aplastado.

—¿Cómo está la situación, Lobo? —oí que Jenny me preguntaba por la


radio—.
—Todo bajo control —le dije, para que la chica atrapada no entrara en
pánico—.

Tenía que actuar de inmediato pues los ruidos que se escuchaban de ese
edificio derrumbado cada vez eran fuertes sabiendo que el colapso de
esa estructura era inminente. Ni modo, le tenía que decir la verdad a la
chica.

—Susi de mi vida —le dije—, debes tener mucho valor, porque para
poder sacarte será necesario cortarte el pié.
—¡No, no, no…! —gritó la chica en forma desesperada—.

Luego de muchos sollozos, por fin accedió a que le realizara tal


procedimiento, diciéndome entre su llanto:

—Si no hay más remedio y con eso salvo la vida, pues ni modo.

Me impresionó el valor de esa jovencita y de inmediato procedí a


realizar lo que tenía que hacer para liberarla. Primero le infiltré cuanta
anestesia local pude alrededor de la pantorrilla para que no sintiera nada.
Luego de unos minutos le pinché esa zona con una aguja y una vez que
me hube cerciorado que no había dolor alguno, puse una fuerte ligadura
de goma para evitar una hemorragia. La apreté tan fuerte cómo pude
pues en esas condiciones no había tiempo ni comodidad para hacerlo
como se debía. Estando afuera, pensaba, en algún hospital terminarían
adecuadamente con el procedimiento. Vacié enorme cantidad de yodo
sobre el sitio donde cortaría, me puse unos guantes de cirugía estériles
procurando no se contaminaran y luego de respirar muy fuerte con un
bisturí corté piel y músculo de la pantorrilla. Me alarmé de momento
pues vi que salía sangra a chorros, pero afortunadamente era sangre que

323
Memorias de un LOBO

brotaba de la parte amputada, a lo que los cirujanos llamamos sangrado


de retorno. Luego del susto por haber visto tanta sangre, observé con
satisfacción que la fuerte ligadura que le había colocado cumplía su
cometido al no permitir sangrado alguno. A esas alturas estaba yo muy
agobiado y con los goggles totalmente empañados de sudor. No tuve
más remedio que quitármelos para poder ver lo que hacia. Ahora venía
lo peor, cortar el hueso con segueta.

—Ahora sentirás una segueta —le dije a la chica para que se


preparara—.

No me dijo nada, solo escuche que sollozaba. Cuando empecé a cortar el


hueso el corazón se me estrujaba pues oí llorar con desesperación a la
chica.

—¿Te duele? —le pregunté preocupado—.


—No, Lobo, no —me dijo—. Pero siento horrible que me estés cortando
mi piecito.

Al fin terminé de cortar el hueso y la chica quedó liberada.

—No te muevas mucho —le dije temiendo que la ligadura se zafara—.


Ahora te voy a vendar para proteger tu herida.

Cuando terminé de vendar la herida, tomé el radio y me comunique de


inmediato allá afuera.

—¿Pueden escucharme? —les pregunte por el radio—.


—Sí, Lobo, te escucho —me contestó Jenny preguntándome
enseguida—: ¿Ya liberaste a la chica?
—Sí, Jenny —le contesté—. Ahora necesito que el mini doc me deslice
una camilla con una soga para poder sacar a la chica. Afortunadamente
el camino hacia acá es en línea recta. Diles a los de afuera que me
envíen una de esas camillas de aluminio que se pueden doblar en “V”
por en medio y también diles que le unten mucha vaselina por la parte
de abajo para que se deslice más fácil.
—Enterada —me respondió—.

324
Memorias de un LOBO

A los pocos minutos vi una luz que se acercaba y la voz del pequeño
doctor que me decía:

—Aquí está la camilla.

Deslicé la camilla bajo mi cuerpo y luego le dije a la chica que


intentáramos cambiar de lugar y se subiera sobre ella. Era tan reducido
el espacio, que en la maniobra perdimos mucho tiempo, pero al fin lo
logramos. Ahora yo estaba en el lugar donde estaba la chica, misma que
ya había logrado ponerse sobre la camilla. Tuvimos que hacer esa
maniobra porque yo no podía regresar de reversa y al pasar al lugar de la
chica pensé que podría dar la vuelta. Luego me dirigí al mini doc y le
dije enseguida:

—Sal con la soga y desde afuera tiren de ella muy despacio para sacar
poco a poco a mi amiga.

Así lo hizo, salió con la soga y luego de unos momentos vi con


satisfacción que mi plan daba resultado, deslizándose la camilla sin
ningún problema. Cuando sacaron a la chica hubo afuera una enorme
algarabía, gritos y aplausos se escucharon hasta donde yo estaba. Estaba
feliz de haber podido liberar a esa pobre niña y ahora venía el problema
de salir yo de ese agujero. En ese momento vino a mi mente mi Viole.
Vi mi reloj y éste marcaba las 7:35 P.M. Más o menos a esa hora, estaría
cenando con mi esposa.

—¿Qué pasa, Lobo? —escuché por la radio a Jenny preocupada—,


¿por qué no sales ya de ese agujero?
—No es que no quiera, Jenny —le respondí—, es que no puedo dar
vuelta para el regreso.

Estaba ahí dentro hecho un verdadero nudo intentando dar vuelta para
salir de ese sitio, cuando de repente, se empezaron a escuchar
espeluznantes ruidos como de una locomotora y luego empezó a
sacudirse todo sintiendo bajo mi cuerpo que la tierra se movía como una

325
Memorias de un LOBO

gran ola. Era otro terremoto y yo me encontraba atrapado entre los


escombros. Entré en pánico, gritando desesperado:

—¡Dios mío, dame fuerzas para salir de este agujero! —ahogándose mi


grito por el rugir del terremoto—.
El pánico hizo que me contorsionara de una manera que aún hoy no me
explico, quedando mi cabeza en la ruta de huida. Entre el movimiento
de la tierra en forma de olas me arrastré lo más rápido que pude en
forma desesperada y al estar cerca de la salida escuche muchos gritos de
pánico pues el terremoto aún continuaba. Ya casi me daba por vencido,
pues quedé atorado solo a unos centímetros de la salida logrando sacar
solo las manos con las que rascaba con desesperación el suelo tarando
de asirme de algo para poder salir de ese sitio. Cuando de repente, sentí
que unas fuertes manos me agarraban de las muñecas y luego esas
manos me dieron un tirón que logró al fin sacarme por completo del
agujero. El que me había salvado era ese médico corpulento que en la
mañana yo había regañado por no haber podido poner un suero. No
pasaron más de 10 segundos en que el agujero colapsó por completo,
escuchándose al derrumbarse un estrepitoso sonido. Los gritos afuera
eran intensos hasta que por fin dejo de moverse el suelo. Al verme
Jennifer corrió a mi encuentro abrazándome enseguida a la vez que me
decía llorando desesperada:

—Pensé que no salías de ese agujero, mi Lobo.

No podía creer lo cerca que estuve de haber perdido la vida y de una


manera espantosa, aplastado y enterrado vivo. Estaba totalmente rendido
y adolorido y lo único que deseaba en ese momento era solo un buen
baño. Entre la oscuridad y el gentío escuche una vocecita que me
llamaba:

—¡Lobo, Lobo!

Al voltear vi a la chica que había rescatado acostada en la camilla


pidiéndome le diera la mano. Me acerqué a ella y la tomé de la mano
aún con el guante ensangrentado. En ese momento no supe que decirle,
sintiéndome como apenado por haberle cortado su pie atorado.

326
Memorias de un LOBO

—Gracias, Lobo —me dijo llorando—, te debo la vida.

Un enorme nudo en la garganta impidió que emitiera palabra alguna y


luego de soltarle la mano vi cómo un par de camilleros la llevaban a una
ambulancia y al alejarse vi el muñón que le había quedado vendado. Ya
no soportaba más, sentía que reventaba y por fin creí poder sacar el
llanto. Traté de alejarme del grupo para llorar a solas y cuando Jenny
pretendió seguirme para estar conmigo tomándome la mano, la detuve y
con la mirada le indiqué que quería estar solo. Comprendió mi gesto
soltándome la mano y me alejé a un rincón apartado sentándome sobre
una losa y reventando ese llanto que tanto había contenido. Lloré a
mares como un niño y al hacerlo vi claramente cómo mis lágrimas caían
sobre mis guantes ensangrentados. Se habían cumplido todas las
visiones que antes ya había tenido, sintiéndome muy afortunado por
haber logrado burlar nuevamente a la muerte y más satisfecho estaba
por haber salvado a tanta gente. Al terminar de desahogarme me puse de
pie y al dar la vuelta vi parada ahí a Jenny, quien me dijo con triste
mirada:

—Ojalá, Lobito, yo te hubiera consolado. Siento que tú ya no sientes


nada por mí, ¿no es cierto?
—Discúlpame, Jenny —le dije—, amo mucho a mi esposa y ahora solo
te veo a ti como a una buena amiga.

Agachó la cabeza, dio media vuelta y sin decir nada se retiró


reuniéndose con los demás doctores. La verdad no sé qué pretendía pues
sabía perfectamente que yo era casado. Aunque sentí horrible ver cómo
se alejaba sin que yo intentara siquiera detenerla para hablar con ella, la
verdad yo solo quería regresar a casa para abrazar a mi esposa y luego
darme un buen baño. Yo estaba realmente exhausto y mi cuerpo estaba
más dañado de lo que yo suponía. Fui a donde estaban los demás
doctores para despedirme de ellos. Le di la mano al que me había
salvado y luego le di un abrazo sentido:

—Gracias, doctor —le dije—. Jamás voy a olvidar lo que hoy hiciste
por mí.

327
Memorias de un LOBO

—Gracias a ti, doctor —me contestó—, hoy aprendí mucho más que en
todos mis años en la facultad.

Venía ahora lo duro, despedirme de Jennifer. Me acerqué a ella y luego


de tomarla de un brazo, ella me abrazo enseguida:

—No te voy a volver a ver, ¿verdad, Lobito? —me dijo—.


—Creo que no, Jenny —le conteste—. Ya tuve suficiente hoy y creo
haber cumplido mi misión en este desastre.

Luego de decir eso Jennifer entró en franco llanto y sollozando se


despidió:

—Gracias por todo, Lobito. Hoy todos aprendimos mucho de ti y te


admiramos, no solo como gran cirujano, sino cómo un hombre de coraje
extraordinario. No sabes cómo lamento haberte perdido…
—Ya no digas más —la interrumpí—, también a mi me duele que sufras
por esto. Mejor mira hacia adelante ya verás que en el futuro
encontrarás alguien que valga la pena.

Ya no había más que decir. Al fin nos despedimos y esa fue la última vez
que supe de ella. Me dirigí hacia donde estaba mi coche y enseguida
partí hacia mi casa. En el camino me empezó a doler todo el cuerpo
cómo nunca antes me había dolido. Los ojos los tenía muy irritados y
me ardían cómo si les hubiera entrado salsa picante. Como me había
quitado los goggles para poder ver cuando le hice la amputación a la
chica, cuando ocurrió el terremoto me entró a los ojos mucha tierra.
Apenas podía ver cuando manejaba pero afortunadamente pronto llegué
a casa. Cuando me metí a la casa, Viole estaba muerta de la angustia,
pues ni un minuto tuve para buscar un teléfono público e informarle de
cómo me encontraba.

—¡Lobo, Lobo! —me dijo muy mortificada cuando vio que llegaba—.
¿Por qué no me hiciste ni una llamada? Casi muero de la angustia
cuando tembló de nuevo.

328
Memorias de un LOBO

Luego al ver mi estado me abrazó muy fuerte y cuando lo hacía sentí


que todos los huesos me dolían.

—¡Ay, cachorrita! —le dije—, no me aprietes tan fuerte.


—¿Qué te ocurre, Lobito? —me preguntó preocupada—. ¿Acaso estás
herido?
—No, no, cachorra —le contesté para que no se preocupara—. Ahora te
cuento todo, pero antes, te suplico, déjame darme un baño.

Pasé a mi habitación y al despojarme de la ropa que traía, Viole gritó


muy angustiada.

—¿Pero, Lobito, que te ha ocurrido?


—¿Por qué me dices eso? —le pregunté desconcertado—.
—Nada más mírate la espalda —me dijo—.

Me puse de pie y me acerque al tocador que tenía un gran espejo. Al


verme la espalda yo mismo quedé horrorizado al ver lo dañado que
estaba. Tenía largas líneas con la piel raspada, desde el cuello hasta las
pantorrillas. La piel estaba inflamada y toda amoratada. Seguramente
cuando trate en forma desesperada de salir de ese agujero, el pánico que
tenía hizo no tuviera dolor alguno al deslizarme por ese estrecho
sendero, hiriéndome al forzar mi salida.

—No te preocupes, cachorra —le dije a Violeta—, son solo raspones sin
importancia.

Me metí enseguida a bañar y al caerme el agua de la regadera en la


espalda sentía como si me flagelaran.

—¡Viole, ven enseguida! —le grité a mi esposa—.


—¿Qué ocurre, Lobito…

Se pierde un pequeño fragmento y luego continúa…

…tocaba esta vez ayudar a mi hermano. Ya había pasado varios días del
terremoto y su novia aún no encontraba los cuerpos de sus familiares.

329
Memorias de un LOBO

Los primeros días se cansaron de buscar en hospitales de toda la ciudad


con la esperanza de encontrarlos aún con vida, pero desgraciadamente
no tuvieron suerte alguna. No tuvieron más remedio que empezar a
buscarlos entre los muertos que ya habían sacado de entre los
escombros. En varias ocasiones Viole y yo acompañamos a mi hermano
y a Norma a reconocer cadáveres en distintos lugares. Alguien nos había
informado que todos los cuerpos encontrados en el edificio Nuevo León
los habían llevado al parque de base bol del Seguro Social, ubicado en la
esquina de Viaducto y avenida Cuauhtémoc y enseguida ahí fuimos.
Quedamos impresionados al ver tantísimos cadáveres, todos muy juntos
metidos en bolsas de plástico y a lo largo había pasillos improvisados
donde la gente caminaba para reconocer a los cuerpos. Se tenía que
hacer larga fila para entrar al estadio y cuando uno al fin entraba, de
inmediato empezaban a arder los ojos por tanto formol que escurría de
las bolsas donde estaban todos esos cuerpos. El estado de la mayoría de
los cadáveres era realmente espantoso y mucha de la gente que iba a
reconocer los cuerpos, nada más entraba y salía de inmediato corriendo
a volver el estómago. Así por varios días buscamos los cuerpos de los
familiares de Norma sin encontrar a ninguno de ellos, hasta que después
de una semana acompañé a mi hermano y a su novia al mismo edificio
derrumbado donde seguían los trabajos de remoción de escombros y
rescate de cuerpos ahí enterrados. Estábamos ahí enfrente parados
esperando noticias de los rescatistas respecto a los cadáveres
encontrados, cuando de repente de entre los escombros salió un
socorrista con un pequeño perrito chihuahueño en sus brazos.

—¡Coky, Coky! —gritó fuerte la novia de Foquito—.

Era ni más ni menos la perrita mascota de la familia Norma, que de


milagro había sobrevivido ahí enterrada viva. Ese encuentro fue muy
emotivo y varios reporteros gráficos captaron el momento. La perrita
estaba manchada de sangre, pero luego de revisarla no le encontré
ninguna herida. Se la devolví a su dueña y un hombre maduro con
goggles puestos y barba de días se acercó a la novia de mi hermano,
misma que estaba hecha un mar de llanto abrazando con emoción a su
perrita.

330
Memorias de un LOBO

—Felicidades —le dijo el señor que se había acercado a Norma—.


¿Puedo cargar a tu perrita?
—Claro —le dijo la novia de Foquito—.

Se me hacía muy familiar ese individuo, pero no sabía quién era. Y hasta
que se quitó los goggles por fin pude identificarlo. Era ni más ni menos
que el cantante de ópera Plácido Domingo, el cual, nos contaron luego,
estuvo ahí ayudando por varios días, pues familiares suyos quedaron
también ahí enterrados. Jamás me imaginé que un hombre tan famoso
fuera tan sencillo y humano. Charlamos un rato respeto a toda esa
tragedia y luego le ordenó a alguien de su equipo le fueran a comprar
una pechera y una correa a la perrita que habían desenterrado. Llegaron
pronto sus asistentes con ese encargo y el mimo señor Domingo le puso
la pechera a la perrita.

—Tú serás de ahora en adelante mi ahijada —le dijo y luego le dio un


beso en la frente—.
—Qué gran tipo —pensé al ver ese gesto—.

Pobre perrita, estaba muy nerviosa y con las corneas opacos, pues éstas
se había irritado de tanta tierra que le entraron a sus ojos. Le dije a
Norma que llevaría a su mascota al consultorio para darle de comer y
lavarle los ojos con solución salina para tratar de sacarle todos los
residuos y evitar un daño permanente a sus corneas. Y así lo hice.
Foquito y Norma se quedaron ahí, con la esperanza de que al menos
rescataran los cuerpos de sus familiares. Al llegar a casa me recibió
Violeta, quedando sorprendida por quien llevaba en brazos.

—Cachorrita preciosa —le dijo Viole a la perrita sobreviviente de ese


desastre—.

Una vez que la tomó en sus brazos, me preguntó intrigada:

—¿De dónde sacaste esta hermosa perrita y porque está manchada de


sangre?

331
Memorias de un LOBO

Le conté que era la mascota de la familia de Norma y que había estado


entre los escombros una semana completa.

—Chiquita linda —le dijo Viole al animalito, a la vez que la abrazaba


con cariño—, lo que debes haber sufrido.

Luego procedí a lavarle los ojos y mientras lo hacía, Viole me dijo al


estar sosteniendo a la perrita:

—¿Ya notaste que la perrita está muy llenita?


—Es verdad —le dije—, está bien gordita, debería estar deshidratada y
muy delgada pues estuvo bajo los escombros una semana entera.

Luego reaccione y le dije muy asombrado a Violeta:

—¡Dios mío! Lo más seguro es que haya sobrevivido comiendo carne


humana…

He de comentar que yo conocía la historia de los terremotos que


ocurrieron en la ciudad de México en 1985. Pero francamente nunca me
imaginé la magnitud de esa catástrofe. Luego de haber leído lo anterior,
me di cuenta de la solidaridad humana que tuvo nuestro personaje al
arriesgar su propia vida tratando de salvar a muchas víctimas en ese
horrible desastre y ello también explica su necesidad de tratar de salvar
a las futuras víctimas en los atentados en Nueva York. Se pierde un
fragmento y luego continúa con el capítulo 8…

332
Memorias de un LOBO

Capítulo 8
Llegan mis hijos
na vez pasada esa terrible pesadilla de los terremotos, Viole y yo
Umeditamos sobre encargar familia. Yo había estado tan cerca de la
muerte, que lo más sensato para mí fue tener de una vez descendencia.
Sin que yo le dijera nada a mi esposa, un día me dijo cuando estábamos
descansando luego de una pesada cirugía:

—Creo que ya es el momento de encargar un hijo, ¿no crees?


—Tienes razón —le dije—. Ya casi cumplo 29 años y creo que es edad
perfecta para ya tener un vástago.
—Por mi no hay problema —me comentó—, apenas tengo 22 años. El
que me preocupas eres tú, que ya casi eres un anciano.

Ambos reímos a carcajadas y luego de mirarnos a los ojos, nos besamos


de forma apasionada y enseguida empezamos a hacer la tarea, esta vez
sin método anticonceptivo. Pues mi Viole quedó embarazada al primer
intento teniendo síntomas de embarazo luego, luego. Cuando fuimos al
médico para que le hicieran un examen y nos confirmaron su embarazo,
me sentí el hombre más afortunado del mundo. Durante los meses de
espera en ocasiones tocaba la panza de mi Viole y sentía cómo se movía
mi hijo, sintiendo claramente que podía ver su futuro, pero de inmediato
me bloqueaba, pues no quería saber nada al respecto. Ya había
aprendido perfectamente cómo bloquear lo que a mi mente llegaba y
deseaba con todas mis fuerzas ser una persona normal sin ver nada de lo
que venía en el futuro. Lo que tenía que ocurrir, ocurriría y de nada me
servía saber lo que pasaría porque nunca podía hacer nada al respecto y
cuando antes había visto lo que pasaría, invariablemente solo
sufrimiento me traía. Sin embargo algunos acontecimientos del futuro
hicieron que yo tercamente intentara nuevamente de retar al destino. Por
lo pronto en esos días me sentía feliz y realizado, teniendo a mi lado a
una mujer maravillosa con la que esperaba a mi primer hijo, un trabajo
que me encantaba y a mis padres que adoraba. El embarazo de mi Viole
fue muy tranquilo y pronto supimos que era un varón el que esperaba.
Un tío médico de Violeta, hermano de su otro tío sacerdote, por esos
333
Memorias de un LOBO

días trabajaba en una clínica de ginecología del Seguro Social muy


cercana a la casa, nos ofreció que ahí atendieran a mi Viole sin costo
alguno. En un principio me opuse a esa idea, pero luego Viole me
convenció pues ella es muy ahorrativa.

—Nos conviene, Lobito —me decía—. Además de que nos costará ni un


centavo, mi tío me dijo que me darán trato especial.
—Si así tu lo deseas —le dije—, pues adelante.

Y así lo hicimos. Cuando se acercaron los últimos días del embarazo de


Viole yo estaba muy nervioso, no así mi esposa, que estaba feliz de la
vida. Una soleada tarde del 2 de julio de 1986, en forma inesperada mi
Viole empezó con las famosas contracciones y yo moría de la angustia
al ver cómo se quejaba.

—Ahorita te llevo al hospital, mi cachorrita —le dije enseguida—.


—Pues démonos prisa —me decía—, porque ya siento que viene
nuestro hijo.

Pronto la llevé al hospital y de inmediato la ingresaron. Por tratarse de


un hospital del gobierno, obviamente yo no tuve acceso y me quedé ahí
parado viendo con angustia cómo se llevaban a mi esposa sobre una
camilla. Fue aquella una espera muy angustiosa, pues a cada rato salía
una enfermera a dar noticias a los familiares de alguna de las pacientes
internadas.

—¡Familiares de María López! —por ejemplo decía y enseguida corría el


esposo de la aludida—.

Me acercaba con disimulo para escuchar lo que decían y siempre me


angustiaba las noticias que daba esa enfermera.

—Su señora está muy delicada —le decían al esposo de alguna de las
parturientas— y será necesaria hacerle una cesárea, porque al producto
se le enredó el cordón umbilical en el cuello.

334
Memorias de un LOBO

Y así, cada que salía esa salada enfermera a dar noticias,


invariablemente éstas eran malas. Luego de muchas horas, de nuevo
salió la enfermera diciendo a todo pulmón:
—¡Familiares de Violeta Quintero!

Me dio miedo acercarme para preguntar por mi esposa, pero tenía que
hacerlo.

—Aquí estoy —le dije—yo soy su esposo.


—Pues tengo que decirle —empezó a decir la enfermera—, que su
esposa ha parido en forma normal y su hijo está en perfectas
condiciones. Mañana mismo se los podré llevar.
—¡Bendito sea Dios! —pensé, pues era la primera vez en toda la noche
que esa enfermera daba una noticia buena—.

Me sentía ancho y orgulloso del gusto y todos los presentes me


felicitaron. Cuando volvió a salir la enfermera a dar el reporte de otra
paciente, me acerqué a ella y discretamente le dije para nadie me oyera:

—Perdone, señorita, podría entrar a ver a mi esposa y a mi hijo.


—¡No, señor! —me dijo en voz alta muy enojada para que todos
oyeran—. ¡Este no es un hospital privado! —y se retiró indignada—.

Quedé muy apenado pues todas las personas me miraban moviendo la


cabeza reprochando mi insolencia. Pues tenía entonces que recurrir a
mis influencias. Me dirigí al modulo de información y le pregunté a la
persona que ahí atendía:

—Perdone, señorita ¿puede informarme dónde localizo al doctor


Homero Quintero? —tío de mi Viole—.
—Claro que si, señor —me dijo amablemente la señorita—, en un
momento lo localizo.

Tomó su teléfono y luego de breves minutos se pudo comunicar con él.

—¿Quién lo busca? —me preguntó la señorita—.

335
Memorias de un LOBO

—Dígale que su sobrina Violeta ya está aquí —le dije— y que ya ha


dado a luz.

Colgó la recepcionista y me dijo enseguida:


—Me dijo el doctor que en un momento viene.

No tardó el tío de Viole ni diez minutos encontrándose conmigo:

—¡Sobrino! —me dijo dándome un abrazo—. Felicidades, acabo de


pasar a ver a Viole y está en perfectas condiciones.
—¿Y cómo ve a mi hijo, doctor? —le pregunté enseguida—.
—Ya pasé a verlo a los cuneros —me respondió con enorme sonrisa— y
está fuerte y sano como un toro. Nació pesando 3.250 Kg.

Estaba feliz por la noticia pero angustiado pues quería estar aunque
fuera un momento con mi esposa.

—¿Cree posible que pueda pasar a ver a Viole? —le pregunté—.


—Aquí las normas son muy estrictas —me dijo—, pero ahorita vemos
cómo pasas a verla; espera un momento.

Se dirigió donde estaba el personal de vigilancia y luego de cuchichear


un rato volteó y con la mano me indicó que me acercara. Luego me dijo
que me pusiera una bata blanca que tenía un gafete, caminara hacia un
pasillo, que diera vuelta a la derecha y buscara la cama 207, en la que
estaba mí Viole.

—Disculpa que no te acompañe —me dijo—, pero estoy de guardia en


otro piso. Pero no te preocupes ya he dado instrucciones para que pases
a ver a tu esposa y luego a los cuneros para que conozcas a tu hijo.
—Perfecto —le dije—, no sabe cómo le agradezco.

Luego de despedirnos me metí a la zona prohibida caminando por el


pasillo y al cruzarme con la enfermera que me había negado el paso,
solo le saqué la lengua haciéndole un gesto. Ésta siguió su camino muy
indignada y yo me metí cómo si nada. Cuando llegué a la cama citada,

336
Memorias de un LOBO

vi al fin a mi Viole ahí acostada con cara muy cansada y tremendas


ojeras.

—¡Lobito de mi corazón! —me dijo cuando me vio ahí parado—.


¿Cómo le hiciste para entrar hasta acá?
Me acerqué a ella y luego de darle un tierno abrazo le explique que su
tío me había ayudado. Enseguida le pregunté sobre nuestro hijo y ella
me respondió con enorme alegría:

—¡Está hermoso, Lobito, está hermoso!


—Qué bueno, cachorrita linda —le dije—, ¿pero, por qué no está
contigo?
—Ya le di de comer y se lo han llevado —me dijo—, porque aquí la
norma es que estén en los cuneros.
—¿Y si nos lo cambian? —le dije entre broma y enserio—.
—No te preocupes —me respondió— ya le han puesto un brazalete con
mi nombre y además yo misma lo reconocería.
—Entonces ahora voy a conocerlo —le dije—, tu tío me dijo que había
dado instrucciones para que me permitieran pasar a los cuneros.
—Pues anda, Lobito —me dijo Viole—, ve a conocer a nuestro hijo.

Preguntando di con los cuneros y al llegar vi una enorme sala con


muchos bebés recién nacidos ahí acostados. Detrás de una gran ventana
vi que una enfermera caminaba por los pasillos mirando a los pequeños.
Toqué el vidrio con una moneda y volteó a verme la enfermera. Con la
mano le indiqué que se acercara y enseguida salió a ver lo que quería.

—¿Qué se le ofrece, doctor? —me preguntó al verme de bata blanca—.


—Mire —le dije—yo no trabajo aquí, pero el doctor Homero Quintero
me dijo que podía pasar a ver a mi hijo.
—Ah, si —me dijo—, hace rato vino a ver a un niño, pero no vi a cual.
¿Cómo se llama su esposa? —me preguntó—.
—Violeta Quintero —le respondí—.
—Permítame un momento —me dijo—, voy a buscar a su hijo.

Se metió a la sala de cuneros y yo a través de la ventana vi cómo


buscaba a mi hijo leyendo los brazaletes de los niños, hasta que vi que

337
Memorias de un LOBO

levantó con cuidado a uno. Salió del cunero con el bebé en brazos y
luego me dijo:

—Aquí está su hijo.

Lo cargué con cuidado y al destapar la mantita que le cubría el rostro vi


a un enorme niño muy peludo, cachetón y moreno. Quedé extrañado,
pero, en fin, aunque muy moreno, era mi hijo e igual lo iba a querer.
Con razón el tío de Viole me había dicho que estaba fuerte como un
toro, pues igual que un toro estaba de moreno. La enfermera se asomó a
ver al niño y luego extrañada vio mi cara. Dudando volvió a leer el
brazalete del niño y me preguntó enseguida:

—¿Cómo dice que se llama su esposa?


—Violeta Quintero —le respondí con impaciencia—.
—¡Ups, perdón! Este bebé es de Virginia Lindero.

Me retiró a ese bebé de los brazos y enseguida lo llevó a su cuna. Siguió


buscando entre las cunas y al fin encontró al que yo esperaba fuera esta
vez mi hijo. De nuevo salió la enfermera y me entregó al bebé.

—Espero que este si sea mi hijo —le dije—.

Antes de que yo le destapara la cara, la enfermera se cercioró leyendo de


nuevo el nombre que llevaba el brazalete.

—Correcto —me dijo—. Violeta Quintero.

Ya estando seguro que al que cargaba esta vez si era mi hijo, por fin le
descubrí el rostro. Lloré de alegría al ver por primera vez a mi hijo, a
quien lo vi muy hermoso. Tan blanco como mi Viole y también con el
color de sus ojos. Ese para mi fue un momento sublime, sintiéndome el
hombre más feliz del mundo. Entregué al pequeño a la enfermera y
enseguida regresé con Violeta.

—¡Felicidades, cachorrita! —le dije con enorme sonrisa—. Gracias por


haberme dado al bebé más hermoso del mundo.

338
Memorias de un LOBO

Ambos lloramos de alegría y luego ya nos despedimos, quedando de


pasar yo por ellos muy temprano en la mañana. Ya pasaba de la media
noche y no podía conciliar el sueño de la emoción que tenía. Solo
pensaba en la gran responsabilidad que ahora tenía por el compromiso
de tener ahora un hijo. Cuando por fin pude conciliar el sueño,
desgraciadamente volvieron a mí las visiones que tanto me
atormentaban esta vez en mis sueños. Como ya antes lo había
comentado, yo ya podía controlar las visiones que intentaban invadir mi
mente estando despierto y de hecho, desde las visiones que había tenido
de los terremotos ya no había tenido ninguna. Pero esta vez las malditas
visiones invadían mis sueños sin que yo pudiera hacer nada al respecto.
Esta ocasión, intenté despertar con todas mis fuerzas al empezar a ver
cosas del futuro. Pero me sentí como paralizado y esa visión que
empezaba penetró por completo a mente. Vi con detalle cosas de un muy
lejano futuro. Averigüé que una tormenta solar dejaría a oscuras al
mundo entero. Pude ver con detalle gigantescas auroras boreales,
quedando maravillado de sus colores, tal como si estuviera yo ahí
presente. Cuando quise averiguar más al respecto, sonó el teléfono y salí
del trance.

—¿Bueno? —contesté—.

Era Reynaldo, que me hablaba para felicitarme.

—¿Qué pasó, Lobato? —me dijo—. Con que ya eres padre.


—Así es, mi Rey —le contesté aún amodorrado—.
—Pues felicidades —me dijo—.
—Gracias, amigo —le respondí—, pero no seas gacho, déjame dormir
otro rato.

Pues si no me hubiera despertado mi amigo, habría averiguado en ese


momento la fecha de la tormenta solar que había visto ocurriría en el
futuro. Pero no pasó mucho tiempo en que volviera a ver ese hecho y no
solo tendría la fecha exacta, sino muchos otros detalles impactantes de
ese suceso tan importante. Quedé muy preocupado por el hecho de no
poder controlas las visiones que tenía en mis sueños. Tenía la esperanza

339
Memorias de un LOBO

de que al igual como podía bloquear las visiones que tenía estando
despierto, algún día aprendería a controlarlas estando dormido. Por lo
pronto ya no pude conciliar de nuevo el sueño y de plano mejor me paré
a bañar. Eran apenas las 7 de la mañana y tenía mucho tiempo para
recoger a mi pequeña familia del hospital. Después de desayunar de
inmediato fui a recoger a mi esposa y a Giovanni. Así pensaba ponerle a
mi hijo, como el abuelo de mi madre, que se llamaba Giovanni Corela,
italiano de nacimiento, una autentica leyenda en la familia por su fama
de andariego y mujeriego y que todos cariñosamente le llamaban el
abuelo Juan, por el tenorio. Yo admiraba mucho a mi bisabuelo por las
historias que mi mamá me contaba de él y me pareció un nombre
adecuado para ponerle así a mi hijo. Llegué al hospital y luego de
preguntar por mi esposa e hijo, me informaron que ya estaban a punto
de salir. No esperé mucho en que la viera venir caminando con mi hijo
en brazos y pronto salí a su encuentro.

—¡Cachorrita de mi vida! —le dije alarmado—. ¿Por qué vienes


caminando si apenas hace unas horas has parido?
—No te preocupes, Lobo —me contestó despreocupada—, me dijo el
doctor que me hace bien caminar ahora.

Pues le dije que me pasara a Giovanni y de inmediato le quité la mantita


que le tapaba la cara, no fuera que esa enfermera tarambana de los
cuneros nos lo hubiera cambiado. Una vez que me cercioré de que ese
era realmente mi hijo, los tres salimos del hospital y abordamos el
coche. Nuestra primera parada fue a casa de mis padres, quienes estaban
ansiosos de conocer a su nieto. Cuando entramos a la casa de mis padres
de inmediato mi mamá le pidió a Violeta le permitiera cargar a su nieto
y al destaparle la cara sonrió feliz a la vez que decía:

—Es igualito a mi abuelo Juan.


—No la amueles, mamá, —le dije—. Yo ya he visto las fotos de tu
abuelo y la verdad estaba muy narizón, como buen italiano que era. En
cambio mi hijo, es igualito a su madre, con nariz de talón de gato.

Todos reímos a carcajadas, pues Viole tiene una naricita pequeña y


respingada. En fin, solo menciono que considero que esos fueron los

340
Memorias de un LOBO

días más felices de mi vida, dándome el destino una tregua de tantas


cosas horribles que había vivido. Disfruté mucha la paternidad
conviviendo mucho con mi pequeño hijo y a tal grado llegó la atención
que tenía hacia él, que le daban celos a mi Viole adorada. Luego de un
poco más de un año de haber tenido Viole a Giovanni, un día me dijo
cuando jugaba con él:
—Oye, ¿no será conveniente que encarguemos de una vez a otro hijo?
Y yo extrañado le pregunté:

—¿Quieres de una vez encargarle un hermanito a Giovanni?


—Pues, si —me dijo—. Alguna vez leí que los hermanos se llevan
mejor cuando son de edades semejantes.

Efectivamente, yo también había oído que la convivencia entre


hermanos de edades parecidas es mejor. Así que me pareció buena la
idea. Afortunadamente no teníamos ningún problema económico pues
tenía mucho trabajo y no tuvimos inconveniente en encargar de
inmediato, procediendo de nuevo a hacer la tarea. Pues la fertilidad de
ambos era fabulosa en esos días, porque de inmediato mi Viole volvió a
quedar embarazada. Esta vez yo decidí dónde nacería mi siguiente hijo
eligiendo una clínica donde el parto sería en agua. Yo había escuchado
que los partos bajo el agua eran menos traumáticos para los niños y de
hecho, por esos días era casi una moda. Pues tanto Viole cómo yo
fuimos al curso profiláctico con el fin de prepararla perfectamente para
el parto. Asistíamos todos los sábados ayudándole yo a hacer sus
ejercicios. Ahí estábamos un nutrido grupo parejas, ayudando los
varones a que sus respectivas mujeres que hicieran sus ejercicios. Al
principio he de confesar que me dio mucha pena, pero al pasar las
semanas ya me sentía un experto, dando consejos a las parejas que
apenas iniciaban. Aunque en esos días era común averiguar el sexo del
bebé mediante un ultrasonido, Viole y yo decidimos no saber al respecto
hasta el momento del parto. El embarazo de Viole fue muy tranquilo y
algo muy importante que he de comentar sobre esos días, es que cuando
estábamos acostados descansando Viole y yo en la cama, al tocarle su
enorme panza, a veces unas ráfagas de visiones que no comprendía
llegaban a mi mente, cual destellos blancos como si fueran flashes que
no me dejaban ver nada, a la vez que mi corazón latía fuertemente.

341
Memorias de un LOBO

Pensé entonces que eso que veía era solo alguna especie de corto
circuito que ocurría en mi mente. Me habían pasado tantas cosas raras
en mi vida, que ya nada me sorprendía. En fin, no le di mucha
importancia a ese hecho y por fin llegó el día del parto. El lunes 21 de
marzo de 1988 por la madrugada, Viole empezó con sus dolores y
enseguida salimos a la clínica donde la atenderían. Como era demasiado
temprano no había mucho tráfico y a pesar que la clínica estaba muy
retirada, llegamos enseguida. Al llegar a la clínica rápido la pasaron a
una habitación para que se preparara. Llegó una ginecóloga y luego de
palparla dijo que ya era inminente el parto. Enseguida la llevaron a la
sala de partos, que era todo, menos un quirófano. Se trataba de un salón
dónde en medio había una enorme tina llena de agua. De inmediato
sumergieron a Viole desnuda en esa tina. Afortunadamente todo el
personal era femenino y así Viole no se sintió tan apenada. Luego la
doctora le dijo que pujara muy fuerte y cuando lo hacía me apretaba las
manos, mismas que yo sujetaba fuertemente estando detrás de ella. Cada
que pujaba le dolía tanto, que me apretaba muy fuerte las manos, sin
embargo mi Viole era tan valiente, que no emitía grito alguno, solo
apretaba los dientes y se ponía colorada.

—¡Grité si quiere! —le dijo la doctora, pero Viole solo pujaba y


pujaba—.

Al fin vi que nacía mi hijo, cual pececillo en el agua, tomándolo de


inmediato la doctora, sacando solo su cabeza del agua. Vi entonces que
era una niña la que había nacido, llenándose mi corazón de regocijo al
ver que muy fuerte respiraba y ver sus ojos cuyo color era idéntico a los
míos. Besé con emoción a mi Viole, la cual estaba tan rendida que casi
desfallecía.

—Cachorrita de mi corazón —le decía con lágrimas en los ojos—. Me


has dado la hija más hermosa del mundo.

Lloramos ambos de la inmensa felicidad que en ese momento nos


invadía y todas las enfermeras en esa sala también lloraban como
Magdalenas al ver esa tierna escena. Luego la doctora sacó a mi hija de
la tina y me dijo que cortara el cordón umbilical con unas tijeras que ya

342
Memorias de un LOBO

me había dado. Al poner las tijeras abiertas para cortar el cordón, lo


sentí muy duro, sin embargo lo corté con fuerza y cuando lo hice, algo
realmente extraordinario ocurrió que a todos nos dejó impresionados.
Primero sentí una ráfaga de visiones incoherentes que me aturdían y
poco después estallaron todas las lámparas de ese sitio. Las enfermeras
gritaron asustadas pues un acontecimiento semejante jamás habían
observado.

—¡Tranquilas, tranquilas! —dijo la doctora—. Debe haber sido solo un


corto circuito.

Sin embargo tenía la certeza en ese momento que yo era el que había
provocado ese extraño suceso. No imaginaba siquiera que era
justamente mi hija, la que…

Se pierde un fragmento que representan 2 años en la historia y luego


continúa…

…la verdad no me interesaba. Sin embargo era tal el entusiasmo de


Viole por ver al papa, que me convenció para asistir a ese evento. Su tío
el cura le había conseguido entradas para ir a la basílica de Guadalupe y
cuando vi los asientos que nos habían tocado en un pequeño croquis que
acompañaba esa invitación, noté que estaban en el pasillo central,
justamente por donde pasaría Juan Pablo II rumbo al altar.

—¡Lo vamos a ver a solo unos metros, Lobito! —me decía


entusiasmada mi Viole—.

Pues no era una casualidad que nos hubiera tocado en un sitio tan
privilegiado, nuestro querido tío sacerdote personalmente había
escogido esos lugares. Así que llegó el domingo 6 de mayo de 1990 y
ahí vamos Viole y yo a conocer a tan ilustre personaje. Estaba tan cerca
la Basílica de Guadalupe de nuestra casa, que nos fuimos caminando sin
ningún problema. Mucho antes de llegar al templo observamos una
verdadera multitud en toda esa zona, pues además de las personas que
trían pase para entrar, también se hallaban reunidas miles de personas
que se conformaban solo con ver pasar al vehículo con el papa dentro de

343
Memorias de un LOBO

una vitrina blindada, llamado “papa móvil”. Cercana a la basílica había


varios retenes para poder ingresar y tuvimos que hacer una larga fila
esperando más de dos horas para poder pasar al templo. Justamente
adelante de nosotros, también haciendo fila, estaba uno de mis ídolos de
la infancia, el futbolista Enrique Borja. En este caso tratando de ser
discreto, no hice mucho aspaviento, solo le dije en secreto discretamente
a Viole:

—¿Ya viste quién está delante de nosotros?

Volteó discretamente para ver quién era el aludido y luego de ver a mi


ídolo y a las demás personas que estaban más adelante, me preguntó
desconcertada:

—¿A quién te refieres?


—A Enrique Borja —le dije discretamente pero con impaciencia—.
—¿Quién? —me preguntó desconcertada—.
—Olvídalo —le dije, sabiendo que obviamente no sabía nada de fut
bol—, después te explico.

Luego de una larga espera, al fin entramos a la basílica y la expectación


que reinada entre toda la gente era enorme. Como estábamos justamente
en el pasillo que conducía al altar mayor, vimos que iban y venían
personas muy apuradas dando los últimos toques al decorado,
iluminación y demás detalles. De repente vi que pasaba por ese pasillo
apresuradamente Plácido Domingo, quien cantaría en la ceremonia y yo,
como si fuera mi conocido, lo llamé inconscientemente:

—¡Don Plácido, don Plácido!

Volteó a verme el cantante y quedó extrañado que yo lo saludara


agitando la mano. Me saludó cortésmente, pero con cara de no haberme
conocido y luego dio media vuelta siguiendo su camino. Luego de dar
unos pasos, supongo se acordó de cuando nos encontramos en frente al
edificio Nuevo León derrumbado, volteó y simplemente me saludó
levantando el puño derecho con el pulgar hacia arriba y sonriendo en
forma franca y sincera. Definitivamente, me había recordado.

344
Memorias de un LOBO

—¡Se acordó de ti, Lobito! —me dijo Viole emocionada—.


—De verdad, que gran tipo —le respondí simplemente a mi esposa—.

Luego de que el cantante se colocó en su sitio a la derecha del altar,


enseguida ensayó unos momentos con el organista y el coro. La
expectación crecía porque se empezaron a escuchar rumores de que el
santo padre se acercaba. Pasaba el tiempo y nada, hasta que de repente
se escuchó a la muchedumbre allá afuera dando una sonora ovación y
adentro, todos apretujados esperábamos inquietos el momento de la
entrada del papa al templo. Nosotros estábamos como a 30 metros de la
entrada, exactamente a la mitad de camino al altar. Cuando de repente,
al fin entró el papa a la basílica. La ovación fue estruendosa y a lo lejos
vi cómo se acercaba el papa dando bendiciones, custodiado por algunos
altos jerarcas de la iglesia, obispos o algo así, supongo, porque los que
iban delante de él traían puesta una mitra. Pasó luego algo
extraordinario. Cuando se acercó a nosotros vi claramente alrededor del
papa un aura inmensa, como nunca antes había visto otra, quedando yo
con la boca abierta. Estando solo a unos pasos de nosotros, me vio a lo
ojos y detuvo uno instante su paso. Se acercó y luego puso su mano en
mi cabeza. Quedé mudo al ver semejante cosa y el papá algo me decía,
pero la muchedumbre emocionada emitía tantos gritos, que no le
entendía nada. No podía mover ni un músculo y menos emitir palabra
alguna. Casi sentí que el corazón se me detenía al sentir su mano en mi
cabeza, una fuerza extraña y poderosa tenía ese hombre que yo no
comprendía. Luego de sonreírme, me bendijo y siguió su camino. Viole
desconcertada y a la vez tremendamente emocionada me cuestionaba
sobre ese hecho.

—¿Qué te dijo el papa, Lobito, qué te dijo? —me preguntaba—.


—No le entendí nada, cachorrita —le respondí aún asombrado por lo
que había pasado—.

Durante toda la ceremonia, que duró horas, me mantuve callado viendo


a lo lejos al papa sentado junto al altar reluciendo un aura espectacular.
Alguien por ahí me prestó unos binoculares y al verlo de cerca mediante
los catalejos noté que el papa estaba muy cansado, agachando

345
Memorias de un LOBO

continuamente la cabeza. Pasaba por mi mente el momento en que lo


tuve de frente y no me explicaba cómo hizo para que yo quedara parado
sin poder mover ni un solo dedo ni poder emitir palabra alguna. Era ese
sin duda, un hombre muy especial, como nunca antes había conocido
otro. Cuando por fin termino esa larga ceremonia le dije a Viole:

—Vamos a intentar acercarnos al papa. Quisiera hablar personalmente con


él.

Entre la muchedumbre tratamos de acercarnos al altar, pero cuando nos


dimos cuenta el pontífice salió por detrás y ya no pude verlo de nuevo.
La salida fue más larga y tediosa que la entrada, saliendo casi de uno por
uno del templo y al estar afuera la multitud aún era copiosa. Habíamos
estado ahí sin comer ni beber casi 8 horas seguidas y ambos estábamos
exhaustos. Caminamos entre el gentío rumbo a la casa y llegando por fin
comimos y enseguida nos fuimos a descansar. Ya mañana recogeríamos
a los niños…

Lo que siguió está demasiado fragmentado. Pasan aproximadamente otros


3 años en la vida de nuestro personaje y en los episodios que siguen se
notar que se empieza a cerrar el círculo de la historia. Continúa la
narración…

…moría de rabia. Vi nuevamente la muerte de mi padre y me sentía


impotente de no poder hacer nada. En el hospital tome la mano de papá
y sin que mediara palabra con la sola mirada sabíamos ambos lo que al
siguiente día ocurriría. Me apretó fuerte la mano y me dijo de nuevo la
frase que en el pasado tanto me había comentado:

—Ya sabes, hijo, lo que tiene que ocurrir, ocurre y ocurre sin remedio.

Tanto él cómo yo sabíamos perfectamente que le quedaban solo horas


de vida. Mi pobre madre estaba desconsolada sentada del otro lado de la
cama tomada fuertemente de la otra mano de papá. Mis demás hermanos
también lloraban desconsolados los cuatro abrazados. Estábamos mamá
y mi hermanos solo esperando que papá partiera y casi sin poder
respirar, con la mirada, mi padre me pidió que me acercara. Me acerqué

346
Memorias de un LOBO

y pegando el oído a su boca escuché con atención lo que me quería


decir.

—Toma, Lobo, —me dijo muy quedito tomando mi mano—, te entrego


la estrella de David que te mostré cuando eras niño.

Al tener el medallón en mi mano sentí que el corazón se me salía del


pecho, igual que cuando la tuve en mis manos siendo niño.

—Recuerda —me siguió diciendo—, solo herédala a algún hijo o nieto


tuyo que tengas la certeza que la merece y posea nuestros dones.

Afortunadamente nadie de mi familia se percató de dicha entrega y


luego de abrazar a papá me reuní con mis demás hermanos guardando
con discreción el medallón en un bolcillo. Siempre conservé ese valioso
objeto, teniendo con él curiosas experiencias pudiendo viajar con la
mente a un lejano pasado conociendo a mis ancestros judíos y
afortunadamente en poco tiempo encontré a quién se lo heredara.

—¿Qué te dijo papá? —me preguntó mi hermano mayor—.


—Nada, mi hermano —le dije—, solo me dijo que nunca dejara sola a
mamá.

Permanecimos toda la familia unida en una noche que parcia


interminable, hasta que cercana a las seis de la mañana expiró papá,
siendo el 3 de mayo de 1993. Había fallecido la única persona que
comprendía los dones que yo tenía y me sentí más solo que nunca. La
verdad, además del enorme dolor que me agobiaba, tenía también una
furia contenida, porque esa misma noche tuve también la maldita visión
de la muerte de mi madre, que ocurriría 7 años en el futuro. De eso
estaba bien seguro porque en la visión que llegó involuntariamente a mi
mente vi claramente un calendario en el mismo cuarto de mi madre,
sitio en el que moriría, acompañada solo de mi persona. Me vi hincado
junto a ella llorando a mares y tomado de una de sus manos viendo
cómo expiraba. Qué mas tormento podía esperar de la vida, sabiendo el
día exacto de la muerte de mi propia madre.

347
Memorias de un LOBO

—¡Maldito don que me ha tocado! —pensaba con rabia apretando en


silencio los puños —.

Al salir de la habitación en la que papá había fallecido me encontré con


Viole, que tampoco había dormido. Sin mediar palabra y sabiendo ella
lo que había ocurrido, se acercó a mi mirándome a los ojos y dándome
luego un cálido abrazo.

—Lobito de mi corazón —me dijo llorando—, tu sabes que quería a don


Paco (mi papá) como si fuera mi padre.

Como antes ya había comentado, Viole se ganó tanto a papá, que la


consideraba como su propia hija y no faltaba ocasión en las reuniones
familiares en que él mismo dijera que Viole era la hija que nunca había
tenido. Papá siempre había querido tener a una hija y en verdad la había
encontrado en ella. En esos momento de profunda pena recordaba el
dolor que sentí cuan perdí a mi Lobo. De la muerte de mi querido amigo
Lobo me quedaba el consuelo de que vivía en mi mismo, en cambio
estaba seguro que nunca más tendría contacto en esta vida con mi
amado padre. El medallón la guardé con celo y me propuse que mientras
yo viviera, conservaría el secreto hasta que se la heredara a la persona
indicada. Siento que además de mi madre y yo, quien más resintió la
muerte de papá fue mi hijita Dany, que entonces tenía apenas 5 años.
Ella adoraba a mi padre pues pasaba prácticamente todo el día a su lado,
viendo la tele o jugando. Ella era su “estrellita reluciente” pues desde
que nació, todos notamos que heredó exactamente el mismo color de
mis ojos y de mi padre, teniendo ella una mirada que parecía que sacaba
chispas. Ella era el máximo orgullo de papá y siempre decía que era su
hijita más pequeña. Por más sutil que intenté darle la noticia a mi hija,
cuando se enteró de la muerte de papá perdió el habla, quedando como
catatónica por varios días. Tuvimos que llevarla a un terapeuta por
muchas semanas para que se recuperara. Pero ni modo, a pesar de esa
sensible pérdida de uno de los pilares de la familia, la vida seguía y
todos tratamos de volver a la rutina. Luego de un tiempo, estaba
terminado de atender a unos clientes con su mascota en mi consultorio y
por la ventana vi que Dany estaba recargada en la pared del patio
mirando hacia el cielo viendo cómo pasaban las nubes. Luego de

348
Memorias de un LOBO

despedir a mis clientes, me acerqué a mi hijita y sin que ella dejara de


ver para arriba le pregunté muy quedito al oído:

—¿Qué haces hijita?


—Nada, papi —me dijo—, solo me estoy despidiendo de mi abuelito.

Quedé desconcertado de tal respuesta preguntándole enseguida:

—¿De mi papá?
—Si — me contestó—, está entre las nubes, allá en el cielo.

Se me hizo un inmenso mudo en la garganta y abrazándola con mucho


cariño, sin sentir se me derramaron las lágrimas. Pero lo que mi hijita
me dijo luego, por Dios que me dejó helado:

—Me dijo que él se encontraba en un lugar muy bonito y que estaba


feliz de poder platicar conmigo…
—¿Qué? —le pregunté desconcertado sintiendo que el corazón se me
salía del pecho— ¿Cuándo te dijo eso tu abuelito?
—Antes de irse, papi —me respondió—.
Estaba atónito y tratando de ordenar mis ideas, surgió en mí la
esperanza de que lo que me había dicho solo fueran cosas de niños.
Traté de serenarme y le pregunté esta vez más calmado:

—¿Y qué más te dijo tu abuelito, hijita?


—También me dijo que tú pronto me darías un medallón de oro y que lo
cuidara mucho.

Sentí que colapsaba cuando escuche semejante cosa. Definitivamente,


mi hijita había heredado mis dones, pudiendo hablar con los muertos.
Absolutamente nadie sabía de la existencia de ese medallón y fue mi
padre, estando ya muerto, el que le contó ese secreto a mi Dany. Me
contó todo lo que podía ver y luego tuvimos una larguísima platica
dándole consejos de cómo manejar esos dones. Le aconsejé lo que con
tanta insistencia mi padre me decía, que nunca a nadie le dijera de las
cosas que veía y al darle todos esos consejos me llené de tristeza al
saber lo mucho que ella sufriría por poseer esas extraordinarias

349
Memorias de un LOBO

capacidades mentales. Mi niña era sumamente precoz e inteligente,


comprendiendo perfectamente todo lo que le decía, estando yo seguro
que con esos consejos podría lidiar con esos dones que sin querer había
heredado. Pasaron los días y una ocasión Viole recibió una llamada de
su tío diciéndole que se hallaba enfermo. Muy sumisa me pidió permiso
para visitar a su pariente:

—¿Me das permiso, Lobito, de ir a ver a mi tío?


—Ay, cachorrita —le dije—, no tienes por que pedirme permiso. Anda,
sal para allá de inmediato.

Luego de abrazarme muy fuerte me dijo que se llevaría a mis hijos para
conocieran a su tío, pues él prácticamente la crió como una hija. Como
era fin de semana, no hubo inconveniente en que se llevara a los niños y
luego de empacar deprisa, los llevé a los tres a la terminal de autobuses
para que hicieran pronto el viaje. Luego de despedirme de ellos y ver
cómo el autobús partía, regresé a casa muy triste. Era la primera vez que
me hallaba solo desde que me casé con mi Viole, sintiendo la casa muy
fría sin la presencia de mi querida esposa ni la algarabía de mis traviesos
hijos. Pero, en fin, era una emergencia y tenía que aguantarme. Durante
la noche vino a mi mente el medallón que me había dado mi padre. Me
hallaba intrigado por saber lo que decían las inscripciones grabadas en
él. Estaba seguro que dichas inscripciones estaba escritas en hebreo y se
me ocurrió ir a una sinagoga para buscar a algún rabino que las
tradujera. Recordando que alguna vez pasé frente a una sinagoga en la
colonia Polanco, al día siguiente fui ahí mismo llevando el medallón. Al
entrar una persona me detuvo y mirándome me preguntó enseguida
extrañado:

—¿Se le ha olvidado su kippah?


—¿Qué? —le pregunté yo aún más extrañado—.

Y simplemente me señaló el gorrito que tenía puesto en la cabeza.

—Sin él no puede pasar al templo —me dijo—.


—¿Podría prestarme uno? —le pregunté muy sumiso—.
—Desde luego —me respondió—.

350
Memorias de un LOBO

De la parte interior de la chaqueta que portaba, sacó un gorrito blanco y


me lo entregó. Enseguida me lo puse y luego le pregunté:

—Disculpe, señor ¿Dónde puedo ver al rabino de más jerarquía de esta


sinagoga?

Me indicó con el dedo hacia la parte del fondo del templo donde se
hallaba un anciano de larga barba y extraño sombreo, hincado y
haciendo su cuerpo para adelante y para atrás leyendo un especie de
papiro que estaba sobre un gran atril. No se me hizo prudente de
momento interrumpir su lectura y tomando asiento en una banca esperé
con paciencia a que terminara. Después de un largo rato, al fin terminó
su lectura y luego de enrollar el papiro lo besó y se puso de pié.

—Disculpe, Rabino —le dije—. ¿Podría hacerme el favor de brindarme


unos minutos?
—Desde luego, hermano —me dijo amablemente—. Pasemos a mi
oficina.

Estando es su oficina, el rabino tomó asiento frente a un escritorio y me


invitó a tomar asiento del otro lado del mueble.

—Pues bien —me dijo—, ¿en qué lo puedo ayudar, hermano?


—Quiero mostrarle algo —le dije—. Es un medallón con la estrella de
David y alrededor tiene un círculo con inscripciones hebreas. Quisiera
saber si es tan amable de traducir esas inscripciones.
—Claro que sí, hermano —me dijo—, si están en hebreo, desde luego
que se las traduzco.

Saqué el medallón de uno de mis bolcillos y enseguida se lo entregué. El


rabino quedó literalmente con la boca abierta y con cara de asombro. Lo
observó con detenimiento girándolo y viéndolo por delante y por detrás,
diciéndome muy serio:

—Efectivamente, hermano, las inscripciones vienen en hebreo antiguo.

351
Memorias de un LOBO

Luego de examinarlo por un largo rato me siguió diciendo:

—Creí que este medallón era solo una leyenda, pero veo que si existe.
—¿De qué se trata? —le pregunté intrigado—.
—Dice la leyenda —me empezó a explicar—, que el rey Salomón lo
mandó hacer para darlo al sumo sacerdote que tuviera el don de la
sanación y éste a su vez, lo heredara a algún descendiente con esos
dones. El primer heredero del medallón fue su propio hijo, Roboám y de
ahí pasó de generación a generación hasta llegar a José, padre de Joshua,
éste último también conocido como Jesús de Nazaret. José le pasó el
medallón a su esposa María y ésta pretendió dársela a su hijo Jesús
cuando cumplió 30 años. Pero Jesús no la portó nunca porque le parecía
demasiado ostentosa y se la devolvió a su madre. Después de que
crucificaron los romanos a Jesús, María le entregó el medallón al
apóstol Juan. Y de ahí se perdió toda pista del medallón, hasta ahora,
que lo tengo aquí en mis manos. También dice la leyenda que este
medallón realmente es el santo grial y no como todos piensan que es la
copa donde Jesús bebió en la última cena y José de Arimatea recogió en
ella su sangre.

Quedé asombrado de esa increíble historia, preguntándole luego al


Rabino:

—¿Y qué es lo que dice exactamente el medallón?


El rabino sacó una gran lupa de un cajón de su escritorio y me empezó a
traducir literalmente las inscripciones:

—Yo Salomón, con el poder que me ha dado en persona el mismo


Yahveh, concedo poderes extraordinarios al legítimo poseedor de esta
prenda. Y luego —me explicó el rabino—, viene una larga lista de todos
los poseedores del medallón, empezando, como ya le había dicho, a
Roboám, terminando con Jesús.

Después el rabino me miró a los ojos y me preguntó muy serio:

—¿Dónde obtuvo este medallón?

352
Memorias de un LOBO

No tuve más remedio que mentirle para que no comentara a nadie de mi


secreto.

—Resulta —le dije—, que hace unos días fui a Jerusalén y en un


mercado de pulgas encontré un puesto donde había muchas copias de
este medallón y simplemente compré una. Quedé intrigado por las
inscripciones que tenía, porque ni el vendedor supo su significado y por
eso vine a molestarlo.
—Pues parece auténtica —me comentó asombrado—, pero, en fin, aquí
se la devuelvo y que tenga buen día.

Luego de darle las gracias salí de la sinagoga y al llegar a casa me


percaté de que había olvidado devolver el gorrito. Pues ni modo, pensé,
me lo quedaría de recuerdo. En la soledad de la noche, puse el medallón
sobre una mesa y mirándolo fijamente puse una mano sobre él y
concentrándome solo un poco hice un increíble viaje mental al pasado
conociendo a mis antepasados judíos. Y lo más extraordinario de todo,
es que volví a ver a Jesús de Nazaret en plenitud rodeado de sus
apóstoles. La visión que tuve de Él cuando hice la representación de su
pasión en Acala, era real. Pero esta vez lo vi radiante, llenándose mi
corazón de una felicidad tan inmensa como nunca antes había sentido.
Pero empezaré por el principio, narrando con detalle todas las cosas que
pude ver en…

Por desgracia se pierde esa parte en que conoce a sus antepasados.


Falta, así mismo, la narración de varios años, que está demasiado
fragmentada, del que solo pude rescatar el momento de la muerte de su
madre. Además presiento que quizá, ahí mismo, se hayan perdido otros
pasajes importantes de su vida, al igual que el inicio del capítulo 9. La
narración continúa…

…que más tormento que saber cuándo va a morir la madre de uno. Ahí
estaba, tal como lo percibí en la visión de hacía 7 años, yo solo con mi
madre sabiendo que en esa misma noche iba a fallecer. Eran casi las 2
de la mañana, cuando en un instante ella recobró el sentido. Me vio con
ojos muy tristes y yo hincado a sus pies lloraba desconsolado porque
sabía lo que vendría.

353
Memorias de un LOBO

—Te quiero agradecer a ti, Lobo —me decía muy quedito, pues con el
oxigeno que tenía casi no le entendía—, sé que tú has estado en todo
momento conmigo y puedes estar tranquilo porque siempre me
cumpliste…
—Ya, mamá, por favor —la interrumpí porque se estaba esforzando en
hablar—. No digas nada, tú sabes que siempre estaré contigo.

Puso su mano en mi cabeza y ya no dijo más. Cerró sus ojos pareciendo


que quedaba dormida y yo angustiado la sacudía con cuidado para que
despertara, pero ya no lo hizo. Poco a poco dejó de respirar hasta que
por fin expiró. Yo estaba desgarrado por dentro pues el destino había
hecho que sufriera la muerte de mi madre una y mil veces, pues desde la
primera visión que había tenido de ese hecho, fueron incontables las
veces que en sueños se repetía. Además del dolor de haber perdido a mi
madre, estaba furioso con la vida. Tenía ganas de gritar con fuerza
reclamándole a Dios por mi destino, pero no lo hice y solo cerré muy
fuerte los puños, apretando al mismo tiempo los dientes conteniendo ese
grito de rabia que tenía hecho un nudo en la garganta. Ya no podía
más…

Se pierde un fragmente y luego continúa…

…nuevamente se repetía esa visión. Esta vez estaba dispuesto a ver


todo. Y luego de que se estrelló el avión, en vez de bloquearme
mentalmente para no ver más de ese hecho, navegué en la visión
esperando tener más indicios del mismo. Después del impacto del
enrome avión, salía mucho humo del edificio. Quedé muchos minutos
mirando esa horrible escena y cuando estaba absorto viendo lo que
ocurría, de repente escuché un ensordecedor ruido de turbinas ¡Otro
avión se estrellaba en la torre vecina! No me explicaba cómo era posible
que ocurrieran 2 accidentes casi simultáneamente. Primero pensé que en
la torre de control del aeropuerto de Nueva York se estaban cometiendo
errores de navegación, pero eso me resultó absurdo, pues la perspectiva
que había desde mi visión era ilimitada, siendo aquel un día
esplendoroso y los pilotos, aunque recibieran datos equivocados de
navegación, era imposible que cometieran semejante error. Deduje

354
Memorias de un LOBO

entonces que esos avionazos serían el resultado de un ataque terrorista,


no había de otra, pensaba. El primer avión pegó al lado norte del
edificio. Tenía mucho tiempo para observar con detalle todo lo que
pasaba y calculé, contando de arriba para abajo, el sitio en que se había
estrellado el primer avión, observando que aproximadamente los pisos
del 92 al 98 eran los más afectados. Seguí observando lo que ocurría y
vi horrorizado que mucha gente de los pisos superiores al impacto de los
aviones, saltaban al vacío evitando ser devorados por las llamas. Ya no
quería ver más, pero armándome de valor seguí observando. Vi volando
alrededor de los edificios a varios helicópteros y luego pasó como
ráfaga un avión caza. Cada vez salía más y más humo de los edificios y
mucha gente seguía saltando al vacío. Cuando de repente, en forma
inesperada, el edificio en el que se había estrellado el segundo avión se
empezó a colapsar por completo quedando yo muy sorprendido
sintiendo que el corazón se me salía de pecho, pues el ruido que escuché
al caer el edificio era el más fuerte que había escuchado en mi vida.

—¡Lobito, Lobito, despierta! —me sacó Viole del trance al ver que yo
convulsionaba—.

Reaccioné de inmediato y luego le dije a mi esposa aún muy agitado:

—No pasa nada, mi vida, era solo otra pesadilla.


—Pero esta vez estabas convulsionando, Lobito —me dijo asustada—.
—¿Estaba convulsionado? —le pregunté muy sorprendido—.
—Si, Lobito —me respondió—, hasta tenías los ojos en blanco.

Esta vez quedé muy preocupado, recordando lo que un siquiatra les dijo
a mis padres cuando yo era un niño respecto a que yo tenía una forma de
epilepsia.

—Te juro que me voy a atender, mi vida —le dije a Violeta—.

Ya más tranquilos, intentamos dormir de nuevo. A pesar de estar muy


cansado ya no pude conciliar el sueño, pues no podía borrar de la mente
todo lo que había observado en esa visión tan terrible. Me preguntaba
por qué se repetía tanto en mi mente ese hecho que ocurriría en el 2001.

355
Memorias de un LOBO

¿Sería un aviso del destino para que yo estuviera enterado y previniera a


la gente? Pues estaba convencido de ello y desde ese momento empecé a
pensar en cómo lanzar una alerta. Afortunadamente tenía la fecha
exacta, el doce de septiembre del año señalado y aún faltaba más de un
año para que ocurriera. Sabiendo perfectamente que ese hecho era
inevitable, pues paradójicamente ya había ocurrido en el futuro, era
preciso entonces dar aviso a los ocupantes de todo el World Trade
Center neoyorkino de lo que vendría. Toda esa noche estuve pensando
en cómo advertir a las futuras víctimas de esa tragedia. Me pasó por la
mente ir a la embajada de los Estado Unidos para advertir sobre ese
atentado, o incluso ir directamente ante autoridades de ese país para dar
la advertencia, pero de inmediato reflexioné en ello y definitivamente
deseché esa idea pensando en que quizá a mí mismo me involucrarían
en ese hecho. ¿Qué medio a mi alcance podría usar para prevenir a las
futuras víctimas de ese desastre? —me preguntaba—. Me resultó obvio
utilizar el Internet. Pensé primero en hacer una página web para que los
que entraran en ella se enteraran de los futuros atentados. Pero luego
pensé que si hacía eso, igual habría una investigación y pudieran dar
conmigo autoridades de Estados Unidos acusándome de terrorismo.
Pues opté entonces por el anonimato del correo electrónico, mandando
cientos de éstos a igual número de direcciones, pidiendo se hiciera una
cadena. Le pedí por mail a un primo, que en ese entonces estaba
estudiando en Nueva York, me averiguara la mayor cantidad de
direcciones electrónicas de habitantes de esa ciudad y me consiguió
cientos de ellas. Así pasaron meses sin que dejara de mandar la
advertencia a esas direcciones electrónicas esperando que esos
contactos, a su vez, reenviaran la advertencia. Pensé que mi idea
funcionaría, pues calculaba que ese mensaje lo recibirían miles de
personas en los Estados Unidos. Quizá esa advertencia resultó tan
inconcebible e inverosímil, que absolutamente nadie le dio la mínima
importancia, perdiéndose esa información entre los millones de correos
basura que navegan en la red. Estaba realmente frustrado, sin embar…

Se pierde un fragmento. Afortunadamente, de aquí en adelante ya no se


pierde ningún segmento de la historia y luego continúa hasta concluir
abruptamente…

356
Memorias de un LOBO

… lo que vi era realmente espantoso. Ese maremoto tendrá su origen en


Indonesia y destruirá todas las costas del océano índico, habiendo
cientos de miles de muertes. Tenía la fecha exacta de tal desastre: 26 de
diciembre de 2004. En verdad ya estaba cansado de ver a tanta gente
sufrir en las visiones que me atormentaban y la desesperación a estas
alturas de mi vida ya era insoportable. Cuando soñaba, a veces
confundía las visiones con mis sueños normales, en los que se repetían
las visiones del futuro. Sentía que mi cerebro estaba en corto circuito y
que en cualquier momento perdiera la razón. Y luego, para empeorar
todo el asunto, me empezaron terribles migrañas. No sabía cómo
ocultarle a Violeta lo que me estaba pasando, pues ella cada vez estaba
más preocupada al ver cómo me atormentaban esas supuestas pesadillas
que a veces tenía. Las cosas que supuestamente había visto y vivido
eran demasiado fantásticas para ser ciertas y en mí surgió la idea de que
todo eso eran delirios de una mente enferma. Alguien me tenía que
ayudar, porque por mi mente pasó la posibilidad de que realmente
tuviera algún trastorno mental o incluso daño cerebral. Recordando la
comprensión que mí querido profesor Bustamante me había dado en el
pasado, quise recibir ayuda profesional de un siquiatra. Bustamante me
había dicho que con terapias de electrochoque cesarían las visiones que
me atormentaban. Sin embargo, me daba terror volver a entrar al
inframundo, pues cada vez que estaba en contacto con electricidad, mi
alma se desprendía de mi cuerpo y podía vagar por el limbo. ¿Qué tal si
un día quedara atrapado eternamente en el inframundo? Vivian había
sido muy clara en advertirme de ello. Necesitaba recibir ayuda pero
¿qué hacer entonces? Pues la desesperanza que tenía en ese momento
hizo que recurriera a un siquiatra. Fui ahí mismo, a la clínica donde
trabajaba mi profesor e hice cita para que me atendiera un especialista.
Llegado el día de la cita pasé al consultorio de un siquiatra, Dr. Ricardo
Acosta, quien me pidió tomara asiento.

—Buenas tardes, señor —me dijo—, póngase cómodo y empiece a


contarme lo que lo trae por aquí.

El doctor Acosta era un hombre como de 60 años, con mucho aplomo y


mirada muy inteligente. Sin más preámbulos me había dicho que
empezara a hablar y de inmediato supe que el proceso de sicoanálisis

357
Memorias de un LOBO

había iniciado. Pero antes de empezar a contarle lo que me pasaba, le


dije para romper el hielo:

—Perdone, doctor. ¿Usted conoció al doctor Rafael Bustamante?


—Desde luego —me dijo—, él era el director de esta clínica hace
mucho tiempo y trabajé con él algunos años, hasta que
desgraciadamente murió de cáncer.

Al menos, pensaba, este doctor sería de su misma escuela. Pero qué


equivocado estaba.

—¿Usted lo conoció? —me preguntó extrañado—.


—Desde luego —le dije—, él fue mi profesor de historia en la
secundaria y maestro en artes marciales, además, gran amigo mío.
—Que bueno —me dijo—, pero continuemos con la consulta.

Quedé desconcertado pues a ese hecho no le dio la menor relevancia y


hasta sentí que estaba celoso porque yo había sido amigo de su colega.

—Y bien señor —me dijo—, por favor inicie a contarme lo que le


ocurre.

Pues le conté lo que me había ocurrido durante mi vida, tardándome un


poco más de 2 horas en decirle todo, absolutamente todo, desde mis
visiones clarividentes y todas mis predicciones de catástrofes futuras,
hasta mi capacidad de poder ver almas en pena y poder también
desprenderme del cuerpo e ingresar al inframundo. El médico escuchaba
con cuidado y me daba la impresión de que ni siquiera parpadeaba. Su
cara era totalmente inexpresiva y a todo momento escribía en una
libreta. Para rematar mi relato, le conté sobre la teoría de mi profesor
Bustamante, de que hay personas que podemos ver cosas que la mayoría
no pueden y tenemos la capacidad de desprendernos de nuestros cuerpos
viendo cosas del futuro y del pasado.

—¿Usted verdaderamente cree en semejantes cosas? —me preguntó el


doctor con cierto desdén—. ¿No sería más sensato pensar en que los
que dicen que ven esas cosas en realidad tienen alguna lesión en el

358
Memorias de un LOBO

cerebro o simplemente padecen esquizofrenia o algún otro tipo de


delirio?

Yo estaba desconcertado por todo lo que me decía y de momento me


quedé callado. Posteriormente hojeó mi expediente y me dijo luego de
suspirar muy fuerte:

—Aquí veo que usted es un hombre muy inteligente y preparado, hizo


su servicio social en le instituto de investigaciones biomédicas, ha
escrito diversos artículos médicos, tiene una maestría, un doctorado,
diplomados en microcirugía y como está familiarizado en cuestiones
médicas, debe estar consciente de que lo más probable es que usted
tenga una lesión en alguno de los lóbulos temporales del cerebro debido
a la descarga eléctrica que recibió de niño, lesión que le hace tener
alucinaciones. Y además —continuó—, si algunas veces pronosticó
cosas del futuro y luego ocurrieron, le aseguro que no fueron más que
coincidencias.

Este médico pensaba exactamente lo mismo que el siquiatra que me


había atendido cuando yo era niño y como buen científico, era
totalmente escéptico de todo lo paranormal.

—¿Y la teoría del doctor Bustamante? —le pregunté desconcertado—.


—Con todo respeto, doctor —me contestó—, para mí esas ideas de
Bustamante siempre me parecieron ridículas.

Vi con tanta seguridad a ese siquiatra, que empecé a pensar que tenía
razón. Sin embargo, para comprobar si realmente tenía yo los poderes
que suponía, lo reté para que yo viera su porvenir.

—A ver, doctor —le dije—, deme su mano y trataré de ver su futuro—.


—¡No, no, no, amigo mío! —me contestó con impaciencia—. Si accedo
a lo que me pide lo único que voy a lograr es retroalimentar su delirio.
Lo que usted necesita son estudios muy específicos para diagnosticar su
problema y poder administrarle la medicación adecuada.

359
Memorias de un LOBO

Muy en el fondo me sentí aliviado. ¿Qué tal si en realidad todo lo que


me había ocurrido estaba solo en mi mente? ¿Y qué tal que con
medicación cesaran las visiones que me atormentaban? Estaba tan ávido
de recibir ayuda, que me aferré al diagnostico de ese médico y accedí a
que me realizara los estudios que hicieran falta.

—¿Qué estudios necesito, doctor? —le pregunté muy sumiso—.


—En primer lugar —me empezó a decir—, necesitamos unos estudios
de sangre: una biometría hemática, una química sanguínea completa, un
estudio de metales pesados y una prueba toxicológica. Luego un
electroencefalograma para ver si hay indicios de algún tipo de epilepsia.
Inmediatamente después del electro, le realizaremos una resonancia
magnética del cráneo para saber si presenta alguna lesión cerebral o
algún aneurisma ¿de acuerdo?
—¿Y por qué una resonancia y no una tomografía? —le pregunté al
doctor sabiendo que la primera era mucha más costosa—.

El doctor sonrió, consiente que yo sabía de medicina y de los costos de


cada procedimiento, contestándome enseguida:

—Mi amigo, no le quería decir, pero también quiero descartar la


posibilidad de algún tumor pequeño en algún lóbulo temporal o en el
tallo encefálico y la resonancia es el procedimiento ideal y más preciso
para diagnosticar tales casos.
—Está bien, doctor —le dije—, pero quiero pedirle un favor.
—Lo que guste, amigo, lo que guste —me contestó—.

Y mi petición fue la siguiente:

—Deseo que los estudios sean mañana mismo y quiero que durante la
resonancia magnética esté usted presente para que cuando haya
terminado, usted mismo examine las placas y de inmediato me diga qué
es lo que tengo.
—Desde luego, mi amigo —me tranquilizó—. Una vez teniendo el
resultado en mis manos usted va a ser el primero en saber lo que le
ocurre.
—Muchísimas gracias, doctor —le dije ya más tranquilo—.

360
Memorias de un LOBO

Me urgía saber lo que me pasaba y si no aprovechaba que el médico


examinara e interpretara los resultados inmediatamente, quizá me los
darían hasta una semana después. Cuando era niño me habían sacado
simples radiografías en las que no apareció nada, estando seguro que
ahora, con esa moderna técnica de resonancia magnética, cualquier
alteración que tuviera en el cerebro aparecería claramente. Me fui a mi
casa con la esperanza de que realmente tuviera algo en el cerebro para
que con modernos medicamentos controlara mis delirios. Cuando estaba
acostado en la cama intentando dormir dando vueltas y vueltas, Viole
me dijo muy quedito:

—¿Qué tienes, Lobito, nuevamente esas pesadillas?


—No, mi vida —le respondí—, es que mañana me van a hacer unos
estudios y estoy un poco nervioso.
—¿Por qué no me habías dicho nada, Lobo? —me respondió
disgustada—.
—No quería preocuparte —le dije—.
—Pues aunque no quieras, mañana te acompaño —me respondió
disgustada y me dijo luego ya más tranquila—: Esos estudios están
relacionados con tus pesadillas ¿verdad?
—Así es, cachorrita —le contesté—. Quiero saber lo que tengo para que
me manden un tratamiento y desaparezcan esas malditas pesadillas que
tanto me atormentan.

Luego abracé a Violeta y sintiéndome más tranquilo por fin concilié el


sueño. Durante la noche estuve soñando con las cosas que
supuestamente había alucinado toda mi vida y al despertar estaba más y
más convencido de que habían sido eso, alucinaciones las que siempre
había tenido. Me puse a reflexionar sobre lo que me dijo supuestamente
Vivian telepáticamente, de que esta vida es solo un sueño y quizá solo
eso había tenido siempre, sueños. Tal vez, incluso, la misma Vivian
había sido una alucinación que yo daba por hecho era real y quise
aferrarme a su existencia porque inconscientemente tenía deseos de
encontrar a alguien como yo. Me abrumaban las dudas y para disiparlas
era imprescindible que escudriñaran mi cerebro con el aparato de
resonancia magnética. Llegó la mañana y muy temprano llegamos

361
Memorias de un LOBO

Violeta y yo a la clínica donde me realizarían los estudios. Primero pasé


al laboratorio clínico para que me tomaran la muestra de sangre. Luego
pasamos al consultorio del Dr. Acosta, quien personalmente nos recibió
de inmediato.

—Le presento a mi esposa, doctor —le dije orgulloso al galeno—.


—Mucho gusto, señora —saludó el doctor de mano a Viole—. Con todo
respeto —se dirigió a mi—, su esposa es muy hermosa.
—Gracias, doctor —le dije, a la vez que voltee a ver a Viole, quien
estaba sonrojada—.
—A lo que vinimos, amigo —me dijo el médico—. Pasemos de
inmediato a que le hagan el electro.
—Otro favor, doctor —le dije al médico—, ¿mi esposa puede estar
presente en los estudios?

Se quedó pensando un poco el doctor y luego de voltear a ver a Violeta,


sonrió abiertamente a la vez que decía:

—Para mí va ser un placer estar acompañado por una damita tan guapa.

Y así quedamos, Viole iba a estar presente en los estudios que faltaban y
eso hizo que yo estuviera mucho más sereno y relajado. En ese
momento pensé que ya era hora de decirle toda la verdad a Violeta,
porque para mí era un tormento haber vivido tantos años yo solo con
esta carga que me estaba matando. Qué estúpido había sido, pensaba,
¿por qué no había pedido ayuda médica años atrás para que se acabaran
esas visiones que me atormentaban? De todas formas, no era demasiado
tarde y a mis 45 años nació en mí la esperanza de vivir el resto de mi
vida en forma normal al lado de esa maravillosa mujer que vino a
enriquecer mi vida. Todo lo anterior pensaba cuando caminábamos por
el pasillo rumbo a la sala donde me harían el electro. Estaba realmente
optimista tomado de la mano de Violeta, cuando al fin llegamos al
cuarto donde me harían el estudio.

—Pasen por favor —nos indicó el doctor—.


Quedé impresionado al ver equipo tan sofisticado. Había un sillón
semejante al de los dentistas y junto a él varios monitores muy

362
Memorias de un LOBO

modernos y una consola con muchos controles. Pasé primero a quitarme


la ropa y despojarme de todo objeto metálico y luego de ponerme una
ligera bata me indicaron que tomara asiento. Me pusieron en la cabeza
un montón de electrodos y empezó el estudio. Más bien no empezó,
pues después de prender los monitores las líneas que indicaban las
diferentes ondas cerebrales estaban vueltas locas.

—¿Qué pasa, doctor? —le preguntó Acosta al joven médico que


manejaba esos aparatos—.
—No sé, doctor —le respondió desconcertado—. Hoy mismo calibré
este aparato y en la mañana hice un electro sin ningún problema.

Las ondas de los monitores cada vez estaban más extrañas, hasta que
repentinamente del interior del aparato salió un chispazo y las pantallas
se apagaron.

—Qué pena, mi amigo —me dijo el doctor Acosta—. Vamos a tener


que posponer este estudio para la tarde, porque hay ciertas personas —
volteando a ver al joven médico—, que no calibran bien estos aparatos.

El joven médico encargado del electroencefalógrafo no sabía ni que


decir y tartamudeando trató de hablar:

—Es que, es que yo mis… mismo calibré este…


—¡Nada, nada! —le respondió Acosta—. A las 5 de la tarde quiero que
esté listo este aparato.

El doctor Acosta estaba muy enojado a la vez que apenado conmigo y


con Violeta.

—Mire, mi buen amigo —me dijo—, vamos a aprovechar que tiene


puesta la bata para pasar de inmediato a la sala del aparato de resonancia
magnética para no quitarles más tiempo.

Caminamos uno metros más por el pasillo y llegamos a dicha sala. Pues
ese lugar me impresionó más que el anterior. Había una habitación con
ventanas que daban al aparato de resonancia, mismo que a mí me

363
Memorias de un LOBO

pareció intimidante. Había 2 personas que manejaban el aparato desde el


cuatro de controles, cuya consola estaba llena de monitores. Me despedí
de Viole con un beso y algo muy malo presentí cuando me acosté
delante del aparato que me examinaría el cerebro.

—¡No, no, no! —pensé—, no me van a atormentar esas visiones ahora.

Me concentré muy fuerte y después de tomar aire me traté de relajar. El


mismo Dr. Acosta me sujetó la cabeza con unas correas de nylon y
luego me dijo despreocupado:

—Bien amigo, lo dejo unos minutos. En todo momento vamos a estar en


contacto con usted. Cuando funcione el aparato va a escuchar unos
fuertes golpeteos, eso es totalmente normal. Cualquier inquietud que
tenga, solo hable y nosotros lo podremos escuchar y si le da pánico, solo
apriete el botón que pongo en su mano derecha, ¿de acuerdo?
—Muy bien, doctor —le contesté—.

Se retiró el doctor y quedé ahí solo acostado frente al aparato. Por un


altavoz escuché la voz de Acosta que decía:

—Vamos a empezar, amigo, no se mueva ni un milímetro.

Empezó a avanzar mi cuerpo hasta que mi cabeza, dentro del resonador,


quedó exactamente debajo de una luz roja que apuntaba a mi frente.
Empezó a funcionar el aparato y se escucharon fuertes golpeteos, pero
de repente empecé a oír un ruido semejante al de una turbina de avión,
que se fue haciendo cada vez más intenso.

—¿Es normal este ruido? —pregunté muy fuerte en voz alta, algo
desconcertado por lo intenso del sonido—.

No hubo respuesta. Afuera no sé lo que pasaba, pero después Violeta,


con todo detalle me contó lo ocurrido.
—¿Qué está pasando? —le preguntó alarmado Acosta uno de los que
manejaban ese aparato—.

364
Memorias de un LOBO

Y el técnico que manejaba dicho artefacto le contestó al doctor muy


alarmado:

—¡No sé, doctor, no sé, todos los circuitos están sobrecargados y no


puedo apagar el sistema!

Yo me sentí paralizado y por más esfuerzos que hacía no podía mover ni


un dedo. De repente, en algo que sentí como un remolino en mi cabeza,
aparecieron nuevamente las visiones que siempre había tenido. Pasaban
por mi mente rápidamente pero no podía poner en orden esas visiones
pues estaba aturdido por el ensordecedor ruido que hacía el resonador.
Mientras tanto afuera, Violeta gritaba como loca que apagaran ese
aparato, pero todo era inútil, debido a que la bobina del resonador cada
vez giraba sin control más y más rápido, sacando enormes chispas de
alto voltaje que pegaban alrededor del cuarto como si fueran relámpagos
y saliendo también chispas de los monitores dentro del cuarto de
controles. Mientras tanto ocurrió lo que más temía, volví a entrar al
inframundo estando de nuevo ahí parado rodeado de espesa neblina y
viendo sombras que iban y venían pertenecientes a almas perdidas. Ya
no me importaba nada, resignándome a quedar atrapado en el limbo.
Mientras tanto afuera todos estaban aterrados al ver que yo
convulsionaba a la vez que el aparato de resonancia sacaba rayos más
intensos.

—¡Sáquenlo de ahí, por piedad, sáquenlo! —gritaba Violeta


desesperada—.

En un acto de verdadero valor, Acosta salió del cuarto de controles y


corrió a sacarme, pasara lo que pasara. Yo seguía convulsionando y el
doctor me gritaba:

—¡Por amor de Dios, reaccione, reaccione! —a la vez que me sacudía


con fuerza—.

Escuché su voz como a lo lejos y de repente así como entré, mi alma


pudo salir del limbo volviendo al mundo material donde seguía ese
tremendo ruido. Cuando volví en mí, vi al doctor Acosta con cara de

365
Memorias de un LOBO

angustia y luego le tomé muy fuerte de un brazo. Sentía tanta energía a


mi alrededor que pude penetrar en el alma del doctor, recorriendo su
vida desde su infancia hasta su muerte, que sería muy lejana en el
tiempo, siendo él ya muy anciano. Al terminar de ver toda su vida y
abrir los ojos, me di cuenta que el doctor estaba paralizado, entonces
supe que él mismo pudo ver su pasado y porvenir. Apreté fuertemente
los ojos y me concentré en un hecho fatal que ocurriría en un cercano
futuro, para que él mismo fuera testigo, viendo nuevamente cómo un
enorme avión se estrellaba sobre una de las torre gemelas de Nueva
York, visión muy impactante que le trasmití mentalmente al doctor,
pues esta vez pude ver al avión estrellándose exactamente frente a mí.
Hice que también viera cómo se derrumbaba estrepitosamente una de las
torres. Luego hice que él mismo fuera testigo de la devastadora
epidemia del 187, visión aterradora, pues en ésta, los cadáveres no
estaban cubiertos por sábanas y su aspecto era espantoso. Luego le
mostré también las secuelas de la erupción del Vesubio con la ciudad de
Nápoles totalmente destruida. Era la primera vez que tenía completo
control sobre las visiones que tenía y estaba dispuesto a mostrarle al
doctor Acosta con detalles cada una de ellas. Sin embargo, en un
instante, el ruido ensordecedor cesó, se prendieron las luces de
emergencia y al mismo tiempo terminaron las visiones que en esos
momentos me inundaban. Solté al doctor y éste quedó como si hubiera
corrido una maratón, totalmente bañado en sudor y tremendamente
agitado. Tan alterado lo vi, que yo mismo temí se infartara. Se me quedó
mirando con los ojos desorbitados y me dijo muy sorprendido:

—¡Todo es verdad, mi amigo, todo es verdad!

Llegó corriendo mi Violeta y con lágrimas en los ojos me abrazó muy


fuerte, tan fuerte como nunca antes lo había hecho, quedando yo
extrañado por la fuerza que tenía.

—¡Pensé que te perdía, Lobito de mi alma! —me dijo muy angustiada,


hecha un mar de llanto—.
—No te preocupes, cachorrita —le dije para que se tranquilizara—.
Creo que ya es hora de que sepas toda la verdad.

366
Memorias de un LOBO

Se me quedó viendo extrañada y luego volteó a ver al Dr. Acosta quien


al mirarla asintió con la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó desconcertada—. ¿A qué verdad se refieren?


—En un momento sabrá todo, mi querida damita —le dijo el doctor ya
más tranquilo—, tenga un poco de paciencia.

Salimos de la sala del resonador y pronto nos enteramos que había una
falla eléctrica no solo en esa sala, sino en todo el hospital. Se habían
quemado prácticamente todo los circuitos de ese edificio. El Dr. Acosta
estaba más que sorprendido y luego de voltear a verme me dijo
sonriendo:

—Espero que su seguro cubra estos daños —y luego rió a carcajadas—.

Pasé a vestirme y luego me encontré con Acosta y con Violeta en el


consultorio.

—Pues bien, amigo —empezó a hablar el doctor—, cuéntele a su esposa


lo que ya sabe.

Viole estaba realmente desconcertada y con la simple mirada me pedía


que le dijera todo. Pues todo fue lo que le dije, absolutamente todo.
Cuando terminé de contárselo noté que su gesto era de incredulidad.
Ella es muy inteligente y no se traga fácilmente cosas tan increíbles.

—¿Están jugando conmigo, no es cierto? —preguntó Viole algo


disgustada—.
—Claro que no, mi querida damita —le respondió el doctor—. Yo
mismo no le creía a su esposo, pero hace un momento pude ver la
verdad. Verdad increíble y fantástica, pero real.
—¿Por qué nunca me lo habías contado, Lobo? —me preguntó Viole
mortificada—.

Yo estaba muy apenado con ella por no haberle comentado nada en el


pasado y le respondí con toda sinceridad:

367
Memorias de un LOBO

—Lo que pasa es que estaba seguro que no me creerías y temí que
pensaras que había enloquecido.
—Bueno —dijo el doctor—, creo que es hora de que dé a conocer al
mundo lo de ese atentado que habrá en las torres gemelas. Con una
alerta estoy seguro que se salvaran cientos de vidas. Además, si la
opinión pública ve que es cierta esa predicción, estarán en alerta de los
demás acontecimientos catastróficos que ha predicho ocurrirán en el
futuro y se salvarán miles de vidas.
—Ya lo hice, doctor, ya lo hice —le respondí con impaciencia—. He
mandado un sinfín de correos electrónicos haciendo la advertencia sobre
el atentado a las torres gemelas, pero como en internet hay tanta basura
y predicciones falsas de gente ociosa, absolutamente nadie cree en que
ocurrirá ese desastre.

Se quedó pensando el doctor y luego me dijo muy seguro:

—Mire, faltan 3 meses para el 12 de septiembre, fecha en la que me ha


comentado que será el atentado. En primer lugar —continuó—, quiero
que escriba sus memorias. Además de que le servirá de terapia, ese
documento será una constancia de todo lo que usted ha vivido y una
advertencia de lo que está por venir. Incluya todos y sus más
importantes recuerdos, alegrías, tristezas y todas sus predicciones. Quizá
se salven cientos de miles de vidas cuando usted dé a conocer esas
memorias.

Esa idea de escribir unas memorias ya me la había recomendado mi


amigo Ángel hacía unos años cuando le conté algunas de mis aventuras.
Sin embargo no lo había hecho simplemente porque creí que no servía
para escribir y pensado en eso le respondí al doctor Acosta:

—Pero yo no soy bueno para escribir, doctor. Solo he escrito tesis,


tesinas y artículos médicos.
—No importa, mi amigo —me replicó—, solo escriba sus recuerdos
más importantes y hágalo de la manera más sencilla posible. Y cuando
llegue al presente en sus memorias, escriba un diario, anotando las cosas
importantes de cada día.

368
Memorias de un LOBO

—Está bien, doctor —le contesté—. Pero queda el asunto de qué hacer
para lanzar la advertencia del atentado que ocurrirá en Nueva York.
Porque si pronostico ese hecho y resulta cierto, la gente va a creer en mí
y como usted dice, quizá se salven muchísimas personas de catástrofes
futuras que también he visto que ocurrirán en el futuro.

El doctor se quedó nuevamente pensando y luego, pareciendo que se le


había prendido el foco, se le iluminó el rostro y me dijo muy seguro:

—Vaya a Nueva York, llévese una lap top y conéctela a la red interna
del edificio para lanzar una advertencia. En otro documento,
independiente a sus memorias, lance una advertencia mencionando que
terroristas estrellarán aviones en las torres y que si quieren salvar sus
vidas no asistan a trabajar el 12 de septiembre…

Recuerdo al lector que la fecha que tenía Lobo respecto a ese


acontecimiento estaba equivocada por un día, pues en una de las
visiones que tuvo de ese hecho desde el interior del edificio, alguien
equivocadamente arrancaría dos hojas del calendario en vez de una,
quedando la fecha equivocada, 12 de septiembre de 2001. Continúa la
narración:

…aunque muchos no le van a creer —continuó el doctor—, estoy


seguro que más de la mitad por si las dudas no asistirán a trabajar ese
día y todos esos que no asistan darán testimonio de la advertencia. Le
recomiendo además que en ese mensaje les pida a los que trabajan en
los edificios se comuniquen con usted por correo electrónico un día
después de que haya ocurrido el atentado para darles a conocer
absolutamente todas sus predicciones. Una vez que toda esa gente haya
sido testigo de su predicción de los atentados a las torres y sepan que
usted fue el que los salvó de la muerte, darán testimonio y difundirán
sus demás predicciones.

Abrió enormes ojos de satisfacción y emoción el doctor Acosta por esas


ideas que me aconsejaba y me siguió diciendo:

369
Memorias de un LOBO

—Literalmente serán miles los que se salven de ese atentado gracias a


usted y todos ellos, después de recibir sus demás predicciones, las
difundirán por todo el mundo y estoy seguro que se salvarán cientos de
miles de vidas en los desastres que están por venir. Piense mi amigo,
piense —me siguió diciendo—, la vida le está dando una oportunidad
única de difundir todos los desastres que usted ha visto que ocurrirán en
el futuro y debe aprovecharla ahora. Por último le recomiendo —
finalizó—, que dicha advertencia la haga justamente un día antes del
atentado, porque si lo hace antes, seguramente muchos no le van a dar
importancia al asunto y simplemente lo olvidarán.
—Me parece excelente su idea, doctor —le contesté—. Solo así creerán
en mí.

Nos despedimos y el doctor me dijo que no dejara de estarlo


informando. El doctor Acosta tenía toda la razón, esta podría ser la
única oportunidad de difundir al mundo mis predicciones. Estaba más
que decidido en cumplir esa misión y pensé en seguir paso a paso los
consejos que el Dr. Acosta me había dado, estando seguro que esta vez
vencería al destino. Desde ese momento empecé a pensar en cómo
lanzar la advertencia, teniendo unos meses para planear perfectamente
cómo hacerlo. En el camino a casa, Viole me contó todo lo que ocurrió
cuando yo convulsionaba dentro del resonador y quedé sorprendido de
la enorme energía que estaba encerrada en mi propia mente. Cuando
llegamos a la casa, Violeta todavía no podía creer en todo lo que me
ocurría y me volvió a reprochar disgustada:

—¿Por qué no me habías dicho nada, Lobo, a ver dime?


—Ya te dije, mi amor —le contesté—, temí que creyeras que estaba
loco…

Me salvó la campana, porque sonó el timbre. Fui a abrir y eran mis


hijos. Los traía, Guadalupe, su nana y al entrar a la casa ambos me
abrazaron con cariño.

—A ver, chiquita —le dije a Dany—, cuéntame que hiciste hoy.

Platiqué un rato con ella y luego vi que Giovanni estaba muy serio.

370
Memorias de un LOBO

—¿Qué te pasa, hijo? —le pregunté—.


—Nada, papá —me dijo—, lo que pasa es que Laura no quiere salir
conmigo—.
Giovanni acababa de cumplir 16 años y empezaban a inquietarle las
chicas. Recordé mi juventud y comparado conmigo, mi hijo era un
verdadero pan de Dios.

—No te preocupes, Giovi —lo tranquilicé—, piensa en que hay


literalmente millones de chicas más en el mundo que querrán salir
contigo.

Me sonrió y luego se retiró a su habitación. ¿Qué futuro les esperaría a


mis hijos? —pensaba—. Jamás intenté siquiera escudriñar ni un poco su
porvenir y así era mejor. En ese momento sentí que era hora de
entregarle a Dany la medalla que me había dado mi padre. Ella era la
persona indicada para preservar ese ancestral secreto y a pesar de tener
apenas 14 años, estaba seguro de que guardaría ese tesoro con celo pues
ella es sumamente inteligente y además esta perfectamente consciente
de los dones que posee.

—Ven, hijita —le dije—, vamos a platicar en tu cuarto.

Pasamos a su habitación y luego de sentarnos en su cama le empecé a


recordar todos los consejos que ya antes le había dado respecto a que
hacer cuando llegaran a su mente las visiones clarividentes. Además de
heredarle todos mis conocimientos y trucos para lidiar con ese don que
nos había tocado, le hice entrega de la medalla.

—Toma, hijita —le dije a la vez que le daba la medalla con la estrella de
David—.
—¡Está preciosa, papá! —me dijo asombrada—. ¿Es la que me dijo mi
abuelito me ibas a dar, no es cierto?
—Así es, hijita —le respondí—.

Luego de contarle la historia de esa joya, también le pedí que la ocultara


y guardara el secreto y solo la heredara a quien la mereciera.

371
Memorias de un LOBO

—No te preocupes, papá —me dijo—yo sabré conservar el secreto y te


prometo seguir siempre tus consejos. Pero tengo miedo —continuó—.
¿Si me estás dando a guardar este gran secreto, es porque a ti te pasará
algo?

Intentó tomar mi mano para escudriñar mi mente y de inmediato le dije


para que se tranquilizara:

—No te preocupes hijita, muy pronto emprenderé una misión que me ha


impuesto el destino y espero cumplirla y regresar de inmediato. Por lo
pronto, te repito, no intentes ver el porvenir de nadie, pues si lo haces
sufrirás mucho.

Nos despedimos con un cálido abrazo, teniendo la certeza que me había


entendido y estando yo ya más tranquilo sabiendo que si no regresaba,
esa preciosa prenda estaba en buenas manos. Fui a mi cuarto estando
realmente preocupado por todo lo que vendría, diciéndole a Viole que
haría una especie de despedida con todos mis amigos.

—No me digas eso, Lobito —me dijo Viole preocupada al escuchar mi


propuesta de hacer una despedida—. ¿Es que no piensas regresar?
Luego agachó la cabeza y empezó a llorar desesperada a la vez que me
preguntaba:

—¿Acaso has visto tu propia muerte?


—No, cachorrita —le dije—, lo que pasa es que necesito fortaleza para
la misión que emprenderé y estoy seguro que la obtendré al rodearme de
todos mis amigos.
—¿De verdad, no has visto tu muerte? —me volvió a preguntar—.

La abracé con mucho cariño y le dije para consolarla:

—Te juro por mi madre, que nunca he tratado de ver mi porvenir ni el


tuyo y menos el de mis hijos. Creo que ya he sufrido demasiado y no
quiero saber nada de nuestro futuro, sea cual sea.

372
Memorias de un LOBO

Ya más tranquila, Viole me dio luz verde para hacer la reunión. Ese día
era sábado y de inmediato les llamé a todos mis amigos para invitarlos a
mi despedida. A pesar de lo repentino de tal invitación, afortunadamente
todos asistieron. El pretexto de esa reunión sería una despedida por un
supuesto viaje de negocios que haría a Nueva York. Era la primera vez
que reunía a mis dos grupos de grandes amigos: a mis hermanos del
alma de la preparatoria y a mis compañeros de mil aventuras en la
facultad. También invité al menor de mis hermanos, Foquito, con quien
siempre he llevado una relación muy cordial. A su vez, todos llevaron a
sus respectivas parejas. Aunque mi casa es pequeña, ahí todos
estábamos reunidos en el jardín trasero riendo a carcajadas recordando
tantas y tantas cosas que pasamos juntos. Desde siempre, en todas las
reuniones que hacíamos los amigos, Oscar era el encargado de hacer la
carne asada y ese día no fue la excepción, no dejando que nadie tocara
su carne hasta que él mismo la servía. Me sentí realmente feliz rodeado
de toda esa gente que amaba de todo corazón, misma gente que me
brindó siempre toda su comprensión y cariño, no mediando nunca
interés alguno. Creo que bebí demasiado, porque luego me entró una
profunda melancolía recordando todas las cosas que había pasado con
ellos. En un instante me aparté del grupo y los miré a todos departiendo
muy felices, pensando muy en el fondo que tal vez nunca los volvería a
ver. Vino a mí mente luego la imagen de mis padres y de Lobo. Quizá
pronto me reuniría con ellos. Se me hizo un nudo en la garganta y al
notar Viole mi tristeza se acercó a mí y sin mediar palabra me abrazó
con cariño. Solo ella conocía mi misión y me comprendía
perfectamente. No pude contener el llanto y al notar Reynaldo lo que me
pasaba, se acercó y me dijo preocupado:

—¿Qué te pasa, pinche Lobo, se te subieron las chelas?

Dejé de abrazar a Viole y luego de enjugarme las lágrimas le lije


sonriendo:

—Nada, mi buen Rey, lo que ocurre es que estoy más feliz que nunca al
verme rodeado de la gente que más amo en el mundo.

373
Memorias de un LOBO

—Cálmate, chillón —me dijo bromeando, dándome un leve zape en la


cabeza—, anda, vente a reunir con nosotros.

Pasó su brazo sobre mi hombro y me llevó a donde estaba todo el grupo


y luego dirigiéndose a todos les dijo en voz alta:

—Miren a este Lobito chillón, le entró la melancolía, se merece un


“sándwich”.

Y todos mis amigos se acercaron diciendo en coro:


—¡Sándwich, sándwich…! —abrazándome todos al mismo tiempo—.

Por Dios santo que sentí en ese momento una energía tan positiva como
nunca antes había percibido, entrando en un llanto sentido de profunda
felicidad pero a la vez de nostalgia por todo lo que había vivido con
ellos. Daba gracias a Dios por tener a esos amigos, que son mis
verdaderos hermanos del alma. Vaya que me dieron fortaleza mis
grandes amigos, pues una vez terminada esa emotiva reunión me sentí
más fuerte que nunca y con la firme decisión de llevar al cabo mi
misión, pasara lo que pasara. Pues en la noche, como me había
aconsejado el doctor Acosta, empecé a escribir mis memorias siendo el
domingo 1° de junio de 2001. Calculaba terminar una semana antes del
atentado, para luego escribir la carta de advertencia que pondré en la red
de cómputo del edificio donde se estrellará el primer avión.
Afortunadamente terminé antes de lo que pensaba, pues prácticamente
dediqué noche y día a escribir todos mis recuerdos, teniendo el doctor
Acosta mucha razón en haberme recomendado hacer tal cosa como
terapia, pues me di perfecta cuenta que la vida que he llevado ha sido en
verdad muy intensa, interesante y enriquecedora, pues así como he
tenidos momentos desgarradores, también abundaron episodios
divertidos y hermosos en mi vida los que ya casi había olvidado.

374
Memorias de un LOBO

Capítulo 10
Diario de un Lobo
Espero que este nuevo capítulo que inicio en mi vida sea muy largo. He
terminado de escribir todo lo anterior hoy, sábado 1º de septiembre
de 2001. Lo que ahora escribo lo hago desde el avión que me llevará a
Nueva York. Pienso escribir con detalle todo lo que haga a manera de
diario, tal como me lo recomendó el doctor Acosta y trataré de hacerlo
mientras lleve a cabo mi plan para que el día que lance la advertencia
lea lo escrito y no se me escape ningún detalle. Tengo 11 días para
planear cómo lanzar esa advertencia el día 11 de septiembre desde el
mismo World Trade Center, un día antes del atentado. A partir de este
momento narraré día a día todo lo que me acontezca. Viole estaba muy
preocupada por el viaje que estoy emprendiendo y quiso acompañarme.
La despedida fue muy emotiva, abrazándonos muy fuerte y llorando
desconsolados. Ya antes le había dicho que esa misión la tengo que
hacer yo solo y creo que me ha comprendió. No quise que fuera al
aeropuerto y me despedí de ella en la puerta de la casa. Luego de un
larguísimo abraso, la miré y le di una memoria USB donde tengo
respaldadas todas mis memorias.

—Cuando leas esto, mi vida —le dije—, sabrás todos mis secretos y lo
que te entrego, es ni más ni menos, toda mi vida. Te suplico que cuando
sepas todo, nunca cuestiones a Dany de un secreto entre ella y yo, te lo
ruego.
—¿Otro secreto? —me preguntó angustiada—.
—Nada de qué preocuparse, mi vida —le contesté—, es solo un pacto
entre mi hijita y yo. Te suplico ya no me preguntes, te entrarás cuando
leas mis memorias.

Al fin nos despedimos y partí hacia el aeropuerto. Ahora solo pienso en


que poner en la advertencia para que los ocupantes de los edificios no
asistan a laborar el día de los atentados. Debe ser una carta muy
convincente y he meditado mucho en ello. Si el doctor Acosta no me
creía en un inicio y solo se convenció cuando fue testigo de mis dones
¿cómo esperar que la gente común me crea? Debo pensar también en
375
Memorias de un LOBO

cómo hacer para que todas las computadoras de la red del piso donde
pondré la advertencia, ésta sea leída por los usuarios de cada terminal.
Tengo unos días para pensar en ello.

15.00 hrs. Ha llegado el avión a Nueva York. Es un día espléndido y


desde mi ventanilla puedo observar claramente y con todo detalle la
estatua de la libertad y a lo lejos puedo ver al fin los imponentes
edificios que pronto dejarán de existir. Se me estruja el corazón al
pensar en ello y más me duele saber que ocurrirá sin remedio. Esta
ciudad es imponente, llena de enormes rascacielos y su inmensidad
abruma. Ahora aterriza el avión…

16:35 hrs. Estoy ahora en un taxi que me llevará al hotel donde hice mis
reservaciones. Me ha costado una verdadera fortuna hospedarme en ese
lujoso hotel, llamado Hotel Marriott World Trade Center, también
conocido como Marriott WTC 3. Es el hotel más cercano a las torres y
de hecho forma parte del conjunto de un total de 7 edificios. Cuando
hice las reservaciones por teléfono me indicaron que había tenido
enorme suerte pues en unos días una convención de la “National
Association of Businesses Economic” ocupará prácticamente todas las
habitaciones del hotel. Veo por la ventanilla del taxi esta extraordinaria
ciudad y es más hermosa y grandiosa de lo que me había imaginado.
Ahora el chofer ha tomado la avenida Broadway que es enorme y a lo
lejos puedo ver las torres gemelas. Llego al hotel…

17.40 hrs. Me encuentro ahora en la habitación 902 que mira justamente


a las torres. Desde este noveno piso se ven majestuosas, ocupando
prácticamente todo el panorama desde mi ventana. “Grandiosas” es el
mejor término que las pueden describir, como grandioso es mi pesar al
saber que pronto dejarán de existir. Cuando me estaba registrando, el
recepcionista me indicó que desde el interior del hotel se puede acceder
directamente a ambas torres y eso facilitará mi plan. Ahora iré a comer y
regresaré a mi habitación para organizar mis ideas.

21:01 hrs. De nuevo me encuentro en mi habitación. Por la tarde he


estado en medio de ambas torres en una hermosa plaza en donde todo el
tiempo se escucha música tranquila. En esa plaza hay una enorme fuente

376
Memorias de un LOBO

redonda y en su centro una hermosa escultura esférica dorada. A su


alrededor hay muchas bancas y la mayoría de los que laboran en las
torres bajan ahí para comer sus refrigerios y descansar un poco. Al ver
sus rostros me angustia mucho pensar que podrían morir en pocos días y
eso me motiva más para seguir mi plan. Estando en medio de esa plaza
y al ver hacia arriba, quedé con la boca abierta por lo majestuoso de esas
increíbles edificaciones. Me llené luego de una profunda tristeza al
pensar que pronto desaparecerán. ¿Por qué habrá tanta maldad en el
mundo? —reflexioné—. Como el hambre me mataba, de momento
quise pensar en otra cosa y busque un restaurante. Afortunadamente en
la planta baja de este mismo hotel encontré uno llamado "The Rusian
House" y ahí comí. Medio exótica la comida y muy cara, pero sabrosa.
En este momento me comunicaré con Violeta para que no se preocupe y
luego me meteré a la cama a dormir. Ahora pensaré en la forma más
eficiente para lanzar la alerta.

Domingo, 2 de septiembre de 2001.

08:05 hrs. Durante la noche la ansiedad que tengo casi no me dejó


dormir. Sin embargo, durante todas esas horas de insomnio se me
ocurrió cómo lanzar la alerta. En primer lugar necesito saber qué
compañía ocupa el mayor número de pisos en la torre norte para que
desde ahí conecte mi lap top para lanzar la alerta. Mientras mayor sea el
número de personas que lo lean, será más fácil que ellas mismas lo
difundan a los demás ocupantes de las torres. Para que todos en esos
pisos vean el mensaje he pensado contratar un hacker para que me cree
un virus que haga que cuando los usuarios prendan las computadoras,
sea el mensaje lo primero que aparezca. Ahora voy a bañarme y luego a
desayunar. Afortunadamente la primera parte de mi plan es muy
sencilla. Simplemente iré al lobby de la planta baja en la torre norte para
ver el directorio de las oficinas y averiguar qué compañía ocupa el
mayor número de pisos en el edificio.

10:00 hrs. Ya he visto el directorio y tengo varias opciones. La primera


es una oficina gubernamental de autoridades portuarias de Nueva York
y Nueva Jersey (Port Authority of New York & New Jersey) que ocupa
los pisos 3, 14, 19, 24, 28, y 31. Definitivamente descarto esas oficinas

377
Memorias de un LOBO

porque están custodiadas guardias del gobierno de los Estados Unidos.


Vi que hay una compañía de seguros llamada “Empire Health Choice”,
que ocupa las plantas 17, 19, 20, 23, 24, 27 y 31. Buena opción, salvo el
hecho de que las oficinas están en pisos salteados. La compañía perfecta
para mis fines es también de seguros, llamada “Marsh USA Agencies”,
que ocupa los pisos del 93 al 100. De acuerdo a la visión que tuve
¡justamente ahí, entre esos pisos, es donde se estrellará el primer avión!
Ahora debo averiguar si esa compañía cuenta con un servidor para que
mediante él pueda difundir el virus que contendrá mi advertencia. Por lo
pronto me abocaré en encontrar a algún hacker.

19:00 hrs. De nuevo estoy en mi habitación. He dedicado todo el día en


la busca de algún hacker para que me haga el virus que requiero, pero
no he tenido suerte. Fui a gran cantidad de cafés internet preguntando
por alguno, pero curiosamente todos creen que soy policía y no me dan
ningún informe. Estoy rendido. Después de hablar con Violeta por
teléfono iré a cenar y luego regresaré a la habitación a descansar y
despejar mi mente.

Lunes, 3 de septiembre de 2001.

08:01 hrs. Por la noche se me ocurrió hacer un recorrido por la ciudad


para conocerla, pero he pensado que debo cuidarme mucho para
completar esta importante misión y no pienso exponerme. Trataré de
salir lo menos posible del conjunto WTC. Hoy insistiré en buscar a
alguien que me haga el virus que requiero. Pero primero debo averiguar
si en la compañía de seguros que he elegido tiene un servidor.

16.00 hrs. He tenido gran suerte. Temprano me dirigí a la recepción


central de la torre norte y le pregunté a una señorita si conocía algún
técnico en computadoras que trabajara en ese edificio con el pretexto de
que supuestamente, soy un empresario y necesito la asesoría de un
experto. La recepcionista me dijo dónde encontrar a un técnico que
justamente acababa de llegar y que trabaja en una compañía de servicios
computacionales llamada “Avesta Computer Services, Ltd.” ubicada en
el piso 21 de esa torre. Yo creo que le caí muy bien a esa recepcionista,

378
Memorias de un LOBO

porque me dio un gafete de visitante para subir a ese piso para poder
hablar con ese técnico.

—Se llama Oscar Romero —me dijo la recepcionista—. Es el gerente


de la empresa y además muy hábil técnico en computadoras.
—Perfecto —pensé—. Seguramente él me daría informes sobre las
redes de ese edificio.

Me dirigí entonces al piso indicado. Cuando pasé a las oficinas de esa


compañía no había nadie que me recibiera y entré sin problema para
buscar al técnico. Noté que en un perchero había colgadas batas
amarillas con todo y gafete que seguramente eran de los técnicos de la
empresa. Efectivamente, esas batas son de los técnicos porque al que
buscaba traía una puesta. Estaba muy distraído el susodicho frente a una
computadora y para llamar su atención tosí muy quedito. Volteo a
verme, preguntándome enseguida:

—¿En que le puedo ayudar, señor?

Luego de presentarme y también con el pretexto de que era un


empresario en busca de asesoría técnica, le pregunté primero sobre sus
habilidades con redes de cómputo y él con orgullo me dijo que había
instalado personalmente casi todas las redes de ambas torres y de los
demás edificios de todo el conjunto. Como no queriendo la cosa, le
pregunté en cual oficina del WTC había un servidor conectado al mayor
número de oficinas de todo el conjunto y me informó que justamente la
compañía de seguros “Marsh USA Agencies”, misma que yo ya había
elegido para lanzar mi advertencia, tiene un servidor conectado, no solo
a los 8 pisos que ocupa la compañía de seguros, sino a casi todas las
oficinas del WTC, pues esa aseguradora maneja las pólizas de seguros
de la mayoría de las compañías de todo el conjunto. Ese técnico lo sabía
perfectamente porque él mismo trabajó en ese servidor. Como el gerente
de esa compañía es latino y habla perfecto español, se portó muy amable
conmigo, preguntándome sobre mi país. Luego de conversar largo rato y
aprovechando el viaje, le pregunté si conocía a algún hacker.

379
Memorias de un LOBO

—¿Para que necesita un hacker, mi buen amigo? —me preguntó


extrañado—.
—Lo que ocurre —le mentí—, es que en mi compañía un hacker está
haciendo de las suyas en mi servidor y como dicen por ahí, el fuego se
combate con fuego y no hay cómo otro hacker para que me ayude en mi
problema.
—Tiene razón, amigo —me dijo—. Solo otro hacker podría neutralizar
e incluso localizar al que le está haciendo estragos en su servidor.
Me dio la tarjeta de un conocido suyo, quien me dijo, es el mejor hacker
que había conocido. Me despedí de ese técnico dándole las gracias y por
si las dudas, no regresé el gafete de visitante, pensando en que me podrá
servir más adelante. Mañana mismo iré a buscar a ese hacker que me
recomendó ese técnico. Por lo pronto iré a comer y luego regresaré
nuevamente a mi habitación para descansar y pensar. Estoy demasiado
tenso.

Martes, 4 de septiembre de 2001.

07:45 hrs. En mis manos tengo la tarjeta del hacker con su nombre y
dirección. El tipo se llama Albert Cramer y se ostenta como experto en
sistemas computacionales. Veo que vive en el Bronx y la verdad no me
atrevo ir a ese barrio. Afortunadamente en la tarjeta viene su teléfono y
trataré en este momento de comunicarme con él para hacer una cita,
aquí mismo en mi hotel.

08:05 hrs. Pude hablar por teléfono con el hacker y afortunadamente


hoy mismo a las 17:00 hrs. hice cita con él en una cafetería de este
mismo edificio llamada “Greenhouse Café”. Ahora toca esperar con
paciencia y pensar perfectamente en cómo pedirle al hacker el virus que
necesito.

19.35 hrs. Otro día de gran suerte. Pude platicar con el hacker y parece
que pude hacer lo que le pido. Al llegar a la cafetería de inmediato nos
presentamos y luego de ostentarme como empresario le dije
directamente:

380
Memorias de un LOBO

—Quiero que me cree un virus que pueda transferirse a un servidor y


que provoque que en todas las computadoras conectadas a él, al
prenderse aparezca de inmediato un mensaje.
—¿Para qué quiere semejante virus? —me preguntó extrañado—.

Yo ya preveía esa pregunta y simplemente le mentí respondiendo:

—Lo que ocurre es que quiero darle una sorpresa a mi esposa pues se
acerca su cumpleaños, poniendo un mensaje de felicitaciones en el
servidor para que aparezca esa felicitación en todas las computadoras de
mi compañía. Y como las computadoras de las oficinas tienen antivirus
diversos, quiero que ese virus sea inmune a todos los antivirus
conocidos.

—Comprendo —me dijo, cómo no creyendo por completo mi motivo—,


se lo tengo en 3 días. Como el virus que le haré será implantado
directamente a un servidor, no aparecerá en la base de datos de ningún
antivirus, así que ninguno lo detectará. Pero hay un problema —me
advirtió—.
—¿Qué ocurre? —le pregunté angustiado—.
—El virus que me pide es muy complejo —me empezó a explicar— y
se va a arraigar al sistema operativo y cada terminal quedará “pasmada”
con el mensaje, sin que se pueda utilizar. Para eliminar el virus sería
necesario formatear el servidor y todas las terminales conectadas a él.
—¡Ah! —le dije, suspirando con alivio—. Por eso no se preocupe. De
todas maneras ya pensaba formatear mi servidor porque voy a cambiar
el sistema operativo y ya he hecho el respaldo de todos mis archivos.
—Entonces, adelante —me dijo—.
—¿Y cuánto me costará ese virus? —le pregunté con cierto temor—.
—Dos mil dólares —me respondió sin titubear—.

Sentí una cubetada de agua helada cuándo me dijo esa cifra, pero ni
modo, ese gasto vale la pena con tal de salvar a miles de personas. Y así
quedamos, confié en él y le di un adelanto de 500 dólares, quedando en
darle el resto cuando me entregara ese virus el día 7 de septiembre en la
misma cafetería a las 18:00 hrs.

381
Memorias de un LOBO

Miércoles, 5 se septiembre de 2001.

11:15 hrs. No hay mucho que contar, salvo que me comuniqué con el
hacker para no perderle la pista. Me informó que mi trabajo va en
progreso. Como buen habitante de la ciudad de México, soy muy
desconfiado y me da miedo pensar que ese tipo me pueda fallar. Me la
estoy pasando como león enjaulado y de momento no tengo otra cosa
que hacer, salvo ver la televisión.

16:32 hrs. El hotel donde me hospedo es enorme y tiene muchas


atracciones para los turistas. En el mezzanine hay una hermosa tienda de
regalos llamada "Times Square Gifts". Pasé a esa tienda a curiosear y
entre mil cosas que hay en venta me llamó la atención una pequeña
replica perfecta de la estatua de la libertad como de 10 centímetros. La
he comprado y se la llevaré de recuerdo a mi Viole. Ya he comido y no
me queda más que seguir esperando.

Jueves, 6 de septiembre de 2001.

17.35 hrs. Hoy tampoco hay mucho que comentar, salvo el hecho de
que el hotel se ha llenado de ejecutivos, pues hoy por la noche da inicio
la convención de la “Association of Businesses Economic” y por ahí
escuché que durará una semana. Es un ir y venir de personas en el lobby
y tanto la cafetería como el restaurante a todo momento están llenos.
Tuve que esperar más de una hora para poder comer. Pienso encargarle
a algún botones que vaya a un centro comercial cercano para que me
traiga pan de caja, jamón y demás aderezos para que aquí mismo me
prepare mis alimentos para no hacer tanta espera en el restaurante.
Además de que me saldrá más económico, no lidiaré con todos esos
pedantes ejecutivos que se creen muy chingones. Me muero de los
nervios en espera de que el hacker me entregue el virus. Estoy pensando
ahora cómo hacerle para que el 11 de septiembre, un día antes del
atentado, pueda acceder a las oficinas de esa compañía de seguros donde
está el servidor en el que intentaré poner el virus con mi advertencia. En
la noche reflexionaré en ello.

382
Memorias de un LOBO

Viernes, 7 de septiembre de 2001.

08:16 hrs. Nuevamente casi no he dormido, pues la zozobra que tengo


por saber si el hacker me va a cumplir, no me lo permitió. En este
momento le llamaré por teléfono para confirmar la cita a las 18:00 hrs. y
decirle que lo espero mejor en el lobby del hotel, pues la cafetería
siempre está llena de la gente que viene a esa convención.

21:30 hrs. Estoy de nuevo en mi habitación y por fortuna todo ha salido


perfectamente. El hacker llegó puntual a la cita portando una lap top.
Cómo no había lugar disponible en la cafetería, subimos a mi habitación
para que me hiciera entrega del “paquete”. Una vez en la habitación,
suponía que me iba a entregar un disco compacto o un dispositivo USB
conteniendo el virus, pero me equivoque al respecto.
—No es posible que el virus se instale solo conectando un disco o un
dispositivo USB al servidor —me explicó—. Este programa es muy
complejo y primero necesito transferir todo el paquete a su lap top
directamente desde la mía.
—Una vez que el virus esté en mi lap top, ¿qué debo hacer? —le
pregunté—.
—Ya que su lap top tenga el paquete —me empezó a explicar—, con un
cable USB debe conectar su lap top al servidor. Cuando lo haya hecho,
automáticamente en la pantalla de su computadora aparecerá una
ventana de dialogo que le dará instrucciones para instalarlo.
Simplemente siga las instrucciones poniendo “aceptar”. Luego verá una
barra de progreso y cuando se haya completado, en la pantalla aparecerá
una señal escrita que dirá “transferencia completa”. Y listo, el virus se
transferirá automáticamente a todas terminales conectadas a esa red y de
inmediato, al encender cada usuario su computadora, aparecerá el
mensaje que usted previamente haya incubado en el virus. El mensaje —
me siguió diciendo—, aparecerá en la pantalla como una alerta del
sistema que obligará al usuario a leerlo.
—Perfecto —le dije—, es exactamente lo que quería.

Pero quedaba el pendiente de probar si en realidad funcionaba su virus.


Me había descrito un virus demasiado eficaz, pero que tal si en realidad
ese hacker me estaba timando.

383
Memorias de un LOBO

—Mire —le dije—, todo me parece perfecto, pero ¿cómo podríamos


probar la eficacia del virus?

Se quedó un momento pensando y luego me dijo muy seguro:

—Primero transferiré el virus a su lap top. De momento póngale el


mensaje que quiera, éste lo puede cambiar por cualquier otro cuando lo
desee. Luego vamos a un café internet para que usted mismo conecte su
lap top a la red del lugar y ahí comprobaremos si funciona. Pienso ir a
un café internet que conozco en que todas sus terminales están en red y
conectadas a un pequeño servidor.

Luego me dijo algo apenado:


—Siento hacerle eso al dueño del lugar, pero no hay otra forma de
probar mi virus. El pobre va tener que formatear el servidor y todas sus
terminales.

Pues ni modo, de alguna manera tenía que probar ese virus. Primero
trasfirió el virus a mi lap top, poniendo de momento un mensaje que
decía: “Feliz Cumpleaños” y nos dirigimos a ese café internet que él
conoce en la calle Warren, muy cercano al WTC. Llegamos al sitio y vi
que se trata de un local inmenso con más de 100 terminales. Cuando
entramos me dijo el hacker:

—Esperemos un poco a que se desocupe la terminal conectada al


servidor del lugar, veo que ese usuario que la ocupa ya está recogiendo
sus cosas.
Nos dirigimos a esa terminal para que nadie nos la ganara y nos
sentamos de inmediato.
—Haga usted mismo el procedimiento que antes le indiqué —me dijo—
, le servirá de ensayo.

Y así lo hice, conecté mi lap top a la terminal y seguí las instrucciones


que aparecían en la pantalla. En ese momento casi todas las terminales
estaban ocupadas estando los usuarios muy distraídos trabajando en sus
cosas y era el momento propicio de probar la eficacia del virus. Una vez

384
Memorias de un LOBO

transferido el paquete, de inmediato apareció en todas las pantallas del


café internet una alerta del sistema color rojo que decía alegremente:
“Feliz Cumpleaños”. Todos los usuarios quedaron desconcertados
tecleando frenéticamente tratando de quitar ese mensaje pero no lo
lograron. Algunos apagaron la computadora con que trabajaban, pero
una vez que la volvían a prender, de inmediato volvía a aparecer el
mensaje. Desconecté mi equipo, fuimos a pagar a la caja y ambos
salimos del lugar discretamente mientras adentro se escuchaban mil
reclamos. Una vez que regresamos a la habitación del hotel y estando
muy satisfecho por el trabajo del hacker, le pagué lo acordado.

—Le deseo a su esposa feliz cumpleaños —me dijo sarcásticamente


cuando se despidió el hacker—.

Obviamente no me creyó nada respecto al uso que haría de ese virus,


pero, en fin, nunca volvería a ver a ese individuo. Lo primero que voy a
hacer ahora es redactar el mensaje de advertencia que pondré dentro del
virus.

Sábado, 8 de septiembre.

08:40 hrs. A pesar de que el mensaje que redacté es muy breve, pasé
horas pensando muy bien su contenido para que éste sea conciso y
contundente. Primero lo redacté en un documento en Word y ya lo he
transferido como el mensaje que aparecerá en las pantallas dentro de ese
virus. Por esa parte ya estoy tranquilo, solo queda cómo hacer para
acceder al piso 94 en donde está el servidor de la compañía de seguros.

17:00 hrs. Estoy muy nervioso y debo controlarme. Afortunadamente


ya tengo un plan bien estructurado para acceder al piso 94. Hoy me uní
a un grupo de turistas haciendo una visita guiada a las torres gemelas.
Mi propósito para hacer tal recorrido era conocer perfectamente el
acceso a los pisos de la compañía de seguros. No se por qué, pero esa
compañía está muy custodiada por vigilancia de guardias privados.
Éramos un grupo cómo de 20 turistas y la visita empezó en el mismo
lobby de la planta baja. Un guía de turistas nos iba explicando todos los
detalles del enorme edificio. Visitamos diversos pisos conociendo las

385
Memorias de un LOBO

instalaciones. En el piso 90 hay otro lobby, en donde hicimos una


parada en la que el guía nos dio otra tediosa explicación del edifico.
Cuando nos dirigíamos hacia el elevador y sabiendo que unos pisos
arriba estaba la compañía de seguros donde está el servidor, le dije al
guía:

—Oiga, me gustaría conocer los pisos de la “Marsh USA Agencies”,


pues me han dicho que son espectaculares.

Los demás turistas apoyaron mi solicitud y el guía, después de


comunicarse por radio con el personal de vigilancia de esos pisos, nos
indicó:

—No hay problema, ya hablé con el personal de vigilancia y nos darán


acceso.

Pues justamente hicimos parada en el piso 94 y al bajar del elevador


enfrente vi unas puertas de vidrio que dan acceso a las oficinas centrales
de la compañía y junto a ellas 2 guardias armados. Al entrar los guardias
nos revisaron con dispositivos magnéticas para comprobar que no
portábamos algún arma. De momento quedé frustrado pues mi plan de
entrar a esas oficinas resultaba más difícil de lo que esperaba. Sin
embargo, pronto se me prendería el foco. Como era medio día, en las
oficinas estaban todos haciendo sus actividades. Cuando el guía algo les
explicaba a los turistas, discretamente me acerque a una secretaria y le
pregunté:

—Disculpe, señorita ¿cuál el horario de éstas oficinas?


—Todos los días entramos a las 9 de la mañana —me dijo— y salimos a
las 8 de la noche, pero cómo hoy es sábado, la salida es a las 2 de la
tarde.
Muy valioso lo que me dijo, pero necesitaba más información.
—Oiga —le seguí diciendo—, me han dicho que en este piso hay un
enorme servidor de computadoras, ¿es verdad?
—Claro —me respondió—, es el más grande de esta torre —diciéndome
eso con gran orgullo—.
—Ah, que bien —le dije—. ¿Y donde está?

386
Memorias de un LOBO

Me señaló con el dedo hacia una gran oficina, misma que estaba
cerrada. Luego vi que desde la puerta principal entraba un tipo con bata
amarilla portando una lap top y los guardias ni siquiera lo miraron. Era
un técnico de la compañía de servicios computacionales que yo antes
había visitado. Sin mirar a nadie, el de bata amarilla se metió a la oficina
que la secretaria me había señalado. Le hice entonces otra pregunta a la
que me estaba informado:

—¿Ese señor de bata amarilla que entró como si nada a la oficina donde
está el servidor, quién es?
—Es un técnico de computadoras —me contestó—.
—¿Y por qué no lo revisaron los guardias? —le dije fingiendo
ingenuidad—.
—Lo que ocurre —me dijo—, es que los guardias tienen la consigna de
que esos técnicos pasen de inmediato pues cuando vienen, actualizan los
sistemas. Ya usted se ha de imaginar, un servidor tan grande requiere
mantenimiento continuamente.
—¿Y si el servidor requiere servicio fuera de horas de oficina? —le
pregunté nuevamente tratando de sacarle más información—.
—Los guardias están las 24 horas —me contestó— y esos técnicos
pueden acceder a cualquier hora.
Después de darle las gracias a tan gentil dama que me había regalado
tanta información, puse las manos atrás y separándome del grupo de
turistas me fui acercando poco a poco a la oficina donde está el servidor
y al estar cerca abrí la puerta para ver hacia dentro. Vi un gran salón con
varias terminales de computadora en donde estaba un montón de gente
trabajando y en medio, vi una gran pantalla justamente al lado del
enorme servidor y en él trabajando el técnico de bata amarilla. Al fondo
vi enormes ventanales desde donde se ve espectacularmente todo el
norte la ciudad y al lo lejos puede ver al majestuoso Empire State.

—Está prohibida la entrada —me dijo un tipo sujetándome del brazo—.


—Disculpe —le dije—, solo curioseaba.

387
Memorias de un LOBO

En mi mente estaba estructurando mi plan, pero de momento seguí con


la visita guiada. Cuando suponía que íbamos a subir a la azotea, el guía
nos indicó:

—Ahora descenderemos e iremos a la torre sur. En el piso 107 de esa


torre hay un observatorio y si no hay demasiado viento nos dejarán subir
a la terraza del edificio en donde la vista es impresionante.
—Fabuloso —pensé—, al menos distraería la mente unos momentos
sintiéndome un turista cualquiera.

Bajamos y nos dirigimos a la torre vecina. Todo el grupo tomamos el


elevador ascendiendo al piso 107 en un santiamén. La vista en ese piso
es espectacular, pero muchos del grupo le insistieron al guía que
fuéramos a la terraza.

—Está bien, está bien —nos dijo el guía—. Iré a preguntar si hay buen
tiempo allá arriba.

Los encargados del mirador le dieron luz verde y nos dirigimos a la


terraza ubicada en el piso 110 al que accedimos finalmente mediante
unas escaleras eléctricas. Al estar hasta arriba la sensación que uno tiene
es de ser muy pequeño ante la grandeza del panorama. Cuando uno se
acerca al barandal de la gran terraza y mira hacia adelante, se siente
volar, pues el viento golpea fuerte la cara y el panorama a esa altura es
maravilloso. Cuando dirigí la mirada hacia el sureste y vi el horizonte,
juro que pude apreciar la curvatura de la tierra. El viento allá arriba es
intenso y da la sensación de que el edificio se mueve. Una mujer del
grupo le dijo muy alarmada al guía:

—¡Se está moviendo, se está moviendo!


—Así es, señora —le dijo el guía—, el viento hace que la torre se
balancee levemente.

Pues no me había equivocado de la sensación que yo había tenido.


Efectivamente, el edificio se mueve. Una vez terminada la visita estoy
de nuevo en mi habitación y a continuación describiré mi plan ya
completo: Hice bien en quedarme con el pase de visitante que me prestó

388
Memorias de un LOBO

la recepcionista del lobby en la planta baja de la torre. Cómo en las


oficinas de la aseguradora se empieza a laborar hasta las 9 de la mañana,
muy temprano subiré con el pase de visitante que tengo al piso 21, a la
oficina de la compañía de servicios computacionales (Avesta Computer
Services, Ltd.). Cómo en esas oficinas prácticamente no hay vigilancia,
hurtaré una bata amarilla de las que usan los técnicos. Me la pondré y
subiré al piso 94 donde está el servidor. Estoy seguro que los guardias
me dejarán pasar. Ahora descansaré pues ha sido un día muy ajetreado.
Ya mañana escribiré un documento con un resumen de todas las
visiones que he tenido en mi vida con fechas precisas. Cómo el doctor
Acosta me recomendó, ese documento se los enviaré por correo
electrónico a los sobrevivientes de los atentados para que ellos lo den a
conocer al mundo. La verdad, yo no quiero ningún crédito y tanto el
resumen de todas las visiones, cómo la carta de advertencia, los firmaré
simplemente como “Lobo” y el saber que se salvarán cientos de miles
de personas, será mi recompensa.

Domingo, 9 de septiembre de 2001.

13:35 hrs. Dormí razonablemente bien y ya he hablado por teléfono con


Viole. Me ha dado ánimos y eso me llena de energía. Redactaré ahora el
resumen de todas las visiones que he tenido en mi vida, el cual enviaré
un día después a los sobrevivientes de los atentados por correo
electrónico.

19:03 hrs. Me tardé más de lo que pensaba pues son muchas las
visiones de catástrofes futuras que vi en mi vida y no quise que se me
escapara ningún dato respecto a los lugares y fechas precisas de esos
acontecimientos. Por más que quise resumir, salieron 4 y media
cuartillas. Pero al fin, creo haber puesto todo. Tengo demasiada hambre
y esta vez iré a algún otro restaurante a comer algo. Me enteré que hay
uno mexicano en la torre sur y no quiero perder la oportunidad de
comer, quizá, mi última comida mexicana.

22:45 hrs. He regresado de cenar. Pedí tacos al pastor y nada que ver.
No hay cómo la comida de mi amado país. Alrededor del WTC hay un

389
Memorias de un LOBO

sinfín de bares. Pasé a tomarme unos tragos para relajarme y creo


sentirme mejor. Ahora intentaré dormir.

Lunes, 10 de septiembre de 2001.

21.05 hrs. Faltan solo 2 días para el atentado. Estoy nuevamente el mi


cuarto del hotel para tratar de despejar la mente y que no se me pase
ningún detalle de mi plan. Acabo de leer todo lo que he escrito desde
que salí de México y creo que no se me ha escapado ningún detalle.
Hace unos minutos me comuniqué con el doctor Acosta para tenerlo
informado del plan para lanzar la advertencia. Le informé sobre mi idea
de colocar el virus y le pareció estupenda, pero me dijo algo que me dio
un vuelco al corazón.

—¿Que tal —me empezó a cuestionar—, si su plan falla debido a mil


asares del destino y no logra que esa advertencia sea leída como usted lo
planea?

Tenía mucha razón el doctor Acosta, dejándome mudo esa pregunta. Y


luego me aconsejó lo siguiente:

—Le aconsejo, mi buen amigo, que siga su plan, vale la pena por lo que
todo implica, pero por las dudas le sugiero que la noche anterior al
atentado, haga cuantas llamadas pueda a la policía desde diversos
teléfonos públicos, advirtiendo que en ambos edificios han puesto
bombas. Estoy seguro —continuó—, que inmediatamente evacuarán
ambos edificios y por la mañana no dejarán que nadie entre en ellos.

Me pareció genial esa idea y pienso llevarla a cabo una vez que haya
puesto la advertencia, estando seguro que esas llamadas lograran que
nadie entre a los edificios salvando absolutamente a todos los que
trabajan ahí. Quizás por tanta concentración que he tenido para hacer mi
plan en todos estos días, no he vuelto a tener una sola visión. Pienso
ahora en ese antiguo refrán que dice “no hay mal que por bien no
venga”. Estoy muerto de cansancio e intentaré dormir un poco, porque
mañana mismo muy temprano me colaré en la torre norte, subiré al piso
94 y conectaré mi computadora al servidor para lanzar la alerta. Si todo

390
Memorias de un LOBO

sale bien, el mismo día 12 le hablaré a Viole para que me envíe un giro
pues me he quedado sin dinero. Ahora apagaré mi computadora y la
conectaré al eliminador de baterías para que mañana tenga una carga del
100%.

Martes, 11 de septiembre de 2001.

05:00 hrs. Verifico que la carga de la batería de de mi lap top esté


completa. He verificado también que el mensaje de advertencia está
cargado en el virus. Aunque casi no pude dormir, me siento con mucha
energía. Me voy a bañar, iré a desayunar y luego con toda la calma del
mundo trataré de cumplir mi misión. Debo estar tranquilo y relajado.
Cómo en las oficinas de la compañía de seguros empiezan a laborar
hasta las 9:00 hrs. tengo tiempo para prepararme. Fue muy buena mi
idea el haberme hospedado en este hotel. Cómo antes los mencioné,
desde aquí tengo acceso directo a la torre norte. Me siento muy
optimista, estando seguro que no solo se salvarán todas esas vidas que
yo mismo vi morir en la visión que tuve, sino que también, esas mismas
personas que se salven, darán testimonio de mi alerta dando a conocer al
mundo mis demás predicciones que mañana les enviaré por correo
electrónico.

6:30 hrs. Muy temprano ya le he habado a mi Viole. Lloramos


desconsolados y luego de despedirnos quedé con un enorme nudo en la
garganta. Siento ahora que puedo ver mi propio futuro, pero me niego a
hacerlo. La misión que me he impuesto debo concluirla, pase lo que
pase. Mi propio destino y de todas esas personas que intento salvar, los
dejo en manos de Dios.

07:03 hrs. Ya me he bañado y desayuné, ahora partiré a tratar de


cumplir mi misión. Pero me asalta un pensamiento: si lo que he visto, ha
ocurrido en el futuro y por eso pude verlo ¿podré esta vez modificar el
porvenir? Si como siempre me dijo mi padre, lo que tiene que ocurrir,
ocurre y ocurre sin remedio, ¿qué estoy haciendo aquí ahora? Esas
paradojas me atormentaron toda mi vida. Sin embargo, siento que ahora
en mis manos está el poder salvar cientos de miles de vidas en este
atentado y el las demás desgracias que he visto ocurrirán en el futuro.

391
Memorias de un LOBO

Por última vez, trataré de vencer al destino. Intentaré serenarme y


seguiré mi plan tal cómo lo he planeado. Que Dios guie mi camino.

08:38 hrs. Afortunadamente todo salió como lo planee. Los guardias de


la entrada solo me saludaron y pasé al gran salón donde está el servidor.
Por fin, estoy sentado en una oficina de la “Marsh USA Agencies”
exactamente en el piso 94 del la torre norte, frente a mi lap top,
escribiendo con detalle lo que ahora hago. Puedo ver a través de la
ventana, donde mañana mismo, día 12 de septiembre de 2001, se
estrellará el primer avión de los terroristas justamente en este piso,
donde estoy ahora mismo. Cómo antes expliqué, por más mensajes y
advertencias que hice por Internet por correo electrónico, nadie me tomó
en serio. Recuerdo ahora cómo me decía Jenny en el pasado: “lobo
rabioso" y justamente rabia contenida es lo que tengo en este momento
al pensar en los autores del atentado.

08:40 hrs. En este momento conectaré mi lap top a la red del servidor
de esta compañía de seguros para lanzar una advertencia de lo que está
por venir. Es una mañana soleada y por la ventana tengo una vista
ilimitada de Nueva York. Ya está bajando el virus a la red.

08:46 hrs. Se ha completado la transferencia del virus a la red de la


compañía... por todos los santos. Veo a lo lejos venir de frente un
enorme avión. Santo Dios, me equivoqué por un día. El avionazo es hoy
y es inminente... sabía que no saldría de esta. Espero que alguien
encuentre este equipo para...

392
Memorias de un LOBO

Epílogo
Suscribe de nuevo el reportero que encontró la lap top de Lobo. En
primer lugar, hago una reflexión respeto a esta increíble historia: lo
que tuve la noche siguiente al día de los atentados no fue un simple
sueño. Estoy convencido de que el autor de esas memorias se puso en
contacto conmigo para dar a conocer al mundo lo que está por venir.
Luego de haber leído todo lo anterior ya se imaginará el lector lo
impactado que quedé al conocer esta extraordinaria historia. Hago ahora
un comentario respecto al hecho de que no se haya destruido la lap top
de nuestro personaje después de impactarse el avión. Como en un inicio
señalé, cuando desenterré la computadora, además de estar dañada por
fuera, también estaba teñida en sangre. Lo más probable es que cuando
Lobo vio inminente el impacto del avión que venía de frente, cerró
rápidamente la computadora y luego la abrazó muy fuerte protegiéndola
con su propio cuerpo, quedando éste totalmente despedazado, pero
logrando el objetivo de preservar su equipo. Sabiendo ahora que además
de sus memorias había otros importantes documentos, me aboqué
entonces a revisar nuevamente los archivos contenidos en el disco duro
de la computadora de Lobo para buscar esa carta que contenía la
advertencia que nuestro personaje pretendía poner en la red de cómputo
de la compañía de seguros, misma que no transcribió en sus memorias.
Luego de mucho tiempo de búsqueda encontré al fin esa advertencia.
Dicho documento se titula “A mis amigos neoyorquinos” y se hallaba
también protegido con una palabra clave. Intenté abrirlo primero con la
palabra “LOBO” y nada. Luego puse cuantas palabras se me
ocurrieron, fechas, números y otras muchas claves pensando en lo que
había leído de las memorias y al final se me ocurrió algo obvio, poner el
nombre de su amada: “Violeta” y al fin se abrió la carta. Dicho
documento es muy breve y estaba escrito en ingles. A continuación lo
trascribo, primero tal como lo escribió en ingles y luego su traducción al
español:

To my friends in New York:

It was not my intention to interrupt you from doing your daily


activities, but you must need to know what is going to happen
393
Memorias de un LOBO

tomorrow in this building. I am not joking, I swear you, tomorrow


in this tower as in it’s twin, there is going to be a crash of two big
airplanes in each one, that will make the towers come down leaving
thousands of deads. Perhaps this might seem to be unlikely to
happen or be truth, but this fact will result from a terrorist attack.
Maybe you will not believe a word of what I wrote, but just in case I
beseech you not to work there tomorrow, also to let people that
work there know this, in order to save thousands of lives. If you do
as I say, I assure you that you will live to tell this to other people.
One last thing, the 13th when you have seen that what I said was
truth contact me by e-mail in the next address:
loborabioso@hotmail.com. Once I had contacted you I will answer
everyone of you attaching a document that contains information
about future events, this is for you to tell other people and media.
Believe me, it is in your hands to save many people from death. God
bless you

Wolf.

A mis amigos de Nueva York:

Siento irrumpir en sus ocupaciones, pero es necesario que sepan


algo que mañana va a ocurrir en este edificio. No es un juego, se los
juro, pero mañana mismo, tanto en ésta, como en su torre gemela,
se estrellarán en cada una, dos enormes aviones los cuales causarán
el colapso de los edificios provocando miles de muertos. Quizá esto
parezca inverosímil, pero ese hecho será el resultado de atentados
terroristas. Tal vez no crean nada de lo que aquí escribo, pero por
las dudas les suplico no asistir mañana a trabajar. Les ruego
también correr la voz entre todos los que laboran en estas torres,
porque de ello depende que se salven miles de vidas. Si hacen lo que
les digo, les aseguro que vivirán para contarlo. Y un último favor les
pido. El día 13, cuando ustedes mismos hayan sido testigos de que lo
que les he dicho es verdad, contáctense conmigo en el siguiente
correo electrónico: loborabioso@hotmail.com. Una vez que reciba
su contacto, le responderé a cada uno de ustedes enviándoles un
documento en donde se enterarán de otros acontecimientos que

394
Memorias de un LOBO

ocurrirán en el futuro para que lo difundan a la mayor cantidad de


gente posible y también a todos los medios de comunicación.
Créanme, de ustedes depende que se salven cientos de miles de vidas
en el futuro. Dios los proteja.

Lobo

Me he puesto mucho a pensar sobre el hecho de que Lobo tuviera


repetidas visiones sobre este acontecimiento. Él interpretaba esas
visiones como una señal del destino para salvar tantas vidas. Sin
embargo yo pienso que el mismo destino era el que se empañan en
mostrarle su propia muerte, la cual, él nunca se atrevió a averiguar. Es
increíble como el mismo destino puso a nuestro personaje justamente
ahí, donde vio de frente estrellarse al primer avión de esos cobardes
atentados muriendo sin remedio. Viene a mi mente también la teoría del
caos, con su concepto del “efecto mariposa”, que dice: "el simple aleteo
de una mariposa puede cambiar el mundo". Si en aquella oficina del
WTC la persona que cortó dos hojas al calendario hubiese cortado solo
una, Lobo hubiera tenido la fecha correcta del trágico suceso en la
visión que tuvo y tanto él como miles de personas se habrían salvado y
ahora la historia sería totalmente distinta. Vaya trampa que le jugó el
destino a nuestro personaje. Pienso también mucho es esa frase que
Lobo tanto repitió en sus memorias: “lo que tiene que ocurrir, ocurre y
ocurre sin remedio” y desgraciadamente así ocurrió. Por otra parte,
como han visto, al final de las memorias, Lobo se valió de un hacker
para que dicho documento actuara como un virus y así, al prender los
usuarios de ambos edificios los equipos de cómputo en sus oficinas,
fuera esa carta la que inicialmente apareciera en sus pantallas y todos la
leyeran inmediatamente. Considero que esa fue una idea brillante, pero
sobra decir que nuestro personaje se equivocó por un día con fatales
consecuencias y de nada sirvió dicha advertencia. Al revisar la memoria
de la computadora dañada que encontré entre los escombros de la torre
norte, además del material que ya les he mostrado —las mismas
memorias y la carta de advertencia—, encontré otro documento titulado
“Lo que está por venir”. Desgraciadamente todo ese documento está
dañado, sin que se entienda absolutamente nada, conteniendo legibles
solo palabras y frases aisladas. Ese documento seguramente guardaba un

395
Memorias de un LOBO

resumen de todas las visiones futuras de nuestro personaje, que


compartiría con los sobrevivientes de los atentados cuando se
contactaran con él, vía correo electrónico un día después de los
atentados. Pensando primero en ese documento que contenía el resumen
de los acontecimientos del futuro, que es totalmente ilegible y en el
daño que sufrió el documento de sus memorias, me angustia mucho
pensar en todas las partes faltantes del último, en donde solo se
vislumbran grandes acontecimientos que están por venir sin saber con
precisión cuándo ocurrirán. Los detalles del gran y devastador terremoto
de los Ángeles, la erupción del Vesubio, la tormenta solar que dejará el
mundo a obscuras y la enorme epidemia del virus Ébola, vienen
incompletos por el daño que sufrió el disco duro de la computadora de
Lobo, además de que quizá se hayan perdido algunas otras predicciones
en las fracciones faltantes. Es casi seguro que si nuestro personaje
hubiera lanzado la advertencia en el día correcto, miles de vidas se
hubieran salvado y a su vez, la demás información respecto a los futuros
acontecimientos se hubiera también difundido. En Nueva York traté de
establecer contacto con el mismo hacker al que contrató nuestro
personaje para que me ayudara a rescatar los faltantes de las memorias,
teniendo la esperanza de que él mismo tuviera un respaldo de éstas.
Cómo es de los pocos personajes en las memorias en que viene su
nombre y apellido, fácilmente di con su dirección utilizando
simplemente el directorio telefónico de Nueva York. Pero al localizarlo,
negó toda relación con nuestro personaje temiendo involucrarse en
cualquier hecho ilícito, creyendo que yo era policía. Contraté luego a un
especialista en rescatar información de discos duros dañados, pero
desgraciadamente, luego del examinar el disco duro de la computadora
de Lobo con un microscopio especial, me dijo que el mismo tenía
microscópicas secciones totalmente quemadas, siendo imposible
rescatar esa información. Decidí entonces viajar a México para buscar a
la esposa de nuestro personaje, Violeta, pues en el texto se menciona
que al despedirse de ella, Lobo le entregó un dispositivo USB con sus
memorias. Afortunadamente en la parte de la historia donde hace
referencia que tuvo a su primer hijo, se menciona el nombre y primer
apellido de su esposa. Pensé que con ese dato me sería fácil dar con ella.
Sin embargo, he pasado más de un año en su búsqueda y no he dado con
su paradero. Luego con afán busqué al doctor Acosta para saber si Lobo

396
Memorias de un LOBO

le había pasado sus memorias o al menos supiera algo más de las


predicciones del futuro, pero parecía que también a él se lo había
tragado la tierra. Aprovechando mi estancia en México, me he dedicado
también a repartir en diferentes e importantes editoriales este material,
pues ese país es el origen de nuestro personaje y considero que desde
ahí puede encenderse la mecha para dar a conocer a todo el mundo el
presente contenido. Ojalá alguna editorial publique estas fantásticas
memorias. Por mi parte, yo he cumplido, no puedo hacer más. No
cejaré, sin embargo, en la búsqueda de Violeta, estando seguro que un
día la voy a encontrar y a rescatar completa esta increíble y
extraordinaria historia, además de conocer a la heredera de los dones de
Lobo, su hija Daniela, quien heredó también esa fantástica reliquia
hebrea. Y como nuestro personaje, Lobo, mencionó al final de su carta
de advertencia, también yo les digo, “que Dios los proteja”.

Robert Smith

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