Para retomar el hilo de lo que venimos diciendo, repitamos que es por reducción de la
historia del sujeto particular como el análisis toca unas Gestalten relacionales que
extrapola en un desarrollo regular; pero que ni la psicología genética, ni la psicología
diferencial que pueden ser por ese medio esclarecidas, son de su incumbencia, por
exigir condicione de observación y de experiencia que no tienen con las suyas sino
relaciones de homonimia.
Vayamos aún más lejos. Lo que se destaca como psicología en estado bruto de la
experiencia común( que no se confunde con la experiencia sensible más que para el
profesional de las ideas)-a saber: en alguna suspensión de la cotidiana preocupación, el
asombro surgido de lo que empareja a los seres en un desparejamiento que sobrepasa
al de los grotescos de un Leonardo o de un Goya; o la sorpresa que opone el espesor
propio de una piel a la caricia de una palma animada por el descubrimiento sin que
todavía la embote el deseo-, esto, puede decirse, es abolido en una experiencia arisca a
estos caprichos, reacia a esos misterios.
Un psicoanálisis va normalmente a su término sin entregarnos más que poca cosa de lo
que nuestro paciente posee como propio por su sensibilidad a los golpes y a los colores,
de la prontitud de sus asimientos o de los puntos flacos de su carne, de su poder de
retener o de inventar, aun de la vivacidad de sus gustos.
Vuélvase pues a tomar la obra de Freud en la Traumdeutung para acordarse así de que
el sueño tiene la estructura de una frase, o más bien, si hemos de atenernos a su letra,
de un acertijo, es decir de una escritura, de la que el sueño del niño representaría la
ideografía primordial, y que en el adulto reproduce el empleo fonético y simbólico a la
vez de los elementos significantes, que se encuentran asimismo en los jeroglificos del
antiguo Egipto como en los caracteres cuyo uso se conserva en China.
Pero aun esto no es más que desciframiento del instrumento. Es en la versión del texto
donde empieza lo importante, lo importante de lo que Freud nos dice que está dado en
la elaboración del sueño, es decir en su retórica. Elipsis y pleonasmo, hipérbaton o
silepsis, regresión, repetición, aposición, tales son los desplazamientos sintácticos,
metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia y sinécdoque, las
condensaciones semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones
ostentatorias o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, retorcedoras o seductoras,
con que el sujeto modula su discurso onírico.
Sin duda ha establecido como regla que hay que buscar siempre en él la expresión de
un deseo. Pero entendámosla bien. Si Freud admite como motivo de un sueño que
parece estar en contra de su tesis el deseo mismo de contradecirle en un sujeto que ha
tratado de convencer [51], ¿Cómo no llegaré a admitir el mismo motivo para él mismo
desde el momento en que, por haberlo alcanzado, es del prójimo de quien le regresaría
su ley?
Para decirlo todo, en ninguna parte aparece más claramente que el deseo del hombre
encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del
objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro.
¿Quién de entre nosotros, por lo demás, no sabe por experiencia que en cuanto el
análisis se adentra en la vía de la transferencia- y éste es para nosotros el indicio de que
lo es en efecto-. Cada sueño del paciente se interpreta como provocación, confesión
larvada o diversión, por su relación con el discurso analítico, y que a medida que
progresa el análisis se reducen cada vez más a la función de elementos del diálogo que
se realiza en él?
En cuanto a la psicopatología de la vida cotidiana, otro campo consagrado por otra obra
de Freud, es claro que todo acto fallido es un discurso logrado, incluso bastante
lindamente pulido, y que en el lapsus es la mordaza la que gira sobre la palabra y justo
con el cuadrante que hace falta para que un buen entendedor encuentren lo que
necesita.
Pero vayamos derecho a donde el libro desemboca sobre el azar y las creencias que
engendra, y especialmente a los hechos en que se dedica a demostrar la eficacia
subjetiva de las asociaciones sobre números dejados a la suerte de una elección
inmotivada, incluso de un sorteo al azar. En ninguna parte se revelan mejor que en
semejante éxito las estructuras dominantes del campo psicoanalítico. Y el llamado
hecho a la pasada a mecanismos intelectuales ignorados ya no es aquí sino la excusa de
desaliento de la confianza total concedida a los símbolos y que se tambalea por ser
colmada más allá de todo límite.
Porque si para admitir un símbolo en la psicopatología psicoanalítica, neurótico o no,
Freud exige el mínimo de sobredeterminación que constituye un doble sentido, símbolo
de un conflicto presente no menos simbólico, si nos ha enseñado a seguir en el texto de
las asociaciones libres la ramificación ascendente de esa estirpe simbólica, para situar
por ella en los puntos en que las formas verbales se entrecruzan con ella los nudos de
su estructura-queda ya del todo claro que el síntoma se resuelve por entero en un
análisis del lenguaje, porque él mismo está estructurado como un lenguaje, porque es
lenguaje cuya palabra debe ser liberada.
Veremos que los filólogos y los etnógrafos nos revelan bastante sobre la seguridad
combinatoria que se manifiesta en los sistemas completamente inconscientes con los
que tienen que vérselas,para que la proposición aquí expresada no tenga para ellos
nada de sorprendente.