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La mujer aqueménida: el rol de la figura femenina en el Imperio Aqueménida

Por

Fabio Andrés Cano Barreto

Introducción

Este escrito pretende adentrarse un poco en la cultura del antiguo Imperio


Aqueménida, sus costumbres y características que más sobresalen. A partir de esto
se quiere dar un primer paso hacia la comprensión de la sociedad aqueménida y
particularmente el papel que jugaron las mujeres en esta. De igual manera se
propone dar unos escasos visos hacia las representaciones que se tenían de la
figura femenina y como esta influía en la conformación de la sociedad. Es pues
necesario hacer un pequeño análisis de la historia del Imperio Aqueménida para
poder dar paso a estas manifestaciones culturales y así comprender de mejor
manera el porqué de estas y su configuración en el tiempo.

Imperio Aqueménida

Hablar de este imperio es adentrarse en una lucha constante por la superioridad de


lo que conocemos como el Oriente Medio entre reinos casi desde la primera
consolidación de ciudades estados en esta zona. Los persas eran un grupo iranio
que provenía de Persia que “coincidía más o menos con la provincia iraní de Fars”
(Kuhrt, 2001, p.304) y que se encuentra en la parte suroriental de la cadena
montañosa de los Zagros. Este grupo de pueblos se enfrentarían al control que
ejercían los medos en esta zona y finalmente obtendrían la victoria frente a estos,
estableciendo así su dominación y echando las raíces de lo que sería el primer
imperio persa o Imperio Aqueménida.

La historiografía actual denomina a Ciro II (c. 559 – 530) como el fundador del
Imperio Aqueménida gracias a su victoria sobre el Imperio Medo. Este monarca, y
su sucesor Cambises (530 – 522) conquistarían los territorios del imperio dominante
de aquella época, el Imperio Neo babilónico, y se erigirían como la mayor potencia
del Oriente Próximo con el control de la gran mayoría de los territorios de esta parte
del mundo. Hasta el momento no tenía conocimiento de otro imperio tan extenso y
poderoso como el Aqueménida, su extensión territorial “iba desde el Helesponto
hasta el norte de la India, abarcando además Egipto y adentrándose en el Asia
Central…” (Kuhrt, 2001, p. 298)

El advenimiento de este imperio trajo consigo una forma de organización social


bastante similar a las de otros Estados e imperios de la época. Se trataba de una
monarquía teocrática absoluta en la que el Monarca era el centro de la vida
aqueménida; Ahuramazda, el principal dios de la religión persa, había creado al rey
para que trajera felicidad y orden al género humano. Este rey, gracias al favor
sagrado de Ahuramazda, había sometido a diferentes pueblos de estos territorios y
estos, aunque mantenían su cultura y características primigenias, estaba unidos en
el sentido de rendirle obediencia al rey persa, creando así los estados vasallos que
componían el imperio. A pesar de esta característica de heterogeneidad de los
pueblos constituyentes del imperio, el rey era exclusivamente persa y este, por
mandato de sus divinidades, debía defender el mantenimiento de este orden.

Detrás del rey persa estaba la clase noble quienes eran nombradas por el monarca
al haberle prestado valiosos servicios que le permitieron a este acceder al trono.
Esto lo podemos ver con la ascensión al poder de Darío I en la que relata como
“nombra a las personas que lo ayudaron en la lucha y encomienda eternamente a
sus familiares al cuidado de los futuros reyes de Persia.” (Kuhrt, 2001, pág. 341)
Estos nobles gozaron en un principio de privilegios y exenciones de impuestos
frente al monarca y frente al resto de la población ya que eran venerados por esta
al ser los que habían prestado ayuda al rey para reclamar el puesto dado por el dios
Ahuramazda como gobernante del imperio. Después de un corto periodo de tiempo
disfrutando de estas garantías y debido al recelo del monarca frente a esta clase
noble, fueron despojados de estos y a partir de esto se convirtieron en bandaka que
es el término persa para denominar a los vasallos o servidores del rey.

Esta aristocracia o clase noble contaba a su vez con una cierta estratificación que
podía constatarse en la manera en que se saludaban las personas pertenecientes
a esta clase. Vemos como la autora Amelie (2001) trae a colación los relatos de
Herodoto donde se pone de manifiesto como las personas de un mismo nivel dentro
de la aristocracia se saludaban con un beso en la boca, si una de las persona tenía
un rango un poco inferior a la otra el saludo consistía de un beso en la mejilla, y
finalmente si el rango entre personas era ya bastante grande la de menor
prominencia debía postrarse en sus rodillas frente a la otra persona. Era común en
este círculo el uso del término “príncipe” para designar a las personas más
importantes del círculo del Rey era, este no denotaba un carácter de linaje con el
rey sino que eran quienes estaban cerca del monarca o a quienes este las había
honrado públicamente.

En este círculo también habitaban los gobernadores o sátrapas, quienes eran los
que administraban las provincias o satrapías en las que se organizaba el imperio.
Este sistema es bastante similar al de los gobernadores elegidos por los monarcas
neo-asirios en tanto tenían funciones como la de administrar los asuntos políticos,
fiscales, religiosos y militares. Una de las funciones más importantes de estos
gobernadores era la de la manutención de la amplia red de vías con las que contaba
el imperio y por las cuales se movían grandes grupos poblacionales, mercancías y
el mismo rey con su ejército. Para este último había una serie de caminos reales los
cuales eran de uso privativo del monarca.

Por otro lado, la obtención, administración y cuidado de las tierras y fincas era un
asunto bastante relevante en la estratificación del imperio. La propiedad de la tierra
en el antiguo Imperio Aqueménida es un factor indispensable para lograr tener una
visión más o menos clara de cómo se componía la sociedad en este. Si bien la
mayoría de estas tierras se encontraban en manos del rey y de la nobleza, había
individuos que ocupaban un escaño secundario en la escala social aqueménida;
procedían tanto de la milicia como de expediciones y colonos que se asentaban
dentro de las fronteras del imperio, estos pagaban tributos al rey y podían tener a
su mando trabajadores libres o esclavos. Igualmente, encontramos aquí a los
campesinos, quienes fueron el gran sustento de la economía persa hasta que se
consolidaron los caminos y las vías por donde pasaba la Ruta de la Seda, tomando
aquí gran relevancia los comerciantes y la ganadería. El último escalón de la
organización social aqueménida lo ocupan los esclavos quienes eran los
encargados de atender las fincas y las casas de los terratenientes y nobles del
imperio. En esta esfera social se destacará un elemento que, si bien no ha sido
retratado con gran interés por la historiografía tradicional, ha sido de vital
importancia para el desarrollo de las sociedades antiguas y de este Imperio
Aqueménida en específico y son las representaciones, los roles de las mujeres;
cuáles fueron su papel dentro de esta sociedad y como se desarrolló en los
diferentes ámbitos de estos estratos sociales.

Con respecto a esto, analizamos no solo la posición de la mujer aqueménida en la


estructura económica de su sociedad y su contribución al Imperio, sino también las
diferentes representaciones que tuvo la figura femenina en la Persia antigua,
tratando así de presentar un panorama más amplio al rol femenino en estos tiempos
tan remotos. Es preciso anotar que si bien la arqueología nos ha brindado una
buena cantidad de iconografía sobre el status que tenían las mujeres en la
Antigüedad, no se ha presentado una seria discusión acerca de esta evidencia; el
estudio de la mujer en este periodo de tiempo, y sobre todo del Imperio Aqueménida,
“esta aun en su infancia, especialmente cuando se trata de asuntos de género y las
representaciones del hombre y la mujer en sellos y otros objetos.” (Bakker, 2007, p.
1) Y es que pareciera lógico este hecho ya que nuestro conocimiento sobre el
pasado de nuestra especie se encuentra marcado por la falta de fuentes, su
destrucción parcial o total y, en caso de haberlas, un marcado espirito teocrático-
militar del legado escrito de nuestros antepasados.

Teniendo en cuenta esto, podemos hacer una parcial reconstrucción de los hechos
y a partir de esto interpretar estas pequeñas ventanas de tiempo que las fuentes
nos permiten. Esto nos ha permitido saber que, acorde a la división social antigua,
los roles económicos de la mujer en la sociedad se diferenciaban a propósito del
status o clase social a la que permanecían. Desde esclavas hasta administradoras
de fincas, las mujeres se desenvolvían en todas las tareas productoras de la
sociedad. Estas evidencias nos las presenta el autor Manuel García Sánchez (1999)
al notar como en relatos griegos se da cuenta de labores como confección de
pelucas y accesorios postizos hechos con pelaje de caballos, o de coros de mujeres
que amenizaban los banquetes de las familias reales y nobles; se cita el relato de
Ctesias sobre el gobernador de Babilonia Annaros “se hacía acompañar durante el
banquete de 150 mujeres que tañían el harpa o cantaban” (p. 294)

A partir de esto, y de las demás fuentes antiguas y recientes, se puede apreciar un


abanico muy amplio de labores y trabajos que eran llevados a cabo por mujeres
libres, semi-libres y esclavas de todo el Imperio Aqueménida. Al ser una entidad tan
vasta y con una economía tan desarrollada, este imperio necesitaba de toda la mano
de obra que tuviese a su disposición. Vemos pues como las mujeres se
desempeñaban como mineras, orfebres, carpinteras, pastoras, cerveceras o
herreras. Las tablillas de Persépolis dan cuenta de estos trabajos. Una
particularidad que podemos encontrar en este aspecto es como todas estas
funciones y trabajos se realizaban en largas extensiones de tierra que eran
propiedad de mujeres poderosas, miembros de la nobleza o de la propia familia real.

Según las fuentes y relatos clásicos, la administración de tierras y vigilancia de los


esclavos por parte de las mujeres de la nobleza persa eran un asunto bastante
propagado por el Imperio. Desde esta posición, las mujeres de esta clase social
podían tener hectáreas y provincias enteras solo para su usufructo; podían arrendar
la tierra, tramitar créditos agrícolas y realquilar tierras de propietarios ausentes a
terceros. Son estas fuentes clásicas, griegas sobre todo, las que nos informan que
“las mujeres de la familia real eran poseedoras de tierras y aldeas o ciudades en
concesión, cuyos rendimientos eran para disfrute personal.” (Sánchez, 1999, p. 293)
Es quizá el disfrute de estas rentas y dividendos personales el aliciente principal
para que los autores clásicos vieran el rol de la mujer como algo negativo. La
influencia que lograban acumular les confería una característica de conspiradoras
al querer mantener este status mediante la manipulación de los estamentos
principales del reino, asegurando así que su descendencia tuviera el control del
imperio. Esto, para los griegos, era una especie de cáncer que trae la perdición del
Imperio, la decadencia se precipitaba por culpa de las mujeres y su condición de
titiriteras en esa cultura de harén y concubinas que se desarrollaría con Darío II.
Este hecho crearía la idea en los griegos que el desmoronamiento de este imperio
sería a razón de “la decadencia de las costumbres de un pueblo y de un rey que
han sucumbido a las coacciones del deseo, del refinamiento y del lujo” (Sánchez,
1999, p. 289)

Además de esta representación por parte de los historiadores griegos, sabemos que
en el Imperio Aqueménida se practicaba una suerte de discriminación en las
cuadrillas de trabajadores, que eran compuestas por hombres y mujeres, donde
estas últimas percibían un salario menor por realizar la misma tarea que sus
compañeros. Un ejemplo de esto lo podemos ver en la cita que hace Sánchez
(1999) al describir un parte de las raciones repartidas:

Este desequilibrio retributivo se hace extensivo a las raciones de los funcionarios que
visitaban distintos puntos del imperio: 1,5 ka de harina para los hombres, 1 ka para las
mujeres que los acompañaban (p. 301).

Y esto no solo se presentaba en el lugar de trabajo, incluso en el diario transcurrir


de la vida, las mujeres se encontraban con esta discriminación; la madre que dieran
a luz a un niño “recibe durante un año justamente el doble de ración que una que
haya dado a luz a una hembra”. (Sánchez, 1999, p. 302)

Es preciso observar a partir de esto que las mujeres, si bien estaban en todos los
estratos de la sociedad y participaban de ella de las maneras inherentes a su clase
y posición, se evidenciaban ya prácticas de discriminación en pos de su género.
Pero, ¿Acaso estas representaciones del género femenino están muy alejadas de
la idea tradicional que imperan en nuestra sociedad, especialmente en las de los
“países sub-desarrollados”? La mujer como protectora de la familia, su exclusión de
las arenas políticas, la idea de su carácter débil o de manipulación son imaginarios
sociales que aun compartimos en nuestra cultura. Se evidencia todavía una brecha
en cuestiones salariales entre hombres y mujeres en la mayoría de las actividades
económicas, la consagración de la mujer como única responsable del cuidado de
las cachorros humanos y de su obediencia haca el género masculino, ideas que
como vemos han sido legadas a través de los siglos por diferentes culturas y que
pareciera que ahora hacen parte de nuestro ADN cultural.

Para finalizar, gran interés debe suscitar entre nosotros, maestros en formación, las
voces de las poblaciones que han sido relegadas al olvido histórico por parte de las
corrientes tradicionales de la arqueología o de la historiografía; el afán de someter
a nuestro pasado a la simplista descripción de eventos llevados a cabo por grandes
nombres, en ciertas fechas, en un lugar en especial, ha logrado un efecto bastante
perjudicial dentro de las Ciencias Sociales ya que se habían olvido casi por completo
las historias de las pequeñas cosas, las voces de los otros actores y su implicación,
aún más poderosa que la de los mismos reyes, en la construcción de nuestra
historia y de lo que somos. Una especial marginación ha encontrado la mujer en el
estudio de nuestro pasado ya que suele hacerse una muy breve descripción de su
posición social y de cómo ellas percibían el mundo que las rodeaba. A la educación
se le olvidó mencionarnos que junto a Sócrates, Aristóteles, Spinoza o Sartre se
encontraban de igual manera mujeres que compartían sus ideas acerca de la
realidad y de los procesos físicos y metafísicos que se discutían en diferentes
periodos temporales. Hiparquia de Maronea, Areta de Cirene, Margaret Fuller o
Simone de Beauvoir, son solo algunos de los nombres de pensadoras que se han
marginado en la educación de la mayoría de nuestras escuelas y que evidencian un
cierto sesgo machista que le atribuye solo al hombre un carácter racional.

Consideramos pues que es necesario recobrar las memorias del género femenino
del abismo del olvido histórico. Es igualmente valioso hacernos preguntas como
“¿Escuchó alguna vez la esposa de Sócrates, Xanthippe, sus diálogos sobre la
belleza y la verdad? ¿Cuántas mujeres en realidad leyeron las historias de Herodoto
y Tucídides? ¿A qué se dedican las mujeres entonces?” (Pomeroy, 1975, p. 9) para
alentar el interés no solo de la comunidad científica sino de los futuros estudiantes
que verán en nosotros una oportunidad inmejorable para saber los roles de la
diferentes minorías en la historia, sus aportes a la construcción de cultura y el
porqué de su ocultamiento o poco interés.
Bibliografía

 García Sánchez, M. (2017). 1999. Saitabi, 49, pp.289-311.


 BAKKER, J. (2007). The Lady and the Lotus. Iranica Antiqua, 42(0), pp.207-
220.
 Pomeroy, S. (1976). Goddesses, whores, wives and slaves. 1st ed. London:
Robert Hale & Company.
 Kuhrt, A. and Lozoya, T. (2001). El oriente proximo en la antiguedad. 1st ed.
Barcelona: Critica.

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