Fritz parece citar, como el medio de recuperación, esa condición única: reconoce el
atolladero como obra de la fantasía. La consecuencia no sigue invariablemente. No
todos quieren salir del núcleo de su problema neurótico. Después de que hemos
recorrido todo el camino que señala el mapa de la terapia, llenando los niveles
precedentes de la neurosis, nos enfrentamos al atolladero más importante. Salir de
ese atolladero, o prescindir del nivel de las manipulaciones, no necesariamente,
según mi experiencia, trae el reconocimiento del papel de la fantasía propia. no
encuentro que al darse cuenta el paciente de cómo se ha estancado, es decir, al tener
una percepción completa de su atolladero como un enjambre ficticio que él ha
confundido con la realidad, lo lleve necesariamente a abandonar sus existencia
restringida y a proseguir su camino hasta confiar en sí mismo, para así poder dirigir
su propia vida.
Para mí, todo el problema de sobreponerse al atolladero sigue siendo en gran parte
enigmático. Parece que, después de todo el trabajo y toda la lucha que da por
resultado una nueva percepción y nuevas maneras de ser, algunas personas
sencillamente desean, y otras no, hacer el cambio fundamental para llegar a tener
confianza en ellas mismas. Algunos pacientes abandonan su fantasía y hacen a un
lado el control de ellos mismo, poniendo su confianza en afirmar lo que realmente
son y en resolver sus problemas con sus propios recursos. Prescinden de funcionar
movidos por la ansiedad y en forma negativa, para seguir sus propios imperativos.
Otros, en cambio, aunque comprenden perfectamente que lo que pierden equivale a
una buena parte de su potencial de vida auténtica, prefieren continuar haciendo caso
omiso de su propia sabiduría inherente, y pagar el precio de soportar las limitaciones
de sus mundos privados e imaginarios.
Entre personas razonablemente sanas e inteligentes, con problemas neuróticos, quizá
aquellas menos dispuestas a arriesgarse a lo que parece ser todo en ese momento, o
sea a sobreponerse a sus atolladeros, son aquellos que más quedan atrapadas en una
lucha aun nivel profundo para obtener lo que quieren y rechazar lo que no quieren.
Pienso en la calidad de la experiencia que Ronald Laing ha llamado “inseguridad
ontológica”, o sea la confianza mínima en uno mismo de poder salir adelante y la
confianza en otros para que estén de su lado, o bien, para que se muestren, por lo
menos, neutrales. Asegurarse la validación y un pequeño grado de nutrimento, y
prevenirse contra los sucesos abrumadores imaginados, si no de la intromisión
aniquiladora, se convierte entonces en el propósito de la vida. En muchas
situaciones, independientemente de lo que parezca por fuera respecto a cualquier
otra cosa que esté ocurriendo, la energía del paciente entra en un intercambio con
otros, intercambio que atrae y repele, con el objeto de conservar el margen necesario
imaginado de seguridad. En el caso de estas personas que dedican gran parte de su
existencia a observar medidas de seguridad, es necesario trabajar mucho en la terapia
durante un período muy prolongado. Creo que, en esas personas, la ansiedad que
ocurre inevitablemente en el punto del atolladero, presenta un peligro especial en el
campo de la experiencia, ya que lo que se les demanda es que soporten la amenaza
misma que están decididas a evitar, día tras día.
Tengo en mente a algunas personas que han salido de una lucha semejante, que han
trabajado muy bien conmigo en terapia durante mucho tiempo, y que “saben” en su
interior y en algunos niveles más lejanos, que sus amenazas son imaginarias. Esas
personas han asumido riesgo y cambiado su vida de manera impresionante al
encontrar un camino nuevo y en gran parte positivo, pero que ahora se acercan a su
mayor atolladero.
Recuerdo a Juana, que dejó la terapia hace cerca de un año, antes de enfrentarse a su
atolladero, sintiéndose firme y gozando de su vida. Ahora vuelve, diciendo en el
lenguaje más conmovedor que sea posible: “El núcleo de mi personalidad no se
curó”.
También recuerdo a José, que con mayor frecuencia abandona el papel de
extravagante que ha representado toda su vida, y quien, imaginándose algunas veces
que tal vez vaya a desaparecer, y sintiéndose “frenético” por dentro, desconcierta al
demandar una atención que en realidad no necesita. José trabaja con su problema de
poner en blanco su mente, una que otra vez, cuando alguien lo está mirando, con el
objeto de que a su mente “no se la apropien”. Se ha arriesgado a experimentar
muchos atolladeros menores a lo largo de su camino, de manera que ha llegado a
conocer la intimidad y los sentimientos constantes de éxito.
Asimismo, recuerdo a Beatriz, cuyo papel de víctima y manipuladora me habla
refiriéndose a su “confiada” persona: “Yo soy todo lo que ella ha conocido. Me he
manejado sola desde el primer año de escuela. Sé lo que le conviene a ella, y no me
agrada la gente que pretende ser atenta y cordial. Algunas veces le permito que ella
tenga buenos sentimientos, y ella se siente como si estuviera en la gloria, cuando las
personas son amables. Pero entonces le digo que esas personas no son sinceras. Con
el tiempo, se aprovecharán de ella. Tú no me conoces a mí tan bien como me conoce
ella. Soy todo lo que ella tiene.” Beatriz ha logrado mucho profesionalmente, y su
adelanto en autenticidad y en asumir riesgos le proporciona una realización propia
cada vez más grande. Al igual que Juana y José es una trabajadora valerosa y recurre
a toda su fuerza al enfrentarse a su atolladero, al enfrentarse a abandonar “todo lo
que yo he conocido”.