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Todos me piden que d� saltos,

que tonifique y que futbole,


que corra, que nade y que vuele.
Muy bien.

Todos me aconsejan reposo,


todos me destinan doctores,
mir�ndome de cierta manera.
Qu� pasa?

Todos me aconsejan que viaje,


que entre y que salga, que no viaje,
que me muera y que no me muera.
No importa.

Todos ven las dificultades


de mis v�sceras sorprendidas
por radioterribles retratos.
No estoy de acuerdo.

Todos pican mi poes�a


con invencibles tenedores
buscando, sin duda, una mosca,
Tengo miedo.

Tengo miedo de todo el mundo,


del agua fr�a, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
inaplazable.

Por eso en estos cortos d�as


no voy a tomarlos en cuenta,
voy a abrirme y voy a encerrarme
con mi m�s p�rfido enemigo,
Pablo Neruda.
Quiero que sepas
una cosa.

T� sabes c�mo es esto:


si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento oto�o en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la le�a,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran peque�os barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejar� de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habr� olvidado.

Si consideras largo y loco


el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del coraz�n en que tengo ra�ces,
piensa
que en ese d�a,
a esa hora
levantar� los brazos
y saldr�n mis ra�ces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada d�a,
cada hora
sientes que a m� est�s destinada
con dulzura implacable.
Si cada d�a sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor m�o, ay m�a,
en m� todo ese fuego se repite,
en m� nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estar� en tus brazos
sin salir de los m�os.

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