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LAURA

Rubén Darío Henao Ciro

Laura llegaba siempre tarde. Era común sentir que alguien tocaba la puerta diez o
quince minutos después de haber empezado la clase. Todos sabíamos que era
Laura.

Lo curioso era que Laura no llegaba tarde sólo a la clase de matemáticas sino a
todas las demás y no sólo al comienzo de la jornada sino a cualquier hora.

Siempre subía las escalas con sus diminutos pasos cansinos y se enrutaba por el
largo pasillo viendo desfilar los números impartes a la derecha y los pares a la
izquierda puesto que las aulas estaban enumeradas desde la 310 hasta la 321. El
salón para sus clases era el último de la derecha, después habían unas escalas
para descender.

Apenas le abrían la puerta, Laura, con su mirada al piso, llegaba hasta la última
silla de la última fila y descargaba su pesado morral.

Un día, tan opaco que las nubes negras llegaban hasta las ventanas e impedían
leer sin luz artificial, Laura inició el acostumbrado recorrido por el pasillo, vio el
número 310 pero la opacidad del día le impedía ver con exactitud los otros
números.

Afuera llovía a cántaros. La lluvia, los altos árboles y las nubes negras creaban un
ambiente tan oscuro y tenebroso que hubieran hecho temer a cualquier otra niña,
pero no a Laura, reconocida por su fuerte carácter y su mirada fría.

El pasillo estaba tan oscuro que Laura tuvo que acercarse más a las puertas para
tratar de ver los números pero no conseguía verlos. No había luz y para sorpresa
suya en las aulas no se escuchaba la voz apasionada de los maestros haciendo
sus acostumbradas disertaciones ni el sonido musical de las puntas de las tizas en
el tablero.

Laura palideció y aligeró el paso.

Cuando pudo enfocar la visión vio que habían aparecido otros números que ella
no acostumbraba ver; de la puerta 314 no seguía la 316 como debía ser sino que
empezaba una nueva cadena: 314.1, 314.2, 314,3, 314,4 y ella no sólo no sabía si
eran pares o impares sino que veía aparecer más y más puertas.

Doscientas nueve puertas más aparecían entre puerta y puerta, en grupos de


diecinueve. Como un juego de cartas extendidas sobre la mesa, aparecían más y
más puertas, a lado y lado del pasillo.

Laura miró alrededor pero la oscuridad le impidió ver más allá de sus narices.
Ahora se valía de sus manos para no confundir la derecha con la izquierda y para
palpar los números que estaban escritos en alto relieve. Se empinaba, los recorría
con sus dedos y reconocía el número de la puerta. Así llegaría al 321 antes de dar
algún paso en falso y rodar por las escaleras.

Le tocó medir con sus pasos la distancia entre puerta y puerta. Quería llegar a su
aula aunque sabía que alguien le estaba jugando una broma al apagarle todas las
luces y estirar linealmente el pasillo como una rampa que se extiende al infinito.

Pasó mucho tiempo. Tiempo en el cual Laura caminó y caminó, descartó números
con sus dedos hasta que por fin palpó el 321. Repasó las curvas de los números,
no fuera que tocara en el lugar equivocado.

Empuñó su manito y dio los anhelados tres golpecitos. Nadie le abrió, repitió el
toque, esta vez con más fuerza. La puerta se abrió totalmente sin que persona
alguna la abriera. Retrocedió un paso, miró confundida: al norte el salón oscuro y
vacío, al oriente las escalas peligrosas, al occidente el pasillo infinito y vacío, atrás
la pared fría de vidrio.

Se sentó en posición de loto, dispuesta a que lo peor, si era que ya no había


pasado, pasara. Cerró los ojos que ya tenía cerrados desde hace tiempo, trató de
pensar pero el silencio total le impedía concentrarse. Lloró por un rato,
incomprendida y perdida.

Varias voces se escucharon a lo lejos. Las voces se iban acercando. Laura abrió
los ojos y vio que la luz estaba regresando, pudo ver el 321, luego las sillas
vacías, las escalas. El pasillo se estiró nuevamente a su izquierda, pero esta vez
era real. Cientos de personas venían hacia ella por el pasillo, unas eran tragadas
por las puertas, otras continuaban su avance en dirección de Laura.

Entonces la niña se paró, secó sus lágrimas y buscó la última silla de la última fila,
por primera vez aquel lunes, había llegado temprano a clase.

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