Basta de lluvia
Es domingo y me levanto temprano con la disputa de si ponerme a estudiar y trabajar en
un informe para la cientibeca de la que actualmente soy beneficiaria, o si dedicarme, como
la mayoría de los domingos, a la lectura de otra cosa. Esa otra cosa que generalmente es
una resistencia a leer lo que la universidad me exige para las clases en este caso se
transforma en una lectura marginal por situarse en los bordes de un trabajo sobre literatura
infantil. Resistiéndome, entonces, a la burocratización de mi domingo, preparo el mate
dulce y me siento en el patio con mi libro artesanal de La torre de cubos de Laura
Devetach. El objeto per se evoca en mi escena de taller de las cuales me he alejado en
estos dos últimos años, y con ello no sólo la reflexión sobre literatura infantil sino también
sobre el espacio que la escritura encontraba en mi vida cotidiana luego de alejarme de
Barriletes. Reconocer que hace mucho no escribía porque sí, por la escritura misma como
espacio de reflexión, me devuelve a la silla y a estas páginas con necesidad. Necesidad
de materializar en letras aquello que vengo pensando, pero también necesidad de que la
pantalla en blanco me que genere la demanda de reflexión. Hurgando en la caja donde
guardé las copias de libros de mediación y de didáctica encuentro textos propios que me
presentan a alguien que dejé en un punto de lado. El texto se llama “Un gallo abre el pico
y sale el sol” y reflexiona sobre cómo asistir a la violencia en casos de abuso infantil en
el ámbito escolar. Cómo posicionarnos frente a esa violencia. La ¿respuesta? a este
interrogante no se cierra en la discusión oral que tenemos con mis compañeros de equipo
en ese momento sino que busca traducirse en el espacio de la letra para comprender aún
mejor lo ocurrido durante la escena de taller, y es en mi propia escritura donde los
acontecimientos se articulan y construyen un sentido dado por la lectura en profundidad
de los mismos.
Quedo pensando entonces en cómo en ese entonces pude traducirme a mi misma la
selección de escenas, y cómo necesité de las letras para ordenar y otorgar significado a
una serie de escenas que fueron necesario seleccionar. La lectura de lo acontecido
devenida luego escritura. La necesidad de nombrar y escribir aquello que sucedía. Las
hojas leídas vuelven como un reclamo sobre el presente que parece algo agotado de
escritura por fuera de la investigación paga. Vuelve como reclamo para recordarle al
cuerpo lo que es una necesaria herramienta de reflexión y aprendizaje, pero además como
herramienta política que permite nombrar el mundo e instalar una mirada.
Este texto lleva por título “Queremos muchas letras de estas. Basta de lluvia”; fragmento
del cuento “El pueblo dibujado” de Laura Devetach. En el cuento la niña Laurita dibuja
un pueblo de monigotes en la pared de la cocina de su casa, pared que le pertenece, por
ser un regalo de su madre. Laurita dibuja pero en ese acto traza sus primeras líneas de
escritura y reivindica aquella manifestación en la que plasma un espacio donde el reclamo
y la democratización son todavía posibles. Cabe aclarar aquí que debemos tener en cuenta
que estos cuentos fueron censurados durante la dictadura militar calificados de poseer
“ilimitada fantasía”. Los militares sabían, eran buenos lectores y reconocían en la ficción
su poder transformador. Laurita dibuja, se vale de la imaginación y de la escritura para
configurar una realidad diferente a la propia. Dibuja un pueblo de monigotes pero se
olvida de otorgarle palabras. Los monigotes, entonces, reclaman mediante onomatopeyas.
Reclaman por la letra porque ésta les permite habitar el mundo desde otro lugar,
nombrarlo, y esa posibilidad debe ser un derecho. El texto de Devetach reivindica el lugar
de la palabra como capital colectivo al que todos deberían poder acceder y, en el acto de
Laurita de dar la sopa de letras a los monigotes, trabaja sobre la democratización de la
misma. La democratización de la letra en como posibilidad de autonomía y como
herramienta de lucha que en “Un pueblo dibujado” queda de manifiesto, atraviesa todo el
libro de La torre de cubos. Los personajes principales, que por lo general son niños pero
también otro tipo de sujetos marginales, encuentran en la palabra, en la lectura y en la
escritura un espacio de emancipación que reclama, asimismo, por la transformación del
presente que habitan. De allí la peligrosidad del libro de Devetach en un contexto
autoritario que buscaba la instalación de un orden conservador con estructuras jerárquicas
claramente marcadas.
La palabra entonces como espacio de emancipación y de deseo. Cuando Irene regresa del
Pueblo Caperuzo, desea que su casa se transforme en una casa como la de los caperuzos.
Bartolo se niega a vender su plata de cuadernos porque esta permite a los niños, que no
tienen dinero para comprar demasiados, a seguir escribiendo. En el pueblo dibujado, los
monigotes una vez que tienen palabras las utilizan para seguir pidiendo más dibujos a
Laurita. La palabra en Devetach se vuelve la posibilidad de manifestar un deseo y actúa
como espacio de democratización. La palabra y la posibilidad de hacer uso de ella.
Vuelvo entonces para recordarme la necesidad de la palabra, la necesidad de escribir un
poco más porque esto me permite reflexionar sobre su democratización y sobre mi
posición privilegiada en tanto estudiante universitaria de la carrera de letras. Vuelvo a
escribir porque, además, la literatura infantil lo reclama. Lo que los monigotes exigen a
Laurita, lo que el deshollinador busca en Buenos Aires, lo que Mauricio recupera al
intercambiar su silbido con el tren de carbón, se transforma en un reclamo para mi actitud
de lectura, demandando la escritura como espacio de reflexión. Un espacio que tenía algo
descuidado porque la lluvia da placer a la comodidad, también necesaria, de la lectura.
Por eso este texto lleva un título que se posiciona como afrenta y reclamo: Queremos
letras. Basta de lluvia.