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SERMONES 9

CHARLES SPURGEON
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NO NOS METAS EN TENTACIÓN
Nº 1402
UN SERMÓN PREDICADO EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON,
LONDRES.

"Y no nos metas en tentación."


Mateo 6:13.

El otro día estaba hojeando un libro de mensajes para jóvenes, y me encontré el bosquejo
de un sermón que me pareció una joya perfecta.
Lo voy a compartir con ustedes ahora. El texto es la oración del Señor, y la exposición está
dividida en encabezados sumamente instructivos.
"Padre nuestro que estás en los cielos:" un hijo lejos de su hogar. "Santificado sea tu
nombre:" un adorador. "Venga tu reino:" un súbdito.
"Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra:" un siervo.
"El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy:" un mendigo. "Y perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores:" un pecador. "Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal:" un pecador en peligro de volverse un peor pecador. Los
títulos son sumamente apropiados en cada caso, y condensan la petición con precisión.
Ahora, si recuerdan este bosquejo, notarán que la oración es como una escalera. Las
peticiones comienzan en lo más alto y van descendiendo.
"Padre nuestro que estás en los cielos:" un hijo, un hijo del Padre celestial. Ahora, ser un
hijo de Dios, es la más elevada posición posible para el hombre. "Mirad cuál amor nos ha dado
el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios." Esto es Cristo: el Hijo de Dios. Y el "Padre
nuestro" no es sino la forma plural del propio término que Él mismo usa, cuando se dirige a
Dios, pues Jesús dice: "Padre."
Mediante la fe nos atrevemos a colocarnos en una posición muy alta, llena de gracia, y
exaltada, que ocupamos cuando con nuestra inteligencia decimos: "Padre nuestro que estás en
los cielos." Damos un paso hacia abajo, al siguiente peldaño: "Santificado sea tu nombre."
Aquí tenemos a un adorador que adora con humilde reverencia al tres veces santo Dios. El
lugar del adorador es elevado, pero no alcanza la excelencia de la posición del hijo. Los
ángeles ocupan la alta posición de adoradores, y con sus incesantes himnos santifican el
nombre de Dios; pero ellos no pueden decir: "Padre nuestro," "porque ¿a cuál de los ángeles
dijo Dios jamás: ‘Mi Hijo eres tú’?" Ellos deben contentarse con estar un peldaño por debajo de
la cima que no pueden alcanzar: pues ni por adopción, ni por regeneración, ni por unión con
Cristo, son hijos de Dios. "¡Abba, Padre!," es para los hombres, no para los ángeles, y por
tanto, la frase de adoración en la oración, es un peldaño colocado abajo de la frase inicial:
"Padre nuestro."
La siguiente petición es para nosotros como súbditos: "Venga tu reino."
El súbdito está ubicado abajo del adorador, pues la adoración es una ocupación elevada en
la que el hombre ejercita un sacerdocio, y es visto en un estado humilde pero honorable. El
hijo adora, y luego confiesa la realeza del Grandioso Padre.
Continuando el descenso, el siguiente peldaño es el del siervo: "Hágase tu voluntad, como
en el cielo, así también en la tierra." Este es un nivel más bajo que el del súbdito, pues su
majestad la Reina tiene muchos súbditos que no son sus siervos. No están obligados a
atenderla en su palacio prestando un servicio personal, aunque la reconocen como su soberana
honorable. Los duques y otros nobles de diversos rangos, son sus súbditos, pero no sus
sirvientes. El sirviente está colocado un escalón más abajo que el súbdito.
Todos reconocerán que la siguiente petición proviene de un peldaño inferior, pues es la
petición de un mendigo: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy;" de un mendigo que pide
pan, alguien que mendiga a diario; alguien que tiene que apelar continuamente a la caridad
para su sustento. Es muy conveniente que nosotros ocupemos ese lugar, ya que todo lo que
tenemos, lo debemos a la caridad del cielo.
Pero hay un peldaño más abajo que el del mendigo, y corresponde al lugar del pecador.
"Perdónanos" está más abajo que "danos." "Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores." Aquí también debemos situarnos todos nosotros,
pues ninguna palabra se adecua mejor a nuestros labios indignos, que la oración
"perdónanos." En tanto que vivamos y pequemos, debemos lamentarnos y clamar: "¡Señor,
ten misericordia de nosotros!"
Entonces, en el peldaño inferior de la escalera está el pecador, temeroso de cometer un
pecado todavía mayor, colocado en un peligro extremo y consciente de su debilidad, sensible
al pecado pasado y temeroso del pecado futuro: óiganlo expresar, con labios temblorosos, las
palabras de nuestro texto: "Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal."
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Y sin embargo, queridos amigos, aunque he descrito la oración como un descenso, bajar
equivale a subir en los asuntos de la gracia, como lo podemos demostrar fácilmente si el
tiempo lo permite. De cualquier modo, el proceso de descenso en esta oración, puede describir
muy bien el avance de la vida divina en el alma. La última frase de la oración contiene en sí
una experiencia íntima más profunda, que su parte inicial.
Cada creyente es un hijo de Dios, un adorador, un súbdito, un siervo, un mendigo, y un
pecador; pero no cualquiera percibe las tentaciones que lo asedian, ni tampoco su propia
tendencia a someterse a ellas.
No todo hijo de Dios, aun cuando tenga una edad avanzada, conoce plenamente el
significado de ser metido en la tentación; pues algunos siguen una senda fácil y raras veces
son zarandeados; y otros son bebés tan tiernos, que difícilmente conocen sus propias
corrupciones.
Para entender plenamente nuestro texto, un hombre debería haber experimentado intensas
escaramuzas en diversas luchas y haber combatido contra el enemigo de su alma durante
largos días. Quien se ha escapado a duras penas, ofrece esta oración enfatizando su
significado.
El hombre que ha sentido la cercanía de la red del cazador, (el hombre que ha sido prendido
y casi destruido por el adversario), pide con insistente empeño: "no nos metas en tentación."
Tratando de recomendarles esta oración, tengo el propósito de comentar ahora, primero
que nada, el espíritu que propicia una petición así; en segundo lugar, las pruebas contra las
que esta oración implora; y luego, en tercer lugar, las lecciones que enseña.
I. ¿QUÉ PROPICIA UNA ORACIÓN COMO ÉSTA? "No nos metas en tentación."
Primero, por la posición de la frase, yo deduzco mediante un rápido proceso de análisis, que
esta oración es motivada por la vigilancia. Esta petición sigue a la frase: "perdónanos nuestras
deudas." Voy a suponer que esa petición ha sido otorgada, y el pecado del hombre es
perdonado.
¿Y luego qué? Si echan un vistazo a su vida pasada, pronto percibirán lo que ocurre por lo
general a un hombre que ha sido perdonado, pues "Como en el agua el rostro corresponde al
rostro, así el corazón del hombre al del hombre." La experiencia íntima de un creyente es
semejante a la de otro creyente, y los propios sentimientos de ustedes han sido semejantes a
los míos.
Muy pronto, después que un penitente ha recibido el perdón y siente que ha sido perdonado
en su alma, es tentado por el diablo; pues Satán no puede soportar la mengua de sus
súbditos, y cuando los ve cruzar la línea fronteriza y escapar de su mano, reúne a todas sus
fuerzas y aplica toda su astucia para ver si, por ventura, puede quitarles la vida de inmediato.
Para enfrentar este asalto especial, el Señor pone en alerta al corazón. Percibiendo la ferocidad
y la sutileza de las tentaciones de Satanás, el creyente recién nacido, gozándose en el perfecto
perdón que ha recibido, clama a Dios: "no nos metas en tentación."
Es el temor de perder el gozo del perdón del pecado el que así clama al buen Dios: "Padre
nuestro, no permitas que perdamos la salvación que hemos obtenido tan recientemente. No
permitas que sea sometida a peligros. No dejes que Satanás quebrante nuestra recién
encontrada paz. Acabamos de escapar; no nos sumerjas nuevamente en las profundidades.
Nadando hacia la costa, algunos aferrados a tablones y otros sobre trozos de residuos del
barco, hemos llegado a salvo a la costa; constríñenos a no tentar de nuevo al bramante
océano. No nos arrojes más sobre las violentas olas. Oh Dios, nosotros vemos cómo avanza el
enemigo: está listo a zarandearnos como trigo si pudiera. No permitas que seamos puestos en
su criba, mas líbranos, te suplicamos."
Es una oración de vigilancia; y fíjense bien, aunque hemos hablado que la vigilancia es
necesaria al comienzo de la vida cristiana, es igualmente indispensable hasta el fin. No hay
una sola hora en la que el creyente pueda darse el lujo de descuidarse. Velen, se los ruego,
cuando estén solos, pues la tentación, como un asesino que serpea, tiene una daga especial
para los corazones solitarios. Deben poner pasador y cerrojos a la puerta, si quieren mantener
fuera al diablo. Velen también cuando estén en público, pues las tentaciones agrupadas en
tropas lanzan sus flechas para que vuelen durante todo el día.
Los compañeros más selectos que puedan elegir, no estarán desprovistos de alguna mala
influencia sobre ustedes, a menos que se mantengan en guardia. Recuerden las palabras de
nuestro bendito Maestro: "Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad," y conforme estén
velando, una oración se elevará con frecuencia desde lo íntimo del corazón— "Del poder de
la oscura tentación, Y de los ardides de Satanás, defiéndeme; Líbrame en la mala
hora, Y guíame hasta el fin."
Es una oración de vigilancia.
A continuación, me parece que es la oración natural inspirada por el horror del simple
pensamiento de caer de nuevo en el pecado. Recuerdo la historia de un minero que, habiendo
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sido un vulgar blasfemo, un hombre de vida licenciosa y que hacía todo lo malo, cuando fue
convertido por la gracia divina, estaba terriblemente temeroso que sus antiguos compañeros lo
empujaran otra vez a su vida anterior. Él sabía que era un hombre de fuertes pasiones, con la
tendencia a ser llevado al descarrío por los demás, y por tanto, en su miedo de ser arrastrado
otra vez a sus viejos pecados, oró con empeño pidiendo que antes que volver a sus caminos
anteriores, prefería morir. Y en ese mismo instante murió.
Tal vez fue la mejor respuesta a la mejor petición que el pobre hombre pudo haber ofrecido.
Yo estoy seguro que cualquiera que haya llevado una mala vida, si la maravillosa gracia de
Dios lo ha sacado de ella, estará de acuerdo que la oración del minero no era de ningún modo
demasiado exagerada. Sería mejor morir de inmediato que continuar viviendo para retornar a
nuestro primer estado y cubrir de deshonra el nombre de Jesucristo nuestro Señor. La oración
que estamos considerando, brota del encogimiento del alma al primer asedio del tentador. El
ruido de las pisadas del demonio resuena en el oído sobresaltado del tímido penitente; se
estremece como una hoja de álamo temblón, y grita, ¡cómo!, ¿ya está regresando otra vez? Y,
¿es posible que yo caiga de nuevo? Y, ¿puedo manchar estos blancos vestidos con ese
despreciable pecado asesino, que quitó la vida de mi Señor? "Oh Dios mío," parece decir la
oración, "guárdame de ese horrendo mal. Llévame, te lo ruego, donde Tú quieras: ay,
inclusive a través del valle de sombras de muerte, pero no me metas en tentación, para que
no caiga y Te deshonre." El niño que ya se ha quemado teme al fuego. Quien ha sido atrapado
una vez en la trampa de acero, lleva las cicatrices en su carne y está profundamente temeroso
de ser aprisionado de nuevo en medio de esos dientes crueles.
El tercer sentimiento, también es muy claro; es decir, desconfianza de la fortaleza personal.
El hombre que se siente lo suficientemente fuerte para todo, es temerario, e inclusive invita a
la batalla que hará visible su poder. "Oh," afirma, "no me importa; se pueden reunir contra mí
los que quieran; yo soy lo suficientemente capaz de cuidarme y sostenerme contra los que
sean." Está presto a involucrarse en conflictos, y corteja a la refriega.
No hace lo mismo el hombre que ha sido enseñado de Dios y que conoce su propia
debilidad; él no quiere ser probado, sino que busca lugares tranquilos donde pueda estar
protegido de cualquier daño. Si se ve involucrado en la batalla, peleará como hombre; si es
tentado, verán cuán firme se planta; pero me parece que él no busca el conflicto, así como
muy pocos soldados que conocen lo que es la lucha, la provocan.
En verdad, únicamente aquellos que desconocen el olor de la pólvora, o que nunca han visto
los cadáveres amontonados unos sobre otros, formando un montículo sangriento, están ávidos
de balas y granadas. Pero los veteranos prefieren los pastoriles tiempos de paz.
Ningún creyente experimentado desea jamás un conflicto espiritual, pero algunos reclutas
novatos más bien lo buscan. En un cristiano, el recuerdo de su previa debilidad: sus
resoluciones quebrantadas y sus promesas incumplidas, lo conduce a orar para no ser
severamente probado en un futuro. No se atreve a confiar otra vez en sí mismo. No quiere una
lucha con Satanás, ni tampoco con el mundo; pide más bien, si es posible, que sea librado de
esos severos encuentros, y su oración es, "No nos metas en tentación." El creyente sabio
manifiesta una desconfianza sagrada; es más, puedo afirmar que posee una total
desesperanza acerca de sí: y aunque sabe que el poder de Dios es lo suficientemente fuerte
para todo, sin embargo, el sentido de su debilidad pesa tanto sobre él, que ruega que se le
evite demasiada desgracia. Por esto clama: "no nos metas en tentación."
Pienso que no he agotado las facetas del espíritu anunciadas por esta oración, pues me
parece que brota, de alguna manera, de la caridad.
"¿Caridad?" dirás tú. "¿Cómo es eso?" Bien, siempre debemos considerar el contexto, y
leyendo la frase precedente en conexión con ella, vemos las palabras, "como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores, y no nos metas en tentación." No debemos ser demasiado
severos con aquellas personas que han hecho mal y nos han ofendido, sino que debemos orar,
"Señor, no nos metas en tentación."
Tu criada, pobre muchacha, hurtó una menudencia que te pertenecía.
No estoy excusando su robo, pero te suplico que hagas una pausa por un instante, antes
que casi arruines su carácter de por vida. Hazte esta pregunta: "¿No habría podido yo hacer lo
mismo si hubiera estado en su posición? Señor, no me metas en tentación."
Es verdad que estuvo muy mal que ese joven tratara con deshonestidad tus bienes. Sin
embargo, estaba bajo demasiada presión proveniente de alguna mano fuerte, y sólo cedió por
compulsión. No seas demasiado severo con él. No digas: "voy a darle seguimiento hasta las
últimas consecuencias; voy a aplicarle la ley." No, aguarda un momento; deja que hable la
piedad, y que te implore la voz de plata de la misericordia.
Piensa en ti mismo, para que no seas tentado, y ora, "no nos metas en tentación."
Yo me temo que independientemente de lo mal que algunos se comportan bajo la tentación,
muchos de nosotros, en su lugar, habríamos actuado de peor manera. Me gustaría, si pudiera,
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formarme un tipo de juicio acerca del descarrío; y me ayudaría a hacerlo si me imaginara
sometido a esas mismas pruebas, y mirar las cosas desde su propia perspectiva, y ponerme en
su lugar, sin poseer nada de la gracia de Dios que me ayudara: ¿no habría caído de igual
manera que ellos lo hicieron, y no los habría sobrepasado en el mal? ¿No podría llegarles el
día, a ustedes que son inmisericordes, en que tengan que pedir misericordia para ustedes
mismos? ¿Acaso dije: no podría llegarles? Estoy seguro que debe llegarles. Cuando dejen todo
aquí abajo, y vuelvan una vista retrospectiva a toda su vida, y comprueben que tienen mucho
que lamentar, ¿a qué cosa podrán apelar entonces sino a la misericordia de Dios? Y, ¿qué pasa
si Él les responde: "un llamado fue hecho a tu misericordia, y no tuviste ninguna? Como hiciste
con otros, así haré contigo."
¿Qué respuesta le darías a Dios si te tratara así? ¿Acaso Su respuesta no sería justa y
buena? ¿No se le debería pagar a cada hombre con la misma moneda, cuando esté siendo
juzgado? Así que yo pienso que esta oración: "no nos metas en tentación," debería brotar a
menudo del corazón, a través de un sentimiento caritativo hacia otros que han errado, que son
de la misma carne y sangre que nosotros.
Ahora, siempre que vean a un ebrio tambalearse por las calles, no se gloríen sintiéndose
superiores, sino que deben decir: "no nos metas en tentación." Cuando tomen los periódicos y
lean que algunos hombres han traicionado la confianza que se les tenía por causa del oro,
condenen su conducta si quieren, pero no se regocijen en la propia firmeza, sino más bien
clamen con toda humildad: "no nos metas en tentación."
Cuando la pobre muchacha seducida para que se alejara de las sendas de la virtud, se
atraviese en el camino de ustedes, no la miren con un desprecio que la pueda entregar a la
destrucción, sino que digan, "no nos metas en tentación." Si esta oración estuviera tan a
menudo en nuestros corazones como lo está en nuestros labios, nos enseñaría maneras más
indulgentes y moderadas en nuestra relación con hombres y mujeres pecadores.
Además, ¿no piensan ustedes que esta oración exhala un espíritu de confianza: de
confianza en Dios? "Bueno," dirá alguno, "yo no lo veo así." Para mí, (y yo no sé si seré capaz
de transmitir mi pensamiento), para mí, hay un grado de familiaridad muy tierna y de sagrada
intrepidez en esta expresión. Por supuesto, Dios me guiará ahora que soy Su hijo. Es más,
ahora que me ha perdonado, yo estoy seguro que no me conducirá a lugares donde pueda
estar expuesto a algún daño. Esto debe saberlo y creerlo mi fe, y sin embargo, por razones
diversas, surge en mi mente un miedo de que Su providencia me pueda conducir donde sea
tentado. Ese miedo, ¿es válido o no? Se apodera de mi mente; ¿puedo ir con él a mi Dios?
¿Puedo expresar en oración esta duda de mi alma?
¿Puedo derramar esta ansiedad ante el grandioso y sabio Dios de amor? ¿No será una
oración impertinente? No, no lo será, pues Jesús pone las palabras en mi boca y dice:
"Vosotros, pues, oraréis así."
Ustedes tienen miedo que Él pueda meterlos en tentación; pero Él no lo hará; o si Él viera
que es conveniente probarlos, Él también suministrará la fortaleza para que se sostengan
hasta el final. A Él le agradará preservarlos en Su infinita misericordia. Ustedes estarán
perfectamente seguros si Lo siguen al lugar que Él los conduzca, pues Su presencia hará que el
aire más mortífero se vuelva saludable. Pero puesto que ustedes instintivamente tienen un
temor de ser conducidos donde la lucha sea demasiado severa y el camino demasiado
escabroso, díganselo sin reservas a su Padre celestial.
Ustedes saben que en casa, si un hijo tiene alguna pequeña queja contra su padre, siempre
es mejor que la exprese. Si considera que su padre no le hizo caso el otro día, o piensa a
medias que la tarea que su padre le ha encomendado es demasiado severa, o supone que su
padre espera demasiado de él; si no dice absolutamente nada al respecto, puede tornarse
sombrío y perder mucho de la amorosa ternura que siempre debe sentir el corazón de un hijo.
Pero cuando el hijo dice francamente: "padre, no quiero que pienses que no te amo o que no
puedo confiar en ti, pero tengo este pensamiento que turba mi mente, y lo voy a expresar con
toda claridad;" ese el camino más sabio a seguir, y muestra una seguridad filial. Esa es la
manera de mantener el amor y la confianza.
Así que si tienes una sospecha en tu alma, que tal vez tu Padre pueda meterte en una
tentación demasiado poderosa para ti, exprésaselo a Él. Coméntaselo aunque parezca que te
estás tomando demasiadas libertades.
Aunque tu miedo sea el fruto de la incredulidad, hazlo saber a tu Señor, y no albergues ese
pensamiento sombrío. Recuerda que la oración del Señor no fue hecha para Él, sino para ti; y
por lo tanto, ve los asuntos desde tu propia perspectiva y no de la Suya. La oración de nuestro
Señor no es para nuestro Señor; es para nosotros, Sus hijos; y los hijos dicen siempre a sus
padres tantas cosas que son apropiadas si provienen de ellos, pero que no son prudentes ni
precisas según la me dida del conocimiento de los padres. Su padre sabe lo que quieren decir
sus corazones, y sin embargo puede haber mucho de insensato o errado en lo que dicen. Por
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tanto yo veo que esta oración manifiesta esa bendita confianza del niño que expresa a su
padre el miedo que lo aflige, ya sea que ese miedo sea válido o no.
Amados, no debemos debatir aquí la pregunta acerca de si Dios mete en tentación o no, o si
podemos caer de la gracia o no; es suficiente que sintamos un miedo, y que se nos permita
expresarlo a nuestro Padre en el cielo. Siempre que sientan miedo de cualquier tipo, corran a
Aquél que ama a Sus pequeñitos, y que como padre, siente piedad por ellos y quiere calmarlos
incluso en sus alarmas innecesarias.
De esta manera he mostrado que el espíritu que inspira esta oración es uno de vigilancia,
de santo horror ante el simple pensamiento del pecado, de desconfianza de la fuerza propia,
de caridad hacia los demás, y de confianza en Dios.
II. En segundo lugar preguntemos, ¿CUÁLES SON ESTAS TENTACIONES CONTRA LAS QUE
ESTA ORACIÓN IMPLORA? O digamos más bien, ¿cuáles son estas pruebas que son muy
temidas?
Yo no creo que la oración tenga la intención de pedir a Dios que nos libre de ser afligidos
para nuestro bien, o que nos guarde de sufrir como disciplina. Por supuesto que debemos estar
contentos de librarnos de esas cosas; pero la oración apunta a otra forma de prueba, y puede
ser parafraseada así: "líbrame, oh Dios, de las pruebas y sufrimientos que me puedan conducir
al pecado. Líbrame de pruebas demasiado grandes, para que no sucumba, si vencen mi
paciencia, o mi fe, o mi firmeza."
Ahora, tan brevemente como pueda, les voy a mostrar cómo los hombres pueden ser
metidos en tentación por la mano de Dios.
Y lo primero es cuando retira su gracia divina. Supongan por un instante, (y es sólo una
suposición), que el Señor nos dejara por completo.
Entonces pereceríamos sin demora. Pero supongamos, (y no se trata de una suposición
estéril), que en cierta medida nos quitara Su fortaleza; ¿no estaríamos en una condición
perniciosa? Supongan que ya no sustentara nuestra fe: ¡qué incredulidad exhibiríamos!
Supongan que Él rehusara apoyarnos en el tiempo de la tribulación, de tal forma que no
guardáramos más nuestra integridad, entonces, ¿qué sería de nosotros?
Ah, el hombre más recto no sería recto por mucho tiempo, ni el hombre más santo
continuaría siéndolo.
Supón, querido amigo, tú que caminas a la luz del rostro de Dios y llevas el yugo de la vida
con facilidad, porque Él te sustenta; supón que Su presencia te fuera retirada, ¿cuál sería tu
porción? Somos todos tan semejantes a Sansón en esta materia, que debo utilizarlo como un
ejemplo en mi exposición, aunque a menudo haya sido usado para ese propósito por otros. En
tanto que las guedejas de nuestra cabeza no sean trasquiladas, podemos hacer cualquier cosa
y todas las cosas: po demos destrozar leones, cargar las puertas de Gaza, y destruir a los
ejércitos enemigos.
Somos potentes en la fuerza de Su poder, por la divina señal consagratoria; pero si el Señor
se retira un instante y nosotros intentamos hacer solos el trabajo, entonces descubrimos que
somos débiles como un diminuto insecto. Cuando el Señor se apartó de ti, oh Sansón, ¿no te
volviste igual que los demás hombres? Entonces el grito, "¡Sansón, los filisteos contra ti!", es
el tañido de las campanas fúnebres por la muerte de tu gloria. En vano sacudes esos fornidos
miembros de tu cuerpo. Ahora te sacarán los ojos y los filisteos se burlarán de ti. En vista de
una catástrofe semejante, es bueno que estemos en medio de una agonía de peticiones. Oren
entonces, "Señor, no me dejes; y no me metas en tentación, retirando de mí Tu Espíritu."—
"Guárdanos, Señor, oh guárdanos siempre, Nuestra esperanza es vana sin Tu apoyo;
Somos Tuyos; oh no nos abandones nunca, Hasta que veamos Tu rostro en el cielo;
En el cielo, donde te alabaremos Por toda una resplandeciente eternidad.
Toda nuestra fuerza nos abandonaría al instante, Si fuéramos desamparados,
Señor, por Ti; Nada podría servirnos, teniendo ese vacío, Y nuestra derrota segura
sería: Los que nos odian Verían de esta manera saciado su deseo."
Otro conjunto de tentaciones puede ser encontrado en las condiciones providenciales. Las
palabras de Agur, hijo de Jaqué, servirán de ejemplo aquí. "Vanidad y palabra mentirosa
aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario; no sea que me
sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre
de mi Dios."
Algunos de nosotros nunca hemos sabido lo que significa una necesidad extrema; hemos
vivido desde nuestra juventud en el bienestar social.
Ah, queridos amigos, cuando vemos lo que la suma pobreza ha impulsado a hacer a algunos
hombres ¿cómo podemos estar seguros que no nos habríamos comportado de peor manera, si
hubiéramos tenido la terrible presión que ellos sintieron? Debemos estremecernos y decir:
"Señor, cuando veo a las familias pobres apretujadas en un cuartito donde escasamente hay
espacio para observar una decencia común; cuando veo que falta el pan para evitar que los
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hijos lloren de hambre; cuando veo las ropas del hombre desgastadas a su espalda, y
demasiado ligeras para protegerlo del frío, te suplico que no me sujetes a una prueba así, para
que no sea conducido a la condición de estirar mi mano y robar. No me metas en la tentación
de una lánguida necesidad."
Y, por otro lado, miren las tentaciones del dinero, cuando los hombres tienen para gastar
más de lo que realmente necesitan, y están ro deados de una sociedad que los tienta a las
carreras, al juego, a la prostitución y a todo tipo de iniquidades. El joven que tiene una fortuna
a la mano, antes de alcanzar la edad de la discreción, y está rodeado de aduladores y
tentadores, todos ellos ávidos de despojarlo; ¿acaso se sorprenden que sea conducido al vicio,
y que se convierta en un hombre moralmente arruinado? Al igual que un galeón asechado por
los piratas, nunca se encuentra fuera de peligro; ¿acaso es una sorpresa que no llegue nunca a
puerto seguro? Las mujeres lo tientan, los hombres lo adulan, los viles mensajeros del diablo
lo acarician, y el joven necio los sigue como el buey va al matadero, o como el pájaro se
apresura a la trampa, sin darse cuenta que arriesga su vida. Muy bien puedes agradecer al
cielo que no hayas conocido nunca esa tentación, pues si fuera puesta en tu camino, tú
también estarías en un inminente peligro.
Si las riquezas y el honor te fascinan, no los busques con avidez, sino que más bien ora: "no
nos metas en tentación."
Las posiciones providenciales a menudo prueban a los hombres. Hay un hombre inclinado al
dinero fácil en los negocios; ¿de qué manera podrá pagar esa elevada factura? Si no la paga,
habrá desolación en su familia; el negocio mercantil del que ahora obtiene sus ingresos irá a la
quiebra; todo mundo se avergonzará de él, sus hijos serán discriminados, y él terminará en la
ruina. Sólo tiene que usar una cierta suma que se le ha confiado: no tiene el derecho de
arriesgar ni un centavo de ese dinero, pues no le pertenece, mas sin embargo, mediante su
uso temporal puede acaso superar la dificultad. El diablo le dice que puede devolverlo en una
semana. Si toca ese dinero sería una acción ruin, pero entonces se convence a sí mismo:
"nadie será afectado por eso, y será una maravillosa solución," etcétera. Si cede a la
sugerencia, y todo sale bien, algunos dirán: "bueno, después de todo, no hubo mucho daño en
ello, y más bien fue un paso prudente, pues le salvó de la ruina."
Pero si algo sale mal, y lo descubren, entonces todo mundo dirá: "fue un robo descarado.
Ese hombre debe ser desterrado."
Pero, hermanos, la acción era mala en sí misma, y las consecuencias no la hacen ni mejor
ni peor. No condenen con amargura, sino oren una y otra vez, "no nos metas en tentación. No
nos metas en tentación."
Ustedes pueden ver, en efecto, que Dios en Su providencia pone a los hombres, a veces, en
posiciones en las que son severamente probados.
Es por su bien que son probados, y cuando pueden aguantar la prueba, engrandecen Su
gracia, y ellos mismos se fortalecen: la prueba tiene usos beneficiosos cuando puede ser
soportada, y por eso Dios no siempre nos priva de las pruebas. Nuestro Padre celestial no ha
tenido nunca la intención de mimarnos y guardarnos de la tentación, pues eso no es parte del
sistema que Él ha establecido sabiamente para nuestra educación. No quiere que seamos
bebés hundidos cómodamente en sus carriolas durante toda la vida.
Él creó a Adán y Eva en el huerto, y no puso una barda de hierro alrededor del árbol del
conocimiento, diciendo: "no pueden alcanzarlo."
No, sino que les previno que no tocaran el fruto, aunque podían alcanzar el árbol si lo
hubieran deseado. Lo que Él quería es que pudieran haber tenido la posibilidad de alcanzar la
dignidad de la fidelidad voluntaria si permanecían firmes, pero la perdieron por su pecado; y
Dios tiene la intención, en su nueva creación, de no escudar a Su pueblo de los diferentes tipos
de prueba y aflicción, pues eso sería engendrar hipócritas y mantener a los fieles al nivel de
personas enanas y débiles.
El Señor pone algunas veces a los elegidos en lugares donde van a ser probados, y hacemos
lo correcto al orar: "no nos metas en tentación."
Y hay tentaciones que surgen de condiciones físicas. Hay algunos hombres que tienen un
carácter muy moral porque gozan de salud; y hay otros hombres que son muy malos, que, sin
duda, si supiéramos todo acerca de ellos, estaríamos inclinados a cierta suavidad en nuestro
trato, debido a la infeliz conformación de su constitución. Digamos que hay muchas personas a
las que les resulta muy fácil mostrarse alegres y generosas, mientras que hay otras que
necesitan esforzarse mucho para no desesperar o para no caer en la misantropía.
Es muy difícil batallar con hígados enfermos, corazones débiles o cerebros lesionados. ¿Se
queja esa anciana? Entonces comentamos: ¡ella únicamente ha sufrido de reumatismo durante
treinta años, y sin embargo, cada vez y cuando murmura! ¿Cómo estarías tú si sintieras sus
sufrimientos durante treinta minutos? He oído de un hombre que se quejaba de todo el
mundo. Cuando murió y los doctores abrieron su cráneo encontraron que su bóveda craneana
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era muy estrecha, y descubrieron que el hombre sufría de irritación cerebral. ¿Acaso sus duros
comentarios no eran atribuibles en gran manera a esa condición?
Yo no menciono estos asuntos para excusar el pecado, sino para hacer que tanto ustedes
como yo, tratemos a gente así con la gentileza que podamos, y que oremos: "Señor, no me
des una bóveda craneana así, y líbrame de esos reumatismos y de esos dolores, porque
colocado en un potro de tormento semejante, yo sería peor que ellos. No nos metas en
tentación."
Además, las condiciones mentales a menudo suministran grandes tentaciones. Cuando un
hombre cae en la depresión, es tentado. Aquellos de nosotros que nos regocijamos mucho, a
menudo nos hundimos en la misma proporción que nos elevamos, y cuando todo se ve
sombrío a nuestro alrededor, Satanás aprovechará con toda seguridad esa ocasión para
inculcar el desaliento. Dios no quiera que nos excusemos, pero, amado hermano, yo ruego que
no seas metido en esta tentación. Tal vez si fueras sujeto del nerviosismo y del decaimiento de
espíritu como el amigo al que culpas por su melancolía, serías más digno de censura que él.
Entonces en vez de condenar, ten piedad.
Y, por otro lado, cuando los espíritus están alborozados y el corazón está pronto a bailar de
gozo, eso es muy propicio para que penetre la liviandad y para decir palabras impropias.
Pídanle al Señor que no les permita elevarse tan alto ni caer tan bajo, para no ser conducidos
al mal. "No nos metas en tentación," debe ser nuestra oración de cada hora.
Más allá de esto, hay tentaciones que brotan de las asociaciones personales, que se reúnen
alrededor de nosotros según el orden de la providencia.
Estamos obligados a evitar las malas compañías, pero hay casos en los que, sin ninguna
culpa propia, las personas son llevadas a asociarse con caracteres malévolos. Puedo dar como
ejemplos al niño devoto cuyo padre es un renegado, y a la mujer piadosa convertida
recientemente, cuyo marido sigue siendo un impío que blasfema el nombre de Cristo.
Sucede lo mismo con los obreros que tienen que trabajar en los talleres, donde compañeros
disolutos dejan escapar un juramento cada media docena de palabras que pronuncian, y
derraman ese lenguaje inmundo que nos escandaliza cada día más y más. Creo que en
Londres, nuestra clase trabajadora dice ahora más groserías que antes; al menos, yo las
escucho más, cuando camino por las calles o cuando me detengo por alguna razón. Bien, si las
personas están obligadas a trabajar en talleres así, o a convivir con familias así, pueden venir
tiempos cuando bajo el látigo de la burla o el escarnio o el sarcasmo, el corazón desmaye y la
lengua se rehúse a hablar por Cristo. Ese silencio y esa cobardía no pueden ser excusados,
pero sin embargo no censures a tu hermano, sino que debes decir: "Señor, no me metas en
tentación."
¿Cómo sabes que tú tendrías más valor? Pedro se acobardó ante una sirvienta locuaz, y tú
también puedes sentir temor de la lengua de una mujer. La peor tentación que conozco para
un joven cristiano, es convivir con un hipócrita, un hombre tan santificado y recatado que el
joven corazón, engañado por las apariencias, confía plenamente en él. Pero ese infeliz tiene un
corazón falso y una vida podrida. Y hay tales desgraciados que, con la pretensión y afectación
de piedad, cometen actos ante los que podríamos derramar lágrimas de sangre: los jóvenes se
tambalean espantosamente, y muchos de ellos se vuelven deformes de por vida en su
conformación espiritual, al asociarse con tales seres.
Cuando vean faltas generadas por esas causas comunes pero horribles, díganse a sí
mismos: "Señor, no me metas en tentación. Te doy gracias por mis padres piadosos y por mis
amistades cristianas y por los ejemplos piadosos; pero, ¿qué habría sido de mí si yo hubiera
sido sometido exactamente a lo opuesto? Si me hubieran tocado influencias malignas cuando
como una vasija, estaba siendo formado en la rueda, podría haber exhibido fallas más notorias
que las que ahora veo en otros."
Así podría continuar exhortándolos para que oren, queridos amigos, contra las diversas
tentaciones; pero permítanme decirles que el Señor tiene pruebas muy especiales para
algunos hombres, tales como pueden ser vistas en el caso de Abraham. Él le da un hijo en su
ancianidad, y luego le dice: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra
de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto." Harán bien en orar: "Señor, no nos metas en una
tentación como ésa. Yo no soy digno de ser probado así. Oh, no me pruebes así."
Yo he conocido algunos cristianos que reflexionan y evalúan si ellos podrían actuar como lo
hizo el patriarca. Eso es muy insensato, amado hermano. Cuando seas llamado a hacerlo,
serás capacitado para llevar a cabo el mismo sacrificio, por la gracia de Dios; pero si no has
recibido un llamado para hacerlo, ¿por qué habrías de recibir ese poder? ¿Acaso quedará sin
ser usada la gracia de Dios? Tu fuerza será igual a tu día, pero no lo excederá. Yo quisiera que
ustedes pidieran ser librados de las pruebas más severas.
Podemos ver otro ejemplo en Job. Dios entregó a Job a Satanás con un límite, y ustedes
saben cómo Satanás lo atormentó y lo probó para aplastarlo. Si alguien orara: "Señor,
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pruébame como a Job," estaría orando de manera imprudente. "Oh, pero yo podría ser tan
paciente como él," dirás. Tú eres precisamente el hombre que se entregaría a la amargura y
maldeciría a su Dios. El hombre que podría exhibir mejor la paciencia de Job sería el primero,
de conformidad al mandato del Señor, que oraría fervientemente: "no nos metas en
tentación."
Queridos amigos, debemos estar preparados para las pruebas, si Dios así lo quiere, pero no
debemos cortejarlas, sino orar para ser librados de ellas, lo mismo que nuestro Señor, que
aunque estaba preparado a beber la amarga copa, sin embargo, en agonía exclamó: "si es
posible, pase de mí esta copa." Las aflicciones buscadas, no son aquellas que el Señor ha
prometido bendecir.
Para explicar lo que quiero decir de una manera que pueda ser vista claramente, déjenme
contarles una vieja anécdota. He leído en la historia, que dos hombres fueron condenados a
morir como mártires en los días de la violenta persecución de la reina María. Uno de ellos se
jactaba en voz alta ante su compañero, por la confianza que tenía que se comportaría como un
verdadero hombre cuando fuera a la hoguera. A él no le importaba el sufrimiento, y estaba tan
firme en el Evangelio que sabía que nunca renegaría de él. Dijo que ansiaba que llegara la
mañana fatal, como se espera a una novia el día de la boda. Su compañero de prisión, con
quien compartía la misma celda, era una pobre criatura temblorosa, que no podía ni quería
negar a su Señor; pero le confesó a su compañero que le tenía mucho miedo al fuego.
Comentó que siempre había sido muy sensible al sufrimiento, y temía que cuando el fuego
comenzara a arder, el dolor lo podría empujar a renegar de la verdad.
Le suplicó a su amigo que orara por él, y se pasó el tiempo llorando por su debilidad y
clamando a Dios, pidiéndole fortaleza. El otro lo reprendía continuamente, y lo increpaba por
ser tan incrédulo y débil. Cuando ambos fueron a la hoguera, el que había sido tan valiente se
retractó a la vista del fuego, y regresó de manera ignominiosa a una vida de apóstata,
mientras que el pobre hombre tembloroso cuya oración había sido: "no me metas en
tentación," estuvo firme como una roca, alabando y engrandeciendo a Dios, mientras ardía
hasta quedar carbonizado.
Nuestra debilidad es fortaleza, y nuestra fortaleza es debilidad. Clamen a Dios que no les
mande pruebas que sobrepasen sus fuerzas; y en la tierna timidez de su débil conciencia,
susurren la plegaria: "no nos metas en tentación." Luego, si Él los induce al conflicto, Su Santo
Espíritu los fortalecerá, y serán tan fieros ante el adversario como un león.
Aunque tiemblen y se agachen en su interior ante el trono de Dios, ustedes podrían
confrontar al propio diablo y a todas las huestes del infierno, sin el menor tinte de miedo.
Podría parecer extraño, pero así es.
III. Y ahora concluyo con el último encabezamiento: LAS LECCIONES QUE NOS ENSEÑA
ESTA PLEGARIA. No tengo tiempo para poder extenderme. Las mencionaré sin mayor
elaboración.
La primera lección de la oración: "no nos metas en tentación," es ésta: nunca se jacten de
su propia fortaleza. No digan: "oh, yo nunca voy a caer en esas insensateces y pecados. Me
podrán probar, pero en mí encontrarán un rival invencible." El que se ciñe las armas no debe
alabarse tanto como el que las desciñe. Nunca cedan a un pensamiento de autoestima por la
fortaleza propia. No tienen ningún poder que provenga de ustedes; son tan débiles como el
agua. El diablo sólo tiene que presionarlos en el lugar preciso y ustedes saltarán de acuerdo a
su voluntad.
Con solo que una o dos piedras sueltas sean sacudidas, pronto comprobarán que el débil
edificio de su propia virtud natural se desplomará de improviso. Nunca inviten a la tentación,
jactándose de su propia capacidad.
Lo siguiente es: nunca deseen la prueba. ¿Alguien hace alguna vez eso? Sí; escuché a uno
el otro día, que decía que Dios lo había prosperado tanto, durante tantos años, que temía no
ser un hijo de Dios, pues había descubierto que los hijos de Dios eran disciplinados, y por
tanto, él casi anhelaba experimentar la aflicción. Amado hermano, no desees eso: demasiado
pronto caerás en problemas. Si yo fuera un niño y estuviera en mi casa, no creo que le diría a
mi hermano, después que recibió unos azotes: "me temo que no soy hijo de mi padre, y dudo
que me ame porque no he sido castigado con la vara como tú. Yo deseo que me azote para
saber que me ama." No; ningún hijo sería jamás tan estúpido.
No debemos desear, por ninguna razón, ser afligidos o probados, sino que debemos orar:
"no nos metas en tentación."
El siguiente pensamiento es, no acudir nunca a la tentación. El hombre que ora: "no nos
metas en tentación," y luego va a ella, es un mentiroso ante Dios. ¡Cuán hipócrita debe ser un
hombre que dice esta ora ción y luego asiste a presenciar espectáculos indecentes! ¡Cuán falso
es aquél que ofrece esta oración y luego se para en el bar y toma licor y habla con hombres
depravados y mujeres de vida ligera! "No nos metas en tentación," es una vergonzosa
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irreverencia si sale de los labios de hombres que asisten a lugares de diversión cuyo tono
moral es malo.
"Oh," dirás, "no debería decirnos tales cosas." ¿Por qué no? Algunos de ustedes las hacen, y
me atrevo a censurarlas dondequiera que se encuentren, y lo haré mientras mi lengua tenga
movimiento. Hay un mundo de hipocresía a nuestro alrededor. La gente va a la iglesia y dice:
"No nos metas en tentación," y luego, sabiendo dónde se encuentra la tentación, van derechito
a ella. Tú no necesitas pedirle al Señor que no te meta en tentación; Él no tiene nada que ver
contigo. Entre el diablo y tú pueden llegar muy lejos, sin necesidad que te burles de Dios con
tus oraciones hipócritas.
El hombre que va al pecado voluntariamente con sus ojos bien abiertos, y luego dobla su
rodilla, y el domingo en la mañana en la iglesia repite media docena de veces: "No nos metas
en tentación," es un hipócrita sin máscara en su rostro. Que guarde esto en su corazón, y sepa
que estoy dirigiendo esto personalmente contra él, y contra todos los hipócritas descarados
como él.
La última palabra es que, si piden a Dios que no los meta en tentación, no conduzcan a
otros allí. Algunas personas parecen ser singularmente olvidadizas del efecto de su ejemplo,
pues hacen cosas malas en presencia de sus hijos, y de quienes les tienen consideración.
Ahora, yo les ruego que piensen que mediante el mal ejemplo, destruyen a otros y se
destruyen ustedes mismos. No hagas nada, mi querido hermano, de lo cual tengas que
avergonzarte, o que no quisieras que otros copien de ti. Haz el bien en todo momento, y no
permitas que Satanás te convierta en una "zarpa de fiera" para destruir las almas de los
demás: ora con sinceridad, "No nos metas en tentación;" y no conduzcas a tus hijos allí.
Si ellos están invitados durante la estación festiva a tal y tal fiesta familiar, donde habrá de
todo, excepto aquello que los lleve a su crecimiento espiritual o simplemente a practicar una
buena conducta: no les des permiso de ir. En esto debes ser intransigente. Debes ser firme al
respecto. Habiendo orado una vez: "No nos metas en tentación," no le hagas al hipócrita
permitiendo que tus hijos vayan a la tentación.
Dios bendiga estas palabras para nosotros. Que se graben profundamente en nuestras
almas, y si alguien siente que ha pecado, oh, que pueda pedir ahora perdón por medio de la
sangre preciosa de Cristo, y que lo encuentre por la fe en Él. Cuando hayan obtenido
misericordia, que su siguiente deseo sea que puedan ser guardados en el futuro del pecado
que han cometido antes, y por tanto, que su oración sea: "No nos metas en tentación." Que
Dios los bendiga.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 6: 1-24.
Nota del traductor: este sermón no muestra la fecha específica de su predicación.

LA TRISTEZA DE LA CRUZ CONVERTIDA EN GOZO


Nº 1442
Un sermón predicado la mañana del domingo 3 de noviembre, 1878, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

"De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará;
pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando
da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya
no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo.
Juan 16:20-22.

Acabamos de cantar un himno cuya primera estrofa abre una difícil pregunta—
"‘Consumado es;’ ¿elevaremos Cantos fúnebres o himnos de alabanza?
¿Plañiremos viendo a nuestro Salvador morir, O proclamaremos Su victoria?
El caso está sólidamente argumentado en la segunda y tercera estrofas— "Si hablamos
del Calvario, ¿Cómo podrían abundar himnos de triunfo?
Si del hombre redimido de condena, ¿Cómo podrían brotar notas de llanto?
Nuestra es la culpa que traspasó Su costado, Nuestro el pecado por el que murió;
Pero la sangre que fluyó ese día Lavó nuestro pecado y nuestra culpa."
La conclusión a la que llegamos en la última estrofa me parece la correcta— "¡Cordero de
Dios! Tú muerte ha dado Perdón, paz, y esperanza del cielo: ‘Consumado es;’
¡elevemos Himnos de gracias y alabanzas!"
El pensamiento predominante relacionado con la muerte del Redentor, debe ser de alabanza
agradecida. Que nuestro Señor haya muerto en la cruz es una fuente muy natural de tristeza,
y muy bien pueden quienes lo traspasaron (y todos nosotros nos contamos entre ellos),
mirarle y llorar por su pecado y afligirse por Él, como quien se aflige por su primogénito.
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Antes de saber que hemos sido perdonados nuestra aflicción tiene que ser sumamente
opresiva, pues mientras el pecado no sea quitado, somos culpables de la sangre del Salvador.
Mientras nuestras almas sólo 2 estén conscientes de nuestra parte de culpabilidad de la
sangre del Redentor, debemos quedarnos espantados ante el espectáculo del maldito madero;
pero el caso cambia cuando discernimos por fe el fruto glorioso de los sufrimientos de nuestro
Señor, y sabemos que en la cruz, Él nos salvó y triunfó en la obra. El sentimiento de dolor al
ver al Salvador crucificado debe ser cultivado en cierta medida, especialmente si procuramos
evitar el mero sentimiento y convertimos nuestro dolor en arrepentimiento: entonces es
"tristeza que es según Dios," que contrista según Dios y promueve en nosotros un intenso
horror al pecado, y una firme resolución de alejarnos de toda comunión con las obras de las
tinieblas.
Por eso no condenamos a quienes predican frecuentemente acerca de los sufrimientos de
nuestro Señor, con miras a provocar emociones de dolor en los corazones de sus oyentes,
pues tales emociones tienen una influencia suavizante y santificante si van acompañadas de
fe, y son dirigidas por una sana sabiduría.
Hay, sin embargo, un camino intermedio en todo, y debemos seguirlo, pues nosotros
creemos que tal predicación puede ser llevada al extremo.
Es sumamente notable e instructivo que los apóstoles, en sus sermones o epístolas, no
hablaron de la muerte de nuestro Señor con algún tipo de pesar. Los Evangelios mencionan su
angustia durante la ocurrencia misma de la crucifixión, pero después de la resurrección, y
especialmente después de Pentecostés, no oímos de tal tristeza. Si me limitara a los dichos y a
los escritos de los apóstoles, difícilmente encontraría un pasaje en el que me pudiera basar,
para predicar un sermón sobre la tristeza por la muerte de Jesús. Por el contrario, hay muchas
expresiones que tratan sobre la crucifixión en un espíritu de gozo exultante.
Recuerden la tan conocida exclamación de Pablo: "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo." Él tenía, sin lugar a dudas, una idea tan vívida de las
agonías de nuestro Señor, que ninguno de nosotros podría alcanzar jamás, y sin embargo, en
lugar de decir: "Pero lejos esté de mí cesar de llorar a la vista de mi Señor crucificado," él
declara que se gloría en Su cruz. La muerte de Cristo era para él un motivo de regocijo, e
incluso una razón para gloriarse; no guardó atroces ayunos para conmemorar la redención del
mundo. Observen muy bien la exaltada nota con la que habla de la muerte de nuestro Señor
en la Epístola a los Colosenses: "Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros,
que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los
principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz."
Y cuando leen la Epístolas de Juan, donde abunda naturalmente todo el sentimiento y la
ternura, no escuchan ningún llanto ni lamento, sino que él habla de la sangre que purifica, que
es el propio centro del gran dioso sacrificio, de una manera tranquila, quieta y feliz, que está
muy lejos del dolor explosivo y del derramamiento de lágrimas. Juan dice: "Si andamos en luz,
como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado." Esta alusión a la sangre de la expiación sugiere más bien gozo y paz,
que tristeza y agonía. "Este es Jesucristo," dice Juan, "que vino mediante agua y sangre; no
mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre;" y es, evidentemente para él, un
tema de congratulación y deleite más bien que un motivo de tristeza, que viniera por sangre
así como por agua.
También Pedro, cuando menciona la muerte de su Dios y Señor, habla de "la sangre
preciosa de Cristo," pero no con palabras de tristeza, y no describe a nuestro Señor, cargando
con nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero, con un lenguaje de lamento. Él
dice de quienes sufrieron por el Evangelio: "Gozaos por cuanto sois participantes de los
padecimientos de Cristo." Ahora, si él encuentra gozo en esos padecimientos nuestros que
están en comunión con los padecimientos de Cristo, deduzco que, con mayor razón,
encontraba una base para regocijarse en los padecimientos del propio Cristo.
Yo no creo que "la agonía de tres horas," la iglesia a oscuras, el altar de luto, los dobles de
las campanas, y todos los otros falsos ritos fúnebres de la superstición, reciban el menor
estímulo del espíritu y del lenguaje de los apóstoles. Esas verdaderas farsas en las que la
crucifixión es remedada el Viernes Santo, son más dignas de las mujeres paganas que lloran
por Tamuz, o de los sacerdotes de Baal dando voces e hiriéndose con cuchillos, que de una
asamblea cristiana que sabe que el Señor no está aquí, pues ha resucitado.
Lamentemos, sin duda, que Jesús murió; pero de ninguna manera hagamos del luto el
pensamiento prominente vinculado a Su muerte, si por su medio hemos obtenido el perdón de
nuestros pecados. El lenguaje de nuestro texto permite y a la vez prohíbe la tristeza; da
permiso de llorar, pero sólo por un tiempo, y luego prohíbe todo llanto posterior mediante la
promesa de convertir la tristeza en gozo. "Vosotros lloraréis y lamentaréis," esto es, mientras
agonizaba y estaba muerto y enterrado, Sus discípulos estarían sumamente angustiados. "Pero
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aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo;" su dolor llegaría a un
término cuando le vieran resucitado de los muertos; y así fue, pues leemos: "Y los discípulos
se regocijaron viendo al Señor." Para su incredulidad, el espectáculo de la cruz era tristeza, y
únicamente tristeza; pero ahora, para el ojo de la fe, es la visión más feliz que pueda
contemplar jamás el ojo humano: la cruz es como la luz de la mañana, que pone fin a la larga
y lúgubre oscuridad que cubría a las naciones.
4 Oh, heridas de Jesús, ustedes son como estrellas, hendiendo la noche de la
desesperación del hombre. Oh, lanza, tú has abierto la fuente de salvación para el dolor
mortal. Oh, corona de espinas, tú eres una constelación de promesas. Los ojos que estaban
rojos de llanto, brillan con esperanza ante Tu visión, oh Señor sangrante. En cuanto a Tu
cuerpo torturado, oh Emmanuel, la sangre que se derramó de allí clamó desde la tierra, y
proclamó paz, perdón, y el Paraíso para todos los creyentes. Tu cuerpo, oh divino Salvador,
aunque fue depositado en la tumba en medio de las lágrimas de Tus amigos, no está más en la
tumba de José, pues Tú has resucitado de los muertos, y encontramos en los himnos de
resurrección y de ascensión, un abundante solaz para las tristezas de Tu muerte. Como una
mujer a la que le nace un hijo, olvidamos el dolor por el gozo del glorioso nacimiento que la
iglesia y el mundo pueden ahora contemplar con el máximo deleite, cuando miran a Jesús "el
primogénito de entre los muertos."
Ustedes adivinarán con facilidad que el tema para esta mañana es: cuánto debemos
afligirnos por la muerte de Jesús, y cuánto más se nos permite gozarnos en esa muerte. El
primer punto será, la muerte de nuestro Señor fue y todavía es un tema de tristeza; pero en
segundo lugar, esa tristeza es transmutada en gozo. Después de haber meditado en estos dos
puntos, vamos a considerar por un poco de tiempo, un principio general que subyace a toda
tristeza santa así como esta forma particular de ella.
I. Primero, entonces, LA MUERTE DE NUESTRO SEÑOR FUE Y ES UN TEMA DE TRISTEZA.
Quiero enfatizar que así fue, porque durante los tres días que nuestro Salvador estuvo
sepultado, había más motivo tristeza del que puede haber ahora que Él ha resucitado.
Primero que nada, para los discípulos, la muerte de Jesús fue la pérdida de Su presencia
personal. Era un gran deleite para esa pequeña familia, tener siempre al Señor en medio de
ellos como su padre y su maestro, y fue un gran dolor para ellos pensar que ya no oirían más
Su amante voz, ni atisbarían la sonrisa de Su benéfico rostro. Acudir a Él con todas sus
preguntas, volar a Él en cualquier momento de dificultad, recurrir a Él en cada hora de tristeza,
les producía indecibles consuelos.
Felices eran los discípulos, felices de tener tal Maestro siempre a su disposición, en
comunión de amor con ellos, guiándolos mediante Su ejemplo perfecto, animándolos con Su
gloriosa presencia, satisfaciendo todas sus necesidades y protegiéndolos de todo mal. ¿Se
sorprenden que sus corazones estuvieran angustiados ante el prospecto de Su partida? Ellos
sentían que serían como ovejas sin pastor: niños huérfanos separados de su mejor amigo y
ayudador. ¿Se sorprenden, pregunto, que lloraran y se lamentaran cuando la Roca de su
confianza, el deleite de sus ojos y la esperanza de sus almas, les fue quitada? ¿Qué pensarían
si el mejor amigo de ustedes en la tierra les fuera arrancado por una lamentable muerte? Ellos
estaban tristes no sólo por su propia pérdida personal por Su partida, sino porque Él mismo les
era muy querido. No podían soportar que se fuera Aquel en quien sus corazones centraban
todo su afecto.
Su tristeza demostraba que sus corazones eran leales a su Amado, y nunca estarían
dispuestos a recibir a otro ocupante para que se sentara en el trono de sus afectos. Ellos
lloraban y se lamentaban porque el Señor de su pecho había partido y Su asiento quedaba
vacío. No podían soportar la ausencia de su Bienamado. Como la paloma desea con
vehemencia a su compañera, así se lamentaban ellos por Aquel amado de sus almas. ¿A quién
tendrían en el cielo si Jesús se iba? Y fuera de Él nada deseaban en la tierra. Habían
enviudado, y rehusaban ser consolados.
Nada podía compensarles la ausencia de Jesús, pues Él era su todo en todo. Por Su causa lo
habían abandonado todo y le siguieron, y ahora no podían soportar perderlo, y así perderlo
todo. Ustedes que han perdido a sus seres más queridos y profundamente reverenciados,
serán capaces de adivinar qué tipo de tristeza llenaba los corazones de los discípulos cuando
su Amado les dijo que estaba a punto de partir de ellos, y que no le verían por un tiempo. Esta
lamentación era natural; y es natural que nosotros también sintamos algún pesar porque
nuestro Señor está lejos de nosotros ahora, en cuanto a Su presencia corporal, aunque confío
que ya habremos aprendido a ver la conveniencia de Su ausencia, y que estamos tan
satisfechos por ella que esperamos con paciencia y con quietud, Su próxima venida.
Incrementaba grandemente la tristeza de los discípulos, el hecho que el mundo se alegraría
cuando el Señor hubiese partido. "El mundo se alegrará." Sus enconados enemigos lo llevarían
apresuradamente al banquillo de los acusados de Pilato, y triunfarían cuando forzaran una
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renuente sentencia de ese gobernante servidor de lo temporal. Se alegrarían al verle cargando
Su cruz a lo largo de la vía dolorosa. Estarían alrededor de la cruz y se burlarían con sus
crueles miradas y con sus denigrantes expresiones, y cuando muriese dirían: "este impostor
no podrá hablar más; hemos triunfado sobre quien menospreció nuestras pretensiones, y nos
expuso delante del pueblo." Ellos pensaron que habían apagado la luz que había comprobado
ser dolorosa para sus ojos entenebrecidos, y por tanto se alegraron, y por causa de su alegría,
creció el torrente de la tristeza de los discípulos.
Hermanos, ustedes saben, cuando experimentan dolor o están sumidos en la tristeza, cuán
amarga es la risa burlona de un adversario que se exulta por su abatimiento y experimenta
júbilo por sus lágrimas. Esto provocaba dolor por la muerte de su Señor. ¿Por qué habrían de
regoci6 jarse por Su causa los malvados? ¿Por qué, el insolente fariseo y el sacerdote, habrían
de insultar Su cadáver? Esto restregaba sal en las heridas de los abatidos discípulos, e
inyectaba una doble dosis de hiel y ajenjo en la copa que ya era lo suficientemente amarga.
Por tanto, no se sorprendan porque los discípulos lloraron y se lamentaron cuando manos
malvadas mataron a su Señor. Magdalena, llorando junto al sepulcro, actuó según la guiaba su
naturaleza compasiva, y ella fue un buen ejemplo para todos los demás.
Había otro elemento que los impulsaba a estar tristes, y era que Su muerte fue durante un
tiempo la frustración de todas sus esperanzas. Inicialmente habían esperado anhelantes un
reino: un reino temporal, el mismo que sus hermanos judíos esperaban. Aun cuando nuestro
Señor había moderado sus expectativas y había iluminado sus perspectivas, de tal forma que
no buscaban ya tanto una soberanía temporal real, sin embargo, ese pensamiento que "él era
el que había de redimir a Israel" todavía permanecía en ellos. Si alguno de ellos hubiese sido lo
suficientemente entendido como para creer en un reino espiritual, como tal vez algunos de
ellos lo eran, en alguna medida, habría parecido que todas sus esperanzas se derrumbaban
por la muerte de Jesús. Sin un líder, ¿cómo podrían tener éxito? ¿Cómo podría establecerse un
reino cuando el propio Rey fue asesinado? El que fue traicionado por manos cobardes, ¿cómo
podría reinar? El que iba a ser Rey fue escupido y escarnecido y clavado como un criminal en
el patíbulo de la cruz, ¿dónde estaba Su dominio? Él fue cortado de la tierra de los vivos,
¿quién le serviría ahora?
Su cuerpo yace como arcilla fría en la tumba de José, y se coloca un sello sobre la piedra
que tapa el sepulcro; ¿no hubo acaso un fin para las santas esperanzas, un cierre final para
todas las santas ambiciones? ¿Cómo podrían estar felices quienes vieron un fin al sueño más
hermoso de su vida? Pobres seguidores del monarca muerto, ¿cómo podrían albergar
esperanzas en relación a Su causa y Su corona? Sin duda, en su incredulidad, se afligían
profundamente porque su esperanza parecía extinguida y su fe trastocada. Sabían tan poco del
significado del presente, y adivinaban tan poco de lo que traería el futuro, que la tristeza
llenaba sus corazones, y estaban listos a perecer.
Deben recordar que aunado a esto estaba el recuerdo que muchos de ellos guardaban de su
amado Señor en Sus agonías. ¿Quién no se dolería de verle, a altas horas de la noche,
conducido apresuradamente del santo retiro en que se encontraba para ser acusado
falsamente? ¿Acaso los ángeles no deseaban llorar por simpatía con Él? ¿Quién puede reprimir
su tristeza cuando Jesús es insultado por criados, ultrajado por seres miserables, abandonado
por Sus amigos y blasfemado por Sus enemigos?
Ver al Cordero de Dios tan maltratado era suficiente para quebran tar el corazón de un
hombre. ¿Quién puede soportar ver Sus tormentos reflejados en Su rostro, o escuchar Sus
angustias expresadas en Sus dolidos clamores de "Tengo sed," y en una exclamación de
agonía más aguda todavía, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Es poco
sorprendente que se dijera de la Virgen que una espada atravesaría su corazón, pues en
verdad nunca hubo dolor como el dolor de Jesús, ni angustia que se asemejara a Su angustia.
Sus terribles dolores deben haber traspasado el corazón de todos los hombres de mentes
rectas que contemplaron sus abatimientos sin paralelo; y especialmente todos los amantes
personales de Cristo deben haberse sentido prestos a morir cuando vieron que lo mataban de
esta manera. Oh, abismos de dolor que mi Señor padeció, ¿no habrá otros abismos que les
respondan? Cuando todas las ondas y las olas de Dios pasan sobre Ti, oh Jesús, ¿no seremos
sumergidos nosotros también en el dolor? Sí, en verdad, beberemos de Tu copa y seremos
bautizados con Tu bautismo. Ahora nos sentaremos delante de Tu cruz y te contemplaremos
una hora, mientras el amor y el dolor ocupan conjuntamente nuestras almas.
Ahora cada cristiano siente simpatía por Él, con el simple recuerdo de lo que soportó
nuestro Señor. No pueden leer las cuatro historias de los evangelistas y entretejerlas en una
por medio de la imaginación y el afecto, sin sentir que es la nota más sombría la que se
adecua a su voz, para cantar en tales circunstancias. Tiene que haber tristeza, es natural que
la haya, porque Cristo ha muerto.

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Uno de los puntos más agudos acerca de nuestra tristeza por la muerte de Jesús, es que
nosotros fuimos la causa de ella. Nosotros crucificamos virtualmente al Señor, porque siendo
pecadores, Él debía ser convertido necesariamente en un sacrificio. Si ninguno de nosotros se
hubiese descarriado como ovejas, entonces nuestros descarríos no habrían sido recogidos y
amontonados en la cabeza del pastor. La lanza que atravesó Su corazón de un lado al otro fue
forjada con nuestras ofensas: la venganza era exigida por los pecados que nosotros
cometimos y la justicia exigió sus derechos de Sus manos. ¿Qué amante discípulo rehusaría
entristecerse al ver que él mismo ha matado a su Señor?
Ahora, juntando todas estas cosas, pienso que veo abundantes razones del por qué los
discípulos estaban afligidos, y por qué debían expresar su aflicción con llantos y lamentos.
Ellos se lamentaban como los que participan en un funeral: pues los llantos y los lamentos
abundan en los funerales orientales. Los orientales son mucho más expresivos que nosotros, y
por eso en las muertes de sus parientes hacen una mayor demostración de dolor, mediante
fuertes gritos y derramamiento de lágrimas.
Los discípulos son descritos usando las mismas enérgicas expresiones para comunicar su
tristeza: "Vosotros lloraréis y lamentaréis," un dolor 8 digno del Sepultado por quien guardan
luto. "Vosotros lloraréis y lamentaréis": hubo una doble vía de salida para una doble tristeza:
los ojos lloraron y las voces lamentaron. La muerte de Cristo fue un verdadero funeral para
Sus seguidores y causó un aplastante dolor, como si cada uno de ellos hubiese perdido a todos
los de su casa. ¿Quién se sorprende de que haya sido así?
"Tristeza ha llenado vuestro corazón," dice Cristo: no tenían espacio para pensar en ninguna
otra cosa excepto en Su muerte. Su corazón estaba a punto de estallar por la plenitud del
dolor porque les iba a ser quitado, y ese dolor era tan profundo que podía ser comparado con
los dolores más agudos que la naturaleza es capaz de soportar, los dolores de parto de una
mujer, dolores que parece que deben acarrear muerte con ellos, y comparados con los cuales
la muerte misma podría ser un descanso.
La agudeza de su angustia en la hora de su tribulación era todo lo que podían soportar, algo
más los habría destruido. Todo esto sintieron, y no es ninguna sorpresa si sentimos en cierta
medida como ellos sintieron, cuando damos una vista retrospectiva de lo que soportó el
Salvador por nosotros. Hasta ahora estamos obligados a conceder que la muerte de nuestro
Señor obró dolor: pero hay moderación aun en el luto más justificable, y no debemos
entregarnos a un excesivo dolor a los pies de la cruz, para que no degenere en insensatez.
II. Ahora, en segundo lugar, la verdad enseñada expresamente en el texto es que ESTA
TRISTEZA ES CONVERTIDA EN GOZO. "Vuestra tristeza se convertirá en gozo." No
intercambiada por gozo, sino realmente transmutada, de tal forma que el dolor se convierte en
gozo, la causa de dolor se convierte en la fuente de regocijo.
Comiencen con lo que dije que era un punto muy agudo de este dolor, y verán de inmediato
cómo es convertido en gozo. Que Jesucristo murió por nuestros pecados, es causa de un dolor
agudo: lamentamos que nuestros crímenes se convirtieran en los clavos y nuestra incredulidad
en la lanza: y, sin embargo, hermanos míos, este es el mayor gozo de todos.
Si cada uno de nosotros puede decir: "Él me amó, y se entregó por mí," somos
verdaderamente felices. Si ustedes saben, por fe personal, que Jesús tomó su pecado y sufrió
por causa de él en el madero, de tal forma que ahora su deuda está pagada y su transgresión
ha sido borrada para siempre por Su sangre preciosa, no necesitan media docena de palabras
de mi parte para indicarles que esto, que constituía el centro de su dolor, es también la
esencia de su gozo. ¿Qué nos importaría si Él hubiese salvado a todo el resto de la humanidad,
pero no nos hubiese redimido a nosotros para Dios con Su sangre? Tal vez nos alegraríamos
por simple humanidad que otros fueran beneficiados, pero cuán profundo sería nuestro pesar
por ser nosotros mismos excluidos de la gracia.
Bendito sea el nombre del Salvador, porque no somos una excepción: en la misma medida
en que nos reconvengamos arrepentidamente por la muerte de Jesús, en esa misma medida
podemos exultarnos con fe en el hecho de que Su sacrificio ha quitado para siempre nuestros
pecados, y por tanto siendo justificados por fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo. Debido a que Dios ha condenado el pecado en la carne de Jesucristo, no nos
condenará más a nosotros; de ahora en adelante somos libres, para que la justicia de la ley
sea cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu.
Lamentamos nuestro pecado de corazón, pero no lamentamos que Cristo lo haya quitado ni
lamentamos la muerte por medio de la cual, Él lo quitó; más bien nuestros corazones se
regocijan en todas Sus agonías expiatorias, y se glorían cada vez que se menciona esa muerte
por la cual nos ha reconciliado con Dios. Es algo muy triste que hayamos cometido el pecado
que cargó sobre nuestro Señor, pero es un gozo pensar que Él ha puesto sobre Sí nuestro
pecado personal y lo quitó de inmediato.

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El siguiente punto de gozo es que Jesucristo ha sufrido ahora todo lo que era requerido que
sufriera. Que haya sufrido fue causa de dolor, pero que ahora ha sufrido todo, es igualmente
causa de gozo. Cuando un campeón regresa de las guerras mostrando las cicatrices del
conflicto por el cual ganó sus honores, ¿acaso alguien se lamenta por sus campañas?
Cuando abandonó el castillo, su esposa se colgó de su cuello y lamentó que su señor debía
ir a las guerras, para desangrarse y tal vez morir; pero cuando regresa con resonante
trompeta y el estandarte levantado en alto, trayendo sus trofeos con él, honrado y exaltado en
razón de sus victorias en muchas tierras, ¿acaso sus más íntimos amigos lamentan sus arduas
labores y sus sufrimientos? ¿Realizan ayunos correspondientes a los días en los que estuvo
cubierto del sudor y del polvo de la batalla?
¿Tañen la campana en el aniversario de su conflicto? ¿Acaso lloran por las cicatrices que
muestra todavía? ¿No se glorían en ellas como honorables recuerdos de su valor? Ellos estiman
que las marcas que el héroe lleva en su carne son las insignias más nobles de su gloria, y las
mejores muestras de su proeza. Por tanto no nos entristezcamos hoy porque las manos de
Jesús hayan sido traspasadas; he aquí que ahora son "como anillos de oro engastados de
jacinto." No lamentemos que Sus pies hayan sido clavados al madero, pues Sus piernas son
ahora "como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino." El rostro más
desfigurado que el de los hijos de los hombres, es ahora más amable por desfigurado, y Él
mismo, a pesar de Sus agonías, está ahora dotado de tal belleza que incluso la extasiada
esposa del cantar únicamente puede describirlo como "todo él codiciable."
10 El poderoso amor que le permitió soportar Su dolorosa pasión ha impreso en Él
encantos completamente inconcebibles en su dulzura. No lamentemos, entonces, pues la
agonía ya terminó, y Él no se encuentra en una peor condición por haberla soportado. Ahora
no hay cruz para Él, excepto en el sentido que la cruz le honra y le glorifica; ya no queda para
Él una lanza cruel ni una corona de espinas, excepto que de ellas Él deriva un rédito de honor
y títulos siempre renovados, que le exaltan cada vez más alto y más alto en el amor de Sus
santos.
Gloria sea dada a Dios, pues Cristo no dejó de sufrir ni un solo dolor de todos Sus dolores
sustitutivos; Él ha pagado hasta el último centavo de nuestro terrible precio de rescate. Los
dolores expiatorios han sido todos soportados, la copa de ira fue bebida hasta quedar seca, y
debido a esto, nosotros, conjuntamente con todas las huestes de arriba, nos regocijaremos por
siempre y para siempre.
Nos alegramos no sólo porque ya ha pasado la hora de dar a luz, sino también porque
nuestro Señor ha sobrevivido Sus dolores. Él murió una muerte real, y ahora vive una vida
real. Él permaneció en la tumba, y no fue una ficción que el aliento le abandonó: tampoco es
una ficción que nuestro Redentor vive. El Señor ciertamente ha resucitado. Él ha sobrevivido la
lucha mortal y la agonía, y vive incólume: ha salido del horno y ni siquiera huele a humo. No
está lesionado en ninguna facultad, ya sea humana o divina. No ha perdido nada de Su gloria,
sino que más bien Su nombre está rodeado ahora de un lustre más resplandeciente que nunca.
No ha perdido ningún dominio, y tiene derechos y títulos superiores en un nuevo imperio.
Por sus pérdidas resultó ganador y por el abatimiento ha sido exaltado. Él es absolutamente
victorioso en todo sentido. Nunca hasta ahora ha habido una victoria ganada que no haya sido
en algunos sentidos tanto una pérdida como una ganancia, pero el triunfo de nuestro Señor es
gloria sin mezcla. Es una ganancia tanto para Él mismo como para nosotros que participamos
de ella.
¿Acaso no nos regocijaremos entonces? Cómo, ¿vas a sentarte a llorar junto a una madre
que se alegra al mostrar a su hijo recién nacido? ¿Vas a juntar a un grupo de plañideras que
lamenten y lloren cuando nace el heredero de la casa? Esto equivaldría a burlarse de la alegría
de la madre.
Y así, hoy, ¿recurriremos a música fúnebre y cantaremos himnos de dolor cuando el Señor
ha resucitado, y no sólo está incólume, ileso e invencible, sino que es mucho más glorificado y
exaltado que antes de Su muerte? Él se ha ido a la gloria porque toda Su obra está terminada.
¿No debería convertirse en gozo tu tristeza en el más enfático sentido?
Y tenemos que agregarle esto, que el grandioso fin que Su muerte pretendía alcanzar está
todo cumplido. ¿Cuál era esa fin? Puedo dividirlo en tres partes.
Era quitar el pecado por el sacrificio de Sí mismo, y eso está cumplido.
Él ha puesto fin a la transgresión, Él ha terminado con el pecado; Él ha tomado toda la
carga del pecado de Sus elegidos y la ha arrojado al pozo del abismo; si fuera buscado allí, no
sería encontrado, sí, no está, dice el Señor. Él ha alejado de nosotros nuestro pecado, cuanto
está lejos el oriente del occidente, y ha resucitado para demostrar que todos aquellos por
quienes murió, son justificados en Él.
Un segundo propósito fue la salvación de Sus elegidos, y esa salvación ha sido obtenida.
Cuando Él murió y resucitó, la salvación de todos los que estaban en Él, fue colocada más allá
16
de todo riesgo. Él nos ha redimido para Dios por Su sangre mediante una redención eficaz.
Nadie de los que fueron redimidos por Él será esclavizado; nadie de aquellos cuyos nombres
están grabados en las palmas de Sus manos, será dejado en el pecado o arrojado en el
infierno. Él ha ido a la gloria llevando sus nombres en Su corazón, e intercede allí por ellos, y
por eso puede salvarlos perpetuamente. "Padre," dice, "aquellos que me has dado, quiero que
donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado," y
esa súplica eficaz hace posible que estén con Él y sean semejantes a Él cuando llegue el fin.
Sin embargo, el grandioso objetivo de Su muerte fue la gloria de Dios, y verdaderamente
Dios es glorificado en la muerte de Su Hijo, más allá de todo lo que se conocía antes o
después; pues aquí el propio corazón de Dios es abierto de par en par para la inspección de
todos los ojos de los creyentes: Su justicia y Su amor, Su rígida severidad que no pasará por
alto al pecado sin expiación, y Su ilimitado amor que da lo mejor de Sí, el amado de Su pecho,
para que se desangrara y muriera en lugar nuestro— "Aquí relucen profundidades de
sabiduría, Que los ángeles no pueden rastrear; El rango más alto de los querubines
Se pierde todavía en sorprendida mirada."
Sí, oh Cristo de Dios, "Consumado es." Has hecho todo lo que tenías la intención de hacer,
todo el designio completo ha sido cumplido, ni un solo propósito ha fallado, ni siquiera una
parte de algún propósito ha dejado de cumplirse, y por tanto, ¿no deberíamos regocijarnos? El
niño ha nacido. ¿No nos alegraremos? El trabajo de parto habría sido un tema de gran dolor si
la madre hubiera muerto, o el niño hubiese perecido en el nacimiento: pero ahora que todo
terminó, y todo está bien, ¿por qué deberíamos recordar la angustia por más tiempo? Jesús
vive, y Su gran salvación alegra a los hijos de los hombres. ¿Por qué habríamos de pulsar la
cuerda del luto y lamentarnos angustiosamente como palomas?
¡No! Toquen el clarín, pues la batalla ha sido peleada y la victoria ha sido obtenida para
siempre. Victoria, VICTORIA, ¡VICTORIA! ¡Su propia dies12 tra y Su brazo santo le han
obtenido la victoria! Aunque el campeón murió en el conflicto, sin embargo, en Su muerte el
mató a la muerte y destruyó a quien tenía el poder de la muerte, esto es, el diablo. Nuestro
glorioso Campeón se ha levantado de Su caída, pues era imposible que fuese retenido por los
lazos de la muerte. Él ha matado a Sus enemigos, pero, en cuanto a Él mismo, se ha
levantado del sepulcro, ha surgido como del corazón del mar. ¡Gocémonos como lo hizo Israel
junto al Mar Rojo, cuando el Faraón fue vencido! Con pandero y danza canten al Señor las
hijas de Israel, pues Él ha triunfado gloriosamente, y ha destruido completamente a todos
nuestros adversarios.
Todavía no habremos completado esta obra de convertir la tristeza en gozo mientras no
observemos que ahora, las mayores bendiciones posibles se acumulan sobre nosotros porque
Él fue hecho maldición por nosotros.
A través de Su muerte viene el perdón, la reconciliación, el acceso, la aceptación: Su sangre
"habla mejor que la de Abel," e invoca todas las bendiciones del cielo sobre nuestras cabezas.
Pero Jesús no está muerto. Él resucitó, y esa resurrección trae justificación, y la carta de
seguridad de Su perpetua intercesión en el cielo.
Nos trae Su presencia representativa en la gloria, y la preparación de todas las cosas para
que estén listas para nosotros en las muchas mansiones: nos trae una participación en "toda
potestad que le es dada en el cielo y en la tierra," en cuya fuerza nos ordena que vayamos y
enseñemos a todas las naciones, bautizándolas en Su nombre sagrado. Amados, Pentecostés
viene a nosotros porque Jesús partió de nosotros; los dones del Espíritu Santo: dones que
iluminan, consuelan, reviven, el poder para proclamar la palabra, y el poder que acompaña esa
palabra, todo eso nos ha llegado porque ya no está más con nosotros, pues ha pasado a través
de las regiones de los muertos para recibir Su corona.
Y ahora, hoy, tenemos de nuevo este gran gozo: que debido a que Él murió, hay un reino
establecido en el mundo, un reino que no puede ser conmovido, un reino cuyo poder subyace
en la debilidad, y sin embargo es irresistible: un reino cuya gloria radica en el sufrimiento, y
sin embargo no puede ser aplastado: un reino de amor, un reino de abnegación, un reino de
amabilidad, verdad, pureza, santidad y felicidad. Jesús lleva la púrpura imperial de un reino en
el que Dios ama a los hombres y los hombres aman a Dios: habiendo demostrado ser el
Príncipe del amor que se inmola, Él es justamente exaltado al trono en medio de las
aclamaciones de todos Sus santos. Su reino, informe como parece a los ojos carnales, como
una piedra excavada de un monte sin el uso de las manos, hará pedazos, sin embargo, a todos
los reinos de este mundo en el tiempo señalado, y abarcará toda la tierra. Su reino crecerá, y
se extenderá a partir de un puñado de grano en las cumbres de los montes y su fruto hará
ruido como el Líbano; un reino que incluirá todos los rangos y condiciones de hombres,
hombres de todos los colores, de todas las tierras y naciones, circundando a todos de la misma
manera que el océano rodea las muchas tierras. El reino incólume del Pastor sufriente,
inaugurado por su muerte, establecido por Su resurrección, extendido por la venida del
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Espíritu Santo en Pentecostés, y afirmado por el pacto eterno, se aproxima aceleradamente.
Cada hora alada lo acerca más a su manifestación perfecta. Sí, el reino viene: el reino cuyo
fundamento fue puesto en la sangre de Su Rey en el Calvario. Felices aquellos que están
colaborando en su establecimiento, pues cuando el Señor sea revelado ellos también serán
manifestados con Él. El Señalado entre diez mil y los diez mil con Él, estarán lado a lado en el
día de la victoria, de la misma manera que estuvieron lado a lado en la hora de la refriega.
Entonces, en verdad, nuestra tristeza se convertirá en gozo.
Allí debemos concluir el tema, haciendo únicamente la observación de este hecho, que ese
gozo es verdaderamente gozo del corazón. "Se gozará vuestro corazón," dijo el Salvador. El
nuestro no es un júbilo superficial, sino una bienaventuranza profundamente arraigada en el
corazón. Ese gozo es también un gozo permanente. "Nadie os quitará vuestro gozo."
No, ni el demonio tampoco. Ni el tiempo ni la eternidad pueden robarnos ese gozo. Al pie de
la cruz brota una centelleante y espumosa fuente de gozo, que no podrá secarse nunca, sino
que debe fluir para siempre; en verano y en invierno fluirá, y nadie podrá impedir que nos
acerquemos a las aguas vivas, sino que beberemos a plenitud por siempre y para siempre.
III. Y ahora, mi último punto será EL PRINCIPIO GENERAL INVOLUCRADO EN ESTE CASO
PARTICULAR.
El principio general es este, que en conexión con Cristo deben esperar tener tristeza.
"Vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará."
Pero independientemente de cualquier tristeza que sientan en conexión con Jesús, hay esta
consolación: los dolores son todos dolores de parto, todos son los preliminares necesarios de
un gozo siempre creciente y abundante. Hermanos, como ustedes han llegado a conocer a
Cristo, han sentido un dolor más agudo por cuenta del pecado. Dejen que permanezca, pues
está obrando santidad en ustedes, y la santidad es felicidad. Últimamente han sentido una
sensibilidad más viva a causa de los pecados de los que los rodean, no deseen ser privados de
ella: será el medio para que los amen más, para que oren más por ellos, y para que busquen
más su bien, y estarán mejor calificados para prestarles un servicio real y conducirlos a su
Señor.
Tal vez han tenido que soportar un poco de persecución, duras palabras, y un trato frío. No
se impacienten, pues todo esto es necesario para 14 llevarlos a tener comunión con los
sufrimientos de Cristo, para que puedan conocerlo más y puedan asemejarse más a Él.
Algunas veces ven la causa de Cristo como si estuviese muerta, y se entristecen por ello, se
entristecen hasta el límite. El enemigo triunfa, la falsa doctrina progresa, Jesús parece ser
crucificado de nuevo, o permanece escondido en el sepulcro, olvidado, como un muerto al que
no se recuerda. Está bien que sientan así, pero en ese mismo sentimiento debe existir la plena
persuasión que la verdad de Cristo no puede ser enterrada por largo tiempo, sino que espera
para levantarse otra vez con poder. El Evangelio nunca permaneció en el sepulcro más de sus
tres días correspondientes. Nunca rugió un león en su contra sin que se volviese y destrozase
al enemigo para que luego se encontrase en su cuerpo un panal de miel. Siempre que la
verdad parece ser repelida, no hace sino hacerse para atrás para dar un salto más asombroso
hacia adelante. Como cuando la marea se retira muy lejos, esperamos que regrese en la
plenitud de su fuerza, lo mismo sucede con la iglesia. Si vemos que la mare se retrae poco,
sabemos que no se levantará mucho, pero cuando vemos el arroyo extinguiéndose con
prontitud, dejando el lecho del río casi seco, esperamos verlo rodar con violencia cuando suba
la marea hasta desbordar sus riberas.
Siempre esperen el triunfo del cristianismo cuando otros les digan que está derrotado;
esperen encontrarlo en el propio lugar donde está cubierto de infamia y de vergüenza, pues
allí ganará sus más gloriosos laureles.
Las victorias superlativas de la verdad siguen a sus peores derrotas.
Tengan fe en Dios. Me dicen que la tienen; entonces, dice su Señor: "Creéis en Dios, creed
también en mí." Crean en Cristo, confíen en Él, descansen en Él, contiendan por Él, trabajen
para Él, sufran por Él, pues Él vencerá. Incluso ahora se sienta como Rey sobre el monte de
Sion, y pronto los paganos se convertirán en Su herencia, y los confines de la tierra serán su
posesión. Su tristeza se convertirá en gozo en todos estos casos.
Siempre que su tristeza sea el resultado de pertenecer a Cristo, deben congratularse por
ello, pues así como la primavera engendra al verano, así la tristeza vinculada con Cristo nos
produce gozo en el Señor. Pronto vendrá su última tristeza: a menos que el Señor venga
súbitamente, ustedes morirán. Pero estén contentos de morir. Esperen la muerte sin la menor
alarma. La muerte es la puerta del gozo sin fin, y ¿tendremos temor de entrar allí? No, si Jesús
está con ustedes, enfrenten la muerte gozosamente, pues morir es romper las ataduras de
esta muerte que nos rodea por todas partes, y entrar en la verdadera vida de libertad y
bienaventuranza.

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Incluso en el fin, la tristeza equivaldrá para ustedes a los do lores del alumbramiento de su
gozo. Lleven ese pensamiento con ustedes y siempre estén alegres.
Con una observación termino. No voy a reflexionar sobre ella, sino que la dejaré para que
se quede en la memoria de quienes tengan que ver con ella. La presento a las mentes de
todos aquellos que no son creyentes en Cristo. ¿Se fijaron que el Señor dice: "vosotros
lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra
tristeza se convertirá en gozo." Ahora, ¿qué está implicado allí para completar la frase? Pues
bien, que la alegría del mundo se convertirá en tristeza. Así será. No hay ningún placer que
goce el impío cuando se entrega al pecado, que no se cuaje en dolor y se convierta en tristeza
para siempre. Pueden estar seguros que el vino de la transgresión se tornará amargo hasta
convertirse en el vinagre del atenazante remordimiento que disolverá el alma del rebelde. Las
chispas que ahora te deleitan prenderán las llamas de tu eterna condenación. Cada pecado,
aunque parezca dulce cuando es como un higo verde, se convierte en la amargura misma
cuando llega a su madurez. Ay de ustedes que ríen ahora, pues llorarán y se lamentarán.
Ay de ustedes que ahora se regocijan en el pecado, pues crujirán sus dientes, y llorarán y
gemirán por causa de ese mismo Cristo que ahora rechazan. Todas las cosas serán
trastornadas. Bienaventurados los que lloran ahora, porque ellos recibirán consolación, pero ay
de ustedes que están hartos hoy, pues tendrán hambre. El sol pronto se pondrá para ustedes
que se gozan en el pecado. Una tristeza como una densa nube está descendiendo ahora para
cubrirles eternamente con sus hórridas tinieblas. De esa nube saltarán fogonazos de eterna
justicia, y repicarán los truenos de la justa condenación. "Sobre los malos hará llover
calamidades; fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos." Que el Señor
les libre de tal condenación llevándolos ahora a someterse a Jesús, y a creer en Su nombre.
Que nos conceda esta oración por medio de Jesús. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del Sermón: Juan 16.

EL ENFERMO QUE SE TUVO QUE QUEDAR


Nº 1452A
Un corto sermón desde el lecho de enfermo de Charles Haddon Spurgeon, fechado el 12 de
enero, 1879.

"Y a Trófimo dejé en Mileto enfermo."


2 Timoteo 4: 20.

Estas fueron casi las últimas palabras del apóstol Pablo, pues las encontramos en los
versículos finales de la última de sus Epístolas. El capítulo nos recuerda el adiós final de un
moribundo a su amigo más querido, en el que trae a la mente a personas asociadas a su vida.
Entre sus recuerdos de amor, vemos a Pablo recordando a Trófimo, con quien había
compartido frecuentemente peligros de ríos y peligros de ladrones que, sin interrupción,
acompañaron la carrera del apóstol.
Dejó al buen hombre enfermo en Mileto, y como Timoteo estaba en Éfeso, y se encontraba
a una corta jornada de él, no tenía necesidad de sugerirle que lo visitara, pues Timoteo con
seguridad lo haría.
El amor de Jesús obra en los corazones de Sus discípulos gran ternura y unidad. El
desbordamiento del alma grandiosa de nuestro Señor, ha saturado a todos Sus verdaderos
seguidores con afecto fraternal: como Jesús ama a Pablo, Pablo ama a Timoteo, y Timoteo
ineludiblemente ama a Trófimo. De este amor brota una comunión de sentimientos, de tal
forma que, en simpatía, cada uno comparte los gozos y las tristezas de los demás. Cuando un
miembro se regocija, el cuerpo se regocija, y cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre
con él.
Trófimo está enfermo y Pablo no puede olvidarlo, aunque él mismo espera morir la muerte
de un mártir en unas pocas semanas; tampoco quiere que Timoteo ignore ese hecho, aunque
dos veces en pocos versículos le apura a venir a Roma, diciendo: "Procura venir pronto a
verme."
Si Timoteo no pudiera visitar personalmente al amigo enfermo, era bueno de todas maneras
que supiera de su aflicción, pues entonces le podría recordar en sus oraciones. "Amados,
amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios." Recordemos a quienes son uno con
nosotros en Cristo, y especialmente llevemos en nuestros corazones a todos aquellos que son
afligidos en su mente, en su cuerpo, o en sus bienes.
Si hemos tenido que dejar a Trófimo en Mileto, o en Brighton, o en Ventnor, dejemos con él
también el amor de nuestro corazón; y si nos enteramos que otro Trófimo yace enfermo, no
lejos de donde nosotros vivimos, aceptemos esa información como conteniendo en sí misma
19
un citatorio para ministrar al amigo afligido. Que una santa simpatía sature todas nuestras
almas, pues, independientemente de cuán activos y celosos seamos, todavía no hemos
alcanzado un carácter perfecto a menos que estemos llenos de compasión, tengamos un
corazón tierno, y seamos benévolos con los que sufren, pues ésta es la mente de Cristo.
Sencilla, como ciertamente es la afirmación de nuestro texto, se encuentra en un libro
inspirado, y es por tanto algo más que una nota ordinaria de una carta común. Como otro
versículo del mismo capítulo, "Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de
Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos," ha sido juzgado que está por debajo de la
dignidad de la inspiración; pero nosotros creemos que no es así. El Dios que cuenta los
cabellos de nuestras cabezas en providencia, puede muy bien mencionar a Su siervo enfermo,
en la página inspirada. En lugar de objetar la pequeñez del hecho registrado, admiremos "el
amor del Espíritu" que, mientras por un lado eleva a Ezequiel y a Daniel por encima de las
esferas, e inspira el lenguaje de David y de Isaías al grado supremo de la poesía y de la
elocuencia, también se digna inspirar una línea como esta, "y a Trófimo dejé en Mileto
enfermo."
¿Podemos aprender algo de esta sencilla línea de la pluma apostólica? Veamos. Si el mismo
Espíritu divino que la inspiró, brilla sobre ella, no la habremos leído en vano.
I. Del hecho que Pablo dejó a Trófimo en Mileto enfermo, aprendemos que ES LA
VOLUNTAD DE DIOS QUE ALGUNOS BUENOS HOMBRES NO GOCEN DE BUENA SALUD.
Cualquiera que haya sido la dolencia que aquejaba a Trófimo, Pablo ciertamente habría podido
sanarlo, si el Espíritu divino le hubiera permitido el uso de sus poderes milagrosos con ese fin.
Pablo había levantado a Eutico de los muertos, y le había devuelto el uso de sus extremidades
inferiores al cojo de nacimiento en Listra; tenemos, por tanto, la absoluta certeza que si Dios
le hubiera permitido al apóstol el uso de la energía sanadora, Trófimo se habría levantado de
su lecho, y continuado su jornada a Roma. Sin embargo, ésa no era la voluntad del Señor; la
vid que produce buen fruto debe ser podada, y Trófimo debía sufrir: habían fines que debían
cumplirse en su enfermedad que no podrían ser alcanzados en salud. Pudo haber recibido
restauración instantánea, pero bajo la dirección divina no le fue otorgada.
Esta doctrina nos guía lejos de la vana idea de la casualidad. No somos heridos por flechas
lanzadas a la ventura, sino que nos dolemos por el determinado consejo del cielo. Una mano
predominante está presente en todas partes, previniendo o permitiendo el mal, y nunca vuela
furtivamente ningún dardo de la enfermedad, proyectado por el arco de la muerte. Si alguien
debía estar enfermo, fue una sabia providencia la que seleccionó a Trófimo, pues era mejor
que él estuviera enfermo y no Tito, ni Tíquico, ni Timoteo. Fue bueno, también, que se
enfermó en Mileto, cerca de ciudad natal, Éfeso. No siempre podemos ver la mano de Dios en
la providencia, pero podemos estar seguros, siempre, que está allí. Si ningún pajarillo cae a
tierra sin nuestro Padre, seguramente ningún hijo de la familia divina es abatido sin Su
sagrada voluntad. La suerte es una idea pagana, que no puede vivir en la presencia del Dios
vivo, que trabaja y que está presente en todas partes. ¡Toda mente cristiana debe evitar esa
palabra! Deshonra a Dios a la vez que nos lastima.
Esto también impide que consideremos que la aflicción es visitada en los hombres por su
pecado personal. Muchas enfermedades han sido el resultado directo de la intemperancia, o
algún otro tipo de perversidad; pero aquí tenemos a un hermano digno, bien aprobado, que
tiene que guardar cama y es dejado en el camino por causa de una dolencia no atribuible a él.
Es muy común hoy día, que los hombres tengan un espíritu duro y cruel, y atribuyan las
enfermedades, inclusive las que corresponden a los verdaderos hijos de Dios, a alguna falta en
sus hábitos de vida. Me pregunto cómo les gustaría que fueran tratados de la misma manera si
estuvieran sufriendo, aunque pudieran lavarse sus manos en inocencia en cuanto a su vida
diaria.
En el día de nuestro Señor le dijeron: "Señor, he aquí el que amas está enfermo;" y
Salomón, mucho tiempo antes, escribió:"Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al
hijo a quien quiere." Esta era una expresión más verdadera, más humana, y mejor, que la
filosofía congelante de los tiempos modernos que achaca la enfermedad de cada hombre a su
propia violación de la ley natural, y, en vez de derramar el bálsamo de consolación, derrama el
ácido sulfúrico de la insinuación calumniosa.
Que el propio afligido se examine a sí mismo para ver si la vara no ha sido enviada para
corregir algún mal secreto, y que considere diligentemente dónde puede enmendarse; pero
lejos esté de nosotros que nos pongamos junto a su lecho como jueces o lictores, y veamos a
nuestro amigo como un ofensor así como un sufriente. Tal brutalidad puede ser cedida a los
filósofos, pero no es adecuada para los hijos de Dios.
No podemos tener a Trófimo en un menor concepto porque está enfermo en Mileto; es
probablemente un hombre mucho mejor que cualquiera de nosotros, y tal vez es precisamente
por eso que es probado. Hay oro en él que paga cuando es puesto en el crisol; lleva tan rico
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fruto que es digno de ser podado; es un diamante de un agua tan pura que pagará con creces
el trabajo del lapidario. Esto puede que no sea verdad para muchos de nosotros, y, por eso
escapamos de Sus pruebas más punzantes.
Como dice Santiago: "tengamos por bienaventurados a los que sufren," y, como David,
digamos: "Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu ley lo instruyes." Las
Escrituras dicen: "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el
padre no disciplina?" Lázaro de Betania, Dorcas, Epafrodito, y Trófimo son unos cuantos
miembros de ese grandioso ejército de enfermos a quienes el Señor ama en su enfermedad,
para quienes fue escrita la promesa: "Jehová los sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás
toda su cama en su enfermedad."
II. Nosotros sólo tenemos ahora fortaleza y espacio para simples sugerencias, y así
observamos, en segundo lugar, que HOMBRES BUENOS PUEDEN SER HECHOS A UN LADO
CUANDO PARECE QUE SON MÁS NECESARIOS, como le sucedió a Trófimo cuando el anciano
apóstol contaba solamente con una escolta muy reducida, y requería de su ayuda. Pablo lo
necesitó enormemente muy pronto, después que se vio obligado a dejarlo en Mileto, pues
escribe con dolor: "Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica.
Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo."
"A Tíquico lo envié a Éfeso." Cuán contento habría estado con Trófimo, pues vemos cómo le
ruega a Timoteo que procure venir pronto, y que tome a Marcos con él, cuyo servicio es
grandemente requerido.
Sin embargo, ni siquiera por causa de Pablo, Trófimo puede ser sanado súbitamente: su
Señor considera necesario que sienta el calor del horno, y al crisol debe ir. Nosotros pensamos
que la iglesia no puede prescindir de su valioso ministro, de su misionero infatigable, de su fiel
diácono, de su tierno maestro; pero Dios no lo cree así. Nadie es indispensable en la casa de
Dios. Él puede hacer Su obra no solamente sin Trófimo, sino inclusive sin Pablo. Sí, vamos más
adelante. Sucede a veces que la obra del Señor es avivada por la muerte de uno de quien
parecía depender. Cuando un árbol grande y muy frondoso es cortado, muchos arbolitos más
pequeños que eran diminutos y enanos al lado del otro árbol, súbitamente se desarrollan con
un crecimiento vigoroso; de la misma manera, un buen hombre puede hacer mucho, pero
cuando es quitado de en medio, otros pueden hacer más. Las enfermedades temporales de
grandes obreros pueden llamar al frente a quienes, por pura modestia, han permanecido en la
retaguardia, y el resultado puede ser gran ganancia.
El pobre Trófimo había sido, en sus días de buena salud, la causa inocente de meter a Pablo
en un mundo de problemas, pues leemos en Hechos 21: 27, que los judíos provocaron un
tumulto, porque imaginaban que Pablo había llevado a Trófimo al interior del templo, y así lo
había profanado. Ahora, cuando podría haber sido de servicio, está enfermo, y sin duda, esa
enfermedad representó una gran aflicción para Trófimo: pero tanto para él, como a menudo
para nosotros, no hay otra alternativa sino someternos bajo la mano de Dios, y sentir que el
Señor siempre tiene la razón. ¿Por qué no nos sometemos de una vez? ¿Por qué mascamos el
freno y pateamos el suelo, ansiosos de ponernos otra vez en camino? Si el Señor nos ordena
que nos quedemos quietos, ¿no podemos quedarnos quietos?
Los espíritus activos están inclinados a volverse espíritus inquietos bajo el peso de la mano
que los restringe; la energía pronto se amarga en rebelión, y altercamos con Dios porque no
nos permite que lo glorifiquemos a nuestra manera: es una forma insensata de contienda que
en el fondo significa que tenemos una voluntad propia, y únicamente serviremos a Dios a
condición que esa voluntad sea complacida.
Hermanos, el que escribe estas líneas sabe lo que está escribiendo, y este es el veredicto de
su experiencia: la obra de Dios nos necesita mucho menos de lo que nos imaginamos, y Dios
quiere que estemos conscientes de este hecho, pues Él no dará Su gloria a instrumentos
humanos como tampoco permitirá que Su alabanza sea otorgada a los ídolos.
III. Nuestro texto muestra claramente que LOS HOMBRES BUENOS ANHELAN QUE LA OBRA
DE DIOS PROSIGA SIN IMPORTAR LO QUE LES OCURRA A ELLOS.
Pablo no abandonó a Trófimo, sino que lo dejó porque un llamado perentorio le ordenaba ir
a Roma. Podemos estar seguros que Trófimo no deseaba demorar al gran apóstol, sino que
estaba contento de quedarse. Sin duda ambos sintieron la separación, pero como verdaderos
soldados de Cristo, soportaron la dureza y se separaron por un tiempo, todo por la causa de
Cristo.
Sería un motivo de grave preocupación para un obrero entregado de corazón, si se enterara
que cualquier compañero suyo ha bajado su ritmo de trabajo por su causa. Los enfermos en
un ejército de un monarca terrenal, son necesariamente un impedimento, pero no tiene que
ser así en el ejército del Rey de reyes.

21
La enfermedad espiritual es un penoso estorbo, pero la enfermedad corporal no debe
retener al huésped. Si no podemos predicar, podemos orar; si una obra está fuera de nuestro
alcance, podemos intentar otra, y si no podemos hacer nada, nuestra incapacidad debe servir
como un llamado a los siervos vigorosos para que trabajen más. Trófimo está enfermo.
Entonces que Timoteo trabaje con mayor energía. Trófimo no puede apoyar al apóstol,
entonces que Timoteo sea más diligente en venir antes del invierno. Así, actuando como un
incentivo, la falta de servicio de un hombre puede producir diez veces más resultados en otros,
que son levantados a un esfuerzo extra.
Hermanos, el alivio más dulce para un pastor enfermo es que pueda ver en todos ustedes
una entrega con una especial diligencia; su inactividad obligada será más llevadera si sabe que
la Iglesia de Dios no está siendo afectada por ella; y toda su mente y su espíritu ministrarán
para la salud de su cuerpo, si ve el fruto del Espíritu de Dios en todos ustedes, manteniéndolos
fieles y llenos de celo. ¿No intentarán hacer esto, por Jesús?

EL ASIENTO VACÍO
Nº 1454A
Un sermón escrito por C. H. Spurgeon, estando lejos de su pueblo.

"El asiento de David quedó vacío."


1 Samuel 20:27.

Era muy conveniente que el asiento de David quedara vacío, pues Saúl buscaba matarlo y
no se podía quedar con seguridad en la presencia de un enemigo que en dos ocasiones
anteriores le había arrojado una lanza para "enclavar a David con la lanza en la pared." El
instinto de conservación es una ley de la naturaleza que estamos obligados a cumplir. Nadie
debería exponerse innecesariamente a una muerte inesperada. Sería bueno que muchos
asientos quedaran vacíos por esta razón, pues hay lugares sumamente peligrosos para el
alma, de los que los hombres deberían levantarse y alejarse de inmediato. Nadie debería
permanecer en donde Satanás se sienta a la cabecera de la mesa. Hay un asiento del
escarnecedor del cual dijo el Salmista: que Dios nos conceda que quienes lo han ocupado
puedan abandonarlo con trémula prisa.
Está el banquillo del borracho, y la silla del presuntuoso, y el escaño del holgazán, y de
todos ellos sería sabio apartarse.
Que la gracia de Dios obre un cambio de tal naturaleza en todos los que han frecuentado las
reuniones de los frívolos y las congregaciones de los perversos, de tal manera que no sean
vistos nunca más allí, sino que más bien sean echados de menos por sus viejos compañeros,
que preguntarán: "¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?"
La jabalina de la tentación destruye rápido el carácter, el porvenir, y la vida misma, y quien
se expone a ella, colocándose donde el archienemigo encuentra selectas oportunidades para
imponer su voluntad letal, es culpable de la más vil necedad.
En este momento voy a utilizar el asiento vacío de David para otro propósito muy diferente.
Primero haré la observación que en sus congregaciones hay ahora ASIENTOS VACÍOS POR LA
MUERTE. Antes de abandonar las costas de Inglaterra por espacio de dos días, recibí la
infausta nueva que dos personas de la membresía de mi iglesia fueron llamadas al hogar en un
mismo día. De una hermana, la esposa de un diácono muy devoto y bienamado, tenemos que
decir: su lugar queda vacío; y de un hermano, amigo de ella y mío, debe emplearse la misma
expresión. Ahora apresuramos nuestras condolencias para el afligido esposo y también para la
viuda, en cuyos corazones hay lugares tristemente vacíos, y en cuyos hogares habrá un
asiento vacío y un lecho vacío, que provocarán ríos de llanto cada vez que los miren. Es
nuestra firme esperanza y nuestra sólida convicción que, en estos casos, la pérdida de la casa
de Dios abajo, es la ganancia de la casa de Dios arriba: ellos ocupan otros lugares mejores, e
incluso aquellos que los amaban más, y los extrañan más ahora, no desearían que fueran
llamados de regreso. Jesús quiere que los Suyos estén con Él donde Él está, y no podemos
negar que Él tiene un derecho de tenerlos. ¿Acaso sus ojos no ven al Rey en Su hermosura?
¿Los privaríamos de esa visión?
Que el pensamiento de la bienaventuranza de los que han partido, brinde solaz a los
deudos, y que el Espíritu Santo proporcione consuelos divinos en abundancia en la hora del
luto doloroso.
Nuestros lugares también se quedarán pronto vacíos, y seremos echados de menos de
nuestro acostumbrado reclinatorio en la casa de oración; que los lugares que acaban de ser
desocupados, sirvan para recordarnos esto, y traigan silenciosamente a nuestra memoria el
precepto, "También vosotros estad preparados." Usen bien sus asientos para oír el Evangelio,
22
para reunirse a la mesa de la comunión y para asistir a la reunión de oración, mientras tengan
todavía la oportunidad, pues el tiempo es corto, y se tendrán que rendir cuentas. Amen a las
personas que aún permanecen con ustedes, y háganles todo el bien posible, pues sus asientos
no los retendrán para siempre. Alienten a los ancianos, consuelen a los afligidos y ayuden a los
pobres, pues muy pronto estarán fuera de su alcance, y cuando los busquen, se les dirá que el
asiento de David quedó vacío.
Permítanme recordarles también que en medio de sus congregaciones hay ASIENTOS
VACIOS POR ENFERMEDAD, durante un tiempo. No olviden un lugar, el más conspicuo, que
estaría vacío si no fuera llenado por ministros dispuestos que suplen nuestra falta de servicio.
La providencia que vacía ese lugar es tan sabia y buena que, aunque no podemos entender
sus propósitos, sabemos que obrará para bien y para la gloria de Dios. Quisiera pedir que, las
veces que esté ausente, cuente con el interés renovado de sus oraciones, pues las oraciones
son la riqueza de un ministro, y la porción de un pastor.
Muchos otros miembros de la familia de Dios están también enfermos y detenidos en casa.
Ellos suspiran al recordar los días felices cuando andaban en amistad en la casa de Dios, y
participaban en las fiestas solemnes en Sion; pero para ellos no existen más los truenos de
nuestros gritos unidos de alabanza, ni el Amén profundo de nuestras formas de oración, y
envidian hasta las golondrinas que construyen sus nidos en los aleros del santuario. Muchos de
nosotros contamos con enfermos en nuestras propias familias, y Dios no quiera que dejemos
de identificarnos con ellos en sus privaciones. Sin embargo la salud continua y prolongada
puede secar las fuentes de la compasión y conducir al olvido de las aflicciones de los demás.
Por lo tanto, no es una superfluidad que les recordemos a los sanos, que hay otras personas
mucho menos favorecidas, para quienes uno de los más agudos dolores es que sus asientos en
el lugar de adoración pública, estén vacíos. Oremos para que alguna porción les llegue hasta
sus hogares, de acuerdo a la antigua ley de David, "Porque conforme a la parte del que
desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte
igual."
Tratemos de convertir esta regla de combate en una realidad, llevando a casa, a los
prisioneros del Señor, la mayor porción del sermón que podamos. Jacob no bajó al principio a
Egipto, pues era un anciano achacoso, pero sin embargo sus hijos le llevaron alimento. Al
compartir las verdades con los enfermos y con quienes guardan cama, las verdades que
hemos oído, nuestras propias memorias son refrescadas. Estamos atados a los que tienen
ataduras, y sufrimos con los que sufren, y por tanto, si somos miembros vivos del cuerpo
místico de nuestro Señor, es para nosotros un asunto de interés personal que el asiento de
David quede vacío.
En cualquier congregación bien ordenada, hay ASIENTOS VACÍOS POR CAUSA DEL SANTO
SERVICIO. Muchos cristianos profesantes piensan que toda su obligación religiosa principia y
termina con su asistencia a los medios de la gracia: ninguna misión aldeana recibe su
ministerio, ninguna asilo para niños pobres goza de su presencia, ningún cruce de calles
escucha su voz, pero su reclinatorio está lleno de una constancia encomiable. No condenamos
a los tales, mas les mostramos una senda más excelente: conocemos a un buen número de
hermanos y hermanas que vienen a alguno de los servicios del día domingo para recibir el
alimento espiritual, y luego pasan el resto del día en activa labor para su Señor. No son tan
imprudentes como para desatender su propia viña, descuidando su edificación personal, pero
cuando han provisto adecuadamente para su edificación, oyen el llamado de su Señor y van a
la gran cosecha y usan la fortaleza que su alimento espiritual les ha provisto. En este sentido
ellos reciben un mayor beneficio que si siempre estuvieran "alimentándose", pues el santo
ejercicio ayuda a su digestión mental, y asimilan de manera completa su sagrado alimento.
En adición a eso, asestan un golpe al egoísmo espiritual que nos tienta a gozar de las
fiestas religiosas y a quedarnos quietos confortablemente, mientras los pecadores perecen a
nuestro alrededor. Hay muchos cristianos cuyo asientos deberían quedar vacíos durante una
parte del día del Señor: tienen una excelente condición física y son muy dotados, y no
deberían comer grosuras y beber vino dulce todo el día, sino que deberían enviar porciones a
los que no tienen nada preparado.
Cuando el gran rey hizo una fiesta de bodas para su hijo, envió a sus siervos por los
caminos y por los vallados para forzar a los errantes a entrar. ¿Dejó sin comer a esos siervos?
Por supuesto que no. Sin embargo, no se contentó con invitarlos a la mesa y dejar que los que
estaban fuera se quedaran sin comer y desfallecieran. Sus siervos descubrieron que su
alimento y su bebida era hacer la voluntad de Aquel que los envió, y completar su obra. De la
misma manera, los creyentes recibirán edificación mientras están buscando el bien de otros:
como las golondrinas que comen en pleno vuelo, ellos encontrarán el alimento celestial
mientras vuelan en los caminos de su servicio. El Espíritu Santo se deleita en dar más "aceite
para el alumbrado" a quienes brillan diligentemente en medio de la oscuridad.
23
Sin embargo, permítanme introducir una advertencia aquí: he conocido a algunos creyentes
jóvenes que han carecido de prudencia, y han llevado demasiado lejos algo bueno. Antes de
haber entendido bien se han vuelto ávidos de enseñar, y para hacerlo han cesado en su
aprendizaje: los múltiples compromisos no les han dejado tiempo para su propia instrucción, y
han abandonado un ministerio de edificación para entrar en una obra para la cual no estaban
preparados. La sabiduría es provechosa para dirigir. La mayoría de los cristianos necesitan
ocupar sus asientos durante una porción del domingo, para oír la palabra de Dios, y muy pocos
pueden afrontar pasar el día entero buscando el bien de los demás. Nos duele descubrir que
algunas personas están ausentes de la mesa del Señor durante meses, debido a sus celosas
ocupaciones. Esto equivale a presentar un deber a Dios manchado con la sangre de otro. Es un
deber positivo de cada discípulo obedecer el mandato del Señor: "Haced esto en memoria de
mí"; y todos aquellos esfuerzos que requieran que descuidemos el precepto divino, deben ser
abandonados. A menudo debemos mostrar Su muerte hasta que Él regrese. La enseñanza en
la escuelas, la predicación callejera, la visita a los enfermos, y las otras actividades no pueden
ser consideradas como un sustituto que nos autorice a dejar de oír la Palabra, o dejar de
conmemorar la muerte del Redentor. Debemos tener tiempo para sentarnos a los pies del
Maestro con María, o pronto, como Marta, estaremos preocupados. Sin embargo, a pesar de
esta palabra de advertencia, con frecuencia me agrada oír que "el asiento de David quedó
vacío."
Es de temerse que con demasiada facilidad encontremos que los ASIENTOS ESTÁN VACÍOS
SIN NINGUNA RAZÓN VÁLIDA. Muchos ministros en igual número de congregaciones están
acongojados por la irregular asistencia de sus oyentes. Un poco de lluvia, una ligera
indisposición, o alguna otra excusa frívola mantiene a muchos en su casa. Si un nuevo
predicador llega al vecindario, las piedras rodantes ruedan en esa dirección durante un tiempo,
ocasionando un doloroso desaliento para su pastor. Este mal de una irregular asistencia, se
manifiesta mayormente en los servicios de los días de semana: en esas ocasiones el asiento de
David queda muy frecuentemente vacío. No, no el de David, pues David escogería antes estar
a la puerta de la casa de su Dios: queremos decir el asiento de Dídimo, que no estaba con los
apóstoles cuando Jesús llegó; de Demas, que amó este mundo malvado; y de muchos que
oyen pero que no son a su vez hacedores de la palabra.
Los que se reúnen para orar, son vergonzosamente pocos en muchas congregaciones. Yo no
tengo ningún motivo para quejarme de esto como una falta en medio de mi propio amado
pueblo, al menos en alguna medida que pudiera ser alarmante. Sin embargo, no puedo cerrar
mis ojos al hecho de que hay algunos miembros de la iglesia que tendrían que hacer que sus
memorias recorrieran un largo trecho para que pudieran recordar en qué consiste una reunión
de oración. Poco se enteran de lo que han perdido por causa de su descuido.
Ah, amigo mío, ¿acaso me estoy refiriendo a ti? ¿Está vacío el asiento de David? Entonces
enmienda tus caminos y ocúpalo. De todos los tiempos de refrigerio para el alma, me ha
parecido con frecuencia que los mejores son los servicios de los días de semana por la noche.
Como un oasis en el desierto, estos períodos de quietud en medio de los afanes de la semana,
lucen un verdor que les es peculiar. Vengan y comprueben que su experiencia coincide con la
mía. Creo que descubrirán que es bueno estar allí. Se dice que los niños deben ser
alimentados como los polluelos: "poco pero a menudo"; para mí, los servicios frecuentes,
vigorosos, tanto los domingos como en días de semana, son de mayor refrigerio que oír dos o
tres sermones largos en un solo día de la semana.
De todas maneras es bueno que guardemos la fiesta con nuestros hermanos y no los
provoquemos a que pregunten: "¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?"
Debo tomarme la libertad de ser muy personal con quienes asisten usualmente al
Tabernáculo. Queridos amigos, no permitan que sus asientos se queden vacíos durante mi
ausencia. Me afligiré más allá de toda medida, si oigo que su participación en las reuniones
está decayendo. Seleccionamos a los mejores predicadores que podemos conseguir para que
les prediquen, y por eso espero que no verán ninguna necesidad de abandonar su lugar usual.
Si lo hacen, reflejará muy poco crédito para el ministerio de su pastor, pues se pondrá de
manifiesto que ustedes son bebés en la gracia, y que dependen de un hombre para su
edificación. "Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas"; y si ustedes son hombres que
están en Cristo Jesús extraerán algún bien de todos ellos, y no dirán: "nuestro propio Cefas
desafilado, está lejos, y no podríamos oír a nadie más."
Les ruego que sean consistentes en su asistencia durante mi ausencia, para que quienes les
predican no se desalienten, ni nosotros tampoco. Sobre todo, continúen con las reuniones de
oración. Nelson dijo: "Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber," y en este
momento, que es de emergencia para la historia de nuestra iglesia, yo diría: la iglesia espera
que cada miembro continúe asistiendo a todas las reuniones, y participe en las obras y en las

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ofrendas, con una energía indeclinable, y especialmente que participen en las reuniones de
oración.
Que de ninguna manera se diga de alguno de ustedes: "El asiento de David quedó vacío."
Gracia, misericordia y paz sean con todos ustedes en Cristo Jesús.
Amén.

LOS BUSCADORES, ENCAMINADOS Y ALENTADOS


Nº 1457A
Un sermón predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.

"Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón."


Jeremías 29:13.

Esta fue una parte de la instrucción que dio Dios a los cautivos de Babilonia, por medio de
Su siervo. Debían permanecer pacientes en Babilonia hasta que se cumpliera el tiempo
establecido para su liberación, y entonces se les concedería una visitación llena de la gracia de
Dios, que los conduciría al arrepentimiento y los incitaría a la oración. Cuando buscaran al
Señor de todo su corazón, entonces podrían estar seguros que el tiempo para su liberación
había llegado. Es un principio general que una bendición del Dios Todo-Misericordioso está por
llegar, cuando somos inducidos a orar por ella de todo nuestro corazón. El Señor de gracia nos
puede enviar bendiciones antes de que nosotros las busquemos, pues Él es soberano, y
muchas veces sobrepasa lo que nosotros habríamos esperado, pero su promesa ofrece:
"buscad, y hallaréis," y es con la promesa con la que tendremos que ver mayormente. Una
seguridad alentadora es dada a quienes buscan con sinceridad de corazón, y al requerimiento
de sinceridad debemos prestar atención de corazón.
En este momento no intentaré dar instrucción, sino que voy a esforzarme por recalcar la
verdad para que penetre en el corazón y en la conciencia: suplico al Espíritu Santo que me
ayude, y pido las oraciones de quienes tienen poder ante Dios, para que la palabra sea como
una aguijada para mover, sacudir y exhortar a seguir adelante, a aquellos a quienes les sea
predicada.
Nuestro mensaje será, en primer lugar, para los inconversos; en segundo lugar, para los
rebeldes; y en tercer lugar, para esta iglesia, o para cualquier otra congregación de cristianos.
I. Y primero PARA LOS INCONVERSOS. Nuestro texto tiene una palabra para ustedes. "Me
buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón." Han perdido a su
Dios: están distanciados de Él; sus pecados los han separado de su Hacedor, y nunca estarán
bien (realmente bien) mientras no regresen a su Dios. Ustedes son ovejas que ahora están
lejos de su pastor; cada de uno de ustedes es un hijo pródigo lejos de su padre; y nunca
estarán bien, lo repito, mientras que como ovejas, no regresen al redil, y como hijos que se
han rebelado no sean re conciliados con su Padre. Ustedes necesitan a su Dios, y nunca
estarán bien, hasta que lo encuentren. Entonces el texto los incita a "buscarle."
Ustedes no deben quedarse quietos con los brazos cruzados, diciendo, "Él vendrá si quiere."
El hijo pródigo dijo: "Me levantaré e iré a mi padre," y un espíritu semejante debe prevalecer
en ustedes, o no podremos tener una sólida esperanza en cuanto a ustedes. Deben buscar al
Señor.
En esta búsqueda nos les será de utilidad escarbar en su corazón, pues está vacío y
desprovisto de cualquier cosa divina y totalmente apartado de Dios. No esperen encontrar el
remedio en la enfermedad. Nadie busca en su bolsillo vacío, esperando que supla sus
necesidades, pues la pobreza no es la fuente de las riquezas. En vano sería buscar a los vivos
entre los muertos, por tanto, no busquen la gracia y la salvación en ustedes mismos.
Esforzarse por realizar buenas obras salidas de ustedes tampoco será el sendero de la
sabiduría, esperando tener paz por medio de sus propios esfuerzos para ganar méritos.
Hombre, todo el mal consiste en que estás separado de Dios, y debes volver a Dios; las
mejores obras realizadas cuando estás enemistado con tu Dios y Rey, son únicamente una
parte y porción del orgulloso pecado presuntuoso que rechaza al Salvador, colocándose es Su
lugar. Habría sido muy correcto que el hijo pródigo se lavara, y dejara de estar apacentando
cerdos; era sumamente deseable que abandonara a las rameras y la vida perdida a la que se
había entregado; pero si sólo hubiese hecho eso, no se habría curado del grave mal, pues la
maldad radical consistía en que estaba alejado de la casa de su padre. Ese es el extravío
esencial en tu caso, oh hombre inconverso.
Nunca serás perfectamente feliz ni estarás en paz mientras no seas reconciliado con Dios.
Se les concede que le busquen y cuán grande privilegio es. Cuando Adán pecó, no pudo
regresar al Paraíso, pues con una espada encendida en su mano, estaba el querube enviado
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para guardar el camino para que no tomara del árbol de la vida. Pero Dios, en lo relativo al
huerto de Su misericordia, ha quitado ese fiero centinela y Jesucristo ha puesto ángeles de
amor para que te den la bienvenida a la puerta de la misericordia.
Tú puedes venir a Dios, pues Dios ha venido a ti. Él ha asumido tu naturaleza, y Su nombre
es Emanuel, Dios con nosotros. Sí, el Infinito se hizo hombre, y Aquél que construyó ese arco
del cielo y lo cubrió con esas lámparas de estrellas, descendió hasta aquí, para sujetarse a
humildes padres, para trabajar en un taller de carpintería, y para morir como reo en un
patíbulo, "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios." Si le buscan, deben encontrarle,
pues Su propia palabra lo dice: "Me buscaréis y me hallaréis."
El texto, sin embargo, demanda que nuestra búsqueda de Dios sea de todo nuestro
corazón. Hay diversas maneras de buscar a Dios que seguramente llevarán al fracaso. Una es
buscarlo pero no de todo nuestro corazón.
Esto lo hacen quienes toman su libro y leen oraciones, sin pensar jamás en lo que dicen; o
que asisten a un lugar de adoración de disidentes, y oyen a otra persona que está orando,
pero no se unen a esa oración.
Esto lo hacen quienes doblan su rodilla a la caída de la tarde, y musitan palabras piadosas,
pero no reflexionan nunca; quienes se levantan por la mañana y repiten frases sagradas, pero
sin considerarlas; quienes en lo relativo a las cosas divinas prestan tan poca atención, como si
el Evangelio fuera una leyenda o una fábula de ancianas, indigno de meditarse ni siquiera una
hora.
Durante mis viajes he visto algunas jovencitas que leen ávidamente esas novelas
despreciables compradas en los puestos de la estación del ferrocarril, y las he visto
desperdiciar sus lágrimas por causa de alguna heroína imaginaria o de algún héroe; y sin
embargo, ellas y otros oyen sin emoción acerca de la majestad y del amor de Dios, y leen
sobre el cielo y el infierno y sobre Cristo y Dios, sin dedicarles algún pensamiento o una
lágrima. Querido amigo, nunca encontrarás al Señor si le buscas de una manera pusilánime y
descuidada. Dios no puede ser burlado. Si cualquiera de ustedes ha caído en una religión
formal, y busca al Señor sin involucrar su corazón, su búsqueda es vana.
Algunas personas buscan a Dios con un falso corazón. Arden en celo, y quisieran que sus
amigos lo supieran, pues dicen como Jehú le dijo a Jonadab: "Ven conmigo, y verás mi celo
por Jehová.;" pero su corazón no es recto para con Dios. Su piedad es una afectación de
sentimiento, y no es una obra profunda en el alma; es sentimentalismo y no la obra del
grabado del Espíritu de Dios en su corazón. Cuídense de un falso estímulo religioso: de ser
elevados por un gas religioso, como lo han experimentado algunos, siendo inflados como
globos por un avivamiento sólo para reventarse unos instantes después, en el momento en
que más necesitan un apoyo. El Señor nos conceda estar libres de mentira en el corazón, pues
es una gangrena mortal y fatal para toda esperanza de encontrar al Señor.
Algunos le buscan, también, con doblez de corazón: un corazón y un corazón, como es
expresado en el hebreo. Tienen un corazón para Dios, y un corazón para el pecado: tienen un
corazón orientado hacia el perdón, pero también un corazón volcado sobre la transgresión.
Desean vehementemente servir a Dios y a Mamón (las riquezas): quieren construir un altar
para Jehová, pero a la vez mantener a Dagón en su lugar. Si tu corazón está dividido, serás
hallado falto. Las oraciones que sólo vuelan con un ala, nunca llegarán al cielo. Si un remo
rema hacia la tierra y el otro hacia el cielo, la barca del alma dará vueltas en un círculo de
insensatez, pero nunca alcanzará la feliz costa. Cuídense de la doblez de corazón.
Y algunos buscan a Dios con un corazón a medias. Tienen un poco de preocupación, y no
son totalmente indiferentes; verdaderamente piensan cuando oran, o leen, o cantan, pero el
pensamiento no es muy intenso.
Superficial en todas las cosas, la semilla sembrada cae en pedregales, y pronto se marchita,
porque no tenía profundidad de tierra. Que el Señor nos salve de esto.
Ahora, ustedes que están buscando a Cristo, recuerden que si quieren encontrarle, no
deben buscarle sin corazón, ni con un corazón falso, ni con doblez de corazón, ni con un
corazón a medias, sino que "Me hallaréis," dice Jehová, "porque me buscaréis de todo vuestro
corazón."
Nadie progresa en el mundo con un corazón a medias. Si un hombre necesita dinero debe
buscarlo mañana, tarde y noche. Si un hombre anhela el conocimiento, no puede tomar un
libro y vaciarlo en su cerebro con una cuchara: si piensa ser un erudito debe leer y estudiar. Si
un hombre desea progresar en una época como esta, no puede hacerlo sin una labor tenaz.
Grandes descubridores, artistas eminentes y poderosos oradores, todos ellos han sido hombres
que han trabajado duro. Handel, que compuso una música tan majestuosa, practicaba tan a
menudo en su clavicordio que las teclas se hundieron como cucharas, por el constante uso que
hacía de ellas. No puede hacerse nada sin entrega, y no deben esperar que Dios pueda ser

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encontrado, y el perdón pueda ser recibido, y la gracia pueda ser obtenida, mientras tengan
solamente un ojo abierto, y se hayan despertado a medias del sueño.
¿Qué dijo Jesús? "El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan." Los
bastiones divinos del cielo deben ser tomados por asalto mediante una radical importunidad.
Deben asirse de la aldaba de la puerta del cielo, y no deben soltarla de sus dedos después de
un suave llamado, sino que tienen que martillar en la puerta de la misericordia una y otra vez,
hasta que hagan resonar las profundidades infernales de la desesperación con sus llamados
desesperados, y hagan que el cielo les sirva de eco a su esperanzada determinación que
entrarán, o sepan la razón del por qué no. Oh, llamen y llamen y llamen y llamen, una y otra
vez, pues la puerta se abrirá cuando ustedes llamen de todo su corazón.
Ciertamente, queridos amigos, si hay hombres que tienen motivos para poner enteramente
su corazón en acción, ustedes, inconversos, son esos hombres. Yo estoy seguro que si les
intimara que cien libras de pólvora estaban almacenadas bajo aquel asiento del centro, y que
la proba bilidad era que la pólvora explotaría pronto, no se quedarían por mucho tiempo en
este Tabernáculo, sino que se apresurarían a salir de todo corazón.
Pero cualquiera que fuera la destrucción causada por la pólvora, en lo relativo a sus efectos
en la tierra, no es nada comparada con la sobrecogedora destrucción que vendrá sobre el
cuerpo y el alma para quienes están bajo la ira de Dios. La ira de Dios permanece sobre cada
uno de ustedes que son inconversos. Dios está cada día airado con el pecador, y si esa es su
presente condición, es la condición más peligrosa que alguien pueda concebir.
Pronto morirás. No te molestes si te lo recuerdo. Nosotros estamos obligados a verlo,
algunos de nosotros, que velamos sobre grandes congregaciones.
Nunca se reúne la misma congregación dos veces en este lugar. Y yo supongo que entre un
domingo y otro, casi invariablemente sucede que alguno de mis oyentes parte para rendir
cuentas. Ciertamente, en esta iglesia, perdemos amigos a lo largo de un año, a un promedio
mayor de uno por semana. Es verdad, entonces, que pronto tendrán que morir, y ¿cómo
soportarán cerrar sus ojos a todas las cosas mortales, sin la esperanza de un gozo inmortal? Ir
ante el terrible tribunal de su Hacedor y su Redentor, sin haber sido lavados con la sangre
preciosa, con todos sus pecados cometidos desde el primer día de su vida hasta ahora
colgados alrededor de su cuello, como piedras de molino, para ser hundidos para siempre:
¿cómo pueden soportar eso? Piensen en esto, por favor, y si así lo hacen, tendrán una buena
razón para buscar a su Dios de todo su corazón.
Recuerden, también, que después de la muerte viene el juicio. Todos debemos comparecer
ante el trono del juicio de Cristo: y después del juicio viene la recompensa final, que, para
aquellos que han rechazado a Cristo será la destrucción eterna lejos de la presencia del Señor
y de la gloria de Su poder. Les suplico que no desafíen la ira de Dios y que no provoquen Su
descontento infinito. Él mismo lo ha dicho: "Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios,
no sea que os despedace, y no haya quien os libre." Ciertamente cualquier hombre en sus
cabales, que sepa que está expuesto a un riesgo inminente como éste, buscará al Señor de
todo su corazón.
Pero ¿por qué, cuando los hombres buscan de todo su corazón, encuentran a Dios? Les diré.
El único camino en que podemos encontrar a Dios, es en Jesucristo. Allí Él se encuentra con los
hombres, y en ninguna otra parte, y para ir a Jesucristo no hay nada en la tierra que se pueda
hacer, excepto simplemente creer en Él. Es un asunto que no quita ni un momento. Crean en
el testimonio de Dios acerca de Jesucristo, y confíen en Jesucristo, y la salvación será suya. La
palabra salvadora está cerca de ustedes, en su boca, y en su corazón, y es por eso que,
cuando los hombres buscan al Señor de todo su corazón, le encuentran, pues antes de que
llamaran el Señor estaba presto a responder. Jesús siempre estuvo listo; pero otros deseos y
otros pensamientos indispusieron al buscador. Los pecados estaban allí, y las concupiscencias
de la carne, y todo tipo de trabas, para estorbar al hombre. Cuando un hombre se pone a
buscar a Dios de todo su corazón, abandona todas esas cosas, y pronto ve a Jesús. Entonces,
también, un hombre se vuelve susceptible de ser enseñado, pues cuando un hombre está
decidido a escapar del peligro, se alegra cuando cualquier persona le ayuda a hacerlo.
Si me hubiera extraviado en mi camino y temiera que podría caer en un precipicio, me
alegraría que aun el niño más pequeño me dijera cuál es mi camino correcto. Y es más
susceptible de aprender el hombre que está anuente a ser enseñado. Cuando busca a Dios de
todo su corazón, el hombre entiende con rapidez. Antes era un necio, porque su corazón no
estaba en ello, como un niño en la escuela que no quiere aprender.
Cuando el hombre busca a Dios de todo su corazón, no necesitas predicarle excelentes
sermones; no apetece ni elegancia ni elocuencia; no, dile que Jesucristo vino al mundo para
salvar a los pecadores, y "que hay vida en una mirada al Crucificado," y se apresurará a
hacerlo. "Eso es lo que necesito," dice. El Espíritu de Dios lo ha vuelto deseoso de aprender y
por tanto recibe de inmediato el mensaje bendito y cree en Jesús. Un corazón a medias, o
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ningún corazón, o la doblez de corazón, impedirán ver lo que es tan evidente, y no aceptarán
un Evangelio que es tan glorioso para Dios como sencillo para el hombre. Los exhorto,
entonces, a ustedes que buscan al Señor, que involucren todo su corazón en ello, pues no
pueden esperar paz ni gozo en el Espíritu Santo hasta que esos efectos estranguladores y esos
deseos aberrantes sean amarrados en un nudo, y su ser entero se dedique a la búsqueda de
Dios en Cristo Jesús.
II. No puedo dedicarle más tiempo al buscador, pues necesito dedicarle cinco minutos AL
REBELDE. Rebeldes, ustedes han dejado a su Señor.
Tal vez han dejado la iglesia, o la iglesia los ha dejado a ustedes, colocándolos fuera de su
grupo; y merecidamente, pues eran una deshonra para ella. Me alegra que vengan con
nosotros para adorar. Ustedes tuvieron que ser cortados de nuestra comunión por causa de su
triste conducta, pero todavía siguen con nosotros, y me alegra verlos. Siempre tengo una
esperanza en ustedes en tanto que amen la vieja casa. Me alegra que, aunque no sean
reconocidos como hijos en ella (y no siento que deban ser reconocidos), a pesar de ello
ustedes aguardan bajo la ventana para escuchar a la familia cuando canta. Cuando los hijos de
Dios están festejando juntos a la mesa, los he observado mirando y anhelando en trar de
nuevo al feliz hogar. Yo no sé si ustedes sean hijos de Dios o no; no puedo juzgar sus
corazones. Les llamo rebeldes, no porque esté seguro de que realmente lo sean, pero es
posible que hayan hecho una falsa profesión de fe, y después hayan hecho lo que era natural
que hicieran, y se quebraron tratando de implementar una falsedad práctica. No voy a tratar
de juzgar eso. En verdad, si hay alguien en el mundo que debería estar entregado de todo
corazón a buscar a Dios, son ustedes. Si voy a perderme, ruego a Dios que no perezca como
un apóstata o un rebelde.
Oh, ustedes, que una vez hicieron una profesión de religión, no puedo entender cómo
pueden atreverse a pensar en el día del juicio, pues no podrían argumentar ignorancia, ya que
conocían la verdad y profesaban creer en ella. Allí serán incapaces de decir, "nunca escuché
acerca de estas cosas." No, sino que vinieron a la mesa de la comunión, y se unieron a la
iglesia; inclusive predicaron a otros, o enseñaron en la escuela dominical: pues su boca
desbordaba cosas divinas aunque en su corazón estaban vacíos. ¡Cuán mudos se quedarán en
aquel último día terrible, con sus viejos uniformes militares guindando sobre ustedes para
probar que fueron desertores! Serán incapaces de levantar un dedo o proferir una palabra en
defensa propia. Y ¿qué harán cuando bajen al infierno?
El profeta describe al rey de Babilonia yendo allí, y conforme descendía, los pequeños
príncipes insignificantes a quienes hizo morir, que estaban allí en sus calabozos en la prisión
del infierno, se levantaron, e inclinándose sobre sus codos, lo miraban diciendo, "¿llegaste a
ser como nosotros?"
Me parece que oigo al borracho que se levanta diciéndote: "Cómo, ¿después de todo estás
aquí? Solías predicarme la sobriedad, y advertirme de la perdición del borracho." Ah, mis
lectores, los hipócritas son condenados al igual que los borrachos. Luego hablará la mujer a
quien le hablaste acerca de la reivindicación, y con qué mirada de desprecio se encontrará
contigo y dirá: "¡tú mismo necesitabas un refugio, hipócrita!"
Luego, también, hablarán tus vecinos que nunca asistieron a un lugar de adoración, a
quienes considerabas muy perversos, porque tú si ibas allí aunque olvidabas lo que habías
oído. Dirán: "¡este es el resultado de tus idas al Tabernáculo, de escuchar a Spurgeon! ¿Es
este el fin de unirte a la iglesia, y de ir a la mesa de la comunión?" ¿Qué respuesta podrás dar
cuando esos ojos te miren de reojo y esos labios murmuren el escarnio que mereces? Otros
dirán: "yo nunca tuve las oportunidades que tú tuviste; yo nunca fui advertido como tú lo
fuiste; nunca rechacé a Cristo como lo has hecho tú: nunca manché el manto de Su iglesia ni
le causé una nueva herida en la casa de Sus amigos, como tú lo has hecho." Entonces te
insultarán y triunfarán sobre ti.
Si un príncipe de alcurnia fuera enviado a una cárcel común, cuán miserable sería. Yo siento
piedad por todos los hombres que tienen que trabajar en el molino, en la medida en que
merezcan piedad. Especialmente siento mayor piedad por el hombre que ha sido educado
finamente y escasamente sabe lo que significa el trabajo, pues debe ser muy duro para él. Ah,
ustedes, delicados hijos e hijas de Sion, cuyas bocas nunca se vieron manchadas con una
maldición, y cuyas manos nunca fueron ensuciadas con pecados externos, si sus corazones no
son rectos para con Dios, ustedes deben tomar su lugar en medio de los profanos y compartir
con ellos. ¿Qué dicen a esto? ¿Dicen: "desearía vehementemente regresar y encontrar
aceptación en Cristo"? El texto les habla expresamente a ustedes. Entonces "me hallaréis,
cuando me hayáis buscado de todo vuestro corazón."
III. Mi última palabra es para ustedes, hermanos míos en Cristo, y especialmente PARA
USTEDES, LOS MIEMBROS DE ESTA IGLESIA. Así dice el Señor: "Me buscaréis y me hallaréis,
porque me buscaréis de todo vuestro corazón." Nosotros necesitamos que el Señor esté
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siempre con nosotros. Hemos tenido Su presencia llena de gracia, pero siempre me preocupa
que algún pecado nuestro lo induzca a partir. Tengo miedo de cosas como un declinar en el
celo, y el ardor, y la generosidad, y la práctica de la oración, y la vida santa en cualquiera de
nosotros, para que la gloria no sea traspasada y se escriba en todas nuestras paredes ‘Icabod.’
Tenemos hambre de nuestro Dios, pues confío que podamos decir que le amamos. ¿Pueden
decir eso?
Escuché (la semana pasada) una historia acerca de ese poderoso predicador, Robert Hall,
que me conmovió cuando la oí. Un amigo relató que Robert Hall iba a caballo un día
atravesando una pequeña aldea, camino a predicar en un pueblito. Nevaba intensamente, y el
señor Hall pasaba por esa aldea, desconociendo el estado del camino más adelante. Un
cristiano que lo conocía muy bien, le gritó "señor Hall, no debe seguir adelante; la nieve está
muy profunda y no podrá proseguir; entre y pase adelante."
El señor Hall se detuvo en la casa y descansó por un momento.
Miró por la ventana, y comprobó que seguía nevando. Volvió a mirar, y nevaba más
intensamente que antes, y su amigo le dijo: "señor Hall, no puede ir; no podrá llegar allá."
Pero él respondió: "amigo, debo ir." "Señor," dijo el buen hombre, "no puede, es imposible. No
podrá llegar a ese lugar; los caminos están bloqueados." Así que el gran predicador estuvo de
acuerdo en quedarse sólo si podía predicar allí su sermón. "Debo predicar, señor; debo
predicar, señor. No puedo quedarme a menos que predique."
Entonces su anfitrión fue por toda la aldea, golpeando a las puertas de las casas, y
congregó a unas cuantas personas en su casa. El se ñor Hall predicó un sermón maravilloso. El
buen hombre pareció remontarse al cielo cuando predicó sobre las palabras, "Y no vi en ella
templo."
Cuando la gente se hubo marchado a casa, le dijo a su amigo: "mi querido señor, me temo
que no soy un hijo de Dios." "Cómo, señor Hall, cómo puede decir algo así?" "Me temo que soy
un hipócrita, señor." "Vamos, nadie más piensa eso de usted, señor Hall, y no puedo concebir
cómo usted da cabida a una idea así." "Ah, pero quiero hacerle una pregunta, señor.
¿Cuál cree usted que sea una señal segura de que un hombre es un hijo de Dios?" "Señor
Hall," respondió el buen hombre, "usted lo sabe mejor que yo. No puedo intentar instruirlo a
usted." "Yo quiero saber, amigo, y le estaré muy agradecido por su opinión," dijo el señor Hall.
"Bien," respondió el hombre, "esta es la que considero una señal segura: si un hombre
realmente ama a Dios, debe ser un hijo de Dios, y tiene que haber un cambio en él." "Gracias,
señor; gracias, señor, por esa palabra," dijo el señor Hall; eso es justamente lo que
necesitaba. ¿Amar a Dios, amigo? Le amo con toda mi alma." "Y," dijo el buen anfitrión,
hablando con mi amigo, "deberías haber oído cómo hablaba el señor Hall acerca de Dios; era
maravilloso escucharlo. Le exaltaba por encima de todo, decía todo lo que es bueno de Dios, y
repetía, ‘no puedo evitar amar a un ser como Dios es, y si eso prueba que soy salvo, entonces
estoy seguro de ello, pues necesito amarle.’" Ahora, hermanos míos, nosotros amamos a Dios
con todo nuestro corazón, y por tanto deseamos que Él sea glorificado en medio de nosotros.
¿Acaso no desean vehementemente esto, hermanos míos? Yo sé que lo desean. ¿Cómo,
entonces, será honrado el Señor? Él puede ser glorificado con una vida más santa. ¿Cómo se
hará eso? El texto dice que le encontraremos si le buscamos de todo nuestro corazón, y al
encontrarle, encontraremos la santidad. He renunciado a la idea que alguna vez tendré una
iglesia en la que todos los corazones busquen a Dios con denuedo.
Yo sé que no todos ustedes están vivos y llenos de fervor, pues algunos de ustedes son una
deshonra para la iglesia. Nunca nos ayudarán, sino que permanecerán entre nosotros como
pesos muertos. Cómo desearía poder esperar algo diferente, pero no me atrevo a engañarme
ni a mí mismo ni a ustedes. Pero ciertamente espero que todos los que tienen realmente la
vida de Dios en sus almas, darán todo su corazón para la gloria de Dios, y lo harán siempre
con intensidad. Espero de ellos que busquen al Señor por medio de la oración, orando mucho
para que Dios sea glorificado, y que apoyen su oración con el esfuerzo, buscando alegremente
su plena participación en la extensión del reino del Redentor.
Hermanos, ¿Cristo murió por ustedes? ¿Sí o no? Si murió por ustedes, entonces, en nombre
de la honestidad común, vivan para Él, pues uste des ya no se pertenecen; Él los ha comprado
a un precio. Cuando fueron bautizados en el nombre de Los Tres Sagrados, ¿tenían toda la
intención de hacerlo? Si así fue, en el nombre de la verdad, vivan para Dios, pues en aquel
momento confesaron que estaban muertos para el mundo y enterrados con Cristo, y que a
partir de ese momento vivirían para Él.
Cuando se acercaron la última vez a la mesa de la comunión, ¿creían realmente que Jesús
se entregó por ustedes, y sabían ustedes que comieron Su carne y bebieron Su sangre por fe?
Entonces yo digo, tanto en nombre de la honestidad como de la verdad: vivan como deben
vivir las almas que han comido mejor alimento que los ángeles, y tienen a Cristo dentro de sí.

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Trato de hablar tan sinceramente como puedo, pero usualmente cuando llego a mi casa, me
digo a mí mismo: "¿Qué es lo que estás haciendo? No conmueves a esa gente, ni a ti mismo,
tampoco. Te estás volviendo torpe y viejo: no tienes ni la mitad del celo que tenías en tus días
de juventud." Trato de meterme largos alfileres de una manera espiritual, para despertarme
de nuevo, por temor de no caer en el mismo estado de letargo en el que se encuentran
algunas personas que conozco, cuya predicación es escasamente mejor que un ronquido
articulado. Están profundamente dormidos, y como consecuencia natural, su gente está
dormida también.
Si este Libro es verdadero, la mayoría de nosotros no vivimos como deberíamos vivir. Si
hay un cielo, no estamos viviendo en el gozo que la esperanza en él debe inspirarnos. Si hay
un infierno, y algunos de nuestros propios hijos están descendiendo a él, no actuamos con
ellos como si creyéramos realmente en su peligro. Actuamos como monstruos, y no como
hombres, si soportamos que nuestro prójimo se pierda sin levantar un dedo por su salvación.
¡Despierten!, ¡levántense!, hermanos míos. Oh, iglesia de Dios en este lugar, e iglesia de Dios
en cualquier lugar, sacúdanse de las ataduras que tienen en su cuello. Levántate, y siéntate en
tu trono de poder, oh hija de Sion. Vístete de poder, como en los tiempos antiguos, pues la
fortaleza será tuya si buscas al Señor de todo tu corazón.
Que Dios nos conceda que como una iglesia seamos completamente sinceros cuando
buscamos una manifestación de Su poder salvador, y Él tendrá la gloria. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 11.
A MI IGLESIA Y MI PUEBLO: QUERIDOS AMIGOS: Espero y oro porque los servicios
especiales del Tabernáculo Metropolitano, superen todo lo que se ha logrado previamente.
He escrito el corto sermón de esta semana para exhortarlos a una entrega suprema. Me
daría mucho gusto saber, y estoy seguro que así será, que en esta materia como en todas las
demás obras de la iglesia, ustedes están llenos de celo y constancia. Mi única preocupación es
que la obra del Señor no sufra por mi ausencia; les suplico que no permitan que eso suceda de
ninguna manera y en ningún grado.
El clima húmedo y nebuloso, que nos ha llegado hasta aquí, ha retardado de alguna manera
mi progreso para recuperar plenamente mi salud y mi vigor, de tal forma que sigo siendo un
viajero muy débil; sin embargo, he mejorado de manera importante, y siento que mi espíritu y
mi ánimo están mejor, por el descanso. A todos ustedes, desde el fondo de mi corazón, les
envío mi sincero amor en Cristo Jesús.
Suyo, para servirles mientras haya vida en mí, Mentone, 6 de Febrero de 1879. C. H.
Spurgeon.

DILIGENCIA, PODER Y PROPÓSITO DE SATANÁS


Nº 1459A
Un sermón escrito en menton, francia.

"Y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven."
Lucas 8:12

Es un gran consuelo que tan grandes multitudes estén dispuestas a oír la palabra de Dios.
Aunque muchos resulten ser como la piedra, o como el suelo junto al camino, o como tierra de
la que brotan espinos, sin embargo, es una circunstancia alentadora que la semilla pueda ser
sembrada abundantemente sobre una muy vasta extensión de tierra. Pero, no todos los
pensamientos provocados por el espectáculo de una nutrida congregación son gratos, pues
naturalmente surge la pregunta: ¿qué resultará de toda esta predicación y de toda esta
audición? ¿Producirá la semilla celestial alguna cosecha o caerá en terreno improductivo?
Al considerar esta pregunta, el cristiano comprometido toma en cuenta la condición de las
personas a quienes está dirigida, y recuerda que muchos no están preparados para el
Evangelio. Lejos de ser un campo surcado para recibir la semilla, son como una senda muy
transitada. Oyen el Evangelio, y hasta el presente albergamos esperanzas por ellos, aunque no
tengan la menor intención de permitirle la entrada a lo íntimo de sus almas. El suelo de sus
corazones está ya demasiado ocupado; otros pies lo hollarán y rápidamente borrarán las
pisadas del sembrador, y en cuanto a la buena semilla, se quedará donde cayó pero no tendrá
cabida en el hombre interior.
Y eso no es todo. El observador perspicaz recuerda que hay todavía otra dificultad: el
archienemigo de Dios y del hombre, se opone a la salvación de las almas, y por tanto está
presente con su poder destructivo dondequiera que la semilla de la Palabra esté siendo
sembrada. Es de este tema que vamos a hablar ahora: la actividad de Satanás durante la
predicación del Evangelio. Él está fuera de la vista, pero no podemos permitirle que pase
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desapercibido: hace un mayor daño si los hombres se duermen. Volvamos atentamente
nuestros ojos hacia él, y demostremos que no ignoramos sus ardides.
En las palabras que tenemos ante nuestra consideración, nuestro divino Señor recordó a
Sus oyentes la puntualidad del demonio: "Luego viene el diablo"; les recordó su poder: "y
quita de su corazón la palabra"; y su propósito, que es impedir la fe salvadora: "para que no
crean y se salven".
En estos días, cuando tienen lugar nuestros servicios especiales, es recomendable traer
estos puntos a su consideración, para que todos sean advertidos en contra del maligno, y así,
por la gracia de Dios, se frustren sus designios.
I. Primero, observen LA PUNTUALIDAD DEL MALIGNO. Tan pronto como la semilla cae junto
al camino, las aves del cielo la engullen. Nuestro texto dice "y luego", esto es, en ese mismo
instante, "viene el diablo."
Marcos lo expresa: "en seguida viene Satanás". Cualquier otro podría holgazanear, pero
Satanás no lo hará nunca. Tan pronto como un camello cae muerto en el desierto, los buitres
se precipitan sobre él. Ningún pájaro era visible, ni parecía posible que hubiese alguno en un
radio de muchos kilómetros, pero pronto se ven unas manchitas en el cielo, y en seguida los
engullidores están atiborrándose la carne: de igual manera, los espíritus del mal ventean a su
presa desde lejos, y se apresuran a cumplir su trabajo destructor. Un lapso podría dar
oportunidad al pensamiento, y el pensamiento podría conducir al arrepentimiento, y, por eso,
los enemigos se apresuran para impedir que el oyente considere la verdad que ha oído.
Cuando el Evangelio afecta a los oyentes en alguna medida, cuando aun en un mínimo
grado roza sus corazones, en seguida la puntualidad del diablo es más veloz que el vuelo del
águila, para quitar de sus corazones la palabra. Una pequeña demora podría colocar la semilla
más allá del poder satánico, y de aquí la prontitud de la actividad diabólica. ¡Oh, que fuésemos
la mitad de veloces y activos en el servicio de nuestro Señor; que fuésemos la mitad de listos
para aprovechar cada oportunidad para bendecir las almas de los hombres!
Sin duda Satanás actúa a veces directamente en los pensamientos de los hombres. Él
personalmente le sugirió a Judas que vendiera a su Señor, y ha inculcado muchas otras negras
insinuaciones en las mentes de los hombres. Como el insaciable buitre que comía opípara y
constantemente de las entrañas de Prometeo, así el diablo arranca los buenos pensamientos
que serían la vida del alma de un hombre. Insaciablemente malicioso, no puede soportar que
una sola verdad divina bendiga al corazón.
El diablo inserta en la mente blasfemias espantosas, imaginaciones impúdicas,
incredulidades indisculpables, o vanas frivolidades como granadas infernales para destruir
cualquier pensamiento recién nacido que mire hacia Cristo y la salvación. En un momento
hechiza la mente, y en seguida la aterroriza: su único objetivo es desviar del hombre los
pensamientos del Evangelio, e impedir que se alojen en la conciencia y en el corazón.
Como Satanás no puede estar presente en todas partes a la vez, frecuentemente lleva a
cabo su obra maligna por medio de sus sirvientes, enviando a sus espíritus inferiores para que
actúen como las aves del cielo que engullen la semilla, y estos a su vez emplean a diversos
agentes.
Incidentes comunes de la vida son usados con gran astucia en la transacción maligna, de tal
forma que aun por cosas indiferentes en sí mismas, se cumplen los propósitos del adversario.
Tal vez el predicador tiene algo especial en su manera, en sus expresiones, o en su apariencia,
y esto se convierte en el pájaro que devora la semilla: el oyente queda tan absorto en alguna
rareza insignificante del ministro, que olvida la verdad que fue predicada. Tal vez el predicador
refirió alguna anécdota, o usó un ejemplo, o utilizó una palabra que despertó un recuerdo en el
pecho del oyente, y la palabra se fue lejos de su corazón, para hacer lugar a una mera
vanidad. O si el sermón fue preservado hasta su conclusión, entonces encontró un nuevo
peligro: un paraguas perdido, una inusitada confusión en el pasillo, un burla insensata surgida
de la multitud, o el vestido absurdo de alguna persona desconocida; cualquiera de estos
elementos puede responder al propósito del diablo y arrebatar la palabra. No significa mucho si
la semilla es devorada por cuervos negros o blancas palomas, por grandes aves o por
gorriones diminutos: si no permanece en el corazón, no puede producir fruto, y de aquí que el
diablo haga sus arreglos para llevarse la semilla de inmediato, de cualquier manera. Si el
diablo no visita nunca un lugar de adoración, hará los arreglos pertinentes para estar allí
cuando haya comenzado un avivamiento: "y luego viene el diablo." Descuida a muchos
púlpitos, pero cuando un hombre sincero comienza a predicar, "en seguida viene Satanás."
II. En segundo lugar, vamos a notar por un momento su PODER. "Y quita de su corazón la
palabra." No se dice que intenta hacerlo, sino que realmente lo hace. Ve, viene, y vence. La
palabra está allí, y el diablo la quita fácilmente, como el pájaro levanta la semilla que está
junto al camino.

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Ay, qué influencia tiene el diablo sobre la mente humana, y cuán ineficaz es la obra del
predicador, a menos que vaya acompañada de un poder divino. Tal vez algo de la verdad se
quede en la memoria por la impactante manera en que fue expresada, pero el enemigo la saca
enteramente fuera del corazón; y así, la parte más importante, lo único importante de nuestra
obra, se arruina. Nosotros podremos ser lo suficientemente insensatos para apuntar a la
cabeza únicamente, pero el que es astuto más allá de toda astucia, tiene en la mira al corazón.
Si alguno convence al intelecto, no importa; si Satanás puede conservar los afectos, estará
más que contento. Para el corazón del hombre, la buena semilla está perdida, pues las aves
del cielo la devoraron; se volvió para él una nulidad, desposeída de cualquier poder sobre él;
no hay ninguna vida en él. No queda ninguna traza, como no permanecerá ninguna señal de la
semilla que fue arrojada junto al camino, después que los pájaros se la lleven: así de eficaz es
la obra del príncipe del poder del aire. Cuando Satanás piensa que vale la pena venir, viene en
seguida, y viene con un objetivo, y se cuida para que no falle su misión.
Su poder deriva en parte de su natural sagacidad. Caído como está ahora, una vez fue un
ángel de luz, y sus facultades superlativas, aunque pervertidas, viciadas y disminuidas por la
agostadora influencia del pecado, son todavía considerablemente superiores a las de los seres
humanos sobre quienes ejerce sus artes. Él es un rival superior al predicador y al oyente
juntos, si el Espíritu Santo no está allí para frustrarlo.
También ha adquirido una renovada astucia mediante una larga práctica en su maldito
oficio. El conoce el corazón humano mejor que nadie, excepto su Hacedor; por miles de años
ha estudiado la anatomía de nuestra naturaleza, y es versado en nuestros puntos más débiles.
Todos nosotros somos jóvenes e inexpertos comparados con este antiguo tentador; todos
somos estrechos en nuestras miras y limitados en nuestra experiencia, comparados con esta
serpiente que es más astuta que todas las bestias del campo: no nos debe sorprender que
quite la palabra que es sembrada en los corazones de piedra.
Además, él deriva su poder principal de la condición del alma del hombre: es fácil que los
pájaros recojan la semilla que está expuesta sobre un camino hollado. Si el suelo hubiera sido
bueno y la semilla hubiera penetrado en él, habría tenido una mayor dificultad, a tal punto,
que podría haber sido anulado; pero un corazón endurecido hace en gran medida la obra del
diablo; no necesita usar de violencia ni de astucia; la palabra que no ha sido recibida,
permanece allí sobre la superficie del alma, y él la quita. El poder del maligno proviene
grandemente de nuestro propio mal.
Oremos para que el Señor renueve el corazón, para que el testimonio de Jesús sea
aceptado de todo corazón, y no pueda ser quitado nunca.
Grande es la necesidad de una oración así. Nuestro adversario no es un ser imaginario. Su
existencia es real, su presencia constante, su poder inmenso, su actividad infatigable. Señor,
iguálalo y sobrepásalo. Aleja a la más inmunda de las aves del cielo, quiebra el suelo del alma,
y permite que tu verdad viva verdaderamente y crezca graciosamente en nosotros.
III. Nuestro breve sermón concluye con el tercer punto que es, el PROPÓSITO del diablo. Él
es un gran teólogo, y sabe que la salvación es por la fe en el Señor Jesús; y por esto teme, por
encima de todo, que los hombres "crean y sean salvos." La sustancia del Evangelio radica en
estas pocas palabras, "cree y serás salvo," y en la proporción en que Satanás odia al
Evangelio, nosotros debemos valorarlo. Él no le teme tanto a las obras como a la fe. Si él
puede conducir a los hombres a obrar, o a sentir, o a hacer cualquier cosa en lugar de creer,
estará contento; pero él le tiene miedo a la fe, porque Dios la ha vinculado a la salvación. Cada
oyente debe saber esto, y, por esta causa, debe volver su atención al punto que el diablo
considera digno de su actividad más importante. Si el destructor labora para impedir que el
corazón crea, los sabios deberán estar alerta, y ver a la fe como la única cosa necesaria.
"Para que no crean y se salven" Satanás quita la palabra de sus corazones.
En esto hay también sabiduría: sabiduría oculta en la astucia del enemigo. Si el Evangelio
permanece en contacto con el corazón, su tendencia será producir fe. La semilla que
permanece en el suelo, brota y produce fruto, y así el Evangelio desplegará su poder vivo si
permanece en el hombre, y por tanto el diablo se apresura a quitarla. La palabra de Dios es la
espada del Espíritu, y al diablo no le gusta ver que permanezca cerca del pecador por temor de
que lo hiera. Él siente miedo de la influencia de la verdad en la conciencia, y si no puede
impedir que el hombre la oiga, se esfuerza por impedir que medite en ella. "Así que la fe es
por el oír, y el oír, por la palabra Dios": destruir eso que ha sido oído es el método satánico
para impedir la fe.
Aquí tenemos, otra vez, una palabra práctica para el oído de la prudencia: mantengamos el
Evangelio cerca de la mente de los inconversos; en la medida de lo posible, sembremos una y
otra vez, por si quizás una semilla eche raíces. Los campesinos solían plantar ciertas semillas
para poner "una para el gusano, y una para el cuervo, y luego una tercera para que con
seguridad creciera", y nosotros debemos hacer algo parecido.
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En el libro de Jeremías, el Señor describe Su propia acción así: "Aunque os hablé desde
temprano y sin cesar, no oísteis, y os llamé, y no respondisteis": de cierto, si el Señor mismo
ha continuado hablando a una raza que no responde, no necesitamos murmurar porque mucha
de nuestra predicación parezca vana. Hay vida en la semilla del Evangelio, y crecerá si puede
ser introducida en la tierra del corazón; debemos, por tanto, tener fe en ella y no soñar con
obtener una cosecha excepto por el método pasado de moda de sembrar la buena semilla. El
diablo evidentemente odia la palabra, pero nosotros aferrémonos a ella, y sembrémosla por
doquier.
Lector u oyente, a menudo has escuchado el Evangelio, pero, ¿lo has oído en vano?
Entonces el diablo tiene que ver contigo mucho más de lo que te imaginas. ¿Es ese
pensamiento agradable para ti? La presencia del diablo es corruptora y degradante, y él ha
estado revoloteando sobre ti como lo hacen las aves sobre un ancho camino, y posándose en ti
para quitarte la Palabra. Piensa en ello. Estás perdiéndote de la comunión con el Padre y con
su Hijo Jesucristo por tu incredulidad, y en lugar de ello estás teniendo comunión con Satanás.
¿No es esto horrible? En vez de que el Espíritu Santo more en ti como mora en todos los
creyentes, el príncipe de las tinieblas está convirtiéndote en su albergue, entrando y saliendo
de tu mente a su gusto. Tú recordarás el sueño de Jacob de una escalera, y los ángeles que
subían y descendían entre el cielo y el lugar donde él se encontraba: la experiencia de tu vida
podría ser expresada por otra escalera que desciende al oscuro abismo, y ¡los espíritus
inmundos van y vienen y suben y bajan por sus peldaños y se acercan a ti!
¿Acaso no te sobresalta eso? Que el Señor te conceda que te sobresaltes.
¿Deseas un cambio? Que el Espíritu Santo convierta tu corazón en buena tierra, y entonces
la semilla de la gracia divina crecerá en ti, y producirá fe en el Señor Jesús.

EL ACEITE Y LAS VASIJAS


Nº 1467A
Un sermón escrito en Menton, Francia.

"Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él
dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite."
2 Reyes 4:6.

En tanto que hubo vasijas que llenar, el milagroso chorro de aceite continuó, y sólo cesó
cuando ya no hubo más cántaros que lo recibieran.
El profeta no pronunció una sola palabra para detener el proceso multiplicador, y el Señor
no puso ningún límite al prodigio de abundancia. La pobre viuda no se vio restringida en Dios,
sino en su provisión de tinajas vacías. Ninguna otra cosa en el universo redujo el flujo del
aceite. Sólo la ausencia de recipientes para guardar el aceite, detuvo la corriente al instante.
Las vasijas escasearon primero que el aceite; nuestros poderes receptores se agotarán
mucho antes que el poder proveedor de Dios.
Esto es cierto en referencia a NUESTRAS CIRCUNSTANCIAS PROVIDENCIALES.
En tanto que tengamos necesidades, tendremos provisiones, y encontraremos que nuestras
necesidades se agotan mucho antes que la liberalidad divina. En el desierto caía más maná del
que las tribus podían comer, y corría más agua de la que los ejércitos podían beber, y mientras
estuvieron en tierra desértica y requirieron de esta provisión, se les otorgó de continuo.
Cuando llegaron a Canaán y se alimentaron del fruto de la tierra, las provisiones especiales
cesaron, pero sólo hasta ese momento. De la misma manera, también, el Señor alimentará a
Su pueblo hasta que no lo necesite más.
La aparente fuente de suministro de la viuda, era tan sólo una vasija de aceite, que
permaneció derramando en abundancia mientras se ponía una vasija tras otra debajo de ella.
De la misma manera, lo poco que el Señor otorga a Su pobre pueblo, continuará proveyendo lo
suficiente, día con día, hasta que el último día de vida, como la última vasija, haya sido
llenado. Algunos no se contentan con esto, sino que quisieran que el aceite abundara más allá
de la última vasija, aun después de su muerte, no descansando nunca hasta haber atesorado
sus miles, y haber enterrado sus corazones en medio de polvo de oro. Si el aceite corre hasta
que la última tinaja esté llena, ¿qué más necesitamos? Si la providencia nos garantiza
alimento y vestido hasta que acabemos nuestra vida mortal, ¿qué más podríamos requerir?
Sin duda, en la dispensación de riqueza y de otros talentos a Su siervos, el Señor considera
sus capacidades. Si tuvieran más vasijas, tendrían más aceite. El Dios infinitamente sabio,
sabe que es mejor que algunos hombres sean pobres y no ricos; no podrían soportar la
prosperidad, y por eso el aceite no fluye, porque no hay una vasija que llenar. Si somos
capaces de recibir un don terrenal, entonces será algo bueno para nosotros, y el Señor ha
declarado que no negará ningún bien a aquellos que caminen rectamente; pero un talento que
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no pudiéramos recibir para un uso adecuado, sólo sería una maldición para nosotros, y por
ello, el Señor no nos abruma con eso. Tendremos todo lo que podamos absorber: todo lo que
realmente necesitamos, todo lo que vayamos a emplear con seguridad para Su gloria, todo lo
que ministre para nuestro más elevado bien, Dios lo verterá de Su plenitud inextinguible, y
sólo cuando ve que los dones serían desperdiciados para convertirse en superfluidades, o en
responsabilidades abrumadoras, o en ocasiones de tentación, Él restringirá Su poder, y el
aceite cesará. Puedes estar seguro que la munificencia de Dios se mantendrá a la par de tu
verdadera capacidad, y "te apacentarás de la verdad."
El mismo principio es válido en relación AL CONFERIMIENTO DE LA GRACIA SALVADORA. En
una congregación, el Evangelio es como la vasija de aceite, y quienes reciben de ella son
almas necesitadas, deseosas de la gracia de Dios. Contamos siempre con muy pocas de estas
personas en nuestras asambleas. Muchas son las vasijas de aceite, rellenas hasta el borde e
inamovibles: el fariseo saciado, el profesante satisfecho consigo mismo, y el mundano
arrogante son así: para estos, el milagro de la gracia no tiene un poder multiplicador, pues
están listos a derramarse en cualquier momento. Un Cristo lleno es para pecadores vacíos, y
únicamente para pecadores vacíos, y en tanto que haya una alma realmente vacía en una
congregación, siempre saldrá una bendición con la palabra, y no más. No es nuestro vacío,
sino nuestra plenitud, lo que puede obstaculizar las salidas de la gracia inmerecida. Mientras
haya un alma consciente de pecado y ávida de perdón, la gracia manará; sí, mientras haya un
corazón cansado de la indiferencia y ansioso de ser herido, la gracia brotará.
Alguno dirá: "yo me siento completamente inepto para ser salvado." Tú estás
evidentemente vacío, y, por tanto, hay espacio en ti, para el aceite de la gracia. "Ay," clama
otro, "yo no siento absolutamente nada. Incluso mi propia ineptitud me deja impasible." Esto
únicamente muestra cuán enteramente vacío estás, y en ti también, el aceite encontrará
espacio pa ra su fluir. "Ah," suspira un tercero, "me he vuelto escéptico, la incredulidad me ha
endurecido como una solera de un molino." En ti también hay gran capacidad de
almacenamiento para la gracia. Sólo estén dispuestos a recibir. Permanezcan como una vasija
de aceite con su boca abierta, esperando que el aceite sea derramado del recipiente milagroso.
Si el Señor ha puesto en ti el deseo de recibir, no tardará mucho en darte gracia sobre
gracia.
¡Oh, que nos pudiéramos encontrar con más almas vacías! ¿Por qué habrían de
interrumpirse los prodigios del Señor por falta de personas que necesitan que esas maravillas
sean obradas en ellas? ¿No hay almas necesitadas a nuestro alrededor? ¿Acaso todos los
hombres se han vuelto ricos, o es sólo una vana presunción que se apodera de muchos
corazones?
Hay almas verdaderamente vacías, escondidas en rincones donde lloran hasta agotar todas
sus lágrimas y quedarse sin llanto, y tratan de quebrantar sus corazones inquebrantables, y
claman delante del Señor porque sienten que no pueden orar, o sienten y odian el pecado;
escondidas en los rincones, digo, hay almas verdaderamente vacías, y para ellas el aceite
celestial está manando todavía, está manando ahora.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." No
se objetó a ninguna vasija en nuestra narración, en tanto que estuviera vacía; sólo había un
requisito, y únicamente uno: que pudieran ser llenadas debido a que estaban vacías. Vengan,
entonces, almas necesitadas, acudan a la fuente eterna y reciban abundantes bendiciones,
otorgadas inmerecidamente, simplemente porque las necesitan, y porque el Señor Jesús se
agrada en otorgarlas.
Lo mismo es válido con relación a OTRAS BENDICONES ESPIRITUALES.
En nuestro Señor Jesús habita toda plenitud, y, puesto que no necesita gracia para Sí, está
almacenada en Él para brindarla a los creyentes.
Los santos confiesan a una voz: "De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia." El
límite de Su efusión es nuestra capacidad de recibir, y ese límite con frecuencia está reducido
por nuestras estrechas oraciones: "No tenemos lo que deseamos, porque no pedimos, o
porque pedimos mal." Si nuestros deseos estuvieran expandidos, nuestras raciones serían
mayor tamaño. Dejamos de traer vasijas vacías, y por tanto, el aceite cesa. No vemos
suficientemente nuestra pobreza, y por tanto, no estiramos nuestros anhelos. Oh, que
tuviéramos un corazón insaciable para Cristo, una alma más codiciosa que la tumba misma,
que no conoce la saciedad: entonces correrían ríos del aceite celestial hacia nosotros, y
estaríamos llenos con la plenitud de Dios.
Con frecuencia nuestra incredulidad limita al Santo de Israel. Nada obstaculiza tanto la
gracia, como este vicio empobrecedor. "No hizo allí muchos milagros, a causa de la
incredulidad de ellos." La incredulidad declara que es imposible que salga más aceite de la
vasija, y por tanto, se niega a traer más vasijas bajo pretexto de tenerle un miedo humilde a
la presunción, robando así al alma y deshonrando al Señor. ¡Qué vergüenza, madre del
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hambre, que secas las fuentes brotantes! ¡Qué habremos de hacer contigo, traidor mentiroso!
¿Qué carbones de enebro serán lo suficientemente voraces para ti, incredulidad perversa?
Lamentamos que nuestro gozo haya partido, que nuestras gracias languidezcan, que nuestra
utilidad esté restringida. ¿De quién es la culpa de todo esto? ¿Se ha acortado el Espíritu de
Jehová? ¿Son estas Sus acciones? No, en verdad, nosotros mismos hemos tapado las botellas
del cielo. Que la infinita misericordia nos salve de nosotros mismos, y nos induzca a traer
ahora "Vasijas vacías, no pocas."
El orgullo tiene también un horrible poder para cortar el suministro del aceite divinamente
provisto. Cuando estamos de rodillas, no sentimos ninguna necesidad apremiante, ninguna
escasez urgente, ningún peligro especial. Al contrario, nos sentimos ricos y con abundancia de
bienes, y no necesitamos nada. ¿Nos sorprende, entonces, que no seamos refrescados y no
sintamos deleite en los santos ejercicios? ¿No hemos oído decir al Señor: "Tráeme aún otras
vasijas"? Y como hemos respondido: "No hay más vasijas," ¿debería sorprendernos que el
aceite cese? Que el Señor nos libre de la influencia abrasadora de la arrogancia. Convertirá a
un Edén en un desierto. La pobreza del alma conduce a la plenitud, pero la seguridad carnal
crea infecundidad. El Espíritu Santo se deleita en consolar a todo corazón hambriento, pero el
alma llena desprecia el panal de Sus consuelos, y es abandonada a sí misma hasta que se está
muriendo de hambre y clama pidiendo el pan celestial. Estemos seguros de esto, que hay
abundancia de gracia que puede ser obtenida en tanto que tengamos hambre y sed de ella, y
jamás un solo corazón dispuesto será forzado a clamar: "el aceite ha cesado," mientras traiga
una vasija vacía.
La misma verdad será demostrada en referencia a LOS PROPÓSITOS DE GRACIA EN EL
MUNDO. La plenitud de la gracia divina corresponderá a cada requerimiento de ella hasta el
final de los tiempos. Los hombres no serán salvados jamás aparte de la expiación de nuestro
Señor Jesús, pero el precio del rescate nunca será considerado insuficiente para redimir a las
almas que confían en el Redentor— "Amado Cordero agonizante, Tu sangre preciosa No
perderá nunca su poder, Hasta que toda la iglesia rescatada por Dios Sea salvada para no
pecar más."
Tampoco Su intercesión a favor de aquellos que vienen a Dios por Él, dejará de prevalecer.
Hasta la última hora en el tiempo, no se dirá nunca que un solo pecador buscó Su rostro en
vano, o que al final fue encontrada una vasija vacía porque Jesús no pudo llenarla.
El poder del Espíritu Santo para convencer de pecado, para convertir, consolar y santificar,
permanecerá siendo el mismo hasta el fin de la edad. No se encontrará nunca un penitente
que llore, que no sea alentado por Él con una esperanza viva, y conducido a Jesús para eterna
salvación, ni se encontrará a ningún creyente que luche que no sea guiado por Él a una
victoria cierta y total. Él obrará al final la perfección misma en todos los santos, dándonos una
idoneidad para Su santa herencia de arriba. Ninguno de nosotros se abatirá cuando
descubramos de nuevo nuestra propia incapacidad y nuestra condición de muertos. Nuestra
esperanza no está basada nunca en un poder creado; una esperanza viva tiene su cimiento en
la omnipotencia del Espíritu Santo, que no está sujeta a cuestionamiento o cambio. La sagrada
Trinidad obrará conjuntamente para la salvación de todos los elegidos hasta que todo sea
cumplido.
Cualquier cosa que esté pendiente en lo referente a los propósitos de Dios, Él tiene el poder
de alcanzarla. Si está frente a nosotros toda una fila de vasijas vacías, llevando los nombres de
Babilonia vencida, los judíos convertidos, las naciones evangelizadas, los ídolos abolidos, y
cosas semejantes, de ninguna manera debemos sentirnos descorazonados, pues todas estas
vasijas de la promesa serán llenadas a su debido tiempo.
La iglesia del presente día es débil, y sus provisiones son muy inadecuadas para la empresa
que le espera, sin embargo, así como muchas vasijas fueron llenadas de un solo recipiente de
aceite, aun siendo mucho más grandes que él, así, por medio de Su pobre y despreciada
iglesia, el Señor cumplirá sus augustos designios y llenará el universo de alabanza, mediante
la necedad de la predicación. "No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha
placido daros el reino." Con esta garantía, los creyentes pueden salir valerosamente entre los
paganos.
Las naciones son vasijas vacías, y no son pocas; Dios ha bendecido nuestra tinaja de aceite,
y todo lo que tenemos que hacer es verterla y continuar vertiéndola hasta que no haya
ninguna otra vasija. Estamos muy lejos todavía de esa consumación. No todos son salvos en
nuestras congregaciones; incluso en nuestras familias, muchos no son convertidos.
Por tanto, no podemos decir: "No hay más vasijas," y, bendito sea Dios, no debemos
sospechar tampoco que cesará el aceite. Con entrega esperanzada traigamos las vasijas vacías
debajo del sagrado chorro, para que puedan ser llenadas.
¡Cuán gloriosa será la consumación cuando todos los elegidos sean reunidos! Entonces
ningún alma que busque quedará sin ser salvada, ni ningún corazón que ore esperará ser
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consolado, ni ninguna oveja descarriada tendrá que ser buscada. No se encontrará ninguna
vasija que necesite ser llenada a lo largo de todo el universo, y entonces el aceite de la
misericordia cesará de fluir, y la justicia tendrá sola su juicio. Ay de los impíos en aquel día,
pues entonces las vasijas vacías serán rotas en pedazos; como no recibieron el aceite del
amor, cada una de ellas será llena del vino de la ira. Que la gracia infinita nos preserve a cada
uno de nosotros de esta terrible condenación. Amén.

LA VAQUILLA ROJA
Nº 1481
Un sermón predicado la mañana del domingo 29 de junio, 1879, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

"Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra
rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de
Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará
vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?"
Hebreos 9:13, 14.

Amados hermanos en Cristo, ustedes moran en gran cercanía a Dios.


Él les llama "el pueblo a él cercano." Su gracia los ha convertido a ustedes en Sus hijos e
hijas, y Él es un Padre para ustedes. Su palabra es cumplida en ustedes, "Habitaré y andaré
entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo." Recuerden que su favorecida posición
como hijos de Dios, los ha colocado bajo una peculiar disciplina, pues ahora Dios los trata
como hijos, y los hijos están sujetos a las normas del hogar. El Señor será santificado en los
que a Él se acercan. Un favor especial implica una norma especial. No se hicieron estrictas
leyes para el comportamiento de los amalecitas, ni de los amorreos ni de los egipcios, porque
ellos estaban muy alejados de Dios, y Él pasó por alto los tiempos de su ignorancia. Pero el
Señor apartó a Israel para que fuese Su pueblo, y vino y habitó en medio de la congregación.
La tienda sagrada en la que mostró Su presencia fue plantada en el centro del campamento, y,
allí, el grandioso Rey enarboló Su estandarte de fuego y de nube. Por esto, como el Señor llevó
al pueblo tan cerca de Él, lo sujetó a leyes especiales, vigentes para Su palacio más bien que
para las inmediaciones de Su dominio.
Ellos estaban obligados a conservarse muy puros, pues llevaban los utensilios de Jehová, y
eran una nación de sacerdotes delante de Él. Tenían que ser santos espiritualmente, pero
como estaban en su niñez, se les tenía que enseñar esto mediante leyes que se referían la
purificación externa. Lean las leyes establecidas en Levítico y vean cuánto cuidado requería la
nación favorecida, y cuán celosamente debían cuidarse de la contaminación.
Precisamente así como los hijos de Israel en el desierto, estaban sujetos a regulaciones
severas, así también quienes viven cerca de Dios, están sujetos a una santa disciplina en la
casa del Señor. "Nuestro Dios es fuego consumidor." Ahora no estamos hablando de nuestra
salvación, o de nuestra justificación como pecadores, sino de los tratos del Señor hacia
nosotros, como santos. En ese respecto debemos caminar cuidado samente con Él, y vigilar
nuestros pasos, para no ofenderle. Nuestro sincero deseo es comportarnos en Su casa, de tal
manera, que siempre nos permita tener acceso confiado a Su presencia, y no se vea compelido
nunca a rechazar nuestras oraciones, porque hemos estado cayendo en pecado. El deseo de
nuestro corazón y nuestro anhelo interior, es que nunca perdamos la sonrisa de nuestro Padre.
Si hemos perdido comunión con Él, aunque sea por una hora, nuestro clamor debe ser, "¡Quién
me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla"; pues cuando tenemos comunión
con el Señor somos felices, somos fuertes, y estamos llenos de aspiraciones y emociones
celestiales. No hay bajo el cielo un gozo semejante al gozo de la comunión con Dios. Es
incomparable e inexpresable, y por tanto, cuando perdemos la presencia de Dios, aunque sea
por poco tiempo, somos como una paloma separada de su compañero, que no cesa de dolerse.
Nuestro corazón y nuestra carne claman por Dios, por el Dios vivo. ¿Cuándo vendremos, y nos
presentaremos delante de Dios?
Ahora, amados, he seleccionado el tema de esta mañana para que aprendamos cómo
renovar nuestra comunión con Dios, siempre que la perdamos por un sentido de pecado. Si el
Espíritu Santo graciosamente nos ilumina, veremos cómo la conciencia puede ser guardada
limpia, para que así el corazón sea capaz de morar con Dios. Veremos nuestro riesgo de
contaminación y la manera mediante la cual nuestra impureza puede ser quitada. Que nos sea
otorgada la gracia para evitar las contaminaciones que obstruyen la comunión, y para buscar
la purificación que limpia la inmundicia y restaura la comunión. Primero, voy a esforzarme por
describir el tipo al que alude el apóstol con las palabras: "Las cenizas de la becerra rociadas a
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los inmundos," y después, en segundo lugar, vamos a engrandecer al Antitipo, haciendo
hincapié en las palabras, "¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno
se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para
que sirváis al Dios vivo?"
I. DESCRIBAMOS EL TIPO. En el capítulo diecinueve de Números, encontrarán el tipo; sean
tan amables de abrir sus Biblias, y refrescar sus memorias.
Primero, el tipo menciona inmundicias ceremoniales, que eran los símbolos de las impurezas
causadas por el pecado. Los israelitas podían volverse inmundos con suma facilidad, hasta
quedar incapacitados de ir al tabernáculo de Jehová. Habían inmundicias vinculadas tanto con
el nacimiento como con la muerte, con los alimentos y con las bebidas, con los vestidos y con
las casas. Los estatutos eran muy detallados y abarcaban todo, hasta el punto que un hombre
difícilmente podía moverse fuera de su tienda o incluso permanecer en su propia tienda, sin
incurrir en impurezas, de una manera o de otra, que le dejaban incapacitado para entrar en los
atrios del Señor o para ser un miembro aceptable de la con gregación. En el pasaje de
Números que está ahora delante de nosotros, la fuente primordial de contaminación
considerada, es la muerte. "Cualquiera que tocare algún muerto a espada sobre la faz del
campo, o algún cadáver, o hueso humano, o sepulcro, siete días será inmundo." Ahora, la
muerte es peculiarmente el símbolo del pecado, así como el fruto del pecado. El pecado, como
la muerte, desfigura la imagen de Dios en el hombre. Tan pronto como la muerte se aferra del
cuerpo de un hombre, destruye la lozanía de la belleza y la dignidad de la fuerza, y ahuyenta
de la divina forma humana ese misterioso algo que es el símbolo de la vida interior.
Independientemente de cuán conservado pueda parecer un cadáver por algún tiempo, está
estropeado; la excelencia de su vida ha partido, y, ay, en unas cuantas horas, o cuando
mucho, en unos cuantos días, la imagen de Dios comienza a desvanecerse completamente. La
corrupción y el gusano comienzan su obra desoladora, y el horror sigue a esa comitiva.
Abraham, independientemente de cuánto haya amado a su Sara, se pone pronto ansioso y
quiere enterrar a su bienamada fuera de la vista de todos. Ahora, lo que hace la muerte a la
"divina forma humana," eso hace el pecado a la imagen espiritual de Dios en nosotros. La
desfigura totalmente. La naturaleza humana, en su madurez, es una moneda corriente del
dominio de Dios, acuñada por el grandioso Rey; pero, por el pecado, es estropeada y
desfigurada, para gran deshonra del Rey, cuya imagen e inscripción lleva. Por esto, el pecado
es sumamente aborrecible para Dios, y la muerte es aborrecible como tipo del pecado.
Las impurezas que adquirían los israelitas por la muerte, deben haber sido muy frecuentes.
Como toda una generación murió en el desierto, la mayoría de los habitantes debe haber caído
una y otra vez bajo la ley aplicable a la inmundicia, ya sea por causa de sus padres o de sus
amigos.
Un hombre podía excavar en el campo algunos restos humanos, o arar sobre una tumba, o
encontrar un cuerpo muerto accidentalmente, y de inmediato era inmundo. ¡Cuán frecuente
eran, entonces, las ocasiones de ser inmundos! Pero, ah, hermanos míos, no tan frecuentes
como las ocasiones de contaminación que enfrentan nuestras conciencias, en un mundo como
este, pues podemos errar y transgredir de mil maneras— "Oh, por un albergue en algún
vasto desierto, Alguna ilimitada proximidad de sombra," ¡donde el pecado no alcanzara
nunca mi alma! Pero es en vano suspirar de esta manera, pues aun si se pudiese escapar del
tropel de gente, no por eso escaparíamos del pecado. El israelita se podía encontrar con la
inmundicia, incluso en su propia tienda. Les he recordado ya que estos estatutos acerca de la
muerte, nos presentan únicamente una parte de las ocasiones de contaminación que rodeaban
al pueblo de Israel: eran mucho más numerosas que estas.
Un hombre podría ser inmundo incluso en su sueño; la ley le seguía la pista muy de cerca
aun en sus lugares más secretos, y circundar sus horas de mayor descuido. De la misma
manera nos asedia el pecado.
¡Como un perro siguiéndonos los talones, siempre está con nosotros!
Como nuestra sombra, nos persigue, vayamos donde vayamos. Sí, y cuando el sol no brilla,
y las sombras se han disipado, el pecado todavía está allí. ¿Adónde huiremos de su presencia,
y adónde nos ocultaremos de su poder? Queriendo nosotros hacer el bien, el mal está en
nosotros.
¡Cuán humillados deberíamos sentirnos al recordar esto!
El israelita se volvía inmundo incluso al hacer el bien, pues definitivamente era una buena
obra enterrar a los muertos. Un hombre era impuro si por motivos de caridad, ayudaba a
enterrar al pobre, o al que había sido asesinado, o a las tristes reliquias de mortalidad que
pudieran quedar al descubierto en la llanura, y sin embargo, esta era una acción encomiable.
Ay, hay pecado incluso en nuestras cosas santas. La moralidad más pura, en la que ningún ojo
de hombre pudiera detectar una mancha, es defectuosa a los ojos de Dios. Hermanos, el
pecado mancilla nuestra piedad y contamina nuestra devoción. Ni siquiera podemos orar, sin
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que necesitemos pedirle a Dios que perdone nuestra oración. Nuestros actos de fe conllevan
una medida de incredulidad, pues la fe no es nunca tan sólida como debería serlo. Nuestras
lágrimas penitenciales tienen algún componente de impenitencia en ellas, y nuestras
aspiraciones celestiales tienen una medida de carnalidad que las degrada. El mal de nuestra
naturaleza se adhiere a todo lo que hacemos. ¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie. De una
forma o de otra, la inmundicia nos alcanzará.
Hemos sido lavados una vez con la sangre de Jesús, y estamos limpios delante del tribunal
de Dios, y sin embargo, en la familia divina, necesitamos que nuestros pies sean limpiados
después de caminar un rato por este mundo polvoriento, y no hay ningún discípulo que esté
por encima de la necesidad de este lavamiento. A cada uno de nosotros y a todos, el Señor
nos dice: "Si no te lavare, no tendrás parte conmigo."
Si un hombre tocaba a un muerto, no solamente se volvía inmundo, sino que se convertía
en fuente de inmundicia. "Y todo lo que el inmundo tocare, será inmundo; y la persona que lo
tocare será inmunda hasta la noche." Mientras un hombre permaneciera inmundo, no podía
subir a la adoración a Dios, y estaba en peligro de ser cortado de entre la congregación, "por
cuanto," dice la ley, "contaminó el tabernáculo de Jehová."
La contaminación brotaba del contaminado. ¿Acaso ustedes y yo podemos recordar, lo
suficiente, cuánto mal diseminamos cuando estamos fuera de la comunión con Dios? Cualquier
temperamento poco generoso proyecta su sombra en los demás. Nunca lanzamos alguna
mirada, sin provocar resentimiento y malos sentimientos en los otros. Esta persona o aquella
seguirá nuestro ejemplo, si somos holgazanes; y así estaríamos haciendo mucho daño, aun
cuando no estemos haciendo nada. Ni siquiera podrían enterrar su talento en una servilleta,
sin poner un ejemplo, para que los demás hicieran lo mismo, y si ese ejemplo fuera seguido
por todos, ¡cuán terribles serían las consecuencias! Fíjense que no estoy hablando ahora de los
pecadores del mundo, sino de los santos de Dios.
Como las ordenanzas contenidas en el capítulo delante de nosotros eran para Israel, así
estas cosas son predicadas para aquellos en quienes está el Espíritu del Señor. El anhelo
ferviente de mi alma es que nuestro caminar sea digno del Señor, para agradarle en todo, y
que no nos volvamos indignos de la comunión con Él.
Esta inmundicia le impedía al hombre subir para adorar a Dios, y lo separaba de esa
grandiosa y permanente congregación que era llamada a morar en la casa de Dios, pues
residía alrededor del lugar santo. Él era, por decirlo así, excomulgado, o suspendido, por lo
menos, de su comunión: no podía traer ninguna ofrenda, no podía estar en medio de la
multitud y presenciar la solemne adoración, pues era inmundo, y debía considerarse así.
¿Llegan los hijos de Dios, alguna vez, a este punto? Ah, queridos amigos, en lo relativo a
nuestras conciencias, con frecuencia estamos en medio de los inmundos. No estamos
contaminados como los paganos, ni condenados con el mundo, pero como hijos de Dios,
sentimos que nos hemos desviado, y nuestra conciencia nos remuerde. El pecado ya ha sido
quitado de nosotros, pues somos criminales ya juzgados delante de un juez, pero pesa sobre
la conciencia de la misma manera que las fallas de un hijo, le causan dolor.
Esta inmundicia debe ser purificada de la conciencia, y nuestro sermón entero es sobre esa
materia. No hablo de quitar efectivamente el pecado delante de Dios, sino de quitar de la
conciencia su contaminación, de tal manera que la comunión con Dios pueda ser posible.
Recuerden la palabra del Señor, "Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y
vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír." Cuando
el pecado está en su conciencia, no se necesita de ninguna ley que impida su comunión con
Dios; pues no pueden acercarse naturalmente a Él, pues tienen miedo de hacerlo, y sienten
una aversión a hacerlo. Mientras la sangre perdonadora no hable paz dentro de su espíritu, no
pueden acercarse a Dios. El apóstol dice: "Acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con
agua pura."
El lavamiento es el que nos permite acercarnos. Nos hacemos para atrás, temblamos,
encontramos que la comunión es imposible, hasta que somos purificados.
Suficiente en cuanto a las contaminaciones descritas en el capítulo; ahora, hablaremos en lo
relativo a la purificación que menciona.
La contaminación era frecuente, pero la purificación siempre estaba disponible. En un
determinado momento, todo el pueblo de Israel traía una vaquilla roja para que fuera usada
en la expiación. No era a costa de una persona, o de una tribu, sino que toda la congregación
traía la becerra alazana, para ser sacrificada. Tenía que ser su sacrificio, y era traída por todos
ellos. No era conducida, sin embargo, al lugar santo para el sacrificio, sino que era sacada
fuera del campamento, y allí era degollada en presencia del sacerdote, y era quemada
completamente con fuego, no como un sacrificio sobre el altar, sino como una cosa inmunda
de la que había que deshacerse fuera del campamento. No se trataba de un sacrificio regular,
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pues, si así hubiera sido, lo habríamos encontrado descrito en Levítico; era una ordenanza
enteramente única, que proclamaba un aspecto muy diferente de la verdad.
Pero regresemos al capitulo; la vaquilla roja era degollada, antes de que la inmundicia fuera
cometida, de igual manera que nuestro Señor Jesucristo fue hecho maldición por el pecado,
hace mucho, mucho tiempo.
Antes que ustedes y yo hubiéramos vivido para cometer la inmundicia, ya había un sacrificio
provisto para nosotros. Para descargo de nuestra conciencia, será bueno que veamos este
sacrificio como el de un sustituto por el pecado, y que consideremos los resultados de esa
expiación.
El pecado en la conciencia necesita, para su remedio, el fruto de la sustitución del Redentor.
La vaquilla roja era degollada: la víctima caía bajo el hacha del carnicero.
Se tomaba entonces todo: su cuero, su carne, su sangre, su estiércol, todo, pues no debía
quedar ninguna traza de ella, y era quemada enteramente con fuego, conjuntamente con
madera de cedro, e hisopo, y lana carmesí, que yo supongo que se había usado previamente
para rociar la sangre de la vaquilla, y por tanto debía estar empapada con esa sangre. ¡Todo
ese conjunto era destruido fuera del campamento! Lo mismo sucedió con nuestro Señor, que
aunque Él mismo era inmaculado, fue hecho pecado por nosotros, y sufrió fuera del
campamento, sintiendo la separación de Dios, mientras clamaba: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?" ¡Ah, cuánto le costó a nuestro Señor ponerse en nuestro lugar y
cargar con las iniquidades de los hombres!
Entonces las cenizas eran recogidas y puestas en lugar limpio, accesible para todo el
campamento. Todo mundo sabía dónde estaban las cenizas, y siempre que había una
inmundicia, se dirigían a ese montón de cenizas y tomaban una pequeña porción. Cuando las
cenizas se agotaban, traían otra vaquilla roja, y hacían la misma operación que habían hecho
antes, para que esta purificación para los inmundos, siempre estuviera disponible.
Pero aunque esta vaquilla roja era degollada para todos, y la sangre era rociada hacia la
parte delantera del tabernáculo de reunión, nadie derivaba ningún beneficio personal en
referencia a su propia inmundicia, a menos que la utilizara personalmente. Cuando un hombre
se volvía inmundo, conseguía a una persona limpia, para que fuera a nombre suyo a tomar un
poco de las cenizas, y a ponerlas en un recipiente y echar sobre ellas agua corriente, y luego
rociar esta agua de purificación sobre él, sobre su tienda, y sobre todos sus muebles. Mediante
esa aspersión, al cabo de siete días, la persona inmunda era purificada. No había ningún otro
método de purificación de su inmundicia, excepto ese.
Lo mismo sucede con nosotros. Hoy, el agua viva de las sagradas influencias del divino
Espíritu, debe alzar el fruto de la sustitución de nuestro Señor, y aplicarlo a nuestras
conciencias. Lo que queda de Cristo después que el fuego pasó sobre Él, incluyendo los
méritos eternos, y la virtud permanente de nuestro grandioso sacrificio, debe ser rociado sobre
nosotros, a través del Espíritu de nuestro Dios. Entonces estamos limpios en la conciencia,
pero no antes. Nuestro Señor se levantó otra vez al tercer día, y bienaventurados aquellos que
reciben la justificación del tercer día por la resurrección del Señor. Así es quitado el pecado de
la conciencia; pero en tanto que estemos en este cuerpo, habrán algunos temblores, alguna
medida de desasosiego, por causa del pecado alojado en nosotros; pero bendito sea Dios
porque hay una purificación al cabo del séptimo día, que completará la limpieza.
Cuando irrumpa el Domingo eterno, entonces tendrá lugar la última aspersión con el hisopo,
y seremos limpios, y entraremos en el reposo que queda para el pueblo de Dios, limpios por
completo. Al final, vendremos delante de Dios sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, y
seremos tan capaces de tener comunión con Él, como si no hubiésemos transgredido nunca,
siendo presentados sin mancha delante de Su presencia, con sumo y grande gozo.
Suficiente en lo concerniente al tipo, con el cual ya hemos mezclado algún grado de
exposición.
II. ENGRANDEZCAMOS AL GRANDIOSO ANTITIPO. "Porque si la sangre de los toros y de los
machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la
purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo?" ¿Cuánto más? Él no nos da la
medida, sino simplemente lo deja con un interrogante. Nunca seremos capaces de decir cuánto
más, pues la diferencia entre la sangre de los toros y de los machos cabríos y la sangre de
Cristo, la diferencia entre las cenizas de la vaquilla roja y los eternos méritos del Señor Jesús,
debe ser una diferencia infinita. Permítanme ayudar a su juicio mientras declaramos la suma
grandeza de nuestro poderoso Redentor, por quien somos reconciliados con Dios.
Primero, entonces, nuestra impureza es mucho mayor, pues la impureza de la que habla
nuestro texto está en la conciencia. Ahora, yo puedo creer que el Israelita, cuando se volvía
inmundo por tocar un cadáver por necesidad, o un pedazo de un hueso por accidente, no
sentía nada en su conciencia, pues no había pecado en ese asunto; era sólo ceremonialmente
inmundo, y eso era todo. Su incapacidad ceremonial le turbaba, pues habría estado muy
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contento de subir al tabernáculo del Señor y tener compañerismo con las huestes de Israel,
pero no había nada en su conciencia. Si hubiera habido, la sangre de los toros y de los
machos cabríos no le hubiera podido ayudar.
Amados, ustedes y yo sabemos lo que es, a veces, tener inmundicia sobre nuestras
conciencias, y tener que lamentarnos porque nos hemos descarriado de los mandamientos del
Señor. Los impíos no se afligen así: su conciencia los acusa, espasmódicamente, pero ellos
nunca escuchan sus acusaciones, como para sentir su incapacidad de acercarse a Dios.
Es más, pueden llegar a ponerse de rodillas con una conciencia culpable, y pretender
ofrecer a Dios el sacrificio de la oración y la alabanza, mientras todavía no son perdonados, y
están desunidos y son rebeldes. Ustedes y yo, si en verdad somos el pueblo del Señor, no
podríamos hacer eso. La culpa en nuestra conciencia es para nosotros algo terrible. No hay
dolores corporales, no hay torturas infligidas por la Inquisición que sean del todo comparables
a los látigos de alambre ardiente que flagelan a la conciencia culpable.
Cuando oigan a personas que hablan acerca de las horribles figuras de la edad medieval con
relación al infierno, y la fuertes metáforas usadas, algunas veces, por los ortodoxos hasta el
día de hoy, recuerden que sólo son figuras y entonces, que cualquiera que haya sentido las
agonías de una conciencia culpable, juzgue si las figuras podrían ser exageradas.
Es algo terrible que te sientas culpable, y en la medida que seas mejor, más te afligirás al
encontrarte conscientemente en el estado indebido. Yo le pregunto a cualquier hombre
regenerado aquí, que en el fondo tenga ya una seguridad que su pecado ha sido perdonado
delante de Dios, si puede hacer el mal sin dolerse. Siempre que transgredes, y estás
consciente de ello, aunque no dudes del amor de Dios hacia ti, ¿no eres como alguien que
tiene rotos todos sus huesos? Yo sé que es así, y entre mejor seas, más intenso será el terror
de tu espíritu cuando la culpa esté sobre tu conciencia, en cualquier medida. Bien, ahora, lo
que puede quitar la culpa de la conciencia debe ser infinitamente mayor, que lo que podía
quitar una simple contaminación ceremonial.
Hermanos, la culpa en la conciencia es el más eficaz impedimento para que nos acerquemos
a Dios. El Señor llama a Su pueblo para que se acerque a Él, y hay un camino de acceso que
siempre está abierto; pero en la medida en que estés consciente de pecado, estás renuente a
usar esa vía de acceso. Podemos venir a Dios como pecadores para buscar perdón, pero no
podemos venir delante del Señor como amados hijos mientras haya alguna desavenencia entre
nosotros y nuestro grandioso Padre. No, debemos estar limpios, o no podríamos acercarnos a
Dios.
Vean cómo los sacerdotes lavaban sus pies en la fuente de bronce antes de ofrecer incienso
al Señor. No podemos tener comunión con Dios mientras haya un sentido de pecado
inconfesado y sin perdón, sobre nosotros.
"Reconciliaos con Dios" es un texto tanto para santos como para pecadores: los hijos
pueden tener desavenencias con un padre, así como los rebeldes pueden tenerlas con un rey.
Debe haber unidad de corazón con Dios, o habrá un fin a la comunión, y por tanto la
conciencia debe ser limpiada.
El hombre que era inmundo podría haber subido al tabernáculo si no hubiese habido
ninguna ley que se lo impidiera, y es posible que hubiera podido adorar a Dios en espíritu,
independientemente de su descalificación ceremonial. La contaminación no era una barrera en
sí misma, excepto en tanto que era típica; pero el pecado en la conciencia es una pared
natural entre Dios y el alma. No puedes entrar en una comunión amorosa con Él, hasta que la
conciencia esté despejada; por tanto, los exhorto a que vuelen de inmediato a Jesús en busca
de paz.
Amados, si nuestras conciencias estuvieran más plenamente desarrolladas de lo que están,
tendríamos tan gran sentido de la frecuencia de nuestra inmundicia, como el israelita
consciente tenía la conciencia de su riesgo de inmundicia ceremonial. Les digo solemnemente
que la plática que hemos escuchado últimamente acerca de la perfección en la carne, proviene
del ego y de la ignorancia de la ley. Cuando he leído expresiones que parecen afirmar que
quienes las decían estaban totalmente libres de pecado de pensamiento, y de palabra, y de
actos, he sentido lástima por las víctimas engañadas de la presunción, y me he estremecido
ante su espíritu. Entre más rápido sea limpiada de la Iglesia de Dios, esta jactancia, mejor. El
pueblo verdadero de Dios tiene, dentro de ellos, el espíritu de la verdad, que los convence de
pecado, y no el espíritu arrogante y mentiroso que conduce a los hombres a decir que no
tienen pecado.
Los verdaderos santos moran en el lugar de la penitencia y de la fe constante en la sangre
expiadora, y no se atreven a exaltarse como los fariseos que clamaban: "Dios, te doy gracias
porque no soy como los otros hombres." "Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que
haga el bien y nunca peque." (Eclesiastés 7: 20) Vamos, amados, de acuerdo a mi propia
experiencia, constantemente estamos siendo contaminados estando en este mundo inmundo,
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y subiendo y bajando por él. Así como un hombre no podría dar un paseo sin tropezarse con
una tumba, ni podía encerrarse en su casa sin correr el riesgo que la muerte entrase en ella,
así estamos nosotros en todas partes, expuestos al pecado. Pareciera que es inevitable,
mientras estemos en este cuerpo y en este mundo pecaminoso, que entremos en contacto con
el pecado, de una forma o de otra, y cualquier contacto con el pecado es contaminante.
Nuestro Señor pudo vivir entre los pecadores y permanecer incólume, porque no había mal en
Su corazón; pero en nuestro caso, el pecado que está fuera despierta los ecos internos, y así
causa una medida de consentimiento y contaminación. La voluntad cede más o menos a la
tentación, y cuando la voluntad no cede, la imaginación juega el papel del traidor, y los afectos
parlamentan y traicionan al alma. Aunque venga acompañado de una determinación de no
caer en el mal, el simple pensamiento del mal es pecado. El pecado no atraviesa la placa
sensible de nuestra alma según está expuesta en su cámara de cada día, sin dejar, aun si
nosotros mismos no la vemos, alguna traza y una mancha que Dios sí ve.
Nuestros colegas son una fuente terrible de contaminación para nosotros.
¿No notaron en el capítulo que leímos (Números 19) que quien tocaba al cadáver de un
hombre era inmundo por siete días? Ahora, si van a Levítico 11: 31, verán que cualquiera que
tocara la carroña de una bestia inmunda era solamente inmundo hasta la noche. De esta
forma, el hombre muerto era siete veces más inmundo que un animal muerto. Esa es la
evaluación que hace Dios del hombre caído, no regenerado, y es una evaluación justa, pues
los hombres perversos hacen muchas cosas que las bestias brutas no hacen nunca. Todos los
hombres impíos nos manchan, y no estoy seguro que pueda terminar allí, pues la verdad es
todavía más amplia: no me importa cómo escojan a sus amistades (y deberían ser muy
selectivos al escogerlas) pero aunque sólo se asocien con santos, ellos también serán ocasión
de pecado para ustedes, en un momento o en otro: habrá algo en ellos, ay, incluso acerca de
su santidad, que pueda despertar su idolatría hacia ellos, o su envidia de ellos, y de una forma
o de otra, conducirlos a pecar. Tú no puedes estar completamente libre de inmundicia, ya que
eres hombre inmundo de labios, y habitas en medio de pueblo que tiene labios inmundos, y
por tanto, siempre tendrás necesidad de usar el mecanismo de purificación, que el Señor ha
preparado y revelado.
Recuerda que en el tipo, el menor roce contaminaba: si únicamente levantaban un hueso,
los israelitas eran inmundos; si simplemente pasaban sobre una tumba, se volvían inmundos.
Hermanos míos, los mejores de ustedes difícilmente pueden leer en el periódico un relato de
un crimen, sin que se les pegue alguna mancha. No pueden ver el pecado en otra persona sin
estar en terrible peligro de ser, en alguna medida, afectados por ello. El pecado es de una
naturaleza tan sutil y penetrante, que mucho antes que estemos conscientes, empaña nuestro
brillo y carcome nuestro espíritu. Únicamente el Dios santo y puro es sin mancha; pero en
cuanto a los mejores de Sus santos, ellos necesitan velar sus rostros en Su presencia y
pregonar: "¡inmundo! ¡Inmundo!"
Bajo la antigua ley, los hombres podrían ser inmundos sin saberlo. Un hombre habría
podido tocar un hueso sin darse cuenta, mas la ley operaba de igual manera: habría podido
caminar sobre una tumba sin saberlo, pero era inmundo. Me temo que nuestro orgulloso
sentido de lo que pensamos que es nuestra limpieza interior, refleja simplemente la estupidez
de nuestra conciencia. Si nuestra conciencia fuera más sensible y tierna, percibiría al pecado
allí donde ahora nos congratulamos porque todo es puro. Hermanos míos, esta enseñanza mía,
nos coloca en un lugar muy bajo, pero entre más baja sea nuestra posición, será mejor y más
segura para nosotros, y seremos más capaces de valorar la expiación por la cual nos
acercamos a Dios.
Puesto que la mancha está sobre la conciencia, quitarla es una obra mucho mayor, que
quitar una simple inmundicia ritual.
En segundo lugar, en este encabezado, nuestro sacrificio es más grande en Sí mismo. No
voy a enfatizar cada punto de su grandeza, para no cansarlos, mas simplemente voy a notar
que en la degollación de la vaquilla, la sangre era presentada y rociada hacia la parte
delantera del tabernáculo siete veces, aunque no entraba efectivamente allí; y así, en la
expiación por medio de la cual encontramos la paz de conciencia, hay sangre, pues "sin
derramamiento de sangre no se hace remisión." Ese es un decreto establecido por el Gobierno
Eterno, y la conciencia nunca alcanzará la paz hasta que entienda el misterio de la sangre. No
sólo necesitamos los sufrimientos de Cristo, sino la muerte de Cristo, manifiesta en Su sangre.
El sustituto debe morir. La muerte era nuestro destino, y muerte por muerte ofreció Cristo al
Dios eterno. Es por un sentido de la muerte sustitutiva de nuestro Señor, que la conciencia se
queda limpia de las obras muertas.
Además, la propia vaquilla era ofrecida. Después que la sangre era rociada hacia la parte
delantera del tabernáculo por la mano sacerdotal, la víctima era totalmente consumida. Lean
ahora nuestro texto: "Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios."
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Nuestro Señor Jesucristo no entregó simplemente Su muerte, sino Su persona entera, con
todo lo que le competía, para ser nuestro sacrificio sustitutivo.
Se ofreció a Sí mismo, Su persona, Su gloria, Su santidad, Su vida, Su propio Yo, en
nuestro lugar. Pero, hermanos, si una pobre vaquilla, cuando era ofrecida y consumida, hacía
que el hombre inmundo fuera limpio, ¿cuánto más seremos purificados por Jesús, puesto que
Él se dio a Sí mismo, a Su glorioso Yo, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la
Deidad? ¡Oh, qué sacrificio es este!
Se agrega que nuestro Señor hizo esto "mediante el Espíritu eterno."
La vaquilla no era una ofrenda espiritual, sino carnal. La criatura no sabía nada de lo que se
estaba haciendo, y por eso era una víctima involuntaria; pero Cristo estaba bajo los impulsos
del Espíritu Santo, que había sido derramado sobre Él, y fue movido por Él para entregarse a
Sí mismo como un sacrificio por el pecado. De aquí surge algo de la mayor eficacia de Su
muerte, pues la disposición del sacrificio aumentó grandemente su valor.
Para darles a ustedes otra interpretación de esas palabras, y probablemente una que es
mejor, había un eterno Espíritu vinculado con la humanidad de Cristo nuestro Señor, y por Él,
se entregó para Dios. Él era Dios así como hombre, y esa eterna Deidad Suya, otorgó un valor
infinito a los sufrimientos de Su cuerpo humano, de tal manera que se ofreció a Sí mismo
como un Cristo entero, en la energía de Su eterno po der y Deidad. ¡Oh, qué sacrificio es ese
en el Calvario! Es por la sangre del hombre Cristo que ustedes son salvados, y sin embargo
está escrito: "La iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre." Uno que es a la vez
Dios y hombre se ha entregado a Sí mismo como un sacrificio por nosotros. ¿Acaso el sacrificio
no es inconcebiblemente más grande en el hecho de que contiene al tipo? ¿No debe purificar
eficazmente nuestra conciencia?
Después que quemaban la vaquilla, recogían todas las cenizas. Todo lo que podía arder,
había sido consumido. Nuestro Señor fue hecho un sacrificio por el pecado, y ¿qué queda de
Él? No unas cuantas cenizas, sino el Cristo entero, que todavía permanece, para no morir más,
sino que permanece inmutable para siempre. Pasó por los fuegos sin quemarse, y ahora vive
para siempre para interceder por nosotros. Es la aplicación de Su mérito eterno la que nos
purifica, y, ¿no es ese mérito eterno, inconcebiblemente mayor, de lo que puedan ser jamás
las cenizas de una vaquilla?
Ahora, hermanos míos, quiero que por un momento recuerden que nuestro Señor mismo
era sin mancha, puro y perfecto, y sin embargo (lo digo con aliento entrecortado), Dios "por
nosotros lo hizo pecado," al que no conoció pecado. Susúrrenlo con mayor asombro todavía,
"Hecho por nosotros maldición," sí, una maldición, porque está escrito, "Maldito todo el que es
colgado en un madero." Esa vaquilla roja, aunque sin ninguna falta, y sobre la cual no se había
puesto yugo, era considerada una cosa inmunda. Sáquenla del campamento. No debe vivir;
mátenla. Es una cosa inmunda; quémenla enteramente; pues Dios no puede soportarla.
Contemplen, y maravíllense que el propio y adorable Hijo siempre bendito de Dios, en
inconcebible condescendencia de amor inefable, tomó el lugar del pecado, el lugar del pecador,
y fue contado con los inicuos. Él debe morir, clavándolo a una cruz; debe ser abandonado por
los hombres, y el propio Dios le desampara. "Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado." "Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros," no el castigo simplemente, sino la iniquidad, el pecado
mismo fue puesto sobre el Siempre Bendito. Los sabios de nuestra época dicen que es
imposible que el pecado sea imputado legalmente al inocente; eso es lo que dicen los filósofos,
pero Dios declara que así se hizo: "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado." Por
tanto, fue posible; sí, así se hizo; consumado es. El sacrificio entonces es mucho mayor.
"¿Cuánto más la sangre de Cristo," podemos clamar exultantes conforme pensamos en ello,
"el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras
conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?"
Ahora daremos un paso al frente. Como la contaminación y el sacrificio eran mayores, así la
limpieza es mucho mayor. El poder purificador de la sangre de Cristo debe ser mucho mayor
que el poder limpiador del agua mezclada con las cenizas de la vaquilla. Pues, primero, el agua
no podía limpiar a la conciencia de pecado, pero la aplicación de la expiación puede hacerlo, y
lo hace. No voy a hablar para nada, esta mañana, acerca de doctrina, sino acerca de hechos.
¿Han sentido alguna vez la expiación de Cristo aplicada por el Espíritu Santo a sus conciencias?
Entonces estoy seguro de que el cambio experimentado por su mente ha sido súbito y
glorioso, como si las tinieblas de la medianoche se hubieran encendido con el brillo del
mediodía.
Yo recuerdo muy bien sus efectos sobre mi alma al inicio, y cómo rompió mis ataduras e
hizo que mi corazón saltara lleno de deleite. Pero lo he encontrado igualmente poderoso desde
entonces, pues cuando me estoy examinando a mí mismo delante de Dios, sucede algunas
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veces que fijo mis ojos sobre algún mal que he cometido, y lo repaso hasta que su memoria
corroe mi propia alma como un ácido cáustico, o como un gusano que carcome, o como
carbones encendidos. He procurado argumentar que la falta era excusable en mí, o que hubo
ciertas circunstancias que hacían casi imposible que yo pudiera hacer otra cosa, pero nunca he
tenido éxito en aquietar mi conciencia de esa manera; sin embargo, pronto estoy tranquilo
cuando vengo delante del Señor, y clamo: "Señor, aunque yo soy Tu propio amado hijo, soy
inmundo en razón de este pecado: aplica, nuevamente, el mérito del sacrificio expiatorio de mi
Señor, pues ¿no has dicho Tú: ‘Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre,
a Jesucristo el justo?’ Señor, oye Su alegato, y perdona mis ofensas."
Hermanos míos, la paz que viene de esta manera es muy dulce. No pueden orar
aceptablemente delante de esa paz, y deben dar gracias a Dios que no puedan orar, pues es
algo terrible continuar con sus devociones bajo un sentido de culpa, a diferencia de cuando la
conciencia está tranquila. Es un mal hijo el que puede estar feliz cuando su padre no está
complacido; un verdadero hijo no puede hacer nada mientras no haya sido perdonado.
Ahora, la aspersión de las cenizas de la vaquilla sobre el inmundo no era comprensible en
cuanto a sus efectos por parte del que la recibía. Me refiero a que no había una conexión obvia
entre la causa y el efecto. Supongamos que un Israelita era inmundo, y fue rociado con el
agua. Ahora podía subir a la casa del Señor, pero, ¿vería alguna razón del cambio?
Diría: "he recibido el agua de la separación y soy limpio, pero no sé por qué la aspersión de
esas cenizas me haya limpiado excepto porque Dios así lo ha establecido." Hermanos, ustedes
y yo sabemos, efectivamente, cómo es que Dios nos ha limpiado, pues sabemos que Cristo ha
sufrido en lugar nuestro. La sustitución explica el misterio, y por esto tiene un mayor efecto
sobre la conciencia, que cualquier forma ritualística y externa que no pudiera ser explicada. La
conciencia es el entendimiento ejercitado sobre los sujetos morales, y lo que convence al
entendimiento que todo está bien, pronto da paz a la conciencia.
El tiempo apremia, y por tanto sólo diré que, como las cenizas de la vaquilla eran para todo
el campamento, así son los méritos de Cristo para todo Su pueblo. Como fueron puestos allí
donde son accesibles, así ustedes pueden venir siempre y participar del poder purificador de la
preciosa expiación de Cristo. Como un simple rociamiento convertía en limpio lo inmundo, así
también ustedes pueden venir y ser limpiados aunque su fe sea pequeña, y parezcan obtener
poco de Cristo. Oh, hermanos, el Señor Dios de infinita misericordia les da a conocer el poder
de su grandioso sacrificio para que obre paz en ustedes, no después de tres o de siete días, sin
al instante; y paz no simplemente por un tiempo, sino para siempre.
Debo explicarles un enigma. Salomón, de acuerdo con la tradición judía, declaró que no
entendía por qué las cenizas de la vaquilla hacían inmundo a todo mundo, excepto a aquellos
que ya eran inmundos. Ustedes vieron en la lectura que el sacerdote, el hombre que degollaba
a la vaquilla roja, la persona que recogía las cenizas, y el que mezclaba las cenizas con agua y
las rociaba, todos se volvían inmundos por esos actos, y sin embargo, las cenizas purificaban a
los inmundos. ¿Acaso no es esto análogo al enigma de la serpiente de bronce? Fue por una
serpiente que el pueblo fue mordido, y fue por una serpiente de bronce que eran salvados. Es
por el Ser de Cristo, considerado como inmundo, que nosotros somos limpiados, y la operación
de Su sacrificio es justo como la de las cenizas, pues revela la inmundicia y la quita. Si tú estás
limpio, y piensas en la muerte de Cristo, ¡qué sentido de pecado trae sobre ti!
Pueden juzgar acerca del pecado por la expiación. Si son inmundos, acercarse a Cristo quita
el pecado— "Así, mientras Su muerte mi pecado exhibe En todos sus negros matices,
Tal es el misterio de la gracia, Que sella mi perdón también."
Si creemos que somos inmundos, una mirada a la sangre expiatoria nos lleva a ver cuán
inmundos somos; y si nos juzgamos inmundos, entonces la aplicación del sacrificio expiatorio
da descanso a nuestras conciencias.
Ahora, ¿de qué se trata todo esto? Esta vaquilla degollada la entiendo, puesto que admitía a
los israelitas inmundos a los atrios del Señor; pero este Cristo de Dios, ofreciéndose a Sí
mismo sin mancha, mediante el Espíritu eterno, ¿cuál es Su propósito? Su objetivo es un
servicio más elevado: es para que podamos ser limpiados de la obras muertas para servir al
Dios vivo. La obras muertas han desaparecido, Dios los absuelve, ustedes están limpios, y lo
sienten. ¿Entonces, qué? ¿No aborrecerán la obras muertas en el futuro? El pecado es muerte.
Luchen para evitar lo. En la medida que sean liberados del yugo del pecado, vayan y sirvan a
Dios. Puesto que Él es el Dios vivo, y evidentemente odia a la muerte, y la define como
inmundicia para Él, abóquense a las cosas vivas. Ofrezcan a Dios oraciones vivas, y lágrimas
vivas, ámenle con un amor vivo, confíen en Él con una fe viva, sírvanle con una obediencia
viva.
Estén todos vivos con Su vida; no sólo tengan vida, sin ténganla más abundantemente. Él le
ha limpiado de la contaminación de la muerte; vivan ahora en la belleza y la gloria y la
excelencia de la vida divina, y pídanle al Espíritu Santo que los reviva para que puedan
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permanecer en plena comunión con Dios. Si una persona inmunda fuera limpiada, y hubiera
dicho entonces: "no voy a adorar al Señor, ni tampoco le serviré," ¡lo consideraríamos un ser
perverso! Y si cualquier persona aquí presente dijera: "mi pecado ha sido perdonado y yo lo
sé, pero no haré nada para Dios," muy bien podríamos exclamar: "¡Ah, hombre desgraciado!"
Cuán hipócrita y engañadora debe ser esa persona. Cuando el perdón se recibe de las manos
del Señor, el alma tiene que sentir un amor a Dios que se eleva dentro de sí. Al que se le ha
perdonado mucho, tiene que amar mucho, y tiene que hacer mucho por Él, por quien obtuvo
ese perdón. Que le Señor los bendiga por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Números 19.
Nota del traductor: La expresiones la vaquilla roja y lana carmesí están tomadas de la
Versión Reina Valera Actualizada (RVA).

LA MANO SECA
Nº 1485
Sermón predicado el jueves 22 de mayo de 1879, por la noche, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

"Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano… Entonces dijo a aquel hombre: Extiende
tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra."
Mateo 12: 10, 13.

Observen bien la expresión. Jesús "vino a la sinagoga de ellos. Y he aquí había allí uno que
tenía seca una mano." Digamos que se hace un comentario aclaratorio como si se va a
describir un hecho notable. La expresión "he aquí" es como una nota de exclamación para
llamar la atención. "He aquí había allí uno que tenía seca una mano." En muchas
congregaciones, si se recibiera la visita de una de las personas importantes y poderosas del
lugar, la gente diría: "he aquí, había un duque, un conde, un obispo allí." Pero aunque hubo
con frecuencia muchos notables en la congregación de nuestro Salvador, no encuentro ninguna
nota de admiración acerca de su presencia. Los evangelistas no insertaron la expresión "he
aquí" como para llamar la atención por su asistencia.
Sin duda, si hubiera en cualquier congregación alguna persona de reconocida inteligencia y
de amplios conocimientos, que hubiera obtenido un título de estudios avanzados, muchas
personas dirían: "¿Sabes que el Profesor Ciencia o el Doctor Clásico estaba presente en el
servicio?"
Habría un "he aquí" relacionado con ese hecho, grabado en la memoria de muchos.
Personas muy preparadas de acuerdo a los conocimientos de aquel tiempo, venían a oír a
Cristo, pero no hay expresiones de "he aquí" describiendo su visita. Sin embargo, en la
sinagoga había un pobre hombre que tenía seca una mano, y se nos pide que observemos ese
hecho.
Era su mano derecha la que estaba seca, la que más le afectaba, pues escasamente podía
desempeñar su oficio o ganar su pan sin ella.
Su mejor mano estaba inutilizada. La mano que le permitía ganar el pan estaba seca. No
dudo que se trataba de un individuo muy humilde, oscuro e insignificante, posiblemente en
una situación económica muy mala y en medio de mucha pobreza, pues era incapaz de
trabajar como sus demás colegas artesanos. Era un hombre sin ninguna posición social y sin
estudios y no poseía una inteligencia especial.
Su presencia en la asamblea, en sí misma, no era un hecho notable.
Supongo que estaba acostumbrado a ir a la sinagoga como otros de sus conciudadanos lo
hacían; sin embargo el Espíritu Santo tiene cuidado de señalar que él estaba presente, y de
anteponer la expresión "he aquí" como un llamado de atención, para que se considere de
manera especial que el hombre tullido se encontraba allí.
Y hoy no es de mucha importancia ni para el predicador ni para la congregación que usted
esté aquí, si usted es una persona de mucha importancia o de alcurnia; pues aquí no hacemos
ninguna distinción para los dignatarios, y no extendemos ninguna cortesía especial a nadie en
este lugar, donde los ricos y los pobres se congregan juntos.
Pero si hay alguien aquí hoy, que viene como un alma indigente que necesita un Salvador,
si hay alguien aquí con una mano seca espiritualmente, que no puede llevar a cabo las cosas
que quisiera hacer, y necesita que su mano sea restaurada, habrá un "he aquí" que diremos en
relación a esa persona. Y será doblemente importante su presencia, si hoy el Señor le dice:
"Extiende tu mano seca," y si el poder divino restaura esa mano y se realiza un acto de gracia.
Lo que nuestro Señor quería en ese día de reposo en particular, era tener a alguien en
quien poder trabajar, alguien a quien poder sanar, y así desafiar la legalidad tradicional de los
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fariseos que afirmaban que no era lícito sanar en el día de reposo. Cristo no necesitaba la
salud de los fariseos esa mañana: Él buscaba sus enfermedades para poder manifestar su
poder de curación. Él no necesitaba ninguna grandeza de nadie allí; pero buscaba a algún
pobre necesitado en quien pudiera desplegar su poder de curación. Y ese es el caso que nos
ocupa hoy.
Si ustedes son ricos y con bienes abundantes y no tienen ninguna necesidad, mi Señor no
los está buscando a ustedes. Él es un médico, y quienes practican el arte de la curación buscan
a la enfermedad como la esfera de su operación. Si le dijéramos a un médico sabio que hay
una ciudad donde no hay enfermos, sino que todo el mundo goza de perfecta salud, él no se
establecería allí, a menos que deseara retirarse de la práctica de la medicina.
Mi Señor no viene a las asambleas cuyos miembros se sienten muy contentos consigo
mismos, donde no hay ojos que no ven, oídos que no oyen, donde no hay corazones
quebrantados ni manos secas. ¿Pues para qué necesitan esas personas un Salvador? Él mira a
su alrededor y Su ojo se detiene en el dolor, en la necesidad, en la incapacidad, en el pecado,
en todo aquello en donde Él puede hacer el bien. Pues lo que quiere de nosotros, mortales, es
la oportunidad de hacernos el bien y no la pretensión de nuestra parte que podemos hacerle
un bien a Él.
Comienzo con esto el día de hoy, pues mi sermón será muy sencillo, y estará destinado a
todos aquellos que necesitan a mi Dios y Señor.
Quienes no lo necesitan, pueden irse. Pero ustedes que lo necesitan, puede ser que lo
encuentren hoy; y habrá un registro conservado en el cielo, no de quienes estuvieron aquí y
dijeron, "nosotros podemos ver," ni de quienes dijeron: "nuestra mano es fuerte y capacitada
para el trabajo," pero habrá un registro de los ciegos que digan: "Hijo de David, abre nuestros
ojos," y de los impedidos que hoy extenderán sus manos secas en obediencia a Su mandato
divino. No sé si nuestro amigo paralítico, cuando fue a la sinagoga esa mañana, esperaba que
su mano seca fuera sanada. Siendo, tal vez, un hombre devoto, fue allí para adorar, pero
obtuvo más de lo que él esperaba. Y puede ser que algunos de ustedes, a quienes Dios va a
bendecir hoy, no sepan para qué han venido.
Tal vez vinieron porque de alguna manera aman las ordenanzas de la casa de Dios, y se
sienten contentos cuando escuchan la predicación del Evangelio.
Hasta el presente no se han apropiado del Evangelio, nunca han gozado de sus privilegios ni
de sus bendiciones como algo propio, pero aún así, ustedes apetecen las cosas buenas. ¡Qué
tal si hoy ha llegado la hora, la hora que la gracia soberana ha marcado con una letra roja en
el calendario del amor, en que tu mano seca va a ser hecha fuerte, y tu pecado va a ser
perdonado! ¡Qué bendición si puedes irte dando glo ria a Dios porque un notable milagro de
gracia ha sido hecho en ti! Que Dios nos conceda que esto pueda realizarse por el poder del
Espíritu.
Les suplico a todos ustedes que aman al Señor que oren para que Él obre maravillas en
muchas personas hoy, y para Él será la alabanza.
I. En primer lugar vamos a decir algo acerca de LA PERSONA A QUIEN SE DIRIGE EL
MANDATO DE NUESTRO TEXTO. "Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano."
Este mandato fue dirigido a un hombre que era irremediablemente incapaz de obedecer.
"Extiende tu mano." No sé si su brazo estaba paralizado también o solamente lo estaba su
mano. Como regla general, cuando una parálisis es total y no es una parálisis parcial, se afecta
la mano y toda la extremidad completa. Tanto la mano como el brazo están atacados de
parálisis. Usualmente hablamos de este hombre como si la extremidad completa se hubiera
secado, y sin embargo no leo ni en Mateo, ni Marcos, ni Lucas, ninguna declaración expresa
que todo el brazo estuviera seco. Me parece que se trataba de un caso en el que solamente la
mano había sido afectada. Yo recuerdo que había entre nosotros, no lejos de aquí, en
Kennington Gate, un joven que se subía frecuentemente al ómnibus y mostraba sus manos,
que colgaban de manera que hacía pensar que sus muñecas estaban rotas, y exclamaba:
"¡Pobre muchacho! ¡Pobre muchacho!" y apelaba a nuestra compasión.
Me imagino que su caso era un reflejo del que estamos analizando, en el que, tal vez no
todo el brazo, pero sí la mano se había secado. No podemos concluir positivamente que el
brazo no estaba seco, pero podemos observar que nuestro Señor no dijo: "extiende tu brazo,"
sino "extiende tu mano," señalando de esta manera la mano, como el lugar donde estaba la
parálisis. Si hubiera dicho: "extiende tu brazo," como el texto no declara que el brazo estaba
seco, habríamos dicho que Cristo el ordenó hacer exactamente lo que él era capaz de hacer, y
no habría ningún milagro en ello.
Pero en tanto que dice: "extiende tu mano," es claro que el mal estaba en la mano, y no en
el brazo. Y así le estaba pidiendo que hiciera lo que no tenía la posibilidad de hacer, pues la
mano del hombre estaba evidentemente seca. No era una enfermedad fingida. No estaba
pretendiendo ser un paralítico, sino que realmente estaba incapacitado. La mano había perdido
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el jugo de la vida. Los líquidos que le daban fortaleza se habían secado por completo, y allí
estaba como una cosa seca, marchita, inútil, con la que no se podía hacer nada; y sin embargo
fue a ese hombre que Jesús le dijo: "extiende tu mano."
Es muy importante que notemos esto, pues algunos de ustedes que están bajo la carga del
pecado piensan que Cristo no salva a pecadores reales; que esas personas a las que salva, en
cierto sentido, no son tan malos como ustedes; que no hay en ellos la intensidad de pecado
como la hay en ustedes, o si la hubiera, no hay la desesperanza ni la impotencia que se
encuentra en ustedes. Ustedes se sienten secos y completamente sin fuerzas. Querido lector,
es precisamente a alguien como tú que el Señor Jesucristo dirige el mandato del Evangelio. Se
nos ordena que les prediquemos a ustedes diciendo: "cree," y otras veces, "arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros." "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo." Estos mandatos
no están dirigidos, como dicen algunos, a pecadores sensibles, sino a pecadores insensibles, a
pecadores necios, a pecadores que no pueden obedecer del todo el mandato, en cuanto a su
habilidad moral se refiere. Estos pecadores reciben el mandato de hacer eso, de Él, que en
este caso ordenó al hombre lo que, naturalmente en sí y por sí, era totalmente incapaz de
hacer. Pues, ustedes pueden ver que, si él hubiera podido extender la mano por sí mismo, no
se necesitaba un milagro, pues la mano del hombre no estaba de ninguna manera seca.
Pero nos queda muy claro que no podía mover su mano, y sin embargo el Salvador se
dirigió a él como si pudiera moverla; y en esto yo veo un símbolo de la forma en que el
Evangelio habla al pecador; pues el Evangelio clama al que está hundido en su miseria y en su
incapacidad: "a vosotros es enviada la palabra de esta salvación."
Precisamente tu incapacidad y tu inutilidad son el espacio en el que el poder divino puede
ser manifestado, y debido a que eres incapaz de ese modo, y porque eres inútil de ese modo,
por eso el Evangelio viene a ti, para que se vea que la excelencia del poder habita en el
Evangelio, y en el propio Salvador, y de ninguna manera en la persona que es salva.
Por tanto el mandato que trajo consigo la salud, fue dirigido a alguien que era
completamente incapaz.
Pero observen, vino a alguien que quería verdaderamente, pues este hombre estaba muy
preparado para hacer cualquier cosa que Jesús le ordenara. Si hubieran podido preguntarle, no
habrían descubierto ningún deseo de no extender su mano, ningún deseo de que sus dedos
permanecieran sin vida e inútiles. Si le hubieran dicho: "Pobre hombre ¿quisieras que tu mano
fuera restaurada? " con lágrimas en sus ojos habría respondido: "¡Sí, yo quiero eso, para
poder ganar el pan para mis queridos hijos; para no tener que mendigar y no tener que
depender de la ayuda de otros, o sólo poder ganar un duro mendrugo de pan con mi mano
izquierda. Sobre todas las cosas quisiera que mi mano fuera restaurada!"
Pero lo peor de muchos inconversos es que no quieren ser sanados.
No quieren ser restaurados.
Tan pronto como un hombre verdaderamente anhela la salvación, entonces la salvación ya
ha venido a él; pero la mayoría de ustedes no quieren ser salvos. "Oh," dices, "ciertamente yo
quiero ser salvo." No creo que así sea, ¿pues qué significa ser salvo para ti? ¿Quieres decir ser
salvo de ir al infierno? Por supuesto que todo mundo desea eso.
¿Acaso conociste alguna vez a algún ladrón que no quisiera ser salvo de ir a prisión o de ser
encarcelado por la policía? Pero cuando hablamos de salvación, queremos decir ser salvados
del hábito de hacer el mal; ser salvados del poder del mal, del amor al pecado, de la práctica
de la insensatez y del propio poder que nos hace encontrar placer en la trasgresión.
¿Quieres ser salvado de los pecados placenteros y lucrativos? Encuentren a un borracho que
sinceramente ora para ser liberado de la borrachera. Traigan a un hombre lascivo que ansíe
ser puro. Encuentren a un mentiroso habitual que anhele decir la verdad. Traigan a alguien
que ha sido egoísta y que desde lo profundo de su corazón se odie a sí mismo por serlo, y que
anhele estar lleno de amor y ser semejante a Cristo. La mitad de la batalla está ganada en
esos casos. El paso inicial está dado. El paralelo es válido en el mundo espiritual. El carácter
que visualizo en mi mente es el caso de un alma que desea ser lo que no puede ser, y hacer lo
que no puede hacer, y sin embargo lo desea.
Quiero decir el hombre que clama en agonía: "el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo." "Quiero arrepentirme, pero no puedo. Mi corazón es como una piedra. Quiero amar a
Cristo, pero, ay, estoy encadenado al mundo. Quiero ser santo, pero, ay, el pecado viene
violentamente sobre mí, y me arrastra."
Es a gente como esa que el Evangelio de Jesucristo viene como un mandato. ¿Quieres ser
sanado, amigo mío? Entonces puedes ser sanado.
¿Deseas ser salvado del pecado? Entonces puedes ser salvado. ¿Deseas ser liberado de la
servidumbre de la corrupción? Entonces puedes ser liberado. Y ésta es la manera en que
puedes ser salvado: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo." Su nombre es Jesús, porque
Él salvará a Su pueblo de sus pecados. Él ha venido con el propósito de salvar a pecadores
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reales, y no a los que simplemente pretenden serlo, pues es muy claro que Él no puede salvar
del pecado a los hombres que no tienen pecados. Él no puede sanar manos secas si no hay
manos secas que sanar. Él viene a ti que estás necesitado de Él, a ti que eres culpable, a ti
que tienes las manos secas. A ti se proclama esta gloriosa palabra de las buenas nuevas. ¡Que
Dios te de gracia para que la oigas y la creas y para que sientas su poder!
II. En segundo lugar, quiero decir algo acerca de LA PERSONA QUE DIO LA ORDEN. Fue
Jesús quien dio la orden. Él dijo: "Extiende tu mano."
¿Acaso nuestro Señor dijo estas palabras en ignorancia, suponiendo que el hombre podía
hacerlo? De ninguna manera, pues en Él hay conocimiento en abundancia. Acababa de leer en
los corazones de los fariseos, y pueden estar seguros que quien podía leer en esos espíritus
sutiles, ciertamente podía entender la condición externa de este paciente.
Él sabía que la mano del hombre estaba seca, y sin embargo dijo: "Extiende tu mano."
Cuando leo en la Escritura el mandamiento: "Cree en el Señor Jesucristo," estoy seguro que
Jesucristo sabe lo que está diciendo. Dijo Él: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura." Sí, a toda criatura. Supongan que algunos de sus discípulos hubieran sido muy
ortodoxos, y le hubieran preguntado: "Señor ¿no hay un error en relación a las personas? ¿Por
qué predicar a toda criatura? ¿Acaso no están algunos de ellos muertos en pecado? Mejor
predicamos selectivamente."
He escuchado a algunas personas que se confiesan siervos de Cristo, que dicen que invitar
a los pecadores muertos a que vivan es tan inútil como sacudir un pañuelo sobre las tumbas
en las que están enterrados los muertos; y mi respuesta para ellos ha sido: "Tienes mucha
razón.
No lo hagas, pues es evidente que no has sido llamado para hacerlo. Vete a tu casa y
acuéstate. El Señor no te ha enviado a hacer nada parecido, pues tú mismo reconoces que no
tienes fe en eso." Pero si mi Señor me enviara como el heraldo de la resurrección, y me
ordenara sacudir un pañuelo sobre las tumbas de los muertos, yo lo haría, y esperaría que
este pobre pañuelo, si Él me ordenara que fuera sacudido, levantaría a los muertos, pues
Jesucristo sabe lo que hace cuando envía a Sus siervos. Si Él no nos envía, sería una tontería ir
y decir: "hombres que están muertos, vivan"; pero en Su comisión está toda la diferencia.
Debemos decir a los muertos: "Despierten, y Cristo les dará vida."
¿Cómo, despertar primero, y obtener la vida después? No voy a tratar de explicarlo, pero
ese es el orden de la Escritura: "Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te
alumbrará Cristo." Si mi Señor dice así, me doy por satisfecho citando Sus palabras. No puedo
explicarlo, pero me deleito aceptándolo a Su manera, y ciegamente sigo cada uno de Sus
pasos, y creo cada una de Sus palabras. Me ordena que diga: "levántate de los muertos," y
con mucho gusto lo haré ahora.
En el nombre de Jesús, ustedes que están muertos, vivan. ¡Corazones duros, rómpanse!
¡Corazones de acero, disuélvanse! ¡Incrédulos, crean!
¡Aférrense a Cristo, ustedes impíos!
Si Él habla por Sus ministros, esa palabra será con poder; pero si Él no habla por nosotros,
no importa cómo hablemos. Hace muy bien el hermano juicioso en decir que no tiene caso que
él pida a los muertos que se levanten, pues él confiesa que su Señor no está con él. Dejen,
pues, que se vaya a casa hasta que su Señor esté con él. Si su Señor estuviera con él,
entonces hablaría la palabra de su Señor, y no tendría miedo de ser llamado un insensato. Es
el Señor Jesucristo quien le dice a este hombre que tiene la mano seca: "Extiende tu mano."
Para mí es un dulce pensamiento que Él es capaz de dar poder, para hacer aquello que Él
ordena hacer. Querida alma, cuando se te ordena creer, y tú dices con lágrimas en los ojos:
"Señor, no puedo entender y no puedo creer," ¿no sabes que Quien te ordena creer puede
darte el poder de creer? Cuando Él habla por medio de Sus siervos, o a través de Su palabra, o
directamente por Su Espíritu en tu conciencia, quien te ordena hacer esto no es un simple
hombre, sino el Hijo de Dios, y tú debes decirle: "Buen Señor, te suplico que me des ahora la
fe que Tú pides de mí. Dame el arrepentimiento que Tú ordenas." Y Él oirá tu oración, y la fe
brotará en ti.
¿Alguna vez se dieron cuenta, almas queridas, de la forma en que Cristo hace Su trabajo?
Su manera es generalmente ésta: primero da la orden y luego ayuda al corazón para que
convierta el mandato en una oración, y después responde esa oración con una promesa.
Tomen estos ejemplos. El Señor dice: "Haceos un corazón nuevo." Ese es claramente un
mandamiento. Y en seguida pueden encontrar al salmista David, en el Salmo 51, diciendo:
"Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio."
Y luego, si van a Ezequiel, encuentran la promesa, "Os daré corazón nuevo." Primero Él da
un mandamiento; en seguida te pone a orar para obtener la bendición; y luego te da esa
bendición.

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Otro ejemplo: el mandamiento es "Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué
moriréis, oh casa de Israel? A continuación viene la oración: "conviérteme y seré convertido,"
y luego sigue el cambio del que habla el apóstol Pablo cuando dice que Dios ha enviado a Su
Hijo para bendecidnos, volviéndonos a cada uno de nosotros de nuestra iniquidad.
Tomemos otro caso, y este se refiere a la limpieza. Vemos que el Señor nos ordena:
"Limpiaos de la vieja levadura." Y de inmediato viene la oración: "purifícame con hisopo, y seré
limpio," y pisándole los talones viene la promesa: "limpiaré hasta lo más puro tus escorias." O,
tomemos otro tipo de precepto, de un tipo más dulce, que pertenece al cristiano.
Continuamente se nos pide que cantemos: "Cantad a Dios, cantad; porque Dios es el Rey
de toda la tierra." En otro lugar nos encontramos con la oración, "Señor, abre mis labios, y
publicará mi boca tu alabanza." Y en otra parte de la Escritura tenemos la promesa divina,
"Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará."
Vean entonces la forma de trabajar de mi Señor: Él les ordena que crean o se arrepientan;
luego Él los hace orar para que puedan hacerlo, y a continuación les da la gracia para hacerlo,
para que la bendición pueda venir realmente a sus almas; pues todos los mandamientos del
Evangelio son dichos por el propio Cristo al corazón de los hombres, y ellos, al recibirlos,
encuentran que junto con el mandamiento viene la habilidad.
"Pero Él no está aquí, "dice alguien, "Él no está aquí." De cierto les digo en Su nombre, Él
está aquí. Su palabra dice: "he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo." Hasta que esta dispensación llegue a su fin, Cristo estará allí donde se predique el
Evangelio.
Donde Su mensaje sea honestamente y verdaderamente predicado con el Espíritu de Dios,
allí el propio Jesús está virtualmente presente, hablando por medio de los labios de Sus
siervos. Por lo tanto, mi querida alma que tienes la mano seca, hoy el propio Jesús te dice:
"Extiende tu mano." Él está presente para sanar, y su método es dar un mandato.
Él ahora da un mandato. Oh Espíritu lleno de gracia, necesitamos tu presencia para que los
hombres puedan obedecer.
III. Es tiempo de decir unas palabras acerca de otro punto, es decir, EL MANDAMIENTO
MISMO. El mandamiento era: "Extiende tu mano."
En relación a ese mandamiento, observo que va dirigido a la esencia misma del asunto. No
dice: "Restriega tu mano derecha contra tu mano izquierda." No es: "Muestra tu mano al
sacerdote, para que él haga una ceremonia en ella." No es: "Lávate la mano." Pero es:
"Extiende tu mano."
Eso era precisamente lo que él no podía hacer, y así el mandato estaba dirigido a la propia
raíz del mal. Tan pronto la mano fue extendida, fue sanada. El mandato fue directamente al
objetivo deseado.
Ahora, mi Dios y Señor no dice a ninguno de los pecadores hoy, "Vayan a casa y oren." Yo
espero que oren, pero ese no es el gran mandamiento del Evangelio. El Evangelio es: "Cree en
el Señor Jesucristo y serás salvo." Pablo estaba a la medianoche con el tembloroso carcelero,
que con dificultad entendía su propia pregunta, cuando exclamó: "Señores, ¿qué debo hacer
para ser salvo? Y Pablo, de conformidad a la práctica de algunos pudo haber dicho: "Debemos
hacer una pequeña oración," o, "debes irte a casa y leer la Biblia, y debo darte instrucción
adicional hasta que estés mejor preparado." Pero no hizo nada parecido a eso, sino que allí
mismo y en ese momento, Pablo le dijo: "Creen en el Señor Jesucristo, y serás salvo." Hasta
que no llegues a este punto, no se ha predicado el Evangelio; pues la salvación viene por la fe,
y por ninguna otra cosa.
Tú me dices que ese es precisamente el punto difícil. Sí, y este mandamiento se dirige a ese
punto difícil y dice: "Extiende tu mano." O, en el caso del pecador, "Cree en el Señor
Jesucristo." Pues, recuerden, todo lo que ustedes hagan en materia de vida eterna, que no
contenga fe, no puede ser nada sino el esfuerzo de su naturaleza carnal, y eso es muerte.
¿Qué puede venir de los movimientos de la muerte sino una muerte más profunda? La muerte
no puede producir nunca la vida.
¡Oración sin fe! ¿Qué tipo de oración es esa? Es la oración de un hombre que no cree en
Dios. ¿Puede un hombre esperar recibir algo del Señor si no cree que Dios existe, y que
recompensa a quienes lo buscan diligentemente?
"Oh, pero yo debo arrepentirme antes de creer," dice alguno. ¿Qué clase de arrepentimiento
es ese que no confía en Dios, que no cree en Dios? Un arrepentimiento en la incredulidad ¿no
es acaso una expresión egoísta de una lamentación por el castigo incurrido? La fe debe
mezclarse en toda oración y en todo acto de arrepentimiento, o no pueden ser aceptables; y
por ello debemos ir directo a este punto, y exigir la fe, diciendo: "Cree y vive," "Extiende tu
mano."

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Extender la mano fue enteramente un acto de fe. No fue un acto de sentido. Como materia
de sentido y de la naturaleza, el hombre era impotente para eso. Él solamente lo hizo debido a
que su fe le trajo la habilidad. Digo que fue un puro acto de fe, ese acto de extender la mano.
"No lo entiendo todavía," dice uno, "¿cómo un hombre puede hacer lo que no puede hacer?"
Pero van a entender muchas otras cosas maravillosas cuando el Señor les enseñe. Pues la vida
cristiana es una serie de paradojas. Y en lo que a mí concierne, dudo de cualquier experiencia,
a menos que haya algo de paradójico en ella. De cualquier manera estoy seguro que es así:
que no puedo hacer nada por mí mismo, pero puedo hacerlo todo por medio de Cristo que me
fortalece. El hombre que está buscando a Cristo no puede hacer nada, y sin embargo, si cree
en Cristo, puede hacerlo todo, y su mano seca puede ser extendida.
Pero además de ser un acto de fe, me parece que fue un acto de decisión.
Allí estaban sentados los altivos y arrogantes fariseos. La imaginación de ustedes fácilmente
puede visualizar a esos caballeros distinguidos, con flecos en sus vestidos, y filacterias
alrededor de sus frentes.
Allí también están los escribas muy engalanados en sus ropas formales, hombres graves y
conocedores. La gente tenía miedo de mirarlos, ¡eran tan santos y tan despectivos! Véanlos allí
sentados, como jueces de instancias superiores, para juzgar al Salvador.
Ahora, por decirlo así, Cristo se concentra en este pobre hombre con una mano seca, para
que le sirviera de testigo; y por medio de Su mandamiento Él prácticamente le pregunta qué
hará: ¿le obedecerá a Él o a los fariseos? No está bien sanar en el día de reposo, dicen los
fariseos.
¿Qué opinas tú, que tienes la mano seca? Si tú estás de acuerdo con los fariseos, por
supuesto que no aceptarás ser sanado en el día de reposo, y no extenderás tu mano; pero si
estás de acuerdo con Jesús, querrás ser sanado, ya sea en el día de reposo o en cualquier otro
día.
Ah, ya veo, tú vas a extender tu mano y vas a romper con los tiranos que quisieran
conservarte con la mano seca. El hombre hizo tanto como votar por Cristo cuando extendió su
mano.
Muchas almas han encontrado la paz cuando por fin han levantado sus manos y han dicho:
"O me hundo, o nado, o me pierdo o soy salvo; ¡Cristo para mí, Cristo para mí! Si perezco voy
a aferrarme a la base de la cruz, y sólo voy a mirarlo a Él; pues yo estoy de su lado, ya sea
que tenga compasión o no." Cuando esa decisión es tomada, entonces viene la salvación. Si
levantas tu mano por Cristo, la convertirá en una mano sana, aunque ahora esté totalmente
paralizada y torcida, como algo muerto. Indigno como eres, Él tiene el poder para infundirle
vida, y para darte la bendición que tu corazón desea, cuando tú levantas tu mano por Él.
Me parece que alguien dice: "Oh, señor, no exagero cuando digo que deseo ser salvo, y
salvado a la manera de Cristo; estaría dispuesto a dar mis ojos para amarlo a Él." Ah, no
necesitas perder tu vista: dale tu confianza; dale los ojos de tu alma. Míralo a Él y vive. "Oh,
que yo pudiera ser salvo," dice uno; "cuánto lo anhelo." Que el Espíritu Santo te lleve a decidir
en tu alma que no serás salvo por nadie más, sino sólo por Cristo. Oh, que tengas la
determinación— "El que sufrió en mi lugar, Será mi médico; No podré ser consolado
Hasta que Jesús me consuele."
Cuando hayas hecho eso, no lo dudo, por medio de la fe en el médico, tú recibirás la vida
por el poder divino, y encontrarás la salvación de inmediato.
IV. En cuarto lugar los quiero conducir a considerar LA OBEDIENCIA DE ESTE HOMBRE. Se
nos dice que extendió su mano. Cristo dijo: "Extiende tu mano." Marcos dice: "Y él la
extendió." Es decir, extendió su mano. Ahora, observen que este hombre no hizo ninguna otra
cosa de preferencia a lo que Jesús le mandaba, aunque muchos pecadores que han despertado
son lo suficientemente insensatos para intentar experimentos.
Cristo dijo: "Extiende tu mano." Y él la extendió. Si, en lugar de eso, el hombre hubiera
atravesado la sinagoga y se hubiera acercado a Cristo, el Señor le habría dicho: "No te ordené
que hicieras tal cosa, te ordené que extendieras tu mano." Supongan que entonces él hubiera
tomado el rollo de la ley con su mano izquierda, y lo hubiera besado con reverencia, ¿hubiera
servido eso de algo? El Señor solamente habría dicho: "Te ordené que extendieras tu mano."
Ay, hay muchas, muchas almas que dicen: "Se nos pide confiar en Jesús, pero en vez de
eso vamos a participar regularmente en los medios de la gracia." Hagan todo eso, pero no
como sustituto de la fe, o se convertirá en una confianza vana. El mandamiento es: "Cree y
vivirás."
Sigue haciendo cualquier cosa que hagas. "Bien, me voy a poner a leer libros buenos; tal
vez me haré bueno de esa manera." Lee todos los buenos libros que quieras, pero ese no es el
Evangelio: el Evangelio es: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo."
Supongan que un médico tiene a un paciente bajo su cuidado, y le dice: "Tienes que tomar
un baño por la mañana; será de mucha ayuda para aliviar tu enfermedad." Pero el paciente
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toma una taza de té por la mañana, en vez de un baño, diciendo: "Eso me hará un bien
equivalente, no lo dudo." ¿Qué dirá el médico cuando le pregunte: "seguiste mi prescripción"?
"No, no lo hice." "Entonces no esperarás que haya un buen resultado, pues me has
desobedecido." Lo mismo decimos en la práctica a Jesucristo, cuando nuestra alma busca otros
caminos, "Señor, Tú me ordenaste que confiara en Ti, pero prefiero hacer otra cosa.
Señor, yo quiero tener convicciones horribles, quiero ser sacudido a las puertas del infierno;
quiero ser alarmado y afligido." Sí, quieres cualquier cosa, excepto lo que Cristo te ha
prescrito, que es, simplemente, que debes confiar en Él.
Ya sea que sientas o no sientas, simplemente debes venir y arrojarte sobre Él, para que Él
pueda salvarte, y sólo Él. "Pero no me diga que usted habla en contra de la oración, y de la
lectura de buenos libros, y demás cosas semejantes." Yo no hablo ni una sola palabra en
contra de esa cosas, como no hablaría, si fuera el médico que acabo de poner por ejemplo, en
contra de que el paciente tomara una taza de té. Que se tome su té; pero no si lo toma en
lugar de tomar el baño que le prescribí.
Así que dejen que el hombre ore: entre más, mejor. Que escudriñe las Escrituras; pero,
recuerden, que si se ponen estas cosas en lugar de la fe simple en Cristo, el alma estará
arruinada.
Déjenme darles un texto: ¿alguna vez escucharon que se citara de manera apropiada?
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y no
queréis venir a mí para que tengáis vida." Allí es donde está la vida: en Cristo; ni siquiera en
escudriñar la Escritura, aunque escudriñarla es muy bueno. Aun si ponemos ídolos de oro en el
lugar de Cristo, tales ídolos deben ser destruidos como si fueran ídolos de lodo o de estiércol.
No importa cuán buena sea una acción, si no es lo que Cristo manda, no serán salvados por
ella. "Extiende tu mano," dice Él; esa era la forma por la que la salud iba a venir: el hombre no
hizo ninguna otra cosa, y recibió una recompensa llena de gracia.
Observen que, él no hizo ninguna pregunta. Y este hombre tenía una buena oportunidad de
hacer preguntas. Yo pienso que muy bien pudo haberse puesto de pie en su lugar y decir:
"Esto es inconsistente, buen Señor. Tú me dices: ‘Extiende tu mano’. Ahora, Tú sabes que si
yo puedo extender mi mano no tengo ningún mal en ella, y por lo tanto no hay espacio para
Tu milagro. Y si no puedo extender mi mano, ¿cómo puedes pedirme que lo haga?" ¿Acaso no
han escuchado a algunos de nuestros amigos, a quienes les gusta burlarse de las cosas santas,
y desprecian nuestras doctrinas de la gracia, cuando declaran que nosotros enseñamos: "tú
puedes pero no puedes; tú lo harás pero no lo harás"? Su descripción es muy precisa, aunque
tiene la intención de ridiculizarnos. No objetamos que lo expresen así, si así les place.
Nosotros enseñamos paradojas y contradicciones aparentes al ojo, si sólo se considera la
letra; pero si penetran a lo más profundo del espíritu, es dentro de estas contradicciones que
se encuentra la eterna verdad.
Sabemos que el hombre está muerto en sus delitos y pecados, sumido en un letargo
espiritual y moral, del que no puede salir por sí mismo; sin embargo, por el mandato del
Señor, nosotros decimos: "Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te
alumbrará Cristo." O, en otras palabras, decimos a la mano seca: "Sé extendida," y se
extiende. El bendito resultado justifica esa enseñanza que, en sí misma, parece digna de
comentarios sarcásticos.
Observen adicionalmente que lo que ese hombre hizo fue que, le fue dicho que extendiera
su mano, y él extendió su mano. Si tú le hubieras preguntado: "¿Extendiste tú tu mano?" tal
vez él hubiera respondido: "Por supuesto que lo hice. Nadie más lo hizo." "Espera un momento
mi buen hombre. "¿Extendiste tú, por ti mismo, tu mano?" "Oh, no," diría, "porque lo he
intentado muchas veces antes y no pude hacerlo, pero esta vez lo hice." "Entonces, ¿cómo fue
que pudiste hacerlo?" "Jesús me dijo que lo hiciera, y yo le obedecí, y se hizo." No espero que
él hubiera podido explicar la lógica de ello, y tal vez nosotros tampoco.
Debe haber sido un espectáculo maravilloso, ver esa pobre mano, seca, débil, inútil,
primero colgada y en seguida extendida ante toda la gente en medio de la sinagoga. ¿Acaso no
ven que la sangre comienza a fluir, que los nervios cobran poder, y que la mano se abre como
una flor que revive? ¡Oh, el gozo de sus ojos llenos de brillo cuando se posaron primero en el
dedo meñique y luego en el pulgar y comprobar que todos estaban vivos! ¡Luego se volvió,
miró a ese hombre bendito que lo había sanado, y parecía ansioso de caer a Sus pies y darle
toda la alabanza!
Aún así, nosotros no podemos explicar la conversión y la regeneración y el nuevo
nacimiento y todo eso; pero sí sabemos esto, que Jesucristo dice: "Cree," y nosotros creemos.
¿Por nuestro propio poder? No. Pero como queremos creer (y Él nos da el querer) viene un
poder para hacer por Su buena voluntad.
Miro a mi alrededor, preguntándome dónde está el hombre con la mano seca el día de hoy,
o dónde está la mujer con la mano seca. A ellos quiero decirles en el nombre de mi Señor:
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"Extiende tu mano." Es un momento propicio. Una gran cosa será hecha en ti. Cree ahora. Tú
has dicho antes: "yo nunca podré creer." Ahora confía en Jesús. Húndete o nada, confía en Él
— "Confía en Él, confía plenamente; Que ninguna otra confianza se entrometa, Nadie
sino sólo Jesús Puede hacer el bien al pecador desvalido."
Nuestro Señor Jesús nunca rechaza a un pecador que confía en Él.
Oh, casi quisiera expresarlo de esta manera: si no sientes que puedes venir, o que debes
venir a Cristo, siendo tan indigno, entra clandestinamente: y de esa manera entra en Su casa
de misericordia, tal como sabes que un perro se mete a escondidas allí donde hubo algo de
comer.
Muy posiblemente el carnicero le daría una patada si lo viera tratando de robar un hueso;
pero una vez que ha tomado el hueso, huye y lo conserva para él. Mi Señor tiene esta actitud
bendita: si tomas una migaja que está debajo de Su mesa, no te la arrebatará, pues Él nunca
rechaza a los que vienen. No importa cómo vengan, nunca los envía de regreso ni les quita la
bendición.
Él nunca dice: "Vamos señor, usted no tiene ningún derecho de esperar en mi Gracia."
Recuerden a la mujer en medio de la multitud, que no quería presentarse frente a Cristo, pero
que se le acercó por detrás y tocó el borde de Su manto. Ella se apropió de Su salvación, por
decirlo así, quisiera Él o no, y ¿qué dijo Él? "Ven aquí, mujer, ven aquí, ¿qué pretendes? ¿Qué
derecho tenías de tocar mi manto, y de robar una salvación así? Una maldición caerá sobre ti."
¿Acaso habló así, lleno de indignación?
Para nada. ¡Para nada! Le pidió que viniera, y ella le dijo toda la verdad, y Él respondió:
"Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado." ¡Ve a Él, alma! ¡Acércate por delante o por detrás,
empuja al que sea para que puedas tocarlo! Corre hacia Él. Si hubiera una multitud de
demonios entre Cristo y tú, cava tu camino a través de ellos con una fe decidida.
Aunque seas el más indigno infeliz que jamás confió en Él, confía en Él ahora, para que se
pueda decir en el cielo que hay un pecador más grande que ha sido salvado hoy, que los que
han sido salvados en el pasado. Tal salvación hará a Cristo más glorioso que nunca; y si tu
caso es el peor de los que Él ha tocado con Su mano sanadora hasta este momento, pues bien,
cuando te haya tocado y sanado, como en efecto lo hará, habrá más alabanzas para Él en el
cielo que nunca antes. Oh alma, yo quisiera poder persuadirte que te acerques a Él, pero mi
Señor sí puede hacerlo. ¡Que el Señor te atraiga a Sí, por Su grande gracia!
V. La última cosa que vamos a considerar es EL RESULTADO DEL ACTO DE EXTENDER LA
MANO DEL HOMBRE EN OBEDIENCIA AL MANDAMIENTO. Él fue sanado.
Ya he tratado de presentarles el hecho que la salvación fue manifiesta; también fue
inmediata. El hombre no tuvo que estar parado allí largo rato, sino que su mano fue sanada de
inmediato: y sin embargo, la cura fue perfecta, pues su mano quedó tan sana como la otra,
tan útil como su mano izquierda, con toda la destreza adicional que naturalmente corresponde
a la mano derecha. Quedó perfectamente sana, aunque fue sanada en un instante. Pueden
estar seguros de ello, fue sanada permanentemente; pues, aunque he oído decir que las almas
salvas caen de la gracia y perecen, nunca he creído eso, pues nunca he leído de ningún caso
que nuestro Señor haya sanado, que haya recaído de nuevo. Nunca he oído de una mano seca
que fue sanada y que se volvió a paralizar una segunda vez. Nunca sucederá. La salvación de
mi Señor dura para siempre.
Recuerdo haber visto en la vidriera de una tienda hace ya algunos años, que se podía
obtener en su interior una "cura momentánea" para el dolor de muelas. Me di cuenta unos
meses después, que el propietario de esa valiosa medicina, cualquiera que haya sido, había
descubierto que nadie quería una cura momentánea, de tal forma que cambió la palabra
"momentánea" por la palabra "instantánea," lo cual fue un cambio positivo. Me temo que la
salvación de algunas personas es una salvación momentánea. Reciben un tipo de gracia, y lo
pierden de nuevo.
Obtienen la paz, y muy pronto esta paz se ha ido.
Lo que se necesita es permanencia, y siempre hay permanencia en la obra de Cristo.
"Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios," y su salvación nunca es
revocada. Oh, alma, ¿puedes ver entonces, qué puedes obtener en este momento de Jesús? La
salvación de por vida; liberación del poder de marchitamiento del pecado durante toda la vida
y por toda la eternidad. Esto se puede obtener por medio de la obediencia gozosa a ese
mandamiento sin par: "Extiende tu mano," o, en otras palabras, "Confía, confía, confía."
Esta semana estuve hablando con una persona que me decía que no podía confiar en Cristo,
y yo le respondí: "Pero, mi querido amigo, no podemos aceptar eso. ¿Puedes confiar en mí?"
Sí, podía confiar en mí.
"¿Por qué puedes confiar en mí, y no puedes confiar en el Señor Jesús?
Lo voy a poner de otra manera. Si tú me dijeras que no puedes confiar en mí ¿qué
implicaría eso?" "Pues," respondió él, "querría decir, por supuesto, que eres un tipo muy malo,
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si yo no pudiera confiar en ti." "Ah," dije yo, "eso es exactamente lo que tú insinúas cuando
dices: yo no puedo confiar en Jesús; pues quien no cree, lo ha hecho a Él mentiroso.
¿Quieres decir que Dios es un mentiroso?" La persona con quien hablaba se retractó con
horror de esa conclusión, y dijo: "No, señor, estoy seguro que Dios es veraz." Muy bien,
entonces, ciertamente puedes confiar en Quien es veraz. No hay dificultad en ello; confiar y
descansar en aquella Persona de quien no puedes tener ninguna duda debe ser una conclusión
natural que se deriva de tu buena opinión de Él. Tu creencia de que Él es veraz es una suerte
de fe.
Arrójate sobre Él ahora. Así como yo me apoyo con todo mi peso sobre esta baranda,
apóyate sobre la misericordia de Dios en Cristo Jesús.
Eso es fe. Si la misericordia de Dios en Cristo no puede salvarte, entonces estás perdido.
Haz de la misericordia tu única esperanza y tu única confianza. Cuélgate de tu Dios en Cristo
Jesús como la vasija cuelga del clavo. Como un hombre deja caer todo su peso en la cama, así
acuéstate sin reservas sobre el amor divino que fue visto en Jesús, y todavía es visto allí. Si
haces esto, serás salvo.
Y no quiero decir simplemente que serás salvo del infierno; pues el poder de la fe, obrando
en ti por Dios el Espíritu Santo, te salvará del amor al pecado: siendo perdonado, amarás
desde este momento a Quien te perdona, y tú recibirás un nuevo principio de acción que será
lo suficientemente poderoso para romper las ataduras de tus viejos hábitos, y te elevarás a
una vida pura y santa. Si el Hijo te hace libre, ciertamente serás libre; y serás libre de
inmediato si ahora confías en Él. El Señor nos conceda Su bendición, por Jesucristo nuestro
Señor.
Amén.

CÓMO LEER LA BIBLIA


Nº 1503
Sermón predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

"¿No habéis leído? … ¿No habéis leído? …Y si supieseis qué significa." Mateo 12: 3-7.

Los escribas y los fariseos eran grandes lectores de la Ley. Ellos estudiaban continuamente
los libros sagrados, escudriñando cada palabra y cada letra. Tomaban notas de muy escasa
importancia, aunque algunas de ellas eran notas muy curiosas como: cuál era el versículo
colocado exactamente a la mitad de todo el Antiguo Testamento, cuál era el versículo colocado
a la mitad de la mitad, y cuántas veces aparecía una palabra, e incluso cuántas veces aparecía
una letra, y el tamaño de la letra, y su posición única. Nos han legado un cúmulo de
observaciones maravillosas sobre simples palabras de la Santa Escritura. La misma cosa
pudieran haber hecho con cualquier otro libro, y la información habría sido tan importante
como los hechos que han recogido muy laboriosamente en relación a la letra del Antiguo
Testamento.
Sin embargo, eran esforzados lectores de la Ley. Ellos iniciaron una discusión con el
Salvador sobre un asunto tocante a esta Ley, pues la conocían como la palma de su mano y
estaban preparados para usarla como un ave de rapiña usa sus garras para destrozar y
despedazar.
Los discípulos de nuestro Señor habían arrancado algunas espigas de trigo, y las habían
restregado con sus manos. De acuerdo a la interpretación de los fariseos, restregar una espiga
de trigo es una especie de trilla, y como es prohibido trillar en el día de reposo, es por tanto
prohibido restregar una espiga de trigo o dos cuando se está hambriento en la mañana del día
de reposo.
Ese era su argumento, y con él y con su propia versión de la Ley del día de reposo, vinieron
a ver al Salvador. El Salvador generalmente llevaba la guerra al campo enemigo, e hizo lo
mismo en esta ocasión. Se encontró con ellos en su propio terreno, diciéndoles: "¿No habéis
leído?"
Una pregunta cortante para los escribas y fariseos, aunque aparentemente inocente. Era
una pregunta razonable y apropiada que muy bien se podía hacer; pero piensen que se las
estaba planteando a ellos. "¿No habéis leído?" "¡Leído!" podrían haber respondido, "nosotros
hemos leído ese libro muchísimas veces. Siempre lo estamos leyendo.
Ningún pasaje se escapa a nuestro ojo crítico."
Sin embargo, nuestro Señor vuelve a hacerles la pregunta una segunda vez: "¿No habéis
leído?" como si después de todo no la hubieran leído, aunque eran los más grandes lectores de
la Ley, en su tiempo. Él insinúa que ellos no han leído del todo; y luego Él les da
incidentalmente la razón del por qué les había preguntado si la habían leído. Él dice: "Si
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supieseis qué significa," que era tanto como decir: "ustedes no han leído, porque no han
entendido." Sus ojos han visto las palabras, y han contado las letras, y han identificado la
posición de cada versículo y de cada palabra, y han dicho sabias cosas acerca de cada uno de
los libros y sin embargo ustedes ni siquiera son lectores del volumen sagrado, pues no han
adquirido el verdadero arte de la lectura. Ustedes no entienden, y por lo tanto ustedes no leen
verdaderamente. Ustedes simplemente pasan las páginas de la Palabra y las contemplan. No la
han leído pues no la entienden.
I. Ese es el tema de este sermón, o, por lo menos, su primer punto.
PARA UNA VERDADERA LECTURA DE LAS ESCRITURAS, DEBEMOS ENTENDERLAS.
Creo que no necesito iniciar estos comentarios diciendo que debemos leer las Escrituras.
Ustedes saben cuán necesario es que nos alimentemos con la verdad de la Santa Escritura.
¿Acaso necesito preguntarles si leen la Biblia? Me temo que esta es una época en la cual se
leen revistas, periódicos, pero no se lee la Biblia como se debería leer. En los tiempos de los
puritanos, los hombres contaban con un escaso suministro de otro tipo de literatura, pero ellos
encontraron una biblioteca completa en ese único libro, la Biblia. Y ¡cómo leían la Biblia!
¡Cuán poco de la Escritura hay en los sermones modernos comparados con los sermones de
esos maestros de la teología, los puritanos! Casi cada frase que ellos dicen parece arrojar luces
desde diferentes ángulos sobre el texto de la Escritura. No sólo sobre el texto acerca del cual
estaban predicando, sino muchos otros versículos son contemplados bajo una nueva luz en el
desarrollo del sermón. Ellos introducen luces entremezcladas procedentes de otros versículos
que son paralelos o casi paralelos al texto predicado, y de esta manera educan a sus lectores
para comparar lo espiritual con lo espiritual.
Yo le pido a Dios que nosotros los ministros nos acerquemos más al grandioso Libro
antiguo. Seríamos predicadores capaces de instruir, si así lo hiciéramos, sin importar si somos
ignorantes del "pensamiento moderno," o no estamos "al tanto de los tiempos." Les garantizo
que estaríamos muchas leguas de distancia por delante de nuestro tiempo, si nos
mantuviéramos muy cerca de la Palabra de Dios.
Y en cuanto a ustedes, hermanos y hermanas míos, que no tienen que predicar, el mejor
alimento para ustedes es la propia Palabra de Dios. Los sermones y los libros están muy bien,
pero los ríos que recorren una gran distancia sobre la tierra, gradualmente recogen algo de
basura del suelo sobre el que fluyen y pierden la frescura que los acompañaba al salir del
manantial. La verdad es más dulce cuando acaba de salir de la Roca abierta, pues ese primer
chorro no ha perdido nada de su vitalidad ni de su carácter celestial. Siempre es mejor beber
agua del pozo, que del tanque de almacenamiento. Ustedes se darán cuenta que leer la
Palabra de Dios por ustedes mismos, leer esa Palabras más que comentarios y notas acerca de
ella, es la manera más segura de crecer en la gracia. Beban la leche sin adulteración de la
Palabra de Dios, y no la leche descremada, o la leche mezclada con agua proveniente de la
palabra del hombre.
Ahora, queridos hermanos, nuestro punto es que mucha lectura aparente de la Biblia, no es
verdaderamente lectura de la Biblia. Los versículos desfilan ante el ojo, y las frases se deslizan
por la mente, pero no hay una verdadera lectura. Un viejo predicador solía decir que la Palabra
tiene un poderoso cauce sin interrupciones en muchas personas hoy en día, pues entra por un
oído y de inmediato sale por el otro. Lo mismo parece suceder con algunos lectores: pueden
leer muchísimo, pero es porque no leen nada. El ojo mira, pero la mente no descansa nunca.
El alma no se posa sobre la verdad ni se queda allí.
Revolotea sobre el paisaje como podría hacerlo un pájaro, pero no construye ningún nido
allí, ni encuentra descanso para la planta de su pie.
Ese tipo de lectura no es lectura. Entender el significado es la esencia de la verdadera
lectura. La lectura contiene su carne jugosa y la piel es de poco valor. En la oración hay algo
que podríamos describir como "orar en oración" una forma de orar que constituye las entrañas
de la oración. De la misma manera, en la alabanza hay un "alabar en el canto," un fuego
interno de intensa devoción que constituye la vida del aleluya. También con el ayuno: hay un
ayuno que no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del alma, que es el alma del ayuno.
Lo mismo sucede con la lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, la esencia de la
lectura, una lectura verdadera y viva de la Palabra. Es el alma de la lectura; y si no está
presente allí, la lectura se convierte en un ejercicio mecánico, que no beneficia en nada.
Ahora, queridos hermanos, a menos que entendamos lo que leemos, no hemos leído nada.
El corazón de la lectura está ausente.
Comúnmente condenamos a los católicos romanos porque conservan la misa en latín; sin
embargo, da lo mismo que sea en latín o en cualquier otro idioma, si la gente no puede
entender.
Algunos se consuelan a sí mismos con la idea que han llevado a cabo una buena acción
cuando han leído un capítulo, pero cuyo significado no han entendido del todo. Pero ¿acaso la
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propia naturaleza no rechaza esto como mera superstición? Si hubieras colocado el libro al
revés, y hubieras dedicado el mismo tiempo a leer las letras en esa posición, te habrías
beneficiado tanto como si lo leyeras en la posición normal sin entenderlo.
Si tuvieran el Nuevo Testamento en griego, para muchos de ustedes sería imposible de
entender, pero se beneficiarían de igual manera leyendo eso como si leyeran el Nuevo
Testamento en español, a menos que lo leyeran con un corazón capaz de entenderlo. No es la
letra la que salva al alma; la letra mata en muchos sentidos, y nunca puede dar la vida. Si
insistes en quedarte sólo con la letra, puedes ser tentado a usarla como un arma en contra de
la verdad, como lo hicieron los fariseos antiguamente, y tu conocimiento de la letra puede
engendrar orgullo en ti, para tu propia destrucción.
Es por medio del espíritu o sea, el significado interno real que es absorbido por el alma, que
somos bendecidos y santificados. Nos saturamos de la Palabra de Dios, como el vellón de
Gedeón, que estaba remojado del rocío del cielo. Y esto sólo puede suceder cuando recibimos
la Palabra en nuestras mentes y en nuestros corazones, aceptándola como la verdad de Dios, y
entendiéndola de tal manera como para gozarnos en ella. Entonces debemos entenderla, o de
lo contrario no la hemos leído correctamente.
De verdad, el beneficio de la lectura debe llegar al alma por el camino del entendimiento.
Cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santo siempre encendía el candelero de oro antes
de quemar el incienso sobre el altar, diríamos que como para mostrar que la mente debe tener
iluminación antes que los afectos puedan elevarse de manera apropiada hacia su objeto divino.
Debe haber conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un
conocimiento de las cosas divinas, como son reveladas, antes de que pueda existir el gozo de
ellas.
Debemos procurar entender, en la medida que nuestra mente finita pueda captarlo, lo que
Dios quiere decir con esto y con aquello; de lo contrario, podemos besar el Libro y no sentir
ningún amor por sus contenidos, podemos reverenciar la letra y sin embargo no sentir ninguna
devoción por el Señor que nos habla por medio de estas palabras.
Amados hermanos, nunca van a obtener consuelo para sus almas de una fuente que no
entienden, ni van a encontrar ninguna guía para sus vidas de algo que no comprenden; ni
ninguna aplicación práctica para su carácter podrá venir de lo que no es entendido por
ustedes.
Entonces, si debemos entender de tal manera lo que leemos ya que de lo contrario
habremos leído en vano, así se muestra que cuando nos acercamos al estudio de la Santa
Escritura, debemos tratar de que nuestra mente esté muy despierta para esa lectura. No
siempre estamos en condiciones, me parece a mí, de leer la Biblia. A veces haríamos bien en
detenernos antes de abrir el volumen. "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú
estás, tierra santa es." Acabas de hacer a un lado tus cuidados y tus ansiedades acerca de tus
negocios en el mundo, y no puedes tomar ese libro y entrar en sus misterios celestiales de
manera inmediata.
De la misma manera que pides una bendición para tus alimentos antes de comer, también
sería una buena regla que pidieras una bendición para la palabra, antes de que participes de
su alimento celestial. Pide al Señor que fortalezca tus ojos antes de que te atrevas a mirar la
luz eterna de la Escritura. Así como los sacerdotes se lavaban sus pies en la fuente de bronce
antes de dedicarse a su trabajo santo, así también sería bueno lavarse los ojos del alma con
los que ves la Palabra de Dios, y también lavarse los dedos, si puedo expresarlo así (los dedos
de la mente con los que pasas las páginas) para que puedas tratar de manera santa a un libro
santo. Di a tu alma: "Alma mía, despierta: no estás a punto de leer un periódico; no estás
pasando las páginas escritas por un poeta humano para que seas deleitado por su brillante
poesía; te estás acercando a Dios, que se sienta en la Palabra al igual que un coronado
monarca lo hace en sus salones.
Despierta gloria mía; que despierte todo lo que está dentro mí.
Aunque ahora mismo no esté alabando y glorificando a Dios, estoy a punto de considerar
eso que me llevará a hacerlo, y por lo tanto es un acto de devoción. Por tanto, debes estar
alerta, alma mía: debes estar alerta, y no estés cabeceándote de sueño ante el majestuoso
trono de Dios."
La lectura de la Escritura es para nosotros la hora de la comida espiritual. Toquen el timbre
y convoquen a cada una de sus facultades para que se reúnan en la propia mesa del Señor,
para tener un banquete con el precioso alimento que está disponible para nosotros ahora; o,
más bien, toquen la campana de la iglesia, llamando a la adoración, pues el estudio de la
Santa Escritura debe ser algo tan solemne como cuando entonamos un salmo en el día del
Señor, en los atrios de la casa del Señor.
Siendo así las cosas, ustedes comprenderán de inmediato, queridos amigos, que, si van a
entender lo que leen, necesitan meditar acerca de esa lectura. Algunos pasajes de la Escritura
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son muy claros para nosotros: benditas aguas poco profundas por las que las ovejas pueden
atravesar; pero hay profundidades en las que nuestra mente podría más bien ahogarse, antes
que nadar con placer, si se acercara a esas aguas sin la debida precaución. Hay textos en la
Escritura que están hechos y construidos a propósito, para hacernos pensar. Nuestro Padre
celestial utiliza estos medios, entre otros, para educarnos para el cielo: haciéndonos analizar el
camino hacia los misterios celestiales. Por eso Él nos presenta Su palabra de forma un poco
complicada, para forzarnos a meditar en ella antes que descubramos su dulzura.
Ustedes saben que Él habría podido explicarnos un concepto de tal manera que lo
pudiéramos entender en un minuto, pero no quiere hacerlo así en cada caso. Muchos de los
velos que cubren la Escritura no están diseñados para encubrir su significado para los
diligentes, sino para forzar la mente para que sea activa, pues a menudo la diligencia de
corazón que busca entender la mente divina hace más bien al corazón, que el conocimiento
mismo. La meditación y la reflexión nos ejercitan y fortalecen nuestra alma para poder recibir
verdades más elevadas aún. He escuchado la historia de las madres en las Islas Baleares, que
en tiempos antiguos, queriendo que sus hijos llegaran a ser buenos honderos, colocaban su
comida en alto, donde no la pudieran alcanzar, por lo que tenían que utilizar su honda y lanzar
una piedra para bajar el alimento. Nuestro Señor desea que seamos buenos honderos, y coloca
alguna preciosa verdad en alto, donde no la podemos alcanzar, excepto utilizando nuestra
honda; y, finalmente, damos en el blanco, y encontramos alimento para nuestras almas.
Entonces tenemos el doble beneficio de aprender el arte de la meditación y de participar de
la dulce verdad que ha sido puesta a nuestro alcance por medio ella. Hermanos míos, debemos
meditar.
Estas uvas no van a producir vino a menos que caminemos sobre ellas.
Estas aceitunas deben ser trituradas por la prensa, y aplastadas una y otra vez, para que
puedan darnos su aceite. En un plato de nueces, ustedes pueden saber cuál nuez ha sido
comida, pues hay un hoyito que el insecto ha perforado en la cáscara; solamente un hoyito, y
luego, dentro, encontramos al bicho, comiéndose la nuez. Pues bien, es una cosa grandiosa
perforar la cáscara de la letra, para luego vivir dentro, alimentándonos de la nuez. Quisiera ser
un gusanito así, que pudiera vivir dentro alimentándome de la Palabra de Dios, habiendo
perforado el hoyito en la cáscara, y habiendo alcanzado el misterio más profundo del bendito
Evangelio.
La Palabra de Dios es siempre más preciosa para el hombre que vive mayor tiempo en ella.
El año pasado estaba sentado bajo un árbol de haya muy frondoso, y sentí placer al observar
con mucha curiosidad, los hábitos singulares de ese árbol tan maravilloso, que parece poseer
una inteligencia que otros árboles no tienen. Me sorprendía y me maravillaba la haya, pero
luego pensé: yo no valoro tanto a esta haya como aquella ardilla. La veo brincar de rama en
rama, y estoy seguro que la ardilla valora grandemente a esa vieja haya, porque tiene su
hogar en un hoyo en algún lugar del árbol, y estas ramas son su abrigo, y la fruta que produce
el árbol es su alimento. La ardilla vive en el árbol. Es su mundo, es el lugar donde juega, es su
granero, es su hogar; ciertamente, el árbol es todo para la ardilla, en cambio para mí no lo es,
pues yo tengo mi descanso y mi alimento en otro lado.
Deberíamos de ser como ardillas en relación a la Palabra de Dios: vivir en ella, y vivir de
ella. Ejercitemos nuestras mentes saltando en ella de rama en rama, encontrando nuestro
alimento y nuestro descanso en ella, y haciendo de ella nuestro todo en todo. Nosotros
seremos los que más nos beneficiaremos de ella, si la convertimos en nuestro alimento,
nuestra medicina, nuestro tesoro, nuestra armadura, nuestro descanso, nuestra delicia. Que el
Espíritu Santo nos lleve a hacer esto y que haga que la Palabra sea muy preciosa para
nuestras almas.
Amados hermanos, a continuación quiero recordarles que para este propósito debemos ser
forzados a orar. Es algo grandioso ser llevados a pensar, pero es más grandioso aún, ser
guiados a orar después de haber sido llevados a pensar. ¿Acaso no me estoy dirigiendo a
algunos de ustedes que no leen la Palabra de Dios, y acaso no estoy hablando a muchos más
que la leen, pero no la leen con la fuerte voluntad de entenderla? Yo sé que así es. ¿Quieren
empezar a ser verdaderos lectores? ¿Se van esforzar de ahora en adelante por entenderla?
Entonces deben caer de rodillas. Deben implorar la dirección de Dios.
¿Quién es el que mejor entiende un libro? Su autor. Si quisiera estar seguro del verdadero
significado de una frase más bien enredada, y su autor viviera cerca de mí y pudiera visitarlo,
tocaría a su puerta y le preguntaría: "¿Sería tan amable de explicarme el significado de esa
frase? No tengo ninguna duda que su frase es muy clara, pero yo soy tan ignorante que me
resulta difícil interpretarla. No tengo ni el conocimiento ni el dominio del tema que usted
posee, y por lo tanto sus alusiones y descripciones están fuera del alcance de mi conocimiento.
Para usted no es difícil y es más bien un lugar común, pero es muy difícil para mí. ¿Sería
tan amable de explicarme su significado?"
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Un hombre de bien sería feliz de ser tratado así, y no tendría problemas en descubrir al
lector honesto, lo que quiso decir. Así, tendría la certeza de haber entendido el significado
correcto, pues habría ido al origen, es decir, habría consultado al propio autor.
Entonces, amados hermanos, el Espíritu Santo está con nosotros, y cuando tomamos Su
libro, y necesitamos saber lo que quiere decir, debemos pedirle al Espíritu Santo que nos
revele su significado. Él no hará un milagro, pero elevará nuestras mentes, y nos sugerirá
pensamientos que nos van a guiar hacia delante, por medio de una mutua relación natural,
hasta que al fin llegaremos a la esencia y al corazón de la instrucción divina. Busquen de
verdad la guía del Espíritu Santo, pues si el alma verdadera de la lectura es el entendimiento
de lo que leemos, entonces debemos implorar al Espíritu Santo que descubra los secretos
misterios de la Palabra inspirada.
Si pedimos que el Espíritu Santo nos guíe y nos enseñe, se entiende, queridos amigos, que
estaremos preparados para usar todos los medios y ayudas disponibles para entender la
Escritura. Cuando Felipe le preguntó al eunuco etíope si podía entender la profecía de Isaías, él
respondió: "¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?" Entonces Felipe subió y se sentó con
él y le explicó la Palabra del Señor. Algunas personas pretenden ser enseñadas por el Espíritu
de Dios y rehúsan recibir ninguna instrucción ni de libros ni de persona alguna. Esto no honra
al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, pues Él da a algunos de sus siervos más
luz que a otros (es claro que lo hace así) quienes a su vez tienen la obligación de dar esa luz a
otros, y usarla para el bien de la iglesia. Pero si la otra parte de la iglesia rehúsa recibir esa
luz, ¿con qué objeto entonces dio el Espíritu de Dios esa luz?
Esto implicaría que hay un error en algún punto en la economía de los dones y las gracias,
administrada por el Espíritu Santo. Eso no puede ser. El Señor Jesucristo quiere dar más
conocimiento de Su palabra y más profundidad de visión a unos de sus siervos más que a
otros, y a nosotros nos corresponde aceptar gozosamente el conocimiento que Él da, de la
manera que Él elija darlo. Sería muy perverso de parte nuestra decir: "No aceptaremos el
tesoro celestial que está contenido en vasos de barro. Si Dios quiere darnos el tesoro celestial,
directamente de Su mano pero no por medio de vasos de barro, lo aceptaremos; pero
pensamos que somos demasiado sabios, nuestra mente es sumamente celestial, somos
demasiado celestiales para que nos interesen esas joyas que están colocadas en vasijas de
barro. No escucharemos a nadie, y no leeremos nada, excepto el propio Libro, ni tampoco
aceptaremos ninguna luz, excepto la que se desliza por las hendiduras de nuestro propio
techo. No queremos ver si tenemos que utilizar la vela de alguna persona, preferimos
permanecer en la oscuridad."
Hermanos, no caigamos en esa insensatez. Si la luz viene de Dios, aunque la traiga un niño,
la aceptaremos con gozo. Si cualquiera de Sus siervos, ya sea Pablo o Apolos o Cefas, ha
recibido luz que viene de Él, he aquí, "todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios."
Por tanto, aceptemos la luz que Dios ha encendido, y pidamos la gracia para hacer brillar esa
luz sobre la Palabra de tal forma que cuando la leamos, podamos entenderla.
No deseo decir nada más sobre esto, pero me gustaría recalcar esto para algunos de
ustedes. Ustedes tienen la Biblia en su casa, yo sé; no les gustaría estar sin la Biblia, podría
pensarse que son paganos si no tuvieran la Biblia. Tienen la Biblia muy bien encuadernada, y
son volúmenes que se ven preciosos: no se ven muy usadas, no han sido leídas, y no es muy
probable que sean leídas, pues sólo se sacan el día domingo para que les dé el aire, y
permanecen en el guardarropa junto con el pañuelo del traje, todo el resto de la semana.
Ustedes no leen la Palabra, no la escudriñan, y ¿cómo esperan recibir la bendición divina?
Si el oro del cielo no es digno de ser buscado, difícilmente va a ser encontrado por ustedes.
Muy a menudo les he repetido que el acto de escudriñar las Escrituras no es el camino de la
salvación. El Señor ha dicho: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo." Pero aun así, la
lectura de la Palabra, lo mismo que el oírla, a menudo lleva a la fe, y la fe trae salvación; ya
que la fe viene por el oír, y la lectura es una forma de escuchar. Mientras están investigando
para saber qué es el Evangelio, puede agradar a Dios dar la bendición a sus almas. Pero qué
pobremente leen la Biblia algunos de ustedes.
No quiero decir algo que sea muy severo, si no es estrictamente la verdad. Que hablen sus
propias conciencias, pero quiero hacer una pregunta muy osada: ¿acaso no leen la Biblia,
muchos de ustedes, de una manera muy apresurada, leen sólo un poquito y luego la hacen a
un lado? ¿Acaso no olvidan pronto lo que han leído, y pierden el poco efecto que pudo haber
tenido la lectura? Cuán pocos de ustedes están decididos a llegar hasta el alma de ella, hasta
su vida, su esencia, y beber de su significado. Pues bien, si no hacen eso, les digo de nuevo
que la lectura de ustedes es una lectura miserable, muerta, que no produce beneficio alguno;
ni siquiera la podemos llamar lectura, ese nombre no podría aplicarse. Que el Espíritu bendito
les dé el arrepentimiento en lo tocante a este tema.

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II. Ahora, en segundo lugar, y de manera muy breve, observemos que EN LA LECTURA
DEBEMOS BUSCAR LA ENSEÑANZA ESPIRITUAL DE LA PALABRA. Creo que eso está contenido
en mi texto, porque nuestro Señor dice: "¿No habéis leído?"...Y luego, nuevamente: "¿No
habéis leído?" y luego dice: "Y si supieseis qué significa" y el significado es algo muy espiritual.
El texto que citaba es: "Misericordia quiero, y no sacrificio," un texto tomado del profeta
Oseas. Ahora, los escribas y los fariseos enfatizaban la letra: el sacrificio, degollar el ganado y
rituales parecidos. Ellos pasaban por alto el significado espiritual del pasaje: "Misericordia
quiero, y no sacrificio," es decir, que Dios prefiere que nos preocupemos por nuestros
semejantes más que por el cumplimiento de cualquier ceremonial de Su Ley, y que al dar
prioridad a su observación, hagamos pasar hambre o sed o causemos la muerte a cualquiera
de las criaturas que Sus manos han hecho. Deberían haber ido más allá de lo exterior hacia lo
espiritual, y todas nuestras lecturas deben hacer lo mismo.
Observen que este es el caso cuando leemos los pasajes históricos.
"¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre;
cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer
ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes?" Este es un texto histórico
que ellos deberían haber leído de tal manera que pudieran haber encontrado su enseñanza
espiritual He oído a algunas personas insensatas que dicen: "Pues a mí no me interesa leer las
partes históricas de la Escritura." Queridos amigos, no tienen la menor idea de lo que están
diciendo. Les digo por experiencia que muchas veces he encontrado mayor profundidad
espiritual en las historias, que la que he encontrado en los Salmos. Ustedes dirán: "¿Cómo es
eso?" Yo afirmo que cuando se alcanza el significado íntimo y espiritual de una historia, uno se
sorprendería a menudo de la maravillosa claridad, la fuerza viva con que la enseñanza penetra
en el alma. Algunos de los más maravillosos misterios de la revelación, pueden entenderse
mejor cuando son explicados de forma visual en las historias, que cuando son presentados en
forma de una declaración verbal.
Cuando tenemos una definición que explica una ilustración, la ilustración expande y da vida
a la definición. Por ejemplo, cuando el propio Señor quiso explicarnos qué es la fe, hizo
referencia a la historia de la serpiente de bronce; y quién, que no haya leído alguna vez la
historia de la serpiente de bronce, no ha sentido que ha comprendido mejor la fe por medio del
cuadro de las personas que están muriendo por las mordeduras de las serpientes, pero que
finalmente viven al contemplar la serpiente de bronce. Este cuadro tiene mayor fuerza que
cualquier descripción que el propio Pablo nos haya dado, independientemente de cuán
maravillosas son las definiciones y las descripciones de Pablo.
Les suplico que nunca desprecien las porciones históricas de la Palabra de Dios, sino que
cuando no puedan derivar ningún bien de ellas, digan: "Esto se debe a mi cabeza dura y a mi
corazón lento. Oh Señor, dígnate aclarar mi cerebro y limpiar mi alma." Cuando Él responda
esa oración, ustedes van a sentir que cada porción de la Palabra de Dios es dada por
inspiración, y es y debe ser de utilidad para ustedes. Exclamen: "Abre mis ojos, y miraré las
maravillas de tu ley."
Lo mismo es exactamente válido en lo relativo a todos los preceptos ceremoniales, porque
el Salvador continúa diciendo: "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los
sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?" No hay ni un solo
precepto de la antigua Ley que no tenga un sentido y un significado profundos. Por lo tanto, no
evitemos la lectura del libro de Levítico, ni digamos: "Yo no puedo leer estos capítulos de los
libros de Éxodo ni de Números. Tienen que ver con las tribus y con sus estandartes, con las
diversas etapas en el desierto y los correspondientes altos en la marcha, el tabernáculo y todo
lo que contiene, o acerca de corchetes de oro y vasos de oro, y tablas, y basas, y piedras
preciosas, y azul y púrpura y lino fino." No, pero hay que buscar su significado íntimo.
Escudriñen de manera exhaustiva; pues al igual que con el tesoro de un rey, lo más precioso
es lo más protegido y difícil de encontrar. Lo mismo sucede con las Santas Escrituras.
¿Han ido alguna vez al la biblioteca del Museo Británico? Hay muchos libros de referencia
allí, que el lector puede tomar cuando quiera. Hay otros libros para los que se necesita llenar
una tarjeta, y no puede uno tomarlos si no la ha llenado previamente; pero hay allí un grupo
selecto de libros que no podrán verse si no se obtiene una orden especial, y esto sólo después
de quitar la llave de las puertas, de abrir cajones y ante la presencia de un vigilante que
siempre está presente mientras se lleva a cabo la inspección del libro. Escasamente se te
permite fijar tus ojos en el manuscrito, por temor de que se borre una letra mientras se la está
mirando. Es un tesoro tan precioso. No hay ninguna otra copia en todo el mundo, y por lo
tanto no es fácil su acceso. De la misma manera hay doctrinas de Dios, selectas y preciosas,
que están encerradas en cajas que se llaman Levítico o el Cantar de los Cantares, y no puedes
acercarte a ellos si no abres ciertas puertas; y el propio Espíritu Santo debe estar contigo, o de
lo contrario nunca vas a encontrar el tesoro precioso.
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Las verdades más elevadas están muy bien escondidas, como los tesoros reales de los
príncipes; por lo tanto debes escudriñar cuando lees. No te quedes satisfecho cuando leas un
precepto ceremonial hasta que no alcances su significado espiritual, pues esa es la verdadera
lectura. No habrás leído mientras no hayas entendido el espíritu del tema.
Lo mismo sucede con las expresiones doctrinales de la Palabra de Dios. He observado con
tristeza a algunas personas que son muy ortodoxas, y que pueden repetir su credo con mucha
fluidez, y sin embargo el uso principal que dan a su ortodoxia es el de sentarse y observar
detenidamente al predicador con el fin de encontrar un motivo de crítica en su contra. ¡Ha
pronunciado una sola frase que es considerada como un mínimo desvío del estándar! "Este
hombre no tiene sana doctrina. Ha dicho algunas cosas buenas, pero en el fondo está podrido,
estoy seguro. Usó una expresión que no era categóricamente pura." Para estos queridos
hermanos a los que me refiero, la predicación tiene que tener algo más que el siclo del
santuario. Algo menor, ya no es suficiente. Su conocimiento es utilizado como un microscopio
para hacer grandes las pequeñas diferencias. No dudo en afirmar que me he encontrado
personas que— "Pueden dividir un cabello Y descubrir la línea que divide Su parte
oeste de la parte noroeste," en asuntos de teología, pero que no saben nada del verdadero
significado de las cosas de Dios. Nunca las han bebido de tal manera que lleguen a sus almas,
sino que sólo las han sorbido en sus bocas para luego escupirlas sobre otros.
La doctrina de la elección es una cosa, pero saber que Dios te ha predestinado a ti, y tener
su fruto en buenas obras a las cuales has sido ordenado, es algo muy diferente. Hablar del
amor de Cristo, hablar del cielo que ha sido destinado para Su pueblo, y cosas semejantes,
todo eso está muy bien. Pero esto puede hacerse sin tener un conocimiento personal de esas
cosas.
Por tanto, queridos hermanos, nunca debemos estar satisfechos si sólo poseemos una
doctrina sana, sino que debemos anhelar tenerla grabada en las tablas de nuestro corazón. Las
doctrinas de la gracia son buenas, pero es mejor aún la gracia de las doctrinas. Busquen
obtenerla, y no estén contentos con la idea de que han sido instruidos hasta tanto no hayan
entendido la doctrina de tal manera que hayan sentido su poder espiritual.
Esto nos hace comprender que, para lograr esto, necesitamos sentir que Jesús está
presente con nosotros siempre que leamos la Palabra de Dios. Fíjense en ese versículo cinco,
que ahora quiero presentar a ustedes como parte de mi texto, y que hasta ahora no había
mencionado. "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el
templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?
Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí." Ay, ellos tenían un alto concepto
acerca de la letra de la Palabra, pero desconocían que Él estaba allí, el Señor del día de
reposo, el Señor del hombre y el Señor de todo.
Oh, cuando hayan aprendido una doctrina, o una ordenanza, o cualquier cosa que sea
externa en la letra, pidan al Señor que los haga sentir que hay algo más grande que el libro
impreso, y algo mejor que la simple cáscara de esa doctrina. Hay una Persona que es más
grande que cualquier otra, y a Él debemos clamar para que esté siempre con nosotros. "Oh,
Cristo viviente, haz que esto sea una palabra viva para mí. Tu palabra es vida, pero no si el
Espíritu Santo no está allí. Yo puedo conocer Tu libro de principio a fin, y repetirlo de memoria
de Génesis a Apocalipsis, y sin embargo puede ser un libro muerto, y yo un alma muerta.
Pero, Señor, te pido que estés presente aquí; entonces en el libro voy a mirar al Señor; en el
precepto voy a verlo a Él que lo cumplió; en la ley voy a mirarlo a Él que la honró; en la
amenaza voy a verlo a Él que la soportó por mí, y en la promesa lo miraré a Él que es el ‘Sí y
el Amén.’" Ah, entonces veremos el Libro de manera diferente. Él está aquí conmigo en mi
habitación: no debo tomarlo con ligereza. Él se inclina sobre mí, señala con Su dedo las líneas,
y puedo ver Su mano traspasada. Voy a leer el Libro como si estuviera en Su presencia. Voy a
leerlo sabiendo que Él es su sustancia, que Él es la prueba de este libro y también su escritor.
Él es la suma de esta Escritura y también su autor. ¡Esa es la forma en que los verdaderos
estudiantes se vuelven sabios! Podrán encontrar el alma de la Escritura cuando puedan
conservar a Cristo con ustedes mientras están leyendo.
¿Acaso no han oído nunca un sermón que les ha hecho sentir que si Jesús hubiera
descendido a ese púlpito mientras el predicador estaba hablando, le habría dicho: "Deja el
púlpito, deja el púlpito; no tienes nada que hacer aquí. Yo te envié para que predicaras acerca
de Mí, y tú estás hablando acerca de una docena de cosas diferentes. Vete a casa y aprende
de Mí, y ven después a predicar." Un sermón que no lleve a Cristo, o del que Jesucristo no sea
el principio y el fin, es un tipo de sermón que hará reír a los diablos en el infierno, y llorar a los
ángeles del cielo, si fueran capaces de tales emociones.
Ustedes recuerdan la historia de ese hombre de Gales que escuchó predicar a un joven, un
sermón muy bueno, un sermón grandioso, pomposo, muy elevado; y cuando hubo terminado

58
de predicar, le preguntó al hombre de Gales qué le había parecido. El hombre le respondió que
no le había parecido nada bueno. "¿Y por qué no?"
"Porque Jesucristo no estaba allí." "Bien," dijo el predicador, "pero mi texto no parecía estar
orientado a eso." "No importa," dijo el hombre de Gales, "tu sermón debía estar orientado a
eso." "No me parece así," dijo el joven predicador. "No," dijo el otro, "todavía no sabes cómo
predicar.
Así es como se debe predicar. Desde cada pequeño pueblo de Inglaterra, sin importar
dónde se encuentre, ciertamente hay un camino que lleva a Londres. Puede ser que no haya
ningún camino hacia otros lugares, pero con toda certeza hay un camino a Londres. Ahora,
desde cada texto de la Biblia hay un camino que conduce a Jesucristo, y la forma de predicar
es decir simplemente ‘¿cómo puedo ir desde este texto hasta Jesucristo?’ y luego predicar a lo
largo de ese camino." "Bien, pero," replicó el joven predicador, "supongamos que encuentro un
texto que no tiene un camino que conduce a Jesucristo." "Yo he predicado durante cuarenta
años," dijo el viejo predicador, "y nunca me he encontrado con un texto así, pero si alguna vez
me encontrara con uno, haría cualquier cosa pero llegaría a Él, pues nunca concluiría un
sermón sin predicar a mi Señor."
Tal vez ustedes piensan que he ido un poco lejos hoy, pero estoy persuadido que no es el
caso, pues tenemos el versículo seis, que trae al Señor de manera sumamente dulce,
poniéndolo al frente de ustedes, lectores de la Biblia, para que no piensen en leer sin sentir
que Él está aquí, el Dios y Señor de todo lo que ustedes están leyendo, y que hará que estas
cosas sean preciosas para ustedes si pueden verlo a Él en todas ellas. Si no pueden encontrar
a Jesús en las Escrituras, no nos servirán de mucho, pues ¿qué fue lo que el propio Señor dijo?
"Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y
no queréis venir a mí para que tengáis vida"; por lo tanto el ejercicio de escudriñar, se
convierte en nada; no encuentran ninguna vida, y permanecen muertos en sus pecados.
Esperemos que esto no ocurra con nosotros.
III. Para concluir, UNA LECTURA DE LA ESCRITURA DE ESTA FORMA, que implica entender
y penetrar en su significado espiritual, y descubrir la Persona divina que es el significado
espiritual, ES PROVECHOSA, pues el Señor dice: "Y si supieseis qué significa: Misericordia
quiero y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes."
Si llegáramos a entender la palabra de Dios, nos evitaríamos muchísimos errores, y entre
otras cosas buenas, no condenaríamos a los inocentes. No dispongo de mucho tiempo para
hablar de estos beneficios, pero sólo diré, resumiendo, que la lectura diligente de la Palabra de
Dios, hecha con la firme intención de entender su significado, a menudo engendra la vida
espiritual. Somos engendrados por la Palabra de Dios: es el instrumento de la regeneración.
Por tanto, amen su Biblia. Manténganse cerca de su Biblia. Ustedes, pecadores que buscan,
ustedes que están buscando al Señor, lo primero que deben hacer es creer en el Señor
Jesucristo; pero mientras aún están en tinieblas y en oscuridad, ¡oh, amen su Biblia y
escudríñenla!
Llévenla a la cama con ustedes, y cuando se despierten en la mañana, si aún es demasiado
temprano para bajar y hacer ruidos que despierten a los demás, quédense arriba leyendo
durante media hora.
Digan: "Señor, guíame a ese texto que será de bendición para mí.
Ayúdame a comprender cómo puedo ser yo, un pobre pecador, reconciliado contigo."
Recuerdo cómo, cuando yo estaba buscando al Señor, recurrí a mi Biblia, y al libro de Baxter
"Llamado a los Incrédulos," y al libro de Alleine "Alarma," y al libro de Doddridge "Origen y
Progreso," pues me decía a mí mismo: "Tengo miedo de perderme, pero quiero saber por qué.
Temo que nunca voy a encontrar a Cristo, pero no será porque no lo haya buscado." Ese temor
me perseguía constantemente, pero dije: "Lo voy a encontrar, si es que puede ser encontrado.
Voy a leer. Voy a pensar." Nunca ha habido un alma que haya buscado sinceramente a Jesús
en la palabra, que no se haya encontrado pronto con la preciosa verdad que Cristo estaba
disponible muy cerca, y que no necesitaba ser buscado; Él estaba realmente allí, sólo que
ellos, pobres criaturas ciegas, estaban metidos en tal laberinto que no lo podían ver en ese
momento. Oh, aférrate a la Escritura. La Escritura no es Cristo, pero es la clave que te
conducirá a Él. Sigue fielmente su guía.
Cuando hayan recibido la regeneración y una nueva vida, sigan leyendo, porque les traerá
consuelo. Verán más de lo que el Señor ha hecho por ustedes. Aprenderán que han sido
redimidos, adoptados, salvados y santificados. La mitad de los errores del mundo se originan
en la gente que no lee la Biblia. ¿Podría creer alguien que el Señor permitiría que uno de sus
queridos hijos pereciera, habiendo leído un texto como éste: "Y yo les doy vida eterna; y no
perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano"? Cuando leo eso, estoy seguro de la
perseverancia final de los santos. Lean, pues, la Palabra de Dios y eso les traerá mucho
consuelo.
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También les servirá de alimento. Es su alimento a la vez que su vida.
Escudríñenla, y se fortalecerán en el Señor y en el poder de Su fuerza.
También les servirá de guía. Estoy seguro que quienes más se apegan al camino recto, son
los que se mantienen más cerca del libro. A menudo cuando no saben qué hacer, verán que un
texto sale del libro diciendo: "Sígueme." Algunas veces he visto una promesa que brilla ante
mis ojos, de la misma manera que brillan las lámparas de un edificio público. A un toque de la
llama, una frase o un designio resplandecen. He visto a un texto de la Escritura brillar de esa
manera para alumbrar mi alma; entonces he sabido que ha sido la Palabra de Dios para mí, y
he continuado mi camino lleno de gozo.
Oh, y tú encontrarías mil ayudas provenientes de ese libro maravilloso, si sólo lo leyeras;
pues al entender mejor las palabras, lo valorarás más, y, conforme envejezcas, el libro crecerá
contigo, y se convertirá en un manual de devoción de cabellos canos, como antes fue un dulce
libro de historias para niños. Sí, siempre será un libro nuevo, una Biblia tan nueva como si
hubiera sido impresa ayer, y nadie hubiera visto ninguna de sus palabras hasta este momento;
y sin embargo será más preciosa por todos los recuerdos que se congregan a su alrededor.
Conforme pasamos sus páginas, con qué dulzura recordamos pasajes de nuestra historia que
nunca se olvidarán ni en la eternidad, sino que permanecerán entremezclados con las
promesas llenas de gracia.
Amados hermanos, el Señor nos enseña a leer Su libro de la vida que ha abierto ante
nosotros aquí abajo, para que podamos leer nuestros títulos claramente en ese otro libro de
amor que todavía no hemos visto, pero que será abierto en el último gran día. Que el Señor
esté con ustedes, y los bendiga.
http://www.spurgeon.com.mx Oren diariamente por los hermanos Allan Roman y Thomas
Montgomery, en la Ciudad de México. Oren porque el Espíritu Santo de nuestro Señor los
fortifique y anime en su esfuerzo por traducir los sermones del Hermano Spurgeon al español y
ponerlos en Internet.

SALVACIÓN POR OBRAS, UNA DOCTRINA CRIMINAL


Nº 1534
Un sermón predicado la mañana de domingo 18 de abril, 1880, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

"No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás
murió Cristo."
Gálatas 2:21.

La idea que la salvación es obtenida por el mérito de nuestras propias obras es sumamente
insinuante. No importa cuántas veces sea refutada, se impone una y otra vez; y tan pronto
como logra tener el pie adentro, de inmediato alcanza grandísimos avances. De aquí que Pablo
tuviera la determinación de no darle ningún cuartel, y se oponía a cualquier cosa que tuviera
alguna semejanza con ella. Estaba decidido a no permitir que el lado delgado de la cuña se
introdujera en la iglesia, pues sabía muy bien que manos gustosas pronto la estarían invitando
a casa. Por ejemplo, cuando Pedro estuvo del lado del partido de los judaizantes, y apoyaba a
los que exigían que los gentiles fueran circuncidados, nuestro valeroso apóstol le resistió cara
a cara. Él luchó siempre por la salvación por gracia por medio de la fe, y peleó tenazmente
contra toda idea de justicia por la obediencia a los preceptos de la ley ceremonial o de la ley
moral. Nadie pudo ser más explícito que Pablo sobre la doctrina de que no somos en ningún
grado justificados o salvados por las obras, sino únicamente por la gracia de Dios. Su trompeta
no emitió ningún sonido incierto. Emitió la clara nota: "Por gracia sois salvos por medio de la
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios." La gracia, para él, quería decir gracia, y no
podía soportar ninguna manipulación del tema, ni que se malinterpretara su significado.
Es tan fascinante la doctrina de la justicia legal, que la única manera de enfrentarse a ella
es a la manera de Pablo: extirpándola. Declarar guerra a muerte contra ella. No ceder ante ella
nunca, sino recordar la firmeza del apóstol, y cuán resueltamente mantuvo su posición: "A los
cuales," dice él, "ni por un momento accedimos."
El error de la salvación por obras es sumamente plausible. Ustedes oirán que
constantemente se declara como una verdad evidente en sí misma, y es vindicada debido a su
supuesta utilidad práctica, mientras que la doctrina evangélica de la salvación por fe es
vituperada y acusada de producir malignas consecuencias. Se afirma que si predicamos la
salvación por medio de buenas obras, estaremos promoviendo la virtud; y así podría parecerlo
en teoría, pero la historia demuestra mediante numerosos ejemplos que, de hecho, donde tal
doctrina ha sido predicada, la virtud se ha tornado singularmente rara, y que en la medida que
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ha sido encomiado el mérito de las obras, la moralidad ha declinado. Por otro lado, allí donde
la justificación por fe ha sido predicada, se han dado conversiones y ha brotado la pureza de
vida, incluso en medio de los peores individuos. Quienes llevan vidas piadosas y llenas de
gracia, están prestos a confesar que la causa de su celo por la santidad radica en su fe en
Cristo Jesús; pero, ¿dónde encontrarán a un hombre devoto y recto que se gloríe de sus
buenas obras?
La justicia propia es connatural a nuestra humanidad caída. De aquí que sea la esencia de
todas las religiones falsas. Sin importar cuáles sean estas, todas están de acuerdo en buscar la
salvación por medio de nuestros propios actos. El que adora a sus ídolos, está dispuesto a
torturar su cuerpo, a ayunar, a llevar a cabo largos peregrinajes, y hacer o soportar cualquier
cosa para ameritar la salvación. La Iglesia Romana exhibe continuamente ante los ojos de sus
fervientes partidarios, el premio que se alcanza por la abnegación, por la penitencia, por las
oraciones, o por los sacramentos, o por otras realizaciones del hombre.
Vayan donde quieran y la religión natural del hombre caído es la salvación por sus propios
méritos. Un viejo teólogo ha dicho muy bien que cada hombre nace siendo un hereje en este
punto, y naturalmente gravita hacia esta herejía de una forma o de otra. La salvación por uno
mismo, ya sea por méritos personales, o por el arrepentimiento, o por las propias
resoluciones, es una esperanza innata de la naturaleza humana, y es muy difícil de erradicar.
Esta necedad está ligada al corazón de cada niño, y ¿quién se la extirpará?
Esta idea errónea surge parcialmente de la ignorancia, pues los hombres ignoran la ley de
Dios, y lo que la santidad realmente es. Si ellos supieran que un simple mal pensamiento
quebranta la ley, y que una vez quebrantada la ley en cualquier punto, es violada en su
totalidad, estarían convencidos de inmediato, que no puede haber justicia por la ley para
aquellos que ya han ofendido en contra de la ley.
También son unos grandes ignorantes en lo concerniente a ellos mismos, pues esas mismas
personas que hablan de justicia propia, como regla, son abiertamente acusables de culpa; y
aunque no lo fuesen, si se sentaran y analizaran a fondo sus propias vidas, pronto percibirían
que incluso en sus mejores obras hay mucha impureza previa de motivos, o gran orgullo y
auto-alabanza posteriores, y por tanto verían que todas sus realizaciones pierden el brillo, y
estarían totalmente avergonzadas de ellas.
Y no es únicamente la ignorancia la que conduce a los hombres a la justicia propia, pues
también son engañados por el orgullo. El hombre no puede soportar ser salvado con
fundamento en la gracia. No le gusta declararse culpable y apoyarse en el favor del grandioso
Rey. No puede tolerar ser tratado como un indigente, ni ser bendecido gracias a la caridad. Él
quiere meter su dedo en su propia salvación, y reclamar por lo menos algún crédito por ella. El
orgulloso no aceptará el cielo con base en los términos de la gracia; pero en tanto que pueda,
presentará un argumento u otro, y se asirá a su propia justicia como si fuese su vida.
Esta confianza en uno mismo, también brota de una perversa incredulidad, pues debido a
su arrogancia, el hombre no le cree a Dios.
Nada es revelado más claramente en la Escritura que esto: que por las obras de la ley
ningún hombre será justificado, y sin embargo las personas, de una forma u otra, se aferran a
la esperanza de la justicia legal. Ellos suponen que deben prepararse para la gracia, o ayudar a
la misericordia, o merecer en algún grado la vida eterna. Prefieren sus propios prejuicios
aduladores a la declaración del Dios que escruta los corazones. El testimonio del Espíritu Santo
concerniente a la falsedad del corazón es hecho a un lado, y la declaración de Dios que no hay
quien haga lo bueno, que no hay ni aun uno, es negada rotundamente. ¿Acaso no es esto un
grandísimo mal?
La justicia propia es también muy promovida por el casi universal espíritu de frivolidad, muy
difundido ahora. Sólo cuando los hombres se tratan con ligereza, pueden abrigar la idea de
méritos personales delante de Dios. El que empieza a pensar con seriedad, y comienza a
entender el carácter de Dios, delante de Quien los cielos no son puros y los ángeles son
acusados de desatino, repito, el que llega a pensar seriamente y contempla una visión
verdadera de Dios, se aborrece en polvo y cenizas, y cualquier pensamiento de justificación
propia es erradicado para siempre. Debido a que no examinamos seriamente nuestra
condición, nos consideramos ricos y con abundantes bienes. Un hombre podría concebir que
está prosperando en los negocios, y sin embargo, podría estar retrocediendo en el mundo. Si
no audita sus libros de contabilidad, o no verifica sus inventarios, podría estar viviendo en el
paraíso del necio, gastando con liberalidad cuando está al borde de la bancarrota.
Muchos se tienen en un alto concepto porque nunca piensan seriamente.
No revisan debajo de la superficie y por eso son engañados por las apariencias. El asunto
más problemático para muchos hombres es el pensamiento. La última acción que harían es
sopesar sus acciones, o verificar sus motivos, o ponderar sus caminos, para ver si las cosas
marchan bien para ellos. Cuando la justicia propia es apoyada por la ignorancia, por el orgullo,
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por la incredulidad, o por la superficialidad natural de la mente humana, está fuertemente
atrincherada y no puede ser extirpada con facilidad del ser humano.
Sin embargo, la justicia propia es evidentemente maligna, pues no toma en serio al pecado.
Habla de méritos en el caso de uno que ya ha transgredido, y se jacta de excelencia en
referencia a la criatura caída y depravada. Parlotea de faltas pequeñitas, de fallitas, de ligeras
omisiones, y así convierte al pecado en un error venial que puede ser tolerado fácilmente. No
sucede así con la fe en Dios, pues aunque reconoce el perdón, ese perdón viene de una
manera que comprueba que el pecado es extremadamente pecaminoso. Por otro lado, la
doctrina de la salvación por obras no tiene en sí una palabra de consuelo para los caídos. Le da
al hijo mayor todo lo que su orgulloso reclame, pero para el hijo pródigo no tiene una palabra
de bienvenida. La ley no tiene una invitación para el pecador, pues no sabe nada de
misericordia. Si la salvación fuera por las obras de la ley, ¿qué sería de los culpables, de los
caídos y de los abandonados? ¿Sobre cuáles esperanzas pueden ser llamados todos ellos para
que regresen? Esta doctrina inmisericorde tranca la puerta de la esperanza, y entrega a los
perdidos al verdugo, para que el orgulloso fariseo airee su propia justicia jactanciosa y le dé
gracias a Dios por no ser como los demás hombres.
El intenso egoísmo de esta doctrina la condena como algo maligno.
Naturalmente exalta el ego. Si un hombre concibe que será salvado por sus propias obras,
es porque se siente alguien, y se gloría en la dignidad de la naturaleza humana: cuando ha
estado atento a los ejercicios religiosos, se frota sus manos y siente que merece el bien de
parte de su Hacedor; va a su casa a repetir sus oraciones y antes de quedarse dormido, se
sorprende gratamente de cómo pudo haberse vuelto tan bueno y tan superior a los que lo
rodean. Cuando sale fuera, se siente como si habitara aparte en una excelencia innata, una
persona muy diferente al "rebaño vulgar," un ser muy admirado cuando es conocido.
Todo el tiempo se considera muy humilde, y a menudo se queda sorprendido por su propia
condescendencia.
¿Acaso no es este un espíritu aborrecible? Dios, que ve el corazón, abomina de él. Dios
acepta al humilde y al quebrantado, pero echa fuera a los que se glorían. En verdad, hermanos
míos, ¿en qué podemos gloriarnos? ¿Acaso cada jactancia no es una mentira? ¿Qué es todo
este egotismo sino una pluma de pavo real, idónea únicamente para exhibirla en el sombrero
del necio? Que Dios nos libre de exaltar el yo; y sin embargo, no podemos evitar hacerlo si
sostenemos en algún grado la doctrina de la salvación por medio de nuestras propias buenas
obras.
En este momento deseo disparar al propio corazón de esa doctrina destructora del alma,
mostrándoles, en primer lugar, que dos grandes crímenes están contenidos en la idea de la
justificación propia. Cuando haya presentado mi denuncia, me esforzaré además en demostrar
que estos dos grandes crímenes son cometidos por muchos, y luego, en tercer lugar, será un
deleite afirmar que el creyente verdadero no comete estos crímenes. Que Dios, el Espíritu
Santo, nos ayude mientras meditamos acerca de este importante tema.
I. Entonces, en primer lugar, LA JUSTICIA PROPIA CONTIENE DOS GRANDES CRÍMENES.
Estos graves crímenes y delitos desechan la gracia de Dios, y hacen que Cristo muera en vano.
El primer crimen es el de desechar la gracia de Dios. La palabra traducida como "desechar"
quiere decir hacer nula, rechazar, rehusar, considerar innecesaria. Ahora, el que espera ser
salvado por su justicia propia rechaza la gracia o favor inmerecido de Dios, considerándola
inútil, y en ese sentido la desecha. Primero, es muy claro que si la justicia viene por la ley, ya
no se requiere de la gracia de Dios. Si podemos ser salvados por nuestros propios méritos,
necesitamos justicia pero en verdad no requerimos de misericordia. Si podemos guardar la ley
y reclamar ser aceptados como un asunto de deuda, es claro que no necesitamos convertirnos
en suplicantes ni implorar dinero. Allí donde se puede demostrar algún mérito, la gracia se
vuelve una superfluidad. Un hombre que puede presentarse en la corte con un caso claro y un
rostro decidido, no le pide misericordia al juez, y se sentiría insultado si le fuere ofrecida.
"Denme justicia," diría; "concédanme mis derechos;" y los defiende como cualquier
ciudadano valeroso lo haría. Únicamente cuando el hombre siente que la ley le condena,
implora misericordia. Nadie soñó jamás en encomendar a un inocente a la misericordia. Digo,
entonces, que el hombre que cree que por guardar la ley, o por practicar ceremonias, o por
presenciar espectáculos religiosos, puede hacerse aceptable delante de Dios, muy
decididamente hace a un lado la gracia de Dios como algo superfluo en lo que concierne a él.
¿No es claramente así? Y ¿acaso desechar la gracia de Dios no es un crimen flagrante?
A continuación, convierte la gracia de Dios al menos en algo secundario, lo cual es
únicamente un grado menor del mismo error.
Muchos piensan que deben ameritar tanto como puedan por sus propios esfuerzos, y luego
la gracia de Dios compensará la diferencia. La teoría parece ser que debemos guardar la ley lo
más que podamos, y esta obediencia imperfecta será una buena proporción, un tipo de
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componente, digamos un chelín en una libra esterlina, o quince chelines en una libra esterlina,
de conformidad a cómo juzgue el hombre su propia excelencia; y entonces, lo que se requiera
por encima de nuestro dinero ganado duramente, la gracia de Dios lo suplirá: en breve, el plan
es que todo hombre sea su propio ‘Salvador’, y Jesucristo y Su gracia compensen nuestras
deficiencias. Ya sea que el hombre lo vea o no, esta mezcolanza de ley y gracia es muy
deshonrosa para la salvación de Jesucristo. Convierte la obra del Salvador en algo incompleto,
aunque en la cruz Él haya clamado: "Consumado es." Sí, incluso la considera como
completamente ineficaz, puesto que parecería que no sirve de nada mientras no se le
agreguen las obras del hombre.
De acuerdo a este concepto, somos redimidos tanto por nuestras acciones como por el
precio del rescate de la sangre de Jesús, y el hombre y Cristo participan, ambos, en la obra y
en la gloria. Esta es una intensa forma de traición arrogante en contra de la majestad de la
misericordia divina: un crimen capital, que condenará a todos los que continúen en él. Que
Dios nos libre de insultar así el trono de la gracia, al pretender traer un precio de compra en
nuestra mano, como si nosotros pudiésemos merecer los dones incomparables del amor.
Más que eso, el que confía en sí mismo, en sus sentimientos, en sus obras, en sus
oraciones, o en cualquier otra cosa excepto la gracia de Dios, virtualmente renuncia a confiar
en la gracia de Dios por completo: pues sepan ustedes que la gracia de Dios no compartirá
nunca la obra con el mérito del hombre. Así como el aceite no combina con el agua, tampoco
se mezclarán el mérito humano y la misericordia celestial. El apóstol dice en Romanos 11: 6,
"Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras,
ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra. Deben alcanzar la salvación, ya sea
porque la merecen en su totalidad, o porque Dios la otorga gratuitamente en su totalidad,
aunque no la merezcan. Deben recibir la salvación de la mano del Señor ya sea como una
deuda o como una caridad, no puede haber una fusión de las ideas. Una combinación de los
dos principios de ley y gracia es completamente imposible. La confianza en nuestras propias
obras, en cualquier medida, nos impide efectivamente toda esperanza de salvación por gracia;
y así desecha la gracia de Dios.
Esta es otra faceta de este crimen, que cuando los hombres predican acciones humanas,
sufrimientos, sentimientos, o emociones, como el fundamento de la salvación, hacen que el
hombre prescinda de la confianza en Cristo, pues en tanto que el hombre mantenga alguna
esperanza en sí mismo, no mirará nunca al Redentor. Podríamos predicar eternamente, pero
mientras permanezca latente en el pecho la esperanza que él puede eficazmente limpiarse de
pecado y ganar el favor de Dios por medio de sus buenas obras, ese hombre no aceptará
nunca la proclamación del perdón gratuito por medio de la sangre de Cristo.
Sabemos que no podemos frustrar la gracia de Dios: la gracia se saldrá con la suya, y el
propósito eterno será cumplido; pero como la tendencia de toda enseñanza que mezcle las
obras con la gracia es suprimir en los hombres la fe en el Señor Jesucristo, su impulso es
desechar la gracia de Dios, y cada acto debe ser juzgado por su tendencia, aun si el poder
divino del Señor previene que provoque su resultado natural. Ningún hombre puede poner
ningún otro cimiento que el que está puesto, pero en tanto que lo intenten, son culpables de
despreciar el fundamento de Dios, al igual que aquellos constructores de la antigüedad que
rechazaron la piedra que Dios eligió para que fuera cabeza del ángulo. Que la gracia de Dios
nos guarde de un crimen como este, para que la sangre de las almas de otros hombres no tiña
de rojo nuestras vestiduras.
Esta esperanza de ser salvados por nuestra propia justicia le roba Su gloria a Dios. Es como
si dijera: "No necesitamos la gracia; no requerimos de ningún favor inmerecido." Lee sobre el
nuevo pacto que el infinito amor ha hecho, pero por aferrarse al viejo pacto pone deshonra
sobre él.
Murmura en su corazón: "¿cuál es la necesidad de este pacto de gracia?
Para nosotros, el pacto de obras responde a todo propósito." Lee sobre el grandioso don de
gracia en la persona de Jesucristo, y lo desprecia por el secreto pensamiento que las acciones
humanas son tan buenas como la vida y muerte del Hijo de Dios. Clama: "no aceptamos que
este hombre nos salve." Una esperanza de justicia propia empaña la gloria de Dios, puesto que
es claro que si un hombre puede ser salvo por sus propias obras, naturalmente quiere llevarse
el honor; pero si un hombre es salvado por la gracia inmerecida de Dios, entonces únicamente
Dios es glorificado. Ay de aquellos que enseñan una doctrina que quiere quitar la corona real
de la cabeza de nuestro soberano Señor y deshonrar el trono de Su gloria. Que Dios nos ayude
a estar libres de esta degradante ofensa contra el alto cielo.
Yo me irrito con un tema como este, pues mi indignación se levanta contra lo que deshonra
a mi Señor, y frustra Su gracia. Este es un pecado tan vil que ni siquiera los paganos lo
cometen. Ellos nunca han oído de la gracia de Dios, y por tanto no la pueden menospreciar:
cuando perezcan recibirán una menor condenación que aquellos que han sido informados que
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Dios es un Dios de gracia y está presto a perdonar, y sin embargo, se dan vuelta y
perversamente se jactan de inocencia y pretenden estar limpios delante de Dios. Este es un
pecado que los demonios no pueden cometer. Con toda la obstinación de su rebelión, no
pueden llegar hasta allí. Nunca han resonado en sus oídos las dulces notas de la gracia
inmerecida y del amor agonizante, y por lo tanto nunca han rechazado la invitación celestial.
Lo que nunca se les ha presentado para su aceptación, no puede ser el objeto de su rechazo.
Entonces, de esta manera, querido lector, si cayeras en esta profunda zanja caerías más bajo
que los paganos, más bajo que Sodoma y Gomorra, y más bajo que el demonio mismo.
Despierta, te lo ruego, y no te atrevas a frustrar la gracia de Dios.
El segundo gran crimen cometido por la justificación propia es hacer que por demás muera
Cristo. Esto es muy claro. Si la salvación puede ser por las obras de la ley, ¿por qué murió
nuestro Señor Jesús para salvarnos? Oh, Tú, sangrante Cordero de Dios, Tu encarnación es un
prodigio, pero Tu muerte sobre el árbol maldito es tal milagro de misericordia que llena todo el
cielo de asombro. ¿Se atrevería alguien a decir que Tu muerte, oh Dios encarnado, fue una
superfluidad, un extravagante desperdicio de sufrimiento? ¿Osan considerarte un entusiasta
generoso pero ignorante, cuya muerte era innecesaria?
¿Puede haber alguien que piense que Tu cruz es una cosa vana? Sí, miles lo hacen
virtualmente, y, de hecho, todos aquellos que suponen que los hombres pueden ser salvados
de alguna u otra manera, o que pueden ser salvados ahora por sus voluntades y sus obras, lo
hacen.
Aquellos que dicen que la muerte de Cristo cumple sólo una parte del cometido, pero que el
hombre debe hacer el complemento para ameritar la vida eterna, estos, afirmo yo, hacen que
la muerte de Cristo sea únicamente parcialmente eficaz, y, en términos todavía más claros,
ineficaz en sí y por sí. Aunque sólo se sugiera que la sangre de Jesús no es suficiente precio en
tanto que el hombre no añada su plata o su oro, ¡entonces Su sangre no es nuestra redención
del todo, y Cristo no es ningún Redentor! Si se enseña que aunque nuestro Señor cargara con
el pecado por nosotros, no se completó una perfecta expiación, y que es ineficaz mientras
nosotros no hagamos algo o suframos algo para completarla, entonces en la obra
suplementaria radica la virtud real, y la obra de Cristo es en sí insuficiente. Su clamor de
muerte: "Consumado es," debe haber sido un error, si todavía no está consumado; y si un
creyente en Cristo no es completamente salvo por lo que Cristo ha hecho, y debe hacer algo él
mismo para completar la obra, entonces la salvación no estaba consumada, y la obra del
Salvador permanece imperfecta hasta que nosotros, pobres pecadores, le echemos la mano
para compensar Sus deficiencias. ¡Qué blasfemia subyace en tal suposición!
Cristo en el Calvario hizo una ofrenda de Sí mismo innecesaria e inútil, si cualquiera de
ustedes puede ser salvo por las obras de la ley.
Este espíritu también rechaza el pacto que fue sellado con la muerte de Cristo, pues si
podemos ser salvos por el viejo pacto de obras, entonces el nuevo pacto no era requerido. En
la sabiduría de Dios el nuevo pacto fue introducido porque el primero se había vuelto viejo, y
fue anulado por la transgresión, pero si no hubiese sido anulado, entonces el nuevo pacto es
una vana innovación, y el sacrificio de Jesús ratificó una transacción insensata. Aborrezco esas
palabras mientras las estoy pronunciando. Nadie fue salvado jamás bajo el pacto de obras, y
no lo será jamás, y el nuevo pacto fue introducido por esa razón; pero si hubiese salvación por
el primer pacto, entonces, ¿qué necesidad habría del segundo? La justicia propia, en la medida
que pueda, anula el pacto, rompe su sello, y desprecia la sangre de Jesucristo que es la
sustancia, el certificado, y el sello de ese pacto. Si tú sostienes que un hombre puede ser
salvado por sus propias buenas obras, derramas menosprecio en el testamento del amor que
la muerte de Cristo ha puesto en vigor, pues no hay necesidad de recibir como un legado de
amor, eso que puede ganarse como salario del trabajo.
Oh, señores, este es un pecado contra cada persona de la sagrada Trinidad. Es un pecado
contra el Padre. ¿Cómo puede Él ser sabio y bueno, y sin embargo entregar a Su único Hijo en
angustia a la muerte en aquel madero, si la salvación del hombre puede lograrse por otros
medios? Es un pecado contra el Hijo de Dios: ustedes se atreven a decir que el precio de
nuestra redención pudo haberse pagado de otra manera, y que por tanto Su muerte no era
absolutamente necesaria para la redención del mundo; o si hubiese sido necesaria, no fue
eficaz, pues requiere que se le agregue algo, antes de poder completar su propósito.
Es un pecado contra el Espíritu Santo, y tengan cuidado de cómo pecan contra Él, pues
tales pecados son fatales. El Espíritu Santo da testimonio de la gloriosa perfección y del
inconquistable poder de la obra del Redentor, y ay de aquellos que rechazan ese testimonio. Él
ha venido al mundo con el propósito de convencer a los hombres del pecado de no creer en
Cristo Jesús: y por eso, si pensamos que podemos ser salvos fuera de Cristo, estamos
despreciando el Espíritu de Su gracia.

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La doctrina de la salvación por obras es un pecado contra todos los caídos hijos de Adán,
pues si los hombres no pueden ser salvos excepto por sus propias obras, ¿qué esperanza le
queda a cualquier transgresor?
Ustedes cierran las puertas de la misericordia para la humanidad; condenan al culpable a
que muera sin la posibilidad de remisión. Niegan toda esperanza de bienvenida al hijo pródigo
que retorna, y toda promesa de Paraíso al ladrón moribundo. Si el cielo se alcanza por obras,
miles de nosotros no veríamos sus puertas nunca. Yo sé que yo nunca las vería.
Ustedes, sujetos buenos, pueden regocijarse ante sus perspectivas, ¿pero qué sería de
nosotros? Ustedes nos arruinan a todos con su esquema de jactancia.
Y esto no es todo. Es un pecado en contra de los santos, pues ninguno de ellos tiene otra
esperanza, excepto en la sangre y en la justicia de Jesucristo. Si quitan la doctrina de la
sangre expiatoria, habrán quitado todo; nuestro fundamento habría desaparecido. Si hablan
así, ofenden al linaje entero de hombres piadosos. Voy más allá: traficar con las obras es un
pecado contra los perfeccionados de arriba. La doctrina de la salvación por obras silenciaría
todos los aleluyas del cielo. Cállense ustedes, cantantes del coro, ¿cuál es el significado de su
canción?
Ustedes están cantando: "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre."
Pero, ¿por qué cantan así? Si la salvación es por obras, sus objetos de alabanza son lisonjas
vacías. Ustedes deberían cantar más bien: "A nosotros que guardamos nuestras vestiduras
limpias, a nosotros sea la gloria por los siglos de los siglos." O al menos, "a nosotros cuyos
actos convirtieron en eficaz la obra del Redentor sea una buena parte de la alabanza." Pero
nunca se ha escuchado en el cielo una sola nota laudatoria del yo, y por tanto nos sentimos
seguros que la doctrina de la justificación propia no es de Dios.
Les exhorto a que renuncien a ella como enemiga tanto de Dios como del hombre. Este
orgulloso sistema es un pecado del tinte más negro contra el Bienamado. No soporto pensar
en el insulto que lanza en contra de nuestro Señor agonizante. Si hacen que Cristo haya vivido
en vano, eso es lo suficientemente malo, ¡pero presentarlo como habiendo muerto en vano!
¿Qué se podría decir de esto? Que Cristo vino a la tierra para nada es un enunciado
sumamente horrible; pero que se haya hecho obediente hasta la muerte de cruz sin resultado,
es la peor clase de blasfemia.
II. No diré nada más en lo relativo a la naturaleza de estos dos pecados, sino que
proseguiré, en segundo lugar, al solemne hecho de que MUCHAS PERSONAS COMETEN ESTOS
DOS GRANDES CRÍMENES. Me temo que son cometidos por algunos que me están leyendo en
este día.
Que cada uno se escudriñe a sí mismo y vea si estas cosas malditas están escondidas en su
corazón, y si están, que clame a Dios para que lo libere de ellas.
Ciertamente se puede acusar de estos crímenes a aquellos que juegan con el Evangelio.
Tenemos ante nosotros el mayor descubrimiento que haya sido hecho jamás, el más
maravilloso objeto de conocimiento que haya sido jamás revelado, y sin embargo, ustedes no
lo consideran digno de su pensamiento. Vienen de vez en cuando a oír un sermón, pero lo
escuchan sin corazón; leen las Escrituras ocasionalmente, pero no las escudriñan para buscar
el tesoro escondido. El primer objetivo de sus vidas no es entender completamente y recibir de
corazón el Evangelio que Dios ha proclamado: sin embargo, ese debería ser el caso. Qué,
amigo mío, ¿acaso dice tu indiferencia que no estimas de gran valor la gracia de Dios? No
consideras que valgan la pena los esfuerzos de oración, de lectura de la Biblia y de atención.
La muerte de Cristo no es nada para ti, un hecho hermoso, sin duda; tú conoces bien la
historia, pero no te interesa lo suficiente para desear ser partícipe de sus beneficios. Su sangre
podrá tener poder para limpiar tu pecado, pero tú no quieres la remisión; Su muerte podrá ser
la vida de los hombres, pero tú no anhelas vivir por Él. Ser salvados por la sangre expiatoria
no conlleva ni la mitad de importancia como continuar con su negocio con ganancia y adquirir
una fortuna para su familia. Restándole importancia a estas preciosas cosas ustedes desechan,
en la medida de lo posible, la gracia de Dios y hacen que Cristo muera en vano.
Otro grupo de personas que hace esto son aquellos que no tienen un sentido de culpa. Tal
vez son naturalmente amigables, civiles, honestos y generosos, y piensan que estas virtudes
naturales son todo lo que se requiere. Tenemos a muchas personas que son así, en quienes
hay mucho que es atractivo, pero la cosa necesaria les falta. No están conscientes que hayan
hecho algo, alguna vez, que sea demasiado malo, y ciertamente se consideran tan buenos
como los demás, y en algunos aspectos incluso mejores. Es altamente probable que seas tan
bueno como los demás, e incluso mejor que otros, pero ¿acaso no ves, mi querido amigo, si
me estoy dirigiendo a alguien así, que si eres tan bueno que vas a ser salvo por tu bondad,
consideras a la gracia de Dios como algo inadmisible, y la haces vana? El sano no necesita al
médico, sólo los que están enfermos necesitan de sus servicios, y por tanto fue innecesario
que Cristo muriera para tales personas como tú, porque tú, en tu propia opinión, no has hecho
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nada digno de muerte. Argumentas que no has hecho nada muy malo; y sin embargo hay algo
en lo que has transgredido gravemente, y te ruego que no te enojes cuando te acuse de ello.
Tú eres muy malo, porque eres tan orgulloso que te consideras justo, aunque Dios ha dicho
que no hay justo, ni aun uno. Tú le dices a tu Dios que es un mentiroso. Su palabra te acusa, y
Su ley te condena; pero quieres creerle, y en realidad te jactas de tener una justicia propia.
Esta es alta presunción y arrogante orgullo. Que el Señor te purifique de ello. ¿Guardarás
eso en tu corazón? Y recuerda que si nunca has sido culpable de ninguna otra cosa, este es
suficiente pecado para hacer que te lamentes delante del Señor día y noche. En la medida que
has podido, por tu orgullosa opinión de ti mismo, has hecho nula la gracia de Dios, y has
declarado que Cristo murió en vano. Oculta tu rostro por la vergüenza e implora misericordia
por esta clara ofensa.
Otro grupo de personas puede suponer que escapará, pero ahora debemos dirigirnos a
ellos. Los que desesperan a menudo clamarán: "yo sé que no puedo ser salvado excepto por
gracia, pues soy un gran pecador; pero, ay, soy un pecador demasiado grande para ser
salvado.
Estoy demasiado negro para que Cristo lave mis pecados." Ah, mi querido amigo, aunque
no lo sabes, estás haciendo nula la gracia de Dios, negando su poder y limitando su fuerza.
Dudas de la eficacia de la sangre del Redentor, y del poder de la gracia del Padre. ¡Cómo!
¿Acaso la gracia de Dios no es capaz de salvar? ¿Acaso el Padre de nuestro Señor Jesús no es
capaz de perdonar el pecado? Nosotros gozosamente cantamos— "¿Cuál es el Dios que
perdona como Tú?
O cuál tiene gracia tan rica e inmerecida?"
Y tú dices que Él no puede perdonarte, y esto lo afirmas pese a Sus múltiples promesas de
misericordia. Él dice: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres." "Venid luego,
dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve
serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Tú
dices que esto no es verdad. Así frustras la gracia de Dios, y estableces que Cristo murió en
vano, al menos para ti, pues afirmas que Él no te puede limpiar. Oh, no digas eso: que tu
incredulidad no haga a Dios mentiroso. Oh, cree que Él capaz de salvarte incluso a ti, y hacerlo
inmerecidamente, en este preciso instante, quitar todo tu pecado, y aceptarte en Cristo Jesús.
Cuídate del desaliento, pues si tú no confías en Él, harás que Su gracia sea nula.
Y aquellos que hacen del Evangelio una miscelánea, yo pienso, cometen en gran medida
este pecado. Quiero decir esto: cuando predicamos el Evangelio, únicamente tenemos que
decir: "pecadores, ustedes son culpables; nunca podrán ser ninguna otra cosa, excepto
culpables en y por ustedes: si ese pecado de ustedes es perdonado, debe ser por medio de un
acto de la gracia soberana, y no por causa de algo en ustedes, o que pueda ser realizado por
ustedes. La gracia les es dada porque Jesús murió, y por ninguna otra razón; y la vía por la
que pueden tener la gracia es simplemente confiando en Cristo. "Por la fe en Jesucristo
obtendrán pleno perdón." Esto es el puro Evangelio. El hombre se vuelve y pregunta: "¿por
qué tengo derecho a creer en Cristo?" Si yo le respondiera que tiene derecho de creer en
Cristo porque siente internamente la obra de la ley, o porque tiene deseos santos, estaría
confundiendo el asunto: habría introducido algo del hombre en el tema y habría estropeado la
gloria de la gracia. Mi respuesta es: "hombre, tu derecho de creer en Cristo no radica en lo que
eres o en lo que sientes, sino en el mandamiento de Dios que creas, y en la promesa de Dios
que es hecha a toda criatura bajo el cielo, que el que crea en Jesucristo será salvo." Esta es
nuestra comisión: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere
y fuere bautizado, será salvo." Si tú eres una criatura, te predicamos ese Evangelio. Confía en
Cristo y serás salvo. No porque seas un pecador sensible, o un pecador penitente, o cualquier
otra cosa, sino simplemente porque Dios, por Su gracia inmerecida, sin ninguna consideración
dada a Él de tu parte, sino gratis y por nada, inmerecidamente perdona todas tus deudas en el
nombre de Jesucristo.
Ahora, yo no he mutilado el Evangelio; allí está, sin nada de la criatura en su contenido,
excepto la fe del hombre, e incluso eso, es el don del Espíritu Santo. Aquellos que mezclan sus
condicionantes: "si" y "pero" e insisten en que "debes hacer esto, y sentir eso, antes de que
puedas aceptar a Cristo," desechan la gracia de Dios en alguna medida, y lesionan al Evangelio
glorioso del Dios bendito.
Y también cometen ese pecado los que apostatan. ¿Les estoy hablando ahora a algunos que
alguna vez profesaron la religión, que alguna vez dijeron la oración en medio de la
congregación, que una vez caminaron como santos, pero que han regresado a sus viejos
pasos, quebrantando el día de reposo, abandonando la casa de Dios, y viviendo en el pecado?
Tú, amigo mío, por el derrotero de tu vida dices: "yo tuve la gracia de Dios, pero no me
importa: no vale nada. La he rechazado, he renunciado a ella: la he anulado: he regresado al
mundo." Actúas como diciendo: "una vez confié en Jesucristo, pero Él no es digno de mi
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confianza." Le has negado, has vendido a tu Dios y Señor. No voy a preguntarte si en realidad
fuiste sincero alguna vez, aunque yo creo que nunca lo fuiste, pero ese es el caso según tu
propia demostración. Ten mucho cuidado para que estos dos terribles crímenes no descansen
sobre ti, que no deseches la gracia de Dios, ni hagas que Cristo muera en vano.
III. En mi tercer punto voy a llevar conmigo las profundas convicciones y las gozosas
confianzas de todos los verdaderos creyentes.
Es este: que NINGÚN CREYENTE VERDADERO SERÁ CULPABLE DE ESTOS CRÍMENES. En su
alma misma él desprecia estos pecados infames.
Primero que nada, ningún creyente en Cristo puede soportar pensar en desechar la gracia
de Dios o en volverla nula. Vamos, ahora, corazones honestos, les hablo a ustedes. ¿Confían
únicamente en la gracia, o en alguna medida se apoyan en ustedes mismos? Aunque sea en
un mínimo grado, ¿dependen de sus propios sentimientos, de su propia fidelidad, de su propio
arrepentimiento? Yo sé que aborrecen su simple pensamiento.
No tienen ni siquiera la sombra de una esperanza ni la semblanza de una confianza en algo
que hayan sido alguna vez, o que puedan ser alguna vez, o que esperan ser alguna vez.
Ustedes arrojan lejos esto como si fuese un harapo inmundo lleno de contagio que quisieran
tirar fuera del universo, si pudieran. Yo en verdad declaro que aunque he predicado el
Evangelio con todo mi corazón, y me glorío en él, sin embargo, desecharía mis predicaciones
como escoria y estiércol si pensara en ellas como un fundamento de confianza: y aunque he
traído muchas almas a Cristo, bendito sea Su nombre, no me atrevo nunca, ni por un
momento, a poner la más ligera confianza en ese hecho como base de mi propia salvación,
pues yo sé que yo, después de haber predicado a otros, puedo todavía ser arrojado fuera. No
puedo apoyarme en un ministerio exitoso, o en una iglesia edificada, sino que descanso
únicamente en mi Redentor.
Lo que digo de mí mismo, yo sé que cada uno de ustedes lo dirá de sí mismo. Sus limosnas,
sus oraciones, sus lágrimas, su persecución dolorosa, sus donativos para la iglesia, su sincero
trabajo en la escuela dominical o en cualquier otro lado, ¿alguna vez pensaron en ponerlo lado
a lado con la sangre de Cristo como su esperanza? No, nunca soñaron con hacerlo; estoy
seguro que nunca lo hicieron, y su simple mención es totalmente digna de desprecio para
ustedes, ¿no es cierto? La gracia, la gracia, la gracia es su única esperanza.
Es más, no solamente han renunciado a toda confianza en las obras, sino que renuncian a
ella en este día más sentidamente de lo que lo hayan hecho jamás. Entre más viejos sean, y
entre más santos se sean, menos pensarán en confiar en ustedes mismos. Entre más
crezcamos en la gracia, más creceremos en el amor de la gracia; entre más escudriñemos en
nuestros corazones, y entre más conozcamos de la santa ley de Dios, más profundo será
nuestro sentido de indignidad, y por consiguiente más elevado será nuestro deleite en la
misericordia inmerecida, gratuita, rica, en el don inmerecido del real corazón de Dios.
Dime, ¿no salta tu corazón dentro de ti cuando oyes las doctrinas de la gracia? Yo sé que
hay algunas personas que jamás se sintieron pecadoras, que respingan como si estuvieran
sentadas sobre espinas cuando estoy predicando la gracia y nada más que la gracia. Pero no
sucede así con los que se apoyan en Cristo. "¡oh, no," dirás, "toca esa campana otra vez,
amigo! ¡Toca esa campana de nuevo; no hay música semejante a ella. Toca esa cuerda otra
vez, porque es nuestra nota favorita!"
Cuando te decaes y deprimes, ¿qué tipo de libro te gusta leer? ¿No es acaso un libro acerca
de la gracia de Dios? ¿Qué pasajes buscas en las Escrituras? ¿No te diriges a las promesas
hechas al culpable, al impío, al pecador, y no encuentras que únicamente en la gracia de Dios,
y únicamente al pie de la cruz hay algún descanso para ti? Yo sé que es así. Entonces te
puedes levantar y decir con Pablo: "No desecho la gracia de Dios." Algunos pueden hacerlo, si
quieren, pero Dios no quiera que yo alguna vez la anule, pues es toda mi salvación y todo mi
deseo."
El verdadero creyente es inocente también del segundo crimen: no hace que por demás
muera Cristo. No, no, no, él confía en la muerte de Cristo; él pone toda su entera confianza en
el grandioso Sustituto que le amó, y vivió y murió por él. No se atreve a asociar su pobre
corazón sangrante, ni sus oraciones, ni su santificación, ni ninguna otra cosa, con el sangrante
sacrificio. "Nadie sino Cristo, nadie sino Cristo," es el clamor de su alma. Detesta cualquier
propuesta de mezclar algo de ceremonia o de acción legal con la obra consumada de
Jesucristo.
Queridos hermanos, confío que entre más vivamos, veamos más la gloria de Dios en el
rostro de Jesucristo. Nos maravillamos por la sabiduría de la forma por la que un sustituto fue
introducido: que Dios castigara el pecado y perdonara al pecador. Estamos sumidos en la
admiración del amor sin par de Dios, que no perdonó a Su propio Hijo. Estamos llenos de
reverente adoración al amor de Cristo, que a pesar de que supo que el precio del perdón era
Su sangre, Su piedad nunca se desvaneció.
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Y, es más, no solamente nos gozamos en Cristo, sino que sentimos una creciente unión con
Él. No sabíamos al principio, pero lo sabemos ahora, que fuimos crucificados con Él, que
fuimos enterrados con Él, y que fuimos resucitados otra vez con Él. No aceptamos a Moisés
como nuestro gobernante, ni a Aarón como nuestro sacerdote, pues Jesús es tanto Rey como
Sacerdote para nosotros. Cristo es en nosotros, y nosotros en Cristo, y somos completos en Él,
y nada puede ser tolerado como una ayuda para la sangre y la justicia de Jesucristo nuestro
Señor.
Somos uno con Él, y siendo uno con Él nos damos cada día más cuenta que no murió en
vano. Su muerte nos ha comprado una vida real: Su muerte nos ha liberado de la esclavitud
del pecado, y nos ha traído liberación incluso ahora, del miedo de la ira eterna. Su muerte nos
ha comprado la vida eterna, nos ha comprado la condición de hijo y todas las bendiciones que
conlleva que la Paternidad de Dios se deleita en otorgar; la muerte de Cristo ha cerrado las
puertas del infierno para nosotros, y ha abierto las puertas del cielo; la muerte de Cristo ha
obrado misericordias para nosotros, no en visión ni en imaginación, sino reales y verdaderas,
que en este mismo día gozamos, y así no corremos peligro de pensar que por demás murió
Cristo.
Nosotros nos gozamos al sostener estos dos grandiosos principios que dejaré con ustedes,
esperando que chupen su médula y su grosura.
Estos son los dos principios. La gracia de Dios no puede ser desechada, y Jesús no murió en
vano. Estos dos principios, pienso, yacen en el fondo de toda sana doctrina. La gracia de Dios
no puede ser desechada después de todo. Su eterno propósito será cumplido, su sacrificio y su
sello serán eficaces: los elegidos de la gracia serán traídos a la gloria. No habrá ninguna falla
en cuanto al propósito de Dios en ningún punto: al final, cuando todo sea resumido, se verá
que la gracia reinó por medio de la justicia para vida eterna, y la piedra del coronamiento
saldrá a relucir con gritos de "Gracia, gracia a ella." Y como la gracia no puede ser desechada,
así Cristo no murió en vano. Algunos pensarían que hay propósitos en el corazón de Cristo que
nunca serán cumplidos. Nosotros no conocemos a Cristo de ese modo. Los propósitos por los
que Él murió serán cumplidos; a los que compró, los recibirá; los que redimió, serán libres; no
fallará la recompensa por la portentosa obra de Cristo: verá el fruto de la aflicción de su alma,
y quedará satisfecho. Yo pongo mi alma a descansar sobre estos dos principios. Creo en Su
gracia, y creo que esa gracia nunca me fallará. "Bástate mi gracia," dice el Señor, y así será.
Si tengo fe en Jesucristo, Su muerte me salvará. No podría ser, oh Calvario, que tú me
fallaras; oh, Getsemaní, no podría ser que tu sudor sangriento fuera en vano. Por medio de la
divina gracia, descansando en la preciosa sangre de nuestro Salvador, seremos salvos.
Gócense y regocíjense conmigo, y sigan su camino y cuéntenlo a otros. Que Dios les bendiga
cuando así lo hagan, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Gálatas 1:11; 2.

MAHANAIM, O CAMPAMENTOS DE ÁNGELES


Nº 1544
Un sermón predicado el domingo 20 de junio, 1880, en el Tabernáculo Metropolitano,
Newington, Londres.

"Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios.


Y dijo Jacob cuando los vio: Campamento de Dios es este; y llamó el nombre de aquel lugar
Mahanaim."
Génesis 32:1, 2.
"Luego que David llegó a Mahanaim, Sobi hijo de Nahas, de Rabá de los hijos de Amón,
Maquir hijo de Amiel, de Lodebar, y Barzilai galaadita de Rogelim, trajeron a David y al pueblo
que estaba con él, camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, habas,
lentejas, garbanzos tostados, miel, manteca, ovejas, y quesos de vaca, para que comiesen;
porque decían: El pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto."
2 Samuel 17:27-29.

Vayamos a Mahanaim y veamos este grandioso espectáculo. Primero, vayamos con Jacob y
veamos los dos campamentos de ángeles, y luego vayamos con David para observar sus
tropas de amigos. Jacob tendrá nuestra primera consideración.
¡Cuán variada es la experiencia del pueblo de Dios! Su peregrinaje es sobre arena
cambiante; su tienda siempre está en movimiento y la escena que les rodea todo el tiempo
está cambiando. Allí está Jacob, contendiendo en un tiempo con Labán por su manutención,
haciendo una trampa tras otra para no dejarse de su suegro; luego prospera y decide no

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permanecer más bajo esa servidumbre; huye, es perseguido, debate con su enojado pariente,
y pone punto final a la contienda con una tregua y un sacrificio.
Esta impropia guerra familiar debe haber sido muy infeliz para Jacob, y no era propicia para
elevar el nivel de sus pensamientos, o endulzar su temperamento, o ennoblecer su espíritu.
Qué cambio tuvo lugar en él al día siguiente, después que Labán se hubo ido, cuando Jacob se
encontró ante la presencia de ángeles. Aquí tenemos un cuadro de una naturaleza muy
diferente: el avaro se ha ido y los querubines han venido, el avaro capataz ha dado la espalda
y los alegres mensajeros del bendito Dios han venido para dar la bienvenida al patriarca, a su
regreso del exilio. Es muy difícil entender plenamente la transformación completa.
Tales cambios ocurren en todas las vidas; pero yo creo que suceden, más que nada, en las
vidas de los creyentes. Pocas etapas a lo largo del océano de la vida están libres de tormenta,
pero los redimidos del Señor pueden contar con ser sacudidos por la tempestad, aun si otros
se escapan. "Muchas son las aflicciones del justo." Sin embargo, las pruebas no son eternas;
un claro brillo viene después de la lluvia. El cambio se da siempre. Pasamos de la tormenta a
la calma, de la suave brisa al huracán: navegamos a lo largo de las costas de paz, y de pronto
encallamos en los bancos de arena del miedo. Y esto no debe sorprendernos; pues, ¿acaso no
hubo grandes cambios en la vida de nuestro Dios y Señor?
¿No estuvo Su vida más llena de colinas y valles de lo que puede estar jamás la nuestra?
Leemos acerca de Su bautismo en el Jordán, y en ese lugar y en ese momento fue visitado
por el Espíritu, que descendía sobre Él como paloma.
Esa fue Su hora de tranquilidad. ¿Quién puede entender el descanso del espíritu de Jesús
cuando el Padre dio este testimonio acerca de Él, "Este es mi Hijo amado"? Pero
inmediatamente después leemos, "Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para
ser tentado por el diablo." ¡Del descenso del Espíritu Santo al terrible conflicto con el diablo,
hay ciertamente un gran cambio!
Pero además otro cambio le siguió, pues cuando esa batalla fue librada, y la triple tentación
había sido intentada en vano contra nuestro Señor, leemos de nuevo, "El diablo entonces le
dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían." En un corto espacio, el entorno de nuestro
Señor había mutado de celestial a diabólico, y luego de satánico a angélico.
Del cielo al pesebre, de caminar sobre el mar a colgar de la cruz, del sepulcro al trono: ¡qué
cambios son éstos! ¿Podemos esperar hacer tres enramadas y quedarnos en el monte
mientras nuestro Señor fue sacudido de esta manera de un lado al otro?
Amados, ustedes ciertamente descubrirán que el mundo está establecido sobre las muchas
aguas, y por tanto siempre está en movimiento.
Nunca cuenten con la permanencia de ningún gozo: gracias a Dios tampoco tienen que
temer la continuación de ningún dolor. Estas cosas vienen y van, y van y vienen; y ustedes y
yo, mientras tengamos que vivir en este pobre mundo que da volteretas, debemos ser
trasladados de un lado al otro, como la tienda de un pastor, sin encontrar una ciudad donde
morar.
Y si esto no sucediera en lo relativo a nuestra morada, ciertamente se daría en nuestros
sentimientos. Desde el principio "fue la tarde y la mañana un día," y "fue la tarde y la mañana
el día segundo." La alternancia de sombra y luz, de acostarse y levantarse, se ha dado desde
el principio. El amanecer, el mediodía, la tarde, la noche, la oscuridad, la medianoche, y una
nueva mañana se suceden unos a otros en todas las cosas. Así debe ser: hay necesidad de
nubes y de lluvias, y de glorias mañaneras, "Hasta que apunte el día, y huyan las sombras,"
cuando estemos listos para calentarnos bajo los rayos de un mediodía eterno.
En el caso que nos concierne, vemos a Jacob con la mejor de las compañías. Jacob, ya no
siendo engañado en Mesopotamia, sino siendo honrado en Mahanaim; ya no tratando de ser
más astuto que Labán, sino contemplando espíritus celestiales. Estaba rodeado de ángeles, y
él lo sabía. Sus ojos estaban abiertos, así que veía espíritus que en su propia naturaleza son
invisibles al ojo humano. Se volvió un vidente, y fue capacitado por el ojo interno para
contemplar a los ejércitos de seres brillantes que Dios había enviado para recibirlo.
Es un gran privilegio poder conocer a nuestros amigos y poder discernir los campamentos
de Dios. En verdad estamos muy inclinados a reconocer nuestras dificultades y a olvidar
nuestras ayudas: nuestros aliados están a todo nuestro alrededor, y sin embargo nosotros
creemos que estamos solos. La oposición de Satanás es reconocida más fácilmente que el
socorro del Señor. ¡Oh, que tuviéramos los ojos y los corazones abiertos para ver cuán
poderoso es el Señor a nuestro favor!
Jacob acababa de ser liberado de Labán, pero tenía la opresión de otra carga: el miedo de
Esaú lo doblegaba. Él había ofendido a su hermano, y no puedes realizar una ofensa sin ser
perseguido después por ella. Él se había aprovechado egoístamente de Esaú, y ahora, muchos,
muchos años más tarde, se dio cuenta de su acto, y su conciencia hizo que sintiera mucho
temor. No obstante haber vivido con Labán durante tanto tiempo, su conciencia era lo
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suficientemente vigorosa para hacerlo temblar, pues se había colocado en una situación
sumamente comprometida con su hermano: si no hubiera sido por esto, habría avanzado con
pie gozoso rumbo a la tienda de su padre Isaac.
Temiendo la ira de su hermano, estaba grandemente afligido y angustiado: estos ángeles
vinieron para darle aliento, ayudándolo a olvidar las dificultades que lo rodeaban, y atenuar su
miedo, haciéndolo alzar su mirada para que pudiera ver qué defensa y qué socorro lo
esperaban de lo alto. No tenía sino que clamar a Dios, y los cuatrocientos hombres de Esaú se
habrían encontrado con legiones de ángeles. ¿No era esto un buen motivo de aliento? ¿Acaso
no tienen lo mismo todos los creyentes? Mayor es el que está de nuestro lado, que todos los
que están en contra nuestra.
Si esta mañana el Espíritu Santo me capacita para levantar las mentes del afligido pueblo
del Señor, y llevarlos de sus aflicciones visibles a sus consuelos invisibles, me daré por
satisfecho. Les ruego que no piensen exclusivamente en la carga que tienen que soportar, sino
que recuerden la fuerza que tienen disponible para soportarla. Si puedo lograr que el corazón
temeroso cese de tener miedo, y que confíe en el Dios vivo que ha prometido llevarlos a todo
lo largo del camino, habré cumplido mi deseo. El Señor de los ejércitos está con nosotros. El
Dios de Jacob es nuestro refugio, y por tanto, ningún arma que nos esté apuntando
prosperará, e inclusive el propio archienemigo será herido y puesto bajo nuestros pies.
Al considerar la experiencia de Jacob en Mahanaim, haremos una serie de observaciones.
Primero, Dios tiene una multitud de siervos, y todos ellos están del lado de los creyentes.
"Porque muy grande es su campamento," y todos los ejércitos en ese campamento son aliados
nuestros. Algunos de éstos son agentes visibles, y muchos más son invisibles, pero no menos
reales ni poderosos. El gran campamento del Dios de los ejércitos consta primordialmente de
agentes invisibles, de fuerzas que no son discernibles excepto en visión o por el ojo de la fe.
Jacob vio dos escuadrones de estas fuerzas invisibles, que están del lado de los hombres
justos. "Y le salieron al encuentro ángeles de Dios," y él dijo, "Campamento de Dios es este; y
llamó el nombre de aquel lugar Mahanaim (dos campamentos)"; pues allí salió a su encuentro
un doble ejército de ángeles.
Nosotros sabemos que una guardia de ángeles siempre rodea a cada creyente. Abundan
espíritus ministradores que protegen a los príncipes de sangre real. No pueden ser discernidos
por ninguno de nuestros sentidos, pero son perceptibles por la fe, y fueron hechos perceptibles
en visión, a los hombres santos de la antigüedad.
Estas bandas de ángeles son grandes en multitud; pues Jacob dijo: "Campamento de Dios
es este": un campamento quiere decir un número considerable, y seguramente el campamento
de Dios no es pequeño.
"Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares."
Nosotros desconocemos cuántas legiones sirven al Señor, pues únicamente leemos de "la
compañía de muchos millares de ángeles."
Nosotros echamos una mirada por todo nuestro mundo, y calculamos el número de
personas y de fuerzas amigables para nuestra guerra cristiana; pero éstos corresponden
únicamente a lo que nuestra pobre óptica puede descubrir: una buena parte no puede ser
identificada por tales medios. Pudiera ser que cada estrella sea un mundo, densamente
habitado por siervos de Dios, deseosos y listos a volar como llamas de fuego cumpliendo
encargos de amor de Jehová. Si los elegidos del Señor no pudieran ser protegidos
suficientemente por las fuerzas disponibles en algún mundo, Él no necesitaría sino hablarlo o
quererlo, y millares de espíritus desde lejanas regiones del espacio vendrían, aglomerándose,
para proteger a los hijos de su Rey.
Como las estrellas del cielo, incontables en sus ejércitos, son los guerreros invisibles de
Dios. "Muy grande es su campamento." "La Omnipotencia tiene siervos en todas partes." Estos
siervos del poderoso Dios están todos llenos de poder: no hay ninguno que desmaye entre
todos ellos, corren como hombres fuertes, y prevalecen como hombres de guerra.
Un ejército se compone de hombres valientes, veteranos, soldados de caballería, héroes,
hombres entrenados para el conflicto. Las fuerzas de Dios son sumamente fuertes: nada se les
puede interponer. Independientemente de la forma que tomen, son siempre poderosos, aun
cuando el ejército de Dios esté compuesto de langostas, orugas y revoltones, como en el Libro
de Joel; nadie puede resistirlos, y nada puede escapar de ellos. Ellos devoraron todo;
cubrieron la tierra; inclusive oscurecieron el sol y la luna. Si ese es el caso con los insectos,
¿cuál no será el poder de los ángeles? Sabemos que ellos "son poderosos en fortaleza," cuando
"ejecutan su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto." ¡Regocíjense, oh hijos de Dios!
Hay numerosos ejércitos de su lado, y cada uno de los guerreros está revestido de la fortaleza
de Dios.
Todos estos agentes trabajan en orden, pues es el ejército de Dios, y el ejército está
compuesto de seres que marchan o vuelan, de conformidad a la voz del mandamiento.
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"Ninguno estrechará a su compañero, cada uno irá por su carrera." Todas las fuerzas de la
naturaleza son leales a su Señor. Ninguna de estas fuerzas poderosas sueña con la rebelión.
Desde el cometa resplandeciente que brilla en lo alto del universo hasta el mínimo
fragmento de concha que se esconde en lo más profundo de las cavernas del océano, toda la
materia se somete a la ley suprema que Dios ha establecido. Ni tampoco se amotinan contra
los decretos divinos los inteligentes agentes no caídos, sino que encuentran su gozo en rendir
homenaje amoroso a su Dios. Son perfectamente felices, debido a que son consagrados; llenos
de deleite, porque están completamente absortos en cumplir la voluntad del Altísimo. ¡Oh, que
pudiéramos cumplir Su voluntad en la tierra, como esa voluntad es cumplida en el cielo por
todos los seres celestiales!
Observen que en este grandioso campamento todos ellos eran puntuales para obedecer el
mandamiento divino. Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Tan
pronto el patriarca se pone en movimiento, los ejércitos de Dios remontan el vuelo. No se
detienen para comprobar que Jacob hubiera cruzado la frontera, ni lo hicieron esperar cuando
vino a la cita establecida; estuvieron allí de inmediato.
Cuando Dios quiere liberarlos, amados, en la hora del peligro, encontrarán la fuerza
requerida lista para socorrerlos. Los mensajeros de Dios nunca se demoran o se adelantan a
su tiempo; saldrán a nuestro encuentro en el instante de necesidad; por tanto, prosigamos sin
miedo, como Jacob, continuando nuestro camino aunque Esaú y una banda de malhechores
quieran obstruir el paso.
Esas fuerzas de Dios, además, estaban todas comprometidas a cuidar personalmente a
Jacob. Quisiera explicar este pensamiento: "Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro
ángeles de Dios;" no los encontró por casualidad. No sucedió que fueran avanzando y se
atravesaron en el rumbo del patriarca; él siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles
de Dios con un plan y un propósito. Vinieron expresamente para salirle al encuentro: no tenían
otro compromiso. ¡Escuadrones de ángeles marcharon al encuentro de aquel hombre solitario!
Jacob era un santo, pero de ninguna manera era perfecto; no podemos evitar ver muchas
imperfecciones en él, aun echando simplemente una mirada superficial a su vida, y sin
embargo, le salieron al encuentro ángeles de Dios. Quizá temprano en la mañana, cuando se
levantó para cuidar sus rebaños, él vio los cielos poblados de seres brillantes que eclipsaban el
amanecer. Los cielos estaban vestidos con lustres que descendían, y los ángeles bajaron sobre
Jacob como una brillante nube que se posaba, por decirlo así, por encima del patriarca.
Los ángeles se deslizaron desde esas puertas de perlas, más famosas que las puertas de
Tebas. Se colocaron, unos a la derecha y otros a la izquierda, formando dos campamentos.
Quizá un grupo colocó su campamento en la retaguardia, como diciendo: "todo está bien en la
retaguardia, Labán no puede regresar; mejor que el majano de Mizpa es el campamento de
Dios." Otro escuadrón se colocó al frente, como diciendo: "la paz sea contigo, patriarca, paz
con Esaú, el cazador rubio, y sus hombres armados: nosotros te protegemos en la
vanguardia."
Debe haber sido esa una gloriosa mañana en la que no vio sólo una, sino muchas estrellas
matutinas. Si las apariciones se hubiesen visto a la medianoche, seguramente Jacob habría
pensado que el nuevo día era llegado antes de tiempo. Fue como si las constelaciones se
hubieran congregado para pasar lista, y nubes de estrellas descendieran flotando desde las
esferas superiores. Todas vinieron para servir a Jacob, a ese hombre en particular: "El ángel
de Jehová acampa alrededor de los que le temen;" pero en este caso fue enviado un ejército a
un hombre acompañado de su familia de hijos. El hombre mismo, el solitario que permaneció
en pacto con Dios cuando todo el resto del mundo se entregó a los ídolos, fue favorecido con
esta señal del favor divino.
Le salieron al encuentro ángeles de Dios. Uno se deleita al considerar que los ángeles están
deseosos, inclusive ávidos, tropas de ellos, de salir al encuentro de un hombre. Cuán vana es
esa voluntaria humildad y esa adoración de ángeles que Pablo condena tan categóricamente.
La adoración a los ángeles parece algo totalmente impensable: la verdad es más bien todo lo
contrario, pues ellos nos ayudan y nos sirven: "¿No son todos espíritus ministradores, enviados
para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?" Ellos sirven a los siervos de
Dios.
"¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú?" Pero esto Él ha dicho, primero al
Unigénito, y luego a cada uno de los creyentes en Cristo. Nosotros somos los hijos y las hijas
del Señor Dios Todopoderoso, y estos seres ministradores tienen una misión relativa a
nosotros: como está escrito, "En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en
piedra."
Les he mostrado que los creyentes están rodeados de una innumerable compañía de
ángeles, grande en multitud, fuerte en poder, exacta en orden, puntual en atención personal a
los hijos de Dios. ¿Acaso no están bien cuidados, oh ustedes hijos del Altísimo?
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Esas fuerzas, aunque en sí mismas son invisibles a los sentidos naturales, son sin embargo
manifiestas a la fe en ciertos momentos. Hay situaciones en los que un hijo de Dios es capaz
de clamar, como Jacob, "me salieron al encuentro ángeles de Dios." ¿Cuándo suceden esos
momentos?
Nuestros Mahanaimes ocurren más o menos en las mismas circunstancias en las que Jacob
contempló ese grandioso espectáculo.
Jacob estaba comenzando una vida de mayor separación. Estaba dejando atrás a Labán y
esa escuela de trampas de regateo y de trueque que pertenece al mundo de los impíos. Él
había respirado por demasiado tiempo en una atmósfera malsana; se estaba degenerando; el
heredero de las promesas se estaba convirtiendo en un hombre del mundo.
Estaba enredado en las cosas del mundo. Sus matrimonios lo tenían sujeto, y parecía que
cada año se arraigaba más y más en la tierra de Labán. Ya era tiempo de que fuera
transplantado a un mejor terreno.
Pero luego sale con prontitud; adopta la vida de un nómada. Ha venido para morar en la
tierra prometida, como sus padres lo habían hecho antes que él. Ahora iba a confesar que
buscaba una ciudad, y que era un peregrino hasta no encontrarla. Mediante un golpe
desesperado se liberó de las ataduras; pero debe haberse sentido muy solo, como alguien que
anda a la deriva. Echaba de menos todas las asociaciones generadas en la vieja casa de
Mesopotamia, que, a pesar de sus molestias, era su hogar. Los ángeles vinieron para
congratularlo. Su presencia decía, "has venido a esta tierra para ser forastero y extranjero con
Dios, como lo fueron también tus padres. Algunos de nosotros hemos hablado con Abraham,
una y otra vez, y ahora hemos venido para sonreírte. Tú recuerdas cómo te despedimos
aquella noche, cuando tenías una piedra por almohada en Bet-el; ahora has regresada a la
herencia reservada, sobre la cual hemos sido puestos como guardianes, y hemos venido para
saludarte. ¡Bienvenido! ¡Bienvenido! Estamos contentos de recibirte bajo nuestro especial
cuidado."
Entonces se aplicó a Jacob esta verdad, "De cierto os digo que no hay ninguno que haya
dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa
de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos,
hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna."
Esta hermandad de ángeles debe haber sido una admirable compensación por la pérdida de
la presencia paternal de ese ruin Labán. Todo lo que perdemos cuando dejamos el mundo, y lo
que es llamado "sociedad," es compensado en abundancia cuando podemos decir: "Nos hemos
acercado a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a la
compañía de muchos millares de ángeles."
Además, la razón por la que los ángeles salieron al encuentro de Jacob en aquel momento
fue, sin duda, porque estaba rodeado de grandes preocupaciones. Tenía una gran familia de
hijos pequeños; y abundantes rebaños y manadas y muchos siervos lo acompañaban. Él
mismo dijo: "con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos."
¡Esto representaba una inmensa carga de cuidados! No era fácil para un hombre tener la
administración de toda esa masa de vida y guiarla según una forma de vida errante. Pero
vean, hay dos compañías de ángeles para equilibrar esas dos compañías de seres débiles. Si él
tiene dos grupos que cuidar, también tendrá dos grupos que cuiden de él; si tiene doble
responsabilidad, contará con doble ayuda.
Entonces, hermanos y hermanas, cuando ustedes estén en posiciones de gran
responsabilidad, y resientan el peso que los oprime, esperen en Dios que contarán con doble
socorro, y asegúrense de pedir que Mahanaim pueda repetirse en su propia experiencia, para
que su fuerza pueda ser igual a su día.
Además, el campamento del Señor apareció cuando Jacob sentía un gran temor. Su
hermano Esaú venía a su encuentro armado hasta los dientes, y, según lo temía, sediento de
su sangre. En los tiempos en los que nuestro peligro es mayor, si somos verdaderos creyentes,
estaremos especialmente bajo la divina protección, y nos daremos cuenta que es así. Este será
nuestro consuelo a la hora de la angustia. ¿Qué puede hacer Esaú con sus cuatrocientos
hombres ahora que los campamentos de Dios han colocado sus tiendas y se han congregado
en sus escuadrones para vigilar entre nosotros y el enemigo? ¿Acaso no ven los caballos y los
carruajes de fuego alrededor de los siervos elegidos de Dios?
Jacob debe haber sentido calma y quietud en el corazón; yo supongo que se tranquilizó
cuando vio a sus protectores. ¡Ay!, tan pronto los perdió de vista, el pobre Jacob se deprimió
en espíritu otra vez por causa de su hermano Esaú: ‘no viniera acaso y me hiriera la madre
con los hijos.’ ¡Tanta es la debilidad de nuestros corazones! Pero no caigamos en el lastimoso
pecado de incredulidad. ¿Acaso tenemos alguna excusa para hacerlo? En los tiempos de gran
aflicción podemos esperar que las fuerzas de Dios se vuelvan reconocibles para nuestra fe, y

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tendremos un sentido más claro de los poderes a nuestro lado, del que hayamos tenido antes.
¡Oh, Santo Espíritu, obra en nosotros una gran claridad de visión espiritual!
Y, además, cuando ustedes y yo, como Jacob, estemos cerca del Jordán, en el momento en
que estemos pasando a una tierra mejor, entonces podemos esperar venir a Mahanaim. Los
ángeles de Dios y el Dios de los ángeles, ambos vendrán al encuentro de los espíritus de los
benditos, en el solemne instante de la muerte. ¿Acaso no hemos oído nosotros mismos, de
labios moribundos, acerca de revelaciones divinas? ¿No hemos escuchado a menudo el
testimonio, también, que no pudo haber sido un invento y un engaño? ¿Acaso muchos seres
queridos no nos han dado la seguridad de una gloriosa revelación que nunca antes habían
visto? ¿Acaso no se recibe una nueva visión cuando los ojos se están cerrando?
Sí, oh heredero de gloria, los seres brillantes vendrán a tu encuentro en la ribera del río, y
serás guiado a la presencia del Eterno por esos relucientes cortesanos del cielo, quienes a
ambos lados formarán un escuadrón de amados compañeros cuando la oscuridad esté
pasando, y la gloria comience a fluir a torrentes alrededor de ti. Tengan ánimo: si no ven los
campamentos de Dios ahora, los verán en el más allá, cuando lleguen al Jordán, y lo
atraviesen rumbo a la tierra prometida.
Así he mencionado el tiempo en que estas fuerzas invisibles se vuelven visibles para la fe; y
no hay duda de ninguna clase de que son enviados con un propósito. ¿Por qué fueron enviados
a Jacob en ese momento?
Tal vez el propósito fue primero revivir un antiguo recuerdo que casi lo había abandonado.
Me temo que Jacob casi había olvidado Betel.
Seguramente debe haber traído a la memoria el voto que hizo en Betel, el voto que hizo al
Señor cuando vio la escalera, y los ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Allí
estaban ellos: habían dejado el cielo y habían descendido para poder acompañarlo.
A mí me gusta más el sueño de Bet-el que la visión de Mahanaim por una razón, que Jacob
vio al Dios del pacto en lo alto de la escalera: aquí únicamente ve a los ángeles. Sin embargo,
hay una perla escogida en esta última visión, pues mientras que en Bet-el únicamente vio
ángeles que subían y descendían, aquí los ve en tierra a su lado, listos para protegerlo de todo
mal. Cuán dulcemente las nuevas misericordias refrescan el recuerdo de favores anteriores, y
cuán suavemente la nueva gracia nos trae a la memoria viejas promesas y deudas.
Hermano, ¿acaso tu Mahanaim no señala algún Bet-el medio olvidado?
Júzgalo tú mismo. Si nuestro glorioso Dios te diera en este momento una visión clara de Su
poder divino y de Su fidelidad del pacto, yo ruego que la visión pueda refrescarte la memoria
concerniente a aquel feliz día cuando por primera vez conociste al Señor, cuando por primera
vez te entregaste a Él, y Su gracia tomó posesión de tu espíritu.
Mahanaim le fue dado a Jacob, no sólo para refrescar su memoria, sino para elevarlo del
bajo nivel ordinario de su vida. Jacob, ustedes saben, el padre de todos los judíos, era muy
bueno para regatear: eso era parte de su naturaleza. Jacob sabía ingeniárselas muy bien, más
de lo que debía, haciendo honor a su nombre de "suplantador." No hubiera permitido que
nadie lo engañara, y estaba listo en todo momento a sacar ventaja de aquellos con quienes
trataba. Aquí el Señor parece decirle, "Oh Jacob, mi siervo, cambia esa miserable forma de
tratar conmigo, y ten la mente de un príncipe." Esa debió haber sido la lección de esta visita
angélica, aunque él no la aprendió bien. Jacob estaba preparado a enviar un presente a Esaú,
llamándolo "mi señor Esaú;" estaba listo a rebajarse e inclinarse, y autonombrarse su siervo, y
todo eso. Fue más allá de la sumisión sugerida por la prudencia, pasando al sometimiento
abyecto nacido del miedo.
La visión debió haber motivado a Jacob a escalar a un nivel más alto.
Con grupos de ángeles como guardaespaldas, no tenía ninguna necesidad de persistir en su
política timorata y mezquina. Pudo haber avanzado con una confianza digna de su abuelo
Abraham. Después de todo, hay algo mejor en esta vida que política y planeación: la fe en
Dios es muy superior. Los ardides de un cobarde difícilmente se convierten en algo favorito del
cielo. ¿Por qué debería temer quien es protegido más allá de todo miedo? Esaú no podría
enfrentarse con él, pues Jehová de los ejércitos, el Señor de los campamentos, estaba de su
lado.
Oh, que por gracia vivamos de conformidad a nuestra verdadera posición y carácter, no
dependiendo pobremente de nuestro propio ingenio ni de la ayuda del hombre, sino con
independencia de las cosas que se ven, porque nuestra confianza entera está puesta en lo que
no se ve y es eterno. Jacob, como un simple pastor de ovejas, tiene mucha razón de temer a
su hermano guerrero, pero como elegido de Dios y poseedor de una guardia celestial podía
viajar con valor como si no existiera ningún Esaú. Todas las cosas son posibles para Dios.
Entonces tengamos valor. No dependemos de las cosas visibles. No sólo de pan vivirá el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Maldito es aquél que confía en el
hombre. Confía en Dios con todo tu corazón. Él es tu ayuda infinita. Haz el bien, y renuncia a
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los cálculos. Húndete en el mar de la fe. Cree tanto en lo invisible como en lo visible, y actúa
por fe. Me parece que este es el propósito de Dios cuando da a cualquiera de Sus siervos una
visión más clara de los poderes que están involucrados a su favor.
Si una visión especial semejante nos es concedida, tengámosla presente en nuestra
memoria. Jacob llamó el nombre de aquel lugar Mahanaim.
Yo quisiera que tuviéramos la costumbre, en nuestro mundo occidental, en estos tiempos
modernos, de poner nombres más sensibles a los lugares, y también a los hijos. Pero nosotros
necesitamos, ya sea pedir prestado algún título anticuado, como si no tuviéramos el suficiente
sentido para producir uno, o por otro lado nuestros nombres son un perfecto sinsentido, sin
ningún significado. ¿Por qué no elegir nombres que conmemoren las misericordias recibidas?
¿Acaso nuestras casas no estarían mucho más llenas de interés, si viéramos a nuestro
alrededor recuerdos de los eventos felices de nuestras vidas? ¿No deberíamos registrar las
bendiciones notables en nuestros diarios, para heredarlos a nuestros hijos? ¿Acaso no
deberíamos decir a nuestros hijos y a nuestras hijas, "hijo, en este lugar Dios ayudó a tu
padre;" hija, de esta y esta manera el Señor consoló a tu madre;" "allí, Dios derramó muchas
de Sus gracias sobre nuestra familia"?
¡Guarden registros de su carrera! ¡Preserven las memorias hogareñas!
Yo creo que es una grandiosa ayuda para un hombre, que sepa lo que Dios hizo por su
padre y por su abuelo, pues espera que el Dios de ellos sea también su Dios. Jacob se cuidó de
tomar apuntes, pues en repetidas ocasiones bautizó a determinados lugares según los hechos
que fueron vistos allí. Jacob les puso nombres a Bet-el, y a Galaad, y a Peniel, y a Mahanaim,
y a otros lugares, pues él fue un gran dador de nombres. Y los nombres que puso no fueron
olvidados, pues cientos de años después, el buen rey David vino al mismo lugar donde había
estado Jacob, y se encontró con que todavía se llamaba Mahanaim, y allí, siervos de Dios de
otro tipo salieron también a su encuentro.
Esto me lleva a mi segundo texto; pues los ángeles no salieron al encuentro de David, pero
criaturas vivas de otra naturaleza salieron a su encuentro, y cumplieron el propósito de David
tan bien como podrían haberlo hecho los ángeles. Entonces brevemente consideraremos ese
segundo evento que distinguió a Mahanaim. Vayan al Segundo Libro de Samuel, capítulo
diecisiete, y versículo veintisiete. David llegó a Mahanaim, y allí salieron a su encuentro
muchos amigos. Él estuvo en ese lugar sagrado, acompañado por un puñado de amigos fieles,
fugitivos como lo era él mismo.
Aparentemente no había ningún ángel en las cercanías. Sin embargo, secretamente había
miles sobrevolando al afligido rey. ¿Quién es este que se acerca? No es un ángel, sino el viejo
Barzilai. Y, ¿quién es éste otro? Es Maquir de Lodebar. Ellos traen consigo miel, grano,
manteca, ovejas, grandes vasijas de barro, y utensilios de cocina, y vajilla de barro y tazas
para poner sus alimentos; y miren, traen camas también, pues el pobre rey no tiene ni
siquiera una silla para sentarse. Estos no son ángeles, pero están haciendo lo que los ángeles
no podrían haber hecho, pues ni el propio Gabriel podría haber traído sin problemas, una cama
o una gran vasija.
¿Quién es aquél amigo prominente? Tiene acento extranjero. Es un amonita. ¿Cómo se
llama? Sobi, el hijo de Nahas, de Rabá de los hijos de Amón. He oído hablar de este pueblo:
ellos eran enemigos, ¿no es cierto?, crueles enemigos de Israel. Ese hombre Nahas, ustedes
recuerdan su nombre; este uno de sus hijos. ¡Sí!, Dios puede hacer que los enemigos se
vuelvan amigos cuando Sus siervos requieren socorro.
Quienes pertenecen a una raza que se opone a Israel, pueden, si Dios lo quiere, convertirse
en sus ayudadores. El Señor encontró a un abogado para Su Hijo Jesús en la propia casa de
Pilato: la esposa del gobernador sufrió mucho en un sueño por causa de Él. Dios puede
encontrar un amigo para Sus siervos en la propia familia de sus perseguidores, así como
levantó a Abdías para que escondiera a los profetas y los alimentara en una cueva: el propio
mayordomo de Acab era el protector de los santos, y eran alimentados con pan de la mesa de
Acab.
Me parece que Sobi el amonita vino a David porque le debía la vida.
Rabá de los hijos de Amón había sido destruida, y este hombre probablemente era el
hermano del rey y había sido perdonado: él recordaba este acto de misericordia, y cuando vio
a David en problemas, actuó de manera agradecida y descendió de su hogar en las tierras
altas con sus hombres, y con su dinero. Muchos hombres buenos han encontrado generosa
ayuda en tiempos de necesidad, procedente de quienes recibieron salvación por su medio. Si
somos una bendición para otros, ellos serán una bendición para nosotros. Si hemos traído
personas a Cristo, y han encontrado al Salvador por nuestra enseñanza, hay una liga peculiar
entre nosotros, y ellos serán nuestros ayudadores. Sobi de Rabá de los hijos de Amón
seguramente será generoso con David, porque dirá: "es por él que yo vivo; es por su medio
que me salvé de la muerte."
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Si Dios te bendice en la conversión de algunos, puede ser que los levante en el tiempo de tu
necesidad, y los envíe para ayudarte: de cualquier manera, ya sea por medio de amigos
visibles o invisibles, Él hará que tú mores en la tierra, y ciertamente serás alimentado. Aquí se
acerca otra persona de quien hemos tenido noticias antes, Maquir de Lodebar.
Ese es el gran hacendado que cuidó a Mefi-boset. Parece haber sido verdaderamente un
hombre leal, fiel a las familias reales aun cuando sus fortunas fueran adversas. Así como había
sido fiel a la casa de Saúl, así fue fiel a David. Nosotros contamos entre nosotros con
hermanos que siempre son amigos de los ministros de Dios: los aman por causa de su Señor,
y se adhieren a ellos cuando los espíritus más veleidosos corren en pos de los recién llegados.
Dichosos somos por tener muchos adherentes así. Ellos sirvieron al predecesor de este
predicador; a ellos les gusta hablar del grandioso anciano que gobernó Israel en tiempos
antiguos, y no se cansan de hacerlo, pero son anfitriones del líder actual, y están igualmente
entregados a su servicio. Dios toma a estos hermanos en el momento que son necesarios, y se
aparecen con sus manos cargadas.
Aquí vemos llegar a Barzilai, muy anciano, de ochenta años, y como nos lo informa el
historiador, "un hombre muy rico." Su enorme riqueza estaba toda a la disposición de David y
sus seguidores, y "él había dado provisiones al rey cuando estaba en Mahanaim." Este viejo
noble fue ciertamente tan útil a David como los ángeles lo fueron para Jacob, y él y sus
coadjutores fueron verdaderamente una parte de las fuerzas de Dios. Los ejércitos de Dios son
varios: Él no posee únicamente una tropa, sino muchas. ¿No vio acaso el siervo de Eliseo el
monte lleno de caballos de fuego, y de carros de fuego?
Los ejércitos de Dios son de variados regimientos, mostrándose como caballería e
infantería, querubines y serafines, y hombres y mujeres santos. Quienes pertenecen a la
iglesia de Dios aquí abajo son tan miembros del ejército de Dios como los más santos ángeles
allá arriba.
Las mujeres piadosas que ministran al Señor hacen lo que pueden, y los ángeles no pueden
hacer más que ellas.
En esta ocasión, Mahanaim mereció muy bien su nombre, debido a la ayuda que le llegó a
David procedente de estas diferentes personas de una manera sumamente noble, como si
hubiese llegado por medio de ángeles. Los ayudadores de David mostraron su fidelidad para
con él.
Él había sido expulsado de su palacio y muy probablemente iba a ser destronado; pero ellos
estuvieron a su lado y demostraron que querían estar a su lado. Su declaración fue en efecto,
"Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí, y todo lo que poseemos." Ahora era su momento
de necesidad, y ahora comprobaría que no eran únicamente amigos en los buenos tiempos;
sino verdaderos amigos en la hora de la prueba.
¡Vean su generosidad! Qué cantidad de bienes trajeron consigo para sostener a las tropas
de David en el día en que padecían hambre y sed.
No necesito darles los detalles; los versículos se leen como una lista de artículos de un
comisariato. Cada exacta forma necesaria de provisión se encuentra allí. ¡Cuán espontánea fue
la ofrenda! David no solicitó nada: ellos lo trajeron antes que él lo pidiera. No tuvo que enviar
a sus sargentos por todos lados para exigir tributos de las aldeas vecinas y de las fincas; pero
allí estaba el pueblo bueno, listo para entregar todo tipo de bienes. Su cuidado fue muy
grande, también, pues da la impresión que pensaron en todo aquello que pudiera ser
necesario, y además, dijeron, "El pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto."
La cordialidad de todo ello es sumamente deliciosa. Ellos trajeron sus contribuciones con
alegría y gozo, pues de lo contrario habrían traído una magra ración, con una menor variedad
de dones.
Yo infiero de esto que si en cualquier momento un siervo de Dios está marchando en la obra
de su Señor, y si necesita ayuda de cualquier tipo, no necesita preocuparse al respecto, sino
que debe confiar en el Señor, pues la ayuda y el socorro ciertamente vendrán, si no de los
ángeles arriba, sí de la iglesia abajo.
¿Pueden buscar en el Libro de Cantares, capítulo seis y versículo trece, "Vuélvete, vuélvete,
oh sulamita; vuélvete, vuélvete, y te miraremos?
¿Qué veréis en la sulamita? Algo como la reunión de dos campamentos," o Mahanaim; pues
así es como está literalmente expresado en el hebreo original. En la iglesia de Dios, entonces,
vemos la compañía de Mahanaim: los santos son los ángeles de Dios en la tierra, como los
ángeles son sus ejércitos arriba. Dios los enviará sobre sus encargos para consolar y sustentar
a sus siervos en sus tiempos de necesidad. Prosigue, oh David, al llamamiento de tu Señor,
pues sus siervos elegidos aquí abajo considerarán su deleite que puedan ser tus aliados, y tú
dirás de ellos "Campamento de Dios es este."
Y ahora vamos a terminar. Al tiempo que les he mostrado los agentes invisibles de Dios, y
los agentes visibles de Dios, quiero traer a su mente que en cualquiera de los dos casos, y en
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ambos casos, el campamento es el campamento de Dios: es decir, la verdadera fortaleza y la
seguridad del creyente es su Dios. Nosotros no confiamos en la ayuda de los ángeles; nosotros
no confiamos en la iglesia de Dios, ni tampoco en diez mil iglesias de Dios puestas juntas, si
existieran, sino que confiamos en el propio Dios. Oh, es grandioso apoyarse en el brazo
desnudo de Dios, pues allí están apoyados todos los mundos. El brazo eterno no se cansa
nunca, ni los que se apoyan en Él serán jamás confundidos. "Confiad en Jehová
perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos."
Yo les comenté el jueves pasado que la fe no era otra cosa que sentido común santificado; y
yo estoy seguro que es así. Es la cosa de mayor sentido común del mundo confiar en quien es
digno de confianza; la cosa más razonable del mundo incluir en los cálculos de ustedes a la
mayor potencia del mundo, y ese es Dios, y poner su confianza en ese poder grandioso. Sí, es
más, puesto que esa suma potencia incluye a todos los demás poderes, pues no hay poder en
los ángeles, o en los hombres, excepto el que Dios les otorga: es sabio poner toda nuestra
confianza únicamente en Dios.
La presencia de Dios en los creyentes es más cierta y constante que la presencia de ángeles
y de santos. Dios lo ha dicho: "Yo estaré contigo."
Además Él ha dicho: "No te desampararé, ni te dejaré." Cuando estás comprometido en el
servicio de Cristo, tú tienes Su promesa que te respaldará: "Y les dijo: Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura." "Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo." ¿De qué tienes miedo, entonces? Desechen todo temblor.
Que los corazones débiles se vuelvan fuertes. ¿Qué puede hacernos tambalear? "Dios está
con nosotros." ¿Hubo alguna vez un grito de batalla más fuerte que el nuestro: el Señor de los
ejércitos está con nosotros?
Bendito era John Wesley que vivía por fe, y que murió diciendo estas palabras: "lo mejor de
todo es que Dios es por nosotros." ¿Acobardarse?
¿Salir huyendo en el día de la batalla? ¡Qué vergüenza! No pueden hacer eso, si Dios está
con ustedes; pues "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" O si alguien está en
contra nuestra, ¿podría aguantar siquiera una hora?
Entonces, si Dios quiere proporcionarnos ayuda utilizando causas secundarias, como muy
bien sabemos que lo hace (pues a muchos de nosotros Él envía muchísimos amigos que nos
ayudan en Su buena obra), entonces debemos esforzarnos por ver a Dios en estos amigos y
ayudantes. Cuando no cuenten con ayudantes, vean a todos los ayudantes en Dios; si tienen
muchos ayudantes, entonces deben ver a Dios en todos sus ayudantes. En esto hay sabiduría.
Cuando sólo tienes a Dios, y a nadie más, ve todo en Dios: cuando lo tengas todo, entonces ve
a Dios en todo. En cualquier condición, mantén tu corazón únicamente en el Señor. Rogamos
que el Espíritu de Dios nos enseñe a todos cómo hacer esto.
Cuán poderosa es en nosotros esta tendencia a la idolatría. Si un hombre se inclina para
adorar un pedazo de madera o de piedra, lo llamamos idólatra; y en efecto lo es: pero si tú y
yo confiamos en nuestro prójimo en vez de confiar en Dios, eso es idolatría. Si les damos la
confianza que pertenece únicamente a Dios, los adoramos a ellos en vez de adorar a Dios.
Recuerden que Pablo dijo que no consultó en seguida con carne y sangre: ay, demasiados de
nosotros estamos enredados en esa trampa. Consultamos mucho más con carne y sangre que
con el Señor. La peor persona a la que puedo consultar jamás es a la que siempre esté
demasiado cerca de mí. Que el Señor me libre de ese mal.
La presencia del Señor Jesús es la estrella de nuestra noche y el sol de nuestro día, la cura
de la preocupación, la fortaleza del servicio, y el solaz del dolor. El cielo en la tierra para
nosotros es que Cristo esté con nosotros, y el cielo allá arriba es estar con Cristo.
No puedo pedir nada mejor para ustedes, hermanos, sino que Dios esté con ustedes de una
manera muy conspicua y manifiesta durante todo este día, y por el resto del tiempo hasta que
los días lleguen a un fin. No pido que ustedes puedan ver ángeles: sin embargo, si eso puede
suceder, que así sea. Pero, ¿en que consiste, después de todo, ver a un ángel? ¿No es el hecho
de la presencia de Dios mucho mejor que la visión de la mejor de sus criaturas? Tal vez Dios
favoreció a Jacob con la visión de ángeles debido a que era una criatura débil y pobre en
cuanto a su fe; posiblemente si hubiese poseído una fe perfecta, no hubiera necesitado ver
ángeles. Habría dicho: "no necesito ninguna visión de espíritus celestiales, pues yo veo a su
Señor."
¿Qué son los ángeles? Son únicamente los pajes de Dios para cumplir sus órdenes; ver a su
Señor es mucho mejor. Los ángeles de Dios no deben compararse con el Dios de los ángeles.
Si mi confianza está puesta en Él, que es mi Padre, y en Jesucristo que se ha convertido en el
hermano de mi alma, y en el Espíritu Santo que mora en mí conforme a Su propia palabra,
¿por qué había de preocuparme, aunque ninguna visión de lo sobrenatural alegre jamás mis
ojos? Benditas son aquellas personas que no han visto y sin embargo han creído. "(porque por
fe andamos, no por vista);" y en esa fe llena de gozo descansamos, esperando que en el
76
tiempo y hasta la eternidad, el poder de Dios será con nosotros, ya sea visiblemente o de
manera invisible, por hombres o por ángeles. Su brazo estará levantado por nosotros, y Su
diestra nos defenderá.
Mi corazón está alegre, pues yo también he tenido mi Mahanaim, y en esta mi hora de
necesidad para la obra del Señor, a la que me ha llamado, veo las ventanas de los cielos
abiertas sobre mí, y veo tropas de amigos a mi alrededor. Veo a la providencia que se mueve
para el Orfanato que dará comienzo ahora. También hay dos campamentos a mi alrededor, y
por esa razón les predico hoy sobre aquello que he visto y conocido. Ruego que el Ángel del
pacto sea siempre con ustedes.
Amén.
Por ciones de la Escritura leídas antes del sermón— Génesis 31:43-55; 32:1-2; 2 Samuel
17:27-29; Salmo 23.

ADVERTENCIA A QUIENES RECHAZAN EL EVANGELIO


Nº 1593
Sermón predicado el domingo 17 de abril de 1881, en el Tabernáculo Metropolitano,
Newington, Londres.

"A ellos había dicho: ‘Este es el reposo; dad reposo al cansado.


Este es el lugar de descanso.’.Pero ellos no quisieron escuchar."
Isaías 28:12.

Isaías fue sin duda uno de los predicadores más elocuentes, y sin embargo no se pudo
ganar ni los oídos ni los corazones de quienes le escuchaban, pues está escrito: "ellos no
quisieron escuchar." Más allá de toda duda Isaías era plenamente evangélico; pues como el Dr.
Watts afirma con toda verdad, él habló más de Jesucristo que todos los demás profetas, y sin
embargo su mensaje de amor era tratado como si fuese un cuento inútil.
Su doctrina era tan clara como la luz del día, y sin embargo los hombres no la entendían.
Por eso Isaías preguntaba con gran tristeza: "¿Quién ha creído nuestro anuncio? ¿Sobre quién
se ha manifestado el brazo de Jehovah?" No era culpa del predicador que Israel rechazara sus
advertencias: toda la culpa se acumulaba del lado de esa nación desobediente y rebelde.
El pueblo al que Isaías predicó con denuedo era un pueblo de borrachos en un doble
sentido. Se encontraban sometidos al vino, y este vicio se encontraba tan generalizado que
Isaías dice: "Pero también éstos han errado a causa del vino, y han divagado a causa del licor.
El sacerdote y el profeta han errado a causa del licor; han sido confundidos a causa del vino.
Han divagado a causa del licor; han errado en su visión y han titubeado en sus decisiones.
Todas las mesas están llenas de vómito repugnante, hasta no quedar lugar limpio."
¿Qué cosa puede hacer más áspera la punta de la espada del Evangelio que la intoxicación o
el exceso? Cuando un hombre es dado al vino ¿cómo puede morar en él el Espíritu de Dios?
¿Cómo puede ser posible que la verdad penetre en un oído que se ha vuelto sordo a causa del
vicio degradante?
¿Cómo puede ser posible que la palabra de Dios obre en una conciencia que ha sido
remojada y ahogada en el aguardiente? Una exhortación: si algunos de ustedes son dados a la
borrachera, aléjense de este destructor antes que sus ataduras se vuelvan fuertes y el vicio los
encadene sin esperanza. No debe sorprendernos que el predicador sea derrotado si su ardiente
celo tiene que competir con las bebidas alcohólicas.
Cuando Baco hace rodar el barril de vino y lo pone contra la puerta es muy difícil que
podamos entrar, aunque lo pidamos en el nombre del Rey Jesús. Los hombres no están en
condiciones de oír cuando el barril y las botellas son sus ídolos. No es del todo sorprendente
que el Evangelio sea despreciado por quienes han permitido que el enemigo entre por sus
bocas para robarles el cerebro.
El pueblo al que habló Isaías también estaba borracho en otro sentido, es decir, intoxicado
por el orgullo. Su país era fructífero, y su ciudad principal, Samaria, estaba ubicada en la cima
de una colina, como una bella diadema que coronaba la tierra, y ellos se gozaban en la
gloriosa belleza que remataba al fértil valle. Ellos mismos eran valientes, y en medio de ellos
habían muchos hombres destacados cuya fortaleza hacía batir en retirada al enemigo. Por esta
razón ellos confiaban en repeler a cualquier invasor, y así sus corazones estaban muy
tranquilos. Además, ellos decían: " Somos un pueblo inteligente; no necesitamos ninguna
enseñanza, o si no podemos evitar que nos den clases, estas deben ser de alta calidad.
Somos personas con un intelecto cultivado, escribas instruidos y no necesitamos y que
profetas como Isaías vengan a aburrirnos con el sonido de sus campanitas, repitiendo:

77
"mandato tras mandato, mandato tras mandato; línea tras línea," como si fuéramos niños en
la escuela.
Además, nosotros somos bastante buenos. ¿Acaso no adoramos a nuestro Dios bajo la
forma de becerros de oro de Belial? ¿Acaso no respetamos los sacrificios y los días de fiesta?
Así hablaban quienes eran los más religiosos del pueblo, mientras que todos los demás se
gloriaban en su vergüenza. Como estaban intoxicados por el orgullo no era probable que
quisieran oír el mensaje del profeta, que les pedía que se volvieran de sus malos caminos. Aun
así, el que se considera justo según su propia estima es muy difícil que alguna vez acepte la
justicia de Cristo. El que se jacta de que puede ver nunca pedirá que sus ojos sean abiertos. El
que afirma que nació libre, y que nunca fue esclavo de nadie, es muy difícil que acepte la
libertad de Cristo. El orgullo es la red con la que mejor pesca el diablo, agarrando muchos más
peces que por cualquier otro medio, con la excepción de dejar las cosas para después. La
destrucción de quienes son orgullosos es un hecho; pues ¿quién puede ayudar al hombre que
rechaza cualquier ayuda, y cuál es la probabilidad que haya arrepentimiento de su pecado o fe
en Cristo en el hombre que no sabe que ha pecado, o que cree que si ha pecado puede
fácilmente limpiar la mancha?
Las dos formas de emborracharse son igualmente destructivas, y les ruego que presten
atención a este hecho. Ya sea que la intoxicación sea del cuerpo o del alma, ambas tienen
consecuencias muy perjudiciales.
Muchos se sienten satisfechos si hablo contra la borrachera del cuerpo, y yo me siento
obligado a hacerlo con mi mayor convicción, pues es un mal monstruoso. Pero les suplico a
ustedes que viven en sobriedad y que tal vez se abstienen del alcohol de manera total, que
teman a la otra intoxicación.
Pues si cualquiera de nosotros se intoxicara de orgullo a causa de su propia sobriedad, sería
trágico para nuestras almas. Aunque seamos abstemios y nos neguemos a nosotros mismos,
no tenemos por qué gloriarnos por ello. Deberíamos avergonzarnos en gran manera de
nosotros mismos si no lo fuéramos. No nos emborrachemos de orgullo puesto que no somos
borrachos. Pues si somos tan vanos y necios, tan cierto es que moriremos a causa del orgullo
como habríamos muerto a causa del alcohol.
En verdad me da mucho gusto cuando un hombre deja de tomar; pero soy mucho más feliz
cuando al mismo tiempo renuncia a la confianza en sí mismo; pues, si no, puede aún
permanecer tan obsesionado como para rehusar el Evangelio y perecer a causa de su propio
rechazo voluntario de la misericordia. Que el Espíritu Santo nos libre a todos de esa triste
condición.
Confieso que la falta de éxito de Isaías me está motivando esta mañana. Cuando él dice:
"Pero ellos no quisieron escuchar," siento mucho consuelo en relación a quienes no prestan
ninguna atención a mis exhortaciones.
Tal vez no tengo más culpa que la que tenía Isaías.
De cualquier forma, si Isaías continuó exhortando, aun cuando exclamó: "¿Quién ha creído
nuestro anuncio?" con mucha más razón yo, que soy muy inferior a Isaías, debo continuar y
perseverar en la predicación del mensaje de mi Señor mientras mi lengua se mueva. Tal vez
Dios les dé el arrepentimiento a los obstinados, y los oídos puedan ser abiertos y los corazones
puedan ser ablandados. Por tanto, intentémoslo de nuevo, y publiquemos otra vez las buenas
nuevas de paz. Si el Espíritu bendito está con nosotros no llevaremos el llamado del Evangelio
en vano, sino que los hombres volarán a Cristo como palomas a sus ventanas.
Primero, deseo hablar esta mañana sobre la excelencia del Evangelio; en segundo lugar,
sobre las objeciones que se le presentan; y en tercer lugar, la respuesta de Dios a esas
objeciones.
I. Consideremos LA EXCELENCIA DEL EVANGELIO tal como es presentada en el pasaje que
estamos considerando. Esta Escritura no alude de manera fundamental al Evangelio, sino al
mensaje que Isaías tenía que presentar, que era por una parte el mandamiento de la ley y por
la otra la promesa de gracia: pero la misma regla es válida para todas las palabras del Señor;
y ciertamente cualquier excelencia que se encuentra en el mensaje del profeta se encuentra de
manera más abundante en el testimonio más completo del Evangelio en Cristo Jesús.
Cuando queremos aplicar ese pasaje a nosotros, y al referirlo al ministerio del Evangelio en
nuestros días, la excelencia del Evangelio está, primero, en su objeto; es excelente en su
propósito, pues es una revelación del descanso. Nosotros, como embajadores de Cristo, somos
enviados a proclamarles a ustedes aquello que les dará alivio, paz, quietud, reposo.
Es cierto que debemos comenzar con ciertas verdades que causan turbación y pena; pero
nuestro objetivo es cavar los cimientos en los que se pueden poner luego las piedras del
descanso. El mensaje del Evangelio que surgió de la boca de su propio autor es este: "Venid a
mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar." En Belén los ángeles
cantaban: "¡y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!"
78
El propósito del Evangelio no es poner ansiosos a los hombres, sino más bien calmar sus
ansiedades; no es llenarlos con una controversia sin fin, sino llevarlos a toda la verdad. El
Evangelio da descanso a la conciencia por el completo perdón del pecado por medio de la
sangre expiatoria de Cristo. Descanso al corazón, al proporcionar un objeto para los afectos
digno de su amor. Y descanso al intelecto al enseñarle certezas que pueden ser aceptadas sin
ningún cuestionamiento.
Nuestro mensaje no consiste en cosas adivinadas por nuestros sentidos, ni producidas por
la conciencia del hombre interior a través del estudio, ni desarrolladas por medio de la
argumentación por medio de la razón humana. Nuestro mensaje trata con certezas reveladas,
que son verdaderas de manera absoluta e infalible, y sobre esas certezas nuestro
entendimiento puede descansar tan plenamente como un edificio descansa sobre unos
cimientos de roca.
La palabra del Señor viene para dar descanso a los creyentes en relación al presente,
diciéndoles que Dios ordena todas las cosas para su bien; y en cuanto al futuro, ilumina todo
tiempo venidero y también la eternidad con promesas. Remueve la piedra de la entrada del
sepulcro, aniquila la destrucción, y revela resurrección, inmortalidad, y vida eterna por medio
de Jesucristo, el Salvador. El hombre que oye el mensaje del Evangelio, y lo recibe en su alma,
conocerá la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, que guardará su corazón y su
mente por Jesucristo. El que cree este Evangelio, no será conmovido por el terror; no será ni
avergonzado ni confundido por toda la eternidad. Es cierto que ya siendo un creyente, su
mente puede ser turbada a veces; sin embargo, esto no es el resultado del Evangelio, sino de
lo que hay todavía dentro de él y que el Evangelio promete eliminar.
Tendrá descanso en Cristo, tendrá "tranquilidad y seguridad para siempre." Está escrito: "¡Y
éste será la paz!" "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo." Este mensaje, que Isaías tenía que dar, diciendo: "Este es el
reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso," son la buenas noticias que se
nos dice que debemos predicar con palabras más sencillas aún, diciéndoles a ustedes que en
Cristo Jesús, el sacrificio de expiación, en el grandioso plan de gracia a través del Mediador,
hay descanso para el cansado, dulce descanso para las almas que tienen un peso encima,
descanso para ti si vienes y te arrojas a los pies del bendito Salvador. Nuestro mensaje
autorizado de parte del Señor Dios es una revelación de descanso. El Señor ha prometido a las
mentes obedientes que habitarán en tranquilos lugares de descanso.
Más que eso, es la causa del descanso. "Este es el reposo; dad reposo al cansado." El
Evangelio de nuestra salvación no es solamente un mandamiento a descansar, sino que trae
con él, el don del descanso. El Señor dice: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas."
Cuando el Evangelio es admitido en el corazón crea una profunda calma, silenciando todo el
tumulto y la lucha de la conciencia, eliminando el temor de la ira divina, aplacando toda
rebelión en contra de la voluntad suprema, y trayendo al espíritu una profunda y bendita paz
por medio de la energía del Espíritu Santo. Oh, que podamos conocer y poseer esta paz de
Dios. El Evangelio, entonces, es un mensaje que habla de paz, y que también establece la paz.
El que lo envía es: "el Señor y dador de paz," y su poder eficaz acompaña al mensaje donde
este es predicado con fidelidad y aceptado con honestidad, estableciendo la paz en las secretas
cámaras del alma.
Este descanso está especialmente preparado para los cansados. "Este es el reposo; dad
reposo al cansado." Si has tratado durante muchos años de encontrar la paz sin ningún éxito,
he aquí la perla de gran precio que has estado buscando; si has estado trabajando duro y
esforzándote para guardar la ley pero has fracasado, aquí hay algo más que la justicia que tu
conciencia ha estado anhelando. En Jesús crucificado encontrarás todas las cosas, "a quien
Dios hizo para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención."
Oh ustedes, que están cansados con su ronda de placeres mundanos, hartos, con náuseas
provocadas por las vanidades y engaños de la mente carnal, vengan aquí y encuentren el
verdadero gozo. Oh ustedes que están consumidos por la ambición, hundidos en el desengaño,
amargados por la infidelidad de aquellos en quienes confiaron, vengan y confíen en Jesús y
estén tranquilos. A todos los cansados, cansados, cansados, aquí hay descanso, aquí está el
refrigerio. Jesús lo dice expresamente: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados,
y yo os haré descansar."
Si sus espaldas ya no pueden soportar el peso, si sus corazones están a punto de reventar,
si su vista está fallando a causa de un cansado mirar y esperar, vengan al Salvador tal como
son, porque Él será el descanso de ustedes. Desalentados y abatidos, condenados, y arrojados
a las puertas del infierno por su propia conciencia, sin embargo si miran a Jesús el descanso
será de ustedes. No pueden alejarse demasiado del Poderoso Redentor. No pueden estar tan
79
perdidos para que el Salvador no pueda encontrarlos. No pueden estar tan ennegrecidos para
que Su sangre no pueda limpiarlos. No pueden estar tan muertos para que el Espíritu no pueda
darles la vida. Este es el descanso que Él da a quienes están cansados.
Oh, es un bendito, bendito mensaje que Dios ha enviado a los hijos de los hombres. ¿Cómo
es posible que ellos lo rechacen?
Además de traernos el descanso, el mensaje de misericordia apunta a un lugar de
descanso: "Este es el reposo; dad reposo al cansado. Este es el lugar de descanso." Si quien
está descansado se vuelve a cansar, el Buen Pastor le dará un lugar de descanso. Si se
extravía, el Señor lo restaurará.
Si se debilita, Él lo revivirá. Sí, Él ha comenzado su obra de gracia que renueva, y la va a
continuar renovando el corazón día a día, mezclando la voluntad con Su voluntad, y haciendo
que el hombre completo se goce en Él. Sé que aquí hay miembros del pueblo de Dios que
están desalentados y sedientos. Ustedes tienen una invitación especial, al igual que aquellos
que nunca han venido antes, pues si este es el reposo para los cansados es también el lugar
de descanso para los desalentados. Si el pecador puede venir y encontrar paz en Cristo, con
mucha más razón puedes tú, que aunque te has alejado de Él como una oveja perdida, no has
olvidado Sus mandamientos. Vengan, ustedes que están desalentados, vengan a Jesús otra
vez, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso.
Ahora observen con un gozo especial que Isaías no vino a este pueblo para hablar de
descanso en términos que no eran claros, diciendo: "No existe ninguna duda que hay un
reposo que puede ser encontrado en alguna parte en esa bondad de Dios sobre el cual es
razonable hacer conjeturas."
No; él pone su dedo exactamente sobre la verdad, y dice: "Este es el reposo, y este es el
lugar de descanso." Nosotros también en este día, cuando venimos a ustedes con un mensaje
de parte de Dios, venimos con una enseñanza definida, y poniendo nuestra mano sobre el
Cordero de Dios inmolado exclamamos: "Este es el reposo y este es el lugar de descanso."
Hablamos de sustitución, de la muerte de Cristo en lugar del pecador, del sacrificio vicario,
de que Cristo fue contado como uno de los transgresores, y de que nuestro pecado fue puesto
sobre nuestra Garantía y fue llevado por Él, y Él nos quitó el pecado, de tal manera que nunca
será mencionado en contra nuestra, nunca más. Proclamamos en el nombre de Dios que
cualquiera que crea en Cristo Jesús tiene vida eterna: este es el reposo, y este es el lugar de
descanso.
Se decía de un cierto predicador de la escuela moderna que él enseñaba que nuestro Señor
Jesucristo hizo esto o lo otro que de alguna manera u otra estaba conectado con el perdón del
pecado: esta es la predicación de un gran número de nuestros teólogos intelectuales. Pero
nosotros no conocemos a un Cristo así, ni es esta la doctrina por la cual hemos obtenido el
reposo para nuestras almas. Dios ha revelado una verdad fija y positiva, y es nuestro deber
declararla de manera clara y sin tener ninguna duda.
Nuestra proclamación es: "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores": este es el reposo y este es el lugar de descanso.
Isaías tenía que predicar al pueblo algo definitivo, algo positivo y sin embargo ellos no
quisieron escuchar. Tal vez si hubiera profetizado conjeturas y sueños lo hubieran escuchado.
Tampoco predicó un reposo de carácter egoísta. Dicen que enseñamos a los hombres a
alcanzar paz y reposo para ellos mismos, y que estén de manera confortable sin importarles lo
que ocurra a los demás. Sus gargantas arrojan puras mentiras: ellos saben muy bien que no
es así y forjan estas falsedades porque su corazón es falso. ¿Acaso no estamos pidiéndoles
constantemente a los hombres que alcen su mirada, que dejen de verse a sí mismos y amen a
los otros como Cristo los ha amado? Las palabras y los hechos para el bien de otros
demuestran que no nos gozamos en el egoísmo. Detestamos la idea que la seguridad personal
es la consumación de los deseos de un hombre religioso, pues creemos que la vida de gracia
es la muerte del egoísmo.
Esta es una de las glorias del Evangelio, que "Este es el reposo; dad reposo al cansado."
Tan pronto como hayas aprendido el secreto divino se convertirá en tus manos en una gracia
bendita con la cual, tú también, te puedes convertir en dador de reposo por la gracia de Dios.
Con esta lámpara puedes iluminar a todos los que están en tinieblas conforme Dios te ayude.
Ese algo secreto que tu propio corazón posee te permitirá comunicar buen consuelo a muchos
corazones cansados, y esperanza a muchas mentes desesperadas. "Este es el reposo; dad
reposo al cansado. Este es el lugar de descanso." Pero esto es cierto únicamente en cuanto al
Evangelio, y solamente en relación a él. Si te alejas de Jesucristo, y de su expiación, y del
grandioso plan de gracia de Dios, no puedes llevar el reposo a los demás, y además, no hay
ningún reposo para ti. Esta es, pues, la excelencia del Evangelio, que propone un bendito
reposo para los hombres.
La otra excelencia del Evangelio, acerca de la cual voy a hablar ahora, reside en su manera.
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En primer lugar, considero que una gran excelencia del Evangelio es que viene con
autoridad. Lean el versículo nueve. Aun los que aman las objeciones reconocieron su
autoridad, pues se refirieron al mensaje del profeta como "conocimiento" y "doctrina." El
Evangelio no pretende ser un esquema especulativo o una teoría filosófica que se va a adecuar
a nuestro siglo pero que explotará en el siguiente. No; decimos lo que conocemos, no lo que
soñamos o imaginamos. Decimos lo que sabemos. Hermanos míos, si el Evangelio de
Jesucristo no es un hecho, no me atrevería a pedirles que lo crean, pero si es un hecho,
entonces no es mi "opinión," ni "mi punto de vista" según dicen algunas personas. Es un
grandioso hecho del tiempo y de la eternidad que es y debe ser verdadero para siempre.
Cristo fue el sustituto de los hombres, y se ha convertido en la salvación de Dios para los
hijos de los hombres; este es el testimonio de Dios.
No estamos adivinando, estamos expresando conocimiento. La palabra que en este lugar es
traducida como "doctrina" significa, en el hebreo "mensaje" y es la misma palabra usada en el
pasaje, "¿Quién ha creído nuestro anuncio?" cuya mejor traducción sería "¿Quién ha creído
nuestro mensaje?" El Evangelio viene a los hombres como un mensaje de Dios, y quien lo
predica correctamente no lo predica como un pensador que expresa sus propios pensamientos;
él expresa lo que ha aprendido, y actúa como la lengua de Dios, repitiendo lo que encuentra
en la palabra de Dios por el poder del Espíritu de Dios.
El Evangelio que yo he ideado es tal vez inferior al que has ideado tú, y tu reflexión y la
mía, y todo el producto resultante generado y acumulado por los pensadores, sería adecuado
solamente para hacer una hoguera en el jardín, juntamente con el resto de la basura. Pero si
recibimos y aceptamos un mensaje directo de Dios, entonces esta es su principal excelencia.
Yo le pido a Dios que ustedes se deleiten en el Evangelio porque nos viene de Dios, y nos
dice una verdad sin mezcla con absoluta certeza. Si creemos en él entonces seremos salvos, y
el que no cree en él merece la condenación pronunciada en su contra. No hay ni esperanza ni
ayuda en ello; esta es una alternativa inevitable: cree en el Evangelio y vivirás, si lo rechazas
serás destruido.
Otra excelencia del Evangelio en cuanto a su manera es que fue entregado con gran
sencillez. Isaías lo presentó así: "Mandato tras mandato, línea tras línea; un poquito allí, un
poquito allí." Es gloria del Evangelio que sea tan sencillo. Si fuera tan misterioso que nadie
pudiera entenderlo salvo los doctores en teología (no sé cuántos haya aquí presentes hoy,
supongo que no más de una docena, más o menos) qué triste caso sería para los que no lo
somos. Si fuera tan profundo que debemos obtener un título en la universidad antes de poder
entenderlo, cuán miserable evangelio sería ese, como para burlarse del mundo. Pero es
divinamente sublime en su sencillez, y por esta razón la gente común lo escucha con alegría.
Tal como el versículo parece sugerirlo, el Evangelio es adecuado para quienes han dejado de
ser amamantados, y aquellos que son casi bebés pueden beber de esta leche que no es
adulterada de la Palabra. Muchos niñitos han entendido lo suficiente la salvación de Jesucristo
para gozarse en ella, y hay en el cielo niños de dos o tres años de edad, que antes de entrar
allí, dieron buen testimonio de Cristo a sus seres queridos que se maravillaron de sus palabras.
De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido la fortaleza.
El Cristianismo ha sido llamado la religión de los niños, y su fundador dijo que nadie puede
recibirlo excepto como un niño. Bendigo a Dios por un Evangelio sencillo, pues es adecuado
para mí, y para otros muchos miles de personas cuyas mentes no pueden presumir ni de
grandeza ni de genio. También es adecuado para los hombres de intelecto, y solamente los
hipócritas son los que disputan con el Evangelio. El hombre que carece de amplitud de mente o
de profundidad de pensamiento, es el hombre que objeta la sabiduría de Dios. Una criatura
astuta, apenas un poco superior a un idiota, cepillará su cabello hacia atrás, se pondrá sus
lentes, arqueará sus cejas, y corregirá la Palabra infalible. Pero un hombre que realmente
posee una mente capaz es usualmente como un niño y como Sir Isaac Newton, se goza
sentándose a los pies de Jesús. Las mentes grandes aman el Evangelio sencillo de Dios, pues
encuentran en él, el reposo de toda la ansiedad y del cansancio producidos por las preguntas y
las dudas.
Es algo excelente que el Evangelio sea enseñado gradualmente. No es forzado de una sola
vez en las mentes de los hombres, sino que viene así: "Mandato tras mandato, línea tras línea,
un poquito allí, un poquito allí."
Dios no hace brillar su eterna luz del día en una llamarada de gloria sobre ojos débiles, sino
que hay al principio un tenue amanecer y una tierna luz entra con suavidad en esos débiles
ojos, y así vemos gradualmente.
El Evangelio es repetido: si no lo vemos de una vez viene de nuevo a nosotros, pues es:
"Mandato tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí." Día a día, de domingo
a domingo, libro tras libro, un texto después de otro, una impresión espiritual tras otra

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impresión espiritual, la ternura divina nos hace sabios para salvación. Es grandiosa la
excelencia del método del Evangelio.
Nos es traído y somos hechos capaces de comprender de manera que se adapta a nuestra
capacidad. El Evangelio nos es explicado, por decirlo así, con labios balbucientes (vean el
versículo 11) tal como las madres enseñan a sus hijitos en un lenguaje que les es propio. A mí
no me gustaría hablar desde el púlpito como las madres hablan a sus bebés; sin embargo,
ellas usan el mejor lenguaje para el bebé, las palabras precisas que un pequeñito puede
entender. Vemos, en gran parte de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, cómo
Dios condesciende a hacer a un lado su propia forma de hablar y adopta el lenguaje de los
hombres. No sé con qué lenguaje el Padre conversa con Su Hijo, pero a nosotros nos habla de
manera que podamos entender. "Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos
son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros
pensamientos." Pero Él se inclina hacia nosotros y nos explica su mente con tipos y
ordenanzas, que son una especie de lenguaje infantil adaptado a nuestra capacidad. En el
Evangelio de Juan encontramos un lenguaje infantil y ¡cuánta profundidad, cuánto amor!
Querido lector o persona que me escuchas, si tú no entiendes la palabra de Dios no es porque
Él no presente Su palabra de manera sencilla, sino a causa de la ceguera tu corazón y la
condición obsesiva de tu espíritu.
Ten cuidado de no emborracharte con el vino del orgullo, sino que trata de aprender, pues
el propio Dios no ha oscurecido Su consejo con misteriosas palabras, sino que ha puesto Su
mente ante ti tan claramente como el sol en los cielos. "Mandato tras mandato, línea tras
línea, un poquito allí, un poquito allí."
II. Lamentablemente mi tiempo se ha terminado y necesito mucho más espacio para poder
hacer justicia a mi tema. En segundo lugar, tengo que referirme ahora a LAS OBJECIONES
QUE SE LE PRESENTAN AL EVANGELIO.
Antes que nada déjenme decirles que no tienen absolutamente ningún sentido. Que los
hombres pongan objeciones al Evangelio es una pieza de locura sin sentido, porque objetan
aquello que les promete reposo. Sobre todas las cosas del mundo esto es lo que nuestros
atribulados espíritus necesitan: el reposo es lo que más desea nuestro corazón: y el Evangelio
viene y dice: "Yo os haré descansar." ¿Y los hombres rechazan esa bendición?
¡Definitivamente esto es lamentable! ¡Cómo! ¿Estando enfermo tú insultaste al único
médico que te podía curar? ¿Cómo pudiste ser tan insensato?
Estabas endeudado y ¿efectivamente rechazaste la ayuda de un amigo generoso que te
hubiera dado todo lo que necesitabas? "No," respondes, "no somos tan insensatos." Pero oh, la
intensa insensatez, la desesperada locura de los hombres, que cuando el Evangelio coloca el
reposo ante ellos no quieren escuchar, sino que dan la media vuelta y se van.
No hay ningún sistema de doctrina bajo el cielo que pueda dar descanso a la conciencia de
los hombres, un descanso que vale la pena tener, excepto el Evangelio. Y hay miles de
nosotros que damos testimonio que vivimos diariamente gozando la paz que viene al creer en
Jesús, y sin embargo nuestro honesto reporte no es creído, más aún, no quieren oír la verdad.
Ahora bien, si Dios viniera y exigiera algo de ti, podría entender tu rechazo. Me he enterado de
una pobre mujer que cerraba con llave su puerta, y cuando escuchó que alguien tocaba no
respondió, comportándose como si no estuviera en casa. Su ministro la vio un par de días
después que la había visitado, y le dijo: "Pasé a visitarte el otro día; quería ayudarte, pues sé
que eres muy pobre; pero nadie respondió cuando toqué."
"Oh," dijo ella, "lo siento mucho, yo pensé que era mi casero que venía por la renta." Ella
no abrió a su benefactor pensando que era su acreedor. El Señor no está pidiendo en el
Evangelio lo que se le debe, ni te está pidiendo nada a ti, sino que se acerca a ti con el
perfecto reposo en su mano, exactamente lo que necesitas, y sin embargo tú cierras la puerta
de tu corazón cuando Él llega. Oh no hagas eso. Sé sabio, y no le hagas más al insensato. Que
Dios te ayude a ser sabio por tu propio bien eterno. Has pasar adelante a tu Dios con todos
sus dones celestiales.
A continuación, las objeciones en contra del Evangelio son premeditadas, tal como se dice
aquí: "Este es el lugar de descanso. Pero ellos no quisieron escuchar." Cuando los hombres
dicen que no pueden creer en el Evangelio, pregúntenles si quieren oírlo con paciencia en toda
su sencillez.
No, responden ellos, no quieren oírlo. El Evangelio es tan difícil de creer, afirman ellos.
¿Quieren venir a escuchar su predicación completa?
¿Quieren leer los evangelios cuidadosamente? Oh, no, no se pueden tomar esa molestia. Si
así lo desean, que así sea. Pero un hombre que no quiere ser convencido, no debe culpar a
nadie si permanece en el error. Aquel que no quiere oír lo que el Evangelio tiene que decir no
debe sorprenderse que las objeciones se aglomeren en su mente. El Evangelio pide a los
hombres que le presten atención; el Señor dice: "Inclinad vuestros oídos y venid a mí;
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escuchad, y vivirá vuestra alma," pues "la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo;"
cuán triste es que no quieran oír el mensaje de amor de Dios. Es una objeción premeditada al
Evangelio, entonces, cuando los hombre rehúsan incluso oír lo que el Evangelio tiene que
decir, o si lo oyen con el oído externo, no le prestan toda la atención que requieren sus
verdades.
Tales objeciones son perversas, porque son rebelión contra Dios, y un insulto a su verdad y
su misericordia. Si este Evangelio es de Dios, estoy obligado a recibirlo: no tengo ningún
derecho a buscarle objeciones ni hacer preguntas filosóficas ni de otro tipo. Me corresponde
decir: "¿Dios dice esto y eso? Entonces es verdad y yo me someto." ¿El Señor pone así ante mí
un camino de salvación? Correré con gozo en él.
Pero este pueblo presentaba objeciones que eran el resultado de su orgullo.
Ellos objetaban la sencillez de la predicación de Isaías. Decían: "¿Quién es él? No lo
deberían escuchar: nos habla como si fuésemos niños.
Más bien vayan a escuchar a aquel Rabí que es un estudioso y por consiguiente es refinado
y culto. En cuanto a este hombre, no está capacitado para enseñar a nadie excepto a los que
acaban de ser destetados y ya no se les da el pecho; pues con él nada más oímos: "mandato
tras mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí." El profeta es tan rastrero que
sus sermones pueden ser adecuados sólo para las sirvientas y para las ancianas, y gente así,
pero definitivamente no son para los intelectuales.
Además, repite lo mismo siempre. Puedes ir cuando quieras y estará tocando siempre la
misma cuerda de su instrumento musical." Dicen esto casi con salvajismo, pues como el viejo
Trapp dice: "Mientras más embotado esté el cerebro más afilados estarán los dientes para
destrozar al predicador."
¿Acaso no han escuchado que muchas personas afirman en estos días en relación al
predicador del Evangelio verdadero, que siempre está predicando acerca de la gracia soberana
o acerca de la sangre de Cristo, o exclamando a todo pulmón: "Cree, cree y serás salvo"? Ellos
se burlan diciendo: "Es la misma cantinela de siempre." Yo no soy un experto en el hebreo,
pero los estudiosos expertos en esa lengua nos dicen que el pasaje traducido "mandato tras
mandato, línea tras línea," era para ridiculizar al profeta, y sonaba como una burla rimada con
la que se burlaban de Isaías.
Ustedes se reirían si yo les leyera el pasaje en el hebreo original de acuerdo al sonido con
que, muy probablemente, era pronunciado. Ellos decían: "Isaías predica así: ‘Tzav latzav, tzav
latzav; kav lacar, kav lacar: zeeir sham, zeeir sham.’" Las palabras tenían toda la intención de
caricaturizar al predicador, aunque no sugieren esa idea cuando son traducidas como:
"mandato tras mandato, línea tras línea, línea tras línea." Pero en el hebreo si tienen ese
significado claro.
Hay personas en estos tiempos que, cuando se predica el Evangelio de manera sencilla y
clara, exclaman: "Queremos un pensamiento progresivo, queremos..." la verdad es que no
saben lo que quieren. Se parecen a aquella congregación cuyos miembros, cuando escuchaban
la predicación de un cierto Obispo de Londres, no le prestaban la menor atención. Entonces el
buen hombre tomó su Biblia escrita en hebreo y les leyó cinco o seis versículos en hebreo, y de
inmediato todos estaban atentos. Entonces, él les llamó la atención diciéndoles:
"Verdaderamente, percibo que cuando les predico doctrina sana a ustedes no les importa, pero
cuando leo algo en un idioma que ustedes no entienden, de inmediato abren sus oídos." La
pretensión de poseer un refinamiento especial se sustenta escuchando una conversación que
es incomprensible.
Demasiadas personas quisieran tener un mapa para ir al cielo que fuera diseñado de
manera tan misteriosa que les sirviera de excusa para no guiarse por él. Multitudes se deleitan
con las oraciones en latín, mientras que otros prefieren no orar en ninguna lengua sino
solamente emitir ruidos nasales. Hay miles y miles de personas que prefieren música y
espectáculo, procesiones y pompas ya que prefieren un gozo sensual por sobre la instrucción
espiritual. Conocemos a ciertas personas que prefieren un Evangelio empañado; les encanta
que la sabiduría humana encierre a la sabiduría de Dios. Este era el tipo de objeción que
prevalecía en los días de Isaías y todavía está de moda. ¿Acaso no escuché a alguien que
decía: "¿Por qué tú mismo no predicas nada que no sea la fe, la expiación, la gracia
inmerecida, y cosas parecidas? Necesitamos novedades y las buscaremos en otra parte."
Pueden hacerlo si así lo prefieren; yo no voy a cambiar mi nota en tanto Dios me preserve.
III. El tercer punto será una advertencia a quienes no tienen ningún gusto por la verdad de
Dios: consideremos LA RESPUESTA DIVINA PARA ESTAS PERSONAS QUE OBJETAN. El Señor
los amenaza, primero, con la pérdida de aquello que despreciaron. Él les ha enviado un
mensaje de descanso y ellos no quieren recibirlo, y por lo tanto, en el versículo veinte, les
advierte que a partir de ese momento, no tendrán reposo: "La cama es demasiado corta para
estirarse sobre ella, y la manta es demasiado estrecha para envolverse en ella." Todos
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aquellos que obstinadamente rechazan el Evangelio, y siguen filosofías y especulaciones, serán
premiados con el descontento interno. Pregúntales: "¿Han encontrado el reposo?"
"Oh, no," dicen ellos, "estamos más lejos de él que nunca." "Pero ustedes esperaban que
prestando atención a esta doctrina filosófica ustedes serían felices." Ellos responden: "Oh, no,
todavía estamos buscando." Pregunten a los predicadores de ese tipo de doctrinas si ellos
mismos han encontrado un ancla, y como regla responderán: "No, no, estamos buscando la
verdad; estamos cazándola, pero todavía no la hemos alcanzado." Con toda probabilidad
nunca van a alcanzarla, pues van por el camino equivocado.
El Evangelio está destinado a dar reposo a la conciencia, al alma, al corazón, a la voluntad,
a la memoria, a la esperanza, al temor, sí, al hombre entero, pero cuando los hombres se ríen
de una fe única, ¿cómo pueden alcanzar el reposo? Querido amigo, si no has encontrado el
descanso no has captado el Evangelio entero; y debes ir otra vez al principio fundamental de la
fe en Jesús, pues este es el reposo y este es el lugar de descanso.
Esta es la condenación del incrédulo, que nunca va a encontrar un lugar permanente, sino
que como el judío errante vagará por siempre. Si abandonas la cruz habrás abandonado el eje
de todas las cosas y habrás descuidado la piedra de toque y el fundamento firme, y por lo
tanto serás como cualquier objeto que rueda con el viento. "¡No hay paz para los malos!", dice
mi Dios. "Los impíos son como el mar agitado que no puede estar quieto y cuyas aguas arrojan
cieno y lodo."
Más aún, el Señor los amenaza y les dice que serán castigados con endurecimiento gradual
del corazón. Lean el versículo trece. Ellos decían que el mensaje de Isaías era "mandato tras
mandato, línea tras línea, un poquito allí, un poquito allí," y la justicia les responde: "Por lo
cual, la palabra de Jehovah para ellos será: ‘Mandato tras mandato, mandato tras mandato;
línea tras línea, línea tras línea; un poquito allí, un poquito allí; para que vayan y caigan de
espaldas y sean quebrantados, atrapados y apresados." Vean el versículo trece. Una caída de
espaldas es la peor de todas. Si un hombre cae de bruces puede de alguna manera protegerse
y levantarse de nuevo, pero si cae de espaldas, cae con todo su peso, y se encuentra
desprotegido. Los que tropiezan por causa de Cristo, la piedra que es un seguro fundamento,
serán quebrantados.
Cuando aquellos que se oponen esperan recuperar su posición, se encuentran atrapados por
sus hábitos, enredados en la red del gran cazador, y tomados por el destructor. Esta
vertiginosa carrera hacia abajo es experimentada a menudo por quienes comienzan objetando
el Evangelio sencillo: objetan más y más y luego se convierten en abiertos enemigos, para su
ruina eterna. Si los hombres no quieren aceptar el Evangelio del reposo tal como el Señor lo ha
diseñado, Él no va a adaptarlo a sus gustos, sino que va a permitir que ejerza su inevitable
influencia sobre quienes se oponen, convirtiéndose en olor de muerte para muerte. Si les
disgusta hoy, les disgustará más mañana; si rechazan su energía hoy, lo rechazarán más
obstinadamente conforme pase el tiempo, y su poder no se manifestará para iluminar o
consolar o dar forma a sus corazones.
Esto es algo terrible; y lo que es peor, si acaso puede serlo, es que a esto seguirá una
creciente incapacidad de entender: "¡Ciertamente, con balbuceo de labios y en otro idioma
hablará Dios a este pueblo!" Puesto que no quieren escuchar una predicación sencilla, Dios
hará que la sencillez misma parezca balbuceo de labios para ellos. Los hombres que no pueden
tolerar un lenguaje sencillo, se volverán al fin incapaces de entenderlo.
Ustedes saben, mi hermanos, cuánta gente hay hoy, incapaz de entender al Salvador. El
Salvador dijo: "Esto es mi cuerpo" : y de inmediato ello concluyen que un pedazo de pan es
transformado en el cuerpo de Cristo.
El Salvador manda a los creyentes que sean bautizados en su muerte, y de inmediato ellos
proclaman que el agua del bautismo regenera a los niños.
No quieren entender eso que es tan claro como el sol. Toman literalmente las ilustraciones
de nuestro Señor, y cuando Él habla literalmente ellos se imaginan que está usando una
metáfora. Si los hombres no quieren entender no entenderán. Un hombre podría cerrar sus
ojos durante tanto tiempo que luego ya no podría abrirlos. En la India hay muchos devotos
que mantienen sus brazos en alto por tanto tiempo que ya no pueden bajarlos nunca más.
Tengan cuidado para que no venga sobre ustedes, que rechazan el Evangelio, una total
imbecilidad de corazón.
Si acusan a la palabra de Dios de ser cosa de niños ustedes se volverán aniñados, tal como
les ha sucedido a muchos grandes filósofos de nuestro tiempo; si ustedes afirman que es
simple y la rechazan por causa de su sencillez, ustedes mismos se convertirán en unos tontos;
si ustedes dicen que está muy por debajo de ustedes sucederá que ustedes estarán debajo de
ella y ella los triturará y los convertirá en polvo.
Finalmente, va esta advertencia para quienes objetan el Evangelio, diciendo que
independientemente del refugio que elijan ellos, les va a fallar por completo. Así dice el Señor:
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"Pondré el derecho por cordel y la justicia por plomada. El granizo barrerá el refugio del
engaño, y las agua inundarán su escondrijo." Se desploman las grandes piedras del granizo
que destrozan todo; caen las amenazas de la palabra de Dios haciendo pedazos todas las
falsas esperanzas aduladoras de los impíos. Entonces viene la ira activa de Dios como una
inundación irresistible que barre con todo aquello en lo que se apoyaba el pecador, y él, en su
obstinada incredulidad, es arrastrado como por una inundación, hacia esa total destrucción,
esa miseria eterna, que Dios ha declarado que será la porción de quienes rechazan a Jesucristo
vivo. ¡Tengan mucho cuidado, ustedes que desprecian!
¡El tiempo dirá la verdad!
Me he esforzado al máximo en esta ocasión para presentar ante ustedes, en lenguaje
sencillo, la impiedad escondida en el rechazo del Evangelio del reposo. Que el Espíritu de Dios
nos conceda que cualquier persona que lee este mensaje y que hasta este momento ha sido
indiferente a ese Evangelio lo acepte de inmediato. Corazón cansado, pruébalo; espíritu
abatido, pruébalo; prueba lo que puede hacer la fe en Jesús.
Ven y confía en Jesús, y comprueba que trae paz a tu alma. Si Jesús te falla avísame, pues
no lo voy a ensalzar más si no cumple Sus promesas.
Él nunca puede desechar ni abandonar a un corazón creyente. Oh, si puede haber dulce
paz, y calma, y una esperanza gozosa, y alegría, y fuerza, y vida por medio de la fe como la
de un niño en el testimonio de Dios concerniente a su querido Hijo, ruego a Dios que obtengan
ese tesoro de inmediato. Si tienen alguna objeción en contra del predicador que ahora les
dirige la palabra, rueguen a Dios para que predique mejor; y si ya lo han hecho y todavía les
disgusta, vayan y escuchen a otro predicador contra quien no tengan objeciones personales,
pues para mí sería un motivo de aflicción ser una interferencia en el camino de cualquier
corazón ansioso.
Me temo sin embargo que tú estás siendo alumbrado por tu propia luz. Oh hombre, actúa
como un hombre y oye el Evangelio con sinceridad.
¡Oh justicia propia! ¿te destruirás a ti misma? ¡Oh orgullo! Bájate de esa nube. ¡Oh
borrachera! Abandona la copa. ¡Oh pecador endurecido! Que Dios te ayude a dejar tu pecado.
Ven y confía hoy en Jesucristo. Que Dios te permita hacerlo por su Espíritu Santo, en nombre
de Cristo. Amén.

COLABORADORES EN LA LABRANZA
Nº 1602
Un sermón predicado la mañana del domingo 5 de junio, 1881, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres.

"Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es
algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una
misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.
Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de
Dios."
1 Corintios 3:6-9.

En todas las épocas desde la Caída, ha habido en el corazón humano una tendencia a
olvidar a Dios y alejarse de Él. La idolatría ha sido el pecado de todas las naciones, incluyendo
el pueblo favorecido de Dios, el pueblo judío, e incluidas también ciertas personas que se
llaman a sí mismas cristianas, pero que hacen ídolos de las cruces y de las imágenes.
Este principio maligno de ignorar a Dios, y erigir algo entre nuestras mentes y nuestro
Creador, brota por todos lados, en cada departamento del pensamiento.
Cuando los hombres estudian las obras de Dios en la naturaleza, a menudo tienden un velo
para esconder al grandioso Labrador. Debido a que Dios actúa de una cierta manera, definen a
Su método de acción como una ley, y de inmediato hablan de estas leyes como si fuesen
fuerzas y poderes en sí y por sí, y de esta forma Dios es proscrito de Su propio universo, y Su
lugar es usurpado, en el mundo científico, por ídolos llamados "leyes naturales." Tomen el
ámbito de la providencia, y en este punto, en busca de causas segundas, centran su atención
en las personas, en lugar de ver la mano de Dios en todo. Indagan las causas de la
prosperidad, y se deprimen mucho si parecen no existir. O viendo a los agentes de la aflicción,
se enojan contra ellos, en lugar de postrarse delante del Dios que ha usado a esos agentes
para corrección. Es fácil convertir en ídolos a las causas segundas, y olvidar al Dios que está
presente en todas partes, causando que todas las cosas obren conjuntamente para bien. Es
muy triste que este principio perverso se inmiscuya en la iglesia, y sin embargo, difícilmente es

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excluido. Podrán atrancar todas sus puertas y asegurarlas como quieran, pero los fabricantes
de ídolos entrarán con sus relicarios.
En el caso de la iglesia de Corinto, Pablo encontró que los hermanos tenían tan alta estima
de ciertos predicadores, que se olvidaban de su Dios y Salvador. En lugar de que todos
dijeran: "somos discípulos de Cristo," y todos se unieran para promover la causa común,
formaban partidos, y uno decía: "Pablo, que fundó esta iglesia, debe ser tenido en la mayor
reverencia, y somos de Pablo"; otros replicaban: "pero Apolos es más elocuente que el
apóstol, y por él hemos sido edificados hasta sobrepasar a Pablo, y por tanto, somos de
Apolos"; mientras un tercer grupo declaraba que ellos no eran para nada de ningún grupo,
pues eran "hermanos," y eran "de Cristo." Estos últimos, yo sospecho, ignoraban o
denunciaban a los otros dos partidos, y no tenían ninguna comunión con ellos para testificar
contra su sectarismo y promover la unidad. Yo supongo esto basándome simplemente en la
conducta de algunos "hermanos" que en nuestros días toman como su modelo a los corintios,
y suprimen a todos los demás, siendo más exclusivos que cualquier otra denominación del
cristianismo.
El apóstol advierte a los santos de Corinto en contra de esto: trae al Señor ante sus mentes,
y les pide que recuerden que si Pablo planta y Apolos riega, es Dios quien da el crecimiento.
Puesto que tienen en tal alto concepto a los hombres, afirma que "Ni el que planta es algo, ni
el que riega," sino Dios, que da el crecimiento, es todo. Traten, queridos amigos, de poner al
Señor siempre delante de ustedes, en esta iglesia y en todas sus iglesias. Conozcan a quienes
laboran entre ustedes y ténganlos en alta estima por amor de su trabajo, pero no dependan de
ellos. Recuerden que los ministros más capaces, los más exitosos evangelistas, los más
profundos maestros no son nada, después de todo, sino colaboradores en la labranza de Dios:
"Porque nosotros somos colaboradores de Dios." Que su mente esté puesta en el Señor y no
en los siervos, y no digan: "estamos con este hombre porque él planta," y "estamos con aquel
porque él riega," y "nosotros" (un tercer grupo) "no estamos del lado de nadie"; sino más bien
unámonos en atribuir toda la honra y la alabanza a Dios, que hace en nosotros todas nuestras
obras, pues toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces,
a quien sea la gloria por todas las edades, por los siglos de los siglos.
Voy a comenzar por la parte final de mi texto, porque me parece que es la manera más fácil
de organizar mi sermón. Primero, comentaremos que la iglesia es el huerto de Dios: "Vosotros
sois labranza de Dios." En la nota marginal de la versión revisada leemos: "Vosotros sois el
huerto labrado de Dios," y esa es la expresión precisa para mí. "Vosotros sois el huerto labrado
de Dios," o la labranza. Después que hayamos hablado de la labranza, a continuación diremos
algo sobre el hecho que Él emplea colaboradores en la labranza; y cuando hayamos
considerado a los colaboradores (pobres criaturas como son) recordaremos que Dios mismo es
el grandioso Agricultor: "Porque nosotros somos colaboradores de Dios."
I. Comenzamos considerando que LA IGLESIA ES LA LABRANZA DE DIOS. El Señor ha
establecido, por Su elección soberana, que la iglesia sea Suya mediante una compra, habiendo
pagado por ella un precio inmenso.
"Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó." Debido a que la
porción del Señor estaba hipotecada, el unigénito Hijo entregó Su vida como precio de compra,
y redimió a Su pueblo para que fuera la porción del Señor por siempre y para siempre. A partir
de ese momento se dice a todos los creyentes: "No sois vuestros, porque habéis si comprados
por precio." Cada acre de la labranza de Dios costó al Salvador sudor sangriento, sí, la sangre
de Su corazón. Él nos amó, y se entregó por nosotros: ese es el precio que pagó. ¡Qué
rescate! La muerte de Cristo casi ha parecido a veces un precio demasiado alto para la pobre
tierra que somos; pero nuestro Señor, habiendo puesto Su mirada y Su corazón en Su pueblo,
no retrocedió, sino que completó la redención de la posesión comprada. De ahora en adelante,
la iglesia es el dominio absoluto de Dios, quien tiene la escritura de propiedad de esa tierra, sí,
de ustedes y mía, pues le pertenecemos a Él, y nos complace reconocer ese hecho: "Yo soy de
mi amado, y mi amado es mío." La iglesia es la labranza de Dios por elección y compra.
Y ahora la ha hecho Suya poniéndole un vallado. Antes yacía expuesta como parte de un
terreno comunal, desnuda y estéril, cubierta de espinas y cardos, y siendo guarida de todo tipo
de bestias salvajes; pues "éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás."
Éramos parte del agobiante desierto, hasta que el divino conocimiento anticipado inspeccionó
el erial, y el amor que elige marcó su porción con una línea plena de gracia, y así nos apartó
para que fuéramos el campo del Señor para siempre. En el tiempo señalado, la gracia eficaz
salió con poder, y nos separó del resto de la humanidad, así como los campos son vallados y
cavados para separarlos del páramo abierto. ¿Acaso no ha declarado el Señor que eligió Su
viña y la cercó? ¿Acaso no ha dicho: "Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en
derredor, y para gloria estaré en medio de ella"?— "Somos un huerto cercado todo

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alrededor Elegido y convertido en tierra especial; Una pequeña parcela, con vallas de
gracia Proveniente del vasto desierto del mundo.
El Señor ha convertido esta labranza en evidentemente Suya por el cultivo. ¿Qué más
habría podido hacer por Su labranza? Ha cambiado completamente la naturaleza del terreno:
lo ha convertido en tierra productiva, habiendo sido estéril. Ha arado la labranza, y la ha
cavado, y la ha abonado, y la ha regado, y la ha plantado con todo tipo de flores y frutos.
Ya ha producido para Él muchos frutos deliciosos, y se avecinan tiempos más brillantes,
cuando los ángeles den el aviso de la cosecha, y Cristo "Verá el fruto de la aflicción de su
alma, y quedará satisfecho."
Esta labranza es cuidada y convertida en lo que es, mediante la protección continua de
Dios. No sólo la cercó, y trabajó en ella con Su milagroso poder, para convertirla en Su propia
labranza, sino que continuamente mantiene posesión de ella. "Yo Jehová la guardo, cada
momento la regaré; la guardaré de noche y de día, para que nadie la dañe." Si no fuera por el
poder continuo de Dios, sus vallados pronto habrían sido derribados, y las bestias salvajes
devorarían sus campos. Manos perversas están tratando siempre de romper sus paredes y
dejarla baldía otra vez, de tal forma que no haya una verdadera iglesia en el mundo; pero el
Señor es celoso de Su tierra, y no permitirá que sea destruida. Si la iglesia fuese abandonada
por Dios, se tornaría en un ululante desierto, pero no tendrá ese fin nunca. Una iglesia no
permanecería por tanto tiempo siendo una iglesia, si Dios no la preservara para Sí. ¿Qué
pasaría si Dios dijese: "Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca y será
hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos;
y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella." En qué desierto se convertiría.
¿Qué dijo Él? "Andad ahora a mi lugar en Silo, donde hice morar mi nombre al principio, y ved
lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel." Vayan a Jerusalén, donde antaño estuvieron
la ciudad de Su gloria y el santuario de Su habitación, y ¿qué queda de eso hoy en día? Vayan
a Roma, donde Pablo predicó con poder una vez el Evangelio, y ¿qué es esa ciudad sino el
centro de la idolatría? El Señor puede quitar el candelero, y dejar que un lugar que era
brillante como el día, se torne negro como las tinieblas mismas.
Por esta razón la labranza de Dios permanece siendo una labranza, porque siempre está allí
para evitar que se convierta de nuevo en el antiguo desierto. Se requiere tanto del poder
Omnipotente para mantener cultivados los campos de la iglesia, como se requirió poder para
recuperarlos inicialmente.
En tanto que la iglesia es la propia labranza de Dios, Él espera recibir una cosecha de ella.
Allí donde ha sembrado en abundancia, viene a nosotros en busca de gavillas. El mundo es un
erial, y no espera nada de él.
Pero nosotros somos tierra labrada, y por tanto debemos producir una cosecha. La
esterilidad es propia de un erial, pero sería un gran descrédito para una labranza. El amor
espera retornos de amor; la gracia dada, exige el fruto de la gracia. Regados con las gotas del
sudor sangriento del Salvador, ¿no produciremos a ciento por uno para Su alabanza? Cuidados
por el Espíritu eterno de Dios, ¿no serán producidos en nosotros frutos para Su gloria? La
labranza del Señor en nosotros ha mostrado un gran derroche en costo, y trabajo y
pensamiento; ¿no habría de producir un retorno proporcional? ¿No debería el Señor recibir una
cosecha de obediencia, una cosecha de santidad, una cosecha de utilidad, una cosecha de
alabanza? ¿Acaso no será así? Pienso que algunas iglesias olvidan que se espera un
crecimiento en toda área de la labranza del Señor, pues no tienen nunca una cosecha y ni
siquiera buscan una. La gente se reúne y toman sus asientos el día domingo, y escuchan los
sermones, es decir, cuando no se duermen. Los sacramentos son celebrados, se contribuye
con un poco de dinero, unos cuantos pobres son socorridos, y los asuntos se arrastran al paso
de una babosa. No creo que a algunas iglesias se les haya ocurrido intentar influenciar a una
aldea entera, o esforzarse por traer a Cristo a la población circundante; y cuando ciertos
espíritus más cálidos buscan traer pecadores a Jesús, los individuos mayores y más prudentes
agarran toallas mojadas, y las utilizan con sorprendente efectividad, de tal forma que cada
señal de entusiasmo es sofocada.
Hermanos, no deben suceder tales cosas. Yo concibo que si no hubiesen cristianos en
Inglaterra, excepto los miembros de nuestras iglesias bautizadas, estos serían suficientes para
los grandiosos designios de misericordia de Dios, si fueran despertados a una labor real. Ay,
los holgazanes son muchos, pero los colaboradores son pocos. Hermanos míos, miren el
número de iglesias no conformistas en esta tierra, y los ministerios que permanecen en la
iglesia establecida, y si estos estuvieran más plenamente avivados a una vida espiritual, ¿no
habría suficientes obreros en la labranza de casa? Si todas las iglesias sintieran que no existen
simplemente por existir, ni por motivos de gozo, ¿no actuarían de manera diferente? Los
agricultores no aran sus tierras ni siembran sus campos por simple diversión; quieren hacer
negocio, y aran y siembran porque desean obtener una cosecha. Si este hecho pudiera
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meterse en la cabeza de algunas personas que profesan, ciertamente verían las cosas bajo una
luz diferente.
Pero, últimamente, parecería como si pensáramos que no se esperaría que la iglesia de Dios
produjera algo, sino que existe para su propio consuelo y beneficio personal. Hermanos, no
debe ser así; el grandioso Labrador debe recibir alguna recompensa por Su labranza. Todo
campo debe producir su crecimiento, y toda la propiedad debe producir para Su alabanza. Nos
unimos a la esposa en el Cantar diciendo: "Mi viña, que es mía, está delante de mí; las mil
serán tuyas, oh Salomón, y doscientas para los que guardan su fruto." Pero regreso al lugar de
donde partí. Esta labranza es, por elección, por compra, por cercado, por cultivo, por
preservación, enteramente del Señor.
Vean, entonces, la injusticia de permitir a cualquiera de los colaboradores que llame propia,
aunque sea una fracción de la tierra. Cuando un gran hombre tiene una gran labranza propia,
¿qué pensaría si Hodge el labrador dijera: "Mire, yo aro esta finca, y por lo tanto es mía: le
pondré por nombre a este campo: Los Acres de Hodge"? "No," dice Hobbs, "yo segué esa
tierra en la cosecha pasada, y por tanto, es mía, y la llamaré: El Campo de Hobbs." ¿Qué
pasaría si todos los demás labradores se volvieran como Hodge y como Hobbs, y se dividieran
la tierra entre ellos? Creo que el dueño de las tierras pronto los echaría fuera a todos. La finca
pertenece a su dueño, y debe llevar su nombre; pero es absurdo llamarla por los nombres de
los labriegos que la trabajan. ¿Acaso es un título irrespetuoso para ser aplicado a los
trabajadores? Vamos, lo quise utilizar para cualquiera y para todos aquellos cuyos nombres
figuren a la cabeza de una denominación de la iglesia. Quise decir Lutero, Calvino, Wesley, y
otros grandes hombres, pues en su punto culminante, comparados con su Señor, sólo son
campesinos de la labranza, y no debemos llamar a las partes de la labranza por sus nombres.
Recuerden cómo lo declaró Pablo: "¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? ¿Acaso está divido
Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?" La
iglesia entera le pertenece a quien la ha elegido en Su soberanía, la compró con Su sangre, la
cercó por Su gracia, la cultivó por Su sabiduría y la preservó por Su poder. No hay sino una
iglesia sobre la faz de la tierra, y quienes aman al Señor deben guardar en mente esta verdad.
Pablo es un colaborador, Apolos es un colaborador, Cefas es un colaborador, pero el huerto
no es de Pablo, ni siquiera una fracción cuadrada de un acre, ni tampoco ni un solo trozo de
tierra le pertenece a Apolos, o la más pequeña porción a Cefas: "y vosotros de Cristo, y Cristo
de Dios." El hecho es que, en este caso, los colaboradores pertenecen a la tierra, y no la tierra
a los colaboradores: "Porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas." No nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús el Señor, y nosotros siervos de ustedes por
Jesús.
II. Ahora tenemos que notar, en nuestro segundo encabezado, que EL GRANDIOSO
LABRADOR EMPLEA COLABORADORES. Dios obra ordinariamente Sus designios mediante una
agencia humana. Él podría, si así le agradara, ir directo a los corazones de los hombres, pero
esa es Su decisión, no la nuestra; nosotros tenemos que ver con palabras como estas: "Agradó
a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación." La comisión del Señor no es,
"quédense quietos, y vean al Espíritu de Dios convertir a las naciones"; sino "Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura." Este es el método de Dios para suministrar
alimento a la raza humana. En respuesta a la oración "El pan nuestro de cada día, dánoslo
hoy," Él habría podido ordenar a las nubes que dejaran caer maná, mañana tras mañana, a la
puerta de cada hombre; pero Él ve que es para nuestro bien que trabajemos, y así usa las
manos del labriego y del sembrador para nuestro abastecimiento. Dios podría arar y sembrar
la labranza elegida, la iglesia, por un milagro, o por ángeles; pero es un gran ejemplo de Su
condescendencia hacia Su iglesia, que Él la bendiga a través de Sus propios hijos e hijas. Él
nos emplea para nuestro propio bien, pues nosotros que somos colaboradores en Sus campos,
recibimos mucho mayor bien para nosotros mismos, del que otorgamos.
El trabajo desarrolla nuestro músculo espiritual y nos mantiene saludables.
"A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de
anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo." Entonces, es
una gracia. Descubrimos que es un medio de gracia para nuestras almas que prediquemos el
Evangelio. He oído decir, y yo creo que hay algo de verdad en ello, que aquellos que tienen
que predicar están bajo la tentación de familiarizarse tanto con las cosas sagradas, que cesan
de sentir su poder. Si esto fuera cierto, sería una prueba terrible de nuestra depravación total,
pues entre más no familiaricemos con las cosas santas, más deberíamos ser afectados por
ellas; y esto sé, que ha sido el mayor medio de gracia para mí, estar ligado por mi oficio al
estudio de las Escrituras, y tener que depender de la ayuda de Dios para exponerlas. Algunos
de ustedes, que no crecen en la gracia al oír a otras personas, avanzarían posiblemente mucho
más, si ustedes mismos intentaran predicar: de todas maneras no andarían buscando los
errores de otras personas.
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Cuando oigo que una persona dice: "no puedo oír a mi ministro," le sugiero que compre una
bocina. "Oh," responde, "no quise decir eso.
Quiero decir que no gozo su predicación." Entonces yo le digo: "predica tú mismo." "No
puedo hacer eso." "Entonces no le estés buscando fallas a quien está haciendo su mejor
esfuerzo." En vez de culpar al labriego, intenta arar un surco tú mismo. ¿Por qué rezongar por
las malezas? Toma un azadón, y quita las malezas como un hombre. ¿Piensas que los vallados
están desarreglados? Ponte los guantes de cuero, y ayúdanos a podarlos.
Nuestro gran Señor quiere que cada colaborador en Su labranza reciba algún beneficio del
trabajo, pues no le pone nunca bozal al buey que trilla. El pan de cada día del colaborador
proviene del suelo. Aunque no trabaje para sí mismo, sino para su Señor, tiene su porción de
alimento.
En el granero del Señor hay semilla para el que siembra, pero también hay pan para el que
come. Independientemente de cuán desinteresadamente sirvamos a Dios en la labranza de Su
iglesia, nosotros somos partícipes del fruto. Es una gran condescendencia de parte de Dios que
nos use para algo, pues a lo sumo somos pobres herramientas, y servimos más de obstáculo
que de ayuda.
Los colaboradores empleados por Dios están todos ocupados en una obra necesaria.
Adviertan, "Yo planté, Apolos regó." ¿Quién tocó el gran tambor, o sonó su propia trompeta?
Nadie. En la labranza de Dios, nadie es mantenido con propósitos ornamentales. He leído
algunos sermones que sólo podrían haber tenido el propósito del exhibicionismo, pues no había
ningún grano del Evangelio en ellos. Eran arados sin reja, sembradoras sin grano, trituradoras
hechas de mantequilla. Yo no creo que nuestro Dios pague jamás salarios a los hombres que
sólo caminan por las tierras para que los vean. Los excelentes oradores que despliegan su
elocuencia son más parecidos a los gitanos que se extravían en el huerto para robar gallinas,
que a los honestos colaboradores que producen una cosecha para su señor.
Vamos, muchos de los miembros de nuestras iglesias viven como si el único negocio de la
labranza fuera arrancar zarzamoras o recoger flores silvestres. Son grandiosos para encontrar
fallas a lo que las demás personas han arado o podado, pero no harán ningún movimiento con
su mano. Vamos, mis buenos compañeros, ¿por qué están todo el día desocupados?
La mies es mucha, mas los obreros pocos. Ustedes que se consideran más cultivados que la
gente ordinaria, si en verdad son cristianos, no deben pavonearse y despreciar a quienes están
laborando duro.
Si lo hicieran, yo diré: "esa persona ha confundido a su señor; probablemente esté
trabajando para algún caballero granjero, al que le gusta más el espectáculo que la ganancia;
pero nuestro grandioso Señor es práctico, y en Su propiedad, Sus obreros apoyan en las
labores necesarias."
Cuando ustedes y yo predicamos o enseñamos, sería bueno que nos preguntáramos a
nosotros mismos, "¿Cuál es la utilidad de lo que voy a hacer? Estoy a punto de enseñar un
tema difícil: ¿aportará algún bien? He elegido un abstruso punto de teología: ¿servirá para
algún propósito?
Hermanos, un obrero puede muy bien trabajar muy duro por un capricho propio y
desperdiciar su labor, pero esto es insensatez. Algunos sermones no hacen más que mostrar la
diferencia entre fu o fa, y ¿para qué nos sirve eso? Supongan que sembramos los campos con
aserrín, o los rociamos con agua de rosas, ¿qué hay con eso? ¿Acaso bendecirá Dios nuestros
ensayos morales, nuestras notables composiciones, o nuestros bellos pasajes? Hermanos,
debemos apuntar a la utilidad: debemos, como colaboradores conjuntamente con Dios,
ocuparnos con algo que valga la pena. "Yo," dirá alguien, "he plantado": está bien, pues debe
plantarse. "Yo," responde otro, " he regado": eso también está bien y es necesario. Cuídense
de que cada uno traiga un sólido informe, pero que nadie se contente con el simple juego de
niños de la oratoria, o con lograr entretenimientos y cosas semejantes.
En la labranza del Señor hay una división del trabajo. Incluso Pablo no dijo: "yo he plantado
y he regado." No, Pablo plantó. Y Apolos ciertamente no podía decir: "yo he plantado y
también he regado." No, para él era suficiente dedicarse a regar. Ningún hombre posee todos
los dones. Cuán necios, entonces, son aquellos que dicen: "yo disfruto el ministerio de Fulano
de Tal porque edifica a los santos en doctrina, pero cuando no estuvo el otro domingo, no pude
recibir ningún beneficio del predicador, porque estaba totalmente orientado a la conversión de
los pecadores." Sí, él estaba plantando; tú has estado plantado desde hace un buen tiempo, y
no necesitas ser plantado otra vez, pero deberías estar agradecido porque otros sean hechos
partícipes del beneficio. Uno siembra y otro cosecha, y por tanto, en vez de quejarte del
labriego honesto porque no trajo consigo una hoz, deberías haber orado por él, para que
tuviera la fortaleza para arar profundo y quebrantar los corazones endurecidos. Hagamos todo
lo que podamos, y tratemos de hacer más, pues entre más cosas hagamos, mejor. "No debe
poner demasiados hierros en el fuego," dirá alguien. Pero yo digo: pon todos los hierros en el
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fuego, y si no tienes suficiente fuego, clama a Dios hasta que lo tengas; pega fuego a tu alma
entera, y mantén calientes todos tus hierros. Sin embargo, puedes descubrir que es sabio
encaminar tu fuerza en un línea de cosas que entiendas, de tal forma que mediante la práctica
te vuelvas experto en eso. Cada persona debe descubrir su propio trabajo y hacerlo con todas
sus fuerzas.
Observen que en la labranza de Dios, hay unidad de propósito entre los colaboradores. Lean
el texto: "Y el que planta y el que riega son una misma cosa." Un Labrador los ha contratado,
y aunque pudiera enviarlos a diferentes horas, y a diferentes partes de la labranza, todos ellos
son uno al ser usados para un fin, para trabajar por una cosecha. En Inglaterra no sabemos
que lo que significa regar, porque un finquero no podría regar toda su finca; pero en el
Oriente, un hortelano riega casi cada pulgada de terreno. No tendría ninguna cosecha si no
usara todos los medios para irrigar sus campos. Sin han estado alguna vez en Italia, Egipto, o
Palestina, habrán visto un sistema completo de pozos, bombas, ruedas, baldes, canales,
arroyuelos, tuberías, etcétera, por medio de los cuales el agua es transportada por todo el
huerto a cada planta, pues de otra manera, con el extremo calor del sol, todo se secaría. La
siembra necesita de sabiduría, y el riego necesita otro tanto, y juntar estos dos trabajos
requiere que los obreros sean de una sola mente. Es malo cuando los obreros tienen
propósitos encontrados, y trabajan unos en contra de los otros, y este mal se agrava en la
iglesia, más que en cualquier otra parte.
¿Cómo puedo plantar con éxito si mi asistente no riega lo que yo he plantado; o, ¿de qué
sirve que yo riegue si no hay nada plantado? La agricultura se echa a perder cuando personas
insensatas se ocupan de ella, y disputan al respecto, pues desde la siembra hasta la cosecha la
obra es una, y todo debe hacerse con un fin. ¡Oh, que tuviéramos unidad!
Laboremos juntos todos nuestros días, como lo hemos hecho en esta iglesia hasta este
momento.
Se nos pide que advirtamos en nuestro texto que todos los obreros reunidos no son
absolutamente nada. "Así que ni el que planta es algo, ni el que riega." Los obreros no son
nada sin su líder. Los trabajadores de una finca no podrían manejarla si no tuvieran a nadie a
la cabeza, y todos los predicadores y obreros cristianos del mundo no pueden hacer nada a
menos que Dios esté con ellos. Recuerden que cada obrero en la labranza de Dios ha recibido
todos sus dones de Dios. Nadie sabe cómo plantar o regar las almas a menos que Dios le
enseñe cada día. Todos estos santos dones son concesiones de la gracia inmerecida. Todos los
obreros trabajan bajo la dirección y ordenamiento de Dios, o laborarán en vano. No sabrían
cuándo o cómo hacer su trabajo, si su líder no los guiara por Su Espíritu, sin cuya ayuda no
podrían ni siquiera pensar un buen pensamiento.
Todos los buenos colaboradores de Dios deben acudir a Él por su semilla, pues de lo
contrario esparcirán cizaña. Toda la buena semilla procede del granero de Dios. Si predicamos,
debe ser la palabra verdadera de Dios o nada saldrá de la predicación. Más que eso, toda la
fortaleza que está en el brazo del labriego para sembrar la semilla celestial debe serle dada por
su Señor. Nosotros no podemos predicar a menos que Dios esté con nosotros. Un sermón es
plática vana y un horrible tejido de palabras a menos que el Espíritu Santo le dé vida. Él nos
tiene que dar tanto la preparación del corazón como la respuesta de la lengua, o seremos
como hombres que siembran en el viento. Cuando la buena semilla es sembrada, todo el éxito
de ella descansa en Dios. Si Él escondiera el rocío y la lluvia, la semilla nunca brotaría del
suelo; y a menos que Él brille sobre ella, la verde espiga no madurará nunca. El corazón
humano permanecería estéril, aunque el propio Pablo predicara, a menos que Dios el Espíritu
Santo obre con Pablo y bendiga la palabra a quienes la oyen. Por tanto, si el crecimiento es
únicamente de Dios, pongan a los colaboradores en su lugar. No nos engrandezcan, pues
cuando hayamos hecho todo, siervos inútiles somos.
Sin embargo, aunque la inspiración llama a los siervos inútiles, los considera importantes,
pues dice: "Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor." No son nada, y sin
embargo serán recompensados como si fuesen algo. Dios obra nuestras buenas obras en
nosotros, y luego nos recompensa por ellas. Aquí tenemos una mención de un servicio
personal y una recompensa personal: "Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor."
La recompensa es proporcional, no al éxito, sino a la labor. Muchos obreros descorazonados
pueden ser consolados por esa expresión. No se les pagará por resultados, sino por los
esfuerzos.
Puede ser que tengan que arar sobre un pedazo endurecido de arcilla, o sembrar en un
pedazo de tierra fatigada, donde las piedras, y los pájaros, y las espinas, y los viajeros, y un
sol quemante estén coaligados contra la semilla, pero ustedes no son responsables por estas
cosas; su recompensa será conforme a su labor. Algunos ponen mucho esfuerzo en un
pequeño campo, y logran mucho. Otros dedican mucha labor a través de una larga vida, y sin
embargo ven un pequeño resultado, pues está escrito: "Uno es el que siembra, y otro es el
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que siega;" pero el que siega no recibirá toda la recompensa, y el que siembra recibirá su
porción del gozo. Los obreros no son nada, pero entrarán en el gozo de su Señor.
Unidos, de acuerdo con el texto, los obreros ha tenido éxito, y esa es una parte grandiosa
de su recompensa. "Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios." Con
frecuencia los hermanos dicen en sus oraciones: "un Pablo puede plantar, un Apolos puede
regar, pero todo es en vano a menos que Dios dé el crecimiento." Esto es muy cierto, pero
otra verdad es también pasada por alto, es decir, que cuando Pablo planta y Apolos riega, Dios
da efectivamente el crecimiento. No laboramos en vano. No habría ningún crecimiento sin
Dios, pero no estamos sin Dios: cuando tales hombres como Pablo y Apolos plantan y riegan,
tenemos la seguridad que habrá un crecimiento; son el tipo correcto de obreros, trabajan con
el espíritu necesario, y en verdad Dios les bendecirá.
Esta es una gran parte de la paga de los obreros. Yo soy rico, he crecido en bienes, no
tengo necesidad de nada, cuando veo la conversión de las almas; mi corazón salta de júbilo;
mi espíritu está alegre, y estoy listo a cantar: "Engrandece mi alma al Señor": pero si alguna
vez llegara al punto de que estuviera aquí domingo a domingo y no viera conversiones, y la
iglesia decreciera en vez de experimentar un crecimiento, lo tomaría como un indicio que
debería llevar mi arado a otra parte, para esparcir mi semilla en otro suelo. Mi corazón se
quebrantaría por la falta de éxito, o clamaría a Dios para que lo quebrantara, pues el que
trabaja y no obtiene fruto está descorazonado en su labor. ¿Qué harían ustedes, labriegos?
Ustedes están medio decididos a renunciar ahora, porque han tenido dos o tres años malos;
pero, ¿qué harían si no vieran una cosecha del todo? Vamos, despejarían el terreno y se irían a
las praderas occidentales o a la selva del continente del sur, para ver si el suelo en otra parte
recompensa su labor. ¡Hagan lo mismo, hermanos ministros! Si han estado trabajando en un
lugar por años, y no han llevado almas a Jesús, empaquen sus bártulos y váyanse a otra
parte. No rompan permanentemente su arado sobre las rocas. Es un mundo grande, y hay
mucha buena tierra en alguna parte, por tanto, búsquenla. Si sufren persecución en una
ciudad, huyan a otra, y que la palabra de Dios sea publicada más ampliamente debido a que
son itinerantes.
III. Suficiente en cuanto a los obreros. Ahora regresando al punto principal. EL PROPIO
DIOS ES EL GRANDIOSO LABRADOR. Él puede usar a cuantos colaboradores quiera, pero el
crecimiento proviene únicamente de Él. Hermanos, ustedes saben que es así en las cosas
naturales: el más hábil labriego no puede hacer que el trigo germine, y crezca y madure. Ni
siquiera puede preservar un solo campo hasta el tiempo de la cosecha, pues los enemigos del
granjero son muchos y poderosos. En la agricultura el líquido se derrama con frecuencia entre
la copa y la boca; y cuando el granjero piensa, buen hombre tranquilo, que cosechará su
grano, hay muchas plagas y hongos que permanecen por allí para robarle sus ganancias.
Dios debe dar el crecimiento. Si hay alguien que depende de Dios, es el agricultor, y a
través de él, todos nosotros somos dependientes de Dios, cada año, para el alimento por el
cual vivimos. Incluso el rey debe vivir por el crecimiento del campo. Dios da el crecimiento en
el granero y en el almiar; y en la labranza espiritual es más todavía, pues, ¿qué puede hacer el
hombre referente a esto? Si alguno de ustedes piensa que es algo fácil ganar una alma, me
gustaría que lo probaran. Supongan que sin la ayuda divina intentaran salvar un alma: igual
podrían intentar hacer un mundo. Vamos, no podemos crear una mosca, ¿cómo podrías crear
un nuevo corazón y un espíritu recto? La regeneración es un gran misterio, está fuera de
nuestro alcance. "El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu." ¿Qué podríamos hacer
ustedes y yo referente a esto? Está fuera de nuestro palio, y más allá de nuestra línea.
Podemos expresar la verdad de Dios, pero aplicar esa verdad al corazón y a la conciencia es
una cosa muy diferente. He estado hablando aquí, y he predicado a Jesucristo, lo he hecho
entregando mi corazón, y sin embargo, yo sé que nunca he producido ningún efecto salvador
en ningún hombre no regenerado, a menos que el Espíritu de Dios tome la verdad y abra el
corazón, y coloque la semilla viva dentro de él.
La experiencia nos enseña esto. De igual manera, es obra del Señor mantener viva la
semilla cuando brota. Creemos que tenemos convertidos, y no pasa mucho tiempo antes que
estemos frustrados por ellos.
Muchos son como floraciones en nuestros árboles frutales; son hermosas a la vista, pero no
llegan a nada; y otros son como los abundantes pequeños frutos que se caen mucho antes que
hayan alcanzado algún grado de desarrollo: llega una noche fría o una plaga, y desaparecen
nuestras esperanzas de una cosecha: lo mismo sucede con buscadores esperanzadores.
El que preside sobre una gran iglesia, y siente una agonía por las almas de los hombres,
pronto quedará convencido que si Dios no obra, no se hará ninguna obra: no veremos ninguna
conversión, ni santificación, ni perseverancia final, ni gloria dada a Dios, ni satisfacción por la
pasión del Salvador. Bien dijo nuestro Señor: "Separados de mí nada podéis hacer."
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¿Cuál es el efecto de todo esto en sus mentes? Brevemente voy a sacar ciertas lecciones
prácticas extraídas de esta importante verdad: la primera es, si toda la labranza de la iglesia
pertenece exclusivamente al grandioso Labrador, y los colaboradores no valen nada sin Él, que
esto promueva la unidad entre todos aquellos que emplea. Todos estamos bajo un Señor,
entonces no tengamos contiendas. Es una gran lástima cuando los ministros se critican con
dureza entre sí, y cuando los maestros de la escuela dominical hacen lo mismo. Es una envidia
miserable cuando no podemos soportar ver que se haga el bien por parte de otras personas de
diferentes denominaciones, que obran a su propia manera. Si un nuevo obrero viene a la
labranza, y usa un saco de un nuevo corte, y utiliza un azadón que tiene una nueva forma,
¿acaso me convertiré en su enemigo?
Si él hace su trabajo mejor que yo hago el mío, ¿me pondré celoso? ¿Acaso no recuerdan
haber leído en las Escrituras que, en una ocasión, los discípulos no podían echar fuera a un
demonio? Esto debió de haberlos humillado; pero para nuestra sorpresa, leemos unos cuantos
versículos adelante que Juan y otros vieron a uno que echaba fuera a los demonios en el
nombre de Cristo, y Juan dice: "Se lo prohibimos, porque no nos seguía." Ellos mismos no
podían echar fuera al demonio, y les prohibieron a quienes podían hacerlo.
Un cierto grupo de personas va por ahí ganando almas, pero debido a que no lo están
haciendo a nuestra manera, no nos gusta. Es cierto que usan todo tipo de extraños recursos y
excitaciones desmedidas, pero efectivamente salvan almas, y ese es el punto más importante.
Sin embargo, hay caballeros que jamás convirtieron ni a la mitad de un alma, que exclaman:
"esto es fanatismo." Vayan y háganlo mejor ustedes antes de buscar defectos. En vez de
objetar, animemos a todos los del bando de Cristo. La justicia es justificada por sus hijos. Los
obreros deberían estar satisfechos con el nuevo arador si su señor lo está.
Hermano, si el grandioso Señor te ha empleado, no es asunto mío cuestionar su derecho.
No me gusta tu figura, y no puedo entender cómo podemos tener a tal individuo en la
labranza; pero como Él te ha empleado, no tengo derecho de juzgarte, pues me atrevo a decir
que yo me veo tan raro a tus ojos como tú te ves a los míos. ¿Puedo ayudarte en algo?
¿Puedo mostrarte cómo trabajar mejor? O, ¿puedes decirme algo para que yo pueda hacer
mejor mi trabajo? ¿Acaso no puede el Señor emplear a quien le plazca? Si sale un nuevo
azadón o un rastrillo nuevo, y tú que has estado trabajando consistentemente por años, abres
tus ojos y dices: "no voy a usar esta herramienta nueva", ¿eres sabio? No uses el nuevo
invento si no lo has probado y puedes trabajar mejor a tu manera; pero que el otro hombre lo
use si le parece una herramienta más fácil de manejar.
Si se inventan nuevos métodos para invitar a la gente a oír el Evangelio, por la creatividad
de su devoción, dejen que los hermanos los usen; y si no podemos imitarlos, al menos
sintamos que seguimos siendo uno, "porque uno es vuestro Maestro, el Cristo."
Esta verdad, sin embargo, debe mantener a todos los obreros siendo dependientes. ¿Vas a
predicar, jovencito? "Sí, voy a hacer mucho bien."
¿En serio? ¿Acaso se te olvida que no eres nadie? "Ni el que planta es algo."
Un teólogo viene rebosante del evangelio para consolar a los santos.
Si no viene en estricta dependencia de Dios, él, también, no es nadie. "Ni el que riega." El
poder pertenece a Dios. El hombre es vanidad y sus palabras son viento; únicamente a Dios
pertenece el poder y la sabiduría.
Si mantenemos nuestros lugares con toda humildad, nuestro Señor nos usará; pero cuando
nos exaltamos a nosotros mismos, nos dejará en nuestra nada.
A continuación observen que este hecho ennoblece a todo mundo que labora en la labranza
de Dios. Este pasaje hace que mi corazón dé vuelcos cuando lo leo; mi propia alma es alzada
con gozo cuando veo estas palabras, "Porque nosotros somos colaboradores de Dios": somos
compañeros de trabajo de Dios: simples obreros en Su labranza, pero obreros con Él. ¿Trabaja
el Señor con nosotros? Sí. "Ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que
la seguían." "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo," es lenguaje para todos los hijos de
Dios así como también para el grandioso Unigénito. Dios está contigo, hermano; Dios está
contigo, hermana, cuando le sirves con todo tu corazón. Cuando le hablas a tu clase dominical
lo concerniente a Jesús, es Dios el que habla por ti; cuando te encuentras al extraño en el
camino, y le hablas de la salvación por fe, Cristo está hablando contigo de la misma manera
que habló con la mujer en el pozo; cuando te diriges a la tosca multitud al aire libre, jovencito,
si estás predicando del perdón a través de la sangre expiatoria, es el Dios de Pedro quien
testifica de Su Hijo, igual que lo hizo en el día de Pentecostés.
Oh, hermanos obreros, el nuestro es un elevado honor, puesto que el Padre está con
nosotros y obra por nosotros. Como dijo el señor Wesley: "lo mejor de todo es que Dios está
con nosotros." El Señor de los ejércitos está con nosotros, y por tanto, no podemos fracasar.
Si pudiéramos ser derrotados cuando trabajamos con Dios, entonces el propio honor de Dios
estaría comprometido, y eso no puede ser.
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Pero, finalmente, cómo debe ponernos de rodillas esto. Puesto que no somos nada sin Dios,
clamemos poderosamente a Él por ayuda en esta hora de santo servicio. Que tanto el que
siembra como el que cosecha oren juntos, pues de lo contrario nunca se regocijarán juntos.
Como iglesia Dios nos ha bendecido tan ricamente, que en generaciones venideras se hablará
como una maravilla que Dios favorezca tan grandemente a una congregación durante tantos
años; pero ha sido entera y únicamente como respuesta a la oración. Muy lejos de suponer
que nuestra unión y prosperidad son en cualquier medida debidas a mí, yo protesto que la
única causa de todas las almas ganadas en este lugar, se debe encontrar en las oraciones de
los santos. Dios en Su gran misericordia ha dado el espíritu de oración a ustedes y a otros que
me aman, y de aquí que yo sea altamente favorecido. Yo estoy terriblemente temeroso que
este espíritu de oración se apague: estoy celoso de que no comiencen a pensar que el
predicador es algo, y dejen de orar por él. Hay una congregación más escasa cuando me
encuentro lejos, y por tanto me temo que tienen alguna dependencia de mí, y no esperan una
bendición si estoy ausente.
¿Acaso es así? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora van a acabar por la carne? ¿Han
comenzado a ser de Spurgeon? Esto no funcionará nunca. Hermanos, esto no funcionará.
Debemos de desprendernos de esa tendencia antes de que crezca en nosotros. Dios puede
bendecir a un hombre al igual que a otro. Yo no sé que siempre lo haga, pero puede hacerlo; y
tal vez, si ustedes esperaran que lo hiciera, lo haría. Si ustedes vinieran a esta casa con el
mismo espíritu de oración por otros como oran por mí, obtendrían la misma bendición. Yo soy
el más débil de los débiles aparte de Dios, por tanto oren por mí; pero otros son débiles
también, por tanto oren por ellos también. Les pido que oremos poderosamente por una
bendición. Oren siempre. Oren en sus habitaciones privadas, en sus altares familiares, en su
trabajo, y en su tiempo libre, y también en este lugar.
Vengan en mayor número para orar por una bendición. Tenemos muchas reuniones de
oración establecidas, manténganlas florecientes. Las ventanas del cielo se abren con facilidad
si nuestras bocas y nuestros corazones son abiertos en oración. Si la bendición es retenida, es
debido a que no clamamos por ella ni la esperamos. Oh, hermanos obreros, vengan al
propiciatorio, y verán la labranza de Dios regada de lo alto, y arada con habilidad divina, y los
segadores pronto retornarán de los campos cargando con ellos las gavillas, aunque, tal vez,
cuando salieron a sembrar, iban llorando. A nuestro Padre, que es el Labrador, sea toda la
gloria, por siempre y para siempre. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del Sermón—1 Corintios 3.

LO QUE PUEDEN Y LO QUE NO PUEDEN HACER LOS COLABORADORES


Nº 1603
un sermón predicado la mañana del domingo, 12 de junio de 1881, en el tabernáculo
metropolitano, newington, londres.

"Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y
duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.
Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la
espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado."
Marcos 4:26-29.

El domingo pasado, nuestro tema versó sobre los colaboradores en la labranza de Dios y
sobre su gran Señor; y luego procuramos mostrar en qué medida es necesaria la intervención
humana en la obra del Evangelio.
Vimos también cómo dependen enteramente de Dios todos los santos resultados, pues ni el
que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Tenemos un tema muy
parecido esta mañana, excepto que profundiza un poco más, y muestra más plenamente hasta
dónde puede llegar un colaborador, y dónde debe detenerse; dónde puede entrar un hombre
con santa diligencia, y en dónde ninguna obra humana debe inmiscuirse de ninguna manera.
En esta ocasión, nuestro tema será principalmente la medida y el límite de la mediación
humana en el reino de la gracia. Si somos enseñados por el Espíritu de Dios, encontraremos
que esta Escritura está llena de instrucción sobre el tema.
Es notable que la parábola que tenemos delante de nosotros, es exclusiva de Marcos.
Ningún otro evangelista la ha registrado, pero no la consideramos menos importante por eso.
Si nos hubiera sido narrada cuatro veces, nos habría encantado oír la repetición, y le
habríamos concedido una atención cuádruple; pero como nos es narrada una sola vez,
prestaremos una mayor atención a una voz que habla de una vez por todas.

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Nos alegra que el Espíritu Santo haya conducido a Marcos a conservar esta perla, dentro de
las muchas cosas excelentes que dijo nuestro Señor, pero que se han perdido. Juan nos
informa que si se hubiera preservado un registro de todas las cosas que hizo Jesús, se habría
constituido una biblioteca tan grande, que ni aun en el mundo hubieran cabido todos los libros
que se habrían podido escribir. Muchas de las cosas que Jesús dijo anduvieron circulando, sin
duda, por un tiempo, y se fueron olvidando gradualmente, y tenemos que agradecer al Espíritu
de Dios, por perpetuar este símil, por mano de Su siervo Marcos. Preservada en el ámbar de la
inspiración, esta instrucción excelente es invaluable.
Aquí encontramos una lección para los que plantan: para los jornaleros en la labranza de
Dios. Es una parábola para todos los que están involucrados en el reino de Dios. Es de poco
valor para los que están en el reino de las tinieblas, pues a ellos no se les pide que siembren la
buena semilla: "Pero al malo dijo Dios: ¿qué tienes tú que hablar de mis leyes?"
Mas todos los que son súbditos leales del Rey Jesús, todos los que son comisionados a
esparcir la semilla para el Labrador Real, estarán contentos de saber cómo avanza el reino,
contentos de saber cómo se está preparando la cosecha para Él, a quien sirven. Escuchen,
entonces, ustedes que siembran junto a todas las aguas; ustedes que, con santa diligencia,
buscan llenar los graneros de su Dios, escuchen, y que el Espíritu de Dios hable a sus oídos en
la medida su capacidad.
I. Primero, aprenderemos de nuestro texto, LO QUE PODEMOS HACER Y LO QUE NO
PODEMOS HACER. Que esto nos sirva como primer encabezado.
"Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra": esto puede
hacerlo el obrero que tiene la gracia. "Y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo": esto es
lo que no puede hacer, pues pertenece a un poder superior. El hombre no puede hacer que la
semilla brote ni crezca; él está fuera del huerto en ese respecto, y puede irse a casa "y
duerme y se levanta, de noche y de día." Una vez que la semilla es sembrada, está más allá la
jurisdicción humana. Está bajo el cuidado divino. Sin embargo, pronto el obrero entra otra vez
en acción: "Cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz." A su tiempo segaremos,
y es tanto nuestro deber como nuestro privilegio hacerlo. Pueden ver, entonces, que hay un
lugar para el jornalero al principio, y aunque no hay espacio para él en la etapa intermedia,
otra oportunidad le es brindada más adelante, cuando lo que sembró, efectivamente ha
producido un fruto.
Noten, entonces, que nosotros podemos sembrar. Cualquier hombre que haya recibido el
conocimiento de la gracia de Dios en su corazón, puede enseñar a otros. Incluyo bajo el
término "hombre" a todos los que conocen al Señor, sean varones o mujeres. No todos
podemos enseñar de igual manera, pues no todos recibimos los mismos dones; a uno le es
dado un talento, y a otro, diez. Tampoco tenemos todos las mismas oportunidades, pues uno
vive en la oscuridad, y otro tiene una influencia de gran alcance. Sin embargo, no hay en la
familia de Dios una mano infantil, que no pueda echar su propia semillita al suelo. No hay
ningún hombre en medio de nosotros que necesite quedarse en la plaza desocupado, pues le
está aguardando un trabajo adaptado a su fuerza. No hay una mujer salva que no tenga su
santa tarea. Que la haga y gane la palabra de aprobación. "Esta ha hecho lo que podía." Algo
del servicio sagrado está al alcance de la capacidad de cualquiera, ya sea de la madre de
familia, de la niñera con el bebé, del muchacho en la escuela, del obrero en su banco de
trabajo, o de la enfermera junto al lecho del enfermo. Aquellos con el menor rango de
oportunidades, pueden, sin embargo, hacer algo por Cristo y por Su causa. La preciosa semilla
de la palabra de Dios es pequeña como un grano de mostaza, y puede ser transportada por la
mano más débil, al lugar donde se multiplicará a ciento por uno.
No necesitamos altercar nunca con Dios porque no podamos hacerlo todo, si Él solamente
nos permite hacer esta única cosa, pues plantar la buena semilla es una obra que requerirá de
todo nuestro talento, de nuestra fortaleza, de nuestro amor, de nuestro cuidado. La siembra
de la santa semilla puede muy bien ser adoptada como nuestra ocupación más sublime, y no
es un propósito inferior para la vida más noble que pueda ser llevada. Necesitarán de la
enseñanza celestial para poder seleccionar cuidadosamente el trigo, y protegerlo de la cizaña
del error. Debemos incluso tamizar nuestros propios pensamientos y opiniones, pues podrían
no ser conformes a la mente de Dios. Los hombres no son salvados por nuestra palabra, sino
por la palabra de Dios. Estamos obligados a conocer el Evangelio, y a enseñarlo completo.
Debemos exponer a diferentes personas, con discreción, esa parte de la palabra de Dios que
ataña más a sus conciencias; pues mucho dependerá que la palabra sea a tiempo, y no una
frase casual lanzada al azar. Tendremos una tarea suficiente si examinamos cuidadosamente
el saco de las semillas, no vaya a ser que sembremos cizaña juntamente con el trigo, o
arrojemos insensiblemente la buena semilla, en lugares en los que servirá de alimento a los
pájaros perversos.

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Habiendo seleccionado la semilla, tendremos bastante trabajo si salimos y la esparcimos
abundantemente por todas partes, pues cada día trae su oportunidad, y toda compañía depara
una ocasión. "Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano."
"Dichosos vosotros los que sembráis junto a todas las aguas." Imiten al sembrador de la
parábola, que no era tan ahorrativo como para arrojar la semilla sólo donde, de conformidad a
su juicio, había buena tierra, sino que, sintiendo que tenía otra ocupación para su criterio,
además de seleccionar el suelo, arrojaba la semilla a diestra y siniestra conforme avanzaba, y
no dejaba de echarla incluso en pedregales y entre espinos.
Ustedes, queridos compañeros jornaleros, tendrán suficiente quehacer si en todo momento,
y en todo lugar, conforme lo sugieran la prudencia y el celo, esparcen abundantemente la
palabra viva del Dios vivo.
Además, los sembradores sabios descubren oportunidades favorables para sembrar, y se
aprovechan de ellas con regocijo. Hay momentos en los que, claramente, será un desperdicio
sembrar, pues el terreno no puede recibir la semilla, ya que no tiene la condición apropiada.
Después de un aguacero, o antes de un aguacero, o en el momento preciso que alguien que
haya estudiado agricultura sabe identificar, entonces es cuando hay que estar activo y
sembrando. De tal manera que, aunque debamos trabajar siempre para Dios, hay ocasiones
en las que estaríamos echando perlas a los cerdos, si habláramos de las cosas santas. Y hay
otros momentos en los que, si fuésemos indolentes, constituiría un vergonzoso desperdicio de
las ocasiones propicias. Los que son holgazanes cuando es tiempo de arar y de sembrar, son
verdaderamente holgazanes, pues no sólo desperdician el día, sino que malgastan el año. Si
ustedes miran con atención a las almas, y usan las horas de feliz oportunidad, y los momentos
de sagrado ablandamiento, no se quejarán de un reducido espacio asignado para su obra. Aun
si no eres llamado a regar o a cosechar nunca, tu oficio es lo suficientemente amplio si
cumples con la obra de sembrar.
Por poco que parezca enseñar la sencilla verdad del Evangelio, es algo esencial. ¿Cómo
oirán los hombres sin un maestro? La labranza no produce nunca una cosecha sin una
siembra. La mala hierba crece sin nuestra ayuda, mas no así el trigo o la cebada. El corazón
humano es tan depravado, que naturalmente producirá el mal en abundancia, y Satanás no
desaprovechará la ocasión para sembrar la mala semilla; pero si el alma del hombre va a
producir fruto para Dios, la semilla de la verdad debe ser arrojada en ella desde afuera.
Siervos de Dios, la semilla de la palabra no es como el vilano del cardo, que es arrastrado
por cualquier viento, ni como ciertas semillas, que son transportadas en el aire por sus propios
paracaídas, aquí, y allá, y acullá, mas el trigo del reino necesita de una mano humana para
que pueda ser sembrado, y sin tal intermediación, no entrará en el corazón de los hombres, ni
tampoco producirá fruto para la gloria de Dios. La predicación del Evangelio es una necesidad
de cada época. Que Dios nos conceda que nuestro país no sea nunca privado del Evangelio.
Aun si el Señor nos enviara una carestía de pan y de agua, que no nos envíe nunca una
carestía de la palabra de Dios. La fe es por el oír, y, ¿cómo oirán sin haber quién les predique?
Esparzan ustedes, esparzan ustedes, entonces, la semilla del reino, pues esto es esencial para
la cosecha. La difusión del Evangelio no es algo que ustedes puedan hacer o no, conforme les
plazca, sino que es un deber perentoriamente necesario, y si lo descuidan, es bajo su propio
riesgo. Ustedes pueden sembrar la semilla, y la semilla tiene que ser sembrada.
La semilla debe ser sembrada a menudo, pues los tiempos son tales, que no basta con una
siembra. Siembren una y otra vez, pues muchos son los enemigos del trigo, y si no repitieran
su siembra, puede ser que nunca vean una cosecha. La semilla debe ser sembrada en todas
partes, también, pues no existen determinados rincones del mundo que podamos darnos el
lujo de descuidar, en la espera de que sean productivos por sí mismos. No pueden descuidar a
los ricos y a los inteligentes bajo la premisa de que, en verdad, el Evangelio será descubierto
en medio de ellos, pues no es así: el orgullo de la vida los conduce lejos de Dios. No pueden
descuidar a los pobres e ignorantes, diciendo: "ciertamente, ellos por sí solos sentirán su
necesidad de Cristo." No es así: se hundirán de degradación en degradación, a menos que
ustedes los levanten con el Evangelio. Ninguna tribu de hombres, ninguna constitución peculiar
de la mente humana, pueden ser descuidadas por nosotros. Tenemos que predicar la palabra
por todas partes, a tiempo y fuera de tiempo.
He escuchado que el Capitán Cook, el celebrado circunnavegador, fue en ciertos aspectos,
un admirable ejemplo para nosotros. Dondequiera que desembarcaba, en cualquier parte del
orbe terráqueo que fuera, tomaba con él un pequeño paquete de diversas semillas inglesas, y
se le observaba a menudo, esparciendo las semillas en los lugares apropiados.
Dejaba su barco y deambulaba por la costa. No le decía nada a nadie, pero reposadamente
esparcía las semillas inglesas dondequiera que iba, de tal forma que cubrió al mundo de flores
y de hierbas procedentes de su tierra natal. Imítenlo dondequiera que vayan; siembren la
semilla espiritual en cada lugar que holle su pie. Algunos de ustedes estarán muy pronto junto
95
al mar, o escalando las montañas de Suiza, o en otras regiones de la tierra, en busca de
variedad y belleza; porten con ustedes las simientes celestiales, y no se satisfagan a menos
que dejen caer, en cada lugar, un grano o dos que puedan producir fruto para su Dios. Esto es
lo que pueden hacer; pongan interés en hacerlo.
Consideremos, ahora, lo que ustedes no pueden hacer. Ustedes no pueden, una vez que la
semilla ha salido de sus manos, hacer que produzca vida. Estoy seguro que no pueden hacer
que crezca, pues ustedes no saben cómo crece. El texto dice: "Y la semilla brota y crece sin
que él sepa cómo." Eso que está más allá del alcance de nuestro conocimiento, está
ciertamente más allá del alcance de nuestro poder. ¿Pueden hacer que una semilla germine?
Podrán colocarla bajo circunstancias de humedad y calor que causen que se hinche y dé paso a
un brote, pero la germinación misma, está más allá de ustedes. ¿Cómo se lleva a cabo? No lo
sabemos.
Después que el embrión ha brotado, ¿pueden hacerlo crecer más, y que desarrolle su vida
hasta tener hojas y tallo? No; eso, también, está fuera de su poder. Y cuando a la hoja de
hierba verde le sigue la espiga, ¿pueden hacer que madure? Madurará; pero, ¿pueden lograrlo
ustedes?
Saben que no pueden; no pueden intervenir en el proceso real, aunque puedan promover
las condiciones bajo las cuales se produce. La vida es un misterio. El crecimiento es un
misterio. La maduración es un misterio.
Y estos tres misterios son como fuentes selladas contra toda intrusión.
¿Cómo llega a suceder que haya dentro de la semilla madura las preparaciones para otra
siembra y para otro crecimiento? ¿Cuál es este principio vital, esta secreta energía
reproductora? ¿Sabes algo acerca de todo esto? El filósofo afirma que puede explicar la vida y
el crecimiento, y de inmediato, de conformidad al proceso ordinario de la filosofía, te
embaucará con términos que son menos entendibles que la plática ordinaria de los infantes; y,
luego dirá: "¡Allí está todo el asunto! Está lo más claro posible." Él encubre su ignorancia con
una jerga enrevesada, que luego llama sabiduría. Hasta este día sigue siendo verdad, en lo
relativo al crecimiento de las semillas más comunes: "Crece sin que él sepa cómo."
El científico habla acerca de las combinaciones químicas y las permutaciones físicas, y
procede a citar analogías de esto y de aquello; pero, aun así, el crecimiento de la simiente
sigue siendo un secreto, pues crece "sin que él sepa cómo."
Ciertamente, esto es válido en relación al brote y al progreso de la palabra de Dios en el
corazón. Entra en el alma y se arraiga sin que tú sepas cómo. Naturalmente los hombres odian
la palabra, pero entra y cambia el corazón, de tal forma que terminan amándola, aunque no
sabemos cómo. Su naturaleza entera es renovada, de tal forma que en lugar de producir
pecado, genera arrepentimiento, fe y amor, pero no sabemos cómo. Cómo es que el Espíritu
de Dios trata con la mente del hombre, cómo crea el nuevo corazón y el espíritu recto, cómo
somos engendrados de nuevo a una esperanza viva, cómo nacemos del Espíritu, no podemos
decirlo. El Espíritu Santo entra en nosotros; no oímos Su voz, no vemos Su luz, no sentimos
Su roce; sin embargo, Él obra una obra eficaz en nosotros, que no nos toma mucho tiempo
percibir. Sabemos que la obra del Espíritu es una nueva creación, una resurrección de los
muertos; pero todas estas palabras son únicamente fundas que cubren nuestra total
ignorancia sobre el modo de Su operación, en el que no tenemos ninguna ingerencia. No
sabemos cómo ejecuta Sus milagros de amor, y, no sabiendo cómo obra, podemos estar muy
seguros que no podemos quitarle la obra de Sus manos. No podemos crear, no podemos
revivir, no podemos transformar, no podemos regenerar, no podemos salvar.
Habiéndose manifestado esta obra de Dios en el crecimiento de la semilla, ¿qué sigue?
Nosotros podemos cosechar las espigas maduras. Después de un tiempo, Dios el Espíritu
Santo usa nuevamente a Sus siervos.
Tan pronto como la simiente viva ha producido, primero que nada, toda la hierba del
pensamiento, y luego la verde espiga de la convicción de pecado, y luego la fe, que es como
grano lleno en la espiga, entonces el obrero cristiano regresa para prestar un servicio
adicional, pues él puede segar. "Cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz." Esta
no es la siega del último gran día, pues esa no viene dentro del alcance de esta parábola,
relacionada evidentemente a un sembrador y a un segador humanos. El tipo de siega que
tiene en mente el Salvador aquí, es la que mencionó cuando dijo a Sus discípulos: "Alzad
vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega." Después que estuvo
sembrando la semilla en los corazones de los samaritanos, y que la semilla brotó, de tal
manera que evidenciaron fe en Él, el Señor Jesús clamó: "Mirad los campos, porque ya están
blancos para la siega." El apóstol dijo: "Uno es el que siembra, y otro es el que siega." Nuestro
Señor dijo a los discípulos: "Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis."
¿Acaso no hay una promesa: "A su tiempo segaremos, si no desmayamos"?

96
Los obreros cristianos comienzan su labor de cosecha observando, cuidadosamente, para
detectar cuándo los hombres evidencian señales de fe en Cristo. Están ávidos de ver la hierba
y encantados de detectar la espiga que madura. Con frecuencia esperan que los hombres sean
creyentes, pero anhelan estar seguros de ello: y cuando juzgan que finalmente el fruto de la fe
ha brotado, comienzan a animar, a congratular, y a consolar. Ellos saben que el joven creyente
necesita ser alojado en el granero del compañerismo cristiano, para que pueda ser salvado de
mil peligros. Ningún granjero sabio deja el fruto del campo expuesto imprudentemente al
granizo que puede aplastarlo, o al moho que puede destruirlo, o a los pájaros que pueden
robarlo. Evidentemente, ningún creyente debe quedar fuera del granero de la santa comunión,
sino que tiene que ser llevado al medio de la iglesia con todo el gozo que acompaña a las
espigas, cuando son traídas a casa. El obrero de Cristo vigila cuidadosamente, y cuando
discierne que su tiempo ha llegado, comienza de inmediato a meter a los convertidos, para que
puedan ser cuidados por la hermandad, separados del mundo, resguardados de la tentación, y
atesorados para el Señor.
Es diligente para hacerlo de inmediato, porque el texto dice: "En seguida se mete la hoz."
No espera durante meses en una fría sospecha; no teme alentar demasiado pronto cuando la
fe está realmente presente.
Viene de inmediato con la palabra de la promesa y la sonrisa del amor fraternal, y pregunta
al nuevo creyente: "¿has confesado tu fe? ¿No ha llegado el momento de una confesión
abierta? ¿No le ha ordenado Jesús al creyente que sea bautizado? Si le amas, guarda Sus
mandamientos."
No descansa hasta haber introducido al convertido a la comunión de los fieles. Pues nuestro
trabajo, hermanos, no está concluido sino a medias cuando los hombres son hechos discípulos
y bautizados.
Entonces, tenemos que alentar, instruir, fortalecer, consolar y socorrer en todos los
momentos de dificultad y de peligro. ¿Qué dijo el Salvador?
"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado."
El segador es el hombre que reúne a los convertidos, y desempeña un honorable y útil
oficio. Si yo predico el Evangelio hoy, y algunos son convertidos, yo seré el sembrador; pero si
de camino a casa, a las respectivas aldeas de donde provienen, ustedes han entrado aquí
como extraños, luego serán recibidos en sus iglesias por sus propios pastores, y ellos estarán
segando lo que yo he sembrado. Yo no envidio a mi hermano ministro por su éxito en reunir a
los convertidos, sino que me regocijo con él. El sembrador y el segador pueden muy bien
regocijarse juntos, pues nuestra obra es una, y trabajamos para un Señor.
Observen, entonces, la esfera de la mediación. Nosotros podemos introducir a los hombres
a la verdad, pero el Señor mismo tiene que bendecir esa verdad; la vida y el crecimiento de la
palabra dentro del alma, son únicamente la operación de Dios. Cuando la obra mística del
crecimiento esté hecha, podemos introducir a los salvos a la iglesia. Traerlos a la comunión de
los fieles es nuestro trabajo, y no debemos dejar de hacerlo. Que Cristo sea formado en los
hombres, la esperanza de gloria, no es obra nuestra, sino que sigue siendo de Dios; pero
cuando Jesús es formado en ellos, discernir la imagen del Salvador y decir: "entra, bendito del
Señor, ¿por qué te quedas fuera?", es nuestro deber y deleite. Crear la vida divina es de Dios,
y alimentarla, nos corresponde a nosotros.
Hacer que la vida escondida crezca en secreto es la obra del Señor; ver el levantamiento y
el perfeccionamiento de esa vida, y regocijarse en eso, es la obra de los fieles, según está
escrito, "Cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado."
Esta, entonces, es nuestra primera lección; vemos lo que podemos hacer y lo que no
podemos hacer.
II. Nuestro segundo encabezado es semejante al primero, y consiste en LO QUE PODEMOS
SABER Y LO QUE NO PODEMOS SABER.
Primero, lo que podemos saber. Podemos saber que, cuando hemos sembrado la buena
semilla de la palabra, crecerá; pues Dios ha prometido que así será. No cada grano en cada
lugar; pues algunos granos irán a los pájaros, y otros al gusano, y algunos serán quemados
por el sol; pero como regla general, la palabra de Dios no regresará a Él vacía, sino que
prosperará en aquello para lo que la envió. Esto sabemos. Y podemos saber que la semilla,
una vez que ha echado raíces, continúa creciendo; que no es un sueño o un cuadro que
desaparecerá, sino un elemento de fuerza y de energía, que pasará de ser una hoja de hierba,
a grano en la espiga, y con la bendición de Dios, se convertirá en una salvación real, y será
como "grano lleno en la espiga." Con la ayuda y la bendición de Dios, nuestro trabajo de
enseñanza, no sólo conducirá a los hombres al pensamiento y convicción de pecado, sino a la
conversión y a la vida eterna.
97
También podemos saber, ya que somos informados al respecto, que la razón para esto es,
primordialmente, porque hay vida en la palabra. En la propia palabra de Dios hay vida, pues
está escrito: "La palabra de Dios es viva y eficaz." Es "simiente incorruptible que vive y
permanece para siempre." La semillas vivas, crecen por naturaleza, y la razón por la cual la
palabra de Dios crece en los corazones de los hombres, es por ser la palabra viva del Dios
vivo, y donde está la palabra de un rey, hay poder.
Sabemos esto, porque las Escrituras nos lo enseñan. ¿No está escrito: "El, de su voluntad,
nos hizo nacer por la palabra de verdad"?
Además, la tierra, que es aquí un tipo del hombre, "de suyo lleva fruto."
Debemos tener cuidado con lo que decimos al explicar esto, pues los corazones humanos no
producen fe por sí solos; son como una dura roca sobre la cual perece la semilla. Pero quiere
decir esto: que como la tierra es llevada a recibir y abrazar la semilla, con la bendición del
rocío y la lluvia, y por la obra secreta de Dios en ella, así el corazón del hombre es preparado
para recibir y envolver dentro de sí, el Evangelio de Jesucristo.
Hay algo afín en la tierra con relación a la semilla que es sembrada en ella, de tal manera
que la semilla es adoptada y alimentada por el suelo.
Lo mismo sucede con el corazón del hombre cuando Dios lo hace honesto y buena tierra. El
corazón despierto del hombre necesita exactamente lo que la palabra de Dios provee. Movida
por una divina influencia, el alma abraza la verdad, y es abrazada por ella, y así, la verdad
vive en el corazón, siendo revivido por ella. El amor del hombre acepta el amor de Dios; la fe
del hombre, obrada en él por el Espíritu de Dios, cree la verdad de Dios; la esperanza del
hombre, obrada en él por el Espíritu de Dios, se aferra a las cosas reveladas, y así la simiente
celestial crece en el suelo del alma.
La vida no sale de quienes predican la palabra, sino que es colocada por el Espíritu Santo,
dentro de la palabra que ustedes predican. La vida no está en su mano, sino en el hombre
mismo que es conducido a asirse de la verdad por el Espíritu de Dios. La salvación no proviene
de la autoridad personal del predicador, sino que viene a través de la convicción personal, de
la fe personal y del amor personal del oyente. Tú, el sembrador, eres enseñado de esta
manera por la parábola, que la vida espiritual y el crecimiento son de Dios, y provienen de la
semilla y del suelo, mucho más que de ti. En lo que se refiere a la verdad, su poder intrínseco
es el mismo, independientemente de quién la predique. No es porque tal y tal teólogo, a quien
Dios ha bendecido, declare el Evangelio, que por eso viva en los corazones de los hombres.
Oh, no; es por causa de la verdad misma, y por causa de los corazones mismos que reciben la
verdad, por la obra secreta del bendito Espíritu de Dios. Hasta aquí lo que podemos saber, y
¿acaso no es suficiente para todos los propósitos prácticos?
Además, hay un algo que no podemos saber: un secreto que no podemos atisbar. Repito lo
que he dicho antes, que no pueden mirar al interior de los hombres, y ver exactamente cómo
la verdad se apodera del corazón, o cómo el corazón se apodera de la verdad. Muchos han
observado sus propios sentimientos hasta quedarse ciegos de desaliento, y otros han vigilado
los sentimientos de los jóvenes hasta hacerles más daño que bien, por su estricta supervisión.
En la obra de Dios hay más espacio para la fe que para la visión. La semilla celestial crece
secretamente. Debes enterrarla fuera de la vista, o no habrá ninguna cosecha. Aun si
conservaras la semilla sobre la tierra, y llegara a brotar, no podrías descubrir cómo crece;
aunque observaras microscópicamente su hinchazón y su estallido, no podrías ver la fuerza
vital interna que mueve a la semilla. No podrías atisbar detrás del velo que oculta la obra
secreta de Dios en los misterios de la vida y del crecimiento naturales; y en cuanto a la vida
divina en el hombre, debe estar escondida para siempre de todas las miradas de los mortales.
Podrás ver el resultado de ella, y serás capaz de conocer algo acerca de la forma de su
desarrollo; pero el modus operandi (modo de operar) real, el misterio secreto y más íntimo del
nuevo nacimiento, no será posible ser percibido. No conoces el camino del Espíritu.
Su trabajo es obrado en secreto, y tú no sabes de dónde viene ni a dónde va.
"Explícame el nuevo nacimiento," pide alguien. Mi respuesta es: "experimenta el nuevo
nacimiento, y sabrás lo que es." Hay secretos en los que no podemos adentrarnos, pues su luz
es demasiado radiante para que los ojos mortales la puedan aguantar. Oh, hombre, tú no
puedes volverte omnisciente, pues tú eres una criatura, y no el Creador. Para ti siempre debe
haber una región no sólo desconocida sino incognoscible. Tu conocimiento llegará hasta cierto
punto, pero no más allá; y puedes dar gracias a Dios que así sea, pues de esta manera Él deja
espacio para la fe, y da un motivo para la oración. Clama poderosamente al Gran Obrero para
que haga lo que tú no puedes intentar poner por obra, para que así, cuando veas la salvación
de los hombres, le des toda la gloria para siempre.
III. En tercer lugar, nuestro texto nos dice QUÉ PODEMOS ESPERAR SI TRABAJAMOS PARA
DIOS, Y QUÉ NO PODEMOS ESPERAR. De conformidad a esta parábola, debemos esperar ver

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fruto. El labrador echa su semilla en el suelo, y la semilla brota y crece, y él puede esperar la
cosecha.
Yo quisiera decir una palabra que agitara las expectativas de los obreros cristianos, pues me
temo que muchos trabajan sin fe. Si tienen un huerto o un campo, y siembran allí la semilla,
se sorprenderían grandemente y se dolerían mucho si no brotara del todo; pero muchas
personas cristianas se contentan con seguir trabajando y no cuentan con un resultado ni
siquiera como para esperarlo expectantemente. Esta es una forma lamentable de trabajar:
levantar cubetas vacías todo el año. Ciertamente yo debo ver el resultado de mi labor y
alegrarme, pues de lo contrario, si no lo veo, mi corazón se quebrantaría si yo fuera un
verdadero siervo del grandioso Señor. Debemos esperar resultados: si esperáramos más
resultados, veríamos más, pero la falta de expectativas ha sido una gran fuente de fracasos
para los obreros de Dios.
Pero no podemos esperar que toda semilla que sembremos, brote al momento en que la
sembremos. Algunas veces, gloria sea a Dios, sólo tenemos que predicar la palabra, y al
instante los hombres son convertidos: el segador rebasa al sembrador, en tales instancias,
pero no siempre sucede así. Algunos sembradores han sido diligentes por años, trabajando
ciertas parcelas de terreno, y aparentemente, todo ha sido en vano, hasta que por fin la
cosecha ha llegado, una cosecha que, hablando humanamente, nunca se hubiera obtenido si
no hubieran perseverado hasta el fin. Este mundo, creo yo, va a ser convertido a Cristo; pero
no hoy, ni mañana, talvez tampoco durante mucho tiempo; pero la siembra de los siglos no se
está perdiendo, está toda trabajando hacia el gran ultimátum.
Una cosecha de setas puede ser producida pronto, pero un bosque de robles no
recompensará al que lo sembró, antes que varias generaciones de sus hijos se hayan
convertido en polvo. Es nuestro debe sembrar, y esperar una cosecha rápida; pero aún así
debemos recordar que "El labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con
paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía," y nosotros debemos hacerlo también.
Debemos esperar resultados, pero no debemos desanimarnos si no los vemos hoy ni mañana.
También debemos esperar ver que la semilla crezca, pero no siempre a nuestra manera.
Casi todos nosotros somos como niños, pues todavía no hay muchos padres, y como niños
tenemos la propensión a ser impacientes.
Su hijito sembró mostaza y berros ayer en su jardincito. Esta tarde el señor Juanito estará
removiendo la tierra para ver si la semilla está creciendo. No hay ninguna posibilidad que su
mostaza y su berro lleguen a concretarse en algo, pues no los dejará tranquilos lo suficiente,
para que crezcan. Lo mismo sucede con los obreros precipitados; ellos quieren ver el resultado
del Evangelio directamente, pues de lo contrario abandonarán la labor, y desconfiarán de la
bendita palabra. Aunque la gente haya recibido la palabra en sus mentes y esté
considerándola, ciertos predicadores tienen tanta prisa, que no permitirán ningún tiempo para
la consideración, ningún espacio para la evaluación del costo, ninguna oportunidad para que
los hombres consideren sus caminos y se vuelvan al Señor con pleno propósito de corazón.
Todas las otras semillas se toman su tiempo para crecer, pero la semilla de la palabra debe
crecer delante de los ojos del predicador como magia, o pensará que no se ha logrado nada.
Tales buenos hermanos están tan ávidos de producir hierba y espigas al instante y en el
mismísimo lugar, que tuestan su semilla sobre el fuego del fanatismo, y la semilla no vive del
todo. Hacen creer a los hombres que son convertidos, y de esta forma les impiden eficazmente
llegar a un conocimiento salvador de la verdad. Estoy solemnemente convencido que a algunos
hombres se les impide ser salvos cuando se les dice que ya son salvos, y cuando se les infla
con una creencia de perfección, cuando ni siquiera tienen un corazón quebrantado. Tal vez si
se les ensañara a esa personas a buscar algo más profundo, no se habrían quedado
satisfechas al recibir la semilla sobre un terreno pedregoso; pero ahora, por estar contentas
con el brote de la semilla sembrada sobre rocas sin el debido quebrantamiento, muestran un
rápido desarrollo, e igualmente un rápido declive y caída.
Esperemos con fe que la semilla crezca; pero estemos atentos a ver su avance según la
manera del predicador: primero, segundo, tercero; primero la hierba, luego la espiga y
después grano lleno en la espiga.
Tú tienes prisa, hermano mío, pero sería mejor mostrar la paciencia de los principios que el
ardor de la pasión. Que todos los hombres tengan prisa por ser salvados, pero que aquellos
que están predicando la verdad, se contenten con ver a los hombres convictos de pecado,
liberados de la confianza en sí mismos, iluminados para ver la gracia de Dios, y así, conducidos
con paso firme a la fe. Algunos de los mejores cristianos no conocen el punto exacto en el cual
fueron convertidos; se trató de un proceso gradual, de la hierba verde al grano maduro, y no
pueden decir con exactitud cuando se formó en ellos el fruto real de la fe. Algunas de las
mentes más atentas, no son sacudidas de repente a la religión, sino que son llevadas
gradualmente a la luz, de la misma forma que el mediodía es alcanzado por grados. Con
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muchas personas no sucede nada al principio sino un poco de hierba, y no puedes saber si no
es más que hierba y hierba solamente; su sentimiento es semejante a una emoción natural
causada por el miedo al infierno, y esto podría no llevar a nada eficaz. Luego sigue un poco de
fe, formada de tal manera que parece la espiga de la fe, y sin embargo podría ser solo una
idea: con tales personas pasa tiempo antes de que muestren la espiga desarrollada de la fe
cierta en Jesús. El crecimiento es a menudo, si no generalmente, gradual, y, ¿querríamos
alterar el método de obrar de Dios? Podemos esperar que la semilla crezca, pero no todo
terreno es igualmente fértil y rápido, y no debemos exigir de Dios, que obre uniformemente al
mismo ritmo de velocidad.
También podemos esperar ver que la semilla madure. Nuestra obra conducirá a una fe real,
por la gracia de Dios, a aquellos en los que Él ha obrado por Su palabra y Su Espíritu, pero no
debemos esperarla perfecta en los inicios. Cuántos errores se han cometido en esta área. Aquí
está un joven impresionado, y algún buen hermano experimentado habla con ese joven y le
hace preguntas profundas. Menea su experimentada cabeza, y frunce su ceño. Sale a los
campos de cultivo para ver cómo están prosperando las cosechas, y aunque es temprano en el
año, lamenta que no pueda ver una espiga de trigo; ciertamente, no percibe nada sino pura
hierba. "No puedo ver trazas de trigo," afirma. No, hermano, por supuesto que no puedes;
pues no estarás satisfecho con la hoja de hierba como una evidencia de vida, sino que debes
insistir en verlo todo plenamente crecido al instante. Si hubieras buscado la hoja de hierba, la
habrías encontrado, y te habría llenado de ánimo.
En cuanto a mí, me alegra percibir incluso un débil deseo, un lánguido anhelo, cierto grado
de desasosiego, o alguna medida de hartura del pecado, o una sed de misericordia. ¿No sería
también sabio de tu parte, permitir que la cosas comenzaran por el principio, y quedarte
satisfecho con que sean pequeñas al inicio? Mira la hierba del deseo, y luego vigila por más.
Pronto verás algo más que el deseo; pues habrá convicción y determinación, y después de eso
una débil fe, pequeña como una semilla de mostaza, pero destinada a crecer. No desprecies el
día de las cosas pequeñas. No examines al bebé recién nacido sobre el calvinismo en sus
diferentes matices, para ver si tiene sana doctrina según tu idea de sana doctrina; las
probabilidades son diez contra una que estará lejos de tener sana doctrina, y tú sólo
preocuparás a ese pobre corazón, haciéndole preguntas difíciles. Háblale acerca de su
condición de pecador, y de Cristo un Salvador, y de esta forma lo regarás, de tal forma que su
gracia en la espiga se convertirá en grano lleno. Podría ser que no haya mucho en él que
parezca trigo todavía, pero pronto dirás: "¡trigo!, ah, eso es, si sé lo que es el trigo. Este
hombre es una verdadera espiga de trigo, y con gusto la colocaré en medio de las gavillas de
mi Señor." Si aplastaras la hierba, ¿de dónde provendrán las espigas? Si cortaras las verdes
espigas, ¿dónde encontrarías las espigas maduras? Esperen la gracia en sus convertidos, pero
no busquen ver gloria en ellos todavía. Es suficiente que vean que el cielo ha comenzado: no
esperen verlo completo en ellos aquí abajo.
Esperen, entonces, hermanos (pues pueden esperarlo), ver una cosecha, pero no esperen
descubrir que toda semilla brote. "Eso," dirá alguno, "es una palabra que desalienta." Puede
ser, pero es una palabra verdadera.
Hay un viejo proverbio mundano que dice: "Bienaventurados son aquellos que no esperan
nada, pues nunca se desilusionarán." Yo no creo en ese proverbio, mas creo en una forma
moderada del mismo: "Bienaventurados aquellos que no esperan lo irrazonable, pues no lo
obtendrán."
Si ustedes, jóvenes, que comienzan a trabajar para Dios, esperan que cada palabra que
pronuncien será útil para todos los que la escuchan, no sucederá así, y se desalentarán; por
tanto, yo elevaría sus expectativas tan alto como la verdad lo permita, y no más. Yo quisiera
que ustedes subieran a la parte más alta de la escalera, pero si los animara a subir más alto,
pronto estarían descendiendo por el otro lado, bajo la creencia que siguen ascendiendo. No me
gusta ver nunca a un hombre que espere algo que no obtendrá.
Ahora, yo sé que parte de nuestra semilla caerá entre espinos, y parte en pedregales, pero
no pierdo la esperanza cuando eso sucede. Cuando predico el Evangelio, no espero que cada
persona que lo oye, lo recibirá, porque yo sé que será para estos olor de vida para vida, y para
aquellos, olor de muerte para muerte. Yo recojo la red, arrastrándola con todas mis fuerzas;
pero yo sé que cuando viene a la costa, contendrá algunas cosas extrañas que no son peces,
que tendrán que ser desechadas, y me alegro de todo corazón porque también habrá en la red
un estupendo número de buenos peces. Los resultados de nuestro ministerio en estos días
serán una mezcla, lo mismo que lo fueron cuando Pablo predicaba, y algunos creían y algunos
no creían; tenemos que estar preparados para eso, y sin embargo, les pido que dejen que sus
expectativas sean muy grandes, pues podrán obtener fruto al sesenta o al ciento por uno de la
semilla, si Dios está con ustedes, y eso les retribuirá abundantemente, aun si los cuervos y los
gusanos se comieran su porción del grano.
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IV. El último encabezado es este, A CUÁL SUEÑO SE PUEDEN ENTREGAR LOS JORNALEROS
Y CUÁL NO; pues se dice de este sembrador, que duerme y se levanta, de noche y de día, y la
semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Se afirma que el oficio del agricultor es bueno,
porque continúa su dinámica mientras él está en la cama y duerme; y ciertamente nuestro
oficio es bueno también, cuando servimos a nuestro Señor, sembrando la buena semilla, pues
está creciendo incluso mientras dormimos.
Pero, ¿cómo puede dormirse lícitamente un buen jornalero de Cristo?
Yo respondo, primero, que puede dormirse con la tranquilidad nacida de la confianza.
Ustedes temen que el reino de Dios no venga, ¿no es cierto?
¿Quién les pidió que temblaran por el arca del Señor? ¿Tienen miedo que los propósitos del
infinito Jehová fallen? ¡Debería darles vergüenza! Su ansiedad deshonra a su Dios. Ustedes le
degradan al sospechar que pueda fallar. ¿Será derrotada la Omnipotencia? Mejor duérmanse,
en vez de hacer el papel de Uza. Descansen pacientemente, la voluntad de Dios se cumplirá, y
Su reino vendrá, y Sus escogidos serán salvos, y Cristo verá el fruto de la aflicción de Su alma.
Duerman el dulce sueño que Dios da a Sus amados, el sueño de la perfecta confianza, como el
que durmió Jesús en la popa del barco cuando era sacudido por la tempestad. La causa de
Dios nunca ha estado en peligro, y nunca lo estará; la semilla sembrada está asegurada por la
Omnipotencia, y debe producir su cosecha.
En paciencia mantengan su alma, y esperen que llegue la cosecha, pues la voluntad de
Jehová será prosperada en las manos de Jesús.
También duerman ese sueño que conduce a un feliz despertar de gozosa expectación.
Levántense por la mañana y sientan que el Señor está gobernando todas las cosas, para el
cumplimiento de Su propio propósito.
Búsquenlo. Si no duermen, ciertamente no se despertarán refrescados por la mañana, y
listos para trabajar más. Si fuera posible que estuvieran levantados toda la noche y comieran
el pan de la vigilancia, no serían aptos se presentarse a los servicios que su Señor establece
para la mañana; por tanto, tomen su descanso y estén tranquilos, y trabajen con calma y
dignidad; pues el asunto está seguro en las manos del Señor.
Toma tu descanso, porque tú has puesto el trabajo en las manos de Dios. Después de que
hayas predicado la palabra, acude a Dios en oración, y confíala en la mano de Dios, y luego no
te angusties acerca de eso. No puede estar en mejores manos: déjala allí.
Pero no duermas el sueño del descuido. El granjero siembra su semilla, pero no por eso la
olvida. Tiene que reparar sus cercas para mantener alejado al ganado; tiene que ahuyentar a
los pájaros, quitar maleza o prevenir inundaciones. Aunque no esté sentado para vigilar el
crecimiento, tiene muchas otras cosas que hacer. Nunca duerme el sueño de la indiferencia o
incluso de la inacción; pues cada estación le hace sus propios requerimientos. Ha sembrado un
campo, pero tiene que sembrar otro. Ha sembrado, pero también tiene que cosechar; y una
vez completada la cosecha, tiene algo más que hacer. Nunca termina de trabajar, pues en una
parte u otra de la labranza se requiere de su trabajo. Su sueño no es sino un interludio que le
da fortaleza para continuar en sus ocupaciones. Considera que la parábola nos enseña que no
tenemos que entrometernos en el dominio de Dios; pero en lo referente a la obra secreta de la
verdad en la mente de un hombre, debemos tomar nuestro descanso, y proseguir nuestro
camino, sirviendo a nuestro día y a nuestra generación de conformidad a la voluntad de Dios.
Amados hermanos y hermanas, yo quiero llegar hoy a este punto. "Señor, esta es tu obra.
Señor, Tú puedes hacer tu propia obra. Señor, haz Tu obra, te rogamos y te imploramos que la
lleves a cabo. Señor, ayúdanos a hacer nuestra obra, tanto al principio del capítulo como al
final del capítulo, confiando que Tú no fallarás en la mitad del capítulo, sino que Tú harás Tu
obra. Ayúdanos a tener fe en Ti, y a hacer nuestra labor, con la confianza que Tú estás con
nosotros, y que somos colaboradores juntamente Contigo." Arriba, hermanos, vamos al
monte, a la cima del Carmelo este día, vamos allá arriba y pidamos que Dios envíe una gran
lluvia celestial por Su Espíritu. Arriba, Elías; pon tu rostro entre tus rodillas, y clama hasta que
tengas la certeza que la nube, aunque muy pequeña al principio, como la palma de la mano de
un hombre, cubrirá toda la tierra y regará la tierra con bendiciones. Arriba y pidamos que Dios
elimine todas las dudas que, como langostas, devoran a la iglesia el día de hoy, y que
erradique todo amor al pecado y todo rechazo de Cristo, para que a esta hora, en esta misma
hora, Dios se glorifique a Sí mismo por la débil mano de Su sembrador, mientras esparce la
semilla. Ruego sus oraciones, mis queridos y fieles amigos, en esta tarde y en esta noche,
para que la palabra del Señor sea divinamente victoriosa. Yo me hago atrás, para que Dios
trabaje, y luego paso al frente para que Dios trabaje por mi medio, y a Él sea la alabanza por
siempre. Amén.

101
102
ÍNDICE

NO NOS METAS EN TENTACIÓN.................................................................................3


LA TRISTEZA DE LA CRUZ CONVERTIDA EN GOZO.....................................................11
EL ENFERMO QUE SE TUVO QUE QUEDAR.................................................................19
EL ASIENTO VACÍO................................................................................................22
LOS BUSCADORES, ENCAMINADOS Y ALENTADOS.....................................................25
DILIGENCIA, PODER Y PROPÓSITO DE SATANÁS.......................................................30
EL ACEITE Y LAS VASIJAS.......................................................................................33
LA VAQUILLA ROJA................................................................................................36
LA MANO SECA......................................................................................................44
CÓMO LEER LA BIBLIA............................................................................................52
SALVACIÓN POR OBRAS, UNA DOCTRINA CRIMINAL..................................................60
MAHANAIM, O CAMPAMENTOS DE ÁNGELES..............................................................68
ADVERTENCIA A QUIENES RECHAZAN EL EVANGELIO................................................77
COLABORADORES EN LA LABRANZA........................................................................85
LO QUE PUEDEN Y LO QUE NO PUEDEN HACER LOS COLABORADORES........................93

Oren diariamente por los hermanos Allan Roman y Thomas Montgomery, en la Ciudad de
México. Oren porque el Espíritu Santo de nuestro Señor los fortifique y anime en su esfuerzo
por traducir los sermones del Hermano Spurgeon al español y ponerlos en Internet.

www.spurgeon.com.mx
quinta-feira, 26 de abril de 2007, 12:55:14

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