De Luca]
1. Introducción.
Aun cuando los gobiernos tienen una importancia crucial en toda economía, la teoría económica no ha
definido una regla satisfactoria de comportamiento de los mismos comparable a las utilizadas para
predecir acciones de consumidores y de empresas. El objetivo de Downs es definir la regla dentro del
supuesto de que los gobiernos democráticos actúan racionalmente con el fin de maximizar su base
de apoyo político.
¿Qué es una acción racional? Aquella eficientemente ideada para lograr los objetivos
políticos/económicos deliberadamente elegidos por el sujeto. En el modelo de Downs el gobierno
persigue su objetivo bajo tres condiciones específicas:
La diferencia entre el modelo de Downs y los anteriores es que el del autor es positivo, y los demás son
normativos (dicen qué se debe hacer). En resumen, lo que pretende Downs con su modelo realista es
descubrir cuál es la forma racional de comportamiento político del gobierno y de los ciudadanos en las
democracias.
Downs entiende gobierno por una agencia especializada dentro de la división del trabajo capaz de
obligar al cumplimiento de sus decisiones a todas las demás agencias o individuos de la zona. Gobierno
democrático es el seleccionado periódicamente mediante elecciones populares en las que dos o más
partidos compiten por los votos de los adultos.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
Partido es aquel equipo de individuos que tratan de controlar el aparato del gobierno ganando el poder
mediante las elecciones. Su función en la división del trabajo es formular y practicar determinada
política de gobierno si consigue el poder. Sus miembros están también motivados por el deseo personal
de la renta y el prestigio que proporciona la política. Así, el cumplimiento de su función social es un
medio de conseguir también sus ambiciones privadas.
El objetivo principal de los partidos es ganar las elecciones. Todas sus acciones se van a dirigir a
maximizar el número de votos a su favor y la política solo interesa como medio para ese fin. El modelo
de Downs propone la hipótesis de maximización de votos como explicación del comportamiento
político democrático y elabora una norma positiva que sirve para distinguir entre el comportamiento
político racional y el irracional.
1. Comparando el flujo de renta de utilidad que le proporciona el gobierno actual con los flujos
que según él habría recibido de haber ocupado el poder la/s oposición/es, el votante halla sus
diferenciales corrientes de partido.
2. En el sistema bipartidista el votante opta por el partido que prefiere. En el multipartidista hace
una estimación entre las que son las preferencias de los demás votantes, y luego actúa de la
siguiente forma:
b. si su partido favorito no puede ganar, vota por otro que tenga la posibilidad razonable
con el fin de evitar la victoria del que menos le agrada
c. si es un votante orientado al futuro puede votar por el favorito aun cuando no tenga
oportunidad.
3. Si el votante no es capaz de definir una preferencia porque al menos uno de los de la oposición
se halla empatado con el gobierno en el primer puesto de su orden de preferencias, actúa así:
b. Si los partidos se hallan empatados por tener idénticos programas y políticas corrientes,
compara las tasas de éxitos del gobierno actual con las de sus precursores en el poder.
Si el gobierno actuó bien, vota a su favor; si mal, en contra. Si no hay resultados buenos
ni malos, se abstiene.
La incertidumbre restringe la capacidad de los votantes para relacionar cada acto del gobierno con la
propia opinión sobre la sociedad ideal. Por eso el conocimiento de la opinión de los partidos sobre la
sociedad ideal (su ideología) le ayuda a tomar su decisión sobre cómo votar sin conocer el alcance real
de su práctica.
La finalidad de la ideología de los partidos es atraer amplios grupos sociales. Su estabilidad a lo largo
del tiempo tiene raíces lógicas e institucionales que obstaculizan una adaptación suave de la política a
las condiciones cambiantes. También por ello pueden hacer perder votos a los partidos. Surgen así
conflictos entre la pureza ideológica y la aspiración a ganar elecciones. Por lo general, el objetivo
primario del partido es ganar elecciones.
La democracia cristiana (en adelante, DC) ha sido una importante fuerza política en varios países de
la región. Es imposible entender la vida política de Chile, Costa Rica, México, Guatemala y Venezuela
sin analizar los partidos democratacristianos (en adelante, PDC) de allí. Los PDC desempeñaron
papeles prominentes en el combate a regímenes autoritarios y en la construcción democrática. Pero a
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
pesar de esta importancia la DC no ha sido bien estudiada. El error más común es pensar que todos
estos partidos son muy similares entre sí.
Esto último es incorrecto: por ejemplo, en Argentina, Perú y Uruguay durante los ‘60/’70, los PDC
favorecían a la izquierda; en Costa Rica y México, al sector privado y más tendiente a la derecha.
En este capítulo Mainwaring pretende entender la conducta del partido bajo regímenes autoritarios con
elecciones competitivas o bajo democracias frágiles. En estos contextos de incertidumbre sobre el
régimen, la conducta de los partidos está condicionada por la posibilidad de un cambio de gobierno. La
posibilidad de este cambio puede ser en ambas direcciones: primero, hay una democracia que puede
desplomarse o bien, segundo, hay un régimen autoritario que puede transformarse en democracia
mediante el llamado a elecciones más o menos libres.
Estas son situaciones de incertidumbre del régimen que significan que los que están dentro de él
realmente creen que puede cambiarse de régimen. Los dos contextos mencionados (autoritarismo con
elecciones competitivas/democracia frágil) modifican drásticamente la conducta y estrategia partidaria.
Así, se obliga a los partidos a jugar dos juegos: uno es el juego electoral (ganar elecciones) y el otro
es el juego del régimen (influir en el resultado de conflictos sobre los regímenes políticos).
Mainwaring denomina doble juego a esta situación de simultáneamente competir por vos y participar
del juego de régimen. Un doble juego (en adelante, DJ) ha conformado a casi todos los PDC que trata
el análisis de Mainwaring, a excepción del PUSC costarricense. Los partidos se mueven entre la
intención de triunfo electoral, objetivos pragmáticos y cambio/conservación de régimen.
Este doble juego no es igual ni se mantiene para toda época en todo lugar. A veces el que predomina es
el juego electoral (en donde la democracia es estable), en otros lugares y tiempos, el que domina es el
de régimen, descuidando el régimen electoral.
Debido a la importancia de los partidos en las vidas democráticas y políticas, la comprensión de sus
objetivos y estrategias es crucial. Uno de los análisis principales es el del espacio de competencia
electoral de Downs (1957). Los partidos quieren, siempre, maximizar votos. Trata a los partidos como
actores unitarios y presta poca atención a los políticos individuales.
El libro de Downs combinó una teoría de la conducta del votante y una teoría de la competencia
partidaria. La parte de la obra que le interesa a Mainwaring, la de los objetivos (maximización electoral)
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
y estrategia (adoptar ideología que atraiga más votos) de los partidos no se basa en el análisis del espacio
de la competencia electoral, pero su presentación más fluida es la que se hace dentro de ese análisis.
Para Mainwaring:
1. La mayoría de los partidos están interesados en obtener muchos votos como en la política en
sí;
2. Los partidos se concentran en la obtención del máximo de escaños, más que de votos;
3. Las luchas internas en el partido pueden conducir a estrategias electorales lejanas a ser óptimas.
De Downs se conserva el supuesto que ganar escaños es el objetivo supremo en la mayoría de los
partidos en muchos regímenes, pero no en todos ni siempre. Este supuesto tiene una “restricción de
aplicabilidad”. En los dos contextos que trata Mainwaring (ACEC/DF) en este texto, esto suele no
aplicar del todo ya que esta situación anómala genera unas reacciones de partido muy distintas.
Cuando la democracia es el único juego que se juega, el juego electoral es el único juego que los partidos
juegan. En contextos de ACEC/DF está el juego de régimen, en el que la conducta partidaria se orienta
a la conservación / cambio del régimen político existente. En estos juegos los partidos son actores
racionales pero también actúan para asegurarse beneficios diferentes de los votos.
Son cuatro (4) los juegos de régimen importantes: dos son de ACEC y dos de DF.
→ CONTEXTO ACEC:
● [J1-TD] Juego de transición democrática. Se juega por partidos opositores bajo gobierno
autoritario siempre que este último permita la existencia de partidos opositores. Se promueve
un cambio de régimen. El actor de veto suele ser la casta militar o bien un sector civil
atrincherado en el poder, aliado con el sector castrense.
● [J2-JD] Juego de deslegitimación. La oposición puede existir, pero no tiene permitido ganar
las elecciones. En tanto que el juego de la transición democrática implica una posibilidad de
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
→ CONTEXTO DF:
DOBLES JUEGOS.
En situaciones democráticas los DJ están presentes siempre y cuando por lo menos un partido juegue al
juego de la conservación o al del desplome de la democracia [J4-J3]. Antes del fin de la guerra fría estos
juegos eran comunes en las DF de América Latina.
1. El régimen autoritario puede erosionarse y los partidos pueden empezar a tomar posiciones para
las elecciones incluso si el régimen autoritario no ha promovido elecciones en el pasado.
En los regímenes autoritarios cuando el juego electoral se torna significativo para los PO estos últimos
juegan dos juegos simultáneamente: el electoral y el de transición democrática [J1]. Los DJ implican
la existencia de una gama de jugadores más numerosos que la encontrada cuando el juego electoral es
el único juego. Para los PO bajo régimen autoritario, el juego de régimen precede al electoral.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
Para Mainwaring, donde la democracia es un hecho, el modelo de Downs es una forma simplificada de
entender los objetivos y conductas partidarias. En los contextos ACEC/DF, los líderes partidarios juegan
el DJ.
Los modelos espaciales pueden aceptar un conflicto entre los valores autoritarios y los democráticos en
una competencia electoral, pero no perciben que los partidos pueden estar participando en un juego que
eclipsa o modifica de manera impresionante el modo en que participan en el juego electoral. Los
partidos podrían abstenerse de procurar obtener el máximo de los votos / escaños porque también están
interesados en los resultados de un juego de régimen. El modelo espacial de Downs, por no tomar en
cuenta la cuestión del DJ, no puede explicar por qué los partidos muchas veces no toman decisiones y
estrategias maximizadoras de votos.
Estos partidos son ideales para ejemplificar tanto la importancia de la existencia de estos juegos
simultáneos y a menudo contradictorios como los dilemas que crea jugarlos. En los ‘80, con el fin de
asegurar el derecho a competir incluso en elecciones con un mínimo de libertad los DC hicieron
concesiones muy importantes a la derecha y a los militares.
Para Loaeza, el PRI durante mediados del siglo XX le dio más importancia al juego de régimen que al
electoral. El PAN jugó el juego de deslegitimación para luego enfocarse en el de transición. Los partidos
DC cambiaron de posiciones. Con Allende, el PDC de Chile jugó al juego de desplome, y luego jugaron
al de transición. La existencia previa de regímenes autoritarios afectó la estrategia DC de Chile y
Venezuela. Una vez vuelta la democracia y caído Pinochet, el PDC de Chile se alió con los socialistas,
sus más enconados enemigos desde 1970 a 1973.
Hoy en día la oposición no solo se tolera sino que ya son reconocidos como piezas necesarias para el
mantenimiento del equilibrio político general. Para los partidos de oposición, la principal diferencia
entre el presente y el pasado reside en que ahora son actores relevantes del sistema político y
contribuyen a su estabilidad.
El voto, especialmente desde finales de los ‘80, se ha convertido en un recurso político eficaz para
muchos mexicanos y la alternancia partidista es vista como una posibilidad normal. Las elecciones más
recientes han demostrado igualmente que las preferencias partidistas de los mexicanos son múltiples:
● lealtad partidista
● ingreso
● escolaridad
● ideología
● religión
● género
● clase
● temor
● irritación
Hay votantes ideológicos conviviendo con votantes pragmáticos. Para algunos, el sistema político
mexicano no cambió: siguen los “tres pilares del autoritarismo” → el Estado, la presidencia y el partido
oficial. Pero el sistema ya no es el mismo. Este cambio se debe a la nueva relación entre gobierno y
partidos de oposición. En México existe actualmente la oportunidad de que los partidos políticos sean
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
una auténtica proyección de clivajes sociales y el vehículo integrador del funcionamiento normal del
sistema.
Estos cambios han alterado los repartos tradicionales pero a su vez ha absorbido algunos de los efectos
disruptivos de la modernización. El PAN (fundado en 1939 como reacción al populismo cardenista de
los ‘30) fue decisivo en estos cambios políticos. De 1982 a 1988 su función fue pasiva pero a su vez
fue una gran válvula de escape a la irritación y frustración del electorado con respecto al partido oficial.
Con Carlos Salinas el PAN se convirtió en una fuerza política activa y en factor determinante en el
desmantelamiento gradual de la hegemonía gradual del PRI. Se pasó de las formas políticas colectivas
del PRI a las formas individualizadas del liberalismo político del PAN.
Oposición semileal
En 1995 el PAN ganó casi todas las capitales estatales en juego. Hay una correlación fuerte entre la
caída de la popularidad del PRI y la fuerza del PAN. Sin embargo, el PRI retuvo la mayoría en los
congresos locales.
El viraje decisivo para el PAN fue el ‘83. Se conquistaron estados grandes como Coahuila, Sonora. En
noviembre del 95’, 30 millones de mexicanos estaban gobernados por el PAN. 8 años antes, menos que
un millón de mexicanos se encontraba en esta situación.
El partido negoció en los ‘80 con el PRI. Debido al caudal de votos creciente, el partido ganó poder de
negociación. Como partido en el poder ha demostrado que puede gobernar con estilo y prioridades muy
distintas a las del PRI pero sin alterar en forma dramática los equilibrios fundamentales del orden social
y político.
El rompecabezas panista.
El pAN es más un rompecabezas que una fuerza política coherente. Esto se debe en parte tras
décadas de marginalidad política, pero ni bien empezaron a aumentar su caudal de votos su programa
se volvió más pragmático e interesado en cuestiones más inmediatas. Las propuestas programáticas del
partido pueden parecer poco claras, pero en realidad son expresión de una postura política definida:
cuanto menos gobierno, mejor.
El PAN interviene solo si se ven trastocados valores católicos o empresariales. También son portavoces
de la autonomía local y la soberanía nacional en contra de la excesiva centralización + el hecho de
contar con poderosas alianzas locales.
Hay dos familias en el PAN: los católicos recalcitrantes y los empresarios. El PAN necesita de una
fuerza unificadora ya que la elección de Hinojosa para presidente del PAN significó una derrota de la
familia empresaria y de los gobernadores. El partido enfrenta un difícil. “Para ser por fin una alternativa
nacional al partido en el gobierno primero tiene que elegir entre el poder y la gloria”.
Desde sus orígenes, a mediados del siglo XIX, los partidos políticos de Chile se dividieron en tres
diferentes tendencias ideológicas con partidos situados en los extremos opuestos del espectro político y
al menos un partido colocado entre los dos polos. A través del curso de doce décadas de competencia
política casi ininterrumpida, cada una de estas tendencias casi siempre obtuvo entre un cuarto y un tercio
de la votación; ningún partido obtuvo por sí mismo una mayoría del electorado.
Según Scully, la evolución del sistema de partidos chileno en el siglo XIX y XX puede entenderse
parcialmente como un legado de la manera en que tres fisuras/clivajes sociales básicas (el conflicto
religioso, el de la clase urbana y el de la clase rural) se polarizaron en tres momentos históricamente
distintos. Siguiendo la tradición de Lipset y Rokkan, llama “coyunturas críticas” a los periodos en los
que estas tres fisuras sociales básicas se tradujeron en alternativas concretas de partidos. Dentro de cada
una de estas coyunturas críticas, el análisis se centra en el problema clave de cómo los conflictos sociales
fueron traducidos por los políticos desde la esfera de la sociedad civil a la esfera de la sociedad política,
es decir, la esfera de los partidos y del Estado.
La manera en que las elites sociales y políticas de Chile respondieron a la fisura clerical-anticlerical en
el siglo XIX, y a la fisura de clase en el siglo XX, dejó tras de sí legados que determinaron modelos
para alianzas y oposiciones de partidos políticos que habían de durar por años.
Desde el mismo comienzo de la política organizada de partidos en Chile, los conflictos dualistas dieron
por resultado un sistema de partidos tripartito. El marco de coyuntura crítica utilizado destaca el
esfuerzo persistente de construir un centro político, partidos colocados entre los polos mayores del
conflicto. En cada uno de los tres periodos de coyunturas críticas se reconstituyó el centro político del
sistema de partidos. Primero este lugar lo ocupó el Partido Liberal a mediados del siglo XIX, más tarde
lo ocuparon los Radicales en las primeras décadas del siglo XX, y finalmente lo hicieron los Demócrata-
cristianos a mediados de ese siglo.
Tomando el modelo de Lipset y Rokkan, la evolución de la política de partidos en Chile puede ser en
gran parte entendida sobre la base de tres coyunturas críticas. 1- El conflicto clerical-anticlerical
desplegado en Chile en el siglo XIX arroja un cuadro coherente de la cristalización inicial de la política
de partidos. 2- Su posterior desplazamiento por el conflicto de clases a comienzos del siglo XX realineó
a los principales contenedores dentro del sistema de partidos, reorganización política marcada
especialmente por el surgimiento de partidos políticos de clase obrera en las zonas urbanas. 3- La
expansión de la movilización política de la clase obrera al sector rural precipitó una tercera coyuntura
crítica durante la década de 1950, caracterizada por el surgimiento de un fuerte partido de centro
alternativo y la creciente polarización del sistema de partidos chileno.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
La naturaleza y el papel del centro político ha sido tema de algún debate entre un pequeño número de
estudiosos. Una posición extrema dentro del debate es la de Duverger. En su trabajo sobre partidos
políticos, argumentó que siempre que la opinión pública se enfrenta derechamente con grandes
problemas fundamentales, tiende a cristalizarse alrededor de dos polos opuestos. Así, donde predomina
una única fisura, se desarrollarán sólo dos partidos. Aun en situaciones en que no prevalece un sistema
de dos partidos, hay casi siempre una dualidad de tendencias. Esto equivale a decir que el centro no
existe en la política, puede haber un partido de centro, pero no hay una tendencia de centro.
Por otro lado, los escritos de Sartori representan un esfuerzo importante para escapar de la lógica
dualista de Duverger. Al distinguir entre los dos tipos de sistemas multipartidarios (pluralismo
moderado y pluralismo polarizado), Sartori hace una importante contribución a la construcción de una
teoría que dé cuenta de sistemas multipartidarios estables en sociedades caracterizadas por fisuras
sociales y políticas profundas. Su distinción tiene también implicaciones para el papel del centro. Según
Sartori, el pluralismo moderado debe su estabilidad al predominio de fuerzas centrípetas en el sistema
de partidos.
La competencia centrípeta se explica por la ausencia de un partido de centro. Puesto que el centro del
sistema de partidos no está “ocupado” por uno o más partidos, indicio seguro del pluralismo polarizado,
los partidos pueden competir los unos contra los otros por votos en el centro. En contraste, la ocupación
del centro por uno o más partidos de centro, coloca a los votantes moderados “fuera de la competencia”
y, por lo tanto, fomenta una competencia centrífuga en el sistema de partidos.
Un examen del caso chileno puede llevar a la conclusión opuesta a la de Sartori. En sistemas
multipartidarios, una configuración de coalición bipolar puede tender a aumentar más bien que atenuar
la polarización política. Un estudio de la competencia política en Chile indica que la existencia de un
centro que actúe como mediador entre los extremos puede ser necesaria para mantener cohesionado el
sistema de partidos. El centro puede actuar como mediador entre los extremos absorbiendo posibles
perturbaciones del sistema que emanan de los dos polos.
En el caso de sociedades pluralistas marcadas por profundas fisuras sociales y culturales, los sistemas
multipartidarios bipolares tienden a socavar la arena del compromiso político. La ausencia de un centro
en estos casos puede llevar a situaciones en que cada lado intenta aniquilar políticamente al otro. La
experiencia de Chile sugiere que es precisamente la persistencia de un centro lo que ayudó a hacer
viable la competencia de partidos en ese país desde mediados del siglo XIX. A pesar de sus diferencias,
Duverger y Sartori tienden a subestimar la capacidad del centro para generar una identidad política y
un proyecto propio.
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No hay una esencia o naturaleza inmutable del centro, ni siquiera una tendencia inherente que
perteneciera necesariamente al centro en un sistema multipartidario. Lo que existe es la competencia de
un partido por un lugar, que a su vez se caracteriza por el cambio a través del tiempo, dentro de un
espacio político intermedio que está siempre cambiando (expandiéndose y contrayéndose). Por lo tanto,
el papel que desempeña un partido de centro, como el de cualquier partido, no puede ser determinado a
prori por su posición relativa dentro del sistema de partidos. Más bien, su papel dependerá de su
identidad y programas políticos específicos, como de la naturaleza de su interacción competitiva con
otros partidos en el contexto de un conjunto dado de preferencias de los votantes.
A diferencia de Duverger, Scully argumenta que una tendencia de centro no sólo puede existir sino que,
en el caso de Chile, ha existido casi siempre. El centro ha permanecido y, lejos de ser de poca
importancia, ha sido un protagonista principal desde los comienzos del sistema de partidos y a lo largo
de su extensa historia. A diferencia de Sartori, Scully afirma que el centro no constituye necesariamente
un obstáculo a la competencia política democrática en sistemas multipartidarios polarizados, como el
de Chile. Más bien, el centro puede jugar un papel constructivo en la estabilización de sistemas
multipartidarios polarizados mediando entre oponentes extremos. Por lo tanto, la cuestión clave no es
la presencia o ausencia de un partido de centro, sino la clase de partido de centro que sea.
La experiencia de los partidos de centro en Chile sugiere que hay al menos dos tipos diferentes de
partidos de centro: los posicionales y los programáticos. Un partido de centro posicional es el que ocupa
una posición intermedia, de compromiso con respecto a los polos extremos, sobre el eje predominante
del conflicto político. Su liderazgo está motivado ante todo por la meta de obtener acceso al Estado y
mantener el poder. Por el contrario, un partido programático de centro está sustancialmente
comprometido a un conjunto específico de políticas y un resultado peculiar a lo largo del eje de fisura
principal, sobre los cuales no está dispuesto o no puede admitir compromisos. Sus líderes están más
interesados en usar el Estado para alcanzar metas programáticas específicas.
Los liberales del siglo XIX y los radicales que los siguieron en el centro de Chile proporcionan ejemplos
del primer tipo, partidos de centro posicionales. Estos dos partidos fueron capaces de y estuvieron
dispuestos a moverse con relativa libertad entre los polos dentro del sistema de partidos, haciendo y
deshaciendo alianzas y coaliciones con partidos situados a ambos lados con el fin de obtener el control
del gobierno. Los demócrata-cristianos sirven como ejemplo del segundo tipo, partidos programáticos
de centro. Ocupando el centro desde la década de 1950 en adelante, los demócrata-cristianos, a
diferencia de sus predecesores en el centro, propusieron un conjunto de programas y políticas en
respuesta a la fisura de clases, encaminados a lograr una “tercera vía” que rechazara las aspiraciones
tanto de la derecha como de la izquierda.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
Según Scully, para que haya una coyuntura crítica en la evolución de un sistema de partidos, no es
suficiente que los partidos simplemente experimenten un cambio en la composición electoral, esto es,
un cambio al nivel de la conducta de los votantes. Más bien, una coyuntura crítica es desatada por
fenómenos que subyacen a la conducta de los votantes. En una coyuntura crítica, cambia la norma de
la política, dando por resultado un desplazamiento en las lealtades partidarias básicas de los ciudadanos
electores.
Cuando los esquemas subyacentes de estas actitudes y predisposiciones básicas cambian, acontece una
transformación básica en la composición de ciertos partidos dentro del sistema de partidos, y se
transforma igualmente el carácter de la lucha política entre partidos. Una coyuntura crítica, por lo tanto,
marca la transición de un específico sistema nacional de partidos a otro.
Si bien es verdad que los partidos y jefes de partidos son una expresión de las fisuras sociales, es
igualmente verdad que las fisuras sociales y políticas son seleccionadas y manipuladas por los políticos.
Sin embargo, si se busca explicar los orígenes del conflicto de partidos en el caso chileno, parece más
fructífero comenzar con las fisuras sociales específicas que fueron explotadas por las elites políticas y
sociales. Una vez que emergen los partidos y sistemas de partidos, los partidos en el poder adoptan
regímenes electorales como el de representación proporcional, que tiende a consolidar las relaciones
políticas entre partidos y a estabilizar las líneas de fisuras sociales alrededor de las cuales se fundaron
inicialmente los partidos.
Los regímenes electorales como el de representación proporcional no preservan por sí solos las líneas
de fisuras sociales dentro de un sistema de partidos. Estas líneas también se mantienen vigentes por un
continuo proceso de socialización y competencia dentro de los partidos, como también por la
durabilidad de los conflictos subyacentes dentro de la sociedad. Las fisuras no se traducen
automáticamente en oposiciones de partido. Más bien, pueden ser manipuladas por políticos que buscan
usarlas como recursos políticos para fortalecer sus posibilidades de ganar o mantener el poder.
A pesar de los muchos cambios en las condiciones competitivas enfrentadas por los partidos en el curso
de doce décadas, el sistema chileno de partidos ha sido marcado por un grado extraordinario de
continuidad institucional. Durante todo este periodo prevaleció la tendencia básica dentro del electorado
chileno a dividirse en tres tendencias políticas distintas. Aunque han cambiado los partidos actores
específicos, la distribución tripartita del electorado chileno, que resultó de la confrontación entre las
elites del Estado y de la Iglesia en el siglo XIX ha permanecido extraordinariamente estable.
parte del electorado y de cristalizan en opciones partidistas específicas. Para comprender la conducta
de los partidos es útil saber qué parte del “ciclo” de desplazamiento de conflictos se está desarrollando
en el momento. Los líderes de partidos se comportan en forma diferente frente a cuestiones
fundamentales.
La aparición de conflictos nuevos y no dominados es temida por los dirigentes partidarios, a quienes
les va mucho en mantener los esquemas de competencia de partidos que les son familiares. Cuando los
esfuerzos por mantenerse en la indefinición y posponer las decisiones se tornan ineficaces, los dirigentes
de partido se apresuran a colocarse en la postura más ventajosa posible respecto al nuevo tema de debate.
Los sistemas de partidos descansan sobre fisuras sociales y políticas fundamentales. Al estudiarlas es
importante descubrir las líneas anteriores de fisura que pueden dar forma a la conducta de los partidos
mucho después que la cuestión ha perdido su relieve. Porque, como si fueran capas de pintura sobre una
tela, los sistemas de partidos poseen un carácter multidimensional que les es conferido por sucesivas
líneas de fisura. Los líderes de partidos hacen opciones no sólo sobre la base de las posturas que el
partido pueda haber asumido respecto al eje de fisura principal, sino también sobre la base de líneas de
conflicto anteriores, sumergidas posiblemente por largo tiempo.
Desde fines del siglo diecinueve, Chile ha tenido un sistema multipartidario con cinco o seis partidos
fundamentales y varios más (cerca de veinticinco) de menor tamaño. El sistema se ha parecido más al
de países de Europa latina que al de los demás países del nuevo mundo. Ningún partido chileno
importante y perdurable, a diferencia de las experiencias brasileña, mexicana y argentina, fue creado
bajo patrocinio estatal.
En el siglo diecinueve, el principal conflicto generador de partidos fue el relacionado con el papel de la
Iglesia católica dentro del Estado y de las instituciones sociales, y los desencuentros multifacéticos
ocasionados por dicho conflicto dieron origen no sólo a partidos y organizaciones sociales, sino también
a subculturas definidas principalmente por su cercanía o su rechazo a la Iglesia y a sus opciones
políticas. Aun cuando la división clerical/anticlerical que resultó de estos conflictos no desapareció en
el siglo veinte, la principal ruptura social generadora de partidos pasaron a ser las diferencias de clase.
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En consecuencia, el país desarrolló otro eje de diferenciación entre partidos, grupos sociales y
subculturas nacionales, con nuevos referentes ideológicos y programáticos, que se superpuso
parcialmente al precedente.
Los conflictos en torno a este último eje de diferenciación entre partidos llevaron a la creación de un
Partido Comunista estrechamente vinculado al movimiento obrero, y luego de un Partido Socialista.
Con ello, el sistema de partidos se reconstituyó a partir de los años treinta, cubriendo con tiendas
partidarias relativamente fuertes, y en toda su extensión, el espectro ideológico de izquierda a derecha
que se originó mundialmente a partir de la revolución rusa.
La gran mayoría de los presidentes, ministros y legisladores chilenos han sido miembros de partidos o
han estado cercanamente asociados a ellos. Los partidos normalmente han exigido que sus miembros
compartan ciertos principios doctrinarios y que se rijan por la disciplina partidaria. El formar partidos
nuevos o presentarse como candidatos independientes, alternativas abiertas a los políticos que han roto
con sus partidos, ha sido una estrategia bastante arriesgada dada la identificación y lealtad de una
porción considerable del electorado con los partidos más importantes y establecidos. No obstante, el
uso de esta estrategia para rehuir la disciplina partidaria ha sido relativamente frecuente.
Las redes partidarias han provisto un canal importante a través del cual los líderes y activistas de las
organizaciones sociales han desarrollado lazos entre sí y con los centros de poder.
Aun cuando los “partidos” surgieron en primera instancia de los debates parlamentarios y los clubes
políticos que se desarrollaron en el país entre 1820 y 1850, fue sólo a comienzos de la década de 1890
que los partidos se desarrollaron plenamente. Fue sólo entonces que se inició un sistema electoral libre
de la interferencia gubernamental directa, obligando a los partidos a maximizar sus esfuerzos para
movilizar a los votantes. Esto significó que los partidos tuvieran que fortalecer su red organizacional a
lo largo del país y dar mayor importancia dentro de ella a los líderes y los militantes locales, quienes
asumieron un rol más importante en los asuntos partidarios que antes. Los mismos cambios en las
prácticas electorales permitieron el desarrollo de partidos vinculados a la formación del movimiento
sindical y, como fruto de ello, el sistema partidario comenzó a reflejar la dimensión de clase, que en el
siglo veinte se convertiría en parte sustancial de su morfología básica.
Existen cinco configuraciones básicas que el sistema partidario chileno ha adoptado desde mediados
del siglo XIX hasta el presente:
1. La primera (1828-1891) creó tres de los partidos más históricos de Chile, el Conservador, el
Radical y el Liberal.
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4. La cuarta (1957-1973) se inicia con la fundación de la Democracia Cristiana y los cambios que
esto produjo.
Desde 1890, el sistema de partidos ha sido multipartidario con cinco o seis partidos fundamentales y
varios pequeños, con una competencia fuerte. Según Sartori, Chile se ubica en el concepto de pluralismo
extremo y polarizado. La indisciplina partidaria, forjada en torno a problemas internos de los partidos,
ha llevado a la formación de partidos pequeños que, dificultando la formación de coaliciones, se
originan en torno al grado de flexibilización de las leyes electorales. El sistema de partidos nacional ha
tenido cinco configuraciones: Conservadores, Liberales y Radicales (1828 -1891); interpretación
parlamentarista de la Carta de 1833, surgimiento de un nuevo Partido Liberal y de partidos obreros
(1891 – 1925); retorno al presidencialismo y predominancia del cleavage derecha/izquierda (1925 –
1957); fundación de la Democracia Cristiana y los cambios que esto produjo (1957 – 1973);
reconfiguración del sistema de partidos después del retorno a la democracia (1989 -).
Lipset y Rokkan plantean que los sistemas de partidos se estructuran en base a cuatro niveles: 1) rupturas
societales (cleavages); 2) recursos humanos y materiales como líderes, militantes, financiamiento y
centros de operaciones; 3) régimen político que facilite o no la formación y competencia partidaria y
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leyes electorales ; 4) “divisiones fortuitas generadoras de partidos” que, en forma coyuntural, hacen que
personalidades políticas generen rupturas en los partidos o en temas institucionales o constitucionales.
Las divisiones sociales de carácter histórico crean actitudes generales, posturas o tendencias en torno a
cuestiones políticas importantes, además de ciertos partidos específicos; en algunos casos, puede haber
una variación considerable en las etiquetas y organizaciones partidarias, pero las tendencias,
especialmente allí donde las escisiones fueron experimentadas de manera intensa, son mucho más
inmutables.
El segundo nivel apunta a que cualquiera sea la forma específica que adopten las organizaciones, todos
los partidos precisan de líderes, activistas, adherentes, centros de operaciones y financiamiento. La
creación de nuevos partidos se ve facilitada cuando se tiene la capacidad de obtener dichos recursos
humanos y materiales de alguna matriz social y organizacional de uno u otro tipo.
El tercer nivel es el del régimen político. Los partidos son el fruto del desarrollo de la llamada política
de masas, ya sea bajo regímenes democráticos u otros, que empieza a surgir en la segunda mitad del
siglo diecinueve. Sirven como un medio para organizar y movilizar el apoyo — y la oposición— hacia
los líderes políticos tanto en la población en general como en las instituciones gubernamentales.
El cuarto nivel se refiere a lo que puede denominarse “divisiones fortuitas generadoras de partidos”.
Los partidos pueden formarse, fusionarse o desaparecer a raíz de ciertas cuestiones que no tienen
relación con ninguna ruptura societal. Ello puede ocurrir por obra de personalidades políticas
dominantes que crean o dividen partidos, desacuerdos relativos a cuestiones específicas, incluyendo los
temas institucionales y constitucionales, crisis en las organizaciones partidistas que desmoralicen y
dispersen a sus militantes, y así sucesivamente.
autonomía de la Iglesia, el presidente Montt (regalista), junto a su ministro Antonio Varas, abogara por
el sacristán y el derecho de patronato. El arzobispo aprovechó el apoyo del peluconismo para organizar
a un partido defensor de la autonomía clerical y de la liberalización del Estado: el Partido Conservador.
La naturaleza del sistema político fue cuatripartito y la Iglesia organizó colectivos sociales para validar
sus posturas, por ende, afirmar que la política chilena decimonónica era aristocrática es engañoso (hacia
1880 los partidos políticos tenían como base la sociedad chilena y la fuerza de estos tiene su origen en
el siglo XIX). El sistema electoral favorecía la formación de coaliciones y éstas eran de carácter
estratégico más que programático. Las reformas de 1874, apoyadas por la oposición de liberales
independientes, conservadores y radicales, buscaban aumentar la fuerza del Legislativo. Los
conservadores no tuvieron resultados favorables en las elecciones, por lo que en 1880 se abstuvieron de
participar.
Con el ascenso de Balmaceda y su aprobación por decreto del presupuesto de 1891, los radicales, en
conjunto con la mayor parte de todas las colectividades políticas, se opusieron a él y se desató la Guerra
Civil de 1891.
Los presidentes siguieron siendo elegidos por períodos de cinco años sin reelección y el Ministro del
Interior era la figura sobresaliente del gabinete, pero éste último necesitaba mayorías parlamentarias.
El sistema de partidos se puso de acuerdo para evitar que las elecciones fueran manejadas desde el
Ejecutivo, reinterpretando la Constitución de 1833 (Federico Errázuriz Echaurren fue el primer
presidente elegido que no era oficialista). Esto obligó a los partidos a crear redes a nivel nacional y a
discutir los programas políticos con los dirigentes partidarios locales.
Más allá del cohecho, las prácticas clientelares no fueron tan “extremas” en este período, ya que, si bien
los votantes, al recibir “gratificaciones”, tenían una especie de compromiso con los partidos (iban con
papeletas marcadas que les entregaban los partidos), no estaban obligados a renunciar a sus preferencias
debido a que en las urnas existían papeletas también. El voto era acumulativo, pero en la mayoría de
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
A raíz de lo mismo, se formaron muchos pactos electorales, cambiando constantemente los cálculos
electorales de los partidos y con eso se evitó que nacieran muchos partidos e, independiente de que el
sistema electoral no establecía barreras legales para la formación de nuevas listas de partidos, no hubo
una proliferación de candidatos díscolos, ya que los partidos lo controlaban a través de sus pactos, de
las “gratificaciones” y, en las presidenciales, la decisión la tomaba una sesión conjunta del Congreso,
por ende, se necesitaba representación legislativa.
El sistema de partidos dejó de estar compuesto sólo por cuatro colectividades: el Partido Liberal se
dividió entre el Partido Liberal Democrático (defensores del legado de Balmaceda) y el Partido Liberal
Doctrinario (opositores a Balmaceda). Con esta división se cumplían cuatro supuestos:
El partido no tuvo éxito debido a razones como su poca definición marxista que le impidió ser el polo
izquierdista de la política chilena, a su tardía aparición en una sociedad cada vez más urbanizada, a sus
pactos electorales que los hacían alejarse de las demandas obreras, a su pérdida de sincronía con la
dirigencia sindical, a su apoyo a Ibáñez como estrategia política y la consiguiente pérdida de terreno en
la clase obrera frente a comunistas y anarco-sindicalistas.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
En 1921, Luis Emilio Recabarren, un ex-demócrata, forma el Partido Obrero Socialista que sí establece
vínculos con el sindicalismo y en 1922 se afilia a la Tercera Internacional, formando el Partido
Comunista. La izquierda nunca llevó la bandera de lucha de los analfabetos por el voto, ya que veían
en eso un peligro: la dominación electoral de los terratenientes en sus preferencias. Durante los años
veinte, el Partido Nacional y el Partido Liberal Democrático se disolvieron.
Los militares presionaron a Alessandri para que, finalmente, abandonara el país en Septiembre de 1924,
pero otra Junta le solicitó que volviera. Alessandri volvió con la propuesta de redactar una nueva
Constitución y dejó en el poder a su sucesor Emiliano Figueroa, quién fue obligado a renunciar por el
Coronel Ibáñez. Esta Constitución tenía reformas fundamentales: fortalecimiento del Poder Ejecutivo
(aparte de la extensión de cinco a seis años), la separación definitiva de la Iglesia y el Estado,
eliminación del colegio electoral para establecer la votación directa y aplicación del método D’Hondt.
El gobierno de Ibáñez fue altamente represivo para la izquierda (con excepción de un segmento del
Partido Demócrata) y el movimiento sindical. Con la renuncia de Ibáñez en 1931, es electo como
presidente Juan Esteban Montero, el primer radical en llegar a ocupar este cargo, sin embargo, el 4 de
Junio de 1932, un movimiento cívico-militar de izquierda proclama una “República Socialista”. A los
doce días, uno de los miembros vuelve a realizar un golpe de estado para eliminar el sector izquierdista
del movimiento. Estos nuevos líderes dejaron el poder en tres meses y Chile vuelve a elegir a Arturo
Alessandri como Presidente.
El Partido Radical fue el primer partido histórico en asumir posturas sociales (1906 con Valentín
Letelier), transformándose en un partido de centro, representante de las asociaciones de cuello blanco
y de los profesores (clase media). Los liberales democráticos, al ver su objetivo realizado
(fortalecimiento del Ejecutivo), dejaron de existir y se reunificó el liberalismo chileno, en conjunto con
los nacionales. Según algunas interpretaciones, su electorado se volcó a la izquierda y no siguió las
corrientes liberales. Con la separación de la Iglesia y el Estado, el cleavage clerical/anticlerical perdió
fuerza y empieza a predominar el eje izquierda-derecha. Los conservadores se definieron en la derecha
del eje y ejercieron fuerte influencia en los votantes católicos, sin embargo, la juventud conservadora
asume una postura social cristiana, transformándose en la Falange Conservadora. Al negarse a dar
apoyo a Gustavo Ross Santa María, por considerarlo un extremo derechista, abandonan el partido y
forman la Falange Nacional.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
El apoyo del Partido Conservador a la “ley maldita” hizo que la colectividad se dividiera en
conservadores que apoyaban las concepciones socialcristianas (Partido Conservador) y los que
mantenían el tradicionalismo del partido (Partido Conservador Tradicionalista). El Partido Conservador
de orientación socialcristiana se dividió en torno a la candidatura de Ibáñez en 1952: se origina el
Movimiento Nacional Cristiano que respaldaba a Ibáñez. Todas estas expresiones socialcristianas del
conservadurismo se unifican en Julio de 1957 con la fundación del Partido Demócrata Cristiano, de
tendencia centrista en materias políticas y económicas.
En los cuarenta, tras una breve fusión, se vuelven a dividir y en 1960, algunos grupos de los partidos y
de otros sectores, forman el Partido Democrático Nacional, de menor apoyo y de orientación
izquierdista. En 1945 se forma el Partido Agrario Laborista, formado de la unión del Partido Agrario
(compuesto de empresarios agrícolas de Cautín) y de la Alianza Popular Libertadora (fusión de grupos
que apoyaron a Ibáñez en 1938, incluyendo a los nazis). Este partido llevó al poder a Ibáñez en 1952.
Los supuestos para formar candidatos presidenciales y coaliciones electorales durante este período eran:
a) ningún militante del Partido Conservador podía ser candidato por una coalición porque los
demás partidos no lo permitirían;
b) radicales y conservadores no podían pertenecer a una misma coalición, aunque ésta estuviera
liderada por los liberales (aunque sí podían legislativamente para evitar el avance del
izquierdismo);
d) la coalición formada para la elección presidencial tenía un componente central y los líderes
políticos intentaban sumar otros periféricos;
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
e) un candidato independiente podía ganar cuando ningún par de partidos fundamentales creara
una coalición, cuando se formara una coalición nuclear o cuando esta coalición apoyara al
candidato independiente.
El aumento del padrón electoral en este período no es una explicación satisfactoria para el crecimiento
de la Democracia Cristiana: los demócrata-cristianos se fortalecieron con el realineamiento de las
preferencias electorales. En 1965, debido a las bajas votaciones, el Partido Liberal y el Partido
Conservador se fusionan en lo que se conoce como el Partido Nacional. Con la reestructuración del
sistema de partidos y la “extremización” de cada una de las tres tendencias, el sistema político se
polarizó desde fines de los años sesenta.
La elección de Salvador Allende en 1970, con apoyo de lo que quedaba de los radicales, de los
comunistas, de los socialistas y de los cristianos de izquierda, llevó a la total polarización. En las
parlamentarias de Marzo de 1973, la polarización llegó a tal punto que sólo existían “dos partidos”: la
Confederación Democrática (Partido Nacional y Democracia Cristiana) a la derecha y la Unidad
Popular (Partido Comunista, Partido Socialista y algunos residuos del Partido Radical) a la izquierda.
Los meses que siguen desembocan en el 11 de Septiembre de 1973.
Desde 1989, el sistema político actúa bajo fuerzas centrípetas. En la derecha surge Renovación Nacional
(“herederos” del Partido Nacional), la Unión Demócrata Independiente (formado por funcionarios del
régimen militar) y la Unión de Centro (liderada por Francisco Javier Errázuriz). En la izquierda nace el
Partido por la Democracia (partido “instrumental” de la izquierda moderada para enfrentar la vida
política que tachaba a los partidos marxistas) que, posteriormente, sigue funcionando. Las alianzas
partidarias se organizaron en torno al apoyo o rechazo del régimen militar. En la oposición, la
“moderación” del Partido Socialista, debido a su experiencia en la Europa del Este, permitió establecer
pactos con la Democracia Cristiana, excluyéndose el Partido Comunista de tales acuerdos. Las leyes
electorales dictadas por militares fuerzan la formación de pactos y el sistema binominal favorece a la
derecha política.
c) el electorado chileno ha manifestado una alta correlación hacia las tendencias partidarias, no
así hacia las etiquetas;
e) el número de votantes aumentó con el sufragio femenino de 1949 y con la ley de voto
obligatorio de 1962, sin embargo, el bajo número no se explica en restricciones del sistema,
sino en abstenciones, y desde 1894 el sistema se ha ido “completando” a través de la
representación de todos los sectores del país.
Cuatro son las condiciones que deben cumplirse para la institucionalización de un sistema de partidos:
2. Los partidos más importantes deben poseer raíces relativamente estables en la sociedad. Esos lazos
entre los ciudadanos y los partidos contribuyen a generar la regularidad que implica la
institucionalización. Estos partidos tienden a ser más coherentes en términos ideológicos.
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
3. Los principales actores políticos asignan legitimidad al proceso electoral y a los partidos, claves en
la determinación al acceso al poder (las elecciones determinan quien gobernar). Las elites políticas
basan su conducta en la expectativa de que las elecciones serán la ruta principal hacia las tareas de
gobierno.
4. Los partidos no están subordinados a los intereses de líderes ambiciosos, sino que poseen un status
independiente y valor propio. El partido se vuelve autónomo de los movimientos u organizaciones
que inicialmente pudieron haber creado el partido para fines instrumentales.
Este criterio también sugirió que los intereses organizados debieran tener vínculos más fuertes con los
partidos de sistemas de partidos más institucionalizados. Los vínculos más sólidos entre los partidos y
los intereses organizados, bajo condiciones democráticas, existen en países como Venezuela, Chile,
Uruguay y Costa Rica. En esas naciones, los partidos “encapsulan” a las organizaciones sociales más
importantes (sindicatos, gremios estudiantiles, asociaciones vecinales, etc. Los partidos no solo
contribuyeron a muchas de las más importantes organizaciones sociales, sino que tienen una fuerte y
sostenida presencia en su interior. Los debates dentro suelen seguir líneas partidarias; las organizaciones
tienen una autonomía limitada respecto de los partidos. Por otra parte, la capacidad de los partidos para
sobrevivir un largo periodo de tiempo ofrece un indicio posible de que han logrado captar las lealtades
de más largo plazo de algunos grupos sociales.
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El tercer criterio de institucionalización queda demostrado en la importancia que tienen los partidos
para determinar quién accede al gobierno, además de concederle legitimidad al proceso electoral y a
los partidos. No obstante, los principales actores políticos aceptan que son las elecciones las que deciden
quién forma gobierno. Los partidos determinan quien gobierna en Venezuela, Costa Rica, Chile,
Uruguay y Colombia; deben ser las organizaciones partidarias relativamente solidas en sistemas de
partidos institucionalizados.
El cuarto criterio de institucionalización se verifica en el hecho de que las élites políticas son fieles a
sus partidos y que la disciplina partidista en el legislativo es razonablemente sólida. Los partidos
están bien organizados y, aunque están centralizados, tienen presencia en los niveles nacional y local
del poder.
Hay variaciones en cuanto a la institucionalización de los sistemas de partidos en los diferentes países
de América Latina. En Venezuela, Costa Rica, Chile, Uruguay y Colombia tienen grandes sistemas de
partidos institucionalizados, lo que contraviene a los estereotipos que hacen hincapié en la falta de
estabilidad, la inconsistencia y la debilidad de los sistemas de partidos latinoamericanos. En términos
de volatilidad electoral, los sistemas de partidos institucionalizados son los menos volátiles.
Por otra parte, tienen raíces relativamente fuertes en la sociedad, además de identidades también fuertes.
Los partidos son actores claves en la estructuración del proceso electoral y en determinar quién ha de
gobernar y las organizaciones partidistas no son simplemente expresiones de los deseos políticos de
dirigentes carismáticos. Además, las organizaciones partidistas no son simplemente expresiones de los
deseos políticos de dirigentes carismáticos.
En Argentina, los partidos políticos tienen fuertes raíces en la sociedad. Los dos principales partidos
han sido estables, y dieron estabilidad a la competencia. La vuelta a la democracia y los vínculos fuertes
entre partidos y grupos institucionalizados hacen que se considere al sistema de partidos políticos
argentino como institucionalizado. El peronismo sin embargo está débilmente institucionalizado.
Las organizaciones partidistas son débiles, la volatilidad electoral es alta, y las raíces de los partidos en
la sociedad son escasas. Por otro lado, las personalidades individuales dominan los partidos y las
campañas. La mayoría de los ciudadanos no siente apego por partido alguno y las simpatías por los
partidos no estructuran el voto. Bolivia, Brasil, Perú y Ecuador están débilmente institucionalizados.
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Los sistemas de partidos hegemónicos son sistemas centrados en un solo partido, lo que no impide que
se desplieguen una periferia de pequeños partidos secundarios, aún más, de segunda clase. El partido
hegemónico no permite ni una competencia formal ni otra de hecho por el poder. Se permite la
existencia de otros partidos, pero de segunda clase, una suerte de partidos con licencia.
Sistema de partido hegemónico en transición forma una categoría residual, dado que esta etiqueta
corresponde a un tipo de sistema de partidos más que a un grado de institucionalización. En términos
del grado de institucionalización, México y Paraguay exhiben características diferentes, no
perteneciendo ni a los sistemas democráticos institucionalizados ni a los sistemas incipientes. Están
evolucionando a partir de sistemas de partido hegemónicos institucionalizados, si bien no hay certeza
respecto de hacia dónde evolucionan.
Los sistemas de partidos institucionalizados funcionan de una diversidad de modos. Algunos fomentan
la moderación y el compromiso, mientras otros alientan el extremismo y la política de suma cero.
Algunos facilitan la construcción de coaliciones y otros la inhiben. Algunos son más favorables para la
construcción de democracias y otros menos. De modo que un sistema de partidos institucionalizado no
es un “alivio”, no produce automáticamente, y ni siquiera facilita, la mayoría de los resultados que uno
espera produzca la democracia.
Sin embargo, la institucionalización de un sistema de partidos es importante, aunque no sea por otra
razón que por aquello que su opuesto (un sistema de partidos incipiente) implica para el funcionamiento
de una democracia. Allí donde el sistema de partidos se halla más institucionalizado, los partidos son
menos dominantes, no estructuran el proceso político como tal y la política tiende a ser menos
institucionalizada y, por lo tanto, menos predecible. Donde se hallan menos institucionalizados, la
política democrática es más errática, resulta más difícil establecer una legitimidad y resulta más difícil
gobernar. Las elites económicas poderosas tienden a tener un acceso privilegiado a quienes deciden la
política.
Cuando hay un sistema de partidos incipiente hay mayor cabida para los populistas, porque las
afiliaciones partidistas no estructuran el voto popular en un grado tan alto como en los sistemas de
partidos institucionalizados. Los electores emitirán sus votos en mayor probabilidad sobre la base de
atractivos personales que sobre aquella de la militancia de los candidatos. Desde luego, los atractivos
personales son importantes, incluso en los sistemas presidencialistas con un sistema de partidos
institucionalizado así como en algunos parlamentaristas. Pero el personalismo es más pronunciado en
sistemas de partidos incipientes, ya que los candidatos apelan directamente a las masas, sin necesitar
ser elegidos jefes de un partido a fin de llegar a encabezar el gobierno. Debido a que descansan en
llamamientos directos a las masas, los líderes populistas tenderán a adoptar medidas políticas con un
ojo puesto en la publicidad más que en el impacto a largo plazo de su política.
Los partidos institucionalizados están en su mayoría orientados hacia ganar elecciones y acceder al
poder por medios pacíficos. Centran el proceso político en los medios democráticos para obtener el
poder (es decir mediante elecciones). Defender intereses a través de elecciones es menos
confrontacional que llevar la política a las calles o practicar la violencia, y por este motivo es
generalmente menos amenazador para los sectores sociales claves.
Los sistemas de partidos institucionalizados contribuyen al proceso de permitir a ciertos grupos expresar
sus intereses mientras permiten gobernar a los gobiernos. Ellos seleccionan, estructuran y contribuyen
a absorber divisiones sociales. Canalizan demandas políticas y pueden amortiguar conflictos políticos.
Los sistemas de partidos pueden contribuir a hacer posible la democracia ayudando a establecer la
legitimidad. El primer argumento se centraba en el modo en cómo los sistemas de partidos dan forma,
moderan e incluso limitan la articulación de los intereses sociales, argumento que se enfoca en cómo
ellos expresan o representan los intereses de la sociedad. Esta representación es crucial puesto que si
los ciudadanos han de acordar legitimidad a su gobierno, deben pensar que el gobierno se esfuerza en
representar a la sociedad.
La legitimidad democrática descansa en reivindicaciones que no pueden avanzarse sin partidos y sin
elecciones: que la democracia es en algún sentido el gobierno del pueblo (elector de quién gobierna),
que hay mecanismos para una rendición de cuentas, que los gobernantes impopulares pueden ser
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desplazados pacíficamente. Las elecciones deben ser justas y deben ser el medio para constituir
gobiernos; en este sentido la participación popular es decisiva.
Los partidos otorgan a la gente un canal para la participación política, estableciendo un vínculo entre la
ciudadanía y el gobierno. Al ofrecer opciones de gobierno, las elecciones contribuyen a crear la
sensación de que la democracia es de hecho el gobierno del pueblo. La gente misma no gobierna, pero
opta en relación a quien lo hace, expresando así su consentimiento al gobierno.
Los sistemas de partidos institucionalizados también facilitan la gobernabilidad porque los lazos entre
el ejecutivo, los legisladores y los dirigentes partidistas son generalmente más fuertes que en los casos
de sistemas de partidos incipientes. La existencia de un sistema de partidos institucionalizado
generalmente reduce la incidencia de la corrupción y, al hacerlo, contribuye a volver más efectivo al
gobierno.
valer sus intereses. En democracias con instituciones democráticas débiles, la incertidumbre es mucho
más abundante.
Entre las instituciones democráticas no hay ninguna más importante que los partidos, pues los partidos
estructuran la política democrática. En consecuencia, allí donde los partidos están institucionalizados,
existe un grado considerable de certidumbre relativa a la política democrática. Los resultados electorales
no pueden predecirse de modo exacto, pero los modelos generales quedan claramente establecidos.
La política brasileña ofrece una perspectiva muy interesante para reflexionar sobre la
institucionalización de sistemas de partidos (en adelante, SDP) porque ha mantenido muchas
características que lo hacían parecer un sistema de partidos no institucionalizado pero durante las
últimas décadas ha mostrado patrones muy sorprendentes de estabilidad.
En este trabajo Zucco defiende que las conexiones entre la institucionalización de sistemas de partidos
y la gobernabilidad y control electoral de los ciudadanos deberían cuando menos matizarse y explorarse
en mayor detalle.
Los vínculos sociedad-partido son como mucho endebles y no hay indicios claros de que eso cambie.
La única excepción a ello es el PT.
1.2 Legitimidad
La dimensión más intangible de todas. Se dice que los partidos están legitimados en la medida en que
los actores políticos tienen un actitud positiva hacia ellos. También la legitimidad refiere a las elecciones
y procesos electorales, y no solo a partidos. La dimensión de legitimidad, para Mainwaring y Scully,
expresa la medida en que los actores políticos principales otorgan legitimidad al proceso electoral y los
partidos.
También la legitimidad se puede evaluar desde los puntos de vista de las elites y los votantes. En las
encuestas realizadas por el latinobarómetro el público expresado dijo tener mucha confianza en los
partidos y otros que los partidos son instituciones fundamentales para la democracia.
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Aunque no tan organizados como el PT (que institucionalizó las elecciones de los dirigentes del partido
y de candidatos, entre otras cosas) casi todos los partidos importantes han demostrado superar a sus
primeros líderes y han sobrevivido a un cambio de liderazgo.
El ruedo legislativo es el terreno donde los partidos en Brasil están más organizados y eso tiene que ver
con normas internas que confieren un notable poder procedimental a los líderes partidarios. Esto ayuda
a estabilizar relaciones interpartidarias.
Otro indicador cuantitativo de los niveles organizativos partidarios son la presencia local de los partidos
y los cambios de partido. Dado que para formar una coalición a nivel municipal el partido necesita tener
al menos una sede local, este dato es una buena medida de la presencia a nivel local.
Primero se medía tal dimensión por la medida de edad de los partidos y la congruencia del voto en
elecciones ejecutivas/legislativas. Más adelante Mainwaring y Scully utilizaron datos de identificación
partidista, así como la presencia de candidatos electos externos al mismo (outsiders).
Dado el descenso de la volatilidad electoral, la media de edad de los partidos ha aumentado. Ello
también porque las leyes de creación de partidos han sido más restrictivas luego de la vuelta de la
democracia.
El análisis de raíces resulta ilustrativo si se observan los datos sobre ideología, identificación partidista
y comportamiento electoral. Se aprecia un crecimiento en la estructura ideológica de la competencia de
partidos entre el electorado. Los partidos en Brasil son hidropónicos, tienen ciertas proto-raíces, pero
éstas no están fijadas a ninguna estructura sólida de anclaje electoral entre los electores.
En resumen, el caso brasileño ilustra la posibilidad de una mezcla más bien paradójica: los partidos
interactúan con un patrón cada vez más estable, con pocos indicios de cambios importantes en los
niveles organizacionales y de legitimidad, y con raíces muy débiles en la sociedad (ya sea en términos
vínculos con grupos o clases específicos o ya sea en términos de patrones ideológicos claramente
identificables).
Unidad II - Sociología política [Cát. De Luca]
Como dice Mainwaring, en Brasil no solo no parece aplicarse un enfoque de división social en los
partidos y el sistema de partidos, sino que además los partidos brasileños no estructuran el electorado
en términos ideológicos. Sin embargo, hay estabilidad en los resultados.
¿Cuáles son las consecuencias de la institucionalización incompleta? Los partidos son importantes
para la democracia. Ellos ayudan a imponer compromisos a largo plazo, representan y protegen
intereses cruciales en la sociedad estabilizándola, ayudan a ganar gobernabilidad, etc. El SDP brasileño
permite a los grupos más representativos de la sociedad acceder a cargos representativos.
Que todo ello se haya logrado sin un SDP institucionalizado nos lleva a preguntarnos por la utilidad del
concepto.
Una importante función de los partidos es la socialización política. La presencia de personas externas a
la política se ha asociado con la falta de institucionalización de los SDP. Las leyes electorales no
propician su surgimiento debido a que no pueden existir candidatos independientes.
2.2 Gobernabilidad
Hay tres variables que pueden impactar a nivel SDP: fragmentación, distancia ideológica y disciplina
partidaria. Ninguna está conectada de forma inmediata con el tema de la institucionalización de partidos.
La cuestión que plantea Zucco es que la gobernabilidad no está relacionada de forma directa con la
institucionalización de los SDP, al menos en Brasil.
conjunto de políticas muy específicas. Hay un tipo de responsabilidad ex-post que incluye valoraciones
retrospectivas del gobierno por parte de los votantes.
Los factores económicos determinan la figura presidencial. El SDP en Brasil es incapaz de generar un
tipo de responsabilidad que implique una representación sólida, pero hay indicios de que al menos los
presidentes son considerados responsables electoralmente de los resultados económicos. Pese a esta
conexión limitada con los votantes, el SDP consigue evitar bastante bien el bloqueo institucional del
presidencialismo, ha logrado oponer resistencia a los outsiders y abordar y encontrar soluciones de
forma pacífica a una amplia variedad de demandas del electorado.
3. Estabilidad no institucionalizada.
Hipótesis central. Si bien la institucionalización podría muy bien no ser una condición necesaria
para la estabilidad, es una condición necesaria para la existencia de mecanismos de
representación sólida que garanticen de forma efectiva el control político por parte de los
ciudadanos. Un exceso de partidismo en un SDP puede resultar una carga en la misma medida que es
una ventaja. Lo importante es alcanzar ese equilibrio funcional.