1. LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
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La relación terapéutica
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Pero, aun contando con la asociación del plano emocional con las experiencias
cognitivas y pragmáticas de construir el mundo, es posible conducirse más
disociadamente de la emoción, desplazándola y actuando más racionalmente,
en las situaciones menos involucradas afectivamente. En cambio, en presencia
de un vínculo afectivo profundo, como una relación de pareja o una relación
materno o paterno-filial, se ve más evidente la repercusión emocional sobre
determinados contenidos, con lo que la emoción desplaza en mayor o menor
grado al manejo racional. En este caso, la relación fluye de forma más sencilla
y previsible, pero también está expuesta a reacciones más viscerales.
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Pero este juego dependerá de las atribuciones de significado con que cada
interlocutor revista las acciones del otro. ¿Qué es lo que construyo de lo que el
otro me intenta transmitir? Las cogniciones delimitan las interacciones de la
misma manera que estas últimas pautan la elaboración de determinadas
cogniciones. Pero las emociones también delimitan perímetros de acciones y
cogniciones. Las reacciones emocionales pueden ser el resultado de las
atribuciones semánticas que se elaboran de las conductas y actitudes del
partenaire. Por lo tanto, los sentimientos influyen en las reacciones de la
interacción.
Tal vez la manera más sintética y sencilla de definir la psicoterapia sea como
una relación humana, sostenida por una instancia terapéutica y otra que solicita
su ayuda psicológica. El hecho de que el terapeuta sea en realidad un par de
profesionales o de que haya un terapeuta de campo y un equipo detrás del
espejo unidireccional, o que quien solicita ayuda sea una familia, una pareja o
un individuo, son aspectos secundarios, de gran importancia, a su vez, en la
configuración del modelo de abordaje.
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La palabra paciente denuncia una pasividad (el que espera ser atendido)
inexistente. Nada más activo que una persona que asiste a consulta. El
paciente piensa, reflexiona, llora, se angustia, se contenta con encontrar
respuestas a sus interrogantes, se emociona, realiza tareas, pero, además, le
da trabajo a un profesional. Tan activa es su participación que podría pensarse
la relación terapéutica como la interacción entre un técnico o entrenador (el
terapeuta) y el jugador (el consultante). El técnico diseñará estrategias y
tácticas de solución y el jugador desarrollará lo aprendido en el campo de la
práctica concreta. En este sentido, la psicoterapia es un trabajo en equipo,
donde los participantes se sinergizan de manera equilibrada: pautando
tácitamente roles, lejos de las funciones oficiales de terapeuta-paciente,
cimentando un código de funcionamiento e imponiendo pautas, más allá de las
oficiales que sugieren el encuadre. Existe, por tanto, un esquema oficial de la
relación terapéutica, casi estereotipado, de cómo debe desenvolverse la
relación. Pero lo que le da la verdadera identidad y el carácter original al
vínculo es el marco tácito que se dibuja en él, con esa persona que consulta y
ese terapeuta, en el momento único e irrepetible de cada sesión.
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Por otra parte, el uso del término paciente también arrastra una serie de
términos heredados del modelo médico, tales como tratamiento y curación. La
base en la que se gestan dichos conceptos encuentra su explicación en la
psicopatología y, más precisamente, en la teoría psicoanalítica, que indica que
todos somos neuróticos, un punto de partida que convierte a todo el mundo en
enfermo.
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Consultante resulta también una palabra clara, que define al que realiza una
consulta por su problema. De la misma manera que usuario describe a la
persona que utiliza un servicio, en este caso, el terapéutico. Este último fue
aplicado en la desindustrialización psiquiátrica italiana (Basaglia, 1968), con la
finalidad ideológica de desestructurar el verticalismo psiquiátrico e intentar
horizontalizar la pirámide institucional.
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Además entre las razones que justifican tal asimetría relacional, se halla, por
ejemplo, la figura del médico o del psicólogo como profesionales universitarios,
a los que se les adjudica mayor capacidad que al común de la gente hasta
llegarse, a veces, a la idealización. También, la urgencia de ser ayudado del
que consulta lo posiciona en el lugar que uno de los interlocutores es el que
presenta el problema y el otro las herramientas para solucionarlo.
Pero una cosa es que la relación terapéutica de por sí sea asimétrica y otra que
el terapeuta incentive con sus comportamientos tal diferenciación de niveles,
mediante, por ejemplo, el trato de usted como toma de distancia rígida, el uso
de la bata para marcar una distinción con el paciente, el gesto impertérrito
cuidándose de no reacción ni siquiera con una mueca que altere la neutralidad,
negarle al paciente ir al lavabo si lo solicita, falta de permiso para el humor, etc.
Es importante calibrar el punto justo, sin que la asimetría se hipertrofie, pero
conservándola, ya que es ella la que permite que la palabra del profesional esté
revestida de un mayor potencial de persuasión. La atribución semántica que el
paciente le otorga al mensaje de su terapeuta posee un nivel de jerarquía que
produce un mayor resultado en dirección al cambio.
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Una estrategia terapéutica intenta ser consecuente con las hipótesis que el
terapeuta construya del caso. Una hipótesis se estructura partiendo de
premisas que se elaboran mediante distinciones, descripciones y abstracciones
consecuentes. Se focalizará, de esta manera, creando la realidad del problema
de consulta, y se proyectará la posible tentativa de solución. Ero un intento de
solución también implica crear una realidad alternativa. Fundamentalmente,
sugiere exceder el marco referencial-conceptual del consultante,
incrementando las variables de outputs de cara al problema.
Pero, por otra parte, estas hipótesis nacen de la interacción que se desarrolla
en ese día y esa hora, con ese paciente o familia y en un contexto
determinado, o sea, un momento único e irrepetible. Por lo tanto, en la sesión
se realizan abstracciones sobre una situación en la cual el terapeuta es parte
activa. Por ejemplo, no sólo se ve este fenómeno por las descripciones o
definiciones que se expresan a través de la afirmación: una manera clara de
trazar distinciones es mediante las preguntas. Si bien son producto de una
coconstrucción, la interacción va pautando las diferentes formulaciones. En tal
proceso, se edifica la corroboración o descarte del esquema conceptual del
terapeuta, que no es sino una hipótesis o, en definitiva, un mapa de lo que le
sucede al consultante. Un mapa que es el resultado de los saberes adquiridos
mediante la experiencia, del modelo teórico del profesional y de su historia, en
conjunción con la interacción con el paciente.
Esto explica por qué algunos terapeutas tienden a prestar más atención a
ciertos miembros de una familia, establecen alianza con algún integrante de la
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Lo que en realidad evalúa un supervisor es, pues, una narración compuesta por
la intersección de dos mapas, el del terapeuta y el de su paciente (e incluso
varios mapas más si se trata de una familia) y las consecuentes interacciones.
De ahí la importancia de que el supervisor conozca la historia de su
supervisado, con un acceso a su narrativa personal y a su mitología familiar
que le permita incrementar la comprensión del problema.
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Cuando, por ejemplo, se le pide a una familia o a una pareja que discuta acerca
de un tema determinado, podrá observarse la matriz de sus estilo de discurso
con el objetivo de detectar las pautas que rigen su juego interaccional. Una
buena acomodación y un vínculo terapéutico sólido que les reporte confianza
permitirá que se conduzcan con mayor libertad en su dramatización. No
obstante, resulta imposible que funcionen con la misma naturalidad que cuando
se encuentran solos y en su propio contexto. ¿Cómo una familia podría
interaccionar de la misma manera con una pareja de terapeutas en frente y, por
si fuese poco, un grupo asesor detrás del espejo unidireccional? A pesar de
estos elementos, que pueden resultar ajenos al ámbito habitual, en general las
personas comprometidas con la terapia consideran que es un espacio donde
pueden expresarse de manera libre, e incluso llegar a disfrutarlo como un
verdadero lujo. Pero estos sentimientos, que dependen en gran medida de la
estrategia de los profesionales, no se producirán con la misma espontaneidad
que cuando se hallan solos. Y, si la sola presencia de los terapeutas ejerce
influencia en las interacciones desarrolladas con los pacientes, ello implica que
es susceptible de ser analizada en función de los numerosos factores
relacionales que juegan un papel importante en el vínculo. Por ejemplo, la
estética de los terapeutas.
Otro de los factores que inciden en las interacciones son las expresiones
faciales. El lenguaje de los gestos acompaña a las alocuciones o a la recepción
de lo que se nos trasmite, constituyendo reacciones que escapan al control
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Las expresiones verbales, como los tonos de voz y el énfasis que se pone en
las palabras, también tienen una repercusión importante en la esfera relacional
con los clientes. Existen terapeutas monocordes en un discurso –discurso
soporífero, más que dormitivo- que, en vez de estimular la interacción, la
aplaca. Luego le señalan a sus pacientes su aburrimiento o pesadez alegando
que huyen o que tienen resistencias a abordar ciertos temas en las sesiones.
Los hay demasiado catedráticos, que emplean términos rebuscadamente
académicos. Son aquellos que después se preguntan por qué a sus pacientes
les cuesta tanto conectarse con las emociones. Otros, por el contrario, utilizan
términos vulgares que, eventualmente, causan en la señora bien que asiste a la
consulta malhumor e irritación. Después le señalan su constante queja, su
sensación de malestar o sus resistencias a la sesión.
Los hay que poseen un estilo crítico en sus comentarios, por más que en el
contenido de su intervención se encuentren lejos de la crítica. Este mecanismo
se activa con mayor fuerza en aquel paciente que en sus relaciones siempre se
coloca en asimetría, ocupando el lugar del desvalorizado. Con tono crítico, el
terapeuta le señala al paciente su susceptibilidad a ser criticado.
Todos estos elementos analógicos, junto a los verbales, son tan sólo algunos
detalles dentro de los muchos que, en el curso de la psicoterapia, aparecen de
la mano de los terapeutas, convirtiéndose en interacciones y generando
conductas en los pacientes. De estas reacciones observables, surgirán nuevas
hipótesis que irán configurando la planificación estratégica.
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Por otra parte, resulta interesante realizar una reflexión sobre lo no verbal, ya
que la descripción de la psicoterapia discurre habitualmente por el contenido de
lo que se dice. Parece ser que transitara tan sólo por el contenido de lo que se
dice. Por lo general, en la pragmática de comunicar se ha privilegiado el canal
de lo verbal y relegado el paraverbal, siendo así que, paradójicamente, los
estudiosos del grupo de Palo Alto describieron con mucha precisión la
importancia del lenguaje analógico en la comunicación humana, destacando
sus características y estableciendo diferencias con el digital.
Los que no logran manejar su cuerpo en el espacio con facilidad, duros en sus
movimientos y más bien rígidos corporalmente, mientras que se sienten
cómodos con la palabra, tenderán a desarrollar un estilo que dará prioridad a la
expresión verbal y difícilmente abandonarán el sillón durante las sesiones. Por
el contrario, los que tienen experiencia en grupos de teatro o en ciertos
deportes, aficionados a la música y el baile, o que manejan confortablemente
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los gestos, comunicándose con facilidad con ellos y acoplándose con facilidad
con ellos y acoplándolos al lenguaje verbal, hacen de su propio cuerpo una
herramienta de intervenciones.
Una familia podrá ser observada desde una perspectiva diferente por una
terapeuta madre de familia y por otra soltera y con pocas aspiraciones a
conformar una pareja. Un terapeuta podrá acercarse con cierta predilección al
niño problema de la familia si se encuentra en un período en que acaba de ser
abuelo o padre, o está deseoso de serlo y se halla imposibilitado, a diferencia
del que sólo entiende de niños en función de la teoría que ha estudiado en los
libros. O, por el contrario, podrá sentirse incómodo si vive conflictualizada su
relación con los niños. Quien ha sufrido muertes relevantes en su vida tal vez
pueda acompañar de una manera más intensa y profunda al paciente
moribundo o a aquel que ha perdido a su madre y necesita resolver el duelo, en
contraste con el terapeuta que sólo sabe de muertes lejanas, en las cuales no
se encontró involucrado.
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Un hurto por parte de un adolescente dentro del grupo familiar puede resultar
de poca relevancia para un terapeuta, mientras que para algunos miembros de
la familia puede constituir un acto primordial y de extrema gravedad. Para la
hipótesis de un profesional, el consumo de fin de semana de marihuana de un
adolescente puede ser un detalle anexo, que no requiere gran atención, de una
situación de mayor complicación, pero para otro terapeuta puede ser la puerta
de entrada para elaborar y abordar el problema.
Las creencias y los valores de la familia deber ser claramente focalizados por el
terapeuta, de forma que le sea posible intervenir jugando desde dentro de las
construcciones del sistema. El terapeuta debe estar abierto a otras creencias
distintas de las suyas, aprenderlas, entender si resultan beneficiosas para la
familia y si se hace necesario introducir modificaciones en pos del cambio. Los
valores, o la jerarquía que de ellos se establece, muestran un perfil del sistema
de donde proviene el consultante. El profesional deberá respetarlos, lo cual no
quiere decir que no intente cambiarlos si resulta el foco del problema.
Al hablar del ciclo vital y del sistema de creencias, inevitablemente hay que
referirse a la historia del terapeuta.
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Tanto los estilos de interacción como los contenidos que afectan al terapeuta
conforman el repertorio de lo que los psicodramatistas latinoamericanos
llamaron las escenas temidas por el terapeuta del grupo. Si bien, como
terapeutas grupales, las atribuyeron al coordinador de grupo, también parece
apropiada la aplicación de este término al resto de las especialidades.
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Por último, el contexto es otro de los elementos que hay que considerar,
regulando la cibernética y las narrativas de la psicoterapia. El hecho de
desarrollar una terapia en un marco privado, donde el hábitat resulta acogedor
y la estética del lugar es agradable, condiciona las interacciones de manera
diferente a si se realiza en un manicomio o en un destartalado instituto de
rehabilitación.
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