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EL MñURISMO

Y LH REVOLUCION DESDE HRRIBfl

DISCURSO

pronunciado por D. Antonio

MAURA
en la inauguración del Centro

Obrero Maurista de Buenavista

el 21 de Diciembre 1922

MADRID, MCMXXIII
EL MAURISMO Y LA REVOLUCION DESDE ARRIBA

Un inventario de cicatrices na¬

cionales.

He reclamado el honor de asociarme a este acto

porque es un acto de perseverancia, una prueba de


la convicción firme, de la voluntad educada, virtudes
de
cuya escasez adolece España. Por eso dais un gran

ejemplo al persistir, desoyendo las voces que os han


dicho muchas veces
que el maurismo era una cosa

pasada o muerta. Si nosotros viésemos que nos ha¬


blamos
equivocado, la persistencia sería una te¬
nacidad irracional, reprobable; porque hay que en¬

mendarse cuando uno se


equivoca. Pero ¿es que nos

hemos equivocado? Bien podría ser, porque no somos

infalibles, ni lo pretendemos. Un poco menos que otros


estamos
expuestos al error, y os voy a decir por qué:

porque desde que tengo uso de razón, y antes que yo,


los
que me precedieron, han conocido muchas lucu¬
braciones trazadas como
programa por vía de especu¬
lación mental, levantando un edificio puramente teó¬

rico, con anuncio de su realización más o menos pró¬


xima. Y claro es
que en eso, aun asistiendo la mejor

voluntad, la mayor serenidad, el mayor patriotismo,


cabe el error; con desviarse un poco de la lógica o con

equivocar un poco el principio se cae en el abismo.


Nosotros no hemos hecho nunca eso; nuestro ideario

y nuestra significación no han representado nunca


eso, gracias a Dios. Nosotros somos un inventario de
las cicatrices nacionales. (Muy bien.) Nosotros hemos
formado nuestro credo, nuestras convicciones con los

reveses, y con las adversidades, y con los escándalos,


y con los desórdenes y con las miserias de la política
española. (Aplausos.) Y tampoco hemos inventado
los remedios, porque han sido para nosotros remedio
los antídotos de las ponzoñas que estábamos pade¬
ciendo. ¿Nos habremos equivocado al ver las lacras?
¿Nos habremos equivocado? ¡Ojalá! ¿Qué mayor de¬
licia que poder proclamar ahora nuestra equivoca¬
ción y reconocer que las cosas iban muy bien, siquiera
tolerablemente, siquiera honestamente? Pero ¿cómo
vamos a decirlo?

La obra de los partidos.

Todo el mundo lo ve. Se suceden los Gobiernos que

turnan, toman el Poder unos partidos tras otros, y

¡ahí están las cosas públicas!; no es declamar, ni equi¬


vocarse, ni apasionarse, es palpar. ¡Pero qué palpar,
si nos envuelven y azotan las adversidades! (Muy
bien. Muy bien.) No voy a hacer el inventario, ¿y para
qué? ¿Cómo está social y políticamente Cataluña?
¿Cómo está el protectorado de Marruecos? ¿Cómo está
la Hacienda pública? ¿Cómo están los institutos ar¬
mados? ¿Cómo está una cosa tan interesante para
todos como el régimen ferroviario? ¿Cómo está la en¬
señanza? ¿Cómo está todo? ¿A qué seguir la lista?
Pues los partidos han tenido el Poder monopoli¬
zado, y lo tienen; nadie les ha ido a la mano. ¿Creéis
vosotros que para censurar su existencia y vituperar
sus obras habría discursos más elocuentes que la anun-
ciaeión de estas cosas
que a vuestro pensamiento

propio presentan realidades de naturaleza tal que pa¬


rece
que no debieran poder serlo?
Pues ahora os
digo que si se suceden los hombres,

y se suceden los partidos, y las cosas siguen así, y em¬

peoran cada día, y toda necesidad nacional queda

postergada, seríamos injustos, seríamos apasionados


si
reputásemos deliberado el error. Los que peor juz¬

guen a los gobernantes les reconocerán el egoísmo,

y el egoísmo sólo bastaba para que dejaran las cosas

mejor que quedan. No es falta de voluntad; es que


no tienen medios, ni energía, ni virtualidad, ni efi¬
cacia
para servir al bien público; que es la tesis del
maurismo, que es toda entera la razón de ser del mau-
rismo.

La reforma no
puede ser parcial.

Os he dicho antes
que delante del cuadro, que no

desenvuelvo, que no trazo, sino que lo evoco, puesto

que, desgraciadamente, nadie le desconoce, nosotros


no nos hemos dedicado a invenciones peregrinas y

arbitrarias, más o menos ingeniosas, mejor o peor


abonadas
por libros, ejemplos y textos. No; nosotros,
sencillamente, modestamente, hemos dicho que Es¬

paña necesitaba la reconstitución, la rehabilitación


de los
agentes directores del pueblo español, la remu-
dación de toda la vida oficial, de su funcionamiento,
de su
dinámica, de hábitos, de
sus sus procedimien¬

tos, de toda la vida pública española. ¿Por qué? Por¬

que la vemos enferma, porque la vemos viciada, por¬

que la vemos ineficaz. ¿Y eso qué es? Eso que Es¬


paña necesita, ¿qué es? Pues una obra colosal; porque,

notadlo, no serviría de nada una enmienda parcial


cuando han ahondado tanto las raíces
y se ha ex¬

tendido tanto el mal, y cuando están vinculados en

ese mal mismo la vida, los intereses, las aprensiones,

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_

_
las convicciones, la rutina, los hábitos, todo el ser

de la
gente que maneja el presupuesto y las autori¬
dades, y la soberanía, y todas las cosas públicas;
claro es
que la enmienda significa un gran sacrificio,

por no decir un capital sacrificio, y sería negar la ley


natural que ellos no resistiesen la reforma. Por lo tan¬

to, cualquiera parte de la reforma ha de ser sofocada,

asfixiada, extirpada, destrozada con el resto de la

máquina, mientras siga funcionando.

El remedio está en una sacudida

de la voluntad nacional amparada

por la Corona.

De modo
que por partes, viruta a viruta, no se

puede hacer, es inútil; quererlo hacer es temerario,


es
pueril. Obra de esa magnitud, de esa complejidad,

¿vosotros creéis que he podido nunca pensar que era

empresa para un partido, poniéndose a bregar con los


demás, de tú a tú, teniendo los demás el hábito, el
desenfreno
y el abuso de todos los resortes y la des¬
naturalización de todas las funciones de autoridad?

(Aplausos.) No; eso no ha podido ser nunca obra de


un
partido, ni lo será; eso no puede ser más que la
obra de una sacudida de la voluntad nacional, am¬

parada por la Corona (Grandes aplausos y vivas a

Maura.); y si falta lo uno o lo otro, nada.


Puede esto
interpretarlo la vulgaridad, la necedad,
como
guste. Yo vengo diciendo, desde el primer día,

que esto no es un partido en el sentido que decía el


señor conde de Limpias, mi amigo: que no es una or¬

ganización a la española que escriba un recetario que


llama
programa, que puja en las subastas del Poder

y anuncia que van a hacer y acontecer, para luego


colocar a sus
amigos y perecer en la infamia de la
inacción sin haber intentado nada. (Muy bien.

Aplausos.)

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-
No; nosotros no somos eso, ni hemos querido nunca
ser
eso, ni servirla para nada ser eso, más que para

ensanchar un
el círculo vicioso y ser
poco un anillo
más de la cadena. (Aplausos.)

Con el actual sistema no se


puede
servir al bien público.

Os lo he dicho. La esterilidad sucesiva de los Go¬

biernos
que alternan es cosa irreductible; es consecuen¬

cia fatal de que desconocen (yo no digo que quieran


desconocer, porque ¿qué cuesta salvar las intencio¬
nes
y la buena fe de las gentes?) qüe dentro del siste¬
ma actual nadie, nadie puede promover el bien pú¬
blico ni servirle.
¿Por qué? Porque del Poder no quedan
sino
apariencias, los bordados de las casacas, la re¬

dacción de la Gaceta, las libres


manos para ejerci¬
tar la autoridad con más o menos
miramientos; pero
el
poder legislar con arreglo a un ideal la autoridad
de
gobernar llevando la vida nacional por un de¬
rrotero determinado, siquiera la más modesta facul¬
tad de administrar los intereses públicos, no, no la
tiene nadie.
(Muy bien, muy bien.) Y mientras eso no
se
reconstituya es más que pueril hablar de progra¬
mas.
¿Qué es eso de programas? Papeles como los que
hemos conocido durante un
siglo, befa antes de nacer,
antes de
que todos los lean o los oigan, eso sí; pero

eso no es
programa. Programa supone, honradamen¬
te
siquiera, la subjetiva intención y la esperanza ra¬
zonable de comenzar a realizarlo.
Hoy no; es igual

que un programa sea bueno o malo. No es igual, claro

está; siempre preferiremos que sea bueno; entretiene

mejor; pero es pura literatura... cuando es pura. (Gran¬


des risas.
Muy bienf muy bien.) Literatura, sí, porque
sabemos las Cortes
que antepasadas, las anteante¬

pasadas, las presentes, las venideras son iguales, ab-

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7 _
solutamente
impotentes; no se puede dirigir la polí¬
tica hacia la
derecha, ni hacia la izquierda, ni hacia

ninguna parte.

Los
programas pomposos equiva¬
len a la
aceptación de giros de
letras con la
caja vacia.

Y como mientras sea así estéril el Poder


público
e
inútil, la sucesión de Ministerios para la causa pú¬
blica, los partidos, las organizaciones, no pueden me¬
nos de asistir
y asisten con su vida interior, con su

carne, acaso con sus defectos (que toda colectividad


humana tiene
grandes o pequeños), está resultando,
año tras
año, que ante la opinión pública, ante el áni¬
mo
nacional, parece que de propósito —y no es de
propósito, es por fatalidad expiatoria— los partidos
llegan exclusivamente a colocar a los suyos, y ya se

acabó, ya no se hace más. ¡Clarol Cada día es mayor \


el
descrédito, mayor el desvío, más viva la aversión
de
España entera a esas organizaciones. No puede
suceder de otra manera mientras el daño esté en el

sistema, lo cual significa que la aspiración del mau-

rismo
(toda ella se sintetiza en lo que antes dije: en
ese saneamiento de
órganos y funciones, en el com¬

plejo de la vida política española) es una obra previa,


es una necesidad ineludible
previa, y antes de hablar,
de ir a la derecha o a la
izquierda, y de trazar el rum¬
bo hacia el Norte o hacia el Sur —nobilísima materia

para las desavenencias y luchas políticas entre todos

nosotros—, debiera proclamarse que hay que hacer


posible eso de dirigir debidamente a la nación. (Muy
bien.) Lo que hay es que en esa obra previa está el sa¬

crificio; que en esa obra previa está la postergación


de todos los intereses, de todas las aprensiones, y

aquellas mismas convicciones respetables, aunque


sean
erróneas, que forman la trama y el tejido de la

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-


vida
y de las colectividades humanas y, por tanto, de
los
partidos; de donde se deduce que la postergación
debía estar
antes; de donde se desprende que hablar
de
programas y promesas cuando no se tienen me¬

dios, no es otra cosa que aceptar giros con la caja va¬


cia.
(Muy bien.)
No
hay en la realidad política presente una sola
nota
que nos convide a desistir de nuestra creencia,
de nuestro
empeño, de nuestro propósito, de nuestra

significación.

El maurismo no ha
gobernado,

aunque haya presidido gobiernos


el
jefe del maurismo.

Cada día es más


justificado, más necesario todo
cuanto
proclama el maurismo, porque cada día se

inveteran los males, se posterga la satisfacción que

piden las necesidades públicas y se aumenta la impo¬


tencia
—ya he explicado cómo y por qué— de los ór¬

ganos que actúan en la gobernación del Estado. Pero


no falta
quien diga, ni ha faltado quien lo repita mu¬

cho, algo que merece franco examen por lo mismo

que lleva en el fondo una realidad, y es que yo he com¬

parecido tres veces en este tiempo al frente del Go¬

bierno, y que, naturalmente, esas comparecencias pre¬

sidiendo Gobiernos el
jefe del maurismo, sin reali¬
zar nada de la
política maurista, es un motivo muy

justificado de enervación de aquella primitiva pujan¬

za, de desaliento, de descrédito, de flaqueza. ¡Ahí


Eso merece examinarse.

En efecto:
¿habrá alguien en España que se atreva
a decir
que cree que en 1918, cuando se formó el Go¬
bierno nacional; en 1919, cuando el Gobierno de nom¬

bre liberal estaba en el


arroyo, o en 1921, cuando era

Agosto y había sido Julio (Muy bien.) ha sido llamado


el maurismo al Poder
para realizar su política? ¿Hay

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alguien que crea eso? Si lo hubiese le tendríamos
lástima.
¿Por qué hemos de decir otra cosa? (Risas.)
No; lo que ha acontecido en las tres ocasiones es —no¬

tadlo bien, y eso que voy a decir es tan evidente

que a la luz del día, dando la cara al sol, no habrá


nadie
que lo niegue— que en poder de los partidos
turnantes
y de los Gobiernos sucesivos las tres veces

embarrancó el carro en un atolladero de donde no lo

podían sacar. (Grandes y prolongados aplausos.)


El hecho brutal
por su fuerza demostrativa era una

sintética confirmación de la razón con


que nosotros
veníamos actuando.

Y como había
llegado al barranco y al atolladero
el Gobierno de un
partido, hubo que convocar todos
los esfuerzos nacionales
para sacar adelante el carro

y había que coadyuvar, colaborar, combinar todos


los esfuerzos. Y
aunque yo era el que estaba más le¬

jos (porque yo sí que no había tenido nada que ver


ni había
participado de los antecedentes), tenía que

intervenir; mucho más ellos; pero ¿por dónde habían


de considerarse
obligados al ideario maurista y a la

significación maurista y cómo había yo de ostentarla


en
aquellos Gobiernos? Hasta por delicadeza tenía que

procurar no ostentarla, así como cada cual se guarda¬


ba la
suya intentando esfuerzos colectivos, a veces

muy modestos, muy modestos, y sin embargo, frus¬


trados.
(Risas.)

Las situaciones de 1918, 1919 y

1921
constituyen un sacrificio por

la Patria
y el Rey.

No
voy a evocar ahora un recuerdo analítico, en ri¬

gor, ni sintético siquiera, délas tres situacionesde 1918,


1919
y 1921. Tengo la confianza más plena de que no
habrá en
España una persona serena, desapasionada,
que dude que fui a presidir aquellos Gobiernos, no

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-

-
sólo sin
que mi voluntad hubiese adelantado un pie
hacia tal sino
cosa, imponiéndome un austero sacri¬
ficio
personal, sacrificio cuya mayor parte consistía
en eso: en
que yo no soy tan lerdo que ignorase que

el
vulgo, capaz de muy poco discernimiento, no ana¬

lizaría las cosas


y diría que Maura había gobernado

y no había hecho nada de lo que él decía. Para eso

no se necesita ser
muy lince. Pero yo, que me podré

equivocar en la estimación de mis deberes, lo digo


ante Dios: en conciencia me sentí
obligado con mi
Patria
y con mi Rey. (Grandes aplausos.) A sabiendas
hice este sacrificio;
¡pero sí lo habría tenido que hacer
mucho
mayor, porque en todas las porterías y en to¬
dos los talleres está el
ejemplo de los humildes que sa¬

crifican la vida la Patria sin rechistar!


por (Grandes

y prolongados aplausos.)
Una vez, y otra, y otra, al Gobierno fui yo perso¬

nalmente, individualmente. ¿Requerido? ¡Requisado!,


como
dije desde la cabecera del banco azul; y aquellos
tres Gobiernos, uno tras otro, cesaron instantáneamen¬

te, en cuanto asomó —y no tardó en asomar— el es¬

píritu de partido, el interés de partido, el partido que

sacaba cuentas con los dedos.


(Risas.) En el acto, por¬

que aquello era la negación del fin, el frustramiento


del intento
y la liberación de mi conciencia. Y en el
acto
cayeron los tres Gobiernos, los tres, en un minu¬
to cada uno de ellos, como había de suceder, dado
el
porqué yo había ido y a qué había ido.

¿Y qué queda? Que el maurismo no ha sido nunca


llamado a
gobernar, ni ha habido la imposición de la

opinión pública bastante, ni la acogida soberana a

una tal reclamación.


(Muy bien.) No ha sido llamado
a
gobernar, y no ha entrado a gobernar. Y las cosas

están, no como antes, sino con dos notas más: la una,

que las tres veces una viñeta trágica, cruel, despia¬


dada, de la realidad, ha puesto al margen de nuestro
texto el
ejemplo de la impotencia y de la esterilidad

U
-


de esos otros
Gobiernos, y de que nosotros tenemos
en la medula el
espíritu de sacrificio
por la Patria.
(Muy bien.) Y le tendremos y lo mostraremos, no en
esa
forma, que he dicho ya que se acabó; pero en la
forma
que la conciencia nos dicte cuantas veces las
ocasiones se ofrezcan.
(Muy bien.)
Yo
reconozco, lo he reconocido
siempre —y si al¬
guna resistencia a reconocerlo
tuviese, la experiencia
de años tras años habría
bastado—, que es muy difí¬
cil con los hábitos de tantos
decenios, connaturali¬
zarse con este
concepto extraño de estar actuando
en la
política una colectividad
y decir que no es un

partido en el sentido de
que no es uno de tantos
par¬
tidos
que pugnan por alcanzar el Poder, aunque pro¬
pende y exige y reclama que sus ideas actúen en el

Poder, y no rehuye la asistencia al Poder, puesto


que acabo de recordar
que, aun con el sacrificio de
dejar detrás tantas cosas, cuando la Patria lo ha de¬

mandado, no se ha rehusado el concurso. Esto es una


eosa
rara; para algunos, estrafalaria; utópica para
muchas
gentes.
Y
voy a dejar de molestaros pronto (No,
no.); pero
quiero decir algo sobre eso.

La obra
regeneradora tiene que ser
de todos.

He tenido muchas ocasiones de


agradecer efusiva¬
mente en el fondo de mi alma una fervorosa excita¬
ción de
amigos cariñosísimos, estimabilísimos
que me
decían:
«Póngase usted al frente; cuente usted con
nuestra adhesión
(seguramente con el ánimo de no

escatimarla, ni regatearla, ni medirla), y haga usted


la obra: salve a
España.»
Y
yo, repito, dentro de la gratitud, cuando me he
despedido, he dicho: «Pero
¡qué error, qué ilusiónl

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Estos creen
que basta que yo haga lo que ellos dicen

'para que las cosas sucedan. No.*


La ciudadanía, el cumplimiento de las obligacio¬
nes
que uno tiene con su Patria, que es una faceta
de la vida como
aquella otra que mira a los hijos y

a la familia toda
y a todos los semejantes, todos los
órdenes de la moral
y de la vida, no es transmisible

por endoso, ni hay manera de sustituir a los que se

ausentan de esos
deberes; lo que hay que hacer es in¬
vitarlos hasta
lograr que los cumplan,que,en cumplién¬
dolos, todo se habrá resuelto. Porque también dicen

que es ilusorio y utópico eso del acto de voluntad


nacional.
¡Ah! No. El acto de voluntad nacional que

aisladamente se intenta en una aldea o en varias

aldeas de un distrito, ¡oh!, eso se sofoca con mucha fa¬

cilidad, porque el cacique tiene en su mano muchos

medios, de la Guardia civil para abajo (Risas), y es

claro
que con el ejercicio de todos los abusos y de los
desmanes se inutiliza la
protesta excepcional. Pero
el movimiento colectivo, resuelto, la reivindicación
de una voluntad
que viene escarnecida, que viene

suplantada, que viene explotada y deshonrada, eso,

generalizándose, no hay poder humano que lo con¬

trarreste, ni que intente siquiera levantar la vista


del suelo; no se podrían consumar ni se intentarían
las
tropelías a que estamos abocados al hacerse ahora
una nueva
representación nacional. (Risas.) Eso su¬
cederá porque los pueblos lo consientan; si no lo con¬

sintieran, no sucedería, y no tendrían que hacer nada


más mantener
que su dignidad y reivindicarla para

impedirlo. (Aplausos.)
Ni
yo ni nadie, aunque otro tuviera cien veces

(cosa fácil) los medios que me podéis atribuir en vues¬


tra cariñosa benevolencia, tiene por sí solo el poder
de realizar
aquella transmutación, aquel saneamien¬

to, aquella mudanza sistemática y general, sin la que

es
segura la esterilidad, porque no existirá poder le-

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gislativo, ni gubernativo, ni administración pública.
Nadie es
capaz de esto, ni siquiera por sí solo el gru¬

po que formamos; nosotros no podemos estar obli¬

gados sino al esfuerzo que alcanza nuestra buena vo¬

luntad.

En
qué concepto es un partido el
maurismo.

¿Somos o no somos un partido? Entendámonos.

¿Qué es un partido? Si por ser un partido se entiende


una colectividad
que obedece a una dirección, colec¬
tividad licitadora en el concurso
por el Poder, que
anuncia
que con su programa va a remediar todos los
males públicos (suelen decir los partidos —desde que

soy niño lo estoy oyendo— que tienen soluciones para

todo), algo así como una colección de botes de farma¬


cia con los nombres de todos los
medicamentos, aun¬

que a veces no haya ni un sinapismo (Risas); una co¬


lectividad en
que estén germinando las carreras po¬

líticas, de grado en grado, y hasta los roles de nave¬

gación previamente extendidos, eso no lo somos nos¬

otros. De manera
que nosotros no somos partido

según esa concepción. Ahora, si partido significa her¬


mandad de convicciones, coincidencia de opiniones,
aprestamiento de voluntades para servir al bien pú¬

blico, de manera que, en vez de convertir el programa


en una
especie de pegujal, del cual hay que vivir, lo

que se desea es que el bien se haga, y estamos dispues¬


tos a
ayudar al adversario más odioso si él lo hace,

y hasta preferimos que lo haga él, de modo que todos


formemos una
unidad, porque tenemos un solo espí¬
ritu, porque tenemos una sola voluntad y porque
coincidimos en las decisiones
abnegadas de servir a

España sin acordarnos para nada, sin anteponer nun¬

ca, la carrerita de los unos y de los otros, la vanidad


de los
más, entonces, no tan solament somos unparti-

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do, sino el único partido, acaso, que hay en España.
De manera
que es cuestión de significados, cuestión
de diccionario; y a mí me da igual que digan que sí o

que digan que no, porque lo que nosotros somos es

un nervio
espiritual, una energía que no depende de
vosotros ni de mí, porque no habiendo nacido nin¬

guno de vosotros y habiéndome muerto yo, mientras

España esté bajo la pesadumbre de sus aflicciones,


de las
que han motivado nuestra reacción y nuestra

protesta, el maurismo será una realidad y será tan


verdad callando todos como hablando muchos.

El maurismo debe cumplir con su

deber, apártese quien se aparte»

y sean los mauristas muchos •

pocos. Los que abriguen concupis¬


cencias harán bien en no
seguir
a nuestro lado.

Por eso no os
preocupéis de si van unos o vienenotros,
de si sois muchos o
pocos. Ante Dios cada hombre

responderá de su vida, él solo y sólo de ella, nada más

que de ella. Cumplid con vuestro deber, cumpla yo


con el mío
y suceda lo que suceda.
Claro que en nuestro deber está hacer cuanto poda-
damos
para que los demás se decidan, piensen lo mis¬
mo
y colaboren y sirvan como nosotros creemos que

se sirve a la Patria; sí; pero, apurados


eso los medios

que para esto hagan, seguid vuestro camino sin titu¬


bear. Esto, notadlo, no es falta de estimación, es con¬

vencimiento. Yo no he hecho nunca nada


para retener
a
algunos ni para que se asocien otros, ni haré nada

para buscar a nadie que no quiera venir. Cada cual


sabrá lo
que hace, que bastante tengo que ver si hago
lo
que debo, y así proceda cada cual. (Aplausos.) Eso
no es de
hoy. ¿Os acordáis de que en aquel comienzo

15

-
de nuestra actuación común decía
yo: «Si hay alguien

que en el último repliegue de su ánimo tenga escondida


una
concupiscencia, que no venga con nosotros, por¬

que se equivoca?» Quisiéramos que todos nos oyesen,

que nos escuchasen, que nos siguiesen, que nos acom¬

pañasen. Los que no lo hacen puede que acierten; sí


acertamos
nosotros, allá ellos, que se atendrán a las
consecuencias. Porque, señores, a la sombra del alegre
vivir de los
que apartan los grandes asuntos públicos

para llevar adelante las menudencias de la vida co¬

tidiana, al amparo de la repugnancia al sacrificio,

que invetera los males y los agrava cada día, estamos


riendo madurar los trastornos
que su impenitencia
trae, y el día que el trastorno suceda, veréis vosotros

cómo, para sobrenadar en el naufragio, hacen muchos


esfuerzos, infinitamente mayores, pero ya estériles,
que los que les aconsejamos nosotros para que, ejer-
citanto noblemente sus
derechos, eviien el desastre.

(Grandes aplausos, que se prolongan durante largo


rato, y entusiastas vivas a Maura.)

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