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El senador, codirector del Partido de la U y uno de los más firmes defensores del

Acuerdo de Paz, se “despacha”: el presidente de la corporación, Ernesto Macías,


maniobra para dilatar la votación de las objeciones presidenciales a la
estatutaria de la JEP porque la oposición parece contar con la mayoría, las
denuncias sobre supuestos “colados” y un “narcomico” en la jurisdicción
especial son una infamia para engañar a los colombianos; Uribe “sufre de
‘maldad líquida’” y el país está entrando en una peligrosa etapa de persecución.
El senador, codirector del Partido de la U y uno de los más firmes defensores del
Acuerdo de Paz, se “despacha”: el presidente de la corporación, Ernesto Macías,
maniobra para dilatar la votación de las objeciones presidenciales a la
estatutaria de la JEP porque la oposición parece contar con la mayoría, las
denuncias sobre supuestos “colados” y un “narcomico” en la jurisdicción
especial son una infamia para engañar a los colombianos; Uribe “sufre de
‘maldad líquida’” y el país está entrando en una peligrosa etapa de persecución.
El senador Macías se atrevió a desconocer la decisión legítima de la Cámara de
Representantes de negar las objeciones e interpuso esa insólita tutela ante el
Consejo de la Judicatura, justo unos días después de que el propio Macías
evitara convocar al Congreso pleno para aceptar la renuncia de la magistrada
María Lourdes Hernández. Después se debía proceder a nombrar a su
reemplazo, como lo ordena la Constitución, en el Capitolio. En su lugar, Macías
permitió que la Judicatura continuara practicando el carrusel de nombramientos
por el que ha sido tan cuestionada. Sin duda, él esperaba que lo premiaran con
las medidas cautelares que solicitó para paralizar la votación de mañana y poder
continuar dilatando la decisión. Afortunadamente, al negarle las cautelares, se
puso en evidencia que el presidente del Senado engañaba a los colombianos
anunciando una sesión para mañana, al tiempo que intentaba sabotearla con
esa tutela

¿Por qué la tutela que interpuso Macías es un acto de “sabotaje”?


Porque con esa tutela, penúltimo ejemplo de la actitud engañosa y dilatoria del
senador Macías, quedó al descubierto su propósito de seguir dilatando la
discusión y de hacerle daño a la JEP. Después de negarse, durante semanas, a
citar a sesión para votar las objeciones, a costa de paralizar toda la agenda
legislativa, tuvo que programarla para mañana, pero solo por la presión de la
plenaria y por el derecho establecido en el Estatuto a la Oposición a definir el
orden del día.

¿Qué gana con esa dilación?

Impedir que la JEP opere a plenitud para que se consolide la paz y, sobre todo,
para que se conozca la verdad. Mientras más dilaten, mayor inseguridad jurídica
siembran y más tiempo ganan para presionar el voto de los congresistas; para
atemorizar al Legislativo y para seguir inventándole obstáculos infames a la ley
estatutaria, como el del falso “narcomico”. Ellos, Macías y a quienes representa
Macías, no están improvisando: tienen un plan estratégico para cumplir su
propósito de hacer trizas la paz y lo están ejecutando metódicamente. Su
próxima jugada será intentar impedir, mañana, que se vote en bloque, como se
ha hecho siempre, e imponer una votación objeción por objeción, con lo cual
seguirían dilatando la decisión y prolongando la inseguridad jurídica que
estimula el crecimiento de las disidencias y el regreso a la guerra.
Usted también ha dicho que el Centro Democrático ha puesto en entredicho la
separación de poderes, el acatamiento a los fallos judiciales, la autonomía de
votar y tomar decisiones de la Cámara de Representantes y la independencia
del Senado. ¿Por qué el partido de Gobierno pone tanto en juego?
El Centro Democrático viene desconociendo las instituciones sistemáticamente
y no solo eso: ha intentado demolerlas. Recuerde que propusieron cerrar las
cortes y reemplazarlas por un tribunal único, y cerrar el Congreso y
reemplazarlo por una Asamblea unicameral como la de Venezuela. Lo del
castrochavismo era cierto, pero implantado por el uribismo. No hay
exageración: en la última etapa han desacatado el fallo de la Corte
Constitucional, desobedecido al procurador general, puesto en duda la decisión
de la Cámara de Representantes, interpuesto una tutela para acallar el Senado;
han perseguido y estigmatizado con falsas acusaciones y entrampamientos a los
defensores de la paz, incluida la propia presidenta de la JEP; han intentado
desprestigiar a periodistas y medios de comunicación que no les son abyectos.
¡Todo en las últimas semanas! ¿Estamos ante la “madurización” del régimen?
Por eso he dicho que el senador Macías actúa como un “Diosdado”, no sé si por
su cuenta o siguiendo instrucciones del Centro Democrático.

En defensa de la actitud de Macías, habría que reconocer que él, como usted
mismo lo acepta, dio vía libre para que la oposición ejerciera su derecho de
determinar el orden del día...
Usted preguntaba antes que por qué “han puesto tanto en juego” cuando arriesgan
la democracia y el Estado de derecho, paralizan el Congreso y desacatan la cosa
juzgada constitucional. La respuesta es simple: le temen a la verdad y, con tal de
frenarla, prefieren regresarnos a la guerra que enfrentar la circunstancia de que
ella se sepa. A propósito, Macías no aceptó el derecho de la oposición como
hubiera debido. La oposición exigió que se votara el miércoles pasado. También
lo pedí mediante una proposición apoyada por más de 40 senadores. Macías se
negó y dilató la votación hasta mañana, lunes. Prefirió perder otra semana entera
en una legislatura en la que no se ha aprobado nada. Óigase bien: ¡Nada!

En las últimas horas el senador Álvaro Uribe ha pedido un acuerdo


interpartidista para “salvar” 2 de las 6 objeciones que planteó el presidente
Duque contra la ley estatutaria: ¿significa que el Gobierno y su bancada se
consideran perdidos?
Prevén que van a perder y, entonces, el senador Uribe propone un “acuerdito”
con “dos bobaditas”. La primera de ellas, nada menos que entregarle al
comisionado Ceballos, funcionario abiertamente hostil a la paz, la potestad de
excluir de los listados de desmovilizados de las Farc a quienes a él se le ocurra,
sin necesidad de contar con la autorización de la JEP. Esto es grave: si se aprueba
esa objeción presidencial, él podría sacar del proceso a todos los exmiembros de
la guerrilla, hoy desarmados y dirigentes de su partido político. Y, al otro día,
podrían meterlos a la cárcel con un par de entrampamientos, y, de paso, podrían
extraditarlos. Eso sí es hacer trizas la paz. Y rapidito.
Uribe, varios de sus senadores y el fiscal general han insistido en que debe
aprobarse la objeción sobre los supuestos “colados” a los que usted se refiere,
y la que protegería a los narcos de la extradición... Este par de afirmaciones
tan escandalosas puede convencer a algunos senadores de cambiar su voto.
Súmele las jugosas dádivas que, según se dice, está ofreciendo el Gobierno a la
oposición...
Para tranquilidad de todos, debo recordar que no es cierto que puedan ingresar
“colados” a la JEP ni “que solo el comisionado los podría detectar”. Sergio
Jaramillo diseñó el sistema de filtro más eficaz que haya existido en cualquier
proceso de paz. Ya hay un comité técnico de verificación de información,
conformado por todas las centrales de inteligencia y la propia Fiscalía General. A
esa instancia y a la JEP, la Corte Constitucional les reiteró la potestad de revisar
y excluir infiltrados de los listados. Por lo demás, esas listas ya están cerradas y
purgadas. ¡Enhorabuena! ¡No hay más listados, no hay posibilidad de más
colados! Y la otra objeción que Uribe propone aprobar es la que permitiría
extraditar a los agentes del Estado, militares o terceros que financiaron a los
paramilitares, aun cuando estén cumpliéndoles a las víctimas, de manera que,
con su extradición, también se extradite la verdad, como ocurrió con los “paras”
que fueron sacados, en una madrugada, del país. Este artículo es el que, de
manera perversa, han disfrazado de “narcomico”, engañando a los colombianos.
No es cierto que se elimine la extradición. La facultad de la Corte Suprema que
examina la legalidad de la extradición de los llamados “narcos puros” sigue
intacta. Y la JEP no la puede obstaculizar, porque a esta jurisdicción solo van los
sujetos del conflicto.

No se puede negar que siempre existe la posibilidad de que haya colados en


un proceso de negociación de paz. Recuerde lo que sucedió, precisamente,
durante la desmovilización de los paramilitares en los gobiernos del propio
Uribe...
Las cifras oficiales del Ministerio de Defensa, en 2003, indican que había 8 mil
paramilitares y que se desmovilizaron ¡42.000!, es decir, hubo más de 30 mil
colados narcos, falsos “paras”, etc., porque en el proceso de Ralito no hubo
ningún filtro: los listados que le entregaban los jefes paramilitares al comisionado
Luis Carlos Restrepo eran verdad sabida y buena fe guardada. ¿Recuerda a alias
Gordolindo o a los Mellizos, y a tantos otros? Lo que da grima es que quienes
hicieron ese proceso tan mal hecho reclamen ahora porque hubo unos colados
que, en buena hora y gracias al sistema que diseñamos, fueron detectados.

Duque y su partido han contado con la entusiasta participación y el apoyo


del embajador de Estados Unidos. ¿Cómo califica la intervención de este
diplomático en asunto interno tan delicado?
El embajador Whitaker es funcionario de Estados Unidos y cumple con su país.
Con los compañeros de la Comisión de Paz hemos desayunado, en varias
ocasiones, con los embajadores de Noruega, Francia, España, Unión Europea,
con el propio embajador Whitaker y, además, con funcionarios del Departamento
de Estado, en Washington. Eso es normal. Lo que sí sería terrible es que el
“chiste” del senador José Obdulio Gaviria sobre el retiro de la visa a los
magistrados de la JEP se convierta en una amenaza real. Revocar visas como
mecanismo de presión para que el Congreso de un país vote en un sentido u otro
es un atentado a la soberanía. Estados Unidos tiene una política antidrogas que
incluye la extradición. Colombia es víctima de la maldición del narcotráfico y ni
el Acuerdo de Paz ni la JEP pretendieron resolver ese problema global. La JEP
tampoco amenaza ese instrumento ni las objeciones son una solución para el
narcotráfico.

Usted pertenece a la U y si bien es cierto que su partido publicó un


comunicado de respaldo al representante John Jairo Cárdenas, a quien se le
retiró la visa después del tenso desayuno con Whitaker, también lo es que en
lugar de pedir respeto hacia él, su colectividad le solicitó al embajador “un
espacio de diálogo para analizar estas circunstancias”. Francamente, me
pareció poco digno. ¿Estuvo de acuerdo con ese escrito?
No escribí ese comunicado. Me expresé, directamente, en solidaridad con un
compañero que ha sido gran defensor de la paz. Y hay que hacer este
reconocimiento: para un miembro de la U, como el congresista Cárdenas,
resultaría mucho más fácil acomodarse en el nuevo gobierno. Muy pocos, en su
momento, protestamos y preferimos la independencia. Por eso, también valoro
hoy la coherencia de los partidos que nos acompañaron en la construcción de la
paz: la U, el Partido Liberal y Cambio Radical. Las tres colectividades estamos
firmes. Más valerosa sería la decisión de negarlas si implica superar el miedo a
las amenazas de persecución nacionales o internacionales, en caso de que estas
existieran.

No hay que descartar que el Gobierno logre conquistar las mayorías en estas
horas antes de la plenaria de mañana. Si se aprueban las objeciones
presidenciales, ¿el Acuerdo de Paz se moriría? ¿Los exguerrilleros deberían
coger, de nuevo, camino hacia el monte?
Eso es lo que pretende el senador Uribe. Lo acaba de confesar cuando dijo con
desparpajo, en el Congreso, que prefería a los guerrilleros disparando en el monte
que hablando. Pese a todo, la JEP seguirá operando, porque tiene mandato
constitucional y todo el respaldo internacional. Sin embargo, la ausencia de la ley
estatutaria entorpece y demora sus procedimientos. Hay que recordar que, no
obstante, el esfuerzo dilatorio gubernamental, este es inútil porque la Corte
Constitucional ha reiterado que cualquier cambio que allí ocurra será objeto de su
análisis. Y, por lo tanto, reiterará, sin duda, que es cosa juzgada constitucional.

“Se está dando inicio a... la profundización de la violencia”


Se rumora con insistencia que se están armando montajes judiciales contra
los opositores y el ambiente de confrontación entre líderes políticos es
francamente peligroso ¿Percibe que el clima es propicio para pasar de las
palabras fuertes y los gritos, a las balas y las detenciones arbitrarias? Por
favor, conteste con la mayor sinceridad...
Desafortunadamente, sí. La historia de Colombia es, como se dice en un texto
reciente del profesor Francisco Gutiérrez y sus colaboradores, una historia de
violencias persistentes que son causadas, precisamente, porque quienes están
dedicados a sembrar el odio y la venganza, y a revivir esos ciclos. Una de las
características de la profundización de la violencia es la persecución a los
opositores y el exterminio físico, legal o moral del contradictor. Me parece
evidente que estamos dando inicio, en este gobierno, a una etapa como esa. Ojalá
el presidente Duque tome cartas en el asunto pues creo que es más una posición
de los sectores radicales del Centro Democrático, que del talante presidencial
actual.

“Franca señal de deterioro”


Usted alguna vez dijo que le tenía la más grande admiración a Álvaro Uribe
a quien creía “de la talla histórica de Simón Bolívar” ¿Se arrepiente de su
“pasado”, hoy, cuando está en la antípoda política del expresidente?
Empiezo por decirle que no termino de purgar ese pecado de hace doce años.
Pero, también, que el pecado no es el que usted menciona. La gente no recuerda o
no sabe que yo no voté por Álvaro Uribe, en 2002, por las dudas que le expresé, a
él mismo, sobre Pedro Juan Moreno. Voté por Noemí Sanín. Y no lo hice por la
reelección porque no era parlamentario. Llegué al Congreso en 2006 y me
encontré a Uribe ya presidente. Conocí a Juan Manuel Santos quien, desde
entonces, nos planteó su proyecto de fortalecimiento de las Fuerzas Armadas
para luego hacer la paz. Sí me arrepiento de un pecado: creí, como la mayoría,
que con el liderazgo de Uribe se podía controlar la inseguridad y la violencia. Me
equivoqué y en buena hora me bajé de ese espejismo engañoso. Uribe nos enseñó
a odiar y a temer a un enemigo que, ahora sabemos, él necesita mantener vivo
para sustentar su discurso guerrerista. Llegar a decir que prefiere 80 veces a los
guerrilleros matando, que oír sus palabras en el Congreso, es un franca señal de
deterioro. Es lo que Zygmunt Bauman llamó la “maldad líquida”.

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