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Según Kant, ¿Cuál es la diferencia, y cual es la relación, entre los conceptos del

entendimiento y las ideas de la razón?


En primer lugar, es necesario conocer lo que implica el entendimiento para Kant. Este filósofo
concibe tal concepto como la espontaneidad del conocimiento, es decir, su capacidad de producir
representaciones. De tal modo, el entendimiento se encarga de pensar el fenómeno, aplicándole
una serie de categorías, que son constitutivas de nuestro modo de conocimiento. Por ello, es posible
afirmar que esta facultad analiza el fenómeno mientras intenta aplicar alguna de sus categorías al
mismo, a fin de buscar la comprensión del mismo. Sin embargo, es importante destacar que Kant
no le da más importancia al entendimiento que a la sensibilidad, sino que afirma que ambos deben
colaborar para que se pueda dar el pleno conocimiento. Por ello afirma que los pensamientos sin
contenidos son vacíos y las intuiciones sin conceptos son ciegas en tanto postula que el resultado
al que llega el entendimiento es el objeto de conocimiento sobre el que es posible formular juicios.
Entonces, por un lado, los conceptos Puros Del Entendimiento según Kant son conceptos innatos
o no empíricos del Entendimiento, aunque legítimos por ser la condición de posibilidad para pensar
los objetos que se ofrecen a la experiencia. Esto se explica en el hecho explicado en la obra de
Kant cuando afirma que el Entendimiento es capaz de generar conceptos a partir de la experiencia,
es decir, conceptos empíricos. Para esto, es necesario tener claro que el entendimiento es una
facultad de los conceptos y los juicios según la cual somos capaces de conceptualizar o utilizar
conceptos para comprender lo que se da a la percepción. Además de conceptos empíricos, Kant
cree que en el Entendimiento hay doce conceptos puros cuyo origen no está en la experiencia;
estos conceptos reciben el nombre de categorías. Por otro lado, las ideas, según Kant son conceptos
de la razón referidos a objetos que nunca pueden ser percibidos. Esto quiere decir que los propone
la naturaleza misma de la razón y, además, son trascendentes, ya que superan los límites de toda
experiencia. Por lo tanto, las ideas son representaciones puras de la Razón, lo que quiere decir
que se generan como consecuencia del peculiar funcionamiento de esta facultad cognoscitiva a
través de la búsqueda de lo incondicionado y el fundamento último de los fenómenos. Debido a
esta naturaleza, tienen un uso regulativo ya que, a lo que se refieren: el alma, el mundo y Dios, no
puede ser un objeto de conocimiento por lo que sirven como elementos reguladores y directivos
de la actividad científica.

Asimismo, la razón es la facultad formuladora de principios. Vale recalcar que Kant la divide en
Razón Teórica y Razón Práctica. Sin embargo, ambas no se deben entender como razones distintas
sino de dos usos de la misma y única razón. Por un lado, Kant afirma que cuando dichos principios
se refieren a la realidad de las cosas, es decir, cuando utilizamos la Razón para el conocimiento de
la realidad, se está utilizando la razón en su facultad teórica; mientras que, por otro lado, cuando
dichos principios tienen como objeto la dirección de la conducta, la Razón tiene un uso práctico. En
su uso teórico la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos. Asimismo,
vale destacar que Kant también considera que la razón es la facultad que nos permite fundamentar
unos juicios en otros, y que junto con la Sensibilidad y el Entendimiento compone las tres
facultades cognoscitivas principales que Kant estudia en la “Crítica de la Razón Pura”.

Para esbozar la relación entre ambas nociones, es necesario tener en cuenta que, según Kant, todo
nuestro conocimiento comienza merced a los sentidos, pasa luego al entendimiento y culmina
después en la razón. Esto quiere decir que, por un el entendimiento introduce el orden o, en otras
palabras, unifica los datos de los sentidos con arreglo a las leyes que le son inherentes. De tal
modo, es posible afirmar que tal ordenación del material de los sentidos de acuerdo con las leyes
del entendimiento constituye el conocimiento humano. Por otro lado, Kant afirma que el
conocimiento es subjetivo y no refleja para nada, ni puede reflejar, el mundo material de las “cosas
en sí”. Sin embargo, a su vez, tal filósofo considera que nuestro el conocimiento puede superar los
límites que le impone su naturaleza en tanto puede intentar concebir las cosas tal como son en sí
mismas. Es aquí donde Kant afirma que comienza el terreno de la razón. Cuando la razón intenta
hacer lo anterior, cae inevitablemente, en contradicciones, es decir, a conclusiones que pueden ser
fundamentadas y, a su vez, excluirse mutuamente. Por ello Kant señala la presencia de
contradicciones puramente subjetivas en la razón, carentes de toda relación con el mundo de las
“cosas en sí”.

Por ello, Kant afirmaba que el paso hacia el conocimiento racional significa alejarse al máximo de
la experiencia, de los objetos del mundo exterior. El propio hecho de que la razón cayera en
contradicciones era, para Kant, una prueba de la debilidad de la razón, de lo ilegítimo de su intento
de concebir el mundo de las “cosas en sí”. Así, es posible concluir que todo conocimiento comienza
por los sentidos, pasa en seguida al entendimiento y se corona en la razón. De tal modo, el
entendimiento introduce el orden en los datos suministrados por los sentidos y los reúne según las
leyes que le son inherentes. El conocimiento es esta ordenación del material suministrado por los
sentidos conforme a las leyes “a priori” del entendimiento. Por ser subjetivo, el conocimiento no
refleja en absoluto ni puede reflejar el mundo objetivo de las “cosas en sí”. Pero nuestro
conocimiento trata de desbordar los límites estrechos que la naturaleza le ha asignado, aspira a
concebir las cosas tal como son. Y ese es el dominio de la razón. Pero ésta tropieza con
contradicciones inevitables: desemboca en conclusiones que se contradicen recíprocamente, que
pueden justificarse en igual medida y que, al mismo tiempo, se excluyen mutuamente. Kant
afirmaba que pasar al conocimiento racional significaba alejarse al máximo de la experiencia, de
los objetos del mundo exterior.

De esta manera, teniendo en cuenta que todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, pasa
de éstos al entendimiento y termina en la razón, se puede concluir que , al igual que en el caso del
entendimiento, hay un uso meramente formal de la misma, es decir, un uso lógico, ya que la razón
hace abstracción de todo contenido. Sin embargo, es necesario afirmar que también se ve explícito
un uso real que encierra el origen de ciertos conceptos y principios que no toma de los sentidos ni
del entendimiento. Por otro lado, a lo largo de la presente respuesta se ha podido entender que
el entendimiento refiere a la la facultad de las reglas mientras que la razón puede ser concebida
como una “facultad de los principios”. Este conocimiento por principios está caracterizado porque,
mediante el uso de conceptos, es posible conocer lo particular en lo universal. Por otro lado, el
conocimiento derivado de principios es completamente distinto del simple conocimiento del
entendimiento. Este último tipo de conocimiento no contiene algo universal por conceptos, sino
que es únicamente la facultad de la unidad de los fenómenos mediante reglas. Por ello, se puede
concluir que la razón es la facultad de la unidad de las reglas del entendimiento bajo principios,
esto quiere decir que tal facultad nunca se refiere directamente a la experiencia o algún objeto,
sino al entendimiento, a fin de dar unidad a priori, mediante conceptos, a los diversos
conocimientos de éste.
De esta manera, es necesario concluir con lo que implica la distinción que realiza Kant entre el
entendimiento y la razón. Kant, como se puede concluir a partir del presente análisis, afirma que
el entendimiento es el pensamiento discursivo, científico, determinado mientras que la razón en
cambio está intrínsecamente relacionada con la metafísica, siendo su órgano fundamental. El
entendimiento, entonces, está inmediatamente referido a las intuiciones sensibles a diferencia de
la razón, que es la facultad de los principios. En el entendimiento reside la espontaneidad del
conocimiento, la capacidad de producir representaciones que nos posibilitan conocer los objetos
de la intuición sensible.
Los conceptos puros del entendimiento o categorías son pues obtenidos a partir de los diferentes
tipos de juicios: cantidad, cualidad, relación y modalidad. Dichas categorías son conceptos a priori,
posibilitadores de la experiencia, dirigidos esencialmente a los objetos de la experiencia que sólo
pueden conocerse gracias a ellos. El entendimiento, por otro lado, es la facultad de conocimiento,
que consiste en la determinada relación de representaciones dadas con un objeto. Objeto es aquello
en cuyo concepto se reúne la diversidad de una intuición dada. Conocer es relacionar las
representaciones con un objeto, y esta relación se produce gracias a la unidad de la conciencia que
es la base del propio entendimiento. Al análisis del entendimiento como facultad de las reglas,
sucede la dialéctica de la Razón como la facultad de los principios.
Las tres ideas de la razón son las de sujeto, o alma, la de mundo y la de Dios, que aparecen como
los incondicionados que posibilitan las distintas series de condiciones de los fenómenos. En Kant,
el dominio del entendimiento constituye el ámbito en el que podemos llevar a cabo la construcción
de la ciencia del mundo físico, mediante la síntesis de las representaciones de la sensibilidad por
medio de las categorías, mientras que el dominio de la razón es aquél en el que pretendemos
conseguir la unidad absoluta de la experiencia a través de las ideas del yo, el mundo y Dios, que
al contrario que las categorías no tienen un uso constitutivo sino sólo regulativo del conocimiento,
unifican el conocimiento empírico sin ser ellas mismas conocimiento. Los límites del
conocimiento son los límites que separan el entendimiento de la razón.
Según Kant, ¿Cómo son compatibles la necesidad natural y la libertad, a pesar de que, al
pensarlas, la razón incurre necesariamente en una antinomia?

Por un lado, es necesario analizar qué es lo que significa libertad para Kant. Así, podemos definir
esta noción a partir de su obra como la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar
según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón;
libertad equivale a autonomía de la voluntad. De tal modo, es importante tener en cuenta que la
razón teórica no puede demostrar la existencia de la libertad pues solo es capaz de alcanzar el
mundo de los fenómenos, mundo en el que todo está sometido a la ley de causalidad, y por lo tanto
en el que todo ocurre por necesidad natural. Sin embargo, desde la perspectiva de la razón práctica,
teniendo por necesario entender la experiencia moral, cabe la defensa de la existencia de la libertad.
Debido a esto es posible afirmar que, si las acciones de los individuos están determinadas por
causas naturales o, en otras palabras, carecen de libertad, no podemos atribuirles responsabilidad,
ni es posible la conducta moral. La libertad entonces es para Kant la condición de posibilidad de
la moralidad, mientras que la moralidad es lo que nos muestra la libertad en sí.

La libertad, asimismo implica el concepto de autonomía de la voluntad. Este concepto explicita


que un sujeto es autónomo cuando se da a sí mismo sus propias leyes y es capaz de cumplirlas. La
autonomía de la voluntad describe la circunstancia de que cuando un sujeto se comporta
moralmente él mismo se da las leyes a las que se somete, pues dichas leyes tienen su origen en la
naturaleza de su propia razón. De esta manera, teniendo en claro. Para entender cómo se forma la
antinomia planteada en la pregunta, la cual es la tercera antinomia planteada por Kant en su obra.
Sobre esta, es necesario afirmar que, si se tomaran los objetos del mundo sensible por cosas en sí
mismas y las leyes de la naturaleza por leyes de las cosas en sí, entonces la contradicción sería
inevitable. Asimismo, si el sujeto de la libertad se representase, igual que los otros objetos, como
un mero fenómeno, tampoco se podría evitar la contradicción, pues se afirmaría o negaría al mismo
tiempo lo mismo de un mismo objeto. Sin embargo, si la necesidad de la naturaleza se refiere
simplemente a fenómenos y la libertad simplemente a cosas en sí mismas, entonces no se origina
ninguna contradicción, aunque uno admita o suponga ambas clases de causalidad.

Teniendo en claro esto, es posible analizar la presente antinomia. Por un lado, según Kant, la tesis
de la presente antinomia, en la que se afirma que hay libertad, podría ser verdadera o podría ser
falsa. Esto dependería de a lo que nos estemos refiriendo a la hora de aplicar la existencia de la
libertad. En este contexto, por tanto, la afirmación “hay libertad” es verdadera cuando se piensa
que la libertad se refiere únicamente al ámbito de las cosas en sí; pero es falsa si, con tal
afirmación, se está diciendo que existe la libertad en el ámbito de la fenoménico. También
sería verdadera si afirma que el sujeto del mundo de las cosas en sí es libre; pero sería falsa si está
afirmando que hay libertad en el sujeto fenoménico. Asimismo, es importante tener en cuenta que
el argumento que justifica la tesis consiste en una reducción al absurdo de los razonamientos de la
antítesis y el uso del principio de razón suficiente. El argumento kantiano de la prueba de la tesis
en la tercera antinomia entonces radica en que, en primer lugar, se supone que no hay otra
causalidad que la que obedece a las leyes de la naturaleza. A partir de ello se puede derivar que
todo cuanto sucede presupone un estado previo al que sigue inevitablemente de acuerdo con una
regla, lo cual también aplica para la “causalidad de la causa”, es decir, tal causa presupone también
una causa y esto se extiende, según la ley de la naturaleza, a todo evento causal que suceda en el
mundo. De tal modo, la ley de la naturaleza consiste precisamente en que nada sucede sin una
causa suficientemente determinada a priori. Así, tal premisa sólo explica el significado de lo que
son las leyes de la naturaleza como originalmente se supusieron. De ser así, nunca se podría llegar
a un primer comienzo y, por lo tanto, no se completaría la serie de las condiciones.

De esta manera, no habría una causa o fundamento suficiente que determinara la totalidad de los
fenómenos. Sin embargo, esto contradice el supuesto inicial de que todo sucede según las leyes de
la naturaleza. En tanto que la serie no puede permanecer incompleta, se debe suponer, junto con
la causalidad de acuerdo a leyes naturales, una primera causa que no esté “determinada por otra
anterior según leyes necesarias”. Así, es importante tener en cuenta que esta causalidad no es otra
que la “absoluta espontaneidad”, la causalidad libre o “libertad trascendental”, que es capaz de
iniciar una serie de fenómenos por sí misma. Por lo tanto, la dificultad, según Kant, no consiste en
explicar cómo es posible la “causalidad incondicionada”, pues en este caso resulta igualmente
enigmático cómo es posible la ley según naturaleza. La verdadera dificultad radica en cómo
podemos aceptar esa “causalidad incondicionada”.

Por otro lado, la antítesis de la presente antinomia, de la misma manera, podría ser verdadera o
podría ser falsa. Todo depende de a lo que nos estemos refiriendo a la hora de aplicar la existencia
de la libertad. En este contexto, por tanto, la afirmación “no hay libertad” sería verdadera si está
negando la posibilidad de la libertad en el ámbito de lo fenoménico. Sin embargo, sería falsa si
también niega la posibilidad de tal libertad en el ámbito de lo nouménico. Asimismo, sería
verdadera, también, si niega que el sujeto fenoménico tenga libertad; pero sería falsa si negara que
el sujeto nouménico es libre. Entonces, la prueba de la antítesis de la tercera antinomia tiene que
ver con la génesis de una acción y con la posibilidad o imposibilidad de la libertad. La primera
cuestión se centra en el análisis del estado precedente de la acción y del primer comienzo dinámico
de la misma. La segunda, por su lado, muestra la contradicción entre las leyes de la naturaleza y
el principio de libertad. De tal modo, es posible resumir el argumento kantiano de esta prueba de
la siguiente manera. En primer lugar, se supone que hay una libertad trascendental, es decir, una
facultad capaz de iniciar un estado y, consiguientemente, una serie de consecuencias del mismo.
De esto se sigue que la serie de causas tiene su comienzo absoluto, o primer comienzo, en esta
causa espontánea, la cual, por su parte, debe comenzar también absolutamente en sí misma, pues,
en tanto libertad trascendental, no hay nada previo que la pueda determinar según leyes fijas. Por
lo tanto, se deriva de esto que todo comienzo de acción supone un estado anterior propio de la
causa que todavía no actúa.

Sin embargo, esto no se sigue del supuesto de una causa espontánea que inicia absolutamente en
sí misma, por lo que se puede concluir que la libertad se opone a la ley de causalidad. De tal modo,
la libertad, así tomada, viola las consideraciones de la unidad de la experiencia que se basan en
relaciones causales. Por lo tanto, no puede haber libertad trascendental debido a que tal noción es
sólo un producto mental que no se halla en ninguna experiencia. La observación a la antítesis de
la tercera antinomia se dedica a atacar el argumento de analogía de la tesis en dos momentos. Si
bien se puede suponer, como afirma Kant, que hay una facultad trascendental de libertad, ésta sólo
puede hallarse fuera del mundo. Pero nunca puede permitirse que semejante facultad sea atribuida
a las sustancias del mundo mismo, ya que entonces desaparecería en su mayor parte la
interdependencia de los fenómenos que se determinan necesariamente unos a otros según leyes
universales.
La cuestión, entonces, se reduce a saber si es posible la libertad en un efecto determinado por
causas naturales, o si bien esto es imposible. Considerados los objetos como cosas en sí, adelanta
Kant, la respuesta a este problema concluiría que la libertad es imposible, pues, entonces, los
objetos en sí mismos se explicarían sólo por las causas naturales. Sin embargo, tomados como lo
que en realidad son, esto es, como simples representaciones interrelacionadas según leyes
empíricas, es decir, como fenómenos, tienen entonces que tener fundamentos que no sean
fenómenos ellos mismos. Así, pues, el objeto en consideración puede ser pensado como siendo
determinado doblemente, por un lado, por una causa inteligible, esto es, aquella que no es
fenómeno en un objeto de los sentidos, y, por otro lado, según una causalidad natural. De esta
manera, se puede tomar el efecto como libre con respecto a su causa inteligible y, con respecto a
su interrelación con los otros fenómenos, de acuerdo a la necesidad de la naturaleza.

Ahora, teniendo en cuenta lo expuesto a lo largo del desarrollo de la presente pregunta, es posible
concluir que ambas, tanto la tesis como la antítesis de la tercera antinomia podrían ser verdaderas
si y solo si la necesidad de la naturaleza se refiere simplemente a fenómenos y la libertad
simplemente a cosas en sí mismas. Mientras que ambas serían falsas si, o bien, se toman los objetos
del mundo sensible por cosas en sí mismas y las leyes de la naturaleza por leyes de las cosas en sí;
o bien, se representa al sujeto de la libertad al igual que los otros objetos, como un mero fenómeno.
Esto quiere decir que, en tanto que, pensado, jamás conocido, en su carácter inteligible, el agente
o sujeto de acción de la serie de los fenómenos no estaría él mismo determinado por ninguna
condición que afecte a éstos, ya sea temporal, espacial, etc., “aunque su efecto aparezca en un
fenómeno”. Así, si se considera la cuestión desde este doble punto de vista, fenoménico y
nouménico, entonces desaparece el conflicto, pues los dos principios que gobiernan dichos
ámbitos, el de las leyes naturales y el de la libertad, son independientes el uno del otro y, por lo
tanto, no se afectan ni se contradicen.
¿Como se conecta, en Fundamentación para la metafísica de las costumbres de Kant, el
principio moral de actuar según la ley universal con el principio moral de no
instrumentalizar a las personas?
Para la respuesta de la presente pregunta es necesario, en primer lugar, esbozar la idea de
imperativo categórico kantiano. Siguiendo la lectura de la obra, se puede llegar a concluir que todo
individuo, en algún momento, ha hecho o pretendido hacer lo correcto o, en caso contrario, ha
sentido remordimiento por no hacerlo. Teniendo en cuenta lo previamente expuesto, se puede
afirmar que el concepto de imperativo categórico de Kant está profundamente vinculado a este
hecho. El imperativo categórico, entonces, puede ser entendido como el acto o proposición que se
lleva a cabo por el hecho de ser considerada necesaria, sin que existan más motivos para ser llevada
a cabo que dicha consideración. De tal forma, tales actos se relacionarían con las construcciones
que se realizan en forma de deber, sin estar condicionados por ninguna otra consideración,
debiendo ser estas universales y de aplicación en cualquier momento o situación. El imperativo,
por lo tanto, es un fin en sí mismo y no un medio para lograr un resultado determinado. Asimismo,
este imperativo no tiene por qué tener un sentido aditivo; puede ser restrictivo, lo que quiere decir
que no se trata solo de que hagamos algo, sino que también puede basarse en no hacerlo o dejar de
hacerlo. El imperativo categórico, vale recalcar, es un constructo eminentemente racional según
Kant, que pretende tratar la humanidad (entendida como cualidad) como fin y no como medio para
alcanzar algo. Sin embargo, se trata de imperativos difíciles de ver en la vida real en este sentido,
puesto que también estamos muy sujetos a nuestros deseos y guiamos nuestra actuación en base a
estos.
De tal modo se puede definir al imperativo categórico como un mandato con carácter universal y
necesario, es decir, este prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo
por la propia bondad de la acción, independientemente de lo que con ella se pueda conseguir.
Declara la acción objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Para
Kant sólo este tipo de imperativo es propiamente un imperativo de la moralidad. Vale recalcar que
es preciso tener cuidado porque la mera expresión lingüística de tales imperativos, ya que esta no
es suficiente para determinar si el imperativo que ha guiado nuestra conducta es hipotético o
categórico: para averiguar si es uno u otro el caso es preciso referirse a lo que ha movido nuestra
voluntad. Si, por ejemplo, alguien no roba por miedo a la policía, el imperativo de “no debes robar”
es hipotético mientras que, si no roba porque la acción de robar es mala en sí misma,
independientemente de si nos pueda detener o no la policía, entonces nuestro imperativo es
categórico. Siguiendo aquello, Kant consideró que nunca se puede estar absolutamente seguro de
que nuestra conducta no haya estado motivada por un interés o por algún temor, y por ello concluyó
que cuando nos parece seguir un imperativo categórico siempre es posible que el imperativo por
el que nos regimos sea hipotético.
A fin de responder la presente pregunta, es necesario destacar que Kant da también unas fórmulas
generales del imperativo categórico, fórmulas que resumen todos los mandatos morales. Uno de
los cuales, implícitamente relacionada con la cuestión presente es la que Kant denomina como la
Fórmula del fin en sí mismo que afirma que el individuo debe obrar de tal modo que use la
humanidad, tanto en su persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al
mismo tiempo y nunca solamente como un medio. Esta fórmula, está relacionada con la noción de
humanidad a la que Kant entiende como la capacidad racional que tenemos los seres humanos de
proponernos fines. Esta segunda fórmula del imperativo permite ver de manera más clara por qué
Kant pensaba que la moralidad prohíbe el engaño y la coacción. De acuerdo con su teoría este tipo
de conducta está prohibida de manera absoluta o incondicionada, por lo cual resulta siempre
inmoral. Sin embargo, cabe preguntarse si no existen casos en los cuales el engaño y la coacción
puedan estar justificados desde un punto de vista moral.
La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional puede ser fin en sí mismo; porque sólo
por ella es posible ser miembro legislador en el reino de los fines. Así, pues la moralidad y la
humanidad, en cuanto que ésta es capaz de moralidad, es lo único que posee dignidad.

En la Metafísica de las Costumbres Kant manifiesta que el respeto que mostramos hacia los demás
es “respeto por el hombre como ser moral. Y que “la moralidad es fin en sí misma.

Con todo de lo que se ha dicho de la moralidad y del hombre como ser moral, parece que el
ejercicio de la voluntad tiene mucho que aclarar sobre el hombre racional como fin en sí mismo.
Tal vez es porque como hombre con razón y poder de voluntad, es capaz en sí mismo legislar
principios morales universales. O simplemente por ser capaz de moralidad el hombre se distingue
como fin en sí mismo y esto es más que legislar principios morales.

Claves entonces para entender la humanidad como fin en sí misma son las nociones de la razón y
la voluntad.

Para una voluntad perfecta como la de Dios, parece que la razón basta para poder obrar una acción
moralmente buena, pero para una voluntad como la nuestra, que es débil e inclinado a la
sensualidad, parece que debe haber algo más que acompañaría nuestras acciones. Aquí podemos
acudir al concepto de respeto que se conoce en alemán con el término Achtung. El respeto según
Kant es un sentimiento “cuya causa que lo determine reside en la razón pura práctica.
el respeto se aplica siempre únicamente a personas, jamás a cosas. Las cosas pueden suscitarnos
inclinación, y cuando se trata de animales incluso amor, o también miedo, como el mar, un volcán
o una fiera, más nunca respeto. Pero nada de todo esto supone respeto.

Que nos mueve moralmente a tratar las personas con respeto? Dice Kant: “el respeto hacia la ley
moral es el único a la par que indubitable móvil moral, tal como este sentimiento no se atiene a
ningún objeto salvo exclusivamente por este fundamento. La ley moral es lo que determina primero
objetiva e inmediatamente la voluntad en el juicio de la razón; la libertad, cuya causalidad sólo es
determinable mediante la ley, consiste precisamente en restringir toda inclinación y, por ende, la
estima de la propia persona a la condición de observar su ley pura.

Achtung entonces es un sentimiento moral positivo de principios morales inspirados por la ley
misma. En Kant, respetamos a las personas por la ley. Como ya vimos, solo un ser racional posee
la facultad de obrar por la representación de las leyes, o por principios y el ser racional posee una
voluntad. Entonces, solo los seres racionales son capaces de reconocer y consultar leyes y
principios para guiar sus actos. Por lo tanto, solo las criaturas racionales tienen razón práctica por
la cual los agentes racionales consultan reglas según las leyes y principios para su ejecución moral
voluntaria. Según Kant, “la representación de un principio objetivo, en tanto que es constrictivo
para la voluntad llamase mandato (de la razón) y la fórmula del mandato llamase imperativo.

Para nosotros los seres racionales pero con inclinaciones que nos pueden apartarnos de actuar
según los deberes morales, es importante para equilibrar estas tendencias negativas, recordarnos
siempre de las nociones kantianas morales de la razón, la voluntad, el achtung, y la ley. Estas
nociones son fundamentales para tratar a la humanidad como fin en sí misma y no sólo un mero
medio. Alguien que actúa opuestamente a esta moralidad parece actuar irracionalmente. Quien no
toma la humanidad como fin en sí misma es actuando irracionalmente. Quien no respeta a las
personas no han vivido la ley reconocida por la razón y que debidamente ser actuado con el poder
de la voluntad. Podemos decir entonces que el fin en sí mismo es de la naturaleza racional que
incluye algunos aspectos de la moralidad como por ejemplo el poder de legislar principios morales
o leyes gracias a la razón, y la capacidad de poder actuar y actuarlos verdaderamente según estos
principios morales gracias a la voluntad y el respeto por la ley que nos hacen respetar a las
personas.

la esencia del porqué de la humanidad como fin en sí misma. Dice Kant: si, pues, ha de haber un
principio práctico supremo y un imperativo categórico con respecto a la voluntad humana, habrá
de ser tal, que por la representación de lo que es fin para todos necesariamente, porque es fin en sí
mismo, constituya, un principio objetivo de la voluntad y, por tanto, pueda servir de ley práctica
universal. El fundamento de este principio es: la naturaleza racional existe como fin en sí mismo.
Así se representa necesariamente el hombre su propia existencia, y en ese respecto es ella un
principio subjetivo de las acciones humanas. Así se representa, empero, también todo ser racional
su existencia, a consecuencia del mismo fundamento racional, que para vale; es, pues, al mismo
tiempo un principio objetivo, del cual, como fundamento práctico supremo, han de poder derivarse
todas las leyes de la voluntad.

La voluntad como un elemento esencial en la concepción de la humanidad como fin en sí mismo


debe ser ordenada propiamente. Es decir al hablar de la humanidad como fin en sí misma, no debe
ser sacrificada para fines contingentes, o sea fines basados simplemente de los deseos o
sentimientos cualesquiera. La voluntad en este caso debe ser dirigida a su propio uso según la
ley. Sacrificar la voluntad para fines contingentes puede poner en peligro la naturaleza racional.
Por elegir fines contingentes uno puede actuar no de acuerdo según los requisitos morales de la
ley.

El hombre debe cultivar sus facultades y su voluntad por respetar la ley.

Por todo lo que se ha visto el Imperativo Categórico de la humanidad como fin en sí mismo implica
poder ver la persona en su totalidad con leyes, razón, voluntad y sentimientos esenciales como
respeto que le hacen en sí mismo sujeto y objeto de la moralidad. Ver la persona así contribuye a
entender cómo debemos vivir en una sociedad pluralista, sin embargo, con un fundamento común
de racionalidad. Por la razón podemos ver las leyes que debemos legislar para un bien objeto de la
humanidad. Por la voluntad podemos actuar de acuerdo con un fin bien y necesario para cada
individual. Y más prácticamente podemos respetarnos unos a otros como consecuencia de ser fines
objetivos en nosotros mismos, aunque tengamos variedades de inclinaciones y deseos subjetivos
como humanos buscando fines contingentes.

La autonomía es, pues, el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza


racional. Cuando Kant explica la tercera formulación del imperativo categórico afirma que es la
voluntad humana aquella que se auto-legisla. Esto quiere decir que la voluntad no se somete a una
ley exterior, sino que está en capacidad de darse a sí misma la ley moral: sólo en la medida en que
es una voluntad auto-legisladora está “sometida” a su propia ley. Teniendo presente esto, Kant nos
dice que la razón por la cual dicha voluntad es capaz de auto-legislarse es que ésta no depende de
ningún tipo de interés ulterior que la lleve a actuar moralmente, sino que es independiente de
cualquier resorte como fundamento subjetivo. Esto conduce a que el imperativo categórico sea
incondicionado puesto que “no se funda en ningún interés”. En síntesis, el ser humano en tanto
que es un ser racional está sometido a su propia legislación
Esto lo constituye precisamente como ser racional y lo diferencia de otro tipo de seres vivos. Su
voluntad, en tanto que es autónoma, se da su propia ley, por lo que el imperativo categórico, en su
tercera formulación, determina que el ser humano (en uno mismo y en los demás) debe tratarse
siempre como un fin, nunca meramente como un medio. Esto en últimas quiere decir que nunca se
debe instrumentalizar a la persona en sí misma ni ella debe instrumentalizar a otros para conseguir
fines ulteriores o intereses subjetivos. Al considerar al ser humano como una voluntad auto-
legisladora, es decir, autónoma, debe tratársele siempre como un fin y no meramente como un
medio. Esto permite pensar en la posibilidad de que exista, aunque sea en términos ideales, un
“enlace sistemático de seres racionalmente unidos por leyes objetivas comunes”, en otras palabras,
un reino de los fines, un reino de voluntades autónomas que deben ser consideradas siempre como
fines en sí mismos y nunca meramente como medios. El argumento de Kant llega a considerar la
existencia de este tal reino de los fines en donde el cumplimiento del deber es autónomo, porque
el sujeto moral se auto-legisla y las leyes morales hacen referencia a, y tienen por fundamento, ese
fin último que es el ser humano como ser racional. De esta manera Kant afirma: “[l]a moralidad
consiste, así pues, en la referencia de toda acción a la legislación únicamente por la cual es posible
un reino de los fines”5 . Lo anterior se entiende como que sólo el imperativo categórico debe
concebirse como ley moral, y ello conlleva a que sólo el ser racional es capaz de auto-legislarse a
la luz de este imperativo categórico; por tanto, se hace persona moral o actúa moralmente.
Veamos qué significa para Kant tener dignidad: Kant plantea una diferenciación entre precio y
dignidad. Ambos son valores que se refieren a dos órdenes totalmente distintas. Aquello que tiene
precio puede ser sustituible por otra cosa que sea su equivalente en valor. Por el contrario, hay
otras existencias que no tienen precio y se encuentran por encima de esas otras cosas que sí lo
tienen; no tienen equivalentes en valor, por lo cual no son sustituibles, y, en este sentido, poseen
dignidad. La dignidad es pues aquel valor interior que posee todo ser racional en tanto que se
constituye a sí mismo como un fin último, como auto-legislador de su voluntad y como un ser
capaz de autonomía moral. En palabras de Kant: “aquello que constituye la condición únicamente
bajo la cual algo puede ser fin en sí mismo no tiene meramente un valor relativo, esto es, un precio,
sino un valor interior, esto es, dignidad”6 . Para Kant lo único que tiene dignidad es la humanidad
en tanto ésta es capaz de moralidad. El sujeto moral posee dignidad y en pro de ella debe ser tratado
del modo como se expresa en la segunda formulación del imperativo categórico: Obra de tal
modo que uses la humanidad en tu propia persona como en una persona de cualquier otro siempre
a la vez como fin, nunca meramente como medio7 .
El ser racional, así como la humanidad en general, posee dignidad en tanto se autolegisla bajo
leyes morales objetivas. Esta legislación (llamada moralidad) a su vez posee dignidad, es decir, un
valor interior que es incondicionado y no relativo. La actitud que debe tomar el ser humano dotado
de razón frente a la ley moral es una actitud de respeto de su dignidad. Así, para que el ser racional
tenga dignidad es necesario que esté en capacidad de auto-legislarse autónomamente, que sea
miembro del reino de los fines y que se conciba como un posible legislador universal. La
autonomía constituye aquello que nos hace pertenecer al reino de los fines y participar de la
moralidad universal, puesto que nos sometemos a la ley moral a la vez que nos la damos a nosotros
mismos desde un ejercicio puro de la razón práctica. Ésta es, en últimas, la que nos confiere
dignidad y nos hace acreedores de respeto.

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