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Un repaso sobre Nietzsche

“Yo soy el primer psicólogo, antes de mí, no existían”. Con estas severas palabras podemos
darnos idea de la concepción de Nietzsche sobre todo lo que se había escrito antes referente a
la naturaleza del hombre. Sobre Nietzsche se han escrito interminables columnas de huesos
apilados, libelos y folios sesudos y harto inservibles; han sido pues, las instruidas mentes de
este último siglo, recién salidas del horno académico y con insaciable apetito de atiborrar su
bibliografía personal, quienes se han atrevido a enmarañar toda una teoría filosófica (cuanto
odiaba él este aceitoso término) y racionalista en torno a su obra. Como lo dijo: su
pensamiento sólo podrá ser entendido “por buenos filólogos”, por aquellos hombres que
nacen póstumos en sus épocas. Nada de esto ha pasado, y hoy en día se conoce de su obra
sólo lo que se cree verídico de oídas y, en el mayor de los casos, con las ideas diametralmente
trucadas. Así pues, es necesario revisar muy brevemente lo verdaderamente importante: la
filiación espiritual del autor, y descubrir cuan equivocados siguen los “tratadistas”, todos
prosaicos, en prohijar su obra entre los muchos abigarrados y lucrativos momentos de la
“Historia” del pensamiento.

En primer término, debemos decir que Nietzsche, como se anticipó, se preocupaba por
dilucidar la mente del hombre, de diseccionar las construcciones morales, por construir una
genealogía de la psicología del pensamiento. En esto, su estudio abarcó los campos sociales
inminentes: la historia de las religiones (lo que hoy podríamos llamar con toda propiedad
revisionismo), la antropología mítica (las relaciones del hombre con la idea de Dios, y no
viceversa), la teología (por descubrir la mentira detrás de toda teología), por la epistemología
como culmen racional (la Ciencia como sabiduría del hombre), etc. Entonces, podemos decir,
que la “filosofía” de Nietzsche, trata sobre la contraposición del Hombre con la historia del
Hombre.

Sumido en una Europa moldeada inconteniblemente por el iluminismo materialista ya reinante


a merced de la Revolución modernizadora francesa (léase de la masonería francesa), el joven
Nietzsche, tan sumido en sus primeros años, como todo joven noble de espíritu, en las artes y
la literatura clásicas, sufre una revelación, en el sentido social de la palabra, al tomar contacto
con las esferas altas de la Universidad: será luego; con las desventuras sufridas contra su
admirado Wagner (y su agridulce relación con Cósima y Lou; pues ,¡ay!, siempre será
necesaria la participación de la soror) que advierte una realidad que no podría ser más clara:
todo hombre de pensamiento moderno, esto es, académico, es un charlatán y un diletante. De
ahí, al saber que los “sacerdotes del pensamiento”, las grandes figuras y mentes, los
representantes del bien pensar de Europa, y en suma medida, de Alemania, no fueron más que
réprobos; sólo lo separaba un paso de concebir a toda la civilización occidental como el
resultado de una decadencia histórica.

Pero en Nietzsche todavía subsistían rasgos sociológicos no superados y que no le permitirán


llegar a la consumación de su trabajo (de su trabajo espiritual se dirá). Pues la gran lacra que
desvalorará su pensamiento será no desembarazarse, aunque él lo creyera así, de las
concepciones humanistas y positivistas que todo hombre docto debe saber modular. Para
Nietzsche el mayor bien de la vida es la vida misma: la realidad de la naturaleza es el único dios
naturalmente real. Así, el hombre sano, el superhombre, es aquel que vive de forma que sea
un vencedor de la naturaleza, aquel cuya moral sea la moral de la realidad. Pónganse el caso
de dos machos en una sabana desértica donde escasea el alimento (los bienes de la tierra y del
alma); ¿existe alguna duda en que será el más fuerte, el más astuto, el más inteligente, el más
moralmente libre el que venza?,¿el que, por imperio de la realidad y de sus cualidades
inmanentes, asesine a la debilidad y se quede con las hembras? Esto groseramente hablando.
Para Nietzsche, el superhombre es aquel ser que instituye el reino de la supremacía del poder
(produce civilización); la voluntad, el deseo de poder, dirá, es lo que revela al hombre superior.
Para el superhombre no existe el “tú debes” sino el “yo quiero”. Zaratustra (como camello,
luego león y finalmente niño) es aquél que respeta solamente el imperio de la veracidad de su
aristocracia, que es la armonía del Universo.

En esto podemos apreciar que el gran psicólogo, no supo diferenciar, al ya haber aceptado una
desigualdad entre los hombres, una desigualdad entre realidades de estos hombres. Entonces,
como existen aristócratas de espíritu, hombres libres y fuertes, también existiría una
naturaleza “materialmente divina”, la que estos primeros afirman como real y la imponen en
últimas. Nietzsche no impugna, en el estilo especulativamente filosófico siquiera, la naturaleza
de la Naturaleza. Es decir, no avizora que la realidad objetiva misma es una superestructura (la
estructura de las estructuras) de donde parten los demás sistemas, “obedeciendo” a la
relación hermética macro-micro (y como se verá, la gran traba de Nietzsche es su
agnosticismo), y que es reflejada, in naturalis, en la cultura del Hombre. No hay duda que el
superhombre es la más noble, libre y fuerte criatura de la naturaleza, ¡pero lo es a pesar de
ella! En su manejo de la zoología, no consiguió relacionar el comportamiento del mundo, con
la propia decadencia de los hombres-animales, como sucede con los microorganismos
parasitarios, que, si los hay en el reino natural, con más sutileza existirán en la sociedad del
hombre (la muerte es un absoluto y la apetencia de inmortalidad no puede devenir sino de un
elemento ajeno, esto no lo comprenderá): esto es, que tanto la Naturaleza, como la
decadencia del Hombre obedecen a una misma Ley. Él fue un enamorado de la Vida, pues su
gran potencia de voluntad le llevaba a superar todo lo creado, a crear una realidad “jamás
soñada por utopista alguno”, pero tal concepto no puede ser esgrimido sin acudir a la
metafísica divinizadora. No podrá entender que la Realidad es intrínsecamente perversa y
decadente y si existe un reino augusto para el hombre superior, tendrá que ser trasmutado,
robado, de la naturaleza.

Para Nietzsche existe un punto determinado en la historia donde se da vuelta la moral sana y
vigorosa y emerge la “moral de los chandala”; será en el orientalismo, en los textos védicos, en
los códigos de Manú, en el mithraísmo, en el indoeuropeísmo; de dónde sacará los elementos
de valor para su genealogía. Pero como acontece con el científico moderno, no sabrá
trascender el Mito, reduciéndolo solamente al arquetipo interno del inconsciente. Por eso
mismo es que no puede ver en las culturas sobrevivientes del nordicismo, los verdaderos
padres de la Weltanschuung aria, o hiperbórea, más que a bárbaros. Es que, para Nietzsche, la
idea de la divinidad, de lo superior en el hombre, ¡es la Razón! Luego, la diferencia estará en
los pueblos de sana razón, y el razonamiento decadente de otros. Su metafísica es el desarrollo
de la mente, para él “la bestia rubia” llevaba la superioridad en los genes; más no así en su
cultura, más propiamente, en su falta de cultura.

“Camino entre los hombres como por entre animales”. ¡Cuán cierto era esto!, pero no por la
potencia razón, sino por otro tipo de inteligencia, una salvaje indeterminabilidad. El hombre
del siglo XIX se convirtió en el antecedente del “homo robóticus” que sufrimos hoy en día, él lo
vio así, pero más importante, vio el porqué. No existe probidad alguna, buen pensamiento,
credibilidad, buena intención, verdad, honradez, integridad en las palabras de un pensador,
máxime en un escritor, si no ha arribado al verdadero problema del Hombre: esto es, al
Judaísmo. Aquí, y no en otra parte radica el valor y el triunfo de Nietzsche; él, como ningún
otro “filósofo” hasta la fecha pudo descorrer los dos mil años de falsedad en torno a la
construcción de este castillo tambaleante llamado Occidente. Fue el primero entre los
alemanes modernos (entre los netamente exotéricos) que descubrió el dedo hebreo detrás de
todo tipo psicológico decadente e imperante en la sociedad europea: en la religión
(cristianismo), en la política (como el arte de la imaginación), en la técnica (la belleza), en las
ciencias (como la emancipación del hombre y no su esclavitud), etc. Y desenmascaró
definitivamente al agente nocivo, al parásito chupasangre que destruye todo lo bello, alto y
bueno en el mundo: el sacerdote. Pudo esquematizar y verificar PSICOLÓGICAMENTE el
mecanismo de la conspiración dentro de los pueblos, esto es, la religión misma.

Aquí no vamos a tocar el tema del Cristianismo, puesto que es un tópico que no puede ser
abarcado ni en muchos libros; pero sí diremos unas cuantas palabras sobre Nietzsche y el
Redentor. En realidad, el Anticristo no fue escrito para el Mesías, sino contra Pablo, contra el
cristiano farsante que hace de Cristo una religión: ¿Acaso Cristo no vino a dar testimonio de la
igualdad entre las almas, como hijos legítimos del Señor? ¿No es acaso su buena nueva un
estado permanente de hechos aquí en la tierra? Es, realmente, que el sacerdote necesita de la
divinidad de Cristo (y de su muerte) para ser su representante, para atiborrarse las entrañas de
bistecs diría él; “sólo existió un cristiano, y murió en la cruz”. Nietzsche combate el nihilismo
propio del decadente (cómo me han causado risas y rabia algunas voces ignorantes que ponen
a Nietzsche en el bando del Nihilismo, ¡que atrevimiento!) Es el decadente quién por no tener
la virtud ni la verdad dentro suyo, un propio ideal, necesita de la religión y de Dios, quién crea
los conceptos de infierno, paraíso y pecado. Es el cristiano quién, en su infinita venganza e
impotencia de debilidad, ha desarrollado una moral que niega todo lo verdadero y virtuoso,
quién hace patrimonio de la enfermedad del espíritu toda palabra virtuosa: hace de una
mentira puramente ideal y equivocada, que sólo puede existir en el papel, el futuro del
Hombre, y es el sacerdote quien encumbra la fe, enemiga mortal de la verdad. En este caso, el
cristiano sería un judío mejorado, “tres veces más…”

Ya entrados los años, experimentará en la cima de una montaña en Sils-María, la visión del
Eterno Retorno, esta vez una revelación propiamente trascendente, y su idea del superhombre
supondrá la versión de éste mismo que pueda realizar la máxima gloria que sus posibilidades
soporten, agotar al máximo las capacidades del ser del hombre, ése será el superhombre. Así
se consigue el mayor esplendor, la mayor felicidad que se repetirá en la infinitud. Pero como
dijimos, siempre será reacio, pues ya había entrado en guerra total contra toda especulación
metafísica, a intentar dar un acercamiento a las nociones de alma o espíritu. Toda taumaturgia
y esoterismo le serán sospechosos (que pureza) y encontrará solamente en las auroras de la
soledad, un puente hacia las esferas parapsicológicas (en realidad hacia las puertas de la
divinidad). No alcanzará a localizar, como lo hizo con el judaísmo en la antihistoria, la Aurea
Catena, perteneciente siempre a la magia de naciones y pueblos “bárbaros o románticos” Su
Crepúsculo será el crespúsculo de la Gaya Ciencia, de la Lux romana y griega.

No podrá diferenciar la religión del alma, tan decadente, dogmática, mentirosa, mecánica,
materialista y puramente racional y/o ideal; de la verdadera espiritualidad, aquella que él
poseía sobremanera y a la que denominaba Aristos-Ratio. No podrá atravesar los mares de
erudición, pero tanto necesarias, que acopió en su lucha contra el pensamiento moderno de su
época (y de otras muchas más), aceptando una idea de Hombre Sol que se proyectara en el
futuro, como ser evolucionado, científico, un llegar a algo. Mas, sus vaticinios no ocurrieron de
este modo, pero sí prontamente: no se puede considerar la obra de Nietzsche y divorciarla del
Nacionalsocialismo. En efecto, el Hitlerismo no sólo superó al Superhombre, sino que superó a
Dios.
¡Pero cuánto se nos ha dado a nosotros gratis! Con infinito esfuerzo, con la soledad de saberse
único en su especie, pudo acercarse como ningún otro pensador a Hiperbórea, ni por mar ni
por tierra, él lo intentó por la inteligencia, ¡y vaya qué inteligencia! No dispondrá su espíritu a
dar el Gran Salto, a entrar en la Gran Locura liberadora, en su lugar se volverá pequeñamente
loco, recitando a los clásicos en el manicomio. Pero su espíritu podría más que su alma, tan
pero tan cultivada; fue músico, escritor, intelectual verdadero; pero en todo esto dio una
nueva magnitud, siempre con desprecio a lo antes hecho y venerado. Tuvo la valentía de
saberse diferente, de alzar la voz contra el anatema de la igualdad de los hombres (dividió a los
hombres, pero no al Hombre). Y al final fue también poeta, sí, porque logró entrever aquella
chispa divina que se encuentra en las tinieblas, en lo más profundo de algunos hombres, ni en
su cerebro ni en su corazón y que escapa a todo intento de dilucidación. Pero que encuentra
en los dignos cantos su expresión, aún sea ínfima.

Para finalizar muestro sus “Poemas”, donde el que tenga espíritu advertirá su verdadera
doctrina, pues él también a “trovado clus”. Porque el verdadero conocimiento debe ser
guardado en la inefabilidad del verdadero arte.

Sólo un hombre así se atreve a llevar soberbiamente el bigote.

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