Anda di halaman 1dari 4

Periodismo, objetividad, tantas preguntas

NUESTRA VOZ, NUESTRO TIEMPO


Soledad Castro Lazaroff

No soy periodista. Es decir, no estudieé una carrera en la que pudiera obtener ese
tíétulo. Estudieé literatura, realizacioé n cinematograé fica y críética de cine, y un díéa me
largueé a escribir sobre pelíéculas en blogs y paé ginas de internet de forma
honoraria, por el gusto de hacerlo: asíé llegoé el periodismo cultural a mi vida.
Despueé s de mucho tiempo de escribir gratis - al menos cuatro anñ os-, incluso
trataé ndose de colaboraciones con publicaciones medianamente importantes,
empeceé a producir pequenñ as resenñ as de cine para el perioé dico SobreBUE, de
Buenos Aires, y por primera vez recibíé un pago regular - eximio, casi simboé lico,
pero pago al fin-, por mi trabajo. SobreBUE era, en aquel tiempo anterior a Macri
-que ahora parece tan lejano-, una publicacioé n que todavíéa se sosteníéa en papel y
se repartíéa de modo gratuito en varios bares y centros culturales de Buenos
Aires. Recieé n ahíé empeceé a sentir una devolucioé n concreta de la gente, que
empezoé a decirme en distintos ambientes: "leíé tu resenñ a de tal pelíécula, me gustoé
tu mirada de aquel festival, estoy completamente en desacuerdo contigo". Parece
una tonteríéa pero no lo es: el poder que tienen los medios sobre el mensaje que
estaé s dando es, justamente, hacerlo circular, ponerte en contacto con personas
que no pertenecen a tu mundo, que no te siguen en las redes sociales, que no
saben ni quieé n sos pero te leen porque estaé s ahíé, en esa paé gina, amadrinada por
ese medio en el que confíéan y que enmarca tu palabra, llenaé ndola de nuevos
significados.
El particular mundo de la prensa era desconocido para mi. No sabíéa lo que era
una redaccioé n, no teníéa ni idea de un montoé n de cosas; a veces me cruzo - ahora
que trabajo como editora periodíéstica y tengo bajo mi responsabilidad la seccioé n
de Cultura del Semanario Brecha- con grandes colegas que tienen anñ os y anñ os de
oficio y me doy cuenta de que tengo que aprender una infinidad de cosas
vinculadas a la tarea; una tarea que estaé atravesada por la eé tica desde el minuto
cero. Hago esta aclaracioé n porque no escribo aquíé como una periodista
experimentada - no lo soy - sino como una trabajadora que estaé tratando de
pensar en cuaé les son sus verdaderas responsabilidades sociales, y queé implica
trabajar en un medio de comunicacioé n histoé rico que es leíédo como una voz de
autoridad (o de confrontacioé n) en muchos temas; una institucioé n a la que se le
atribuyen rasgos tradicionales, que tiene una historia y una cultura internas, pero
que ademaé s opera en la fantasíéa de los lectores dialogando con aquella otra
Brecha, la del ochenta, y aquella otra, la del noventa, y con Marcha, y consigo
misma la semana anterior, y con un anillo semaé ntico enorme que se atraviesa de
modo diverso dependiendo de la edad, la pertenencia de clase, la trayectoria
políética y vital de cada persona.
No digo nada nuevo: hablo de aquella idea que se resume en la frase "el medio es
el mensaje", de McLuhan, que aunque parece un poco totalitaria - yo diríéa, tal vez,
que el medio es parte del mensaje- sigue teniendo vigencia o, al menos, yo la paso
por el cuerpo cada díéa que me enfrento a la tarea periodíéstica. ¿Queé supone
escribir en Brecha, para Brecha? ¿Queé supondraé escribir para El Observador, para
El Paíés? En estos primeros meses de participacioé n activa en el consejo de
redaccioé n del semanario esa fue la primera pregunta que me atravesoé el cuerpo
de modo muy concreto, porque no da lo mismo escribir en un lugar o en otro: es
necesario ser conscientes del modo en que ese medio - que elegimos, que nos
elige - enmarca nuestras palabras; pero ademaé s somos personas haciendo un
trabajo colectivo con otras personas -un trabajo que tiene un fin social- y se nos
juega, incluso en los elementos inconscientes del lenguaje, una lealtad a los
modos de produccioé n concretos en los que estamos involucrados. Tenemos
companñ eros, editores, colegas, profesores, amigos intelectuales, jefes de
redaccioé n; íéntimamente, ¿para queé destinatarios escribimos? ¿Con queé personas
dialogamos en solitario a la hora de enfrentarnos a la paé gina en blanco? ¿A quieé n
reafirmamos, a quieé n le contestamos, de quieé n buscamos burlarnos, a quieé n
preferiríéamos darle la razoé n, a quieé n queremos seducir? Aunque sea periodismo,
es escritura: ¿a quieé n dirigimos nuestro deseo?
En espacios jeraé rquicos y cuando estaé en juego parar la olla es muy difíécil hacerse
estas preguntas con libertad, pero deberíéamos intentarlo. En mi experiencia
personal, creo que uno de los desafíéos es buscar que no se trate solo de hacer "lo
que tenemos que hacer", entendiendo por eso una agenda definida, un tema de la
semana, correr de atraé s a las agencias nacionales y globales que nos marcan la
cancha. Mi lealtad personal y primera es con el movimiento social y con la
militancia independiente de izquierda, y no tengo miedo de decirlo porque
entiendo que, aun cuando esa lealtad políética no se pronuncie, existe para
cualquier periodista, de modo consciente o inconsciente. Con esto no me refiero a
"dar para adelante" o a utilizar el periodismo como modo directo de militancia -
ahíé dejaríéa de cumplir una de sus funciones, otra vez eé tica, que es construir una
mirada críética y disputar las subjetividades para conseguir fisurar los
pensamientos ué nicos, coé modos- sino de estar atenta a aquellos debates o
informaciones que pueden ser importantes para esos movimientos; pensar,
desde la pertenencia, en coé mo colaborar con las discusiones, coé mo aportar a
instalar temaé ticas fundamentales, coé mo ayudar a trazar caminos de relacioé n de
los datos, de la informacioé n, que expliciten de una manera u otra sus intenciones
y no queden atados a un silencio procedimental que, a veces, se vuelve coé mplice
de una neutralizacioé n de los meé todos; como si las herramientas teé cnicas - síé, las
herramientas teé cnicas de la escritura tambieé n - no tuvieran una historicidad y no
supusieran un contenido en síé mismas. Podríéamos decir, con McLuhan (y con
Walter Benjamin): las herramientas teé cnicas que usamos en la escritura son el
mensaje, o mejor dicho, son una parte del mensaje.
Nomaé s elegir los temas que vamos a trabajar nos aleja con contundencia absoluta
de cualquier idea de objetividad total; la semana pasada, la antropoé loga
argentina Rita Segato me decíéa, en una entrevista, que un antropoé logo nunca es
objetivo cuando decide queé preguntas va a hacerle a un campo de estudio o
cuando determina doé nde estaé el líémite de las zonas que va a mapear o iluminar,
aunque despueé s de formular esas preguntas su observacioé n síé pueda ser
completamente objetiva. La analogíéa con el periodismo me resulta muy clara
porque, aunque no lo pensemos en estos teé rminos, cada vez que hacemos una
nota estamos tomando decisiones con respecto a un montoé n de cuestiones
fundamentales para la tarea: ¿queé personas decidimos entrevistar? ¿A quieé nes
hacemos existir en la prensa, a quieé nes les damos voz? ¿De queé temas hablamos?
¿A queé tipo de noticias les damos espacio? En el caso del periodismo cultural (tal
vez el menos objetivo de los periodismos), las preguntas estaé n siempre ahíé: ¿queé
espectaé culos resenñ amos? ¿Queé autores comentamos? ¿Importa la cultura
nacional? ¿Importa la cultura internacional o global? ¿Queé es exactamente eso: se
puede, hoy, hablar de fronteras culturales? En teé rminos de difusioé n (la prensa
cultural tambieé n es publicidad de diversos productos artíésticos), ¿queé rol
cumplimos? ¿Coé mo se respeta la pluralidad de abordajes? ¿Hay algo que no
deberíéamos amplificar por cuestiones eé ticas? ¿Todo discurso cultural es políético?
¿Y queé pasa con las políéticas culturales? ¿Entran dentro de la seccioé n de Cultura?
Y la palabra Cultura, ¿no es demasiado grande para solo ocupar la seccioé n con
reflexiones sobre arte? Pero si no es en esa seccioé n, ¿la reflexioé n esteé tica doé nde
entra?
Tal vez una de las responsabilidades eé ticas maé s importantes de un periodista sea,
justamente, la de preguntarse sobre el sentido políético de su tarea. Los meé dicos
tienen organismos de contralor por mala praxis; tambieé n los docentes y otros
muchos profesionales deben dar explicaciones sobre la calidad de su trabajo en
espacios de autorregulacioé n. Pero a veces da la sensacioé n de que los periodistas
pueden decir y escribir cualquier cosa; que el ué nico contralor real con el que
cuentan son ellos mismos y sus colegas, y maé s en un momento donde el aé rea se
enfrenta a una enorme precarizacioé n laboral (habríéa que estudiar el fenoé meno y
es un tema para otra nota, pero a veces pienso que tal vez sea por eso que cada
vez habemos maé s periodistas y editoras mujeres; no tanto por una verdadera
voluntad de pluralidad de geé nero sino porque las mujeres tenemos menos
oportunidades y aceptamos peores salarios). Cobrar tan poco dinero por hacer
un trabajo social tan importante, que consiste en poner palabra a la realidad, en
construirla y verificarla; que implica tender ese puente, netamente políético, entre
realidad y representacioé n, es un peligro. El modo en que la produccioé n y difusioé n
de la informacioé n locales se ha cedido a medios y plataformas internacionales,
sin que nadie (ni un solo partido políético) se pronuncie o intente ninguna políética
de restriccioé n o proteccioé n al respecto, es obsceno y terrible. Es como si las
industrias intelectuales no fueran industrias, como si el trabajo intelectual, para
el estado, hubiera dejado de ser trabajo. La precarizacioé n laboral - y pertenecer a
espacios que se encuentran en constantes crisis econoé micas- nos obliga a pensar
mucho maé s coé mo queremos construir nuestra coherencia políética, a quieé n
respondemos realmente, coé mo resistimos a tentaciones muy diversas que
pueden neutralizar la potencia de nuestras voces. La discusioé n sobre la funcioé n y
politicidad del periodismo es urgente porque en contextos críéticos, barrosos,
donde las ideologíéas estaé n tan desdibujadas y nuestra necesidad de consumo y
reproduccioé n de informacioé n es cada vez maé s grande - debemos competir en
teé rminos globales- , el supuesto discurso de "objetividad" parece sacarse, raudo y
veloz, los problemas de encima; la idea de que el periodismo debe ser objetivo
(como idea neta, libre de cualquier cuestionamiento) habilita a que se pueda
hacer y decir cualquier cosa, como si la políética no pudiera ni siquiera entrar a
jugar el partido y el contenido periodíéstico, por el solo hecho de existir, por el
mero acto de enmarcarse en un medio con determinado prestigio, la barriera de
un soplido. Es maé s que eso: ¿coé mo juega en ese escenario el corporativismo?
¿Queé supone protegernos como colegas? ¿Supone, necesariamente, nunca
cuestionar la actividad periodíéstica de los demaé s y abroquelarnos en un frente
discursivo ué nico con respecto a la funcioé n que el periodismo debe tener? Vienen
pasando muchas cosas al respecto en el Uruguay; para míé, que vengo de otros
ambientes, es muy nueva esa manera de encontrarme con otros profesionales,
donde a veces el solo hecho de cuestionar el proceder políético de un colega - en
los temas que elige, en las preguntas que decide hacerse, en el modo en que
quiere o puede cumplir con sus editores o sus jefes, en el modo en que tramita su
lealtad profesional, síé, pero tambieé n su libido- nos deja en un lugar vulnerable al
insulto, a la acusacioé n solapada de soberbia o de traicioé n.
¿Queé es la libertad de expresioé n? Asumirla como un enunciado absoluto la vacíéa
de sentido: hay que dar la discusioé n sobre queé es, estrictamente, lo que eso
supone; no para habilitar la censura evidente del estado - por supuesto que no-
sino, maé s bien, para poder pensar queé censuras estaé n activas, de hecho, hoy, en
nosotros; censuras vinculadas a no animarse a tomar posturas políéticas decisivas
a la hora de pensar a quieé n darle voz, por ejemplo. Queé podemos, queé nos dejan
las loé gicas de nuestros medios, síé; pero tambieé n cuaé nto nos habilitamos nosotros
mismos, cuaé nto nos autocensuramos y cuaé nto estamos dispuestos a hacernos
cargo de nuestras decisiones sin achacarlas a procedimientos "naturales",
"neutrales" o "profesionales".
Eso que queda vivo en el mensaje porque lo escribimos nosotros y no otros; eso
del mensaje que no es el medio, eso del mensaje que no son las teé cnicas, eso que
todavíéa es nuestro; que es hondo y profundo y que es una decisioé n políética y
poeé tica dejar aflorar; eso, si trabajamos mucho, llega de algué n modo a quien nos
lee, y es nuestra voz. Desde la inexperiencia, otra vez, mirando desde la
marginalidad del periodismo cultural uruguayo de izquierda una tarea tan
amplia e inabarcable que se hace difíécil de pensar como un todo; desde este
rinconcito íénfimo, igual apuesto a defender esa dimensioé n de la comunicacioé n,
porque es lo que la vuelve, a pesar de todo, tan valiosa. Pensar en la relacioé n que
existe y persiste - tambieé n el periodismo es un modo de inmortalidad, de detener
el maldito devenir que se nos escurre entre las manos y que nunca es noticia-
entre nuestra voz y nuestro contexto social; pensar queé le vamos a hacer decir a
nuestra voz en nuestro tiempo y en este espacio que habitamos y que nos llama:
ese acto, por suerte, nunca es objetivo sino preciosamente subjetivo. Creo que
tenemos que volver defender eso; ya es hora.

Anda mungkin juga menyukai