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Colegio de Bachilleres 9 “Aragón”

Adaptación humana como motivación en la educación

Luis Fernando Cervantes Ramírez


2180159

Academia de Lenguaje y Comunicación

luisfernando.cervantes@bachilleres.edu.mx

Teléfono: 55-8387-2348

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Adaptación humana como motivación en la educación

A pesar del breve tiempo en que he desempeñado mi labor como docente, me he


dado cuenta de que uno de los principales problemas a los que se enfrenta la
Educación Media Superior es el ausentismo y el poco interés de los estudiantes.
Este problema es tan relevante que jornada tras jornada el tema surge como una
necesidad primaria por atender. Entonces, ¿cómo debe el docente motivar a sus
estudiantes?
En la secundaria, cuando ya se nos daba un poco más de libertad, una de las
primeras reglas era que los estudiantes estaban atados por una lista de asistencia
con la cual se determinaba si un alumno merecía un número en la boleta. En aquel
entonces, el que uno se encontrara atento para levantar la mano o decir “presente”
era lo más importante de la clase. Ya después uno podía dispersar la mente en
diversas situaciones si la asignatura o el profesor no eran del interés personal de
cada uno.
Y no es que estuviera ausente mi interés por aprender y conocer más, creo que
eso me lo fomentó mi familia desde pequeño, sino que muchas veces fue el mismo
profesor el que interfería entre la pasión por los temas y las mentes ávidas de
conocimiento de sus estudiantes. Recuerdo mucho a algunos profesores que, por
su voz pausada y monótona, tornaban la biología celular en una masa pastosa de
color gris, ante la cual no había mucho qué aprender. Otros, en cambio, generaban
ruidos ensordecedores por su discontinuo estado de ánimo. De esta situación
muchos abusaron para elidir el estudio real de los temas, haciendo enojar a los
maestros sin razón alguna, sólo por divertimento.
¿Qué motivación había en ese entonces para entrar a las clases? Diversa y
ninguna, en síntesis, pues creo que cada uno aprovechó como mejor pudo esta
situación. Algunos se adaptaron, aprendieron y continuaron su camino, pero
también hubo quien no pasó de ahí. Hoy son padres de hijos que no les interesa la
escuela; tienen empleos adquiridos por casualidad; están completamente frustrados
y enojados con la sociedad que los puso ahí, cuando fueron ellos quienes cavaron

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su propia tumba. Y todo porque ese tiempo ellos consideraban la escuela como un
centro de conquistas amorosas y momentáneo olvido de los problemas familiares.
No los culpo, la vida es difícil y cada quien a su manera descubrió esto.
En el bachillerato la situación cambió radicalmente de paradigma. Si bien en la
pequeña secundaria de mi pueblo había problemas de alcoholismo, drogadicción,
sexualidad irresponsable y violencia, en la Ciudad de México todo esto se
multiplicaba. En mi caso, la ausencia del control parental fue el cambio más drástico.
Ahora sí yo tenía en mis manos mi propia vida. Podía entrar o no a la escuela,
cumplir en clase o vagar por las instalaciones, hacer tareas en casa o en la
biblioteca, en lugar de no hacer nada. Esto, aunque suene muy trillado, era una
realidad que me impresionó bastante. Tuve que adaptarme a todo esto, desde
cambiar mi forma de pensar y aprender hasta organizarme para distribuir mi tiempo
entre las diez materias por año que tenía. Incluso tuve que aprender a defenderme
delante de maestros y autoridades administrativas, así como a cuidar mi integridad
física y pensar en mi seguridad en el transporte público.
En general, estos autoaprendizajes parecen algo increíblemente positivo. ¿Qué
adolescente no quiere una libertad total, obvio, sin las penas de sufrir por razones
económicas? Sin embargo, muchos no vieron esto como una oportunidad de
crecimiento, sino como una liberación de los impulsos más pedestres. Y este mismo
problema se repitió durante la universidad. No cualquiera estaba preparado para
soportar el peso de las responsabilidades cotidianas.

La excusa del carpe diem


En el 2000 la sociedad veía con buenos ojos el surgimiento y expansión del internet.
Por fin el sueño de la Ilustración se cumplía después de tantos siglos: el
conocimiento se ponía al alcance del pueblo. Ya no habría analfabetismo y el
número de profesionistas crecería. Había, tal cual, una expectativa bastante grande,
que consideraba a los jóvenes como el gran impulso de la economía y del
conocimiento. Empero, los problemas de generaciones pasadas nunca se
atendieron y el internet pasaría a formar parte del mobiliario mental de la sociedad.

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¿Qué motiva entonces a mis alumnos a entrar a un salón de clases? Afuera de
las cuatro paredes asedian los goces del libertinaje desmedido, tal cual como
siempre ha sido desde el origen de los tiempos: el disfrute inconsciente de todo
aquello que proporcione placer al cuerpo: sexo, drogas y ocio. No es que el
problema sea de tipo moral, va más allá. En el trascurso de nuestras experiencias
estaremos más o menos alejados de la sexualidad, el consumo de sustancias
lúdicas o el disfrute de pasatiempos o de tiempos de calma y descanso. Entonces,
¿en dónde está el error?
Tal vez la respuesta parta de aquella vaga idea juvenil e inexperimentada de
querer vivir al máximo. El problema es que nunca visualizan que ese goce frenético
tiene una caducidad impuesta por el mismo cuerpo. Cada momento de éxtasis
forzado desencadena consecuencias negativas en el cuerpo que poco a poco se
van acumulando con los años y que, incluso, se pueden presentar de tajo. Los que
pasamos por esas experiencias consideraremos estos momentos como valiosos
recuerdos, aquello que le dio fuerza a la vida de esos años. Pero también sabemos
que estas vivencias nos dejaron huellas crónicas con las que tenemos que aprender
a vivir: enfermedades corporales y psicológicas.
Hoy mis alumnos me preguntan: ¿en dónde está entonces la validez de la
experimentación de los placeres que tan amablemente ofrece la vida? ¿En dónde
queda el carpe diem de los latinos? Simplemente, les reitero, en no vivir por un único
momento, sino aprender a distribuir la vida entre todos los posibles escenarios a los
cuales se van a enfrentar. ¿De qué sirve tomarse la vida de un sólo trago en un
periodo breve, si esto te cierra las puertas ante el resto de los días? ¿En dónde
queda o a dónde se van tus sentimientos adolescentes de “ser el más chingón” si
las nuevas generaciones te tacharán de viejo ridículo por usar pañal a los cuarenta
a consecuencia de un daño renal causado por el alcohol excesivo que tan feliz se
consumió durante tres años de bachillerato o cuatro de universidad?

Capacidad humana sobrepasada por lo digital


El otro gran problema que enfrentamos los docentes se encuentra dentro de esas
cuatro paredes en las que nos desempeñamos. ¿Quién diría que unos cuantos

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gramos de plástico y circuitos podrían causar tanto desajuste en el proceso
educativo? Si en un principio pecamos de ingenuos por creer que el internet sólo
sería usado de forma positiva, hoy hemos aprendido que no podemos confiarle
nuestra suerte al mundo informático. ¿Qué hay entonces dentro del salón de clase
que desconecte a los jóvenes a dejar el mundo de las redes? En ese aspecto ni yo
mismo tengo una respuesta concreta, ya que también soy usuario y dedico varias
horas a estos recursos.
Soy fiel creyente de que la sociedad moderna se encamina a la distopía
propuesta de Aldoux Huxley. En su momento, el retener los conocimientos en la
memoria se consideraba el mayor avance académico. Te convertías en el mejor
profesionista si recordabas las ideas específicas de un libro determinado en una
página certera. En estos días se le da más valor a aquel que sabe buscar en internet
el sitio exacto en donde está la información verdadera; o a ese otro que sabe
descargar un recurso, de manera legal o ilegal, sean libros, artículos, revistas,
música o videos. Incluso, se le coloca en un pedestal al que tiene un mayor número
de likes o seguidores en una red social o aplicación cualquiera. Entre los usuarios,
ya nadie se concibe entonces como creador de contenidos, de verdades o
productos, sino como mero vínculo que “comparte” aquello que la sociedad exige.
Al fin, como dijo Salomón, “no hay nada nuevo bajo el Sol”.
Ante eso, habrá un grupo que levantará la voz diciendo que hoy más que nunca
se crean contenidos diversos, que era arcaico reducir todo al papel y que la gloria
de los productos digitales e interactivos lo es todo. No obstante, es una verdad a
medias, ya que son simples adaptaciones de ideas preconcebidas en papel. ¿De
verdad que a nadie se le hace sospechoso la innumerable cantidad de información
disponible sobre un mismo tema? Y es que todo se presenta como una serie infinita
de pastiches en diversas plataformas, un plagio descarado sobre otro que no aporta
diversidad, sino que oculta en montañas de basura digital aquello que a lo mejor sí
valdría la pena rescatar.
Efectivamente, esto también es una falacia de generalización. Puede ser que
justo en este momento haya realmente una revolución de nuevas ideas plasmadas
en videos de YouTube. Pero el ser humano peca de ser ocioso por naturaleza, tanto

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fuera como dentro de las aulas. Nos reducimos al contenido sencillo de entender,
en donde la ley del menor esfuerzo aplica como regla de letras áureas. ¿Para qué
esforzarse en entender algo de lo cual pocos están interesados? Mejor es conocer
la referencia de aquello que está en boca de todos: ¡esa es la ley del internet!
Porque, claro, nadie puede quedar fuera de la inclusión social, del sentimiento de
pertenencia, de la idea trágica de no estar solos.
Y justo en ese punto débil de la naturaleza humana es donde internet pone su
bálsamo curativo: una red, la aceptación demostrada por likes, una comunidad
mundial que enfatiza qué es lo moral y lo inmoral, un medio masivo de informarte
de todo aquello que “de verdad importa porque es actual”. Los tiempos han
despeñado a la rebeldía del querer ser diferente ante la idea de seamos diferentes
todos al mismo tiempo y por un mismo camino. Se ha dejado de ser subversivo por
el “qué dirán” de una comunidad social. Las bocas se han silenciado ante el discurso
escrito digital. ¿Qué queda de todo esto? ¿Qué puede hacer el docente ante este
muro de publicaciones tan inmenso del que también somos parte?
Desde el fondo de esa muralla, desde sus cimientos o incluso entre los ladrillos,
mi voz casi muda repite: aprovechémonos de esto. Sí, el sistema se ha complejizado
tanto que ya es algo que sólo una catástrofe natural puede detenerlo. Acepto que la
habilidad para navegar, buscar, encontrar y descargar se ha vuelto las herramientas
del antropoceno, la edad del humano. También creo cierto que las fuentes de
información han crecido y se han diversidificado ad absurdum, tanto que han
banalizado la actitud crítica de las personas, dejando por comodidad que otros
opinen para luego simplemente acatar posturas.
La incursión del mundo digital a la vida cotidiana la comparo con ese paso que di
entre la secundaria y el bachillerato. Definitivamente, el control “parental”, por así
llamarlo, representado justamente por ese ideal social del siglo XX y que se reflejaba
en el trabajo bien remunerado, una vida estable y llena de salud, una familia y
posesiones materiales, como una casa o un automóvil, han dejado de ser válidas
para las nuevas generaciones.
Hoy veo, desde mi humilde postura, que vuelve el hedonismo del vicio, pero
ahora desde una actividad mental sumergida en lo virtual. Surge todavía la actitud

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comodina de dejar que la vida se nos resuelva como por “casualidad”, ahora
presente en ese navegar entre páginas esperando encontrar justo esa habilidad
oculta del usuario que deje un ingreso económico (pongo a los youtubers, por
ejemplo). Y, finalmente, las experiencias y anécdotas de vida, en donde la
demostración de excesos del “a ver quién aguanta más” y un “yo soy chingón”, se
han cambiado por el número de fotos en donde he estado, juegos terminados, retos
cumplidos y aplicaciones en las se refleja mi “yo verdadero”, el de las redes.

No hay adolescencia sin rebeldía


¿Qué debe hacer un docente ante todo eso? La única respuesta viable es la de
evolucionar y adaptarse, aprovecharse, que a diferencia de la búsqueda del placer
y del deseo de pertenencia es aún más primitiva y, por lo tanto, más fuerte y rebelde.
No estoy sugiriendo estar de manera omnipresente como un dios de la
programación y el entretenimiento. Hablo primero de instigar el espíritu crítico y
antisistema de los adolescentes, ya que les servirá para defenderse y atacar las
injusticias de la vida. Y, posteriormente, plasmar estas emociones, inquietudes e
ideas de inconformidad en el muro en el que la sociedad quiere que estén formados.
Así, siguiendo esta metáfora, no serán un ladrillo más de la barrera de la
ignorancia e insensibilidad, sino un agente consciente que puede mirar a ambos
lados del terreno, estar conscientes de lo que hay del otro lado, arriba y abajo,
enfrente y atrás. Si tan sólo uno de esos bloques se mueve en una dirección distinta,
el resto de la arquitectura cambiará y, posiblemente, sea para bien.
Creo que esa es justo la idea central de las nuevas concepciones sobre la
educación. Concentrarnos más en qué se hace con los conocimientos que se tienen
disponibles, antes de tener más conocimientos acumulados sin sentido. Si bien ya
se dejó de lado la idea de la “vida perfecta del siglo XX” en donde más dinero y
bienes representaban éxito, ya también se ha dejado atrás el patriarcado de la
memorización glotona, y eso es perfecto. Se ha cambiado por el nuevo régimen del
“qué hago con esto que ayude realmente a mi vida cotidiana, a la de mis allegados
y al bien de la comunidad”. ¡Y justo ese es el principal motivador!

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Los jóvenes de ahora, como yo en su momento, tienen que organizar su tiempo,
seleccionar sus actividades y aprender nuevas técnicas de estudio ante la ausencia
de las viejas concepciones sociales de lo que era la vida y las habilidades
profesionales y laborales. Así como ellos aprenden, debemos aprender un poco de
los productos que pueden realizar con éxito y, principalmente, que los hagan con un
espíritu de crítica y duda ante lo ya establecido y repetido innumerables veces en la
red. El cómo lograr esto, en tanto a estrategias y métodos, ya depende del contexto
y de la población a la que nos enfrentemos.
Hay que usar justo esa rebeldía de no ser como la sociedad quiere que vivan,
sino que ellos critiquen y busquen su propio camino con sus herramientas actuales.
Y aunque no se sabe exactamente hacia qué punto desemboque esto, de lo que sí
estoy seguro es que también en ese mundo incierto que vendrá el docente tendrá
que adaptarse nuevamente para enseñarles el camino del inconformismo.

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