Dossier de
material de
análisis
Unidad 1
Segundo cuatrimestre de 2019
Unidad 1
RAYMOND WILLIAMS
La parada del ómnibus estaba frente a la catedral. Había estado mirando el Mapamundi, con sus
ríos surgiendo del Paraíso, y la biblioteca cerrada con cadenas donde un grupo de religiosos había
conseguido entrar sin problemas, mientras yo tuve que esperar una hora y adular al sacristán
antes de conseguir incluso ver las cadenas. Del otro lado de la calle, un cartel de cine anunciaba
Six-Five Special y unos dibujos animados de Los Viajes de Gulliver. El ómnibus llegó, el conductor y
la cobradora totalmente absortos uno en el otro. Salimos de la ciudad, atravesando el antiguo
puente, y seguimos adelante, pasando por los frutales, los pastizales y los campos con la tierra roja
bajo el arado. Adelante estaban las Montañas Negras, y comenzamos a subir, observando los
campos escarpados que llegaban hasta los muros grises, y aún más allá, a las partes donde el ules,
la torga y los helechos aún no habían sido arrancados. Al este, a lo largo de la cima, estaba la línea
cenicienta de los castillos normandos, y al oeste la fortaleza formada por el declive de las
montañas. Entonces, mientras subíamos, la piedra cambiaba bajo nuestros pies. Ahora había
piedra calcárea y la marca de las antiguas fundiciones junto a la ladera acantilada. Los valles
cultivados con sus casas blancas dispersas fueron quedando atrás. Más adelante estaban los valles
angostos: el laminador de acero, el gasómetro, los senderos cenicientos de las laderas, las bocas
de las minas. El ómnibus paró y el conductor y la cobradora descendieron, aún absortos. Ellos
habían hecho ese viaje muy a menudo y habían visto todos sus estadios. Se trata, de hecho, de un
viaje que, de uno u otro modo, todos ya hemos emprendido.
[…]
T. S. ELLIOT
[…]
Dije al final de mi segunda charla que quería aclarar algo lo que quiero significar cuando empleo el
término cultura. Como “democracia”, éste es un término que necesita ser, no sólo definido, sino
ilustrado, casi siempre que lo empleamos. Y es preciso expresar claramente lo que queremos decir
con la palabra "cultura”, si queremos precisar la distinción entre la organización material de
Europa y su organismo espiritual. Si esto último muere, entonces lo que se organice no será
Europa, sino meramente una masa de seres humanos que hablan diferentes idiomas. Y ya no
habrá justificación en que continúen hablando diferentes idiomas, pues ya no tendrán nada que
decir que no pueda decirse igualmente bien en cualquier idioma; en resumen, no tendrán nada
que decir en poesía. Ya he afirmado que no puede haber cultura “europea” si los distintos países
están aislados unos de otros; ahora agrego que no puede haber cultura europea si estos países
están reducidos a la identidad. Necesitamos variedad en la unidad; no la unidad de organización,
sino la unidad de naturaleza. Por “cultura”, entonces, quiero significar, ante todo, lo que quieren
decir los antropólogos: la forma de vida de un pueblo determinado que convive en un sitio. Esa
cultura se hace visible en sus artes, en su sistema social, en sus hábitos y costumbres, en su
religión. Pero estos agregados no constituyen la cultura, aunque frecuentemente, por
conveniencia, hablamos de ellos como si lo fueran. Estas cosas son simplemente las partes en que
puede ser disecada una cultura, como puede hacerse con el cuerpo humano.
Pero así como el hombre es algo más que el conjunto de las distintas piezas constituyentes de su
cuerpo, también una cultura es algo más que el conjunto de sus artes, costumbres y creencias
religiosas. Todas estas cosas actúan recíprocamente, y para comprender totalmente una hay que
comprenderlas todas. Por supuesto, existen las culturas superiores y las culturas inferiores, y las
culturas superiores, en general, se distinguen por diferenciación de función, de manera que se
puede hablar de los estratos más cultos y menos cultos de la sociedad, y finalmente, se puede
hablar de individuos excepcionalmente cultos. La cultura de un artista o de un filósofo es distinta
de la de un minero o labrador; la cultura de un poeta será algo diferente de la de un político; pero
en una sociedad sana éstas son todas partes de la misma cultura; y el artista, el poeta, el filósofo,
el político y el labrador tendrán una cultura común, que no compartirán con otras gentes de las
mismas ocupaciones en otros países.
Es evidente que una unidad de cultura es la de las personas que viven juntas y hablan el mismo
idioma; porque el hablar el mismo idioma significa pensar, sentir y tener las mismas emociones en
forma algo diferente a la de las personas que hablan otro idioma. Pero las culturas de pueblos
diferentes se afectan mutuamente: en el mundo del porvenir parece como si cada parte del
mundo afectara cada otra parte. He sugerido anteriormente que las culturas de los distintos países
Van dos peces jóvenes nadando juntos y sucede que se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido
contrario. El pez viejo los saluda con la cabeza y dice: “Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua?”. Los dos
peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno mira al otro y dice: “¿Qué demonios es el agua?”
Cuando el escritor David Foster Wallace dio un discurso frente a los egresados de la Kenyon College
comenzó contando esta historia de los peces. Su intención era simplemente recordarle al auditorio
que todos vivimos en una realidad que, a fuerza de rodearnos, a la larga termina volviéndose
invisible. Y que sólo la percibimos cuando se convierte en algo disruptivo, en un estorbo en nuestro
camino: el conductor que nos cruza el auto en la esquina, el empleado que exige otro trámite para
Un hit argentino
Por muchas guías que se hayan publicado para el uso no sexista del lenguaje, al menos cuando se
trata de la lengua castellana, la cuestión no está en absoluto resuelta. Desde lingüistas hasta
ciudadanes de a pie, las resistencias son diversas. Que si duele en los ojos, si entorpece el habla, si es
‘correcto’, si conduce a abandonar la lectura del texto y el infaltable ‘es irrelevante’. Que la
verdadera lucha debería centrarse en transformar ‘el mundo real’. Que la lengua sólo refleja
relaciones que son ‘extralingüísticas’. Que modificar la lengua ‘por la fuerza’ sólo es una cuestión de
‘corrección política’ que desvía la atención del problema central y hasta lo enmascara. Pero les
lecteres que hayan llegado a este punto habrán atravesado media nota escrita de forma tradicional y
media nota escrita con lenguaje inclusivo, de modo que además de toda la evidencia expuesta sobre
la relación entre lengua y pensamiento, podrán evaluar también cuán traumática ha sido (o no) la
La Academia Argentina de Letras no ha emitido un dictamen acerca del uso de las fórmulas de
inclusión (el "todos y todas", la @, la x, la e). Desde su Departamento de Investigaciones Lingüísticas
y Filológicas, sin embargo, surgió la necesidad de consensuar una postura para dar respuestas a la
comunidad, dada la creciente visibilidad del fenómeno.
Proyección a futuro
Vemos que muchos hablantes están considerando necesario adoptar alguna de estas fórmulas, en
declaraciones que son públicas en algún sentido, como un modo de pronunciarse contra algo que
repudian, porque sienten la discriminación en carne propia o se solidarizan con quienes consideran
víctimas de discriminación. Esto provoca que exista una tensión entre la variante tradicional, más
económica pero asociada a la perpetuación de una injusticia social, y las nuevas propuestas, con
diversos problemas estilísticos, morfológicos o de pronunciación pero sin esa carga. El hecho de que
esta tensión se resuelva en numerosos casos a favor de las nuevas fórmulas y que su uso se esté
extendiendo visiblemente habilita la hipótesis de que se trata de una necesidad comunicativa real de
muchos hablantes.
Es, por último, frecuente la pregunta, formulada tanto por quienes adoptan las novedades como por
quienes las resisten, acerca de si este fenómeno terminará cambiando la gramática de la lengua. La
respuesta nunca satisface a ninguno de los dos grupos: nadie puede saber cómo evolucionará una
lengua en el futuro. El flujo natural de cambio y adaptación de las lenguas es más impredecible e
incontrolable de lo que muchos están dispuestos a admitir en este tipo de debates. Especialmente,
cuando se trata de algo tan profundo como la manera en que se estructura el género gramatical.
Como siempre, la última palabra la tendrán, con el tiempo, los 500 millones de hablantes de español
del mundo.
La discusión con el policía continuaban ahora ya fuera de la librería y se había desplazado hacia
los pasillos de Galerías Pacífico. Este tipo -prepotente, altanero, de formas y palabras violentas-
quería que lo acompañe a una oficina dentro del shopping para “hablar más tranquilos”.
Digamos que me negué hasta que utilizó métodos persuasivos, no violentos físicamente pero a
todas luces amedrentadores: me volvió a mostrar su carnet que lo acreditaba como agente de
la ley y se levantó la remera para mostrarme algo que tenía en la cintura, algo que no llegué a
ver con claridad pero que sin dudas no eran la marca del jean ni su cinturón.
Nervioso, asustado, indignado, dentro de esa pequeña oficina fui sometido a una especie de
interrogatorio en el que policía malo (él) y policía bueno (también él, intercambiando papeles y
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cumpliendo ambos roles) buscaba la confesión de un delito que nunca cometí. Policía malo me
hacía vaciar la mochila y revisaba todas mis pertenencias -una carpeta de trabajo, un anotador,
pañuelitos descartables, una grabadora, un libro- y policía bueno me preguntaba por mi
familia, mi trabajo, mi hijo, mi vida en general. Policía malo me decía que tenían un video
donde se me veía en pleno acto de hurto, policía bueno me decía que confiese ahora mismo mi
delito, así nos dejamos de joder. Policía malo me preguntaba si había estado detenido, si
consumía drogas, si tenía antecedentes de algún tipo, mientras me retenía el documento para
averiguar mis antecedentes, y policía bueno me hacía preguntas banales para tranquilizarme.
Estaba utilizando una táctica clásica, lo que en la jerga del barrio llamamos “psicologear”. Me
estaba psicologeando y lo peor era que le estaba funcionando tan bien que empecé a dudar de
mi mismo: ¿Habré robado y no me acuerdo? ¿Me habré metido algo en la mochila sin darme
cuenta o habré hecho algún movimiento sospechoso? ¿Pero cómo no voy a estar consciente de
haber robado, en el caso de haberlo hecho? ¿Cómo no recordarlo? Los nervios me jugaban en
contra y a esta altura sólo quería irme a mi casa sin ser golpeado y robado en una comisaria.
Mientras tanto, el tipo no me creía nada. De nada servía contarle que soy padre, periodista,
escritor, laburante. Mucho más que todo eso junto, pesaba mi “portación de rostro”, motivo
suficiente para convencerlo de que yo había robado. No tenía filmaciones ni fotos mías, los
empleados de la librería nunca me habían denunciado ni lo habían llamado, no me encontró en
actitud sospechosa y no había pruebas de ningún tipo en mi contra, entonces ¿cuáles eran sus
motivos para estar seguro que había robado? Mi cara, por supuesto. Mi cara que, según sus
parámetros, desentonaba con la librería de un shopping concheto. Si en su lógica los negros no
leemos libros, ¿qué puede hacer un negro en una librería, más que robar?
Alguna vez escuché a Mayra Arena decir: “Acá en Argentina todos somos el negro de mierda de
alguien”. Y no puedo estar más de acuerdo. Lo que probablemente ese policía no sepa es que
él también es el negro de alguien.
Finalmente, luego de idas y vueltas con mis documentos, preguntas, aprietes y un mal trago -
demasiado largo para mi gusto-, cuando vio que no estaba dispuesto a confesar mi supuesto
crimen ni ante la amenaza de que ya había llamado al patrullero para que me lleve a la
comisaria, me devolvió los documentos y me dejo ir. Por supuesto, no me pidió disculpas,
porque no me fui de ahí como un tipo inocente sino que me “largó” como a un malviviente que
por esa vez zafa, no sin antes decirme que salga por la puerta trasera. Concluyó su actuación
con el clásico: “Y no te quiero ver nunca más por acá” .
Un poco más de Rodríguez Alzueta: “Cuando la policía pide documentos a estos grupos, está
ejerciendo un control sobre el espacio, segregando a determinados colectivos de personas.
Concretamente, cuando un policía detiene por averiguación de identidad a una persona, le está
marcando el territorio; lo que le está diciendo es que ‘circulen’, que ‘muevan’, que ‘no los
quiere ver otra vez por allí’. ¿Qué hace el ‘negro’ en el mundo del blanco, el ‘pobre’ en el
mundo del rico, el que no tiene capacidad de consumo en el mundo del consumo? Lo que está
diciendo la policía es que regresen a su barrio y no se muevan de allí. La policía discrimina
cuando segrega, establece una suerte de estado de sitio para todos aquellos grupos de pares
señalados como productores de riesgo tanto por los políticos, como por los vecinos y los
periodistas”.