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“El hombre no tiene naturaleza” es el grito moderno y es típico del sentimiento de los

filósofos políticos de hoy. de que la “naturaleza del hombre” es un concepto puramente


teórico que debe eliminarse de cualquier discusión científica.

En la controversia sobre la naturaleza del hombre y sobre el más amplio y controvertido


concepto de la “ley natural”, ambos bandos han proclamado repetidamente que la ley
natural y la teología están inextricablemente entremezcladas. En consecuencia, muchos
defensores de la ley natural, en círculos científicos o filosóficos, han debilitado de forma
grave su defensa al implicar que los métodos racionales y filosóficos, por sí solos no
pueden establecer dicha ley: que es necesaria una fe teológica para mantener el
concepto. Por otro lado, los oponentes a la ley natural han estado de acuerdo con
regocijo: como la fe en lo sobrenatural se considera necesaria para creer en la ley
natural, este último concepto debe eliminarse del discurso científico secular y ser
atribuido al ámbito arcano de los estudios teológicos. Por consiguiente, la idea de una
ley natural basada en la razón y la investigación racional se ha perdido en la práctica.

Por tanto, el creyente en una ley natural establecida racionalmente debe afrontar la
hostilidad de ambos bandos: un grupo que siente en esta postura un antagonismo hacia
la religión y el otro grupo que sospecha que Dios y el misticismo se cuelan por la puerta
de atrás. Para el primer grupo, debe decirse que están reflejando una postura
agustiniana extrema que sostiene que es la fe en lugar de la razón la única herramienta
legítima para investigar la naturaleza y los fines apropiados del hombre. En resumen,
en esta tradición fideista la teología ha desplazado completamente a la filosofía. La
tradición tomista, por el contrario, era precisamente la opuesta: reivindicar la
independencia de la filosofía de la teología al proclamar la capacidad de la razón
humana de comprender y llegar a las leyes, físicas y éticas, del orden natural. Si la
creencia en un orden sistemático de leyes naturales abiertas al descubrimiento por la
razón humana es por sí mismos antirreligioso, entonces también fueron antirreligiosos
Santo Tomás y los posteriores escolásticos, así como el devoto jurista protestante Hugo
Grocio. La declaración de que hay un orden de ley natural, en resumen, deja abierto el
problema de si Dios ha creado o no ese orden y la afirmación de la viabilidad de la razón
humana para descubrir el orden natural deja abierta la cuestión de si esa razón fue dada
o no al hombre por Dios. La afirmación de un orden de leyes naturales discernibles por
la razón no es, en sí misma, ni pro ni anti-religiosa.
Aunque Dios no existiera o no hiciera uso de Su razón o no juzgara rectamente las
cosas, si existiera en el hombre tal dictado de la razón recta para guiarle, tendría que
tener la misma naturaleza de derecho que tiene ahora.
O, como declara un moderno filósofo tomista: Si la palabra “natural” significa algo, se
refiere a la naturaleza del hombre y cuando se usa con “ley”, “natural” debe referirse a
un ordenamiento que se manifiesta en las inclinaciones de una naturaleza del hombre y
a nada más. Así que, en sí mismo, no hay nada religioso o teológico en la “Ley Natural”
de Aquino.

Es realmente desconcertante que tantos filósofos modernos desdeñen el mismo término


“naturaleza” como una inyección de misticismo y de lo sobrenatural. Una manzana a la
que se deje caer, caerá al suelo; eso lo vemos todos y reconocemos que está en la
naturaleza de la manzana (así como del mundo en general). Dos átomos de hidrógeno
combinados con uno de oxígeno generarán una molécula de agua, un comportamiento
que está únicamente en la naturaleza del hidrógeno, el oxígeno y el agua. No hay nada
arcano o místico acerca de dichas observaciones. ¿Por qué poner reparos entonces al
concepto de “naturaleza”? El mundo, en realidad, consiste en una multitud de cosas o
entidades observables. Es sin duda un hecho observable.
Como el mundo no consiste en una cosa o entidad homogénea sola, se deduce que
cada una de estas cosas distintas posee atributos diferentes, ya que de otra forma todo
sería la misma cosa.

La ética de la ley natural decreta que para todas las cosas vivientes, “el bien” es el
cumplimiento de todo lo que es mejor para ese tipo de criatura; por tanto “el bien” es
relativo a la naturaleza de la criatura implicada.

En el caso del hombre, la ética de la ley natural establece que lo bueno o malo puede
determinarse por lo que cumple o frustra lo que es mejor para la naturaleza del hombre.

Luego la ley natural dilucida lo que es mejor para el hombre: qué fines debería perseguir
el hombre que sean más armoniosos y tiendan más a cumplir con su naturaleza. Por
tanto, en un sentido importante, la ley natural ofrece al hombre una “ciencia de la
felicidad”, con los caminos que le llevarán a esta felicidad real. Por el contrario, la
praxeología o la economía, así como la filosofía utilitaria, con las que esta ciencia ha
estado íntimamente relacionada, tratan a la “felicidad” en el sentido puramente formal
como el cumplimiento de aquellos fines que la gente suele (por cualquier razón) poner
más alto en su escala de valores. La satisfacción de esos fines da al hombre su “utilidad”
o “satisfacción” o “felicidad”. El valor, en el sentido de valoración o utilidad, es puramente
subjetivo y decidido por cada individuo. Este procedimiento es perfectamente apropiado
para la ciencia formal de la praxeología, o teoría económica, pero no necesariamente
en todas partes. Pues en una ética de la ley natural, los fines demuestran ser buenos o
malos para el hombre en distintos grados; el valor es aquí objetivo, determinado por la
ley natural del ser humano, y aquí la “felicidad” del hombre se considera en sentido de
contento de sentido común.
Esta filosofía mantiene que hay de hecho un orden moral objetivo dentro del ámbito de
la inteligencia humana, al que están condenadas las sociedades humanas
conscientemente a seguir y del cual dependen la paz y la felicidad de la vida personal,
nacional e internacional.
En nuestro siglo, la extendida ignorancia y el desdén por la misma existencia de la ley
natural han limitado el apoyo de las estructuras legales a (a) o (b) o alguna mezcla de
ambas. Esto vale incluso para quienes tratan de crear una política de libertad individual.
Así, están aquellos liberales que simple y acríticamente adoptarían la ley común, a pesar
de sus muchos defectos anti-libertarios.

Si la misma idea de la ley natural es esencialmente “radical” y profundamente crítica con


las instituciones políticas existentes, entonces ¿cómo se ha hecho común el clasificar a
la ley natural como “conservadora”? se considera que la ley natural es “conservadora”
porque sus principios son universales, fijos e inmutables y por tanto son principios
“absolutos” de justicia. Muy cierto, pero ¿por qué la fijeza de un principio implica
“conservadurismo”? Por el contrario, el hecho de que los teóricos de la ley natural
deduzcan de la misma naturaleza del hombre una estructura fija del derecho
independiente del tiempo y el lugar o del hábito, la autoridad o las normas de grupo hace
de ese derecho una fuerza poderosa para un cambio radical. La única excepción sería
el indudablemente raro caso en que la ley positiva resulte coincidir en todos los aspectos
con la ley natural discernida por la razón humana.

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