16 al 18 de septiembre de 2015
Comodoro Rivadavia – Chubut
ORGANIZA:
Departamento de Historia Sede Comodoro Rivadavia
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (U.N.P.S.J.B.)
Pucci Valentina
UNT
valpucci19@gmail.com
Introducción
Este trabajo procura indagar en la narrativa breve del escritor tucumano Juan José
Hernández (1931-2007), prestando especial atención a la presencia y configuración de la
masculinidad en dos cuentos: “Tenorios” y “La intrusa”; publicados por primera vez en
1965.
Hernández develaría una masculinidad en construcción en los tres protagonistas de los
cuentos, que estaría en pugna con los mandatos patriarcales, y a su vez en tensión con
figuras femeninas. Esta construcción se revelaría en las voces de los narradores, expresión
de conflictos, tensiones y expectativas que, al no poder ser alcanzadas, generan quiebres
en la identidad de los sujetos.
Mi objetivo será demarcar cuáles son las formas en que se manifiesta esta construcción,
determinar si se corresponden o no con lo permitido/restringido por el orden patriarcal, y
en un objetivo más general, aportar al estudio de este autor cuya sensibilidad para la/s
problemática/s de género es un aporte para la profundización de esta temática en y a través
de la literatura, discurso que permite leer las tramas contenciosas de la cultura.
A la vez, y teniendo en cuenta lo anteriormente dicho sobre el potencial develador de la
teoría de género, resulta interesante pensar la figura del escritor como representante de
una corriente que, durante el gobierno peronista, experimentó el fenómeno de la
inmigración interna. Este hecho resultaría de peso en su literatura, aportándole un punto
de vista basado en un posicionamiento descentrado, que no puede ser menospreciado en
su escritura, como aspecto a ser analizado. La crítica ha insistido en caracterizar su
narrativa como "prosa localista", cayendo en una actitud colonial, al desprovincializar y
universalizar la metrópolis -Buenos Aires- como lugar de enunciación privilegiado, al
mismo tiempo que situando a los escritores de este espacio como representantes de una
literatura “nacional”, aspecto sesgadamente colonial. Es necesario tener en cuenta que
aunque Hernández vive en Buenos Aires durante gran parte de su vida como escritor, no
es allí donde reside su escritura, sino en Tucumán, que es su referente. La crítica se ha
basado en este aspecto, el la espacialidad y referencialidad de los relatos para clasificar
al autor como perteneciente a la escritura de una “zona”. Sin embargo, la suya es una
escritura de la ciudad, por ser una literatura emergente, que aúna la producción literaria
de escritores del interior, y en la que el mismo se ve incluido. El reconocimiento de estos
narradores por parte de la crítica se inicia con la consideración de su escritura como
superadora de los límites y lugares comunes de la literatura regionalista; cuya estética,
hasta entonces, había sido atribuida inexorablemente a quienes escribiesen desde el
interior; estableciendo así un centro y una periferia en el campo cultural argentino y más
específicamente el literario.
A nivel textual este aspecto se observaría en el poder significador de la “gran ciudad”
como el horizonte de expectativas ligadas al progreso económico y a la pujanza cultural,
en contraposición al atraso social y la monotonía de la provincia. Esta dicotomía Buenos
Aires/provincias o “interior”, es un ideologema que atraviesa tanto la escritura de
Hernández como su propia trayectoria vital.
Sobre el autor
Juan José Hernández nació en 1932 en Tucumán y falleció en marzo de 2007, en Buenos
Aires. Los cuentos a analizar aquí fueron publicados en 1965,1 en un volumen titulado El
inocente.
Su narrativa suele ser considerada como “prosa localista”, la cual, a pesar de que el autor
se instala en la ciudad de Buenos Aires, un desplazamiento que Daniel Moyano califica
como “exilio”, donde vivirá hasta su muerte, su producción nunca pierde ese color local.
La crítica precedente ha puesto el acento en el aspecto particular de su voz narradora,
actitud o elección que proviene -a mi entender- de un posicionamiento centrado en el
puerto de Buenos Aires, como epicentro único de referencia cultural a nivel nacional.
A la vez, resulta interesante pensar la figura del escritor, como representante de una
corriente que, durante el gobierno peronista, atravesó por el fenómeno de la inmigración
interna. Este hecho resultaría influir en su literatura, aportándole un punto de vista basado
en un posicionamiento descentrado, que no puede ser menospreciado en su escritura,
como aspecto a ser analizado. La crítica ha insistido en caracterizar su narrativa como
"prosa localista", incurriendo a su vez en un posicionamiento colonial, al
desprovincializar la metrópolis -Buenos Aires-, como lugar de enunciación privilegiado,
al mismo tiempo que situando a los escritores de este lugar como representantes de una
1
Publicó su primer libro de poesía, Negada permanencia, en 1952¸ le siguieron La siesta y la naranja,
Claridad vencida, Otro verano y Cantar y contar. Su primer libro en prosa, El inocente, fue publicado en
1965. En 1971 se editó su novela La ciudad de los sueños (Buenos Aires, Sudamericana, 1971); y en 1977
una segunda colección de cuentos, La favorita (Caracas, Monte Ávila, 1977). En 1996 aparecieron sus
cuentos completos, con el título Así es mamá. Apareció una reunión de sus cuentos publicados previamente,
en Centro Editor de América Latina, en el año 1982: “‘La señorita Estrella’ y otros cuentos”. En el año
2001 se publicó Desiderátum (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001), su obra poética reunida; y en 2003,
sus ensayos: Escritos irreberentes (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003).
literatura “nacional”, aspecto sesgadamente colonial. El posicionar a Hernández en un
lugar claramente identificado con una región, habla al mismo tiempo de la visión binarista
y situada de la crítica, identificada con el centro y cultural y político de nuestro país,
estableciendo así una periferia literaria y estética que podría condicionar su lectura.
Aunque sí podríamos decir que Hernández escribe desde una periferia, aún instalado en
el centro de la escena cultural, su identidad provinciana, entrecruzada por su profesión
como escritor, lo relegará a ese lugar, a pesar de haber sido aclamado por sus
contemporáneos colegas así como por la crítica, no ha sido popularmente conocido.
El autor ha sido incluido en la Historia de la Literatura Argentina publicada en 1967 y
luego en 1981 por Centro Editor de América Latina en la “Generación de 1955”,
generación que, como se ha señalado, involucra una amplia gama de expresiones y de
autores, algunos vinculados al realismo y al compromiso político-social, y otros,
pertenecientes las nuevas generaciones de escritores, “más inclinados a buscar en sus
obras cierta tensión lírica y cierta elaboración del lenguaje que no excluye, sin embargo,
un propósito de indagación de la realidad argentina claramente verificable.” (1967:1303)
Esta generación narrativa se caracterizaría por compartir el impacto de la caída del
gobierno peronista en la sociedad argentina, en el año 1955, y la consecuente inestabilidad
política del país durante la década del ‘60. La narrativa que se comienza a producir a
partir de entonces no hace sino continuar diversificando el panorama de respuestas
literarias, ante la incertidumbre vivida como “estructura de sentimiento”, al decir de
Raymond Williams.
El autor estuvo vinculado al autodenominado grupo La Carpa, que, desde Tucumán,
produjo una revista que se publicó a mediados de la década del ‘40. A este grupo
pertenecieron, junto a Hernández, poetas como Manuel J. Castilla, Raúl Galán, Raúl
Araoz Anzoátegui, Julio Ardiles Gray, entre otros. El grupo realizaba ediciones de sus
propias obras, y reuniones en Salta, Tucumán, Jujuy.
En relación a los trabajos de investigación sobre su obra, las autoras Magda Lahoz y
Eulalia Rovira ponen el acento en cómo la narrativa de Hernández “aparentemente
monocorde y no obstante fuertemente irónica, esconde una voz, que desde fuera del
discurso, influye, determina el discurso del narrador, voz polémica, escondida. Un
discurso que sobreentiende otro discurso y que implica doble juego.” (1993:366)
Por otro lado, en su temprano estudio, Delgado y Gregorich (1967) catalogan la obra de
Hernández, desde sus primeros libros de poemas (Negada permanencia, Claridad
vencida, Otro verano) como textos que “anticipan ya un dominio del lenguaje muy
depurado, y una sensibilidad ejercitada y particular”. Esa cualidad le otorga una mirada
diferente que se transluce en la presencia de
2
La cursiva es mía.
sus cuerpos, tratan de imitar el estremecimiento del placer total y destructivo (1982:2).
(…) despliega una visión de la vida provinciana –Hernández es tucumano- en que las
penetraciones fantásticas y mágicas asedian constantemente el escenario realista, y en
donde el mundo de la infancia es recreado con un paleta particularmente vibrante (Delgado,
Gregorich; 1967).
Lejos del concepto que define lo real como externo e independiente al individuo, la
cuentística de Hernández parte del concepto de que la realidad es construida a partir de la
interacción con el plano subjetivo del individuo con el mundo externo. Por lo tanto es
múltiple y no unitaria, absoluta o categórica. Su hipótesis narrativa implica el
reconocimiento del contraste entre el mundo como una realidad a priori y el mundo como
percepción personal, lo cual es parte del contraste más general entre apariencia y realidad.
Esto lo lleva a centrar sus relatos en torno a la representación del estado interior de sus
protagonistas, lo cual define su modernidad como autor (2001:9).
En definitiva, todos estos trabajos que abordan la obra narrativa de Hernández, llaman la
atención respecto a la construcción de una atmósfera subjetiva, hasta aparentemente
trivial por lo cotidiana, al adentrarse en los conflictos de los protagonistas. Este universo
íntimo que reconstruye el autor habla del afuera de esos espacios, de los patrones
culturales que atraviesan estos ámbitos íntimos, refractando discursos que se proyectan
subjetivamente –por el parlamento de los personajes- en el texto. En ese sentido, los
trabajos que abordan este aspecto, profundizándolo en el aspecto intradiegético, es decir,
analizando el discurso en boca de los personajes, pero ninguno aborda la perspectiva de
las identidades constructivas de género, la propuesta subjetivista del autor en cuanto a
estas construcciones, sin tener en cuenta la perspectiva de género presente en el
enunciado, en las voces de los personajes.
Al registrar las formas en que mujeres y hombres son percibidos por un entorno
estructurado por la diferencia sexual, las teóricas feministas, a pesar de sus diferencias,
conceptualizan el género como el conjunto de ideas, representaciones, prácticas y
prescripciones sociales que una cultura desarrolla desde la diferencia anatómica entre los
sexos, para simbolizar y construir socialmente lo que es “propio” de los hombres (lo
masculino) y lo que es “propio” de las mujeres (lo femenino). (1999: 84)
Las relaciones sociales que se establecen en el patriarcado entre hombres y mujeres son
relaciones de poder y subordinación, ya que se trata de un orden basado en la jerarquía y
en la asimetría. Marta Amanda Fontenla define el patriarcado, en su sentido literal, como
gobierno de los padres (2007:256). El concepto refiere específicamente a la sujeción de
las mujeres al dominio masculino, al mismo tiempo que singulariza la forma del derecho
político que los varones ejercen en virtud de ser tales. La familia es, claro está, una de las
instituciones básicas de este orden social por su rol reproductor -biológicamente
hablando-, y encargado de la aculturación/socialización de los sujetos en el marco de las
relaciones de poder patriarcales.
Siguiendo las reflexiones de Lamas, no es posible comprender al género y la diferencia
sexual sin abordar el proceso de constitución de la identidad, “ya que la categoría implica
comprender la interrelación compleja con otros sistemas de identificación y jerarquía”
(1999: 87).
Es en este sentido como el sistema de género –y el orden que prescribe, el patriarcado- se
encuentra arraigado en las subjetividades, representaciones, y prácticas, y ello genera una
naturalización de esta diferencia, una invisibilización del carácter artificial e histórico del
sistema, aunque el mismo se remonte a una antiquísima relación histórica entre los sexos.
Así como la idea de “mujer” es una construcción cultural, también lo es la del “varón”,
reflejado en el proceso de la construcción identitaria masculina. Podemos entender la
masculinidad, entonces, como una esencialización y una abstracción reduccionista de lo
que significaría el ser hombre.
A partir de esta noción, los estudios sobre masculinidades surgidos en las últimas décadas
abundan en referencias a los “mandatos” que los varones reciben de la sociedad. Tanto
Los cuentos
“Tenorios”
La verdad que conocer a Freddy fue sacarme la grande. Ni comparación entre él y los
muchachos del barrio, esa manga de envidiosos del arrastre que tengo con las mujeres.
¿Es culpa mía acaso? Quien hereda no hurta, bien lo dice el refrán (2004:149).
Esta, la oración que abre el relato en primera persona, sitúa la perspectiva de la que el
narrador parte, para comprenderse a sí mismo: es el heredero de una bienaventuranza para
con las mujeres, dando cuenta de una concepción patriarcal fundamental: la que establece
la división binaria mujer/varón y asociada a esta la condición de pasividad/actividad,
según la cual el hombre ejerce una posición dominante con respecto a la mujer, en cuanto
a la conquista o seducción, así como en todos los otros órdenes de la vida social. Como
se observa, él mismo vincula a su padre con la popular frase “quien hereda no hurta…”,
a pesar de no haberlo conocido. Y es que se trata de una figura masculina simbólica,
internalizada en la subjetividad. Es lo que el narrador mismo observa, y de lo que da
cuenta a lo largo del cuento, a través de la figura de su amigo Freddy: “Gracias a su
amistad, mamá ha dejado de fastidiarme con aquello de las malas compañías, y que has
cumplido los veinte y es hora de pensar en tu futuro”3 (2004:149).
Característico de este relato es que el narrador introduce la voz identificada con su madre
mediante el recurso de la referencia indirecta, como lo evidencia el uso de la distancia
irónica en los pasajes resaltados con cursiva. Este es un caso particular, en el cual se
entremezclan la referencia directa con la indirecta, mediante un tono coloquial, mediante
el cual el narrador remite las palabras de su madre, buscando diferenciarse de las mismas.
De esa forma podemos visualizar claramente la presencia de la voz femenina
inmiscuyéndose en la voz narradora, distinguible por el uso de la voz indirecta. En esta
confusión de voces se puede ver también un aspecto que hace a la masculinidad: el
imperativo patriarcal de forjar un destino unido a la trascendencia por fuera de los límites
del grupo de socialización primaria, la familia, que se resume en la frase “pensar en tu
futuro”; unido a la idea de que las “buenas compañías” llevan por el “buen” camino, el
de la autonomía masculina, símbolo de su proyección permanente hacia el mundo: el
varón debe salir de su hogar materno para encontrarse y encontrar su destino, “realizarse”:
“Mamá opina que es todo un caballero, y hasta lo encuentra buenmozo a pesar de su
defecto. La buena educación embellece a las personas, dice hipócritamente4”. (2004:149)
Con el uso del calificativo “hipócrita” la voz del protagonista se distancia de la voz de su
madre, con quien el dialoga permanentemente formándose un contrapunto hacia adentro
de la voz del narrador. La réplica está presente en la carga semántica de este sustantivo,
que denota el fingimiento, el juego de las apariencias que caracteriza al patriarcado.
Había sido un veleta, un picaflor; pero la culpa no era de él, que en el fondo tenía un
corazón de oro, sino de las mujeres que como perras alzadas se le ofrecían
descaradamente. A él, como hombre, lo justificaba. ¿Pero cómo podía ella, desprovista
de atractivos físicos y de fortuna, competir con sus rivales? Enamorada de mi padre, había
sufrido en silencio aquella competencia desleal. (2004:152)
Así, el narrador esboza una suerte de crítica a este aspecto del patriarcado, anteriormente
analizado, reflejando esa escisión que opera entre las palabras y las prácticas, entre los
mandatos, y la realización personal de los mismos, ya que la exigencia que el sistema
3
Cursiva introducida por mí.
4
Cursiva introducida por mí.
ejerce de manera coercitiva sobre las subjetividades es tan alta, que se hace necesario
pretender y fingir para poder alcanzarlas con éxito, lo cual es prueba del carácter
socialmente construido de la categoría/identidad de género.
Igual me ocurre con el amor: mucho suspiro, mucho embeleso. Parecería que me derrito
como un caramelo, y en el fondo un témpano. ¿Será que tengo pasta de actor? Pienso que
las mujeres saben que miento, pero no les importa. La mentira forma parte de ese juego en
el que siempre son perdedoras (2004:150).
¿Pero cómo podía desentonar con un amigo? Por lo mismo que un gorrión desentona con
un pavo real, me explicó. Naturalmente, yo era el pavo real5. (2004:150)
Tanto a mamá como a Freddy les entusiasman mis enredos amorosos. Para satisfacer la
curiosidad de ambos, me veo en la obligación de exagerar. (2004:150)
Absolutamente controladora de cada paso que su hijo da, la madre vigila incluso su
desenvolvimiento como hombre, no sólo biológicamente sino además su sexualidad y la
sociabilidad.
(…) con el despertar de mi virilidad, deje de dormir en su misma cama. Para fortalecerme
en ese difícil trance, me hacía beber en ayunas yemas de huevo mezcladas con vino y
azúcar; jugo de carne, leche en abundancia. (2004:152)
5
Cursivas introducidas por mi.
No deja de ser admirable que una madre, venciendo su natural recato, pudiera hablar con
franqueza acerca de las artimañas que emplean las mujeres para lograr aquellos que más
desean: el matrimonio. (…) Aunque se niegue admitirlo soy el producto de una artimaña
en la que ella fracasó. (2004:152)
El varón, para ser tal, debe dar muestras de poseer la fortaleza y la seguridad necesarias
para ser un “ganador”, sin importar si esto es internamente real o si es fingido, pero debe
ser convincente, lo que demuestra que en realidad es tan solo una pose, un juego de
máscaras.6
Las palabras y concepciones propios del narrador con los de la madre, quien proyecta en
su hijo el resentimiento, haciéndolo, al mismo tiempo, depositario de todo ese legado
patriarcal del que el padre ausente era un ejemplo:
El odio que siente mamá por las mujeres es sólo comparable a la ferocidad con que Freddy
las desea. Mamá no se cansa de decirme que son unas puercas, unas tramposas, que debo
someterlas a mi voluntad y de ningún modo dejarme atrapar, excepto si logro seducir a
una rica heredera. (…) Necesito cambiar de ambiente: en la provincia hay escasas
posibilidades para alguien como yo (2004:153)
Más tarde, el narrador se pregunta: “¿Fue mamá la causante de mi ruptura definitiva con
Teresa? Es cierto que hizo lo imposible por conseguirlo”. Y describe una serie de ataques
perpetuados por ella contra su noviazgo, para terminar convenciéndolo de que la
“verdadera intención”: “En suma, aparentaba poseer todas las virtudes de una perfecta
esposa.” (2004:157)
6
Una lectura de los cuentos en esta clave de “máscaras” la realiza Rodolfo Schweizer, atendiendo a la
dualidad entre máscara y cara, dualidad que los personajes adquieren para enfrentar sus propias
precariedades y fragilidades y de esa forma poder superar los condicionamientos personales. Schweizer
parte de la idea de que en Hernández el protagonista “es representado como una conciencia o una
subjetividad en movimiento.” os protagonistas se encuentran “en proceso o en movimiento hacia su
asimilación o la imitación de un modelo (33), en el sentido de imitación del “otro” como recurso ante la
impotencia personal, adoptando su máscara. Por lo tanto, “estos relatos se dan como un juego entre un
inconsciente que busca concretarse y otro ‘yo’ externo que sirve de modelo, con el lector en una virtual
posición de espectador.” (2001: 31). En ese sentido, la idea de máscara aporta en la comprensión de los
relatos y en la forma en que ahonda la conformación de la subjetividad en permanente pugna con el sistema
social en que se inserta -en el sentido de lucha, de construcción contenciosa de la propia identidad-.
Es allí cuando llega al punto cúlmine de asunción de su masculinidad, momento que
coincide con que el de la toma de posición del yo del relato, que parece aceptar y
reivindicar el proyecto de varón que su madre tiene para él.
De todos modos, su madre no es su único referente. También está Freddy, cual espejo,
para reflejar sus aspiraciones, pero que al mismo tiempo deposita en el mismo cierta
admiración.
Pero nada le interesa tanto a Freddy como el relato de mis propias aventuras salpicadas
de proezas y crueldades, que invento para excitarlo. Este ejercicio ha tenido la virtud de
redoblar mi capacidad amatoria. (2004:156)
A continuación relata cómo logra que una de esas proezas se vuelva realidad, al compartir
un acto sexual en presencia de Freddy, sin que su novia, Teresa, lo supiera, es decir, a
espaldas de su voluntad.
Después de esa noche, Teresa dejo de atraerme. Más aún, me repugna la sola idea de
acostarme nuevamente con ella.
Finalmente me parece importante destacar que la coincidencia de este personaje con una
visión canónica de su masculinidad se vislumbra en la importancia o preponderancia dada
a su cuerpo, a la imagen acerca de sí mismo, a la opinión de su madre.
En este sentido, la masculinidad que va in crescendo en el personaje principal, se va
llenando de sentido a través del cultivo de la imagen corporal, sobre todo, algo que ambos
cuentos tienen en común: un hombre debe ser sano fuerte y dar pruebas de ello a través
de su cuerpo.
Según Freddy, necesito desarrollar mis pectorales antes de viajar a Mar del Plata. Para
complacerlo, día por medio voy a su cuarto de arriba del garaje. Allí, frente a un espejo que
me refleja de cuerpo entero, hago los ejercicios adecuados a esa finalidad. (154)
El texto abre y culmina con una mención al padre ausente, pero presente como referente
claro de la imagen patriarcal que el protagonista del cuento construye, activa y
pasivamente a la vez, como reservorio/receptor de las intrincadas expectativas de la
madre, y como varón orgulloso de serlo.
Creo que si mi padre viviera se sentiría orgulloso de su hijo; sin los medios que él tuvo,
he sabido ponerme a la altura de sus hazañas. Afortunadamente, Freddy apareció en mi
vida para suplir esa ventaja. (…) La admiración de Freddy me ilumina; reflejado en sus
ojos me siento poderoso. Cada día mi torso se parece más al de una estatua. (157)
La ausencia de un padre, así como las estrecheces económicas que atraviesa en su vida
por la misma razón, viviendo solo con una madre soltera, son suplidos, como el mismo
dice, por la presencia de Freddy en su vida: se constituye en la imagen masculina que se
erige como referente para la construcción de una subjetividad identificada, aunque no por
eso menos consiente de su artificialidad y su discursividad, y marcada por la fuerte
imagen de la masculinidad hegemónica, es decir: patriarcal.
Existe entonces una tensión entre la mirada del hijo que percibe el discurso de la madre
como imposición, por la misma estructura de la relación, pero que al mismo tiempo se
identifica con ese discurso, algo que al parecer termina predominando al final del texto.
La operación que se realiza es la del desenmascaramiento de la ideología de género, en el
sentido de que el relato al respecto busca exhibir esos mandatos en cuanto tales, y su
injusticia en tanto arbitrariedad e imposición, y al mismo tiempo mostrar cómo inciden
en la formación de una subjetividad. Como resultado, el relato representa una realidad
pero también la critica a través del juego de voces madre/hijo y sus miradas a veces
contrapuestas, otras complementarias.
“La intrusa”
7
Entendiendo racconto como narración retrospectiva; tomando como punto de partida el presente, busca
recuperar una escena del pasado, progresando lentamente de forma lineal hasta llegar al momento inicial
del punto de partida de la historia.
“La intrusa” muestra al protagonista como un yo que se ve a sí mismo en tanto víctima
de su propia abuela. A lo largo del relato va enumerando las cualidades que lo hacen ser
un derrotado, un hombre deficiente, ya que no posee ninguna de las características que se
le exigen a un varón patriarcal para ser tal: estar unido a una mujer, en el marco de un
matrimonio, una casa que gobernar, un trabajo y un sueldo exitosos que le permita ser un
agente proveedor, y un aspecto físico “saludable”, que indique destreza física, fortaleza,
atractivo sexual, etc. Todo esto por haber vivido bajo la influencia de su abuela, como él
mismo se lo achaca:
La “intrusa” es, justamente, su abuela, quien realiza las intervenciones; y es por eso que
le adjudica un epíteto que denota la presencia de lo femenino en un sentido peyorativo,
bajo la forma de una intromisión sin derecho. Y esta concepción de lo femenino se realiza
a lo largo del cuento mediante la voz narradora en 1ª persona, que da cuenta de la
permanente penetración de la voz de su abuela en su subjetividad, como si fuera una
conciencia detrás de su conciencia; ya sea para impugnar una acción, acallarla o para
ilustrar momentos de su vida con frases elocuentes, de acuerdo al momento. Esta frase
introductoria, en particular, marca la moral religiosa de su abuela, la cual es condenada
por el protagonista, ya que el mismo es signado por esta educación también, que buscaba
alejarlo de todo lo considerado “pecaminoso”; es en ese sentido un peso con el que ha de
cargar, un estigma.
Este vínculo, tan estrecho y hasta exclusivo, es en términos simbólicos el de una “madre
castradora” personificada en su abuela, con su nieto, devenido en hijo: es decir, una mujer
represiva y reprimida, atravesada por límites en cuanto a su propia sensibilidad, educada
bajo los preceptos de una moral que está relacionada con la religiosidad extrema, la
austeridad, la proscripción de los placeres. Para el narrador su imagen está sobre todo
asociada al rencor. Estas características influyen históricamente en su comportamiento,
en su carácter, en toda su cosmovisión y experiencia del mundo, así como también afectó
sus relaciones afectivas.
8
Cursivas introducidas por mi.
Así como la mayoría de los hombres tuvieron cuando niños un ángel de la guarda
bondadoso, yo llevé a mi lado, y llevo todavía en el recuerdo, la imagen de una anciana
que miraba al mundo con expresión de absorta repugnancia (…) (Hernández, 2004:225).
Como se puede evidenciar en esta cita, la imagen maternal se asocia a una figura
angelical. Lejana a esta idealización, su abuela es para él un ser desagradable, hasta
monstruoso, como se verá a lo largo del análisis. La separación que el mismo narrador va
realizando entre sus palabras y las de su abuela, es parte de la toma de conciencia de
saberse poseído por una doctrina con la que tuvo contacto toda su vida, de los
pensamientos propios, que va revelando paulatinamente, hasta llegar al punto culmine del
final, momento de revelación.
Porque la lectura que él hace acerca del éxito que Miguel, su compañero de cuarto, porta
como signo, la visión mística, no parece tener ninguna relación con la moral religiosa de
la que hacía gala su abuela:
La relación con su abuela explica, en parte, a sus ojos su propia austeridad en relación
con el resto de las mujeres –y con la vida en general-: “Aunque soy por naturaleza
solitario, mi falta de recursos me tiene condenado a la promiscuidad de las pensiones”
(2004:228). A su vez esto es lo que propone Hernández en el cuento: un personaje
atravesado por tensiones, extraviado por la sensación de fracaso pero también que
cuestiona implícita o explícitamente a su abuela. Es el autor implícito quien titula así el
cuento, calificando así la relación que el narrador confirma en su narración. Así es como
va enajenando su vida bajo este principio, justificando una módica vida, falta de
pretensiones. Su fracasado noviazgo tiene algo de esto. De este modo de vivir que, como
el mismo señala, se refleja en la austeridad no religiosa, se traduce en austeridad de
ambiciones ligadas a un modelo patriarcal
Yo deseaba conocer más detalles sobre su vida, pero simulé indiferencia. (…) No sé por
qué había imaginado que era huérfano como yo y criado por una abuela. No una abuela
austera y rezadora como la mía; la de Miguel debió de ser una italiana ancha, colorada,
con los bolsillos del delantal repletos de golosinas. (2004:231)
Sentí un gran alivio al observar que este nuevo pensionista (“Miguel Altolabelli,
mucho gusto”) era lampiño, robusto. (…) A pesar de su aspecto tranquilizador, de
su juventud y de su estatura, me inspiró un ligero temor. (…) Dirán que doy mucha
importancia a esta cuestión, pero un empleado de comercio, por consideración a los
clientes, necesita vestirse con pulcritud. Como dice mi jefe, la ropa es sagrada. (228)
Para el común de la gente, Irma y Miguel formaban una pareja encantadora. Ambos
eran rosados, saludables; hacían pensar en un picnic entre los árboles, en el dulce de
leche, en el sarampión. (230)
Del otro lado se encuentra el, como contraejemplo de esta imagen de fortaleza,
relacionados con esos “hábitos malsanos, temores y tristezas” que lo afectaron al punto
de volverlo incapaz de relacionarse y de constituir una familia, algo que además lo
adjudica a su crianza toda, en manos de su madrastra y de su padre, quienes lo
despreciaban tenazmente:
9
Para ampliar el concepto de “habitus” consultar La dominación masculina, de Pierre Bourdieu, quien
profundiza su análisis en el siguiente sentido: “Si esta división [la de un dominio masculino separado de
uno femenino] parece “natural”, como se dice a veces para hablar de lo que es normal, al punto de volverse
inevitable, se debe a que se presenta, en el estado objetivado, en el mundo social y también en el estado
incorporado, en los habitus, como un sistema de categorías de percepción, pensamiento y acción. Se trata
de la concordancia entre las estructuras objetivas y las estructuras cognitivas que posibilita esa relación con
el mundo que Husserl describía con el nombre de “actitud natural” o experiencia dóxica.” (2000:2)
Mi madrastra y mi padre, que eran avaros, comenzaron a tomarme entre ojos a causa
de mi silencio y mi pasividad. Me llamaban inútil, pollo raquítico incubado por una
vieja beata, cara de escapulario, y otras maldades. (…) con el recuerdo de mi abuela
a cuestas, mis ojeras y mi contagiosa antipatía. (240)
Cabe aclarar que con esto no pretendo reducir la noción de habitus a la de corporalidad
simbolizante y simbolizada culturalmente, en el sentido pero sí me parece un aspecto muy
importante del mismo –concepto-. En ese sentido el narrador se refiere a las mujeres,
como constructo en el cual se depositan ciertos estereotipos, como es el caso de Irma, la
sobrina de la pensionista y pretendiente de Miguel:
No está bien provocar a un hombre de esa manera y después, cuando las cosas arden,
hacerse la mosquita muerta y permitir que la tía amenace a Miguel con llamar a la
policía. (…) Cualquiera, en su caso, habría hecho lo mismo; no yo, que detesto a las
jovencitas agrandadas del tipo de Irma que se despeinan como las actrices de cine,
se comen las uñas y pasan horas hablando por teléfono. (230)
Así, como la mayoría de los hombres tuvieron cuando niños un ángel de la guarda
bondadoso, yo lleve a mi lado, y llevo todavía en el recuerdo, la imagen de una
anciana que miraba al mundo con expresión de absorta repugnancia desde los
postigos entreabiertos de su balcón. (…) Tuve ganas de responderle que nunca sería
como Miguel, que la culpa de mi color enfermizo era de mi abuela, pero que
intentaría con toda el alma comer el dulce perverso porque amaba la vida, aunque
fuese un contagio, una enfermedad. (244)
Conclusión
En todos los cuentos campea un ritmo y una ambientación que podríamos calificar
como de ‘propio-americana’, algo que tiene que ver con la desidia, algunos excesos
(pueblerinos, claro está), una cierta lujuria, características todas ellas visualizadas la
mayoría de las veces como una falta, como una inevitable culpa.” (Carreta, 1977)
Es aquí donde se puede observar que a lo largo del volumen de cuentos completos se
manifiesta esta voluntad por dar cuenta de una realidad íntima, cercana a la vivencia
cotidiana de los personajes que retrata, viendo a la familia, como el núcleo fundamental
de problemáticas transversales a toda la sociedad.
los textos analizados, así, parecen coincidir con la visión de la realidad social ofrecida por
teóricos como Bajtín en cuanto a la capacidad de los textos literarios de dejar entrar en él,
en un campo de igualdad, las voces del discurso, que pueden ser contrapuestas incluso, y
estar cohabitando contenciosamente en un mismo enunciado, como sucede en estos
cuentos. En relación con el género, y coincidiendo con la propuesta de lamas, los textos
incitan a reflexionar sobre el hecho de que la conciencia de las personas está habitada por
Allí estaría el “triunfo” del sistema: en que se reproduce a sí mismo a través de conductas
alienadas e internalizadas.
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Publicación: Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011.
Notas de reproducción original: Otra ed.: Juan José Hernández (Aproximación a su
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