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JESÚS DE NAZARETTODO UN HOMBRE

¿Quién es este hombre, Jesús de Nazaret, que viene a anunciar un mundo nuevo, un
renovado modo de vivir? ¿Qué hay en sus ojos?, ¿Qué resuena en sus palabras?, ¿Qué
guarda en su corazón?.
La respuesta nunca será completa, Jesús es el hombre que rompe todos los esquemas. Él es
la Buena Nueva que nos revela el encuentro personal con Dios su Padre.

Vamos a rastrear las dimensiones del misterio de la personalidad de Jesús.

¿Cómo conocer el verdadero perfil humano de Jesús?, ¿Era alto o bajo?, ¿Rubio o moreno?,
¿De complexión fuerte o frágil?, ¿De qué color eran sus ojos?, ¿De qué forma su boca?. El silencio evangélico es absoluto, no se
^-^encuentra respuesta a ninguna de estas preguntas en los evangelios; Jos_autores sagrados se interesan más por el Cristo,
resucitado y glorioso que por ofrecer un retrato de su físico, ni de su personalidad, tampoco aparece en el relato de los
evangelios el retrato físico de los personajes que desfilan por ellos, nada se dice del rostro de Pedro, Herodes, María o Pilatos.
A este silencio evangélico se añade el hecho de que en la Palestina en ios tiempos de Jesús era rigurosamente prohibido
cualquier tipo de dibujo, pintura o escultura de rostro humano. Si el ministerio de Jesús, hubiera tenido lugar en tierra griega o
latina, probablemente nos hubieran quedado de él algunos monumentos iconográficos c o n t e m p o r á n e o s o de una fecha
p r ó x i m a , pero en el mundo judío, cualquier intento de este tipo era tomado como idolatría. Siglos más tarde los orientales
ofrecen la imagen de un Cristo bizantino, que se extende a toda la cristiandad: es el rostro de un hombre maduro, de nariz
prominente, ojos profundos, cabellos largos, barba corta y rizada. Se trata de un símbolo de la belleza masculina mucho más
que de un retrato.

,. ¿Es cosa de la providencia, que no sepamos nada de las facciones de Jesús, para que cada hombre, cada generación pueda
hacerlo suyo? Esto lo intuyó;f9cio, patriarca de Constantinopla en el siglo IX, que escribía: El rostro de Cristo es diferente entre
los romanos, los griegos, los persas y los etíopes, pues cada uno de estos pueblos afirma que se le aparece bajo el aspecto que
les es propio; tal vez esta es la clave, no dejó su rostro en tabla o imagen alguna porque quiso dejarlo en todas las
generaciones. La humanidad entera es el verdadero lienzo de la Verónica. Jesús era sin duda muy parecido a cualquier otro
judío de su época. Era como cualquier hombre, dirá san Pablo (Flp 2, 7). Los evangelistas que anotan la vestimenta de Juan
Bautista, nada dicen de la de Jesús, señalando, con ello, que era la normal. Llevaría ordinariamente un vestido de lana con un
cinturón, que servía, al mismo tiempo de bolsa (Mateo 10, 9). Usaría un manto o túnica (Le 6, 9) y sandalias (Hech 12, 8). Jesús
evitó, sin duda, todo detalle llamativo, usaría barba como todos sus c o n t e m p o r á n e o s adultos. Era cuidadoso de su persona;
San Pablo habla del hombre, Cristo-Jesús (I Tim 2, 5) que en verdad, era como uno de nosotros.

Los santos padres, ante la ausencia de descripciones en el nuevo testamento, acuden al antiguo y allí encuentran como
descripciones del Mesías, dos visiones opuestas. Isaías lo pintará como v a r ó n de dolores, (Is 52,14; 53, 2). El autor de los
salmos pinta la belleza del Mesías (Sal 44, 3). San J e r ó n i m o dirá que la energía que se desprendía de Él, la majestad divina
brillaba en su rostro, atraía hacia él, a los que lo miraban. Los textos evangélicos nos describen la gran impresión que Jesús
causaba en sus c o n t e m p o r á n e o s , c ó m o llamaba la atención a enfermos y pecadores, c ó m o sus apóstoles se encontraban
cautivados por la atracción que emanaba de su persona, c ó m o los niños se sentían felices con él, c ó m o impresionó al mismo
Pilatos. Era excepcionalmente un líder carismático.

A lo largo del evangelio se describe con detalle las miradas de Jesús, miradas de dulzura, de cólera, de compasión, de amor, de
amistad... Eran sin duda sus ojos extraordinariamente expresivos; lo mismo ocurre con su voz^ique los evangelistas nos
describen segura y severa cuando reprocha, irónica cuando se vuelve a los fariseos, tierna al dirigirse a las mujeres, alegre
cuando se encuentra entre sus discípulos, triste y angustiada cuando se aproxima a los enfermos y a la muerte.
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El evangelio da testimonio, que Jesús fue un hombre de gran capacidad emprendedora, resistente a la fatiga y realmente
fuerte; en Jesús jamás encontramos rastro de debilidad, al contrario, vive y crece como un campesino, le gusta estar en
contacto con la naturaleza, no teme a las tormentas en el lago, practica con los apóstoles el duro trabajo de la pesca. Sabemos,
sobre todo, de sus continuas y largas caminatas a través de montes, valles y caminos escarpados; la última subida de Jericó a
Jerusalén narra una auténtica proeza atlética, recorrió unos 37 kilómetros en seis horas, atravesando montes rocosos y

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solitarios y llego lo suficientemente descansado como para participar aquella noche, en el banquete que le prepararon Lázaro y
sus hermanas (Jn 12, 2).

Ciertamente todas las insinuaciones evangélicas hablan de una magnífica salud: vive al aire libre y al descampado, resiste una
vida itinerante, algunas veces, le falta tiempo para comer (Me 3, 20 y 6, 31); los enfermos le visitan incluso a altas horas de la
noche (Me 3, 8); tiene un sueño profundo como lo demuestra el que pudiera seguir dormido en medio de la tempestad en una
incómoda barca, y persevera en la oración en horas de angustia, cuando los demás caen rendidos. La templanza de su espíritu
y la fortaleza de su cuerpo, sorprende al mismo Pilatos, cuando José de Arimatea acude a pedir el cuerpo de Jesús para darle
sepultura.

Jesús, vive en un entramado social dominado, con una raza apasionada, los judíos son una generación que arde con sólo
tocarles, en medio de ellos, Jesús realiza su ministerio con una serenidad y sabiduría impresionante que hace que los fariseos
no se atrevieran a echarle mano (Jn 7, 45). No hay, además, en la vida de Jesús exaltaciones o depresiones. Hay, sí, momentos
más intensos que otros, pero los asume con un prodigioso equilibrio emocional que transmite en sus enseñanzas: el
sembrador, el recolector en los campos, el viñador entre sus cepas, el pastor buscando sus ovejas, el mercader en busca de
perlas; después en el hogar la mujer ocupándose de la harina, de la levadura, de la dracma perdida; la viuda que se queja ante
el juez inicuo, las relaciones espirituales entre el Maestro y los discípulos; la inocencia de los niños y el celo de los servidores;
todas estas imágenes animan su enseñanza y la hacen accesible a todos; todo esto no significa que solamente hable en
Imágenes y en parábolas, testifica, en medio de la mayor tensión, una paz interior y una alegría espiritual, tales que ningún
profeta las había conocido... Jesús que no tiene una piedra donde reposar la cabeza, no habla como un hombre que ha roto
con todo, como un héroe de ascesis, como un profeta extasiado, sino como un hombre que conoce la paz y la armonía interior
y puede contagiar a otros.

Jesús se engalana con una asombrosa seguridad de en sí mismo: la lucidez extraordinaria de su juicio y la inquebrantable
firmeza de su voluntad. En Jesús lo sobrenatural se hace natural; hasta el milagro se hace con sencillez. Cuando, en la
transfiguración su rostro adquiere luces más que humanas, es él mismo quien trata de ocultarlo, pidiendo a sus apóstoles que
iio eysnten lo ocurrido. Quienes un día le llevaren a la cruz, nunca temieron que pudiese escapar ds-sus .manos con e! gesto —
vencedor de un « s u p e r - h o m b r e » .

Ha escrito Romano Guardini: las palabras de Jesús son tan claras y transparentes como la superficie del agua de un pozo; sólo
bajando nuestro cubo hasta el fondo, podemos percibir su verdadera profundidad. ¿Hay algo más « e l e m e n t a l » que la parábola
del hijo pródigo? Jesús no hace teorías. Nada nos dice sobre el origen del mundo, sobre la naturaleza de Dios y su esencia,
jamás habla como un teólogo o como un filósofo. Refiere la verdad como hablaría de una casa, siempre con el más riguroso
realismo. Sus palabras son un puro camino que va desde los hechos hacia la acción, se limita a anunciar el amor de Dios y la
llegada de su Reino. Su pensamiento está concentrado en lo esencial y no necesita retóricas. Por eso escribe Leonardo Boff: El
no hace teología ni apela a los principios superiores de la moral y mucho menos se pierde en casuísticas, sus palabras y su
comportamiento muerden directamente en lo concreto. Sus preceptos son claros, incisivos y sencillos: Reconcilíate con tu
hermano (Mt 5, 24). No juréis en absoluto (Mt 5, 34). Si alguien te golpea en la mejilla derecha, muéstrale la izquierda (Mt 5,
39). Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen (Mt 5, 44). Cuando hagas limosna, que tu mano izquierda no
sepa lo que hace la derecha (Mt 6, 3). Jesús no enseña v e r d a d e s ^ o t é r i c a s e incomprensibles; no trata de llamar la atención
con ideas desconcertantes y novedosas, Jesús enseña verdades racionales, que ayudan a vivir con sabiduría y sencillez.

Jesús, no impone una doctrina, sus propuestas son de sentido c o m ú n , propone amar a los enemigos, porque todos somos hijos
de un mismo Padre (Mt 5, 45); propone hacer el bien a todos, porque todos queremos que los demás nos hagan bien a
nosotros (Le 6, 33); propone la confianza en Dios Padre, porque Él cuida hasta de los pájaros del campo (Mt 12, 11), esto lo
enseña con un lenguaje sencillo. Jesús no habla para intelectuales usa un vocabulario y un estilo apto para un pueblo de
campesinos, artesanos, pastores y soldados y eso es precisamente lo que hace que su enseñanza haya permanecido por siglos
y atravesado fronteras.¿Cómo habría sido traducida y comunicada, a lo largo de los siglos sus propuestas, al africano, al
•pescador irlandés, al granjero americano, al mozo de los cafés de Paris o de Londres? Realmente: la «simplicidad» del lenguaje
evangélico es la condición de su capacidad de expansión «universal», en cambio, sí hubiera estado arropado por la riqueza de
un léxico evolucionado, habría permanecido prisionero de la civilización en cuyo seno nació y no habría podido ser
comprendido por la totalidad de los hombres. No habría sido verdaderamente católico (universal).

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Jesús sabe lo que quiere, su vida es un «sí'» incondicional al proyecto del Padre. No existe, no ha existido en toda la humanidad
un ser humano tan convencido de su proyecto. No sabíais -contesta a sus padres- que yo debo emplearme en las cosas de mi
Padre? (Le 2, 49). Y no faltaron obstáculos en su camino: las tres tentaciones del desierto y su respuesta, son la victoria de
Jesús sobre la posibilidad de apartarse de ese camino para el que ha venido. M á s tarde, serán sus propios amigos los que
intentarán alejarle de su deber y llamará Satanás a Pedro (Mt 16, 22). Jesús es el heroísmo hecho hombre. No hay en él
indecisiones, ni acelere. Este equilibrio es lo que atraía a los discípulos e impresionaba a los mismos fariseos: Maestro,
[5^ .sabemos que eres veraz y que no temes a nadie, le dicen, pero el misterio está en su audacia, Porque esa «decisión» que
parece caracterizarle, no es la que brota simplemente de unos nervios sanos, de un carácter frío o emprendedor; es la que
brota del total acuerdo de su personajcojiji^jTiislón. Jesús no es el irreflexivo que va hacia su destino sin querer pensar en las
consecuencias de sus actos. Él sabe perfectamente lo que va a ocurrir. Simplemente, lo asume con esa enteresa de aquel para
quien su deber es la misma esencia de su alma.

Otra de las característilras de Jesús son los sentimientos más cotidianamente humanos, el amor misericordioso con el que es
retratado el Padre que espera al hijo pródigo o el buen pastor que busca a la oveja perdida, Jesús tenía un corazón sensible en
el que, como en un órgano, funcionaban todos los registros de la mejor humanidad. Así le encontraremos compadeciéndose
del pueblo y de sus problemas (Mt 9, 36); contemplando con cariño a un joven que parece interesado en seguirle (Me 10, 21);
mirando con ira a los hipócritas, entristecido por la dureza de su c o r a z ó n (Me 3, 5); estallando ante la incomprensión de sus
apóstoles (Me 8, 17); lleno de alegría cuando éstos regresan satisfechos de predicar (Le 10, 21 ); entusiasmado por la fe de un
pagano (Le 7, 9); conmovido ante la figura de una madre que llora a su hijo muerto (Le 7, 13); indignado por la falta de fe del
pueblo (Me 9, 18); dolorido por la ingratitud de los nueve leprosos curados (Le 17, 17); preocupado por las necesidades
materiales de sus apóstoles (Le 22, 35). Participa de los más comunes sentimientos humanos: tener hambre (Mt 4, 2); sed (Jn 4,
7); cansancio (Jn 4, 6); frío y calor ante la inseguridad de la vida sin techo (Le 9, 58); llanto (Le 19, 41); tristeza (Mt 26, 37);
tentaciones (Mt 4, 1). Comprobaremos, sobre todo, su profunda necesidad de amistad, que es, para Boff, una nota
característica de Jesús, porque ser amigo es un modo de amar. Le oiremos elogiando las fiestas entre amigos (Le 15, 6);
explicando que a los amigos hay que acudir, incluso siendo inoportunos (Le 11, 5). Le veremos, sobre todo, viviendo una honda
amistad con sus discípulos, con Lázaro y sus hermanas, con María Magdalena. Jesús es una mezcla de majestad y de dulzura y
mantiene su equilibrio en todas las vicisitudes: ante la injusticia, la ealiimnia, la persecución la incomprensión de sus 'r.tirr.os.-
Sabe condescender sin rebajarse, entregarse sin perder su ascendiente, darse sin abandonarse, es modelo de equilibrio y
libertad interior.

Nos preguntamos ¿Jesús fue un realista con los pies en la tierra o un idealista? Hay en Él un modo absoluto de ver la vida, Jesús
no conoce la mediocridad humana, a juzgar por sus enseñanzas y según la firmeza heroica de su conducta, estaría uno tentado
a tomarlo por un hombre perfecto y hasta quizá por un soñador viviendo fuera de la realidad, Jesús no fue un hombre de
éxtasis y visiones, ninguno de los evangelistas atribuye a Jesús este tipo de éxtasis o de f e n ó m e n o s extraordinarios. Tiene, sí,
contactos con el mundo sobrenatural: a través de su constante espíritu de oración. Pero jamás nos pintan los evangelistas una
oración en la que Jesús se aleje de la tierra en éxtasis puramente pasivo. Y hay en su vida frecuentes entradas de ese mundo
sobrenatural en el cotidiano: el cielo se abre en el J o r d á n , el demonio le tienta en el desierto, es consolado en el huerto. Pero
todo se hace con tal naturalidad y sencillez que habría que reconocer que no se trata de alucinaciones o visiones de un espíritu
desequilibrado. Podemos, concluir de nuevo que la visión prodigiosamente clara de su mirada, la conciencia que tenia de sí
mismo, el carácter varonil de su persona, excluyen clasificarle entre los soñadores y exaltados más bien, supone una marcada
predisposición para lo racional.

Efectivamente la intuición y lógica parece ser una de las características mentales de Jesús que une en sí a un pensador y a un
poeta. Morir por la verdad libremente es decir: se dejará matar por ella, pero no irá hacia la muerte como un fanático. El
servicio a la verdad es el centro de su alma, pero no a una verdad abstracta sino a esa que se llama amor y que sólo podía
realizarse siguiendo la senda marcada por su Padre. Y aquí llega la más alta de las paradojas: siguió esa senda desde la más
absoluta de las libertades. El tercer concilio de Constantinopla, en el a ñ o 681, definió que Cristo estuvo dotado de voluntad y
libertad humanas, que vivió y actuó como un ser libre. Efectivamente la libertad y la liberación fueron los núcleos de su
mensaje. San Pablo lo condensa sin vacilaciones: "Fuisteis llamados hermanos, a la libertad". (Gal 5, 13). Para que seamos
libres es por lo que Cristo nos liberó (Gal 5, 1). Jesús nace en el seno de un pueblo exasperado por la libertad, obsesionado por
ella'. De ese pueblo recibe su sentido, aunque, luego, él ensanchará sus dimensiones desde lo político a una libertad integral
que nace en el c o r a z ó n con raíces más profundas que las meramente políticas. Jesús es el hombre libre ante el ambiente social,
muchas de cuyas tradiciones rompe sin vacilaciones: habla con los niños, sostiene la equidad de genero, deja a sus apóstoles

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que cojan espigas en sábado. Se opone frontalmente a los grandes grupos de presión. Habla con franqueza a las autoridades
políticas. Desprecia abiertamente a Herodes llamándole « z o r r o » ; elige libremente a los apóstoles, no se deja presionar por los
grupos violentos que quieren elegirle rey, enseña con libertad, Jesús no pidió nada a los ricos, ni a las autoridades: ni licencia,
ni apoyo, ni colaboración. No tuvo necesidad de los poderosos, sin duda, como siempre, esa fue para ellos la mayor ofensa, lo
que más les hirió: m o s t r ó que no los necesitaba. Visita a los ricos, fariseos, personas notables, sin pedirles ayuda. Recibe a un
hombre tan importante como Nicodemo y no le pide apoyo, ni una intervención favorable ante el sanedrín. Sabe que si una
persona de tal consideración garantizará su buena conducta en la asamblea, sería un buen argumento a su favor. Jesús no
buscó ningún privilegio. Pilatos se extrañó: esperaba ciertamente que Jesús apelase a su clemencia. Habría sido una ocasión
excelente para dar muestra de su poder. Pero Jesús no quiso facilitar las cosas, para inclinar hacia él la indulgencia, ninguna
palabra para justificarse ante los judíos, ninguna palabra para calmar a Pilatos; desde el principio hasta el fin de su vida, se
mostró siempre seguro sin arrogancia. Esta libertad interior impresionó tremendamente a sus c o n t e m p o r á n e o s a quienes
llamaba la atención, más que lo que decía, el modo como lo decía; se maravillaron de su enseñanza , les enseñaba como quien
tiene autoridad (Me 1, 22; MI 7, 29). Y sus propios adversarios se v e r á n obligados a reconocer esa libertad de sus opiniones:
Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas de verdad el camino de Dios (Mt 22,16).

Jesús no se deprime, no está preocupado por el futuro de su vida o de su obra. Esta seguridad es lo más sorprendente de su
postura en el evangelio. Jamás está, angustiado por el futuro del Reino que predica, jamás le encontramos planeando
estrategias para el mantenimiento desu propuesta, aquí vuelve a ser absolutamente diferente a los fundadores de religiones o
de cualquier tipo de empresa humana o espiritual. Jesús deja absolutamente todo en las manos de Dios. Conocía la
mediocridad de sus apóstoles, la traición de su mas cercano amigo, Pedro y no vacila en dejar en sus manos el porvenir de su
obra. Comenta el mismo Comblin: Jamás fundador alguno dejó a sus sucesores una obra tan libre, disponible, no
institucionalizada. Prácticamente Jesús no dejo a los apóstoles ninguna de las instituciones de la Iglesia posterior, a no ser la
instrucción de reunirse para celebrar la cena en memoria suya. Confió todo al Espíritu santo dajado a los apóstoles para ir
definiendo la misión de ser portadores de la Buena Nueva. Nunca en los evangelios aparece preocupado por ese futuro: no dijo
a los apóstoles: después de mi haréis esto o aquello. Sabía muy bien Jesús que lo que coarta la libertad de los hombres es el
miedo, la preocupación por el futuro, la necesidad de seguridades. Pero él nunca necesitó nada: no tuvo propiedades, no
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¡pero qué seguridad!-: la absoluta confianza en su Padre. Gracias a ella superó t a m b i é n el miedo a la muerte la que asumió en
el acto más sublime de libertad que conozca la historia; no esquivo, no buscó pactos ni privilegios. Impresionó a quienes le
crucificaban, por su serenidad. Jesús fue, efectivamente, el más grande de los hombres. La humanidad encuentra en Jesucristo
la respuesta a la más profunda búsqueda de sentido de vida. "En Jesucristo Dios se hace humano y el hombre se eleva a la
divinidad". (Concilio de Calcedonia 451)
Resumen tomado del texto de:
J. L. MARTIN DESCALZO, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret.
"Nada menos que todo un hombre". Págs. 285-306

INFORME DE LECTURA
Identificar los rasgos humanos de Jesús, según el autor J. L. Martín Descalzo en el documento: NADA MENOS QUE
TODO UN HOMBRE.
RUTA:
" I . • Lectura del documento
•jL • Responder las preguntas:
1. ¿Qué les interesa a los autores sagrados de la persona de Jesús?
2. ¿Qué intuyó Focio, patriarca de Constantinopla en el siglo IX, sobre el silencio evangélico
respecto a la fisonomía de Jesús?
3. ¿Cómo revela Jesús su naturaleza divina y su naturaleza humana?
4. ¿De dónde fluye la seguridad que transmite la persona de Jesús?
5. ¿Cuál es el plan de Dios y qué le implicó a Jesús hacer la voluntad del Padre?
g Conclusión: ¿Qué te aporto el conocimiento de la persona y la naturaleza divina y humana de
-JESÚS?

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