Anda di halaman 1dari 9

I.

Eucaristía en las Sagradas Escrituras

Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti


La Eucaristía es el ápice de todo el orden sacramental, es alimento de toda
la vida espiritual y al mismo tiempo la cumbre hacia la cual está tensionada toda
la actividad de la Iglesia. El Santísimo Sacramento es la fuente inagotable de
gracias, de él mana toda la fuerza de Cristo presente en la Iglesia y en el interior
de cada cristiano1.
La Eucaristía es el Sacramento del cual brotan y al cual están dirigidos
todos los demás Sacramentos2, conteniendo en sí todo el bien espiritual de la
Iglesia, puesto que todas las obras de apostolado y santificación están unidas a la
Eucaristía y a ella se ordenan3. Se comprende así que éste es el sacramento por
excelencia, presentando dos aspectos fundamentales:
• Sacrificio: es el sacrificio del Calvario ofrecido por Cristo y por la Iglesia.
• Sacramento: es alimento de la vida espiritual.
Por este motivo, cuando sentía acercarse la muerte, después de confesarse,
santo Tomás de Aquino exclamó al recibir el viático:
«Yo os recibo, precio de mi redención, viático de mi peregrinar, por cuyo amor he estudiado y
velado, trabajado, predicado y enseñado»4.

1. Prefiguras veterotestamentarias de la Eucaristía

Instituida por Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía se encuentra


prefigurada en el Antiguo Testamento. Es necesario observar que muchas
profecías y acciones salvíficas relatadas en este período encuentran la plenitud
de su sentido en la Eucaristía.
Antes de la formación del pueblo elegido, encontramos ofrecimientos de
sacrificios por parte de Caín, Abel, Noé, Abrahán, Melquisedec y Job. Entre
todo ellos, san Agustín señala especialmente el de Melquisedec como tipo
primordial del sacrificio futuro de Cristo:
Allí aparece por primera vez el sacrificio que se ofrece hoy a Dios por los cristianos, y se
cumple lo que dijo el profeta dirigiéndose a Cristo, que había de venir en la carne: Tú eres
sacerdote eterno según el orden de Melquisedec5.

Melquisedec ofrece pan y vino, una novedad en el Antiguo Testamento y


por eso el Salmo 110 afirma claramente que el sacerdocio de Cristo se relaciona

1
Cf. LG 11; SC 10.
2
MOLINÉ, Enric. Los siete Sacramentos. Iniciación teológica. Madrid: Rialp, 2008, p. 11.
3
Cf. PO 5; CEC 1324.
4
Cf. PENIDO, M. T-L. Iniciação teológica, II. O mistério dos Sacramentos. Petrópolis: Vozes, p. 211.
5
SAN AGUSTÍN, Obras completas de san Agustín, XVII, La Ciudad de Dios (IIº) «Ciudad de Dios, XVI, 22»,
277.

Página 1 de 9
directamente con el de Melquisedec. La Carta a los Hebreos señala de modo
muy especial que este sacrifico era una prefigura del de Cristo y por eso se
refiere a Melquisedec con palabras llenas de misterio: «sin padre, ni madre, ni
genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida […], que permanece sacerdote
para siempre» (Hb 7,3ss).
Instituido el pueblo elegido, la Pascua pasa a ser la principal fiesta judía,
conmemorando la salida de Egipto. En aquella ocasión el Señor había mandado
sacrificar un cordero, cuya sangre marcaría el umbral de la puerta de aquellos
que serían salvados de la muerte enviada a los primogénitos de los egipcios6.
Esta fecha era revivida todos los años como acción de gracias a Dios por la
liberación de la esclavitud y como signo de fe en la Pascua definitiva que ellos
esperaban con la venida futura del Mesías.
La Pascua judía conmemoraba la liberación pasajera y la Pascua de Cristo
produce la salvación definitiva. Por eso, san Juan Bautista, al ver por primera
vez a Jesús en su vida pública, proclama: «He ahí el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo» (Jn 1,29).
Sin embargo, cuando Cristo celebra la Pascua e instituye la Eucaristía, el
Evangelio no menciona el rito sacrificial del cordero, sino la cena con pan y
vino, que Cristo no presenta como sacrificio, sino como banquete. Él no dice
«he deseado sacrificar este cordero con vosotros», sino «he deseado comer esta
Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). En verdad el sacrificio se
daría el día siguiente en el Calvario. Por este motivo, al inicio de la Iglesia en
Jerusalén, la misa de la institución de la Eucaristía no era celebrada en el
Cenáculo, sino en el Calvario.
Encontramos así una relación tipológica entre la pascua judía y la pascua
cristiana, puesto que Cristo es el nuevo cordero pascual, ofrecido por el propio
Padre, para la salvación de la humanidad.
Otra importante figura es la sangre sacrificial ofrecida por Moisés en el
Sinaí, en que el profeta sello una Alianza del pueblo con Dios: «Ésta es la
sangre de la Alianza que ahora el Señor hace con ustedes» (Ex 24,8).
Moisés separó la sangre de las víctimas en dos partes: una para el altar, que
representa a Dios, y la otra para el pueblo. Al rociar la sangre sobre el pueblo,
Moisés indica las condiciones que Dios pone a su alianza sin esperar el
consentimiento de los hombres y cuando el pueblo las acepta, él derrama el resto
de la sangre sobre el altar, consolidando así la alianza 7 . Este texto
veterotestamentario ilumina la comprensión de la Nueva Alianza en la Sangre de
Cristo: primero Dios (el Verbo encarnado) derrama su Sangre ofrecido por la
humanidad y después el hombre acepta la alianza, recibiendo el agua del
Bautismo, consolidando individualmente la Alianza definitiva ya sellada entre
Cristo y la humanidad, haciendo de los hombres nuevos hijos de Dios, por la
6
Cf. SAYÉS, José Antonio. El misterio eucarístico. Madrid: BAC, 1986, pp. 4-5.
7
Cf. J. LÉCUYER, El sacrificio de la Nueva Alianza, 17, 19.

Página 2 de 9
aceptación de la luz y del nombre del Logos que se hace carne y habita entre los
hombres (Jn 1,12.14).
Entre las principales figuras del sacrificio de Cristo que se renueva en la
Eucaristía, se encuentra la figura del Siervo de Yahveh, mencionado en los
«cuatro cánticos» de Isaías (Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12). En estos
textos el profeta evidencia el tipo más sublime de sacrificio a Dios, en el cual el
Siervo se ofrece a sí mismo, cargando con los pecados del pueblo, aceptando el
sufrimiento, no respondiendo a los salivazos y maltratos de sus verdugos. Con
esa imagen se puede descubrir a Jesús caminando hacia la muerte en la cruz,
donde se ofreció por nosotros en el sacrificio que se renueva en cada celebración
eucarística. San Marcos relaciona la misión de Jesús con la figura del Siervo
profetizado por Isaías, utilizando como proclamación de la divinidad de Jesús en
el momento del Bautismo las palabras con las que comienza el primer poema del
Siervo de Yahveh: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco» (Is 42,1).
La liturgia utiliza los «cánticos del Siervo» en la Semana Santa, leyéndolos
como referidos a Cristo, la víctima voluntaria que acepta el dolor por amor y
obediencia a la voluntad del Padre, llegando a un punto culminante de la
comprensión de la dimensión sacrificial en el Antiguo Testamento, en que es el
amor quien ilumina y da sentido al sufrimiento.
2. El sacrificio como medio de comunicación con Dios
El principal modo de relación del hombre con lo divino fue, desde los
inicios el ofrecimiento de sacrificios. Caín y Abel ofrecen sacrificios a Dios,
siendo la ofrenda del primero rechazada por su exclusiva exterioridad y la del
segundo aceptada por estar dirigida por el amor a Dios, siendo el sacrificio
exterior un reflejo de la oblación interior. Basado en san Agustín, santo Tomás
puntualiza que el «verdadero sacrificio es toda obra que realizamos con el fin
de unirnos en santa alianza con Dios»8.
En el sacrificio el hombre ofrece algo suyo a Dios como gratitud por los
dones recibidos, estando así en la raíz de la virtud de religión. La sangre era
considerada como propiedad de Dios, pues para los judíos ahí residía la vida,
por eso, derramar la sangre significaba devolver a Dios lo que era suyo,
haciéndose así una ofrenda que era, al mismo tiempo, una dádiva humana y una
restitución a Dios. La destrucción de la víctima, que históricamente aparece
como parte integrante del sacrificio, caracterizaba este ofrecimiento que buscaba
hacer sagrado (sacrum facere) el don que se ofrecía a Dios. Así los principales
ofrecimientos en esta época eran la oblación y el holocausto, palabra que viene
de ‘olah – Lv 1,2-17), que significa «subir», indicando que la víctima destruida
por el fuego no podría retornar a su uso profano y pasaba del estado sólido al
etéreo que «subía» como ofrenda de «agradable olor a Dios»9.
8
S. Th., II-II, q. 85, a. 3, obj. 1.
9
Cf. TÁBET, Miguel Ángel. Introducción al Antiguo Testamento, I. Pentateuco y libros históricos. Madrid:
Palabra, 2004, pp. 214-215.

Página 3 de 9
Además de la actuación humana, el sacrificio antiguo contaba con una
acción indispensable y estrictamente divina, representada por el «fuego de
Yahveh»10 venido sobre el altar durante la dedicación del Templo. Este fuego
sagrado era mantenido continuamente, puesto que sólo él era considerado capaz
de elevar a las víctimas hasta el cielo en donde habita Dios. Esto indica que el
verdadero sacrificio supera las fuerzas humanas, requiriendo una acción divina
capaz de transformar la ofrenda humana11.
Todos los sacrificios del Antiguo Testamento eran prefiguras del sacrificio
de Cristo, puesto que ellos apuntaban al ofrecimiento capaz de salvar a la
humanidad, mientras que ellos, por sí mismos, eran impotentes para alcanzar el
perdón de los pecados.
3. Anuncios de la Eucaristía en el Nuevo Testamento
El Evangelio de San Juan se dispensa de describir la institución de la
Eucaristía, ya relatada en los Sinópticos y en la primera Carta de San Pablo a los
Corintios. El cuarto Evangelio busca desarrollar el significado más profundo de
la acción de Cristo, refiriendo la promesa de la institución del sacrificio
Eucarístico.
San Juan había dicho al inicio de su Evangelio que el Verbo se hizo carne
para comunicarnos la vida (Jn 1,4), afirmando después: «He venido para que
tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). Jesús se refiere aquí a la vida
sobrenatural que es la gracia, la cual comunica la vida divina12.
El contenido de la promesa, presente en el capítulo 6, reúne tres escenas
que preparan a la comprensión del misterio de la fe a ser instituido en el último
día de la vida terrenal del Señor:
a. La multiplicación de los panes (Jn 6,1-15)
La multiplicación de los panes ya aparecía en los Evangelios Sinópticos
como anuncio eucarístico, de modo especial en san Marcos (6,30-43). El
Evangelista añade el detalle de tomar el pan, pronunciar la bendición, romperlo
y darlo a los discípulos para que ellos distribuyan para el pueblo. Sin embargo
san Juan coloca este evento como principal en esta parte de su Evangelio,
centrando de tal modo en los panes, que casi se olvida de los dos peces: «Tomó
los panes, dio gracias y los distribuyó». La expresión eulogeîn, que significa
bendición, utilizada por san Marcos es diferente de la que utiliza san Juan «dio
gracias», en griego eucaristeîn, que posteriormente ha dado el nombre al
Sacramento.
El relato deja claro que Jesús tiene poder sobre los elementos naturales, en
ese caso específicamente el pan, que después va utilizar para instituir la

10
Lv 9,24; 1R 18,38; 2Cro 7,1; 2M 2,10.
11
Cf. VANHOYE, Albert. Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo según el nuevo testamento. Salamanca:
Sígueme,1984, p. 208.
12
Cf. PENIDO, M. T-L. Iniciação teológica, II. O mistério dos Sacramentos. Petrópolis: Vozes, p. 217.

Página 4 de 9
Eucaristía. El pan multiplicado después de la bendición es también símbolo del
alimento divino, multiplicado sin cesar para saciar a las almas de los fieles,
como el pan había saciado el hambre del pueblo.
Observemos aquí un detalle que indica el sentido eucarístico del pan
multiplicado: Jesús recomienda un cuidado especial con el pan que sobra,
mandando recogerlos para que nada se pierda (v. 12).
Un detalle importante es que en el versículo 23, cuando relata que la gente
volvió, san Juan utiliza la forma singular: «fueron al lugar donde habían comido
el pan»13.
El Catecismo (1335) puntualiza que el milagro de la multiplicación de los
panes anuncia la sobreabundancia del único pan de la Eucaristía (cf. Mt 14,13-
21; 15, 32-29).
b. El caminar sobre las aguas
El acto de caminar sobre el agua (v. 16-21), resalta que Jesús tiene poder
sobre los elementos naturales y sobre su propio cuerpo, constituyendo una
preparación para la fe de los Apóstoles en su presencia real en el pan y en el
vino14.
c. El discurso del Pan de Vida
La catequesis de Jesús tras la multiplicación de los panes y su marcha sobre
las aguas va desde el versículo 26 al 59, encontrando su núcleo central en el
«pan de vida» que nos es dado a través de su Persona, cumpliendo lo profetizado
en el Salmo 78 (v. 24): «les dio a comer el pan del cielo». Esta semejanza indica
también la relación tipológica del maná con la Eucaristía15.
El Evangelista describe la escena en que la gente busca a Jesús después de
haber recibido el pan multiplicado y Éste les dice:
«Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que
les dará el Hijo del hombre; [...| Mi Padre les da el verdadero pan del cielo».16
Y, cuando las personas le piden este pan, Cristo proclama:
«Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá
sed» (Jn 6, 35).
Delante de la gente incrédula, Jesús confirma su promesa:
«El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo. [...] Les aseguro que si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es
la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él».17

13
Cf. SAYÉS, José Antonio. El misterio eucarístico. Madrid: BAC, 1986, pp. 97-98.
14
Cf. BOROBIO, Dionisio. Eucaristía. Madrid: BAC, 2000, pp. 42-43.
15
Cf. MALDONADO, Luis. Eucaristía en devenir. Santander: Salterrae, 1997, p. 117.
16
Jn 6,27.32.
17
Jn 6, 51-56.

Página 5 de 9
Muchos de sus discípulos afirmaron:
«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»18

La claridad e insistencia de las palabras de Jesús exigen que sean


entendidas en su sentido pleno y real. Cuando los judíos dudan de la afirmación,
Cristo no busca una explicación alegórica, sino que deja claro que su afirmación
es literal, aunque el sentido verdadero y pleno sólo sería conocido en la Última
Cena. Para dar más fuerza a su declaración, Jesús cambió el verbo que había
usado antes – phagein – por uno más claro y literal: trogon, que significa
masticar, dilacerar con los dientes, para no dejar dudas sobre el sentido literal de
su afirmación. Es importante observar que Jesús no sólo no buscó deshacer el
equívoco, sino que reafirmó su proclamación incluso delante del abandono de
sus discípulos, llegando a intimar a los propios apóstoles a hacer lo mismo. Es
decir: es tan fundamental el misterio de la Eucaristía para la vida cristiana que
Jesús quiso exigir, de los que querían seguirlo, su aceptación en la obediencia de
la fe.19
3.3. Las Bodas de Caná

En las Bodas de Caná, Jesús transforma agua en vino a pedido de María,


abriendo su vida pública con el vino que en el Antiguo Testamento aparece
como anuncio profético de un nuevo tiempo salvífico abierto por Cristo.
Isaías había profetizado la Nueva Alianza y la llegada de la salvación con
la figura de un banquete donde abunda el vino (Is 25, 6-9). La falta del vino en
este momento simboliza la impotencia de la Antigua Ley para alcanzar la
salvación20.
El Catecismo (1335) señala que el signo del agua convertida en vino
anuncia la hora de la glorificación de Jesús, manifestando el cumplimiento del
banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino
nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
Las palabras de María «ellos no tienen vino» indican una situación pre-
eucarística. La sangre todavía no había sido derramada para el perdón de los
pecados21. La relación del milagro de Caná con la institución de la Eucaristía es
tan fuerte cuanto el relato de la multiplicación de los panes, puesto que en los
dos se presenta el poder de Jesús sobre los elementos y, en ese caso,
específicamente la transformación de agua en vino sugiere la transubstanciación
eucarística, obteniendo una fuerza simbólica mayor que la multiplicación de los

18
Jn 6, 60.
19
Cf. BETTENCOURT, Estevão. Curso sobre os Sacramentos. Rio de Janeiro: Mater Ecclesiae, 2002, pp. 89-90.
20
Cf. BASTERO DE ELEIZALDE, Juan Luis. María, Madre del Redentor. Madrid: EUNSA, 2009, pp. 178-179.
21
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Mariologia. Síntese bíblica, histórica e sistemática. São Paulo, Ave-
Maria, 2011, p. 139.

Página 6 de 9
panes, donde no hay cambio de sustancia, sólo de cantidad. Así, los dos
elementos que constituyen la Eucaristía encuentran un milagro preparatorio22.
4. Institución de la Eucaristía

La institución de la Eucaristía es relatada en los tres Sinópticos y en la


primera Carta de san Pablo a los Corintios, que testimonia su presencia en la
Tradición de la Iglesia primitiva:
– Fórmula Petrina (Marcos y Mateo):
Mc 14,22-24: «Tomad, éste es mi cuerpo […] Ésta es mi sangre de la
Alianza, que es derramada por muchos».
Mt 26,26-28: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo […] Ésta es mi sangre de
la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados».
– Fórmula Paulina (Lucas y Primera de Corintios) :
Lc 22,19-20: «Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en
recuerdo mío. […] Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama
por vosotros»
1Co 11,24-25: «Éste es mi cuerpo, que se entrega por vosotros, haced esto
en memoria mía. […] Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Cuantas
veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía»23.
Todos los relatos son escritos a la luz de la celebración litúrgica presente ya
en la Iglesia desde los tiempos apostólicos.
En su substancia los cuatro relatos son equivalentes entre sí, especificando:
a. Que Jesús entrega a los discípulos, bajo el signo del pan y del vino, a su
Cuerpo y a su Sangre.
b. El motivo de esta entrega es muy claro: para la remisión de los pecados.
c. Este gesto debe ser repetido por los discípulos, como memorial. Este
precepto está explícito en el relato lucano y en el paulino, e implícito en san
Marcos y san Mateo.
Las diferencias accidentales son consecuencia del hecho de que los
Evangelistas escribieron a partir de la praxis litúrgica ya existente en los
primeros decenios del cristianismo: Antioquía (Pablo-Lucas) y Jerusalén
(Marcos-Mateo).
Al entregar voluntariamente su Cuerpo y su Sangre por nosotros para la
remisión de los pecados, Jesús asume lo profetizado por Isaías, anunciando su

22
Cf. GALOT, Jean. María en el Evangelio. Madrid: Apostolado de la Prensa, 1960, pp. 125-126.
23
John Steinmueller propone esta división como «fórmula Petrina y fórmula Paulina». Efectivamente, san Pablo
transmite una versión de la Última Cena que coincide casi literalmente con la versión de san Lucas. Mientras que
el relato de san Marcos, que representa la tradición petrina, es muy semejante al relato mateano. Cf.
STEINMUELLER, J.E., Sacrificial blood in the Bible. En: Biblica. Commentarii editi cura Pontificii Instituti
Biblici, Roma: 1959, 564.

Página 7 de 9
sacrificio en el Calvario y ofreciéndolo al Padre por la remisión de los pecados,
instituyendo el rito de la Eucaristía, que tornaría presente su sacrificio salvífico
y su presencia sacramental a todas las generaciones futuras.
El contexto de la Pascua judaica, elegido por Dios para el sacrificio de su
Hijo, deja claro que es el mismo Padre quien ofrece a su Hijo para la salvación
de la humanidad, recordando el cordero que se ofrecía en memoria de la
salvación del pueblo esclavizado.
San Pablo deja claro la dimensión eclesial de la Eucaristía al decir que
«todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque
participamos de ese único pan» (1Co 10,17). Por eso se debe afirmar que el
Cuerpo de Cristo eucarístico se prolonga en el Cuerpo de Cristo eclesial.
El acto de Cristo se da en un ambiente semítico de una cena ritual que era
la actualización de la última cena de los israelitas antes de la salvación del
cautiverio de Egipto. En esas ceremonias, había la bendición, la fracción y
distribución del pan, la comida y la oración.
Es a partir de este contexto que se deben comprender los ritos litúrgicos de
la Eucaristía, sobre todo la Plegaria Eucarística que es el memorial de la
institución de la Eucaristía y momento de la presencia real de Cristo entre
nosotros.
San Pablo confirma la creencia, ya en los primitivos tiempos de la Iglesia,
de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por la afirmación de que quien
coma del pan o beba del cáliz indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre
del Señor (cf. 1Co 11,27-30). Con esta sentencia señala también las gravísimas
consecuencias de la profanación del pan y del vino eucarísticos. Esta
condenación no se entendería si la Eucaristía fuera tan solo un símbolo del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Como se ha visto, las palabras que consagran el pan están claras en los
cuatro relatos: «Esto es mi cuerpo». A ellas san Lucas y san Pablo añaden la
explicación: «que entregado por vosotros».
Algunos autores levantaron dudas respecto a la consagración del vino en la
Sangre de Cristo, en función de las diferencias de los relatos bíblicos sobre el
cáliz. San Pablo ve en el cáliz la Nueva Alianza que se alcanza por la Sangre de
Jesús, mientras que la descripción de san Marcos señala expresamente la sangre
como contenido propio del cáliz, que fundamenta la Nueva Alianza.
Objetivamente no existe diferencia entre las dos formulaciones, ya que
ambas ven en el cáliz el testamento y la sangre, en la misma estrechísima
relación. Pero Marcos narra el requerimiento de Jesús de beber la sangre y
acentúa que todos la bebieron de hecho.
Esta insistencia de san Marcos debe ser motivada por su deseo de salir al
paso a posturas contrarias al cáliz. La primitiva comunidad judía tenía una gran
inclinación a mantenerse dentro de la ley mosaica (Hch 21,20). El propio

Página 8 de 9
Concilio Apostólico de Jerusalén prohibía el consumo de la sangre, lo que hace
percibir que seguían válidas las leyes de Noé prohibiendo la ingestión de la
sangre (Hch 15,29). Incluso en la Epístola a los Hebreos parece hacerse frente a
una cierta oposición de los círculos judíos contra el cáliz de la cena.
En función de estas diferencias, hay muchas discusiones sobre las palabras
consagratorias del vino, cuáles son esenciales, cuáles no son esenciales. Michael
Schmaus afirma que «sin duda alguna las palabras esenciales para la confección
del sacramento son las siguientes: Esto es mi cuerpo, y: Esto es el cáliz de mi
sangre. Según la mayoría de los teólogos actuales, tan sólo son absolutamente
necesarias estas palabras»24.
Algunas fórmulas griegas no añaden la expresión «que será derramada por
vosotros y por muchos para remisión de los pecados». Los hagiógrafos, al
consignar estas palabras escriben de maneras diversas, lo que supone que a su
juicio no son esenciales, por eso, por el común sentir, no son necesarias para la
validez del sacramento.
La expresión por muchos (upe/r pollwn) equivale a afirmar que ha sido
derramada para satisfacer por todos los pecados y redimir y santificar no sólo a
los apóstoles, no sólo a los fieles, sino también a los demás hombres que son
«los» muchos25.
Las palabras con que Jesucristo instituye la Eucaristía son divinas y, por
tanto, creadoras. Al instituir el Sacramento Jesús hace un doble mandato:
«tomado todos y comed, tomad y bebed» y después el segundo, más importante
en el sentido de la perpetuación de su presencia, al decir «Haced esto en
memoria de mi», palabras que san Pablo indica como una participación en el
ofrecimiento de Cristo: «Cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1Co 11,23-26).
Es en cumplimiento de este mandato expreso que se ofrece el sacrificio,
perpetuando y renovando a cada momento el culmen de la historia salvífica, a
fin de anunciar la muerte del Señor y realizar el memorial de Aquel que entregó
su vida por nosotros como señal del amor.

24
Cf. SCHMAUS, Michael. Teología Dogmática, VI. Los Sacramentos. Madrid: Rialp, 1961, p. 274.
25
Cf. MONTÁNCHEZ, Jesús. La Eucaristía. La Misa: Tratado teológico dogmático. Buenos Aires: Poblet, 1942,
pp. 117-118.

Página 9 de 9

Anda mungkin juga menyukai