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TEMA 1: Revelación de Dios en Jesucristo

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero


La fe Cristiana no tiene como punto de partida el resultado de la búsqueda afanosa
del hombre por hallar la verdad sobre su ser y su existir, ni mucho menos es fruto
de la fuerza de la sabiduría y la razón humana por entrar en contacto con la
Divinidad (que también son modos justos para llegar al conocimiento natural de
Dios).Todo lo contrario. Esta fe es el resultado de la respuesta del hombre a la
iniciativa infinitamente libre de Dios que sale a su encuentro, con el fin de
comunicarle el misterio de su persona y el plan que le tiene preparado desde toda
la eternidad. A este movimiento, por el cual Dios decide salir de su trascendencia
infinita y entrar en la historia del hombre, en su temporalidad, en el campo vital de su
existencia, para mostrarse a si mismo y comunicarle su designio de salvación lo
llamamos Revelación.

La Revelación de Dios al hombre se da en la Historia. No le revela todo de una


sola vez, en un acto concreto, sino que desde una pedagogía progresiva lo va
conduciendo por los senderos que lo guiarán hacia la plenitud del conocimiento del
misterio de Dios. Esta plenitud de la Revelación es preparada por la elección del
pueblo de Israel al que hace depositario de las promesas hechas a Abraham y con el
que establece una alianza unilateral en donde le manifiesta los designios de su
voluntad , exigiéndole únicamente la obediencia de la fe. Ante su infidelidad le
anuncia el tiempo de la salvación definitiva, en una alianza nueva y eterna que
tendrá como sujeto toda la humanidad. “Al llegar la plenitud de Los tiempos”,
envía a Jesucristo, Nuestro Señor, quien con sus palabras y obras manifiesta el
cumplimiento de todas las promesas de salvación y liga el anuncio del Reino de Dios
a su persona misma. Da a conocer a los hombres el misterio íntimo de Dios
mostrado de forma definitiva en sí mismo. Es la Palabra del Padre hecha carne,
Dios mismo salvador.

El misterio de Cristo, fue confiado por el mismo a quienes estuvieron cerca de él, a
sus apóstoles, y estos después de su muerte y resurrección, asistidos por el Espíritu
Santo y cumpliendo el mandato del Señor, se convirtieron en los testigos que
anunciaron a todo el mundo la realidad del reino de Dios manifestada en Cristo Jesús.
Este anuncio apostólico, cuyo contenido es la Revelación misma, tiene como única
fuente el misterio de Cristo y fue trasmitida en primer lugar por la tradición
apostólica concretándose luego en las escrituras inspiradas y en las tradiciones no
escritas que contienen el depósito de la Palabra de Dios y como tales son
aceptadas y veneradas con igual respeto por la comunidad creyente (la Iglesia).
Este nuevo pueblo de Dios, en quienes participan de diversa manera sus
miembros, como comunidad escatológica (peregrina) está guiada por quienes han
recibido la tarea de desempeñar el ministerio apostólico (El magisterio episcopal) con
la asistencia constante del Espíritu Santo conservando, protegiendo contra todo error,
interpretando y exponiendo el único depósito Revelado a los hombres de todos los
tiempos y de todas las edades.
TEMA 2: Dios Uno y Trino

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero


La Revelación contenida en el depósito de la fe, nos habla de la existencia de un único
Dios, de quien proceden todas las cosas, ya que en un acto eternamente libre, les da
la participación de su único ser. Existen por tanto en si mismas y fuera de Dios,
pero como su fuente y su existir es sostenido constantemente por él, le pertenecen.
De entre todas las creaturas visibles solo el hombre es creado por amor a él mismo.
Por tanto, en cuanto creatura espiritual, está llamada y capacitada para participar de
una manera del todo particular en una relación íntima con el Creador que consiste en
el conocerle, amarle y servirle en esta vida, con el fin de verle y gozarle en el cielo.
Dios es uno, y como se dijo, subsistente en si mismo. Es el ser en si. No posee las
características de las creaturas (tales como la contingencia, naturaleza compuesta, etc.)
sino que es Espíritu en el sentido pleno de la palabra. Por tanto, afirmamos con certeza
que Dios es la perfección y la bondad misma, en cuanto que en él no existe ninguna
potencia que pueda ser actualizada, es acto puro. Como perfectamente uno e infinito
es eterno, omnipresente, completamente inmutable.
Es uno pero no encerrado en si mismo. Todo se encuentra en su ciencia infinita, y
manifiesta su voluntad a los hombres por medio de su amor, justicia y misericordia
igualmente eternas. En cuanto al ámbito de la manifestación de su misterio íntimo de
amor en sí mismo y a los hombres, envía al Hijo y al Espíritu Santo. Dios mismo
redentor y santificador. La misión del Hijo y del Espíritu Santo manifiesta la realidad
interna de Dios como Dios Trinidad.
La realidad Trinitaria en Dios da a conocer el misterio mas íntimo del ser Divino, y
viene formulada con la expresión Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas
distintas y un solo Dios verdadero. La compresión de la realidad trinitaria (nunca
abarcable en totalidad) desde la reflexión teológica ha permitido distinguir las nociones
trinitarias de las procesiones del Hijo y del Espíritu Santo (generación, espiración); las
relaciones en Dios(entre el Padre y el Hijo: generación y filiación; entre el Padre y
el Hijo con el Espíritu Santo: espiración y procesión); y las personas (Padre, Hijo y
Espíritu Santo). La unidad y la multiplicidad en Dios se entiende en cuanto a la
relación de Dios con el mundo, en la que las tres personas Divinas actúan juntas
manifestando su única esencia: es así como entendemos que en los actos propios de
Dios con relación al mundo, aunque conceptualmente y realmente haya una atribución a
una de las personas Divinas, en realidad las tres están actuando en un modo único y
específico: es de esta manera, como en la Creación obra del Padre (fuente primera de
la Divinidad), están presentes el Hijo y el Espíritu Santo, así mismo en la Redención y
en Santificación atribuidas al Hijo y al Espíritu Santo.
Las erradas comprensiones del misterio trinitario, debidas a reduccionismos y
absolutizaciones del mismo tales como el monarquianismo (y su comprensión modalista
y adopcionista del misterio ), el Subordinacionismo (que pretenden presentar una
jerarquización de las Personas en la trinidad, negando el carácter Divino de una o
algunas de ellas como sucede con Arrio y el macedonianismo) y el Triteismo(que caen
en la comprensión errada de concebir 3 dioses) han sido en la historia puestas en claro
por el magisterio de la Iglesia dando las respuestas adecuadas en sus definiciones
dogmáticas (Nicea, Constantinopla, Letrán, Lyón, Florencia, León XIII, Juan Pablo II,
etc.) para una correcta y libre de error compresión del misterio de Dios.
Tema 3: El Verbo Encarnado y Redentor
Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
El origen de la fe Cristiana no está en la aceptación ciega de contenidos dogmáticos
esquematizados por la razón natural y presentados a modo de ideología milenaria, ni
mucho menos es el seguimiento de un estilo de vida particular que llevaría a los
hombres a ser mas felices… El origen y fundamento de nuestra fe se haya en el
encuentro de cada hombre con una persona : con Cristo Jesús el Señor.
Jesús es la fuente de la revelación del misterio de Dios, y a su vez, es quien revela al
hombre el sentido mismo de su ser en el mundo. Es la respuesta a los interrogantes
mas profundos del ser humano y, podríamos afirmar con muchos Teólogos, es la
persona-acontecimiento del encuentro definitivo de Dios con el Hombre.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento se muestra como la relación de
Dios con la humanidad se desenvuelve en una tensión marcada por la fidelidad de
Dios, la infidelidad del Hombre y la promesa de Salvación. Sobre todo en el ámbito de
la promesa de salvación podemos encuadrar la promesa mesiánica que se constituye
en la dirección del caudal del Antiguo Testamento: la figura del rey y del profeta
escatológico se convierte en un paradigma que llevará al pueblo a esperar realizadas
en una persona las promesas de salvación a Israel. Llega Jesús, su personalidad
revela algo de inusual y misterioso. Sus palabras y las obras que lo acompañan
determinan un modo de ser único que indica, sobre todo para sus discípulos, la
convicción clara de que él es en persona la esperanza de Israel. El acontecimiento de
la cruz y la resurrección confirman su identidad y sobretodo revelan en él y por
medio de él el misterio de Dios en su plenitud. Es hombre y es Dios…. aún sin
expresarlo explícitamente, esta fue la íntima intuición que sus discípulos sintieron
en relación a su persona y a la obra que había realizado.
En la reflexión teológica posterior a los tiempos apostólicos se hacía necesario
concebir las dos realidades fundamentales que son los vértices que explicarían su
persona y su actividad : la Encarnación y la Redención. Qué y quién es Jesús? de
donde proviene? donde está la particularidad de su obra? son estos los interrogantes
que serán, a lo largo de los tiempos, respondidos desde diversas perspectivas, algunas
de las cuales pecan por reduccionismo o por no presentar en términos lo
suficientemente claros toda la realidad a la vez divina y humana que se concentra en
su persona.
Sin embargo en el ámbito eclesial esta intima percepción de fe, aceptada por la Iglesia
y creída desde el principio, adquirirá las formulaciones que explicitarán en un
lenguaje humano y adecuado, culturalmente hablando, la realidad del misterio que
encierra a Jesús de Nazaret: verbo de Dios encarnado y por tanto consustancial al
Padre en cuanto a la Divinidad . Verdadero Dios y verdadero Hombre, consustancial
con este ultimo en cuanto a la humanidad. Una única Persona Divina (la segunda de la
Santísima Trinidad) en dos naturalezas (Divina y Humana) con dos voluntades que
corresponden a las operaciones de sus naturalezas. Único Redentor del mundo cuya
acción salvadora consistió en su estar en medio de nosotros, en compartir nuestra
misma suerte, menos en el pecado, hasta entregar por amor su vida en la Cruz y con
su Resurrección gloriosa entre los muertos abrir el camino que conduce a los
hombres a participar realmente, con el envío del Espíritu Santo, en la plenitud del plan
salvífico de Dios que quiere hacernos hijos en el Hijo llevándonos a participar en
la comunión de su vida y amor.
Tema 4: La Iglesia de Cristo
Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
La obra redentora de Cristo tuvo un espacio histórico concreto: el Israel del Siglo I.
Sin embargo esta obra redentora de Cristo, por ser una obra Divina, no tiene los
límites de un acontecimiento histórico cualquiera, anquilosado en el pasado y
explorado por la curiosidad del historiador y el arqueólogo. La Redención en Cristo
es el momento cumbre del plan salvífico de Dios, un plan que desde la eternidad ha
sido previsto para toda la humanidad, de todos los tiempos y culturas. Dios quiere
salvar a todo hombre y a todos los hombres, para ello convoca, funda y anima a la
Iglesia como realidad histórica por la cual se hace presente, viva y actuante la
salvación a toda la humanidad.
La Iglesia es una obra Trinitaria. Previendo la obra salvadora, en el Antiguo
testamento YHWH convoca un pueblo con el que establece una alianza de amor
consagrándolo a si mismo y constituyéndolo en nación santa, estirpe elegida y
pueblo sacerdotal. La revelación nos hará ver que Israel en el plan de Dios también
era el medio por el que serían bendecidas todas las naciones de la tierra. Cristo
Jesús, siguiendo el designio del Padre, manifiesta claramente la intención de fundar un
nuevo pueblo por medio de sus palabras y de sus actos: anuncia el reino de Dios,
constituye un grupo de 12 a quienes les da una misión particular que se extiende a
los confines de la tierra, instituye el sacramento de la Eucaristía y promete el envío
del Espíritu Santo: efectivamente, después de su ascensión en pentecostés se realizó
la efusión pública del Espíritu Santo, y se manifestó al mundo el nacimiento de un
nuevo pueblo conformado no ya por la generación de la carne, sino por quienes se
adhieren en la fe y en el Bautismo a Cristo Jesús, el Señor.
La naturaleza de esta comunidad de Fe y amor, es realmente misteriosa. Como parte
del Plan salvífico de Dios existe como comunidad histórica, pero a la vez contiene
una realidad invisible que corresponde a la acción viva y eficaz de designio salvífico
de Dios sobre cada hombre. Es sacramento de la unión del hombre con Dios y de
todos los hombres entre sí. Por tanto para entender su propia identidad se usan
figuras que dan a entender su ser íntimo: es cuerpo místico de Cristo ya que estamos
unidos los unos a los otros por el vínculo de la misma linfa Santificadora, y estamos
en unión con Cristo Cabeza cada uno desempeñando su función de miembro. Es
Pueblo de Dios en cuanto continuadora y depositaria de las promesas del antiguo
pueblo, lo es también en cuanto a su realidad peregrina hacia la plenitud y en
cuanto a la novedad del vínculo por la fe en Cristo Jesús. Por último, para determinar
su naturaleza la reflexión eclesial ha definido unas propiedades que nos dan un
acercamiento profundo a su realidad intima: La Iglesia es Una, Santa, Católica y
Apostólica.
Esta Iglesia de Cristo, medio ordinario por el que los hombres acceden a la
Salvación, subsiste por continuidad e identidad histórica en la Iglesia Católica. Ella,
en su estructura de comunión promueve la participación activa de todos sus fieles
en la igualdad otorgada por el sacramento del Bautismo. A la vez, por voluntad de
Cristo, hay unos ministerios esencialmente diferentes a los del bautizado y son los
que ejecutan el ejercicio de santificación, pastoreo y enseñanza en nombre de Cristo
Cabeza. Este ministerio, instituido por Cristo obedece a lo que llamaríamos la
jerarquía Eclesiástica (el sacramento del Orden participado en distinto grado) en la
cual el obispo de Roma ejerce un particular oficio de regencia en continuidad con el
ministerio de Pedro en el colegio Apostólico.
Tema 5: La Virgen María
Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
Entre todas las creaturas existentes la Virgen María ocupa el lugar más
preeminente en la historia de salvación. Ella, en efecto, fue la única creatura que,
elegida desde toda la eternidad, tuvo la relación mas íntima y profunda con el
verbo encarnado y redentor, de quien, por disposición del Creador, fue madre en el
tiempo.
Sin duda tenemos que afirmar que, por desempeñar la tarea inmensa de ser madre
del Verbo de Dios, su papel en la historia de Salvación es de alcance universal y
compromete no solo la recepción pasiva en su seno del Hijo de Dios, sino que a la
vez, la hace acreedora de unas prerrogativas que, por gracia de Dios, le fueron propias
y únicas y que tienen un alcance que hacen posible su vinculación particular con el
misterio de Cristo y de la Iglesia.
La Sagrada Escritura no cesa de afirmar la particularidad del papel que
desempeñó María en la historia de redención. En el Antiguo testamento aparecen
diversas figuras proféticas que leídas desde el ámbito global de la revelación nos dan a
entender el valor único de la Virgen María : Arca de la alianza, morada y templo del
Señor, paraíso terrenal preparado como morada para el Segundo Adán, escala que
une el cielo y la tierra. Resalen sobretodo las profecías mesiánicas en las que se nota de
modo claro los privilegios de la Madre del Mesías: mujer cuyo linaje aplastará las
potencias del mal (cf. Gn 3,15), la virgen Madre del Emmanuel (cf. Is 7, 14), aquella
que dará a luz al salvador del mundo (cf. Mq 5,2-3).
En el Nuevo Testamento aparece claramente revelado el papel de María al ser
presentada su figura por los evangelistas como aquella mujer colmada de la Gracia en
plenitud, cuyo “si” a la encarnación, abrió la puerta a los tiempos de plenitud de las
promesas Mesiánicas (cf. Lc 1,16-38); es modelo de escucha e interiorización de la
palabra de Dios (cf. Lc 2,19.51), madre del redentor y virgen fecunda(cf. Mt 1, 20-25).
Desempeñó en la vida terrena del Salvador un papel preponderante tanto en el inicio
de su ministerio (cf. Jn 2 1-5) como en la consumación plena del misterio pascual
desde donde se convirtió, por voluntad de Cristo en Madre de todos los creyentes (cf.
Jn 19, 25-27).
La Iglesia ha entendido a lo largo de la historia el papel de María y lo ha ido
profundizando explicitando en primer lugar que es Madre de Dios (Éfeso 431 d.C),
y a partir de esta misión, que es aceptada como verdad infalible y de la que se
desprende una relación particular y única con Cristo nuestro Señor, descubriendo los
misterios que dentro del plan salvífico de Dios encierra su persona: Por tanto
creemos y profesamos que María fue preservada del pecado Original desde el
instante mismo de su concepción en virtud de los meritos de Cristo, a quien Dios
quiso preparar una morada purísima y castísima en la persona de su Madre; que es
siempre Virgen, un estado que la acompañó antes del parto, en el parto y después del
Parto y que se prolonga a toda la eternidad; que al termino de su vida mortal, y
como coronamiento de todos los privilegios que María recibió por Gracia, fue
glorificada por Dios en cuerpo y alma en el cielo, siendo figura anticipada de la
Iglesia en su espera escatológica, y que desde allí continúa desempeñando, por
privilegio especial , la maternidad espiritual de todos los que, insertados a Cristo en el
sacramento del Bautismo, estamos peregrinando en esta tierra y confiamos en su
apoyo, protección y auxilio maternal para alcanzar por su especial intercesión las
promesas y Gracias de nuestro Señor Jesucristo.
Tema 6: La liturgia y los Sacramentos en General
Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
El plan que Dios ha trazado para toda la humanidad y que se nos ha revelado en la
persona y obra de Cristo consiste esencialmente en la salvación de todos los hombres
y en la elevación de estos a la participación de la vida íntima de comunión y amor en
el seno de la Trinidad. La Obra redentora de Cristo, llevada a su plenitud en el
misterio pascual, debe hacerse por voluntad de Dios presente, actual y actuante para
la historia personal de todos los que, unidos por la fe en el Señor Jesús, forman
parte de su pueblo peregrino en la tierra.
Por tanto, en el tiempo de la Iglesia, se ha hecho necesario que constantemente se
de la manifestación celebrativa del misterio de redención. Un misterio que se
celebra, se vive y del que se reciben realmente los frutos que brotan del árbol de la
vida. La liturgia es esa obra celebrativa que hace posible la glorificación perfecta
de Dios y a la vez trae consigo el efecto real de la santificación de los hombres que
de ella participan. Por ello, la celebración litúrgica es antes que nada obra de Dios (
en la que Cristo es el protagonista, ya que él ejerce su sacerdocio ofreciéndose al
Padre en el Espíritu Santo haciendo posible la iniciativa libre y amorosa de Dios que
quiere salvar al hombre) y a la vez es obra de la Iglesia ( en cuanto comunidad
peregrina que se beneficia constantemente de los frutos de la única pascua de Cristo
y está constantemente glorificando al Padre en el Espíritu Santo por el don
maravilloso de la redención).
La celebración litúrgica que realiza la Iglesia está estructurada por palabras y
símbolos que expresan y actúan realmente el contenido de lo que se celebre. La
palabra y el símbolo, conjugados íntimamente y en medio de una estructura dialogal
que hace posible la comunicación de Dios con su pueblo, hacen posible la acción
litúrgica perfecta.
Ahora Bien, la comunicación real y constante de los frutos de la redención de Cristo
en el hoy de la Iglesia que se hace a través de la liturgia es posible gracias a los
sacramentos. La iglesia en la liturgia celebra los sacramentos los cuales como
signos visibles de la Gracia invisible, por voluntad de Cristo hacen posible en el
hoy de la Iglesia la comunicación de la Santificación a los hombres por obra de la
redención de Cristo. Los sacramentos han sido instituidos por Cristo y han sido
donados a la Iglesia, y por ellos se vivifica y se renueva constantemente. Ellos
expresan en signos sensibles la redención de Cristo y al mismo tiempo la causan.
No son meros símbolos mágicos, ni frutos de la necesidad del hombre para nutrir
su fe. Son signos reales instituidos por Cristo con una clara eficacia sobrenatural,
parten de la palabra misma de Dios, son obra del mismo Cristo por medio de sus
ministros y están ordenados a comunicar la Vida Divina a los hombres, con el fin de
facilitar su tránsito en este mundo, con la ayuda de la gracia y las virtudes, y para
hacerlo partícipe al final del curso de su vida mortal en la vida eterna.
Los Sacramentos han sido encomendados por Cristo a su Iglesia. Ella ha reconocido
en la voluntad del Salvador la materia, la forma y el número de los signos
(sacramentos) de la nueva alianza. por lo cual tiene poder sobre ellos en cuanto a
la manera de su celebración (la forma litúrgica y canónica), pero lo esencial de cada
uno permanece inalterable por su eficacia salvífica y por provenir de la voluntad
Divina.
Tema 9: Sacramentos al Servicio de la Comunión
Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
La nueva situación del creyente que tiene su origen en la fuente bautismal, se
fortalece con el sello del Espíritu Santo, se alimenta de la eucaristía y es
constantemente asistida y sanada por la misericordia divina, se concreta en el papel
particular que cada cristiano desempeña en la vida y construcción de la comunión
eclesial. La salvación de Cristo se hace presente a través de la mediación
sacramental. Esta mediación compromete no solo la relación individual de los
hombres con Dios, sino también la configuración de cada uno de ellos en unos
estados concretos de vida que hacen que el cuerpo místico de Cristo crezca, se
fortalezca y camine por la vía de la esperanza escatológica.
Afirmamos, sin lugar a dudas, que la participación de los cristianos en el papel
redentor de Cristo posee distintos matices, siendo el sacerdocio ministerial como
sacramento uno de ellos. De hecho, el papel mediador, santificador, magisterial y
regente del Salvador, exclusivo a él por su naturaleza Divina, lo ha querido hacer
partícipe gratuitamente a sus apóstoles, que eligió desde un principio de entre los
hombres y a quienes configuró de una manera especial a ser en el mundo, después
de su resurrección y ascensión al cielo, portadores del mensaje de salvación a los
confines de la tierra y a la vez, administradores, con la potencia del Espíritu Santo, de
los misterios de la redención. Este hecho ha permitido que se hable en la Iglesia del
carisma jerárquico, en quienes, por elección Divina, y “escogidos entre los hombres
y en favor de los hombres” desempeñan el ministerio in persona Christi capitis.
Este único ministerio es trasmitido por medio del sacramento del Orden que, siendo
uno, configura a los elegidos en tres grados diversos a Cristo sacerdote, maestro y
pastor (el episcopado, sacramento en plenitud; el presbiterado como configuración al
sacerdocio de Cristo; el diaconado como configuración con Cristo servidor de los
hombres).
Este Sacramento, realizado en la Iglesia y destinado a los varones que, según el
parecer de la Iglesia con el poder que Cristo le ha conferido, han sido llamados por
Dios de una manera especial a desempeñarlo. Este sacramento en razón de su
carácter, no hace al que lo recibe gradualmente superior a los demás bautizados
sino esencialmente diferente, ya que configurado con Cristo cabeza, sacerdote y
pastor, edifica, enseña y santifica al pueblo de Dios prolongando en el tiempo el
ministerio de Jesús entre los hombres.
Como participación también del misterio de Cristo, por vía sacramental y en orden a
la edificación de la estructura de comunión eclesial, el matrimonio constituye sin
lugar a dudas un sacramento que configura de tal manera a la pareja de bautizados
que los hace partícipes misteriosa pero realmente en la comunión de Amor de Cristo
con la Iglesia.
Como realidad original, el matrimonio hace parte del plan original de Dios sobre el
hombre. Lo hizo hombre y mujer, para que en su mutuo amor y en la realidad
profunda de su ser manifestaran la mas cercana semejanza con la esencia Divina.
Herido por el pecado, en la nueva alianza ha sido elevado por Cristo a ser sacramento,
es decir signo eficaz y santificador de su unión esponsal con la Iglesia. El
matrimonio constituye por tanto, entre bautizados, una realidad que además de
proveer la realización personal en la donación mutua del amor realiza la santificación.
El matrimonio es entendido en la Iglesia a partir de dos fases: Matrimonio In fieri
(que comprende el momento de constitución del matrimonio por medio de la
manifestación del consentimiento, o en otras palabras, lo que constituye el rito) y
Matrimonio in actu ese ( el matrimonio abordado desde la perspectiva de comunidad
constituida de vida y amor de la que forma parte el resultado de la constitución del
matrimonio en cuanto tal: el vinculo y sus propiedades). La voluntad Divina de
Dios sobre el matrimonio ha sido establecida desde los orígenes, la Iglesia ha
reconocido su realidad sacramental entre los bautizados y a defendido la familia
como célula fundamental de la sociedad y santuario del amor de Dios entre los
hombres.

Tema 10: Teología Moral Fundamental


Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero
El hombre que realiza el recorrido por las sendas de su vida en busca de la plenitud
personal, lo quiera o no, es un proyecto inacabado si no se encamina con su actuar
por las vías del amor y de la verdad. Así como no existen caminos sin dirección, el
actuar humano determina al sujeto, por vías variadas, a ser alguien que se perfecciona
o se desperfecciona en él. Desde este punto de vista, la teología moral busca
abordar a la luz de la revelación al ser humano desde la perspectiva de sus actos, en
cuanto estos están dirigidos a Dios como fin último de la existencia del hombre.
Cuando se dice que los actos son abordados desde la perspectiva de la revelación, la
moral Cristiana tiene presente constantemente que Jesucristo es el centro, norma y
finalidad del actuar del creyente. El fundamento del recto actuar del cristiano es
Cristo, su humanidad es vía segura para llegar a Dios Padre. Por tanto, todo actuar
del cristiano tiene su grado de perfección en la medida en que se adecue o no a la
secuela de seguimiento del Señor.
En este adecuarse a Cristo, el hombre descubre con nuevos ojos la realidad profunda
y objetivamente apelante que lo circunda. Descubre a la Persona y se reconoce
persona, y esto es así porque ella se construye y se califica integralmente gracias
a su acción moral.
El actuar humanamente constituye la especificidad propia del hombre. El actuar
humano debe ser reflejo de la naturaleza que está a la base de cada individuo. La
teología moral se encarga de abordar la perspectiva de la realidad de los actos que
perfeccionan al ser humano desde cada uno de los elementos que encierran el actuar
verdaderamente libre de la persona. En este sentido la teología reconoce el papel de
la conciencia moral como preponderante ya que ella es juicio de la razón
gracias al cual el ser humano reconoce la cualidad de un acto moral que piensa
hacer, está haciendo o ha hecho (CEC 1778). En cuanto alberga los primeros
principios morales, sobre todo el hacer el bien y evitar el mal, requiere al mismo
tiempo que sea formada desde el criterio de la objetividad de la verdad.
Así mismo, la deliberación, es decir, el uso consciente de la facultades intelectivas
y volitivas en orden a la acción, comprendida en los elementos que objetivamente
influyen, hacen y determinan la calificación moral de un acto, forma el elemento
determinante para hablar de un acto humanamente imputable como bueno o como
malo.
Todas estas prerrogativas sugieren la temática propia de la teología moral, ya que
dentro del ámbito de los actos humanos, las situaciones particulares y pastoralmente
existentes superan en gran medida a las teóricas. La relación fundamental entre el
objeto, fin y las circunstancias de un acto; el principio de la ley moral natural y
positiva; los absolutos y principios morales frente a casos difíciles y particulares; La
realidad teológica y experiencialmente posible del pecado, forman el conjunto de
temas abordados por la moral fundamental que, desde la dinámica de los principios,
máximas y referencias de juicio ayudan en gran manera a crear un criterio objetivo
para acercarnos con corazón de pastores a descubrir el fondo del corazón humano,
caído pero redimido y elevado por Cristo.
Tema 11: Dios Creador y Pecado Original

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero

La gran novedad de la fe cristiana en confronto a las visiones cosmogónicas de la


antigüedad se funda en el hecho de la distinción radical entre un principio creador y
las creaturas. Estas no pertenecen al ámbito de la divinidad ni poseen, por así
decirlo, una procedencia eterna de la que el hombre, en cierta manera dependa. Dios
creó el universo, participándole el ser lo dotó de unas leyes propias y lo asiste
constantemente con su Providencia eterna. Hay por tanto, una relación de
dependencia entre las creaturas y el Creador y, a la vez, una radical distinción que
nos permite descubrir en la belleza del mundo las manos del artífice que lo
consumó.

El acto de la creación surge de la iniciativa eternamente libre de la Divinidad. Dios


no estaba obligado a crear el mundo, este no lo perfeccionó en sus atributos, sino
que es muestra de la gratuidad inmensa del Creador en orden a sus creaturas. Por
tanto la finalidad de la creación es primariamente la Gloria de Dios y en segundo
lugar, relativamente, el bien de las creaturas, específicamente la felicidad del hombre
que encuentra su plenitud en la participación de la misma gloria del Creador.

La revelación cristiana además nos hace entender, dentro de la unidad del misterio
de salvación, que la obra de la creación tuvo desde el principio un carácter trinitario.
Todo procede del Padre, por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Como lo afirma el
Nuevo testamento, el misterio de la creación alcanza su Pléroma en la encarnación.
Esto es así porque el proyecto salvífico de Dios sobre todo el creado tiende, en el
ámbito de la dinámica del amor eterno, a la recapitulación de todas las cosas en
Cristo, quien es imagen del Dios invisible y a la vez, el primogénito de toda la
creación…(Ef 1, 3ss;Col 1,12ss).

El hombre, corona de la creación, fue creado originalmente en Justicia, siendo


dotado de todo tipo de dones naturales y sobrenaturales. Sin embargo, este estado
de comunión original con Dios fue roto unilateralmente por el pecado de Adán. Él,
rechazando el amor de Dios, hizo un uso errado de su libertad, prescindió de la fe y de
la confianza en Dios, trayendo consigo la pena a todos sus descendientes. El pecado
original originante ( el que hizo Adán), provocó el pecado Original Originado (la pena
del Pecado de Adán en sus descendientes) y privando al hombre de la justicia
original, dejó a la humanidad bajo la influencia del enemigo del hombre: el diablo.
El hombre caído está privado por tanto de la Gracia original (es decir de la comunión
de vida y amor original con Dios), perdió para siempre los dones preternaturales ( la
inmortalidad y la integridad de su naturaleza), y debilitó en tal grado sus potencias
naturales que vio reducida su capacidad para conocer y amar la verdad y para querer
el bien y hacerlo. A este hecho se suma que la realidad que lo circunda de comenzó
a ver inmersa bajo el signo del pecado, del egoísmo y de la maldad, que ha
acompañado la historia de toda la humanidad desde sus mismos orígenes.

Aunque esta situación de caída, en la que se ve inmersa todo hombre al nacer, no


quitó del todo en él una cierta capacidad natural para conocer y distinguir entre el
bien y el mal, para abrirse en cierta manera a los auxilios sobrenaturales, sólo desde
la Gracia, es decir, desde la redención obrada en Cristo y aplicada objetivamente por
los sacramentos, es como éste ser humano puede ser en el mundo verdadero signo
de la gloria Divina. El hombre creado y elevado en un principio, luego caído y
condenado, encuentra en Cristo su Salvación plena y empieza a entrar en la dinámica
del cumplimiento de su propia vocación en la comunión de Vida y amor con Dios.

Tema 12: Gracia Y Virtudes Teologales

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero.

El hombre fue creado en un estado de justicia original, pero al pecar, unilateralmente


se distanció del amor original de Dios, trayendo para sí y para su descendencia las
consecuencias nefastas de una situación de pecado que lo sometieron
irremediablemente al yugo de Satanás, le hicieron perder los dones preternaturales
(inmortalidad, integridad de su naturaleza e impasibilidad) y enfermaron su
inteligencia impidiéndole conocer por sus propios medios la verdad y su voluntad
dejándola en el juego tambaleante de la concupiscencia.

Este estado hirió profundamente la naturaleza humana, y aunque no la corrompió


por completo ( pues el hombre en este estado puede hacer un cierto tipo de bien y
conocer algunas verdades que lo conducirían potencialmente a la salvación), dejó
heridas profundas que no le permiten responder como es debido a su vocación a la
eternidad. La Gracia, es decir, el amor gratuito de Dios manifestado en la donación
eternamente de Cristo, es la única que nos puede sacar de esa situación.

La fe bíblica, ha hablado de la gracia desde diversas perspectivas, refiriéndose


siempre al don libérrimo de Dios de la salvación a los hombres: en el AT, el don de la
alianza garantizó la intervención gratuita y amorosa de YHWH quien acompañaba
al pueblo constantemente con el don de su fidelidad y misericordia. Gracia, alianza,
benevolencia, fidelidad y misericordia son términos que se encuentran mutuamente
en el Antiguo Testamento. En el NT, la encarnación y el anuncio de la llegada del
Reino de Dios en la persona de Cristo descubrieron el don de la gratuidad de la
salvación a los hombres. El reino es un don gratuito de Dios, no conseguido con
ningún merito. La salvación en Cristo Jesús, dirá San Pablo, consistirá en el hecho de
ser hijos en el Hijo, de despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo
en Cristo Jesús.

La reflexión de la Iglesia ha reconocido siempre que el hombre no llega a la


justificación por sus propias fuerzas ( como pretendía el pelagianismo), su naturaleza
profundamente enferma no se lo permitiría. Esta salvación no es tampoco un
abandono absolutamente ciego, en el sentido de una certeza exterior de que la
redención de Cristo cubriría nuestros pecados sin realizar un cambio real y profundo
en nuestro ser (como lo pretende la doctrina protestante).

Somos justificados sin lugar a dudas objetivamente por Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre. El amor de Dios manifestado en Él ha alcanzado para nosotros
sin ningún merecimiento el don gratuito de la filiación divina, participándonos de esta
manera su naturaleza Divina, elevando nuestras capacidades naturales nos posibilita
realizar obras meritorias, predisponen nuestro ser al recibimiento de las virtudes
teologales, de los dones del Espíritu Santo y de todos los auxilios que permiten al
hombre dar una respuesta a la vocación sobrenatural a la que ha sido llamados, que
se concreta en la participación desde ya del estado de comunión de vida y amor con
Dios. La Gracia creada es por tanto el resultado de la habitación de la Santísima
Trinidad en nosotros, don gratuito, inmerecido, que nos abre las puertas del paraíso
y nos prepara, si estamos dispuestos siempre con el auxilio divino a conservarla,
cultivarla, fomentarla, alimentarla y defenderla, a participar en la suerte de los
bienaventurados que encontrarán al final de los tiempos su morada preparada en el
reino de los cielos.
Tema 13: Escatología

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero

La razón lógica nos hace deducir que lo que es contingente y está en el tiempo
tiene un principio y como tal tendrá también un final. La realidad el cosmos,
todo lo que somos, nuestro pasado y nuestro presente como cristianos no tendría
sentido si las fuerzas del amor y la victoria de Cristo no fuera la última palabra
sobre los acontecimientos de la historia.

La venida del Hijo de Dios en la Carne inauguró una nueva economía que, según la
fe, tendrá su culmen y aspecto mas relevante en el momento de la victoria final de
Cristo. El mismo Cristo que vino, murió, y resucitó por nosotros y nuestra salvación
volverá de nuevo con poder y gloria, para manifestar sin ningún velo a los hombres
su juicio sobre la historia y sobre la humanidad. Mientras llega ese momento,
vivimos el tiempo de la Iglesia, el pueblo de Dios peregrino en la tierra que camina
hacia la plenitud en espera constante de la venida gloriosa de nuestro Señor. La
Parusía (literalmente: presencia, estar presente, llegar) de nuestro Señor Jesucristo
será el momento definitivo de la victoria de Dios sobre el mal, y de la participación
de “los que son de Cristo” de la plenitud misma de su gloria.

Esta segunda venida de Cristo, que revelará a los hombres el sentido de la historia y
los juzgará en el amor, será al momento que Dios tenga destinado en el ámbito de
su plan universal de salvación. Sin embargo, es claro que ciertas realidades sobre ese
momento nos han sido reveladas por el mismo Dios. Tal es el caso de la resurrección
final de los muertos y el juicio final. Todos los hombres participaremos al final de
los tiempos de la victoria de Cristo sobre la muerte. Será una resurrección en la
carne, tal como fue la de Cristo, primogénito entre los resucitados. El Juicio final, será
el juicio definitivo de los hombres y de la historia: será el triunfo de la justicia y de
la misericordia Divinas.

Esta situación futura, cuyo tiempo no ha sido revelado a ningún hombre y en


ninguna circunstancia, está precedida por la realidad del juicio particular a cada
hombre que se da justo en el momento de la muerte. Este lapso de tiempo que
comprende entre la muerte de los hombres y la resurrección del último día, se
denomina, en el lenguaje teológico, escatología intermedia. Existen dos posibilidades
que determinan la suerte de las personas que mueren y subsisten en su alma: la
Salvación y la condenación eterna. Y entre estas dos posibilidades la Iglesia habla de
tres estados que son el resultado del juicio particular de la misericordia de Dios
sobre el alma de cada justo: el cielo, el purgatorio y el infierno.

El cielo y la vida eterna para quienes se encuentran al momento de la muerte en un


estado de comunión plena con Dios, los que por su fidelidad y por su amor son
invitados a participar en el banquete eterno de la bienaventuranza. El infierno, que no
es punición de Dios, es el estado resultante de las almas que rechazaron libre y
radicalmente la luz de la verdad, el amor y la misericordia divinas, y por tanto se
verán privadas eternamente de la contemplación de Dios. El purgatorio, que no es un
sitio de condenación, ni un lugar intermedio entre el cielo y el infierno, como a priori
pudiera pensarse, es el estado transitorio por el que las almas de los justificados
pasan con el fin de purificarse en el fuego del amor divino, preparándose así para
entrar, limpias de toda mancha de culpa y pecado, al estado de contemplación en la
vida de Bienaventuranza eterna con Dios.
Tema 14: Bioética

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero

La Bioética es una nueva ciencia que trata de dar respuesta objetivamente cierta a
los problemas que tienen que ver en ámbito médico y social a la generación,
conservación y fin de la vida humana. La persona humana en la antropología
cristiana no es un complejo de células, ni un organismo independientemente separado
de una dimensión espiritual. No es tampoco solamente espíritu. La Persona humana
posee una dignidad intrínseca, no reductible a factores de limitación internos ni a
juicios de valoración externos. Es una realidad totalizante, que entra en relación con el
mundo y con el ambiente a través de su cuerpo, pero con una vocación y apertura
ontológica que se supera los límites del tiempo y del espacio. Esa dignidad personal
es de por si inviolable, y por tanto debe ser conservada de todo tipo de violencia que
atente contra la grandeza del ser humano.

Entre los problemas que la Bioética aborda en el ámbito de la generación y el origen


de la vida humana, está el del descubrimiento del estatuto biológico y ontológico del
embrión humano. El ser humano es tal, desde el instante mismo de la concepción.
Desde este momento es absolutamente otro, con unos dinamismos de interacción, de
desarrollo, de autonomía y continuidad propios, y como tal, manifiestan un realidad
que evidentemente son manifestación de un estado ontológico biológico
independiente. Si decimos que es un ser de la especie humana, afirmamos su
personalidad y por tanto su dignidad. Por tanto, cualquier intervención que reduzca,
minusvalore, manipule, instrumentalice al embrión humano es para la moral católica
un acto objetivo de violación a la dignidad de la persona humana en sus derechos
mas fundamentales. En este sentido, se condena todo tipo de aborto, que juzgado
objetivamente, y por ser una acción en procura de la eliminación de un ser humano en
inferioridad de condiciones, representa un homicidio intencional de una persona en el
seno de su madre.

El tema de la fecundación artificial es igualmente tratado por la reflexión moral en el


campo de la bioética. En este ámbito, la moral católica se ha pronunciado con el fin
de defender desde todo punto de vista la dignidad del matrimonio, del acto conyugal,
la responsabilidad social y moral en relación a los hijos, y la protección de la vida
humana, cuando se trata de manipulación de embriones. Todo acto que tenga como
finalidad la procreación debe respetar el contexto propio del amor conyugal, y por
tanto debe ser integrativo a este mismo acto. Los hijos no son un producto, ni
mucho menos un derecho de los padres. Son don de Dios y fruto del amor del hombre
y la mujer. Cualquier técnica de reproducción artificial que conduzca a la
manipulación desordenada del acto conyugal, que lo excluya o que tenga repercusiones
psicológicas sobre la pareja y sobre los hijos son igualmente condenados por la
Iglesia.

En relación a la conservación y fin de la vida, la Iglesia ha velado por proteger en


todo momento los valores que respeten objetivamente la dignidad del enfermo.
Tanto el ensañamiento terapéutico, como la búsqueda voluntaria de la muerte con
finalidad de eliminar el dolor físico o psicológico de una enfermedad (suicidio
asistido o Eutanasia) son condenadas igualmente por la moral católica que vela
siempre por la conservación de la vida hasta el momento natural de su cesación.
Nadie es dueño de la propia vida, ni existe el derecho a quitársela como remedio a
una enfermedad o a aparentes juicios disfrazados de falsa compasión. De la misma
manera, la persona humana no es un ratón de laboratorio, ni debe ser vista como
instrumento manipulable para alcanzar fines de progreso técnico y médico. La
Persona humana no es un medio, es un fin.
Tema 15: Moral Sexual

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero

El fundamento verdadero de la moral sexual no se encuentra en un elenco


interminable de prohibiciones, tabúes o restricciones, en materia de sexualidad y
matrimonio, al contrario, las razones que sustentan una reflexión desde la moral
católica se encuentran en la valoración de la dignidad del hombre, en el recto concepto
de persona y en el descubrimiento y profundización del plan original del Creador
para con el hombre.

El ser humano solo existe como hombre y mujer. La identidad personal de cada uno de
nosotros esta determinada por dos modos distintos de ser, masculino y femenino, que
impresos en la naturaleza sexuada del ser humano, se muestran complementarios el
uno al otro en una dinámica relacional que comprende no solo el aspecto biológico
y fisiológico, sino también el psíquico y espiritual. Es decir, el ser humano, que
existe en lo concreto como hombre o como mujer, está determinado por un modo
específico de relacionarse: su cuerpo, su psicología, el modo como recibe los
estímulos y manifiesta su genio y sus sentimientos son elementos que comprenden
una identidad sexuada impresa en la naturaleza de cada individuo.

Desde esta perspectiva, el ser humano es un ser en relación, con Dios, en primer lugar,
y con los otros. De manera particular, el designio creador determino una particular
relación de complementariedad entre el hombre y la mujer. Es una complementariedad
que no se reduce al plano físico, aunque este sea evidente y necesario, sino que se
adentra en la dinámica profunda de la manifestación del amor. El ser humano, es un
ser para el amor, su corporalidad (que no es algo externo como una pertenencia, sino
parte de sí mismo), tiene por así decirlo, en palabras de Juan Pablo II, un carácter
esponsal.

El ejercicio de la sexualidad no se reduce, para la moral católica, a la genitalidad. Es


una riqueza del ser humano, que inherente a él y determinada por todas las
disposiciones psíquicas, biológicas y espirituales, lo disponen para vivir la vocación del
amor. Esta vocación al amor es regulada por la virtud de la castidad, la cual, permite
al hombre la moderación de todas sus energías y tendencias, con la razón y la
voluntad, en orden a un estado determinado de vida. Por tanto, la virtud de la castidad,
le permite al hombre ser dueño de sí mismo, integrar su vida sexuada en obediencia a
una vocación particular, ya en el matrimonio (en donde se manifiesta con el don de
la fidelidad, el uso recto de los medios de expresión del amor evitando la
instrumentalización), ya en la vida consagrada (en el celibato y en la virginidad
consagrada).

El sacramento del matrimonio, como unión irrevocable entre un hombre y una mujer
en el amor recíproco, es el lugar propio en donde se ejercen justamente los actos
propios de la vida conyugal. Esto es así por el hecho de que es en el contexto
matrimonial en donde de manera especial, responsable y maduramente seria se da
una elevación sobrenatural del amor humano al ámbito de la alianza de Cristo y su
Iglesia. Es el contexto que exige la donación recíproca del uno al otro, en la totalidad
de sus dimensiones corporales, psíquicas y espirituales, de manera constante y de por
vida. Y es también un amor que por su naturaleza intrínseca es fecundo y está abierto
a la vida.

Cualquier uso de la facultad sexual fuera de los límites del matrimonio y puesta al
servicio de una finalidad de orden distinto a aquel de la vida unitiva, de
complementariedad, reciprocidad y fecundidad, es intrínsecamente desordenado.
Tema 16: Doctrina Social de la Iglesia

Estudiante: Jorge Esteban Mazo Brochero

El hombre es un ser en relación. Esta capacidad de relación tiene una la doble


dimensión vertical y horizontal. Verticalmente, el hombre se relaciona con Dios, de él
ha recibido todo y solo a él le debe obediencia y amor. Horizontalmente, está
inmerso en el mundo, vive con otros hombres, y está llamado a vivir la vocación
del amor en relación a sus semejantes. Inmerso en un comunidad de personas, el
hombre es un ser social.

Ahora bien, para que este hombre inmerso en el mundo llegue a una realización de
todas sus potencialidades, necesita de los otros. Toda comunidad necesita de un
orden social que sea regulado desde el interno favoreciendo a los individuos en
cuanto la satisfacción de sus necesidades físicas, psíquicas y, aún, espirituales. La
virtud de la Justicia, que presupone la alteridad, indica precisamente el principio de
ser un hábito, según el cual uno, con constante y perfecta voluntad da a cada cual su
derecho. En este sentido, el término de justicia es uno de los pilares básicos que
permiten hacer un discurso sobre el compromiso social de los individuos de favorecer
el bien común de la sociedad (Justicia legal), de la sociedad con relación a los
individuos ( Justicia distributiva), y de los individuos entre si (justicia conmutativa).

El Bien Común es otro término clave para entender la reflexión de la doctrina social de
la Iglesia. Este es entendido como el conjunto de condiciones sociales que permiten
a los grupos y a las personas en singular alcanzar la propia perfección de manera
mas plena (GS 26). Como verdadero bien, busca la perfección del hombre, lo que por
su naturaleza excluye todo tipo de apropiación exclusivista. Es un bien para
nosotros, por un lado no es para unos pocos, y por otro, no está encaminado a
satisfacer uniformente las necesidades generales de los individuos sin tener en cuenta
sus particulares. Fundado en el respeto de la persona humana en cuanto tal, debe
ser favorecido por el orden jurídico de las sociedades, en orden a la tutelación y
defensa de los derechos (que deben estar en orden a lo que verdaderamente
perfecciona al hombre) de cada individuo en particular.

El término solidaridad, como determinación férrea y perseverante de comprometerse


con el bien común (SRS 38), es clave en el sentido de corresponsabilidad de todos los
individuos que forman el complejo social. Cada uno tiene que ver las necesidades del
otro como propias y sentirse responsable de él. Este término favorece la construcción
del bien común en el sentido en que moviliza desde adentro las energías que hacen
posible en lo concreto la realidad de la justicia en la adecuada valoración del ser
humano.

Ahora bien, a cada individuo, se le debe garantizar su existir y su ser persona con
dignidad. La función de los derechos obedece a este fin. Se tiene derecho a aquellos
bienes que le garanticen al ser humano su verdadero perfeccionamiento y la
realización de su vocación en el plano temporal y eterno.

Otros temas que han ocupado la reflexión de la doctrina social de la Iglesia, además de
los mencionados, son el trabajo, la libertad religiosa, la propiedad privada y el destino
universal de los bienes, el amor preferencial por los pobres, política, democracia, en
fin, todos aquellos asuntos temporales que necesiten ser iluminados por la luz de la
verdad que no es otra que la del evangelio.

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