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DE MIS DIOSES Y DIOSAS

Cuando pienso en Dios, en la expresión “¡Ay, Dios mío!” Dios es mi Papá.


Cuando, tocado por mis encuentros con las tragedias griegas antiguas e incluso
modernas, en la exclamación de Medea antes, o de Segismundo “El de los
sueños” de Calderón de la Barca “¡Ay Dioses!” o “¡Ay, mísero de mí!”, los Dioses
con quienes hablo, son amigos y familiares a quienes aprendí a amar y hoy aún
me desgarran con su partida. Hablo con ellos, tengo Dios y tengo Dioses y Diosas
porque he amado a gente que se fue.

Se me insinúa tan grande mi i-dea (Deux - Dios) que conjeturo, para salvar mis
obstáculos frente a la muerte, que los Dioses son producción nuestra, hechos en
la tierra en relación con nosotros, a través de luchas y recreos, con llantos, risas
y en fiestas: viviendo.

Me hubiera gustado, a cambio, la felicidad de un Dios abstracto que pulula en


todo ámbito con “sus” mandatos y hasta libro sagrado se le haN derivado como
“dicho de su voz primordial”, pero ya ven, a estas alturas, los Dioses que habitan
mi fe y mis vicios, son sacados de la tierra. Es más, racional por amor al Otro cual
soy, concluyo, para peor, que toda esta mitología que me constituye, que toda
esta armazón déica que me da estructura, ánimo y alguna fuerza para
mantenerme en aquello que soy, es una alucinación producida por el terror que
otorga la incertidumbre de saber la Verdad primigenia: Somos seres vivos, esto
es, nos morimos.

Ese es nuestro destino trágico, el irrefutable dogma, la verdad de lo real, nuestra


castración.

De una parte de nuestra inteligencia, obramos en sensatez; nuestro amor


investido de padre, hermano, amigo, amante, hijo se ha ido y el solo argumento
de “estaba vivo”, nos permite una explicación ante el acaecimiento y “todo queda
entendido”. Es más, decimos: “es obvio”, “lógico”, en fin. De otro lado, la
inteligencia peleando también con lo rotundo del mandato natural, se asume
torpe; es el corazón pesado y bruto que no acepta las verdades irrefutables y se
niega el axioma por sobre el cual están construidas todas las filosofías. No
entiende que nuestros seres amados, ese correlato nuestro, espejo nuestro, razón
de ser y reír, se va; sufrimos, pues “solo el hombre que vive sufre” – dice el
filósofo -. Lloramos y con el dolor de saber que nos morimos, hablamos. Volvemos
a nuestra tierra de amigos y nos damos un abrazo. Es la comunión de los que
quedamos vivos y ante ella sentimos la bendición de nuestros Dioses y mitos.
Hablamos y oramos (lloramos) en la evidencia del amor, de los amigos.

(A Amparo Puerta en ocasión de la partida de su hermana).

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