Haciendo una comparación con el artículo "El síndrome del hombre inerte",
parece que nos encontramos ante otro fenómeno que complementa
perfectamente al anterior. Es el de la mujer que está en lucha con su
naturaleza femenina, maternal y cuidadora, y que se ha masculinizado en un
intento por querer parecerse al hombre.
Una naturaleza maternal no implica el tener que ser madre. Toda mujer que
es madre lo es porque está escrito en su guión, independientemente de que
esto sea una decisión consciente o inconsciente. Sin embargo, hay muchas
otras que no han sentido esa “llamada” a concebir un hijo y se juzgan por
ello. La mente colectiva ejerce presión en las mentes más confundidas con
respecto a este tema. Cuando uno deja su referencia interna de lado
empieza a tomar decisiones en base a lo que todo el mundo hace o a la
interpretación equivocada de que ser padre es la única forma de crear y
extender el amor que se siente. La capacidad creadora no tiene que
manifestarse necesariamente en forma de maternidad, pero hay una
tendencia a interpretarlo de este modo.
Su causa en la mayoría de los casos tiene que ver con no tener resuelto el
tema de la autoridad simbolizada normalmente por un arquetipo masculino.
Esta descompensación puede provenir tanto por exceso como por defecto,
ya sea por parte de un padre excesivamente autoritario, o bien de uno
ausente o que no haya ejercido la autoridad que le correspondía. Esta
carencia se tiende a compensar de dos maneras: manteniendo una postura
infantil o de sumisión aunque se sea adulto, o relacionándose con una
actitud desconfiada y guerrillera. En los hombres, este miedo a la autoridad
puede tomar la forma de homosexualidad o de un carácter sumiso como
una manera de no ser una amenaza para el padre. En las mujeres,
igualmente puede presentarse en forma de homosexualidad como
mecanismo de negación del afecto hacia ese padre, o también se puede
rechazar el tener pareja. Esto puede ser a través de una soltería radical, no
permitiéndose tener una pareja armoniosa a través de la generación de
conflictos, o bien, estando con un hombre al que no consideran suficiente de
modo que el puesto de macho alfa lo siga ocupando eternamente el padre,
incluso aunque no esté vivo. De ahí la proliferación de hombres inertes.
Y como en toda situación, aquí también hay grados. Se puede no ser una
feminista declarada, pero sí compartir el sentimiento de injusticia,
inferioridad y victimismo con ellas. Una mujer se puede sentir en lucha con el
hombre de manera silenciosa. La elección como pareja de un hombre que no
asume su papel no hace sino reforzar la idea de no valía en una mujer. Puede
parecer algo poco evidente, ya que la elección de este perfil de hombre
suele darse en mujeres independientes económicamente, de las que se
deduce una alta autoestima. Lo que no se percibe a simple vista, es el
sentimiento de insatisfacción que está de fondo y que en la mayoría de los
casos no se llega a identificar, siendo la relación de pareja la que se lo
muestra.
Alma Sanz