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La negación de la feminidad

Haciendo una comparación con el artículo "El síndrome del hombre inerte",
parece que nos encontramos ante otro fenómeno que complementa
perfectamente al anterior. Es el de la mujer que está en lucha con su
naturaleza femenina, maternal y cuidadora, y que se ha masculinizado en un
intento por querer parecerse al hombre.

Una naturaleza maternal no implica el tener que ser madre. Toda mujer que
es madre lo es porque está escrito en su guión, independientemente de que
esto sea una decisión consciente o inconsciente. Sin embargo, hay muchas
otras que no han sentido esa “llamada” a concebir un hijo y se juzgan por
ello. La mente colectiva ejerce presión en las mentes más confundidas con
respecto a este tema. Cuando uno deja su referencia interna de lado
empieza a tomar decisiones en base a lo que todo el mundo hace o a la
interpretación equivocada de que ser padre es la única forma de crear y
extender el amor que se siente. La capacidad creadora no tiene que
manifestarse necesariamente en forma de maternidad, pero hay una
tendencia a interpretarlo de este modo.

Cuando la mujer está asumiendo roles masculinos no está en paz, aunque la


capacidad de autoengaño es muy grande. Esta confusión colectiva genera
movimientos sociales como puede ser el tan excesiva e inadecuadamente
citado feminismo. Este tipo de movimientos sociales manifiestan un
sentimiento de injusticia que genera la necesidad de luchar contra un
enemigo. Esto inevitablemente hará surgir una fuerza en dirección opuesta.
La tendencia del feminismo a dejar de lado lo femenino, dulce y sutil
producirá paralelamente un deseo de volver a lo tradicional, de retomar los
roles masculino y femenino como una forma inconsciente de encontrar un
equilibrio. Tanta imposición del feminismo acaba generando una nostalgia
hacia lo que las feministas consideran machista, como pueden ser ciertas
formas de cortesía, la asunción de roles que naturalmente se dan en pareja o
en el trabajo y la evidencia de que las mujeres tienen unas características
diferentes a las de los hombres por mucho que esto se quiera negar. En
resumen, parece que el nuevo enemigo no es ni el machismo ni el
feminismo, sino el sentido común.

La cuestión es si el feminismo es un movimiento creciente de masas o bien


se quiere mostrar como tal, aún no representando a la gran mayoría de
mujeres. A través del conocimiento, observación y conversación con mujeres
de toda clase se puede concluir que el feminismo no es una propensión
natural, sino un mecanismo de compensación de alguna carencia. La
feminidad sí es inherente a la mujer, y parece que es justamente ésta lo que
quiere abolir el feminismo. La mujer, cuando no está siendo femenina, es
porque está en lucha y, por lo tanto, tiene miedo. Este miedo no se sana
reaccionando ante él, sino reconociéndolo. La resistencia a atravesarlo
genera por un lado más miedo y, por otro, da realidad a aquello contra lo
que se lucha.

Su causa en la mayoría de los casos tiene que ver con no tener resuelto el
tema de la autoridad simbolizada normalmente por un arquetipo masculino.
Esta descompensación puede provenir tanto por exceso como por defecto,
ya sea por parte de un padre excesivamente autoritario, o bien de uno
ausente o que no haya ejercido la autoridad que le correspondía. Esta
carencia se tiende a compensar de dos maneras: manteniendo una postura
infantil o de sumisión aunque se sea adulto, o relacionándose con una
actitud desconfiada y guerrillera. En los hombres, este miedo a la autoridad
puede tomar la forma de homosexualidad o de un carácter sumiso como
una manera de no ser una amenaza para el padre. En las mujeres,
igualmente puede presentarse en forma de homosexualidad como
mecanismo de negación del afecto hacia ese padre, o también se puede
rechazar el tener pareja. Esto puede ser a través de una soltería radical, no
permitiéndose tener una pareja armoniosa a través de la generación de
conflictos, o bien, estando con un hombre al que no consideran suficiente de
modo que el puesto de macho alfa lo siga ocupando eternamente el padre,
incluso aunque no esté vivo. De ahí la proliferación de hombres inertes.

Tengamos en cuenta que la idea de “macho alfa” no tiene que estar


relacionado necesariamente con el casposo concepto de machismo, sino con
el concepto de un hombre que ha aceptado su masculinidad porque no está
en conflicto con la autoridad. Hay un rechazo excesivo hacia lo masculino
por haberse asociado erróneamente con el castigo. En lugar de enfrentarse a
la creencia falsa de que se puede ser castigado o privado de libertad, ésta se
proyecta sobre una figura de autoridad. Otra forma de reconciliarse con esa
figura de autoridad consiste en copiar el comportamiento autoritario, para
por un lado comprenderlo y por otro, obtener la aprobación de esa figura.

En estos casos se da una excesiva atención a la forma, perdiendo de vista el


fondo que tiene que ver con la función específica que cada persona tiene en
su proceso de sanación mental. Esta función especial tomará una forma
determinada en cada uno, proporcionándole unas características muy
concretas e intransferibles. No es efectivo copiar comportamientos, sino
entender el trasfondo de ellos. Cada caso particular requerirá asumir un
determinado papel en función del aspecto que sea necesario aprender, pues
no todos tenemos las mismas lecciones pendientes. De ahí la importancia de
no compararse y de no quedarse únicamente en las apariencias, las cuales
estarán filtradas por interpretaciones personales que justificarán el
sentimiento de carencia y escasez. Mientras haya carencia emocional bien se
buscará la aprobación del otro tratando de satisfacer sus expectativas – en lo
que sería una conducta más femenina –, o bien, a través de una conducta
más masculina se buscará provocar el conflicto. En ambos casos, la finalidad
es recibir atención, en un intento desesperado por encontrar una identidad
que nos dé la sensación de existir.

Cuando existen tendencias muy marcadas, la mente en su constante


búsqueda de equilibrio generará movimientos en sentido opuesto. La
función de la contraparte será mostrar los puntos ciegos o aspectos sin
resolver. La creciente negación de la feminidad hace que muchas veces el
hombre, de forma inconsciente, asuma ese papel femenino que nadie está
ocupando en un intento por equilibrar el sistema – tanto el colectivo como el
más particular, que sería la relación de pareja –. También como respuesta
análoga al feminismo radical de los últimos tiempos ha aparecido un
reciente movimiento de la misma índole por parte del hombre. Éste es
conocido como MGTOW (Men Going Their Own Way) cuyas siglas en inglés
significan “Hombres Siguiendo Su Propio Camino”. Esta corriente denuncia el
abuso que la mujer ha hecho de su papel. El hombre que se adhiere a esta
corriente busca salirse del sistema que le cosifica como una fuente de
recursos económicos y poco más (ver vídeo más abajo ). Viendo ambos
extremos, uno llega a la conclusión de que todos los puntos de vista pueden
ser comprensibles y tener sentido observándose desde determinado sistema
de creencias, sin embargo, la clave es cuestionarse dicho sistema de
creencias.

Como toda tendencia extrema, tanto el feminismo como el movimiento


MGTOW permiten ver con perspectiva el desequilibrio de las ideas
subyacentes, pues toda corriente viene alimentada y apoyada por creencias y
comportamientos de las mentes a nivel individual. De manera aislada, una
actitud puede parecer no tener gravedad o incluso estar justificada por
“injusticias” que le ocurren al individuo y le llevan casi irremediablemente a
responder de una forma determinada. Sin embargo, la colectivización de una
idea hace las veces del altavoz que sirve de alarma indicando que hay un
pensamiento erróneo. El movimiento social sería el efecto que permite tomar
conciencia de las causas.
Veamos todo esto siempre sin perder de vista la función inicial que tuvo
hace décadas la movilización de la mujer. En su momento surgieron una
serie de ajustes sociales que fueron el fruto de la evolución de la consciencia.
Es decir, sí hubo una necesidad de que la mujer fuera tenida en cuenta en la
misma categoría de ser humano que el hombre, del mismo modo que
ocurrió con la esclavitud, con la homosexualidad y que en otro nivel acabará
ocurriendo con los animales. Aunque este punto de ecuanimidad entre
mujeres y hombres ya se ha alcanzado en la mayoría de los países del primer
mundo – teniendo en muchos casos las mujeres más privilegios que los
hombres – la lucha está más exacerbada que nunca. Lo mismo ocurre con los
ejemplos citados, en los que no se va a la causa: el sentimiento de injusticia,
de modo que habrá eternamente manifestaciones y afectados por la
discriminación. El inicial movimiento de las sufragistas que fue guiado por la
equidad del Espíritu, lo ha tomado el ego conducido por su eterna
insatisfacción y propensión al conflicto. Se ha apropiado de las facilidades
que consiguieron estas mujeres utilizándolas para el ataque. Tenemos el
ejemplo de la denuncia falsa en la que el hombre tiene que defender una
inocencia que se pone en duda casi ciegamente por la presunción
automática de veracidad de la declaración de la mujer. Todo ello sin
mencionar el adormecimiento social que lleva a dar por hecho el rol de la
mujer como víctima, sin plantearse otras opciones como podrían ser la
mentira por parte de ella y, ni remotamente, la responsabilidad que tiene
sobre su propia experiencia.

Y como en toda situación, aquí también hay grados. Se puede no ser una
feminista declarada, pero sí compartir el sentimiento de injusticia,
inferioridad y victimismo con ellas. Una mujer se puede sentir en lucha con el
hombre de manera silenciosa. La elección como pareja de un hombre que no
asume su papel no hace sino reforzar la idea de no valía en una mujer. Puede
parecer algo poco evidente, ya que la elección de este perfil de hombre
suele darse en mujeres independientes económicamente, de las que se
deduce una alta autoestima. Lo que no se percibe a simple vista, es el
sentimiento de insatisfacción que está de fondo y que en la mayoría de los
casos no se llega a identificar, siendo la relación de pareja la que se lo
muestra.

Mientras no se aplique la responsabilidad sobre esa insatisfacción, se


experimentará una sensación de frustración que se proyectará sobre la
pareja. Lo habitual es perder de vista el valor que se le da a este perfil de
hombre: no supone una amenaza para su baja autoestima, le permite
mantener el control y conservar sin resolver el sentimiento de inferioridad al
proyectarlo sobre él. La mujer que no está intentando asumir el papel del
hombre podrá reconocer con mayor facilidad sus limitaciones como propias
al no tratar de compensar o proyectar el sentimiento de insuficiencia.

La falta de confianza que ostenta la mujer masculinizada suele tomar la


forma de un hombre poco confiable a su lado. Como ya se habló en un
artículo anteriormente mencionado, esta falta de masculinidad se refleja en
forma de cobardía, la cual entraña ocultación y engaño. La falta de claridad
en el hombre justifica el estado de lucha y tensión en la mujer que no se
permite relajarse. Así se retroalimenta el sentimiento de falta de seguridad
que le lleva a adquirir una postura masculina de supervivencia.

La sensación de inferioridad y descontento suele ser común a muchas


mujeres, en la mayoría de los casos por compararse con el hombre y querer
aportar a la relación lo mismo que él aporta, sin ver que esto no sólo no es
natural sino poco efectivo. Al tratar de fingir un papel que no nace de ella
naturalmente pierde su espontaneidad y, por lo tanto, deja de participar de
la relación. Existe una parte única que sólo ella puede ofrecer pero que niega
por haberla considerado poco importante. El primer paso consiste en
permitirse desempeñar la verdadera motivación, para después descubrir que
muy probablemente haya un juicio previo sobre ello. La mejor manera de
reconocer cuál es nuestro potencial consiste en hacer simplemente lo que a
uno le hace feliz. Quizás en un principio no es una actividad concreta, pero
seguir esa dirección nos pone en el camino hacia nuestra función especial.

En muchos casos se utiliza la autosuficiencia económica como tapadera de


esta inseguridad que refleja la fuerte dependencia emocional que se tiene
del entorno y de la aprobación social. No se está diciendo que la mujer no
deba ser autónoma económicamente, es más debería serlo en todos los
sentidos empezando por el emocional, pero no hay que perder de vista que
existe una tendencia a utilizar el dinero como forma de ocultar conflictos no
resueltos. Una vez conquistado el nivel emocional, el cual es el trabajo
principal en la mayoría de las mujeres, no importará la forma que adquiera la
economía dentro de un hogar, quién aporte en el plano laboral y quién
contribuya de las otras muchas formas en las que se puede cooperar. Ser
totalmente libre implica ser capaz de reconocer lo que a uno le apasiona y
hacer lo que se desea sin sacrificios.

Ser femenina no tiene que estar reñido con la valentía, la fortaleza o la


autosuficiencia. Todo esto se ve potenciado con la verdadera feminidad que
se basa en la disposición, confianza y la humildad, no en la lucha. Cuando se
asume esto, utilizar al hombre para justificar el malestar deja de ser una
opción. Se pueden adquirir características masculinas sanas como es la
determinación, sin perder la esencia femenina. La feminidad es cuidar y
dejarse cuidar, pero sin necesitar que esto ocurra porque ya no hay un
sentimiento de carencia. Que aparezca alguien fuera que lo refleje
simplemente le recuerda a la mente que lo tiene. La mujer ha de
reconciliarse con la parte que ama del hombre, rescatar lo que le
complementa, reconocer lo que le atrae de él porque ella no lo tiene
desarrollado, y permitirse vivir y disfrutar en su compañía. La función única y
universal de las relaciones es ayudar a recordar el amor que uno tiene para
así poder darlo.

Alma Sanz

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