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Introducción
a la Psicología Social
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lU.C
EDUARDO CRESPO SUAREZ CRÍr
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
331445
INTRODUCCION
A LA PSICOLOGIA SOCIAL
c. P. s.
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relación no constituye un objeto de estudio que sea excluyente o exclusi
vo respecto a otras ciencias sociales. La psicología social, tal como la en
tendemos, no es tanto que sea interdisciplinar, fruto de la conjunción de
varias disciplinas, sino que es más bien transdisciplinar, es decir, ajena a
la delimitación de disciplinas.
La caracterización o definición de la psicología social se entiende,
por tanto, como fruto de un trabajo teórico y epistemológico que, como
tal, siempre está abierto. Cuando una actividad científica se define y jus
tifica por una reflexión sobre sus fundamentos ello implica que se consi
dere la existencia de diferentes formas posibles de concebir dicha activi
dad científica. No existen, pues, a nuestro entender, una sino varias
psicologías sociales posibles, según los presupuestos con los que se tra
baje.
Según el punto de vista que aquí se mantiene los límites entre asigna
turas son fluidos, cuando no, a veces, arbitrarios. Admitir esta fluidez ge
nera, en cierto modo, la inseguridad propia de quien no tiene una parcela
o rincón en que moverse con absoluto dominio, pero por otra parte, su
pone una auténtica liberación, la liberación de quien no tiene inconve
niente en ir a buscar la información y las ideas allí donde se generen, co
rresponda o no con la delimitación disciplinaria y académica en la que se
encuentra adscrito. El conocimiento se hace entonces una aventura libe
radora de las prácticas represivas que impone la disciplina.
Definir es, en cierto modo, justificar. La reflexión sobre los funda
mentos de una ciencia —en este caso, de la psicología social—constituye,
en cierto modo, un acto retórico, en el sentido más auténtico y positivo
de la retórica, como proceso de argumentación justificativa.
La legitimación es un procesó retórico, de justificación pública de
una determinada actividad. Tiene que ver con la autoridad —la autoridad
con que se dice algo—, con la dominación o posibilidad de hacer que
algo sea aceptado, y en última instancia con la racionalidad de tal hacer y
decir. La legitimidad de un determinado hacer científico y académico,
como es el caso que aquí se trata, tiene su raíz en una concreta concep
ción de la vida pública y de la organización social, dentro de la cual el
hacer científico se desarrolla y cobra sentido. La legitimidad del hacer
psicosociológico está directamente vinculada con la legitimidad de la au
toridad y el dominio en la sociedad moderna.
El pensamiento moderno —y creo que la psicología social surge
como parte del proyecto de la modernidad—se caracteriza básicamente
por un intento de fundamentación racional de la vida, y por un intento
de comprensión científica del mundo. La historia de las ciencias sociales
—y entre ellas la psicología social—va pareja al devenir de la confianza
en la razón.
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El trabajo de legitimación social, científica y académica que esta obra
supone se remite a la racionalidad de la tarea propuesta. Hacer psicolo
gía social —o si se quiere, psicología social tal como aquí se entiende—es
legítimo porque es racional.
La acepción más habitual de racionalidad es la que la identifica con
la instrumentalidad. Un saber es racional porque es eficaz, permite con
seguir algo deseado o resolver algún tipo de dificultad. Sin embargo, el
concepto de racionalidad al que aquí se hace referencia es más amplio.
Al hablar de racionalidad nos podemos referir a dos problemas o
cuestiones diferentes. El primer problema es el de la legitimación de la
acción (o del decir). Toda acción es susceptible hipotéticamente de ser
puesta en cuestión y requerida su legitimidad. En tanto en cuanto se pue
dan dar razones aceptables, se puede hablar de racionalidad. La legitima
ción se produce, al menos a veces, en un proceso de comunicación. Las
razones son construidas como argumentos. Y un argumento solo es váli
do si es aceptable. La razón se remite aquí a los criterios de aceptabilidad
de argumentos en un contexto determinado.
El segundo nivel de problematicidad de la racionalidad se refiere a la
universalidad de la aceptabilidad hipotética de una acción. Entendido
esto de una forma radical lleva, como Habermas (1990) ha puesto de
manifiesto, a una postura metafísica que exige la trascendentalidad del su
jeto (condiciones universales del conocimiento) y al historicismo (racio
nalidad en el devenir trascendental de la humanidad). Esta concepción
universalizante implica una idea de verdad y de progreso que por su tras
cendentalidad no son refutables en la práctica social y que, desgraciada
mente sólo son evaluables por sus consecuencias a largo plazo. Las tira
nías fundadas en una utopía racionalista y las catástrofes ecológicas
como consecuencia de una idea autolegitimada del progreso técnico son
algunos de los más claros exponentes del fracaso de un concepto totali
zante y metafísico de la racionalidad.
En el plano del hacer científico y de su legitimación, en las ciencias
humanas y sociales, la noción radical de la universalidad del conocimien
to científico se ha manifestado como una identificación de la lógica y la
epistemología. Desde hace años, sin embargo, observamos cómo se pro
duce un proceso de distanciamiento irónico respecto a la idea de una po
sible razón absoluta y respecto a los sistemas —políticos o científicos—
que en ella se fundamentan. Esta razón absoluta y universalizante es la
que fundamenta la idea de que sólo existe un tipo posible de racionali
dad y actividad científica. La alternativa a esta concepción autoritaria de
la racionalidad no ha de llevar, sin embargo, a la adopción de una posi
ción relativista. La legitimación científica parece exigir un concepto plu
ralista y no relativista de la racionalidad. Dejaremos para otro momento
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un desarrollo más detenido de estas cuestiones. Por ahora, quiero sim
plemente poner de manifiesto el carácter polémico y abierto del funda
mento racional de la pretensión de legitimación científica de la psicolo
gía social, dentro de la cual toma sentido esta obra.
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(pp. 17-18). Esta opinión es muy similar a la que ya había manifestado
Ortega y Gasset (1940), quien decía que «la psicología, como toda cien
cia particular, posee sólo jurisdicción subalterna. La verdad de sus con
ceptos es relativa al punto de vista particular que la constituye, y vale en
el horizonte que ese punto de vista crea y acota» (p. 20).
Entre los presupuestos metateóricos, históricamente establecidos,
que posibilitan la constitución del objeto de la psicología social, y que
toman, con frecuencia, el carácter de evidencias se encuentra, en pri
mer lugar, la convicción de que es posible un conocimiento científico
del ser humano, más agudo y eficaz que el conocimiento de sentido co
mún. Este es un presupuesto firmemente asentado, pero problemático
en su concreción, ya que no hay acuerdo sobre lo que sean rasgos defi-
nitorios de un conocimiento científico en el campo de las ciencias so
ciales.
Un segundo presupuesto es que existen niveles analíticos relativa
mente autónomos y que son fructíferos para la comprensión del compor
tamiento humano; en concreto, el nivel del individuo (o psique) y el de la
sociedad (y/o cultura). Se trata de objetos construidos analíticamente y
no de realidades materialmente delimitadas. La confusión es grande en
este punto, ya que se sobreponen a conceptos de sentido común, espe
cialmente en el caso del individuo, surgidos de la explicación cotidiana y
ancestral de los procesos de la vida. El individuo que estudia la psicolo
gía es una abstracción al igual que lo es la sociedad que estudia la socio
logía y la cultura de los antropólogos. Estos conceptos son problemáticos
en su propia constitución teórica, como puede observarse a propósito de
los conceptos de conciencia o mente. Como dice Moscovici (1985)
«Todo resultaría muy sencillo si pudiésemos decir sin dudar: existe el in
dividuo y existe la sociedad. Evidentemente esto se nos repite innumera
bles veces y uno parece comprender e incluso ver lo que significan estas
palabras» (p. 17).
El tercer presupuesto sobre el que se fundamenta la psicología so
cial es que la interacción social es un proceso articulador entre los nive
les psicológico y sociológico. Por medio de la interacción social se ge
neran y modifican realidades, tanto a nivel personal como societal. Este
presupuesto no es siempre mantenido por quienes sostienen el ante
rior. Desde un punto de vista reduccionista, bien psicológico o socioló
gico, la interacción social es o irrelevante o simplemente una coocu
rrencia o concatenación de actividades. La posición más extrema la
representan aquellos autores para quienes la psicología social no es una
ciencia autónoma.
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Definiciones de la psicología social
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de la interacción entre el nivel I, que es el de la estructura y procesos in
dividuales, y el nivel II, que es el de los procesos y estructura sociales;
entre sus fines está el estudio de los nuevos fenómenos, surgidos como
decía Newcomb del encuentro entre «el protoplasma y la sociedad». Des
de un punto de vista interaccionista, Shibutani (1971) considera que la
psicología social se ocupa de «las regularidades de la conducta humana
que surgen del hecho de que los hombres participan de grupos sociales»
(p. 30) Esta conducta la explica «en función de las propiedades de cinco
unidades funcionales: el acto, el significado, el rol, la persona y el grupo»
(p. 35). Parecida posición mantiene Kimball Young (1974)
La psicología social europea ha sido, por lo general, más analítica y
exigente en sus planteamientos definicionales que la norteamericana. Tal
vez le vaya en ello, como he señalado en algún otro momento, su propia
legitimación. La obra editada por Israel y Tajfel en 1972, por ejemplo, y
que es en cierto modo un manifiesto programático de esta psicología so
cial, es un buen ejemplo de este tipo de preocupaciones y de la calidad
de los análisis. En esa obra, Moscovici, en línea con lo que ya había seña
lado anteriormente (Moscovici, 1968, 1970) y de modo similar a lo que
sigue manteniendo (Moscovici, 1985), define la visión psicosocial como
una relación ternaria, que pretende superar la dicotomía sujeto-objeto,
individuo/sociedad. Considera este autor que el objeto de la psicología
social se centraría en los fenómenos globales que resultan de la interde
pendencia de varios sujetos en su relación con un entorno común, físico
o social. La relación ego-objeto está mediada por otro sujeto y ello, no de
forma estática, como se estudiaba en los procesos de facilitación social,
sino dinámica. Lo «social» se define, pues, como la interacción entre dos
sujetos y un objeto. Según Moscovici (1972), «la psicología social es una
ciencia de la conducta sólo si esto se entiende en el sentido de que su in
terés es un modo muy específico de dicha conducta —el modo simbólico»
(p. 62) y por tanto, «el objeto central y exclusivo de la psicología social
debería ser el estudio de todo lo que pertenece a la ideología y a la comu
nicación, desde el punto de vista de su estructura, su génesis y su función»
(op. cit., p. 55, subr. orig.). Dentro de la psicología social europea, igual
mente, Tajfel considera que el objeto de estudio de la psicología social, la
interacción social, hay que entenderlo en el ámbito de la pertenencia ca-
tegorial, es decir, se desarrolla en un mundo que es ordenado perceptiva
mente por medio de la inclusión de todo objeto social, ya sean personas
o cosas, en una red de categorías. Los sistemas de categorías perceptivas
están directamente vinculados a los sistemas de relación intragrupal e in-
tergrupal en los que estamos implicados. La identidad personal, en
tanto en cuanto supone un identificarnos con algunos grupos y diferen
ciarnos de otros, está íntimamente ligada a la categorización y, por tanto,
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a las relaciones grupales. La psicología social constituye según Tajfel
(1972) un nivel de articulación entre el análisis del conflicto a nivel so
cial e individual: «el objeto de la psicología social se puede describir
como la interacción entre cambio (social) y elección (individual)» (p.
116).
En una línea de pensamiento muy cercana a las anteriores, Willem
Doise (1976) considera que lo psicosociológico constituye un nivel de
articulación entre la psicología y la sociología, que son niveles autóno
mos de explicación. El enfoque psicológico resulta insuficiente para en
tender lo que denomina el intergrupo: «Nuestra tesis es, en efecto, que un
estudio propiamente psicológico del intergrupo es imposible. Al nivel de
lo psicológico se puede a lo más describir dispositivos, forjados ya ellos
mismos en la interacción social, que permiten al individuo insertarse en
nuevas interacciones» (p. 35). En el terreno sociológico el concepto cen
tral en la comprensión de las relaciones intergrupos es el de ideología. La
articulación psicosocial se fundamenta en el análisis de la interacción so
cial, ya que «lo colectivo evoluciona a través de la interacción social e,
igualmente, los desarrollos del individuo son un resultado de esta inte
racción» (p. 92). Esta articulación no se traduce en ‘leyes psicosociológi-
cas’ «que sugieren demasiado fácilmente la existencia de regularidades
observables a nivel del comportamiento» (p. 91). La idea de Doise es que
el objeto de estudio de la psicología social no son esas regularidades del
comportamiento sino «los procesos elementales y estables que intervie
nen en esos comportamientos» ( ibid.). Y especifica: «No es en nombre de
una naturaleza humana universal en el que reclamamos una cierta gene
ralidad para el proyecto psicosociológico. La universalidad de la natura
leza humana es, de modo demasiado evidente, un argumento ideológico
utilizado para defender ciertos valores que están, ellos mismos, muy con
dicionados por una cierta forma de relaciones sociales l.
La definición de la psicología social por la articulación de lo psicoló
gico y lo social es una afirmación mantenida por muy diversos autores y
que responde a las inquietudes que dan origen a esta ciencia. Esta pers
pectiva articuladora no es, sin embargo, diferenciadora de modo exclu-
yente de la psicología social; es, en realidad, una característica de todas
las ciencias sociales. Tal como señala Thompson (1984), «el problema de
la relación entre individuo y sociedad, entre la acción y la estructura so
cial, yace en el corazón de la teoría social y de la filosofía de la ciencia
1 Doise (1976) hace suya la distinción de Althusser entre ciencia e ideología. Basándose en
este autor, así como en Piaget, plantea «la actividad científica como un trabajo de transformación
de verdades parciales en verdades más generales» (p. 51), donde las verdades parciales, ideológi
cas, son «cepos reduccionistas»: «la omisión o el reduccionismo constituye un mecanismo impor
tante a través del cual lo ideológico influye sobre lo científico» (p. 53).
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social» (p. 148). El objeto de la psicología social no es, por tanto, un ob
jeto claramente delimitado. El énfasis excesivo en la delimitación obje-
tual sólo obedece a requisitos formales de territorialidad académica. En
mi opinión es perfectamente aceptable, en principio, la definición del
objeto de la psicología social que se hace en la corriente europea, y que,
en la versión de Páez y otros (1992) se concibe, por ejemplo, como «la
articulación entre lo social y lo individual a partir de los procesos de in
teracción y de representación intra e intergrupos» (p. 119). El problema
estriba, en realidad, en cómo se conciba esa articulación entre dos ámbi
tos conceptualmente construidos (individuo y sociedad) y en el concepto
de interacción que la fundamenta.
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