En los años 70 del siglo pasado, poco antes de morir Franco, en mi plena adolescencia y
recién descubierto el mensaje del Evangelio y experimentado una crucial conversión a
Cristo, ser cristiano era entrar en una dinámica de alienación, un alien en la lucha
entusiasta y clandestina por la libertad y la justicia social que alentaba en muchos
jóvenes universitarios y reconocidos intelectuales españoles. Era el auge de la ideología
marxista, que desde hacía una década en América Latina inundaba toda la vida
intelectual de las universidades latinoamericanas, al decir de Pablo Guadarrama, sin
que hubiera una esfera de las ciencias sociales que no se hubiese visto influenciada por
ella[1].
Para tratar de responder, o de situarse ante esta fe político-social que entusiasmaba a las
mentes más progres e influyentes de la época, los dirigentes evangélicos más avezados
escribían o traducían tratados sobre la problemática del “hombre cristiano y el hombre
marxista”, “entre Marx y Cristo”, con el fin de dar respuesta a desazones y preguntas
inquietantes por parte de los creyentes más concienciados social o intelectualmente.
Era difícil evitar un cierto sentido de inferioridad, o de no saber realmente a qué
atenerse en esos años de convulsión social, cambios políticos y golpes militares.
Hasta la misma iglesia católica romana, hegemónica en España desde el año 39,
experimentó una especie de “invierno eclesial”[2]. Frente a la entrada en la vida pública
de las cuestiones políticas y sociales, la fe cristiana aparecía poco atractivo y encima
sonaba a irrelevante. Para los más leídos, y un buen número de intelectuales españoles,
que habían leído u oído hablar de Max Webber, La ética protestante y el espirítu del
capitalismo (publicado originalmente en 1904/1905, 1920 se publicó en España en julio
de 1969, traducido por Luis Legaz Lacambra, y editado por Ediciones 62)[3], la obra no
dejaba dudas sobre el efecto causal, la conexión entre protestantismo y capitalismo.
Incluso algunos evangélicos dieron por buena esta interpretación de la obra de Webber,
por otra parte, todo un modelo de buen trabajo y de investigación rigurosa. Un ejemplo
a seguir.
Como consecuencia de esta aceptación acrítica de la simbiosis entre protestantismo y
capitalismo, muchos no quisieron saber nada del protestantismo que conducía a ese hijo
indeseable del capitalismo, y reivindicaron la vuelta a los orígenes, al puro Evangelio de
Jesucristo, sin mediaciones históricas, como la Reforma. Para los católicos progresistas,
el protestantismo encima de ser limitado doctrinalmente, era una avanzadilla del
capitalismo sajón, y concretamente estadounidense, de sus misioneros, a algunos de los
cuales se vinculaba con la CIA.
El profesor José Luis Abellán, que debió de leer las tesis de Webber muy por encima,
concluyó que el catolicismo representa la “teología de la pobreza”, frente a la “teología
de la riqueza” del protestantismo. Un cuento largo de explicar[4].
Webber no dijo que con el protestantismo surgió el capitalismo como algo nuevo en la
historia, ni ninguna barbaridad de este tipo. Lo que dice es que, frente a un capitalismo,
presente en la historia desde tiempos inmemoriales, de tipo oriental, de ostentación, lujo
y derroche, con el protestantismo surge un capitalismo de tipo empresarial, productivo,
emprendedor y ahorrativo, al que se deben las grandes empresas de las que hoy nos
beneficiamos todos, desde la invención y producción de un simple paraguas a la de una
locomotora.
De hecho, cuando cambian las tornas, la década de los 80, y colapsa el sistema del
“comunismo real” de la URSS, los neoliberales comienzan a ser el paradigma
emergente. En 1990, la revista Newsweek proclamaba que “10,000 hombres de Harvard,
una nueva generación de tecnócratas entrenados en los Estados Unidos están
reestructurando la economías de América Latina”. El mismo artículo describía el
entorno mundial: “[…] el socialismo y el paternalismo económicos están
sitiados; viva [en castellano en el original] la economía de mercado. En América Latina,
líderes democráticos han asumido el poder desde Tijuana hasta Tierra del Fuego en los
últimos cinco años”[5].
Son los años de los gobiernos antisociales de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, de
Ronald Reagan en Estados Unidos y de la desbandada política e intelectual de la
izquierda stalinista después de la caída del muro de Berlín (1989).
En esta nueva coyuntura, Jacques Paternot y Gabriel Veraldi, publican un estudio
mediante el cual intentan demostrar que hay que trasladar el origen del capitalismo de la
ética protestante al catolicismo medieval, de modo que la gloria sea de la Iglesia
católica, una vez quitado el aguijón, el papel malo, del capitalismo[6].