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Consumo de cúrcuma podría mejorar la

memoria en personas mayores


https://www.psyciencia.com/consumo-de-curcuma-podia-ayudar-a-la-memoria-en-
personas-mayores/

tema del cuantico, critica Test de Shaw (Por

David Aparicio
-
01/10/2018

https://www.investigacionyciencia.es/blogs/fisica-y-quimica/85/posts/el-test-de-shaw-
16805?
Terapia gestal
https://www.psyciencia.com/la-terapia-gestalt-no-es-una-pseudociencia-ni-una-mala-
ciencia-replica/

o es la primera vez que tengo que responder a alguna crítica contra la terapia gestalt (TG),
por lo general dictámenes descalificadores fundamentados en planteamientos encorsetados
de quienes esgrimen la metodología científica como único marchamo de calidad para
ponderar una terapia psicológica, y sobre todo quienes niegan validez y metodología
científica a cualquier psicoterapia que no se ajuste al racionalismo de la terapia cognitivo-
conductual (TCC).

Es este un cliché monotemático que reaviva el recurrente problema de la psicología cuando


se confronta la razón con las emociones (cognición versus emoción/afecto), algo que los
cognitivos estrictos resuelven desde un racionalismo basado en el estoicismo filosófico de
Epicteto, que considera que todos los estados mentales (incluidas las emociones) están
condicionados por los juicios que de ellos hace el ser humano. Dicho de otro modo, la
terapia cognitiva sublima a la razón frente a las emociones y contempla que las personas
sufren por la interpretación que se realizan de los sucesos y no por estos en sí mismos.
Este es uno de los motivos — tal vez el principal — que separa a la TCC de las corrientes
psicoterapéuticas humanistas.

Pero hay también otro aspecto que la terapia cognitiva esgrime para diferenciarse de las
demás, y es considerarse como la única avalada por la metodología científica. Lo que no
deja de ser cierto — cierto que se la considere así, no que sea la mejor psicoterapia —,
pero de ahí a execrar a cualquier otra terapia psicológica e incluir a la terapia gestalt en el
mismo saco que las falsas terapias y considerarla una pseudociencia, hay un abismo que
sólo se podría entender en base a un rechazo obsesivo, a un absoluto desconocimiento de la
TG, a una jactanciosa soberbia de creerse en posesión de la verdad, o también al frecuente
vicio de la generalización basada en la ignorancia.
Sólo soy una terapeuta gestalt a quien le apasiona su trabajo, y no me considero en
absoluto relevante siendo que la terapia gestalt cuenta a nivel internacional con eminentes
personalidades de reconocido prestigio entre los que destacaré a: Jean Marie Robine,
Brigitte Lapeyronnie-Robine, Gianni Francesetti, Dan Bloom, Margherita Spagnuolo
Lobb, Gordon Wheeler, Sylvia Crocker, Philip Lichtenberg, Michael Vincent Miller
y Ruella Frank, cuyos artículos, libros y trayectoria académica hablan por si solos del
prestigio de una terapia seria, eficaz y con un marco teórico que nada tiene de «mala
ciencia» como algunos detractores preconizan.

Si me he decidido a escribir este artículo-réplica es para desmentir varias falsedades


vertidas en La mala ciencia de la terapia gestalt, falsedades que con ánimo conciliador
preferiría considerar como errores que deben ser aclarados.

Otro motivo es por mi condición de colaboradora habitual en Psyciencia, una publicación


en la que me siento cómoda y respetada, y a la que agradezco que nuestra interrelación sea
tan entrañable y fluida.

Y ya como tercer motivo, escribo esta réplica porque en el artículo al que contesto
aparecen cinco enlaces a otros tantos artículos de mi autoría: Fritz Perls ; ideología
religiosa (denominado así por el autor del artículo); darse cuenta o awareness ;
mindfulness . Todos estos artículos han sido publicados en Psyciencia, y en ellos dejo
constancia de mi posicionamiento ecléctico, abierto y también crítico con algunos aspectos
de la terapia gestalt. Queda así patente mi ausencia de vinculaciones prosélitas y de mi
mentalidad tanto abierta como respetuosa con otras corrientes ajenas a la terapia gestalt.

Dice el artículo de La mala ciencia de la terapia gestalt que es cuestionable su eficacia en


base a que «los estudios de eficacia de la TG son escasos y de baja calidad metodológica»,
un argumento que en cierto modo comparto, pues en múltiples ocasiones he lamentado que
en los orígenes de la terapia gestalt, cuando comenzó a decaer el interés por el psicoanálisis
mientras emergían nuevas corrientes psicoterapéuticas, la línea humanista e intelectual de
la terapia gestalt (que tanto la alejaba del conductismo y de otras nuevas corrientes) mostró
muy escaso interés por la realización de artículos científicos que validaran a esta terapia (
aunque sí incontables publicaciones ), tal vez por la inercia a no focalizar la atención en
cuantificaciones en una corriente tan vinculada a lo que no es directamente observable o
medible.

Esta circunstancia ha determinado que la terapia cognitivo conductual sea el único tipo de
psicoterapia cuyos resultados son validados por el método científico. Pero fijémonos bien,
ser validados no significa ser los únicos válidos. Con esto se entiende que la eficacia de la
TCC tiene el aval de gran cantidad de trabajos clínicos realizados con pacientes, algo que
escaseó (y sigue escaseando) en la terapia gestalt y que ha condicionado que adolezca del
aval científico del que tanto alardea la TCC, pero no es motivo suficiente para negar de
pleno su eficacia y validez como terapia, que la tiene, tanto como contrastada está por la
evidencia clínica.

Censurar la «tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt aplicada» no es un


argumento de consistencia para incapacitar a la terapia gestal

La inadvertencia de los psicoterapeutas de la gestalt para realizar y publicar trabajos


ajustados al método científico que validen lo que la práctica clínica confirma, se ha
utilizado como un arma arrojadiza por el sector más radical de la TCC en un intento de
apropiarse en exclusiva de la psicología clínica.

En el artículo al que respondo, se critica también «que los artículos disponibles de terapia
gestalt incluyen en ocasiones aproximaciones humanistas globales, y en otras alguna
técnica gestalt concreta, habiendo una tremenda variación en la técnica o metodología de
gestalt aplicada», algo que resulta obvio si consideramos que hay distintas orientaciones
— o escuelas — en la terapia gestalt del mismo modo que las encontramos en otras ramas
de la salud mental.

Pondré como ejemplo los distintos enfoques terapéuticos con los que los psiquiatras de
distintas tendencias que utilizan o descartan algunos tratamientos como la utilización o no
de litio o de antipsicóticos en depresiones resistentes; la preferencia por uno u otro ISRS en
los TOC; y así, tantos y tantos protocolos con los que distintos equipos médicos podrían
aplicar distintos tratamientos a un mismo paciente sin que necesariamente uno de ellos
fuera el único válido y el resto tuviera que descalificarse.

Censurar la «tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt aplicada» no es un


argumento de consistencia para incapacitar a la terapia gestalt, ni para desautorizar a
ninguna disciplina, pues las discrepancias son muestras de la pluralidad de criterios, pero
no premisas de las que se concluya que todo lo que se aleje de una tendencia debe
condenarse como anatema o pseudociencia.

A este efecto, remito a un apartado de “La mala ciencia de la terapia gestalt” donde se
cita la « terapia de diálogo con la silla vacía », artículo en el que argumento mi disensión
con esta técnica sin por ello descalificar a quienes la utilizan. Insisto pues en la importancia
de contemplar las discrepancias como una muestra de pluralidad de criterios que
enriquece y dignifica la heterogeneidad de cualquier actividad.

Aunque no sea este artículo el contexto más propicio para describir qué es, en qué se
fundamenta y cuales son las vertientes de la TG, bueno sería matizar que se trata de una
psicoterapia humanista (que algunos incluyen dentro de la psicología existencial) en la que
encontramos dos tendencias (o escuelas) bien definidas.

Una de ellas es la escuela ateórica, conocida como de la Costa Oeste, surgida en California
a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, a partir del momento en que Frtiz
Perls comenzó a considerar la terapia gestalt como una forma de vida más que como un
modelo de terapia ajustado al sustrato teórico nacido en 1951.

La segunda tendencia es la escuela teórica, conocida como de la Costa Este ( New York
Institute for gestalt Therapy: NYIGT ), que tras la escisión propiciada por Perls se mantuvo
fiel al marco teórico contenido en la publicación de terapia gestalt: Excitación y
crecimiento de la personalidadhumana —1951— (Gestalt Therapy: Excitement and
Growth in the Human Personality), amplio compendio conocido también como PHG. A
partir de este momento la terapia gestalt se expandió ampliamente, aunque sin hacer
ningún esfuerzo por introducirse en los centros académicos. Mientras tanto, la corriente
cognitiva de mediados del siglo XX utilizaba las universidades como plataforma y se
alineaba con el método científico, algo que los gestálticos no consideraron prioritario y que
hoy les pasa factura al recibir del cognitivismo los ataques con los que pretenden
desprestigiarla al tildarla de pseudociencia.
Una lamentable consecuencia de esta confrontación conlleva que, si las enfermedades
mentales ya de por si sufren un ancestral estigma que repercute en quienes las padecen, y la
psiquiatría y los psicofármacos son objeto de ataques por parte de la antipsiquiatría (en la
que militan muchos psicólogos contrarios a administrar química a los pacientes), sólo nos
falta que también los profesionales de la psicoterapia se juzguen y cuestionen entre ellos, y
que los muchos psicólogos cognitivo-conductuales que tras varios años de formación
llegan a convertirse en terapeutas gestalt, sean descalificados por la ortodoxia omnisciente
de sus compañeros de profesión quienes los tildan de acientíficos adscritos a una
pseudociencia.

Seamos claros y valientes. Yo al menos voy a serlo, como también seré crítica al
manifestar que el método científico no puede —ni debe— ser utilizado como patente de
corso para validar cualquier práctica —sea la que sea— sin antes reconocer que es un
método susceptible de falibilidad, subjetividades en su interpretación, manipulación y
sometimiento a intereses ajenos a la ciencia como, por ejemplo, los intereses económicos.

En este sentido, un gran porcentaje de la profesión médica es muy crítica al valorar los
resultados de ciertos trabajos científicos que cumplen todos los requisitos para serlo —para
ser científicos— y que ponderan la bondad de nuevos fármacos. Trabajos tras los cuales
muchas veces se esconden sesgos apenas detectables que benefician intereses espurios de
la industria farmacéutica.

También es un hecho frecuente que las diferencias entre fármaco y placebo en los trabajos
científicos a doble ciego es muchas veces mínima, un detalle cuantitativo en el que la
industria farmacéutica no suele enfatizar al centrarse sólo en que los estudios presenten
más respuestas favorables al fármaco que al placebo. Todo ello, sin alejarse un ápice de los
criterios de la metodología científica de investigación.

Podría incidir en otros detalles como el vicio cultural según el cual a nada se le otorga
seriedad ni credibilidad si no está validado científicamente. También la obsesiva
cuantificación que convierte en científico sólo aquello susceptible de transformarse en
meras estadísticas. Y sobre todo el problema cultural de sublimar la prueba científica como
sinónimo de una verdad única y excluyente de cualquier otro planteamiento o enfoque de
una hipótesis.

Con todo ello, al final se corre el peligro de confundir algo tan frágil como una mera
conjetura estadística, con una prueba contundente de verdad absoluta y única que tanto
valdría para la validación de un fármaco o de una terapia, como para negar la bondad y
condenar al resto por simple exclusión metodológica.

A título personal, intento ser siempre objetiva, realista y honrada al exponer mis
preferencias y criterios. Motivo por el cual también exijo que los demás lo sean conmigo y
con aquello en lo que creo. Por ejemplo, no tengo ningún reparo en admitir que muchos
trabajos científicos — metodológicamente correctos — equiparan la utilidad de las
psicoterapias (incluida la cognitivo-conductual) frente a placebo ( An analysis of
psychotherapy versus placebo Studies ), y no por ello me siento agredida, dejo de creer en
los beneficios de mi trabajo como terapeuta gestalt, ni tampoco se me ocurre iniciar una
cruzada para desprestigiar la metodología científica de unos trabajos por mucho que estos
cuestionen la utilidad de mi actividad profesional.
Pondré más ejemplos. Cualquier psiquiatra bien formado y honrado sabe que la hipótesis
serotoninérgica de la depresión no está plenamente demostrada. Ni tampoco lo está que
utilizar inhibidores selectivos de recaptación de serotonina sean la causa de la elevación de
este neurotransmisor en los espacios intersinápticos que justificaría el beneficio de esta
familia de antidepresivos.

Pues bien, sigamos siendo honrados y reconozcamos que también el mecanismo de acción
de las psicoterapias es desconocido, y que la constatación de que una psicoterapia consigue
mejores resultados que el placebo no implica conocer el mecanismo de acción que propicia
que esa psicoterapia funcione.

Es imperativo hacer un ejercicio de humildad y autoevaluación antes de emprender un


ataque contra alguien o algo que no esté en sintonía con las propias directrices y
convicciones

Sin embargo, y pese a todo ello, se siguen utilizando antidepresivos ISRS y se sigue
tratando a los pacientes con sesiones de psicoterapia. Y si se hace, es porque ambas
herramientas terapéuticas son útiles según demuestra la evidencia, y no utilizarlas sólo
porque el método científico no es contundente con el mecanismo que propicia su utilidad,
sería tan descabellado como desacreditar a la terapia gestalt sólo porque carece de
suficientes trabajos científicos que la avalen, algo que expongo con la misma humildad de
la que adolece el artículo al que he intentado responder con esta exposición.

Ya para finalizar, considero una indignidad y una vejación calificar como pseudociencia a
la TG, máxime cuando la diferencia entre ciencia y pseudociencia tiende más a ser el
resultado de un consenso sociocultural que no una constatación de pruebas, algo que de
entrada se da de bruces tanto con la lógica como con lo que podríamos entender por
ciencia.

Según Pablo Malo Ocejo, en su artículo El Error de Descartes y de la Terapia Cognitiva


«la terapia cognitiva (al igual que los) no es tan específica como se supone y además de
trabajar las cogniciones hace muchas otras cosas. Así que una cosa es que un
psicofármaco o una psicoterapia funcione y otra que funcionen por las razones que los
psiquiatras o psicólogos ofrecen», algo que en modo análogo ha sido ya expuesto
anteriormente.

Y sigue diciendo Pablo Malo que:

«… la conclusión que se impone es que la base teórica que sustenta la aplicación de la


Terapia Cognitiva es mucho más débil de lo que sus practicantes preconizan. A día de hoy
no hay ciencia suficiente que soporte sus presupuestos teóricos. Así que la terapia
cognitiva no puede sacar pecho y mirar por encima del hombro a la psiquiatríani tampoco
a otras modalidades de terapia, como es la TG»

«… la intervención en un trastorno mental actuando sobre las cogniciones (y en esto


vuelve a haber un paralelismo con lo que ocurre con los psicofármacos) tampoco es tan
especifica como suponemos y en realidad estamos actuando a otros muchos niveles por lo
que en el fondo no sabemos por qué se producen los cambios que apreciamos en el estado
mental de la persona».
Podemos concluir que nadie se salva de ser cuestionado. Ni siquiera el método científico
es inmune a una crítica o cuestionamiento de su infalibilidad.

Por ello, para que exista una pacífica convivencia entre distintos posicionamientos,
escuelas, tendencias y disciplinas en cualquier ámbito del saber, de la ciencia, de la
filosofía o hasta del arte, es imperativo hacer un ejercicio de humildad y autoevaluación
antes de emprender un ataque contra alguien o algo que no esté en sintonía con las propias
directrices y convicciones, y aun más si este ataque parte de la soberbia de creerse en
posesión de la verdad desde un sectarismo que valora la validación, la metodología y la
estructura del procedimiento por encima de los resultados obtenidos en el bienestar del
paciente.

La no demostración de la eficacia de un procedimiento terapéutico no implica que éste sea


ineficaz y aun menos una pseudociencia. Si la terapia cognitivo conductual hubiera
prescindido de publicar trabajos científicos en las décadas precedente y hoy siguiera siendo
tal cual es, no por ello se convertiría en una mala praxis falaz, engañosa o peligrosa. Del
mismo modo, que la terapia gestalt no se prodigara en publicar artículos, no es razón para
tildarla de pseudociencia.

Artículo publicado en Gestalt Terapia y cedido para su publicación en Psyciencia.com

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