Antes de sumergirse en el debate de la doctrina sobre la legalidad de este tipo de actividades,
debemos conocer el contexto del mercado laboral colombiano. Para marzo del 2019, la tasa de desempleo fue del 10.8%, esto se debe a la inmigración masiva de venezolanos y la falta de capacidad de la economía colombiana para absorberlos totalmente. Además, para enero de este año los niveles de informalidad, definida como relaciones laborales sin todas las garantías de la ley, alcanzaron el 48,2%, es decir que 10.8 millones de ciudadanos trabajan de manera informal. Según una entrevista del diario La República, para finales del año 2017 Rappi tenía alrededor de 10.000 “Rappitenderos” militando dentro de sus filas, seguramente el número presente es bastante mayor. No obstante, el CEO de la empresa, Simón Borrero, no los define como trabajadores. Por el contrario, el empresario dice que son contratistas independientes. Esto significa que las personas que le prestan sus servicios a la empresa no tienen cotizaciones a pensiones o salud, ni reciben el pago de sus cesantías, horas extra o primas, que son elementos esenciales presentes en los contratos laborales. Esto desencadena un debate importante para el derecho laboral. Los defensores de la actividad de este tipo de empresas, como Rappi y Uber, afirman que no hay relación laboral entre la empresa y los repartidores pues no se cumplen todos los elementos de una relación laboral. Para ser más específicos, no está presente la subordinación porque los Rappitenderos se conectan a la aplicación cuando disponen y no deben seguir la voluntad de la empresa. Ellos trabajan cada vez que quieren hacerlo. La contra parte de esta postura afirma que si hay relación laboral debido a la dependencia que existe de los “asociados”, pues en muchos casos esta actividad constituye la única fuente de ingresos de esas personas. Además, generalmente dedican alrededor de las 8 horas diarias a la realización de dicha actividad Se puede observar una falta de garantías para los trabajadores de estas plataformas, quienes además de no contar con un monto de ingresos fijos deben asumir los riesgos de estas actividades sin tener las garantías consagradas en el CST como seguridad social o vacaciones. Otro aspecto preocupante es que las emblemáticas mochilas en forma de caja deben ser compradas por los trabajadores y el mantenimiento del medio de transporte usado también corre por cuenta de ellos. Esto es un escenario sumamente favorable para la empresa y no tanto para quienes reparten los domicilios. Aquí los trabajadores asumen muchos de los riesgos que por ley deben caer sobre los hombros de los empresarios. Finalmente, se debe considerar la dificultad presente en la protección a este grupo de personas. Al no tener contratos laborales, estos casos deben ser juzgados por la jurisdicción civil y no hay cabida para un alegato en favor de una mejora de las condiciones laborales. Esto es una problemática que afecta directamente el derecho a la vida digna de quienes desempeñan estas actividades, limitando las garantías que vienen asociadas al trabajo por la constitución.