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UNIVERSIDAD NACIONAL “SANTIAGO ANTUNEZ DE MAYOLO”

¨AÑO DEL BUEN SERVICIO AL CIUDADANO¨

DOCENTE: Rosales Beas Alex

FACULTAD: Ingeniería de Minas, Geología y Metalurgia

ESCUELA: Ingeniería de Minas

ASIGNATURA: Comunicación Oral y Escrita

TEMA: Monografía de mitos y leyendas mineras

ALUMNO: Collas Duran Eduardo

SEMESTRE: 2019-I

UNIVERSIDAD NACIONAL “SANTIAGO ANTUNEZ DE MAYOLO”


DEDICATORIA
Dedico este proyecto de tesis a Dios y a mis padres. A Dios porque ha estado conmigo a
cada paso que doy, cuidándome y dándome fortaleza para continuar, a mis padres, quienes
a lo largo de mi vida han velado por mi bienestar y educación siendo mi apoyo en todo
momento. Depositando su entera confianza en cada reto que se me presentaba sin dudar ni
un solo momento en mi inteligencia y capacidad. Es por ello que soy lo que soy ahora. Los
amo con mi vida.
SUMARIO
1. DEDICATORIA
2. SUMARIO
3. INTRODUCCION
4. LEYENDAS EN MEXICO
4.1. EL MINERO AMBICIOSO
4.2. LA MINA MUJER CELOSA
4.3. LEYENDA DE SAN LORENZO, PATRONO DE LA MINERIA
4.4. DON JUAN PLATAS
4.5. LA LEYENDA DE LA NIÑA DE LA MINA
4.6. EL ULTIMO ENCUENTRO DE LOS DESTERRADOS
4.7. MINEROS DE LA IGUANA
4.8. GUARDIANES DE LA MINA
5. LEYENDAS EN BOLIVIA
5.1. EL TIO
6. LEYENDAS EN EL PERU
6.1. LEYENDA DE LOS 3 TOROS
6.2. EL MUKI
6.3. EL MUKI (ZONA CENTRAL DEL PERU)
6.4. LEYENDA DEL MUKI
6.5. CUENTO DEL MUKI PARA NIÑOS
6.6. EL MUKI Y EL NIÑO PELINKO
6.7. EL MUKI Y EL VIEJO NOCHERO
6.8. EL MUKI Y LAS BOLITAS DE JUEGO
6.9. EL CHINCHILICO
7. LEYENDAS DE MINA EN COLOMBIA
7.1. EL PATETARRO
8. LEYENDAS CHILENAS
8.1. EL MINERO NEGRO DE IDAHUE
8.2. EL BARRETERITO
8.3. EL MINERO GENEROSO
8.4. EL DIABLO EN TAMAYA
8.5. EL GUARDIAN DE LA MINA “EL TENIENTE”
9. LEYENDAS DE HONDURAS
9.1. LEYENDA DE LA MINA CLAVO RICO
10. LEYENDA DE ECUADOR
10.1. LEYENDA DE LA BETA DE ORO
11. ANEXO
12. GLOSARIO
13. BIBLIOGRAFIA
INTRODUCCION

Los viejos mineros estamos llenos de leyendas y supersticiones, historias de fantasmas y


de duendes, de vigilantes espirituales de las minas, y son tan vívidas que parece que son
una realidad, y es común que en las noches plagadas de estrellas bajo la bóveda celeste,
disfrutemos de aquellas leyendas que los antiguos nos contaban deleitándonos con la
magia de la ilusión y de la fantasía.
El hombre, desde su aparición sobre la faz de la tierra, no quiere ni puede vivir sin tener
en quien creer, es necesaria la presencia de un ser sobrenatural y poderoso en quien el
humano confía y le deja la responsabilidad de responder en todas las necesidades que le
surjan al paso del tiempo.

A pesar de la tecnología nuestras creencias ancestrales no han podido ser erradicadas con
el paso del tiempo y con los avances tecnológicos actuales. Para los hombres de la minas
muchas de aquellas consejas de los ancianos ya han sido superadas, considerando que el
minero es quizás el hombre que más supersticiones y leyendas tiene en su haber, ésta se
mueve libremente y a veces como indiscutida soberana en la vida de quienes nos
dedicamos al duro destino de robarle sus tesoros a la Madre Tierra, la cual en muchas
ocasiones es insaciable devoradora y en otras ocasiones es protectora del destino de los
hombres en fin es amante con todas las facetas de una mujer.
La Madre Tierra, DIOSA, que en la vida del campesino y del ganadero es bondadosa y
apacible, en las profundidades de las minas se convierte en una deidad terrible y a veces
hasta diabólica.
LEYENDAS EN MÉXICO
EL MINERO AMBICIOSO

Había una vez un minero llamado Juan que vivía en Pachuca, estado de Hidalgo. Como
muchos otros hombres del lugar trabajaba en una mina. Estaba muy descontento de su
suerte, ya que ganaba poco y era explotado sin piedad por su patrón.
Cierto día se fue a beber a la cantina junto con otros mineros. Estando ya muy borracho,
empezó a quejarse de su mala suerte y afirmando que daría lo que fuese por ser rico y
dejar ese horrendo trabajo. En ese mismo momento se apareció en la cantina un charro
vestido de negro que le dijo: – ¡Yo puedo hacer realidad lo que quieres! Ante esta
aparición los amigos de Juan se espantaron y se fueron. El charro le dijo al minero que
fuera a las doce de la noche a la Cueva del Coyote, como le llamaban a una mina en
desuso. Así lo hizo Juan. Al adentrarse un poco en la mina, vio una enorme serpiente, y
pensó en llevársela a su casa con el fin de venderla, mientras la pondría en un pozo que
se encontraba seco. Así lo hizo y cerró el pozo con tablas.
En seguida, el minero se acostó y se durmió. En su sueño escuchó una voz que le decía
que le agradecía el que se la hubiese llevado a su casa y que cuando despertara encontraría
un buen dinero por su alma, pero que si deseaba quedarse con él, le tendría que dar a uno
de sus dos hijos, el hombre tenía un niño de seis meses y una niña de seis años.
Al día siguiente Juan, aún bajo los efectos del alcohol, se dirigió al granero y encontró
varias bolsas repletas de monedas de oro. En ese momento escuchó el llanto de su esposa
quien le decía que el bebé había desaparecido. Al voltear a ver a la niña que estaba en el
granero vio que ésta señalaba el pozo. Inmediatamente, destapó el pozo y vio a su pequeño
completamente despedazado y notó que la víbora había desaparecido.
Con el dinero que encontró Juan se compró una gran hacienda que lo volvió rico. Pasado
un tiempo, Juan soñó que la serpiente le decía: – ¿Juanito, no te gustaría hacer más grande
tu riqueza? Sólo tienes que darme otro hijo. Por aquel entonces, el minero tenía muchos
más hijos, pues al verse rico se había vuelto muy mujeriego y tenía muchos hijos regados
por Pachuca y otros lugares cercanos. Poco a poco fue dándole algunos de sus hijos al
Charro Negro. Su fortuna se hizo inmensa.
Pero llegó el día en que Juan murió. En su velorio hubo muchas personas. En un momento
dado se abrió la puerta y entró un hombre alto vestido con traje negro de charro. Al verlo
todas las personas se asustaron. El Charro Negro se acercó al ataúd y dijo: – ¡Bueno,
querido Juan, he venido por el último pago! En seguida desapareció como por arte de
magia dejando un horrible olor a azufre. Algunas personas se acercaron al ataúd donde
solamente encontraron el esqueleto del que había sido Juan. Su alma se la había llevado
el Charro Negro quien no era otro que el mismísimo Diablo.

LA MINA MUJER CELOSA

Durante mi vida de minero era un tabú que una mujer bajara a la mina, lo anterior
basado en que las minas eran como las mujeres y que se ponían celosas cuando alguna
dama entraba al interior de la mina y que en ocasiones las vetas se perdían o bien el
mineral bajaba bruscamente sus valores en oro y plata, era por eso que en las minas
metálicas era muy raro que se le permitiera a una fémina bajar al interior mina.
En las minas de carbón también era muy raro que alguna mujer bajara a las minas (con
excepción de mi gran amiga la Chata Garza una mujer minera de la región de Barroterán,
Coahuila).
Y no era porque fueran la causa de los tristes accidentes mineros, sino que era el
desconocimiento de las condiciones de seguridad y que ante las grandes acumulaciones
de gas metano y el temible polvo de carbón, lo que causó la muerte de gran cantidad de
hermanos que se nos han adelantado en el camino eterno y algunos de ellos siguen
esperando que el turno termine y salir de la noche eterna de las minas.

LEYENDA DE SAN LORENZO, PATRONO DE LA MINERÍA

Se ubica a San Lorenzo en el siglo tercero después de Cristo; su nacionalidad fue española.
Se cuenta que Valeriano, emperador de Roma en aquella época, codicioso y despótico,
ejerció el poder en forma cruel. Según la leyenda, Valeriano concibió la idea de
apoderarse de los tesoros de la iglesia, --abundantes en oro y plata-- y ordenó detener a
Lorenzo para que se los entregara. El futuro santo le pidió tres días para reunirlos y
entregárselos, argumentando la abundancia de los mismos. Cuando ya los hubo juntado
y con el propósito de salvar los bienes de la iglesia, los escondió bajo tierra lejos del
alcance del emperador y posteriormente llevó a quienes tenían en cuerpo y alma las
marcas evidentes del dolor y el sufrimiento para presentárselos al emperador romano
como los bienes de la iglesia. Cuando éste se dio cuenta de la burla, montó en cólera y
ordenó el sacrificio de Lorenzo, condenándolo a morir en una parrilla ardiente con la
esperanza de que el dolor le hiciera revelar el lugar donde se habían enterrado los tesoros
de la iglesia. La leyenda nos narra que fue martirizado en una fría mañana de domingo
después de la salida del sol y que murió dignamente sin haber revelado el lugar donde se
habían escondido los tesoros. Nunca salió de sus labios la palabra de arrepentimiento ni
temor frente a sus verdugos.

DON JUAN PLATAS

Según me contaron los viejos mineros, allá por la sierra de La Encantada, en el municipio
de Ocampo, en aquellas tardes y noches cuando después de las duras jornadas de
exploración, dedicadas a buscar nuevos yacimientos de plata, por allá en una sierra
llamada de La Vasca, existió un minero que nadie supo de dónde vino ni de dónde era,
pero que hacía muchos años trabajó en sus minas sacando plata. Era un personaje un tanto
retraído, por ser un aventurero que constantemente cambiaba de minas, pues su genio
vagabundo no le permitía estar en un solo lugar. Fuimos testigos de los lugares donde este
minero fundía su plata, más nunca supimos el lugar de donde la extraía. Después de haber
terminado los trabajos de exploración y de retirarnos del lugar, habiendo pasado unos tres
meses regresamos al lugar a recoger equipo que se había quedado; nos acompañaba un
niño que jamás había estado en la región. Antes de llegar al campamento la unidad tuvo
una avería mecánica y sabiendo que el campamento no se encontraba lejos le pedimos al
niño que fuera caminando a traer una herramienta, el niño solito fue y regresó comiéndose
unas galletas. Al preguntarle por la herramienta, nos dijo: El viejito que está en el lugar
me dijo que la iba a ocupar, que por eso no me la prestaba y me dio algunas galletas.
Corriendo fuimos al campamento y no encontramos a nadie, la descripción del anciano
era nada menos que la de don Juan Platas.

LA LEYENDA DE LA NIÑA DE LA MINA

Corre el año de 1908 cuando una niña es encontrada muerta en el interior de una oscura
mina en la ciudad de Guanajuato.

Su cuerpo es hallado en lo más profundo de una excavación diseñada para sacar oro y no
cadáveres. Los mineros que dieron con ella no podían creer que el frágil cuerpo de una
niña, que no rebasaba los diez años de edad, pudiera ser dejado de esa forma. Los datos
en torno a la niña y las circunstancias de su muerte son imprecisos, contradictorios, y dan
pauta a un sinfín de versiones. El cuerpo no es reclamado por nadie. Las limitadas labores
de peritaje de entonces no arrojan datos reveladores. La ubicación de su sepultura se
mantiene en secreto. A los pocos días del suceso, la ciudad retoma su curso, pero el
impacto de la muerte de esa niña innominada queda grabado para siempre en el
imaginario colectivo de los guanajuatenses.

Los primeros en sufrirlo son los mineros. En la profunda e impenetrable oscuridad de los
túneles, decenas de estos mineros ven la figurita de una niña de diez años vestida con
ropas extrañas, imitando voces que parecen bramidos de animales salvajes y con el rostro
cubierto de polvos que deforman su apariencia. La inmensa mayoría de estos mineros
pierden la salud mental y no la recobran nunca. Es así que comienzan a murmurarse
leyendas sobre la niña. La más extendida es que la niña era hija de un importante minero
canadiense. La hija de este hombre solía pasearse sin permiso por las minas de la ciudad.
La niña sufría de un trastorno psicológico desconocido que la hacía mentirosa, caprichosa,
de humor volátil, que se burlaba de las devociones religiosas de la gente y que le gustaba
vestir de forma extravagante, emulando a seres fantasmagóricos que solo su adulterada
imaginación era capaz de ver. Se dice también que fue su mismo padre quien la mutiló
dejando su cadáver abandonado en lo más recóndito de esa mina.

104 años después, la leyenda de la niña de la mina sigue vigente en Guanajuato capital.
Adoptada por el club nocturno más importante del centro del país, esa leyenda deviene
perversamente en la fiesta de disfraces más vibrante de México. Mujeres y hombres de
todas las latitudes se congregan en dicho club caracterizados como personajes terroríficos
con un solo propósito: extraer de las oscuras profundidades del pozo del horror una
diversión legendaria que brille como el oro.

EL ÚLTIMO ENCUENTRO DE LOS DESTERRADOS

Al crepúsculo de una tarde-noche más, de esas tantas que transcurren en Cerro de San
Pedro sin que alguien les preste atención, de pronto se vieron centenares de filamentos
opacos por aquí y por allá; eran como luces espectrales que sólo los que estuvieron allí
las notaron, si acaso aún tenían la facultad de hacerlo. Tales lucecillas brotaron de la nada,
pero en puntos específicos de los alrededores: cerros, tiros de minas y socavones, casas
abandonadas, de alguna esquina, de la iglesia de San Pedro, del templo de San Nicolás,
del arroyo siempre seco, detrás de alguna piedra o mogote y, por supuesto, de los rumbos
del panteón. Avanzaron las lucecillas sin prisa hasta convergir en la explanada frente al
templo de San Nicolás. Se saludaron cordialmente, sin recelos ni alegría.

Entre el numeroso grupo estaban la mujer de negro que solía merodear la puerta del
templo, los encomenderos españoles, el sacerdote decapitado, los accidentados de la
carreta despeñada, el borracho que murió al caer en un tiro de mina, los colgados del
mezquite, el apuñalado de la cantina, algunos indios huachichiles, la niña violada y
descuartizada, el muchacho que se quitó la vida por despecho, los fusilados, el peluquero
envidioso, la mujer de blanco, el barrenador, los mineros que jamás fueron rescatados, el
anciano que murió en completa soledad, los gavilleros y también el ánima de aquel infeliz
que fue asesinado y sepultado encima de un baúl repleto de joyas y monedas de plata. Y
sobre la escalinata de la antigua escuela, se encontraba nada menos que el convocante de
tan inédito concilio: el temido y legendario Grafes.

“Amigos, vecinos, viejos conocidos y ánimas todas del mismo peregrinar en este valle
sin lágrimas –dijo el Grafes, en tono solemne cuando todos estaban ya reunidos–.
Agradezco que hayan aceptado venir a esta convención, a pesar de que algunos de ustedes
fueron enemigos en vida o creen tener cuentas pendientes. Creo que saben cuál es el
propósito de congregarnos aquí esta noche, por única vez, y me gustaría que todos y cada
uno de ustedes dieran su opinión y, de tal modo, llegar a un acuerdo mutuo”.

“Con todo respeto, mi estimado Grafes, yo pensé que iba a ver baile y música y por eso
he venido –dijo el ánima del borracho, con palabras entrecortadas– pero si me explican
con todo respeto por qué estamos aquí sin músicos ni mezcal, pues yo también tengo
derecho a dar mi opinión”.

“Claro que algunos músicos estamos aquí –dijo uno de ellos–, pero no nos invitaron a una
fiesta y ni instrumentos tenemos ya”.

“Estamos aquí porque ya no tenemos nada que hacer en este lugar ni tampoco hay
cristianos que se asusten –dijo la mujer de blanco, y se oyó un murmullo de muchos
espectros como en avenencia–. Desde hace mucho tiempo ya nadie nos ve, ya nadie cree
que nuestras ánimas existen”.
“Mi alma no ha podido descansar después de tantos siglos –dijo el encomendero español–.
No pasa día del Señor sin que mis culpas me atormenten por haber tratado mal a tantos
infelices. No encuentro perdón y dudo que este cónclave sea para perdonarme a mí o a
cualquiera que en vida cometió algún delito”.

“Todos son perdonados por la misericordia del Señor, hijo mío –le respondió al
encomendero el sacerdote decapitado–. Sólo arrepiéntete de tus pecados y tu alma
quedará absuelta”.

“¿Y nosotros de qué tenemos que arrepentirnos? si nuestra única falta fue no haber
querido trabajar como esclavos en esas minas del demonio y por eso se nos acusó de
revoltosos” –preguntó uno de los colgados del mezquite.

“Yo me he arrepentido una y otra vez por haber sido tan envidioso y adúltero. Sentía que
ustedes me hacían menos y como venganza enamoré a sus mujeres. Y pese a mi
arrepentimiento, no encuentro misericordia de nadie –reclamó el peluquero envidioso.

Y así transcurrieron las primeras horas del concilio, en esa noche como cualquier otra,
pero especial y diferente por las circunstancias. Los pocos habitantes del pueblo ya
dormían y los que no, estaban en sus casas viendo televisión o escuchando música a todo
volumen sin que esto alterara la tranquilidad de los demás y menos la de las ánimas
reunidas en la explanada, como tampoco ni vivos ni muertos se sentían perturbados por
el ocasional estruendo de la dinamita a lo lejos. Las lechuzas que habían estado
sobrevolando, finalmente se posaron en un pirul para estar atentas a la conversación.

Todas las ánimas presentes hablaron de sí mismas, de sus “vidas”, del tormento de no
poder encontrar descanso, de saber que aun habiendo sido sepultados sus cuerpos en
camposanto seguían penando entre el mundo de los vivos y el de los muertos. En un
momento determinado, el encomendero dijo a los huachichiles, en tono que denotaba odio
ancestral.

“¿Y vosotros, indios desterrados, tenéis algo que aportar a este cónclave? ¿Acaso no
habéis aprendido el castellano en todos estos años de vivir como ánimas chocarreras?”.

“Siempre rejegos, hasta en el purgatorio” –murmuró el sacerdote decapitado.


“Idioma castellano o cualquier otro es innecesario para comunicarse entre espíritus –
respondió uno de los huachichiles, como portavoz de sus compañeros–. Rejegos sí hemos
sido porque jamás hemos creído en símbolo de cruz ni en figura de hombre lacerado,
porque cruz no salva a nadie como no ha salvado a sacerdote intrigoso y murmurador.
Desterrados no somos como ustedes porque ésta ha sido nuestra tierra y será hasta fin de
tiempos. Ánimas chocarreras no somos porque aquí seguimos viviendo y deben todos
saber que aceptamos venir a asamblea convocada por Grafes por curiosidad de saber si
ya se van ustedes para siempre”.

“Que Dios los oiga y ya nos permita irnos para siempre –dijo la mujer de negro–. Aunque
rezo y rezo por ese momento, mi alma no se va lejos de la bendita capilla de San Nicolás.

“Los rezos no sirven para nada –dijo uno de los gavilleros, quien fue secundado por el
peluquero envidioso, por el apuñalado de la cantina y por varias ánimas más–. En vida
muchos de nosotros nos arrepentimos, rezamos y hasta nos santolearon en el lecho de
muerte, y qué sucedió. ¡Nada! Seguimos pagando nuestras culpas.

“A mí, sin haber pecado, también me pusieron los santos óleos, me dieron cristiana
sepultura en el panteón, me hicieron todas las misas y debí haber encontrado descanso.
Han pasado más de 150 años y sigo aquí, merodeando la nada, acaso esperando encontrar
a mi asesino para vengarme” –chilló el ánima de la niña que fue violada y luego
descuartizada.

“El sacerdote se negó darme cristiana sepultura, no ofició una misa de cuerpo presente
para mí, no me puso los santos óleos ni me pasó los sahumerios –dijo el muchacho
despechado–. Explicó a mis padres que yo era un ser maldito, una vergüenza para la santa
iglesia, y sus palabras provocaron que ellos se vieran obligados a enterrarme afuera del
panteón. Si mi final fue un tormento, más mi eterna búsqueda del perdón.

“Ojalá que al menos hubiera alguien que se tomara el tiempo de venir a dejar flores y
ofrendas en nuestros sepulcros durante los Días de Muertos –se lamentó el anciano que
falleció en completa soledad–, pero ni eso queda en este pueblo que fue olvidado por la
gracia divina”.

“Ya dejen de estar quejándose –dijo el infeliz que fue asesinado y sepultado encima del
baúl lleno de monedas de plata–. Mi ánima está atrapada en una tumba deshonrosa y
clandestina porque mi patrón me dejó allí para que cuidara su tesoro. Él se largó de aquí
y sólo Dios sabe si su ánima ande penando en San Luis o en otra parte, pero acá jamás
regresó y me dejó atrapado, aunque la tumba luego haya sido profanada y mis huesos
regados, pateados y vueltos a enterrar. Y así como yo, todos estamos aquí atrapados
porque este pueblo está más muerto que nosotros y no nos deja salir para encontrar
descanso.

Este comentario dio un giro importante a la conversación del concilio. Recordaron las
épocas de bonanza, cuando había vida, alegría, dinero y trabajo a raudales. Recordaron
también el abandono y la ruina, cuando hasta los gambusinos se fueron para jamás volver.
No pasaron por alto evocar las animadas fiestas patronales del 29 de junio y los convites
del pasado, además de señalar que las del presente solían estar muy desangeladas.
Hablaron de los visitantes ocasionales, esos que llegan a pasear un rato, curiosear e irse;
de los festivales culturales que algunas personas enamoradas del pueblo y de su pasado
histórico organizan para reavivar su grandeza o para impedir que sea destruido por la
minera canadiense.

Al mencionarse la minera, todos voltearon a mirar al Grafes, esperando un comentario


suyo, pues cayeron en cuenta de que había estado observando silenciosamente durante
toda la velada. Nada dijo entonces, pero se dio otro giro a la conversación y no hubo un
solo presente que estuviera de acuerdo con las nuevas formas de minería o de vida. Sin
embargo, el tema se prestó a discusión, ya que algunos afirmaron que la presencia de esa
compañía minera y de los trabajadores había traído una nueva dinámica a Cerro de San
Pedro, dinámica de actividad, de renacimiento y, acaso, de una nueva bonanza, mientras
que otros se quejaron porque, según su opinión, los trabajadores venidos de lejos en nada
beneficiaban al pueblo, como tampoco lo hacía la minera, que si algo había hecho era
simplemente perturbar el descanso de las ánimas.

“¿Cuál descanso?” –interpelaron los accidentados de la carreta despeñada y los que


habían muerto fusilados–. “Nunca han descansado nuestras ánimas y esa gente nueva en
nada beneficia ni tampoco altera nuestro aburrimiento, o mejor dicho, nuestra zozobra”.

“Ningún descanso –apoyó uno de los mineros cuyo cuerpo jamás fue rescatado después
de una explosión en la mina–. Lo peor para nuestra desgracia es que hace poco una de
esas enormes máquinas que andan haciendo un boquetón a cielo abierto descubrió
nuestros huesos, los removió, los aplastó y siguen y seguirán perdidos entre cúmulos de
tierra y jale. Nuestra última esperanza de cristiana sepultura y descanso eterno se esfumó
para siempre”.

El barrenador exhaló un suspiro lastimero y pidió perdón a sus compañeros por haber sido
el causante de sus muertes. Éstos dijeron que nada había que perdonar porque fueron gajes
de su oficio y que ni siquiera el Grafes hubiera podido ayudarlos. En eso, a lo lejos se
escucharon varios aullidos de coyotes. Pronto amanecería y ese singular encuentro
llegaría a su fin. Fueron el barrenador, un gambusino y los huachichiles quienes pidieron
al Grafes que expresara su opinión o diera sus conclusiones, si acaso las tenía.

“A estas alturas de casi la madrugada todos ustedes ya saben exactamente por qué estamos
aquí –dijo el Grafes, por fin–. A todos y a cada uno de ustedes los conozco desde que
llegaron a Cerro de San Pedro; he estado en esta tierra desde antes que nacieran. Me
conocen como Grafes, como Jergas, como el Gris, como el Espíritu de la mina. Unos
creen que soy benefactor y otros me temen. Soy anterior a la fe cristiana, anterior a los
huachichiles, anterior a cualquier memoria que de aquí se tenga. No soy ánima en pena
porque nunca he nacido ni he tenido cuerpo que haya muerto, aunque algunos crean que
soy el fantasma de un minero que perdió su vida en un accidente. Lo más aproximado es
decir que soy el espíritu de esta tierra, más que de las minas ya explotadas, ahora vueltas
a explotar o aún por descubrir.

“Por ser el espíritu de esta tierra los llamé a esta asamblea para decirles que ya también
he perdido el ánimo de seguir aquí, porque todo tiene un inicio y todo llega a su fin. No
recuerdo cuando llegué ni quién me ordenó que me quedara a velar por el bienestar del
territorio y sus moradores, pero sé que mi tiempo está a punto de concluir y que otro
espíritu para esta tierra habrá de ocupar mi lugar.

“Han de saber que también he perdido el ánimo de seguir aquí porque estas nuevas formas
de minería son inauditas y más destructivas, son mezquinas y depredadoras; no respetan
a nada ni a nadie, extraen todo lo que pueden y cuando las compañías se van, lo único
que dejan es un páramo y los mantos envenenados. La bonanza es efímera y más temprano
que tarde se irán esas compañías con sus maquinarias a alterar la paz o el devenir de otras
ánimas en otro lugar. Para entonces, Cerro de San Pedro, que de cerro ya sólo el nombre
le queda, no será ni pintoresco ni atractivo para nadie.
“Estamos aquí reunidos porque esto quería decirles, como también para decirles que el
pueblo no tiene atrapado a nadie; son las culpas personales, los remordimientos, las
muertes violentas y sus desenlaces lo que los tiene a ustedes atrapados. Y en breve,
cuando tres coyotes canten su plegaria al primer rayo de sol que aparezca en el horizonte,
será el momento que muchos de ustedes han esperado por décadas o siglos. Se abrirá la
puerta de los tiempos y podrán irse para encontrar el ansiado descanso. La decisión es
propia y les deseo mucha suerte a todos” –concluyó el Grafes y volvió a su silencio.

Hubo animación e incredulidad en el ambiente. Ninguna de las ánimas sabía qué hacer o
decir. ¿Cómo prepararse para partir? ¿Podrían llevarse algo? ¿Pero qué? ¿Podían irse
juntos o debían hacerlo por separado? Esas luces espectrales se movían de un lugar a otro
en la explanada, como dando vueltas o círculos frenéticos. Hasta las lechuzas alzaron el
vuelo y revolotearon en círculos también. Es posible que ellas quedaran liberadas del
influjo, si acaso estaban atrapadas por igual.

Los colores de la aurora se hicieron cada vez más intensos en el oriente. El silbato de la
minera se escuchó a lo lejos. El pueblo comenzaba a despertar para tener un día más en
su monótono devenir. Justo cuando asomó el primer rayo de sol, tres coyotes aullaron en
el horizonte. Una fuerte racha de viento se dejó sentir, cobrando fuerza para tornarse en
remolino sobre la explanada. Las pocas personas que ya andaban en las calles se
santiguaron. La luz del sol irradió sobre el pueblo de San Pedro. La gente y los mineros
por igual intuyeron que hoy sería un día diferente o tal vez toda serían diferente a partir
de hoy. En pocos segundos nada quedó en aquella explanada, ni siquiera el recuerdo de
un encuentro inusual de ánimas desterradas. Sólo los espíritus de los antiguos
huachichiles regresaron al monte para seguir viviendo en armonía con su entorno
intangible.

MINEROS DE LA IGUANA

La mina de La Iguana se localiza entre los municipios de Vallecillos, Sabinas Hidalgo y


Lampazos, en el estado de Nuevo León. Es una mina abandonada que por los vestigios
encontrados en el lugar se demuestra que fue bastante rica y llena de leyendas. En ese
lugar escuché por primera vez hablar de que la iglesia del Santo Cristo de la ciudad de
Saltillo, había sido construida en parte por la aportación de un día de salario de los
mineros de La Iguana; naturalmente que lo dudé, "porque una iglesia no se levanta con
tan poco dinero", pensé. Al paso de los años y al caminar por el callejón, a un costado de
la iglesia Catedral, me llevé una tremenda sorpresa, que en una placa se menciona que
dicho templo fue construido en parte por la donación económica de los mineros de la
mina de La Iguana. Este lugar también está lleno de sitios donde las consejas de los viejos
nos hablan de espantos, de lumbres y de aparecidos. Lo cierto es que fue una mina muy
rica y que por razones que nunca investigué, fue abandonada y hoy permanece en espera
de que algún valiente pida permiso a los dueños de la mina, para que lo dejen explotarla.

GUARDIANES DE LAS MINAS

Durante uno de mis viajes en el desierto de Coahuila, existe un cerro llamado San José
de las Piedras, en el municipio de Ocampo.

Es una zona desértica pero donde se practica la pequeña minería. Se encuentra una mina
abandonada llamada La Verónica, donde según me contaban, de ahí habían extraído
mineral de fluorita de muy buena calidad, pero que desconocían por qué nadie la
explotaba ya.

Platicando con un viejito del ejido San Miguel, cerca de la mina, le expresé mis deseos
de trabajar esa mina considerando que pudiera tener mineral de buenas leyes. Sonriendo
me comentó que a esa mina no cualquiera podía bajar, pues el alma de una persona que
había muerto en ese lugar no lo permitía y se valía de mil artimañas para que nadie
interrumpiera y vulnerara su propiedad; es decir, que aquella alma se encontraba en pena
y asustaba a los que se aventuraran a entrar.

Según la tradición galesa, allá en el viejo continente, narran que antes de entrar a una
mina donde hayan muerto, mineros tienen que pedir permiso a los auténticos dueños de
las minas, que son las almas de los muertos en la explotación y que son los fieles
guardianes de los tesoros que la madre tierra guarda escondidos. Así que si alguien va a
entrar a una mina abandonada, pida permiso a las almas de los mineros muertos que se
convirtieron en guardianes y dueños de esa mina.
LEYENDAS EN BOLIVIA

EL TÍO

En el caso de Bolivia, uno de estos seres es conocido como el Tío, para no referirse al
diablo. Antiguos mineros cuentan que es el dueño de las riquezas subterráneas, y para
sacar provecho de ellas hay que realizarle ofrendas en un altar. Allí se coloca su imagen
y se le obsequian cigarrillos, alcohol, hojas de coca, serpentinas de colores, entre otros
objetos. En el pasado, durante la celebración de la Pachamama incluso se le rendía
sacrificios de animales como llamas y corderos.

Además, la leyenda dice que los curas están prohibidos de ingresar a estas vetas por temor
a que se produzcan accidentes causados por la furia del Tío de las minas. De la misma
manera, es mejor que las damas no tengan acceso a estos socavones para no poner celosa
a la Madre Tierra, mujer del Tío, popularmente conocida como la Vieja, quien desataría
su ira, causando derrumbes y escasez de minerales, si su marido se enamorara de alguna
visitante.

LEYENDAS EN EL PERÚ

LEYENDA DE LOS 3 TOROS

El gran hundimiento que se nota al costado derecho de la bajada de Santa Rosa, en el


Cerro de Pasco, era un enorme cerro del mismo nombre, que tenía como particularidad
estar cubierto de abundante pasto que se extendía hasta los cerros aledaños.

Este campo era la ambición de los pastores de ganados de la región, en especial los del
pueblo de Pasco, que en la época de sequía o de continuas heladas tenían que emigrar a
otros lugares, arreando sus rebaños, en busca de mejores pastos. Pero quienes pretendían
cruzar los límites del cerro Santa Rosa se atemorizaban por el riesgo de perder la vida
ante la feroz embestida de tres enormes toros de filudas astas; uno de color rojo
anaranjado, otro de blanco nieve y un tercero negro carbón. Cual centinelas alertas salían
los tres toros a merodear por las faldas del cerro en espera de todo ser humano o animal
que se aproximara, los que eran despedazados y después consumidos por las aves de
rapiña, quedando sólo osamentas en el campo.
La noticia se había propalado por comarcas vecinas. La misteriosa existencia de estos
animales, era una continua amenaza para los que caminaban por dicho lugar y para los
pastores que se aproximaban a sus inmediaciones. Crecía al mismo tiempo la codicia por
la posesión del indicado cerro, que los toros vigilaban, porque el pasto de Santa Rosa
podía remediar la situación penosa de los rebaños en las épocas de sequía.

Estas circunstancias hicieron que los principales de los pueblos de la región se dieran cita
y acordaran hacer el “chaku” (cacería) de los toros. En efecto, al amanecer del día
convenido se alistaron treinta jóvenes de a caballo, armados de lanzas y lazos,
capitaneados por hombres de experiencia, y otros treinta peones provistos de hondas y
garrotes, seguidos también de muchos perros. Todos se encaminaron al cerro Santa Rosa,
guiándose por otros que iban llevando trompetas hechas de cuerno de vaca y tambores.
El sol era quemante, eran los meses de verano. Por fin, después de una fatigosa caminata,
pudieron llegar a un pequeño cerro de donde se podía divisar a distancia, como puntos, a
los tres toros y por las cimas revoloteaban cóndores oteando alguna presa. Se acordó hacer
el alto con el fin de que los caballos tomasen un poco de pasto, sacando también los
jóvenes jinetes y los de a pie su “chuspa” (bolso de lana tejida) un poco de coca para
“chakchar”, así como el tabaco que portaban en taleguitas para envolverlo en pancas de
maíz y fumarlo, libando a la vez la tradicional “chakta” (aguardiente de caña), que
algunos llevaban en sus cuernos de vaca.

Después de algún tiempo de reposo y llenos los carrillos de “pikchu” (bolo de coca), se
pusieron a embozalar a los caballos y, prosiguieron la caminata a paso ligero, siendo
divisados a una distancia de tres millas por los tres animales. Los toros levantaron la
cabeza y enroscaron los rabos sobre las ancas, en señal de rabia, para acometer en seguida;
pero el sonar de las trompetas, tambores y clarines, el ladrido y la embestida de los perros
y los impactos de los hondazos lanzados por los de a pie, pusieron en fuga a los toros, que
en desesperada carrera subían el cerro. En ese momento cargaron los de a caballo con las
lanzas listas para infligirles heridas mortales. Jadeantes ascendían los caballos tras los
toros. Cuando éstos ya habían llegado a la cima volvieron a huir los cornúpetas de la
presencia de los lanceros. Pero al llegar a unos peñascos, el de color rojo apartándose de
los otros dos, se había introducido a una cueva, llegando también a los pocos instantes
sus perseguidores. Estos se situaron a los costados de la entrada y otros entraron a
provocar la salida y esperaron al toro, que no fue encontrado. La cueva estaba vacía y al
penetrar en ella sólo vieron un polvillo rojo con chispitas brillantes que se veían a la luz
del sol, notándose también un olor asfixiante y apestoso a metal. Salieron de allí los
hombres con una tosesita seca de tísicos.

Los peatones, que subían fatigados, vieron de pronto que por otra falda del cerro corrían
velozmente dos de los toros perseguidos y, creyendo que había sido cogido el rojo,
aceleraron la subida, encontrándose a poca distancia con sus compañeros, por quienes
fueron informados de la extraña desaparición del animal. Prosiguieron en la persecución
de los toros, que habían llegado a la laguna de Patarcocha. Estos toros volvieron a
emprender veloz carrera hasta llegar a la laguna de Quiulacocha donde se separaron el
uno del otro. El negro se dirigió hacia Goyllar y el blanco hacia Colquijirca, tomando la
dirección de la laguna de Yanamate. En persecución del toro blanco fueron una parte de
los de a caballo y peatones, alejándose más y más el animal, que a la distancia se veía
como un punto blanco. Principiando la bajada hacia Colquijirca, se había desencadenado
una tempestad de rayos y granizos, cubriéndose la pampa de nubecillas blancas que
impedían ver al animal. Fue entonces cuando Quilco (Gregorio), el mayor de los hombres
que perseguía a los toros, dirigiéndose a su compañero Lauli (Laurencio), le dijo: Mala
señal. El “pachap suyo” (nubes de tierra) se ha interpuesto. Todo está perdido y no nos
queda sino ir rastreando por la “chiura” (fangal) los pasos del toro. En efecto, en medio
de la niebla, atinaban a seguir los rastros que los perros husmeaban, llegando por fin a
una lagunita donde desaparecían las huellas, notándose cerca del borde turbia el agua,
como si alguien hubiera removido el lodo hacia el fondo.

Algo semejante sucedía con los hombres del otro grupo, pues cuando llegaron a la actual
población de Goyllar, en cuya dirección se encaminaba el toro negro, fueron sorprendidos
por vientos huracanados que hacían caer las piedras de los cerros, apareciendo igualmente
una densa humareda negra que se levantaba como un incendio, por lo que atemorizados
por esos extraños fenómenos tuvieron que volver en precipitada fuga.

Al día siguiente, todos los indios que intervinieron en el “chaco” se habían buscado para
contarse lo que sucedió. Acordaron en la reunión volver al cerro Santa Rosa para ver si
habían vuelto los toros huidos; pero, cuando llegaron a los hermosos pastales ya no fueron
hallados ninguno de los tres toros.
Desde el día siguiente, los indios echaron sus rebaños de carneros, llamas, y otros
animales al cerro de Santa Rosa. Empezaron también los pastores a construir sus chozas,
poblándose así la región.

Transcurridos algunos años, fueron descubiertas las grandes vetas de oro y cobre en el
Cerro Santa Rosa, las de plata en Colquijirca y el carbón de piedra en Goyllar. Los tres
toros, eran el ánima de estos fabulosos yacimientos.

EL MUKI

El muki o anchancho, es un duende de la mitología de los Andes centrales de Perú; el


cual se caracteriza por ser minero y, como tal, su existencia está circunscrita al espacio
subterráneo: el muqui habita en el interior de la mina.

La palabra Muqui resulta de la castellanización del vocablo quechua murik, que significa
"el que asfixia" o muriska "el que es asfixiado". En su vertiente huancavelicana, la palabra
muqui sugiere "el acto de torcer", "ahorcar". Por ello, los antiguos mineros
inconscientemente, identificaron al Muqui con la sílice, polvo letal que produce la
silicosis. Aunque también Muki en quechua significa "húmedo" o "humedad". De ahí se
dice que el Muki aparece en los lugares donde hay agua.

A pesar de la distancia y el aislamiento de los campamentos mineros, la creencia y la


descripción del Muki es, prácticamente, la misma en la sierra desde Puno, en el sur hasta
Cajamarca en el norte del Perú, en el centro hasta Pasco, aunque su nombre varía en
algunos lugares. En Arequipa, por ejemplo, se le llama “Chinchilico”; en Puno,
“Anchancho” en Pasco y la región andina de Bolivia, “Muqui” y en Cajamarca, “Jusshi”.
Todas estas ciudades están localizadas en el Perú.

EL MUKI (ZONA CENTRAL DEL PERÚ)

El muqui es un duende minero que vive en las minas de la sierra peruana. La palabra
muqui viene de la palabra quechua murik ‘el que asfixia’. Otra traducción sugiere la
palabra mukiq, como ‘el acto de torcer’ o ‘ahorcar’, en clara alusión al silicio que abunda
en las minas, gas letal que produce la silicosis, que es una grave enfermedad respiratoria.

Los mineros que han logrado ver a estos duendes, los describen como un ser de estatura
pequeña, que nunca llega al metro de altura, es bonachón, asimétrico y camina como pato.
Su cabeza está unida al tronco, pues no posee cuello. Sus cabellos son largos, de color
rubio brillante y su rostro es colorado cubierto por una larga barba blanquecina y piel
llena de vellos. Su voz es grave y ronca, no concordante con su estatura.

Dicen que su mirada es agresiva, penetrante y hasta hipnótica. Suele vestir como minero,
usa botas de caucho, abrigado por un poncho de lana y usa casco de protección, lleva una
lámpara de carburo y una shicullo (soga de pelos de caballo) atado a la cintura. Suele ser
el responsable de extraños ruidos en las minas, pérdidas de herramientas sin explicación
lógica, el agotamiento o el cambio de sentido de una veta de mineral sin motivo aparente.
Los mineros refieren que emiten potentes silbidos, para anunciar el peligro y salvar
mineros de su simpatía. Se dice que es muy comunicativo, y hasta incluso se comunica
en los sueños.

La leyenda cuenta la historia de don Demetrio, quien fue un minero viudo y vivía con su
hijo de ocho años, llamado José. Un día, don Demetrio mandó a su hijo José a que fuera
al río a recoger agua, pues tenían una actividad en su casa y requerían de este líquido para
poder preparar la "patasca". Ya habían pasado 4 horas desde que el padre le había dado
el encargo, y el padre, preocupado, decidió ir a buscarlo. Al encontrarlo cerca del río, lo
sorprendió jugando con una pequeña criatura, que reconoció de inmediato, era el Muqui.
Sin pensar en las consecuencias, don Demetrio se lanzó sobre el duende, tomó su shicullo
lo enredo en la pierna derecha y atrapó al muqui, quien no mostró resistencia alguna.

Este, a cambio de su libertad, prometió trabajar todos los días recolectando oro de una
ciudad oculta debajo de la tierra para el anciano. Desde entonces, don Demetrio se
convirtió en el minero más rico de toda su región.

Atrapar al Muqui es ambición de todo minero, pues este capturado al pedir su libertad se
ve obligado a trabajar por el minero, en unos casos; en otros, lo hace depositario de una
determinada cantidad de oro, con la que el minero se enriquece.
LEYENDA DEL MUKI

Esta comienza en una ocasión en la que los mineros estaban trabajando con total
normalidad en un socavón, se encontraban presentes 13 mineros. Al llegar la medianoche,
el jefe envió a todos a tomar su merecido descanso después de una larga jornada de
trabajo. Al momento en el que dejaron las herramientas, comenzaron a oír ruidos bastante
extraños en el interior de la mina. El jefe como de costumbre contó a cada uno de los
trabajadores para verificar que todos estuviesen bien, mientras esto pasaba todos los
mineros se preguntaban cuál de ellos seguía dentro de la mina trabajando, hasta que se
dieron cuenta de que todos estaban fuera.

Todos ellos se invadieron de un temor que los hizo quedar perplejos, mudos y paralizados.
Al pasar unos cuantos segundos, que en realidad parecieron horas, el jefe envió a uno de
los mineros a revisar qué sucedía dentro de la mina. Éste tenía un miedo terrible pero aun
así fue bastante osado, respiró profundo y se dirigió al lugar del que venían los extraños
ruidos. Después de haber pasado varios minutos, se escucharon unos gritos en la
oscuridad de la mina, en este momento, apareció y se observó la figura de un minero que
iba corriendo a toda velocidad gritando tan fuerte como si hubiese visto al mismísimo
diablo. Mientras corría gritaba: “¡Hay una enano con cuernos en la mina!”. Después de
esta escena de miedo, los demás fueron a comprobar lo que estaba diciendo aquel minero
horrorizado pero no lograron encontrar lo que aquel hombre decía. Por esta razón
absolutamente nadie le creyó.

De la misma forma se cuenta la historia de don Demetrio, un minero viudo con un hijo
de ocho años, llamado Amaru.

Un día el señor don Demetrio, como era de costumbre, envió a su hijo a recoger agua del
río para poder preparar una sopa de carnero y papas en la hora del almuerzo. Amaru había
pasado mucho tiempo en el río y el padre empezó a preocuparse por el retraso de su hijo
y toma la decisión de salir a buscarlo. Cuando llegó al río lo encontró jugando con una
pequeña criatura, al observar con más detalle la reconoció de forma inmediata, era un
Muqui.

En modo de defensa, don Demetrio se lanzó sobre el muqui y sin pensarlo demasiado lo
capturó con la soga que siempre traen estos duendes, para su sorpresa el duendecillo no
se opuso y ni se resistió. El duende le propuso al señor un acuerdo que se basaba en un
intercambio de libertad por trabajo minero. Don Demetrio aceptó y desde entonces se
convirtió en el minero más rico gracias al trabajo que realizaba el muqui.

A partir de este momento, quedó un pacto entre los mineros y estos duendes. Se
fundamenta en que si los mineros llegasen a atraparlos con su shicullo (la cuerda que se
encuentra en su cintura), estos deben trabajar para el minero o pagarles con exorbitantes
cantidades de oro para que el minero pueda convertirse en un minero bastante rico. Pero
si se da al contrario el minero debe pagar con hojas de coca y alcohol.

CUENTO DEL MUKI PARA NIÑOS

Érase una vez tres obreros trabajadores de la mina lnti, que se encontraban en una
celebración en conmemoración del milagro que sucedió luego de que se salvaran de un
inconveniente en la mina; en éste evento se agradecía a los Apus por salvar la vida a los
trabajadores del pueblo de Tingo.

En plena fiesta Bruno, el capataz, -muy cansado- se retiró junto con su esposa y sus
pequeños hijos. Una vez en su cabaña abrazó fuertemente a su hija Juanita y decidió
confesarle que aquellos milagrosos salvadores del pueblo no habían sido los Apus, sino
un pequeño duendecillo que habitaba constantemente el interior de las minas y que
llevaba por nombre Muqui.

Al instante, la niña entró en pánico y se llenó de miedo al recordar algunas historias que
le habían relatado sobre estos. Recordó que llevaban con ellos una lámpara de carbunco
y decidió preguntarle a su padre si eso era correcto. Su padre sorprendido, le respondió
que sí y que además de eso tenían unos brillantes cuernos.

En este instante pensó en aquel momento del derrumbe, ese día todos sus compañeros le
juraron que ellos asistían a sus hijos, pero uno no fue sincero y le mintió. Al momento de
la avalancha lo confesó, pero ya era tarde para hacerlo. Los gases ahogaban a los mineros
cuando el Muqui se asomó, insistiendo para que lo siguieran por una ruta desconocida.
Había optado por el perdón, y así salvó la vida de los mineros.

Asimismo, le contó a su hija que estaba lleno de miedo cuando todo esto pasó, pero tenía
la certeza de que los Muquis no eran malévolos sino alegres, aunque muy mano dura con
aquellos que son irresponsables.
Luego de este evento, Bruno, su hija y los mineros se sentían resguardados, ya que creían
que los Muqui protegían y velaban por la seguridad del pueblo de Tingo.

EL MUKI Y EL NIÑO PELINCO

Hace muchos años, cuando el trabajo en las minas empezó a ser común, los mineros tenían
mucho respeto y temor a los Apus, de los que ellos extraían el mineral; el temor crecía y
aumentaba cada vez más y más. Al llegar los días martes y viernes el miedo se
intensificaba demasiado porque siempre fueron vistos como pertenecientes a la brujería.

Un joven habitante de Yanahuanca, iba a trabajar al socavón acompañado de su niño de


siete años. Su esposa lamentablemente había muerto y desde entonces no podía dejar al
niño en casa porque nadie se ofrecía a cuidarlo. Jamás había sucedido nada pero el día
martes, el niño preguntó a su papá si podía comprar un trompo de juguete más para
regalárselo a su amigo; el papá se sorprendió mucho porque el niño pasaba todo el día en
el socavón. Así es que el padre preguntó extrañado a su hijo quién era aquel amigo. Y el
niño respondió que no sabía quién era y tampoco su nombre pero que era divertido jugar
con él.

El padre no pensó más en el asunto porque supuso que sería el hijo de algún compañero
obrero estaría; pero realmente era muy extraño ya que era muy peligroso traer a los niños
a la mina. De todos modos, compró un trompo más.

Pasaron varios días, y el niño seguía pidiendo uno y otro juguete y cada vez le resultaba
placentero estar en el socavón. El papá se asustó y decidió averiguar quién era el amigo
misterioso; un día, se acercó poco a poco al sitio donde solía estar el niño mientras él
trabajaba. Y se pudo dar cuenta de que no era un niño, sino un enano vestido de minero
y con cuerpo brillante; cuando logró mirarlo frente a frente, el papá sintió miedo y temor,
porque parecía que lo iba a matar.

Sin razón y sin motivo, el niño enfermó y no quería comer, lloraba mucho, tenía pesadillas
y sólo quería ir nuevamente a la mina para encontrase con el enano aquel. Su padre recurre
a viejas tradiciones y lleva al niño a un curandero que le dijo que el niño se había
encontrado con un Muqui y que éste deseaba llevarse al niño porque no había recibido
ningún pago por favorecerse de la mina y el rapto del niño sería su venganza. De modo
que el padre pagó al Muqui enterrando coca, licor y fruta en el sitio donde el niño jugaba
con él. Gracias al pago hecho por el padre al poco tiempo el hijo se mejoró y pudo
continuar su vida con salud.

EL MUKI Y EL VIEJO NOCHERO

Dentro de la mina podía encontrase trabajando cualquier tipo de personas. En este caso,
era un anciano quien trabajaba dentro de ésta y había recorrido las oscuras profundidades
de la misma durante toda su vida, al desempeñarse como minero por la gran parte de ésta.
Dado esto, se consideraba y era visto como un hombre que no tenía temor de
absolutamente nada, cuidado y si no era visto como el más valiente de todos. Muchos
cuentan que había llegado a matar un toro bravo con sus propias manos.

Un día, estaba trabajando como nochero en compañía de su mejor amigo, cansados,


decidieron tomar una pequeña siesta. Pasada media hora empezaron a escuchar voces
extrañas, y era que tres personas venían conversando; cuando observaron con claridad,
las identificaron y eran tres Muquis que resplandecían con una luz celeste muy brillante,
vestidos de mineros. El anciano, lleno de hombría y de ego por ser conocido como el más
valeroso, permaneció allí sereno pero cuando los tuvo muy cerca perdió todos los
sentimientos de agrandamiento que tenía. Dos de ellos pasaron indiferentes de largo, pero
el tercero muy molesto se le acercó más y lo empujó fuertemente, entonces el veterano
sacando fuerzas se enfrentó valientemente al Muqui.

EL MUQUI Y LAS BOLITAS DE JUEGO

En la antigüedad, los abuelos solían tener costumbres para alejar el mal. El capataz
llamado Máximo Huancaya, que era trabajador del socavón desde que era un pequeño y
sencillo niño, se había estado desempeñando como pallaquero, había oído muchas
historias de encantamiento de los Muquis, pero él no les tenía miedo como todos los
demás. En base a todas estas leyendas sus abuelos y ancestros le concedieron algunos
amuletos para mantenerse a salvo de los Muquis, es por ello que le contaron que debería
llevar siempre bolitas de juego en sus bolsillos. Aún sin entender la razón de esto, hizo
caso a sus abuelos, pues pensaba que su sabiduría podría ayudarlo en algún momento.

Pasado bastante tiempo, un día, al terminar su jornada de trabajo, recordó aquello que le
habían aconsejado y cuando se encontraba saliendo de la mina se dio cuenta que había
dejado olvidado su huallqui de coca en el lugar de trabajo, así que se devolvió para
recogerlo. En el camino de retorno se encontró sorpresivamente con el tan conocido y
mencionado Muqui. Sintió que la mirada del Muqui lo congelaba y que su cuerpo poco a
poco se iba desvaneciendo hasta que finalmente se desmayó. Al recobrar el sentido,
después de haber pasado varias horas, estaba en otro lugar y se encontraba muy cerca al
borde de una chimenea, en la que si daba un paso más podía morir.

Asustado y perturbado revisó sus bolsillos y así se dio cuenta de que no tenía las bolitas
que todos los días de forma rutinaria colocaba en ellos; el secreto de sus ancestros lo había
salvado, pues, el Muqui tomó las bolitas y dejó al hombre con vida.

EL CHINCHILICO

Se trata del guardián de las minas en Moquegua. Una serie de historias se han tejido en
este lugar. Conoce algunas de ellas.

El 70% de toda la extensión geográfica de la región Moquegua está concesionada para la


actividad minera, según un informe del Ministerio de Energía y Minas (MEM) del año
2013. De ahí que la ciudad resulte atractiva para las empresas privadas. Sin embargo, en
este próspero departamento una leyenda mantiene en alerta a todos los que buscan en sus
entrañas canales de oro y cobre.

Cuando Celestino Flores llegó al cerro Orujnuni, en el sector que ahora se llama Aruntaya
y donde opera la mina de oro Aruntani, no imaginó encontrarse con una serie de sucesos
que rozan con la ficción y que lo harían dudar de si son reales o no.

Durante los trabajos de exploración, para conocer cuánto de oro esconde el mencionado
cerro, ocurrió algo inverosímil. Un ser de baja estatura pero con rostro de anciano, que
siempre lleva casco de minero, botas y ropa de socavón, se apareció al grupo que laboraba
en las perforaciones. Era el Chinchilico, así se le conoce al guardián de las minas de
Moquegua.

Los trabajadores, advertidos que en ese cerro habitan dichos seres, le entregaron cigarro
y coca con el fin de continuar trabajando. Pero no corrió la misma suerte un compañero
de Celestino, que por la impresión se enfermó y hasta tuvo que ofrendar una llama para
que se le quite el susto.

El secreto para evitar este tipo de episodios era pagar por adelantado a los guardianes de
las minas. Antes de iniciar la jornada de trabajo en el campamento, los obreros
acostumbraban a subir a los cerros, rezarle a los Apus y colocar debajo de una piedra tres
cigarros y nueve hojas de coca. Al día siguiente, esa ofrenda desaparecía, al igual que la
presencia de los Chinchilicos.

Avistamientos de estos “duendes” se han presentado también en la zona de Quellaveco y


por supuesto en Cuajone. Adrián Chambi relata que en la caseta de vigilancia del Dique
de Southern, donde se desvía el río Torata, se apareció un Chinchilico. Era la medianoche
y alguien golpeaba la ventana de la caseta. ¿Sería un sueño? Al salir no había nadie. Dos
horas después volvió a ocurrir lo mismo; pero esta vez vio a ese ser infernal. Recordó que
tirarle un manojo de llaves lo espantaría. Así el Chinchilico huyó despavorido del lugar.
Lástima que su casco o alguna pertenencia no se le cayeron, pues se cuenta que al día
siguiente lo dejado por el Chinchilico se convierte en oro.

LEYENDA DE MINA EN COLOMBIA

EL PATETARRO

Cuenta la leyenda que existe una especie de hombre enorme y de carácter siniestro que
lleva en uno de sus pies un tarro de Guadua el cual, esconde su pie podrido.
Se dice que si este "pie" se descubre, provocará un terrible y espantoso olor que mata las
cosechas. Mientras camina el "Patetarro", va dejando como huellas un líquido blanco que
sale del tarro y este hace mención a una posible desgracia de inundación o desastres
naturales.
Este ser aparece como una entidad masculina o femenina. Cuando terminó de hacer sus
maldades, suele soltar unas fuertes carcajadas acompañados de gritos perversos.
Los lugares donde suele aparecer más el Patetarro son en Antioquia, así como también en
Choco donde están los mineros.

LEYENDAS CHILENAS

En agosto se celebra el día de San Lorenzo, se le pide protección para las minas abiertas,
subterráneas, pirquenes. Los mineros son muy supersticiosos y aseguran que el día de San
Bartolomé el diablo anda suelto y muchos lo han visto pasearse como dueño y señor
mostrando sus enormes cachos y cola. Las diabladas originarias en minas bolivianas lo
celebran bajando al socavón para celebrar, haciéndole compañía y pedirle protección
contra los accidentes, saludan también a la virgen. Antiguamente usaban canarios y
ratones que anunciaban al gas grisú, desplazándose a ras del suelo afectándolo primero a
ellos con el monóxido de carbono. En gratitud a estos roedores se celebra el día de San
Agustín el 28 de Agosto. En Lebu, los mineros afirman que no se midieron durante tres
semanas los niveles del "viento negro". Nuestros mineros viven los mitos y leyendas
atacameñas, las traídas por los mineros de la cuarta región, enriquecidas en las noches
frías, alrededor del brasero tomando la choca. Vuelven a escuchar a los tue, tue, ven pasar
volando a los brujos de Salamanca que traen el viento. La camanchaca en Chuqui
envuelve las almas errantes de los trabajadores fantasmas muertos en accidentes, que
siguen viniendo a trabajar caminando con sus calamorros blancos de cuero vuelto. Los
carrilanos escuchan atentos y dispuestos como hacer cualquier pacto con el diablo para
hacerse ricos. Todos quieren seguir a la veta que los guiará al entierro de las barras de oro
bolivianas enviadas para ayudar en la Guerra del Pacifico, enterradas en Calama. Relatan
el encuentro con la viuda y la Llorona en los juegos infantiles. Escuchan los lamentos que
quedaron de las explosiones y de los muertos del cementerio de Placilla, hoy la mina;
encontrándose ataúdes, animales momificados. Recuerdo el susto de mis amigos jóvenes
palanqueros al esperar vía libre para su tren, eran minutos de eterno sudor, temiendo
encontrarse con los que pisaron el tercer riel o sufrieron la muerte del palanquero,
relajándose cuando la máquina o camión empiezan a avanzar nuevamente en la mina.
Cronológicamente se ubica a San Lorenzo en el siglo III después de Cristo; se sabe que
era español y que fue el primer diácono de la Iglesia de Roma durante el Papado de Sixto
II. También se ha logrado establecer que tenía a su cargo la administración de los bienes
de la iglesia. En aquella época, Valeriano era el Emperador de Roma, quien, al igual que
sus predecesores, se caracterizaba por la codicia y un despótico ejercicio del poder. Según
la leyenda, Valeriano concibió la idea de apoderarse de los tesoros de la iglesia -
abundantes en oro y plata- e hizo detener a Lorenzo para que se los entregara. Sin embargo,
el futuro santo a pesar de estar consciente de que su vida estaba en peligro, solicitó tres
días para reunirlos, argumentando la abundancia de los mismos. La primera tarea que
asumió al recuperar su libertad fue juntar los tesoros materiales de la iglesia y esconderlos
a buen recaudo bajo tierra -lejos del alcance del Emperador-, y posteriormente se dedicó
a reunir a los ancianos, a los pobres, a los desesperados, a quienes tenían en cuerpo y alma
las evidentes marcas del dolor y el sufrimiento para presentárselos a Valeriano cuando
expirara el plazo, como los verdaderos tesoros de la iglesia. Cuando el Emperador se
enteró de que había sido burlado por Lorenzo enloqueció de rabia e impotencia, ¿cómo
un simple diácono podía atreverse a desafiar a un ser divino como él? La osadía de
Lorenzo merecía un castigo ejemplar y lo condenó a morir en una parrilla ardiente. A
pesar de la horrible sentencia, Lorenzo permaneció tranquilo y no reveló el lugar donde
había escondido los tesoros que codiciaba Valeriano. La leyenda cuenta que fue
martirizado en una fría mañana de domingo, después de la salida del sol y que murió
dignamente, sin manifestar en ningún momento temor o arrepentimiento frente a sus
verdugos.

EL MINERO NEGRO DE IDAHUE

“En los cerros de Idahue, existe una mina abandonada que se conoce como “La Mina del
Minero Negro” por ser precisamente un hombre de tez morena el que la descubrió. Nadie
sabe nada de dónde vino, ni cómo llegó; el asunto es que un día apareció explotando el
yacimiento aurífero. Junto a él trabajaban varios mineros los que sacaban el oro a
raudales, de una veta que corría cerro arriba. Un día el negro quedó solamente con dos
trabajadores: los obreros lo tomaron y le dieron muerte para apoderarse del oro y de la
mina. Sepultaron su cadáver en la primera loma de un barranco próximo, tapándolo con
ramas y hojarascas de boldos y litres. Cuando regresaron los demás mineros del pueblo,
le contaron que habían dado muerte al negro y que ellos serían los dueños verdaderos; se
repartirían el oro y explotarían el yacimiento por partes iguales. En seguida fueron a ver
el lugar donde lo habían sepultado horas antes; pero, sorpresa, el cadáver había
desaparecido y también el filón de oro; por más que buscaron no lo encontraron. Ante
esta circunstancia, sintieron miedo y abandonaron el trabajo, dejando botados chuzos,
palas, balanzas y chayas. Muchas personas han querido traerse esos implementos, pero
les es imposible; pues quien lo intente, no puede dar ni un solo paso; una fuerza extraña
lo sujeta; sólo pueden librarse, cuando han dejado lo cogido. Cierto día pasaban por el
lugar dos campesinos a caballo arreando animales por la quebrada y al llegar al sitio
preciso donde fue sepultado el negro, se les apareció un limonero alto con miles de frutos
en su ancha y alta copa. Los arrieros dejaron junto al árbol una bolsa para a su regreso
llenarla con limones; pero al volver sólo encontraron el saco; el árbol había desaparecido.
Si ellos hubiesen tomado un limón, habrían encontrado de inmediato la veta y al negro
que sigue trabajando su mina, pues se le oye laborar especialmente en las noches en el
interior del cerro, y a veces le escuchan llamar a sus compañeros desde un rancho que
ellos mismos construyeron hace años y que aún se conserva; pero nadie se atreve a venir
a su encuentro”.

EL BARRETERITO

Según cuentan los viejos mineros de esta región, hace muchos años ronda en las minas
auríferas de Atacama, el alma de un minero, que en vida, trabajaba siempre cantando al
son de su barreta, mientras extraía con alegría el preciado producto de las minas. Este
personaje era muy conocido por todos, por ser un aventurero que constantemente
cambiaba de mina, pues su genio vagabundo y su pie nómade lo llevaba a recorrer de un
lado a otro, ganando apenas para subsistir y pasando muchas veces hambre y penurias,
echándose las penas a la espalda, volvía siempre a partir para iniciar su pesada tarea en
cualquier otro lugar. Sin embargo, su carácter generoso y su espíritu siempre alegre y
optimista le hacían liviana la vida granjeándole la simpatía y el aprecio de los demás
mineros. Con la talla a flor de labios, ya cantando, ya silbando, no descansaba ni un
momento y el repiqueteo de su herramienta era música acostumbrada donde quiera que
estuviese. Un día que trataba de obtener el mineral, que le daría su sustento, quiso la mala
suerte que se desprendiera un gran trozo de roca y tras ella, toneladas de tierra..., y el
barreterito quedó allí sepultado para siempre... Desde entonces, - según dicen los mineros
-, su espíritu recorre todas las minas en que trabajó, dejando oír su continuo y alegra
barretear... El viento, fugaz mensajero del espacio, lleva a través de las negras bocas de
los túneles y galerías el eco de sus golpeteos. Los mineros que los han oído, o han creído
oírlo, se persignan temerosos, previendo, quizás un destino semejante.

EL MINERO GENEROSO (Leyenda de los mineros del carbón)

Hace mucho tiempo, en la zona minera de Lota, vivía un hombre muy bueno e inteligente.
Su oficio era minero de la mina de carbón El Chiflón del diablo. Tenía muchos amigos
dada su condición de buen hombre. Pero tenía un problema. Era muy pobre porque
regalaba a los más necesitados lo que ganaba. Así que todo lo que poseía se le hacía poco
para ayudar a la gente. -¡Hola don Reina!- como le decían sus amigos. -¿Me podría prestar
usted un kilo de azúcar?- le pedían y don Reinaldo inmediatamente ayudaba a quien le
pidiera. Otra persona lo saludaba con mucha cordialidad. -¿Cómo está usted? ¿Y su
trabajo en la mina cómo va? Un día llegó una viuda a verlo a su casa: -Don Reina, vengo
a pedirle un favor, si usted me puede ayudar con algo de dinero para comprarle un par de
zapatos a Eduardito, el más pequeñito de mis hijos que se le hicieron pedazos. El minero
de inmediato salió a conseguirse un anticipo de sueldo para ayudar a la viuda. Y así, todos
los días, le iban a pedir alguna cooperación y don Reinaldo corría a socorrer a sus vecinos
necesitados. Ya la situación no daba más. Estaba muy endeudado pidiendo aquí y allá
para ayudar a sus vecinos. Un día se dijo: -Haré un pacto con el diablo y le pediré mucho
dinero para ayudar a mis queridos amigos. Dicho y hecho. Se fue al fondo de la mina el
Chiflón del diablo y haciendo un ademán de hablar con alguien, dijo en voz alta: -¡Oye
tú, patas de hilos! ¡Sal de tu escondite y ven a verme, quiero hacer un pacto contigo! No
pasaron más de tres segundos y un estruendo sacudió la mina y se apareció un hombrecillo
de negro. -¡Así que quieres hacer un pacto conmigo Reinaldo Jara!- le dijo con enérgica
voz. -¡Sí, don Satanás!- le contestó don Reinaldo, un poco asustado. -¡Bien, llenaré un
cofre de monedas de oro que encontrarás en tu casa, pero a cambio tú tienes que darme
tu alma! -¡Acepto don Satanás! Y el Diablo sacando un documento de entre sus ropas
negras, le dijo: -¡Procederé a leerte las normas escritas para que firmes el contrato!
Después de leerle algunos párrafos, el caballero de negro prosiguió: -¡Y dentro de algunos
años más te llevaré conmigo! Y don Reinaldo Jara estampó su firma en el documento.
Acto seguido, el diablo en otro estruendo, humo y olor a azufre, desapareció. Al día
siguiente don Reinaldo encontró dentro de su casa un cofre antiguo lleno de monedas de
oro. Con tanto oro a su disposición, don Reinaldo empezó a ayudar a los más necesitados.
Su fama de hombre generoso trascendió la zona del carbón. Pasaron 20 años y don
Reinaldo, ya de más edad, se había olvidado del pacto hecho con el diablo y el día había
llegado para que se lo llevara el señor de las tinieblas. Y así ocurrió. Aquel día en la
mañana, don Reinaldo Jara, que todavía trabajaba en la mina, se aprestaba para ir a
trabajar cuando se le apareció el malulo. -¡Hola Reinaldo, vengo a que cumplas con el
contrato que hicimos para llevarte conmigo! El minero, recién se acordó del pacto que
había hecho con el diablo y al darse cuenta de la realidad, aceptó cumplir con lo pactado.
-Muy bien don Satanás, cumpliré con mi compromiso e iré con usted- le dijo con
resignación. Pero ocurrió algo que al diablo le llamó mucho la atención, y era que veía a
don Reinaldo tan pobre como cuando pactó con él, hace 20 años. -¡Oye hombre! ¿Y tu
fortuna? ¿Dónde está que no la luces? Y don Reinaldo le dijo que día a día él repartía las
monedas de oro a la gente más necesitada y el objetivo de él era sólo eso: tener muchas
riquezas para ayudar al prójimo y que eso lo hacía feliz. El diablo se puso rojo de rabia y
le contestó: -¡No puedo llevarte conmigo, porque tu alma es buena y generosa, y eso para
mí es fatal, sólo necesito almas ambiciosas y avaras, y tú no me sirves! Y dando un grito
de espanto, el diablo desapareció del lugar dejando un fuerte olor a azufre. Don Reinaldo
Jara siguió ayudando a los pobres. Y el cofre de oro nunca se agotó, ya que éste dejaría
de llenarse de oro sólo cuando don Reinaldo dejara de ser generoso. Eso nunca ocurrió,
él no cambió jamás y murió muy viejito y amado por el pueblo de Lota.

EL DIABLO EN TAMAYA

Cuentan que hace años el cerro Tamaya era un mineral muy rico. El oro brotaba por todos
lados y en abundancia. Por ese entonces se trabajaba en cuadrillas de mineros que
arrancaban el precioso metal a combo, cuña, picota y pala. Una de esas tardes llegó a
pedir trabajo un extraño y corpulento hombre; al hablar con el jefe le dijo que era
barrenero, que producía bastante, pero que ponía una condición: trabajar solo y de noche.
El jefe lo contrató y esperó para comprobar el producto de su trabajo. Grande fue su
sorpresa al día siguiente- al ver la gran cantidad de oro extraído por el trabajador. Esa
noche picado por la curiosidad-, el jefe lo siguió para ver de dónde y en qué forma sacaba
el mineral. Observó que el extraño hombre se sacaba la ropa y se convertía en un gran
toro negro, que a cornadas embestía el cerro arrancando grandes cantidades de oro.
Impresionado y asustado corrió al pueblo en busca del cura para bendecir el lugar. A la
noche siguiente fueron el jefe, el cura y un grupo de mineros al sitio donde trabajaba el
individuo. El toro, al ver al cura con un crucifijo en la mano, enloqueció y, embistiendo
desesperadamente contra la roca, hizo un gran agujero, por donde salió dejando un fuerte
olor a azufre. Según cuentan los que conocen la leyenda, era el diablo quien custodiaba
la mina y que, al irse éste, desapareció la mayor riqueza del yacimiento aurífero del cerro
Tamaya.

EL GUARDIÁN DE LA MINA “EL TENIENTE”

Un minero movido por lo que sus “ganchos” de que aparecían visiones en el centro de la
mina, decidió quedarse en el “nivel” donde trabajaba, para comprobar si todo lo que
narraban era verdad. Esa tarde, sus compañeros de faena salieron a la superficie luego de
haber trabajado su turno. Sólo quedó el corajudo minero. Este empezó a “choquear”
inmediatamente, pues no lo hizo en el tiempo que la empresa da para este refrigerio, que
consiste en té o café que llevan al trabajo, más pan y frutas. Mientras tomaba sendos
sorbos de café, miró a un extremo. Desde las sombras, vio salir un alto y grueso perro con
ojos brillantes llevando en su cuello una larga cadena de plata que, al arrastrarla, producía
un ruido terrorífico. Quedó atónito; no pudo seguir tomando su “choca” y salió
despavorido, ayudándose de la luz de su lámpara. Cuando estuvo a salvo, contó lo
ocurrido; muchos no le creyeron. Otro minero, al día siguiente, decidió enfrentarse con el
aparecido y entró al sitio de trabajo provisto de un revólver. Cuando llegó la hora del
término de la faena, éste aguardó nervioso. Sacó su arma y esperó que saliera el perro;
lanzó algunas palabrotas que el eco devolvió, retumbando en las paredes lóbregas del
socavón. De súbito, apareció el perro mostrando sus grandes y redondos ojos de fuego y
arrastrando su cadena; cuando éste se le hubo acercado bastante, disparó toda la carga de
su arma. Creyó que lo había muerto. Fue a verlo. Pero sorpresa, se encontró con que el
animal se había esfumado y las balas estaban incrustadas en un viejo tablón; después de
sucedido esto, el minero pidió el “arreglo” y se fue del mineral. Para los obreros de la
mina, el perro que aquí aparece, es el guardián de ella y se muestra a todos aquellos que
no creen lo que acontece dentro de este mundo subterráneo.

LEYENDA DE HONDURAS

LEYENDA DE LA MINA CLAVO RICO


Cuando se inició la explotación de La Mina Clavo Rico, al ver que era tanto el oro que
extraían de sus entrañas se decidió profundizar el túnel con un taladro, excavación que
pasaría justo por debajo del poblado donde habitaban los mineros.

Cuando el taladro había perforado poco más de un kilómetro de terreno, los mineros
encontraron mayor resistencia y obtuvieron mayores rendimientos. Pero al momento de
hacer nuevos cálculos y determinar que el taladro ya estaba bajo el altar mayor de la
iglesia del pueblo, sucedió algo inesperado.

De la nada, y causando una tremenda impresión en los mineros apareció frente a ellos la
figura de un enorme lagarto que parecía ser de oro macizo. Muy confundidos y sin
entender si aquello que veían era una alucinación producida por el cansancio o era algo
real, los mineros decidieron acercarse y el impacto fue mayor al comprobar que el
grandioso animal era real.
Maravillados por haber encontrado semejante trofeo, los mineros apresuradamente le
notificaron al dueño de la obra lo que habían descubierto. Ante tal noticia, el dueño
sintiéndose muy afortunado y enloquecido por la emoción se dirigió al sitio indicado
donde confirmó la historia que los mineros le habían contado.

La felicidad del hombre fue tan grande, que rápidamente se olvidó de su condición
humana y creyendo tener el control del mundo, jactándose de su inmensa riqueza
blasfemó diciendo que “Hasta los ángeles bajarían del cielo a ayudarle y humillársele”
Luego de pronunciar tales blasfemias y como si éstas hubieran ofendido profundamente
la dignidad celestial, comenzó a temblar tan fuerte que el maderamen y la mina se
derrumbaron violentamente sepultando completamente al blasfemo, a los mineros y al
supuesto lagarto de oro.

Desde el año 2003, La Mina Clavo Rico es operada por la compañía Estadounidense
Mayan Gold, quién compró los derechos de concesión a la Compañía minera Cerros del
Sur que operó la mina desde 1974. A pesar que la mina sigue operando con el nombre de
“Cerros del Sur”, sus nuevos administradores actualmente están explotando la famosa
mina Clavo Rico. Se dice que el viejo taladro de La Mina Clavo Rico aún permanece
abandonado en su antiguo lugar.

LEYENDA DE ECUADOR

LEYENDA DE LA BETA DE ORO


En el sector de la mina denominada la “Ponderosa” en la ciudadela la Alborada de nuestra
ciudad, mineros de la zona cuentan que una vez un minero se halló una beta a pocos
metros de la superficie que era muy rica en oro, que cada vez que chancaba obtenía unos
3 o 4 kilos de oro, este minero se hinchaba de orgullo porque tenía mucha plata, por lo
que se hizo muy egoísta con sus vecinos y familiares a tal punto que dormía en la mina
cuidando la mina, para que nadie pudiera acercarse a la mina y peor a la beta por lo que
los disparaba, un día cuando estuvo durmiendo se le aparecieron unos mineros pidiéndole
que les dejara trabajar en la mina para sacar un poco de cuarzo porque estos hombres
decían que tenían a su madre muy enferma y no tenían recursos económicos para hacerle
curar pero este hombre muy malo respondió con bala y ahuyento a los pedigüeños.
Pasaron las horas mientras dormía, en las profundidades de la mina ocurría un fenómeno
muy extraño, la beta de oro se hacía tierra, al amanecer entro a la mina para revisar la beta
para ver si alguien estuvo por ahí la veta había desaparecido como por arte de magia y
llego a pensar el hombre que estaba loco o estaba soñando, pero era verdad, a tal punto
culpo a sus amigos que le habían pasado una broma salió de la mina y cuando estuvo
fuera de la mina esta se derrumbó y nunca supo ni si quiera donde había sido el socavón,
decepcionado y al no poder soportar tal perdida le dio un infarto y murió.
Algunos mineros conocedores de esa beta de oro buscaron en el mismo sitio. Hasta el día
de hoy no lo encontraron algunos aducen que está encantada, otros dicen el oro es vivo y
está en otro lado, y una señora parienta de este infortunado minero dice que jamás hallaran
esa beta de oro porque esa beta era del diablo y el mismo se la llevo para que ningún
hombre pueda tener acceso a ella y porque se haría malo, igual que el minero anterior
porque el oro corrompe el alma del ser humano, asegura una anciana.
ANEXO

San Lorenzo, patrono de la minería

El tío, leyenda boliviana

La niña de la mina
Leyenda de los 3 toros

El muki

El muki y el niño pelinko

El patetarro
GLOSARIO

- CHARRO: relativo a Salamanca o a sus habitantes


Persona que proviene del campo salamantino.
Cosa que está demasiado cargada de adornos o que es de mal gusto.
- TABU: Prohibición de comer o tocar algún objeto, impuesta por algunas

religiones polinésicas.

- VETA: Estrato alargado de un mineral que rellena la grieta de una formación

rocosa y se distingue de ella por su color o constitución; puede ser objeto de

explotación minera.

- INNOMINADA: Que no tiene nombre

- BRAMIDOS: Voz del toro, la vaca, los cérvidos y otros animales salvajes.

- GRAFES: Espíritu de la mina

- MEZQUITE: Árbol leguminoso, de 2 a 3 m de altura, con ramas espinosas, flores

de color blanco verdoso y fruto en forma de vaina muy fino y largo; su corteza

produce látex de color ámbar.

- CONCILIO: Reunión de personas para tratar de algún asunto.

- GAVILLEROS: Lugar, sitio o paraje en que se juntan y amontonan las gavillas

en la siega. Línea de gavillas de mies que dejan los segadores tendidas en el

terreno segado.

- SANTOLEARON: Alegría

- PARAMO: Terreno llano, yermo, desabrigado, y generalmente elevado.

- COMARCAS: Porción de territorio, más pequeña que una región, que se

considera homogénea por diversos factores, como las condiciones naturales o la

persistencia de demarcaciones históricas.

- OTEAR: significa de mirar desde un lugar elevado hacia lo lejos.


- TALEGA: Saco o bolsa ancha y corta, de tela fuerte y basta, que sirve para guardar

o transportar cosas.

- CORNUPETA: Toro de lidia.

- SILICOSIS: Enfermedad crónica del aparato respiratorio que se produce por

haber aspirado polvo de sílice en gran cantidad.

- MINA: Masa mineral que rellena la grieta de una formación rocosa y que puede

ser objeto de explotación.

- PEDIGUEÑO: Que pide alguna cosa con frecuencia o de forma insistente.


BIBLIOGRAFIA

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