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Antropología

urbano
ANTROPOLOGÍA URBANA

I
,, .
AUTORES, TEXTOS Y TEMAS
,
ANTROPOLOGIA
Colección dirigida por M. Jesús Buxó

35

~ grupo editorial
~ siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE 'TERREROS. GUATEMIIlA.4824,
04310, MÉXICO, DF C 1425 SUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
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i>LMAGRO. 38. I'lMAGRO,38,
28010. MADRID, ESPAÑA 28010, MADRID, ESPAÑA

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editorial anthropos / nariño, s. 1.


DIPlITACK), 266,

08007, BARCELONA, ESPAÑA


www.eníbropos-ed'torial.con
Amalia Signorelli

ANTROPOLOGÍA URBANA

Prólogo de Néstor García Canclini


Epílogo de Raúl Nieto Calleja

6) ANTtiROPOS
~ UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA
CasaabierlaaltierJl:o UNIDAD IZTAPAlAPA DivisK:nde Ciencias Sociales Y Humanidades
Antropología urbana / Arnalia Signorelli ; prólogo de Néstor García Canclini ;
epílogo de Raúl Nieto Calleja. - 2: edición. - Barcelona: Anthropos Editorial ;
México: Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa, 2013
XVI + 252 p. ; 21 cm. - (Autores, Textos y Temas. Antropología; 35)

Bibliografía p. 239-250
ISBN 978-84-7658-562-7

1. Antropología urbana 2. Ciudades - Investigación 1. García Cancliní, Néstor, pro


Il. Nieto Calleja, Raúl, ep. ill. Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa
(México) IV.Título V.Colección

Título original: Antropologia urbana (Guerini Studio, Milán, 1996)


Traducción del italiano: Angela Giglia y Cristina Albarrán F.

Primera edición: 1999


Segunda edición: 2013

© Amalia Sígnorelli, 1999,2013


© UAM-Iztapalapa. División de Ciencias Sociales y Humanidades,
1999,2013
© Anthropos Editorial. Nariño, S.L., 1999, 2013
Edita: Anthropos Editorial. Barcelona
www.anthropos-editorial.com
En coedición con la División de Ciencias Sociales y Humanidades.
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México
ISBN: 978-84-7658-562-7
ISBN (UAM-I): 978-607-477-945-5
Depósito legal: B. 15.682-2013
Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial
(Nariño, S.L.), Barcelona. Tel.: 93 6972296/ Fax: 93 5872661
Impresión: Cofás, S.A., Madrid

Impreso en España - Printed in Spain

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación


pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titula-
res, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO(Centro Español de Derechos Repro-
gráficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;
917021970/932720447).
... ~
A MANERA DE EPÍLOGO. CULTURA
Y ANTROPOLOGÍA URBANAS EN AMÉRICA
LATINA: LA EXPERIENCIA MEXICANA

Raúl Nieto Calleja"

Los 11 capítulos con que nos obsequia el libro de Amalia


Signorelli son un magnífico ejemplo de cómo el trabajo antro-
pológico y las ciudades producen resultados de teoría o pensa-
miento fuerte. Signorelli generosamente comparte con nosotros
los resultados de su mirada etnológica sobre distintas ciudades.
italianas -Nápoles, Pozzuoli, entre otras- y diversas grandes
ciudades -Roma, París, Nueva York y la de México.
A lo largo de sus textos fluyen, gracias a su reciedumbre
antropológica, comparaciones entre espacios arquitectónicos y
urbanísticos tan diferenciados como lo son el metro parisino y
el mexicano, los callejones de Nápoles y de París, La plaza de
San Pedro en Roma y la Pennsylvania Avenue de Washington.
Los actores sociales, de los que ella se reconoce como diferen-
te, son lo mismo obreros metalúrgicos que carpinteros; habi-
tantes de aldeas y sobrevivientes de terremotos; aficionados al
fútbol y emigrantes. Todos nada lejanos de sus homólogos lati-
noamericanos.
Estos textos también incluyen una rigurosa búsqueda de pa-
radigmas que implican recorridos teóricos por las principales
tradiciones de reflexión etnológica y de teoría social; de esta
manera no sólo las escuelas de Chicago y de Manchester están

* Departamento de Antropología, UAM-I, México D.F.

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presentes, sino que nos permite vincularlas con las tradiciones
etnológicas francesas y con la antropología italiana. Escuelas
que son puestas en diálogo en múltiples escalas, dimensiones
de análisis y campos problemáticos: la diversidad intra e inter
urbana; el conflicto, el espacio y la sociabilidad urbanas; el pa-
pel del trabajo, la producción y el consumo en ciudades además
de virtuales pluriétnicas; la vivienda. .
Sus reflexiones, a manera de colección de ensayos, suscitan
comparaciones y nos permiten proponer e iniciar una reflexión
particular acerca de la naturaleza de las antropologías latino-
americanas y las culturas urbanas presentes en esta parte del
mundo, objetivo que nos proponemos realizar en las siguientes
páginas.
Al pensar en las ciudades de América Latina todavía sigue
siendo frecuente evocar los títulos de trabajos corno el de Ro-
bert Kemper Campesinos en la ciudad (1976) o bien el de Bryan
Roberts Ciudades de campesinos (1980). Es decir, es común
imagínarlas como el producto de un incesante proceso migrato-
rio del campo a la ciudad, que aunado durante décadas al alto
índice de crecimiento demográfico que ha padecido la región,
dan como resultado la emergencia de ciudades (medias y gran-
des) e incluso megaciudades donde lo característico es lo preca-
rio de las formas de vida, a las que incluso se duda en llamarlas
o calificarlas como urbanas.
Por cierto Faletto, en un antiguo trabajo (1965), ha señala-
do que en Latinoamérica la ciudad antecedió a la industria y
que estos modos de vida urbana precedentes han tenido un
gran impacto en las formas específicas que adquirieron estas
sociedades; sin embargo, creo que ahora ya no es necesaria-
mente así. Lo que es cierto, si consideramos indicadores de-
mográficos, es que esta parte del continente americano es una
de las que posee una de las más altas tasas de urbanización
del mundo. Si bien es cierto este origen preindustrial de la
ciudad latinoamericana, también lo es que ahora, como resul-
tado -primero- de las distintas políticas regionales y nacio-
nales de industrialización y -después- de aquellas otras ba-
sadas en el dogma de la liberalidad económica, la desindus-
trialización y la urbanización acelerada pueden ser eventos
simultáneos.
Pero en América Latina las ciudades no sólo existieron con

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anterioridad a la industria, sino que fueron incluso anteriores
al contacto masivo e intrusivo que sufrieron por parte de las '
sociedades europeas mediterráneas desde el siglo XVI. A su lle-
gada al continente, los europeos no sólo encontraron grupos
tribales, cazadores, recolectores y sociedades agrarias, también
encontraron ciudades con siglos de existencia. En efecto, las
ciudades ya existían y además eran la sede de importantes so-
ciedades estatales. A tales complejos urbanos se les han deno-
minado ciudades-Estado reconociendo la centralidad que po-
seían para vertebrar no sólo la vida política y económica de las
sociedades precolombinas, sino para enfatizar los modos de
vida civilizados y altamente refinados con los que los europeos
se encontraron. En la mejor tradición etnográfica, cronistas,
viajeros, misioneros y soldados han dejado sus relatos y cróni-
cas acerca de las formas de vida que observaron y de las ciuda-
des que conocieron. Esta profundidad histórica nos permite
plantear a la ciudad y culturas urbanas latinoamericanas como
procesos que pueden ser encuadrados como pertenecientes a
la Iongue durée.
La diversidad, la diferencia, la alteridad han sido objetivos
explícitos de la antropología. La mirada sobre los lenguajes, las
formas de vida, las visiones del mundo de los no occidentales,
de los otros, de los «salvajes», de los no urbanos, suponemos
nos ayudará a entender, además de lo genéricamente humano,
nuestras propias especificidades. Esta ruta ha sido la vía privile-
giada por la antropología en el conocimiento de las otras socie-
dades, y en este camino esperamos poder encontrar respuestas
significativas a interrogantes sobre nosotros mismos. Sin em-
bargo, tan plausibles objetivos no pueden ser separados de sus
condiciones de producción, del ambiente en que fueron engen-
drados.
La antropología, como se sabe, es una hija genuina de Occi-
dente (Duchet, 1977); es producto de sus valores y formas de
vida. Fue forjada en sociedades que reconstruían el mundo y
definían el nuevo mapa político de nuestro planeta asignando
posiciones centrales a las sociedades que encarnaban claramen-
te el modelo civilizatorio de Occidente (con sus ciudades metro-
politanas y fábricas), y lugares periféricos a aquellos que eran
distintos o no compartían tal empresa. Pero también compartía
con las sociedades de las que era producto, además de la cen-

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tralidad política que da origen al mundo contemporáneo, un
ambiente urbano e industrial decimonónico que, sin duda, va a
incidir en su manera de construir su propio campo de estudio.
Para que la antropología pudiese surgir eran necesarios, ade-
más de un conjunto de supuestos epistemológicos, otro conjun-
to de condiciones materiales consecuencia del excedente econó-
mico de las sociedades metropolitanas; tal excedente se mate-
rializaba en bibliotecas, museos y colecciones etnográficas y en
la formación de «masas críticas» que se organizaron en tomo
de sociedades científicas, universidades y, desde luego, finan-
ciamientos que le permitiese a algunos dedicarse a estudiar a
los otros.
Me atrevo a afirmar que desde su origen la antropología no
pudo librarse de cierto urbano-centrismo, el que, entre otras
cosas, sin duda le permitió construir la alteridad más fácilmen-
te por medio de distintas experiencias de trabajo de campo et-
nográfico entre sociedades tribales o rurales, en aldeas y en co-
munidades pequeñas pero, al mismo tiempo, le dificultó hacer
otro tanto (es decir identificar y problematizar la diversidad cul-
tural) en otras sociedades y grupos sociales que habitaban en
ciudades sean propias o ajenas.
Tal dificultad para percibir lo urbano es señalada por Ama-
lia Signorelli cuando comenta que para el caso de Italia, que
puede enorgullecerse de poseer la red de ciudades más antigua
y sólida de Europa, son muy pocas las investigaciones antropo-
lógicas sobre ciudades italianas tanto de autores locales como
de extranjeros (d. supra: capítulo primero).
Si pensamos que la reflexión y conocimiento sociales no son
sólo la obra de grandes pensadores e intelectuales -como Sim-
mel o Weber, en el caso que nos ocupa- sino de grupos, redes
e instituciones productoras de conocimientos, debemos afirmar
que las primeras reflexiones sociales sobre la ciudad moderna,
se deben al trabajo teórico, pero sobre todo empírico -de los
etnógrafos, como los llama Hannerz- de la escuela de Chicago,
la cual abordó a su propia ciudad como objeto de estudio y
análisis. La mirada antropológica no estuvo ausente en tal refle-
xión; de hecho, a manera de ejemplos, los trabajos de Park,
Burguess y Mackenzie (1925), Wirth (1938), Whyte (1943) y
Wamer (1963 [1941-61]) demuestran cómo el trabajo de hor-
migas, al estilo antropológico pudo, en su momento y con sus

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instrumentos, dar cuenta de procesos de urbanización e indus-
trialización en diversas ciudades norteamericanas.'
En la primera mitad de los setenta Foster y Kemper, a dife-
rencia de Hannerz, señalaban pesimistamente que «los antro-
pólogos están llegando tarde a la investigación urbana» (Foster
y Kemper, 1974: 1). Ellos mismos recordaban que Urban An-
thropology «la primera publicación antropológica dedicada a la
investigación urbana, empezó apenas en 1972» (ibíd.). En el
contexto de esa discusión cabe recordar la afirmación de Gulick
«la antropología urbana no es una subdisciplina en el sentido
de un sistema intelectual y coherente que el término implica,
sino que consiste en un conjunto de nuevas direcciones que
algunos antropólogos están tomando» (1973: 980). Años más
tarde Kemper mismo (1992), después de analizar información
estadística sobre los antropólogos urbanos en Estados Unidos,
concluye que el campo aún está en maduración no obstante la
gran cantidad de profesionales en él; corrobora que goza de
mejor salud que la que tenía al principio de los setenta, aunque
lamenta que pocos se encuentren preocupados por desarrollar
la parte teórica o metodológica de los procesos de urbanización
y el urbanismo.
Por otra parte, como bien se sabe, en los estudios de la an-
tropología británica en África se funda otra de las vertientes de
los estudios urbanos. En un solo movimiento teórico los britá-
nicos desarrollan tres campos problemáticos: la antropología
política, la urbana y la de las sociedades complejas cuyas fron-
teras resultan de difícil definición. En ellas el análisis situacio-
nal, el estudio de caso extendido fueron aportaciones metodoló-
gicas de primer orden. Gluckman, Cohen, .Mitchell, Banton,
Kapferer, entre otros serán figuras relevantes en este proceso
(cf. Hannerz, 1986 y De la Peña, 1994).
Pero regresemos a Latinoamérica. ¿Cómo se funda la antro-
pología latinoamericana?, ¿cómo se desarrollan en ella las in-
vestigaciones urbanas y qué desarrollos particulares han teni-
do? Una primera respuesta que se antoja hacer a estas interro-
gantes es que en América Latina la antropología se funda con

1. Esta tradición de la llamada ecología urbana seguirá presente durante varias


décadas y llegará con sus preguntas y debates hasta América Latina. No obstante, la
etnicidad urbana seguirá siendo cultivada en trabajos como los de Suttles (1968).

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razones y lógicas diferentes a las de Europa y Norteamérica.
Para empezar, las sociedades latinoamericanas nunca fueron
metropolitanas ni poseyeron colonias, cuyo dominio político re-
quiriera de algún tipo de etnografía. Son sociedades que todavía
este siglo se debaten en preguntas acerca de su ser nacional y
aspiran a alcanzar procesos de modernización económica y po-
lítica, lo que no pocas veces significó iniciar varias veces la lu-
cha por la democracia.
En efecto, en Argentina, por ejemplo, la antropología apare-
ce como una disciplina más claramente ligada en sus origenes a
la concepción boasiana de un conjunto de disciplinas antropo-
lógicas ligadas entre sí; aunque en realidad estaba teórica y pa-
radójicamente más ligada al historicismo cultural alemán. De
hecho, sus profesionales deben desarrollar su disciplina en un
contexto de ciencias sociales donde el ensayismo enciclopédico
decimonónico y la reflexión sociológica son hegemónicos. Pero
la antropología no tenía como principal enemigo a las otras
disciplinas sociales; en Argentina al igual que en Brasil y
otras sociedades sudamericanas, los principales enemigos de la
reflexión antropológica fueron los Estados nacionales de corte
autoritario, que cerraron universidades, persiguieron, encarce-
laron, deportaron y asesinaron a profesionales de las ciencias
sociales. Los antropólogos, al igual que otros ciencistas sociales,
debieron refugiarse en consultorias privadas, en organismos ci-
viles de investigación, en organizaciones no gubernamentales y
desde ellas, con patrocinio de fundaciones y organismos inter-
nacionales, debieron preservar, a veces de manera fragmentaria
y autocensurada, una vocación de investigación social ligada a
las causas populares (cf. Herrán, 1998 y Lechner, 1990).
El caso brasileño comparte con el argentino el hecho de que
durante algún tiempo la antropología debió subsistir enfrentan-
do al Estado. Sin embargo, en Brasil-una de las naciones más
urbanizadas de América Latina-la antropología surge en bue-
na medida como el resultado de la investigación de la etnología
francesa y también como consecuencia de importantes progra-
mas de becarios, estatalmente apoyados, que permiten disemi-
nar en todo su territorio profesionales formados en Europa y
Estados Unidos. En efecto, es gracias a esta relación con esas
antropologías metropolitanas que en Brasil la disciplina se aso-
cia a museos, universidades y más tarde a importantes progra-

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mas de posgrado. El resultado es que hoyes el país de América
Latina con mayor número de posgraduados en antropología y
con una de las tradiciones académicas más consolidadas que
cuenta con amplio reconocimiento social (Oliven, 1994).
No obstante su importancia y crecimiento (d. Arizpe, 1988),
las antropologías latinoamericanas no han podido constituir
una comunidad científica que comparta hallazgos, preguntas,
campos problemáticos y construya respuestas en intenso diálo-
go. Hoy los intercambios, investigaciones conjuntas y acceso a
publicaciones locales resultan prácticas poco comunes y de difí-
cil materialización. Sin embargo, y no obstante lo correcto de
esta afirmación, es innegable que, por distintas razones ya se
han acumulado una buena cantidad de estudios antropológicos
que se han realizado en distintas ciudades latinoamericanas so-
bre experiencias, procesos y temáticas propiamente urbanas
con los cuales se ha podido desarrollar una vena específícamen-
te urbana en la antropología, aunque se siga debatiendo si tal
antropología es de la ciudad o antropología en la ciudad.
Por su parte, la antropología mexicana a diferencia de otras
antropologías latinoamericanas, no tuvo un origen universitario.
Su campo de discusión se fue generando de cara al poder públi-
co y sus demandas acerca de la incorporación de las poblaciones
indígenas a la sociedad nacional. Sin embargo, ha incursionado
desde hace mucho tiempo y mediante distintas investigaciones
en un campo o subespecialidad: la antropología urbana, o mejor
dicho, los estudios antropológicos que han tomado como objeto
analítico distintos procesos sociales que se verifican en la ciudad.
Como señala Eunice Ribeiro (1986), para el caso brasileño «ha
sido más una antropología en la ciudad que de la ciudad». Hoy
en México contamos con una red nacional de estudiosos de lo
urbano, en la que participan de manera destacada los antropólo-
gos, al lado de sociólogos, urbanistas, demógrafos, psicólogos e
historiadores; también se han consolidado distintos programas
de posgrado que incluyen líneas de investigación y formación
académica con énfasis en lo urbano y existen también al menos
cinco evaluaciones que intentan recuperar esta compleja historia
de la antropología urbana y que problematizan desde distintas
ópticas tal proceso (d. Quintal, 1983; Alonso, 1984; Sariego,
1988; De la Peña, 1993 y Nivón, 1997).
Es interesante recordar que aunque desde hace mucho

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tiempo la escuela de Chicago tuvo una gran presencia en nues-
tro país (Redfield, Lewis, particularmente), este campo de pro-
blemas tarda mucho tiempo cobrar carta de legitimidad en los
estudios antropológicos. Su agenda y debate acerca de la conti-
nuidad y la ruptura entre la sociedad tradicional [olk y la mo-
derna y secularizada sociedad urbana, su caracterización de la
cultura de la pobreza y más tarde de la cultura de la vecindad se
dan en un nivel internacional y tiene poco impacto en México.?
De hecho los antropólogos mexicanos que incursionan en el
estudio de las ciudades (desde los cuarenta y hasta los sesenta)
están interesados, más que en la cultura, en otras temáticas más
cercanas a lo laboral y a las condiciones materiales de vida resul-
tado de los procesos de industrialización. (Por ejemplo: Gamio,
1946; Pozas, 1958; Stavenhagen, 1958; González Casanova y Po-
zas 1965.) Sin embargo, es en los sesenta donde podemos ubicar
un interés por hacer antropología en la ciudad y las temáticas así
lo atestiguan: de manera pionera y excepcional los trabajos de
Valencia (1965), sobre la Merced, hasta entonces el mercado más
grande de la ciudad de México, de Nolasco(1981) que compara
cuatro procesos urbanos, de Kemper (1976) que problematiza la
etnicidad, el de Lomnitz (1975) clásico en el estudio de redes y
procesos y estrategias de sobrevivencia de sectores populares, de
Alonso et al. (1980) que parte de los enfoques marxistas y Arizpe
(1976) sobre la migración étnica -entre otros- logran, en su
conjunto, iniciar esta tradición en México.
La ciudad sin duda es el escenario, y no sólo el telón de
fondo, de muchos procesos y actores sociales. En ella existen de
una manera particular los sujetos y las clases sociales. Tanto
unos como otras establecen con el medio urbano en el que vi-
ven un complejo de relaciones. Durante los setenta y hasta prin-
cipios de los ochenta asistimos en la investigación urbana al
florecimiento de los estudios sobre movimientos sociales, secto-
res populares y la fuente de su inspiración al igual que en caso
italiano señalado por Signorelli ha sido el marxismo. Durante
estos años Gramsci, Cirese, Lombardi Satriani son fuente de

2. Es interesante señalar que la cultura de la pobreza y más tarde de la vecindad


(espacio residencial multifamiliar caracterizado, entre otras cosas, por lo precario de
sus servicios y el hacinamiento en el que habitan sectores populares de México cf.
Lomnitz 1975, Lewis 1957 y 1959) dieron lugar en su momento a un debate nacional
en el que permanecen prácticamente ausentes los antropólogos mexicanos.

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inspiración teórica e ideológica en los estudios sobre los movi-
mientos populares, los asentamientos «espontáneos» de los sin
techo. En México se estudian los movimientos urbano-popula-
res en ascenso que se enfrentan a las administraciones estatales
en busca de tierra y de servicios urbanos, que dan lugar a inva-
siones de terrenos para construir viviendas en ciudades perdi-
das, que tienen sus homólogas villas miseria, [avelas, shanty-
towns en toda ArnéricaLatina. Este enorme despliegue de estu-
dios acompaña las movilizaciones sociales en diversas ciudades
del país.
Las clases sociales, como bien es sabido, son algo más que
la suma de los individuos que las componen; poseen una mate-
rialidad que se cristaliza no sólo en los propios sujetos, sino en
un conjunto de prácticas sociales, ámbitos institucionalesy cul-
turales como creemos ya ha sido asentado. Sin embargo, de
igual manera los individuos son algo más que ciegos portadores
de relaciones sociales o encarnación de la historia; poseen la
cualidad de ser sujetos -no sólo estar sujetos- de la historia.
Sin embargo, sin esas relaciones e historia probablemente sería
ininteligible su acción social e incluso su vida personal misma.
Sin duda las relaciones entre clase social, sujeto e historia no
son sencillas. Edward P. Thompson ha planteado que la clase
obrera es resultado de un proceso histórico mediante el cual se
«hace» (rna.king); también ha dicho que «la noción de clase lleva
consigo la noción de relación histórica [...] La cuestión eviden-
temente consiste en saber cómo el individuo pasa a -desempeñar
este papel social y cómo ha podido constituirse tal o cual orga-
nización particular [...] estas cuestiones son esencialmente his-
tóricas» (1977: 10, corchetes míos). También ha agregado que
«si detenemos la historia en un punto dado, entonces ya no
tenemos clases sino, simplemente, una multitud de individuos
con una multitud de experiencias. Pero si observamos a esos
hombres a través de un adecuado período de cambio veremos
ciertos patrones en sus relaciones, ideas e instituciones» (ibíd.).
Este sugerente planteamiento ha inspirado una pregunta com-
plementaria: ¿si en vez de parar la historia hiciéramos abstrae-
ción del contexto en el que viven los sujetos o clases sociales,
qué pasaría? Creo que nos quedaríamos en vez de con la esen-
cia de la clase, con una clase social ontológicamente indiferen-
ciada, metafísicamente existente. Las clases sociales, como bien

225
se sabe no se hacen en el vacío, se hacen en una espacialidad y
temporalidad históricamente determinadas. En el caso que nos
ocupa, tienen una existencia urbana por lo que podemos afir-
mar que las clases existen en la ciudad y la ciudad existe en las
clases. La clase se explica por la historia que hace y que la hace,
pero también por el espacio, por la geografía, por el territorio
donde se hace y que la propia clase ayuda a hacer (cf. Soja,
1989). La formación de las clases puede ser entendida como un
proceso, pero éste es ininteligible sin algún contexto.
Sin embargo, los contextos son múltiples y diferenciados y
esta evidencia muchas veces se olvida al plantear --como hizo
hace varias décadas el culturalismo norteamericano- que los
modelos de urbanización, de industrialización, de moderniza-
ción económica y de globalización de las relaciones mundiales
tienden a homogeneizar muchos de los aspectos de la vida y
cultura de las distintas sociedades. En el caso mexicano, ade-
más, se ve con suma preocupación su integración económica a
un bloque norteamericano mediante su incorporación desde
1994 al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA).
Sin embargo, también la antropología ha documentado que
cada sociedad, que ha transitado de modos de vida tradiciona-
les a estilos de vida modernos, ha debido desarrollar formas de
vida social propias e irrepetibles que en su interior portan una
gran heterogeneidad y vitalidad. Frente a estas dos alternativas
de análisis aquí quiero plantear que las tendencias que apuntan
hacia la homogeneización social, no excluyen la heterogeneidad
cultural, y que tal heterogeneidad es resultado de la heteroge-
neidad social misma, que la vida en la ciudad tiende a ocultar
en una aparente homogeneidad urbana. Pretendo plantear que
la diversidad de formas de existencia de las distintas clases so-
ciales, da lugar a una condición urbana diferenciada y que po-
cas veces se repara en ello cuando se hacen generalizaciones
sobre clases, grupos sociales, ciudades o sociedades enteras.
Esto supongo, permitirá replantear, matizar y problematizar las
generalizaciones que usualmente se hacen sobre las sociedades
latinoamericanas y sobre las clases sociales que las forman.
La vida social contemporánea descansa sobre la existencia
de un sector de la sociedad que mediante su trabajo produce los
bienes, valores y servicios que son demandados por la sociedad.
Dada la dinámica de la competencia capitalista el mundo del

226
trabajo --es decir el de la producción material- tiende a «es-
tandarizar» flexiblemente la jornada laboral tanto en su dura-
ción como en sus caracteristicas organizativas y tecnológicas.
Sin embargo, como bien se sabe, la industria es algo más
que procesos económicos o tecnológicos. En efecto, las prime-
ras reflexiones científicas sobre la naturaleza de la industria y
sociedad moderna sin duda se las debemos a Marx (1872-
1875). Y a partir de ellas -sin que estuviese en Marx mismo--
se ha abusado en el análisis y búsqueda de explicaciones en un
nivel estrictamente económico o,'peor tecnológico, de los proce-
sos de industrialización y urbanización. Sin embargo, y por su
parte, muchas sociedades (incluida la nuestra) han desarrolla-
do diferentes formas de vida urbano-industriales sobre matri-
ces culturales pre-exístentes dando origen a formas «híbridas»
de cultura que en si mismas portan una tensión entre la moder-
nidad y la tradición. Ante esta evidencia las preguntas que se
antojan hacer -desde una perspectiva antropológica- consis-
ten en saber si ¿existen formas o modos de vida, visiones del
mundo, o culturas propiamente urbanas? En segundo lugar, in-
.dagar ¿cuál es el peso de la modernidad y la tradición en ellas?
Y, finalmente, ¿cuál es la resultante de este encuentro? (d. Bar-
tra, 1987; García Cancliní, 1989 y 1990).
Las sociedades urbano industriales capitalistas contemporá-
neas han desarrollado en una escala sin precedente la noción
del individuo (d. Macpherson, 1970), y esto aparentemente lo
han hecho a expensas de liquidar muchos de los valores y es-
tructuras que hacían viable la vida en las pequeñas comunida-
des preindustriales tales como las familias extensas, con sus re-
des de reciprocidad y otras instituciones y prácticas sociales por
medio de las cuales el individuo podía recrear su subjetividad
utilizando distintas instancias culturales que ritualmente resol-
vían los conflictos, facilitaban los pasajes, asignaban los roles,
en suma establecían la sociabilidad en el mundo individual,
dándole -desde una perspectiva social y subjetiva- un sentido
a la vida y una visión del mundo (del ser y del estar). Por tanto,
se ha concluido también, que con relación a las antiguas y tra-
dicionales formas de vida --que se desarrollaban en comunida-
des homogéneas o corporadas-, hoy ya existe una gran distan-
cia cultural, espacial y temporal, en las nuevas formas de vida
que se desarrollan en modernas sociedades urbanas, estratifica-

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das y secularizadas de la era industrial. Del mundo rural y étni-
co preindustrial a la sociedad de masas hay una gran diferencia
en el tipo y calidad de la vida.
En México al igual que en Italia la preocupación por la cul-
tura obrera estuvo cercana al debate de las culturas urbanas,
sin embargo, esta preocupación en el caso mexicano no se dio
en el contexto de los antropólogos urbanos para quienes, según
sus esquemas clasificatorios, tales preocupaciones constituían
otra subespecíalídad.>
Sin embargo, un hallazgo importante de ambas líneas de
indagación, consiste en que se pudo constatar que no represen-
ta lo mismo vivir en una ciudad industrial de reciente creación
(como los polos de desarrollo promovidos por el Estado para
industrializar regiones rurales del país), que en una «ciudad
media» (especializada industrialmente), o hacerla en una «me-
galópolis» (como lo es el Distrito Federal y su área conurbada
que forman la gran ciudad de México). También se pudo reco-
nocer e identificar empíricamente distintas formas de existen-
cia y experiencias urbanas dentro de una misma ciudad; que no
da lo mismo vivir en un edificio de una unidad habitacional
multifamiliar, que en una casa de una antigua colonia popular,
en un fraccionamiento de reciente urbanización, en un pueblo
absorbido por la ciudad o en un asentamiento irregular. Todos

3. En México podemos observar que el análisis de lo obrero dio origen a un cam-


po: la Antropología del Trabajo. En ella el análisis inicial estuvo orientado a recuperar
la condición obrera y a elaborar al mismo tiempo una definición de ella; en ambas
empresas podemos observar que la indagación tuvo que recorrer tres momentos analí-
ticos: primero se debió acceder al proceso laboral mismo, a la fábrica, al momento del
trabajo; después de vistas las limitaciones de esta sola dimensión, para explicar las
prácticas culturales de la clase obrera, en un segundo momento se abordaron distintas
formas de organización y acción obrera (estructuras sindicales y procesos de lucha
obrera) en las que sin duda había implícito un deseo de encontrar formas esenciales
de la existencia y cultura obrera. Finalmente en la medida en que para construir
marcos explicativos sobre la condición obrera no bastaba recuperar las dos instancias
anteriores -trabajo y organización sindical- fue necesario incursionar en el conoci-
miento y problematización de las condiciones de vida y existencia de sectores proleta-
rios que viven en la ciudad, y en ellos intentar aprehender lo específicamente obrero.
Un interés que estuvo implícito en todos estos momentos fue el de definir aquellos
momentos, ámbitos, procesos y demás características esenciales de la existencia obre-
ra; de ahí que buena parte de este proceso constitutivo de este campo intelectual
pueda ser considerado como un proceso de búsqueda de la sustancialidad o esencia
obrera (Nieto, 1994 y 1998). Esta empresa intelectual -y política- si lo pensamos
detenidamente, implica un proceso similar al que, en otro contexto social, se híciera
por antropólogos para definir lo campesino en el campesinado (cf. Wolf, 1971).

228
estos ámbitos dan existencia a una condición urbana diversifi-
cada en una o varias ciudades y permitieron plantear la hipóte-
sis de que asistimos al proceso de constitución de distintas ex-
periencias urbanas, que coexisten en una misma ciudad o a lo
largo del sistema urbano nacional. De esta manera se puede
hacer relevante además del proceso, el contexto donde son teji-
das las relaciones sociales.
En efecto, las formas de vida urbana que históricamente se
han dado en las áreas centrales de la ciudad de México, pueden
ser distintas a aquellas que se generan en la periferia metropoli-
tana. Estas nociones -zona central y periferia- serán sujetas
siempre a una redefinición que es dada, más que por la geogra-
fía y arquitectura urbanas, por el conjunto de relaciones socia-
les que dan estructura a la ciudad y que son estructurantes de
su vida urbana. El territorio, sin duda siempre es socialmente
construido y en él la «periferización» no sólo es geográfica sino
también social. Se puede constatar la existencia de «periferiza-
ción» del centro urbano, al lado de la centralidad de algunas
partes de la periferia."
Sin embargo, y no obstante las diferencias que puedan loca-
lizarse, en las distintas formas de vivir la experiencia urbana
por diferentes clases y grupos sociales, sabemos también que la
ciudad es compartida, usada, consumida comúmnente -aun-
que de manera diferente- y ello da lugar a que en un primer
nivel la experiencia urbana aparezca como un conjunto de ras-
gos que son el resultado de una experiencia propiamente urba-
na --comúmnente compartida. Es decir, la experiencia metro-
politana es identificable por los rastros que deja vivir en ésta y
no en otra ciudad. Sin embargo, tal especificidad no impide ver
la generalidad de los procesos y experiencias. Es decir la especi-
ficidad de los procesos particulares no creo que nos impida in-

4. La escuela de ecología urbana de Chicago propuso la teoría de los círculos


concéntricos para explicar el cambio en el uso del suelo urbano. En el caso de la
ciudad de México actualmente es muy difícil definir qué es su centro: por una parte,
existe el «centro histórico», pero en esa misma zona hay áreas de obvia periferización
social; por otra parte, en el norponiente se ha configurado una zona que centraliza las
actividades financieras, sociales, económicas y de alta cultura modernas particular-
mente en el triángulo que formarían Naucalpan, Huixquilucan y la Delegación Miguel
Hidalgo. Véase la propuesta que elabora Ward (1991: 93--98 y figura 2.7) para entender
la segregación social en el espacio metropolitano donde además de círculos encuentra
cuñas.

229
tentar algún tipo de generalización -aunque está solo sea de
«rango medio» y aplicable a un grupo social (cf. Geertz, 1987).
La ciudad de México ha sido, sin duda y literalmente, cons-
truida por los trabajadores que en ella han habitado, sin embar-
go, al mismo tiempo ha representado para ellos la paradoja de
ser una ciudad que socialmente les ha sido expropiada y en la
que han debido, para habitarla, ubicarse de manera diferencia-
da y periférica. Algo que es importante señalar es que en la
ciudad de México, aunque la clase obrera vive diferenciada-
mente, no lo hace de manera segregada en guetos clasistas por
los que pasan distintas generaciones obreras como ha sido la
experiencia de otras latitudes europeas.t
La versión mexicana actual del barrio obrero en la ciudad
de México no conserva la homogeneidad clasista que pudo ha-
ber tenido a principios de siglo donde aparentemente, según
testimonios históricos, la cultura obrera florecía como en otras
latitudes del mundo en barrios que se distinguían por su sabor
proletario del resto de la ciudad. En efecto, los historiadores del
movimiento obrero nos han transmitido una imagen de la clase
obrera, de principios de siglo, tal vez un poco idealizada, que si
bien era pequeña, también era mucho más consistente y homo-
génea culturalmente que la que hoy podemos observar.s
Se antoja pensar que en los contextos pequeños, en las es-
tructuras societales más simples la polaridad clasista «clásica»
se da casi de manera «natural» y que las estructuras mayores, o
más complejas (como puede ser el caso de una gran metrópoli),

5. Para el caso italiano pueden verse los ejemplos de barrios obreros descritos en
Levi et al (1981) y para el caso británico a Hoggart (1990) y las obras de Hobsbawm y
Thompson.
6. Sobre esta época y características se ha afirmado que «una cultura obrera única
y diferenciada [...] fue propio de los inicios de la formación de la clase obrera, en
barrios habitados por trabajadores que les permitían una cierta homogeneidad en la
fábrica y el territorio y la construcción de una identidad que sintetizaba los dos mo-
mentos de su reproducción total como sujeto social. En México, aunque tardíamente y
con sus propias especificidades culturales, en los años veinte encontramos algunos
sectores de la clase obrera que asumen las características de aquel proletariado que
era el sujeto revolucionario del marxismo, del anarquismo y de sus continuadores. En
las zonas fabriles de las ciudades más importantes, en los company towns y demás
enclaves industriales de la provincia, existía una clase obrera que asUITÚasu identidad
diferenciándose de los empresarios en el proceso de producción, y en sus prácticas de
vida cotidiana, procuraba controlar su reproducción fabril y su reproducción cotidia-
, na, aún no le entregaba a la industria cultural el control de su tiempo libre» (Quíroz y
Méndez, 1991: 112-113).

230
en la medida que se introducen nuevas variables, sujetos y si-
tuaciones, se desdibuja, por así decido, la centralidad del con-
flicto biclasista y en la estructura misma del propio espacio se
expresa la desigualdad y heterogeneidad social. Por ello hoy po-
demos afirmar que en la ciudad la clase obrera ya no es horno-
géneamente segregada; en ella se expresan y reproducen las
desigualdades sociales que históricamente han sido configura-
das; en ella coexisten distintos sectores y clases sociales. Por
ello no planteamos la existencia de una forma única de cultura
y condición urbana para la clase obrera metropolitana; asumi-
mos que el terreno cultural esta teñido de tensiones y que éstas
tienen su eficacia en la heterogeneidad de los modos de vida ur-
banos que la clase obrera ha desarrollado.
Pero regresemos a lo urbano. Hacia finales de los ochenta
asistimos a lo que ha sido denominado como una crisis teórica
de las investigaciones sobre lo popular (cf, García Canclini,
1988 y 1991) ya la paulatina pérdida de la capacidad explicati-
va de una de las orientaciones paradigmáticas más frecuente-
mente utilizadas en la investigación de lo urbano: el enfoque
desarrollado por la escuela sociológica de la economía política
de la urbanización (de inspiración francesa y española pero con
gran influencia y desarrollo local en América Latina). Lo que da
como resultado que, de manera generalizada, desde principios
de los noventa, asistamos al retorno de lo cultural en los estu-
dios urbanos. 7
Este desplazamiento de la antropología mexicana lo cultu- a
ral coincide sintomáticamente con el abandono de los análisis
marxistas y la relectura de autores básicos en la sociología y
antropología de la cultura (por ejemplo: Bourdieu, 1990; Wi-
lliams, 1981; Geertz, 1987; Sahlins, 1976). Coincide también a
escala internacional con el nuevo auge de algunas corrientes
simbólicas y el surgimiento y expansión posmoderna de la an-
tropología; procesos que sin duda no son lo mismo. Sobre esta
época se ha afirmado que en México el desplazamiento puede
ser sintetizado como el proceso teórico que va de la subcultura a
la producción del sentido (Nivón, 1988). Podríamos agregar que

7. Desde mi punto de vista dos trabajos van a ser antecedentes muy importantes
en este sentido el de Giménez sobre cultura popular y religión (1978) y el de Arizpe
(1987) sobre la cultura en una ciudad media, Zamora.

231
puede ser pensado también como el desplazamiento que va des-
de los movimientos sociales y las culturas populares hacia el con-
sumo cultural y lo ciudadano. O bien, como aquel otro que cam-
bia sus objetos (¿y sujetos?) de estudio tradicionales -como las
formas de lucha urbana y nuevos movimientos sociales- por
nuevas dimensiones analíticas en el habitar la ciudad. En el
ámbito teórico podría simplificarse como el desplazamiento de
Gramsci a Bourdieu.
En este ambiente se regresa y revaloran las viejas obsesiones
del ensayismo latinoamericano acerca de la naturaleza de lo
nacional, el debate sobre la tradición y la modernidad y la rela-
ción entre el sujeto y la masa."
El nuevo ensayismo, no es un proceso mexicano, sino lati-
noamericano. Está ligado a la reflexión cultural e incluye -ade-
más de antropólogos=- a sociólogos y estudiosos de la comuni-
cación y los medios, en prácticamente todo lo largo de América
Latina. Ha tenido como sedes lo mismo organizaciones no gu-
bernamentales, de escala nacional o en todo el continente, que
a instituciones académicas (como FLACSO y CLACSO) y un
buen número de universidades.
La agenda de este neo-ensayismo actualiza las viejas pre-
guntas en nuevos contextos y con nuevos problemas y propone
lo que podríamos considerar un nuevo paradigma de los estu-
dios culturales en América Latina:" el encuentro de la diversi-
dad cultural, la multiculturalidad, la globalización y mundiali-
zación de las relaciones sociales con relación a los procesos de
producción de sentido; el papel cultural que juegan los medios
tradicionales y el de las nuevas tecnologías informáticas y de
comunicación; la reflexión acerca de la nueva naturaleza de los
bienes simbólicos industriales; los procesos de construcción de

8. Desde el siglo XIX los ensayistas latinoamericanos han desempeñado un papel


muy importante en la constitución de grupos intelectuales y en la reflexión social. Los
cafés, las tertulias literarias, las crónicas y criticas en periódicos y revistas, han sido
sus trincheras para participar en el debate público. El ensayo, por cierto, ha sido un
género nuevamente actualizado por la producción académica (d. García Canclini,
1991 y prácticamente toda la obra de Monsiváis y Bartra). Sobre la importancia de los
ensayistas y filósofos de la cultura y su recuperación heuristica véanse Nivón, 1998 y
Reygadas, 1998.
9. Empresa intelectual que nos recuerda la originalidad y éxito que tuvo -durante
los sesenta y parte de los setenta- otra teoria de origen latinoamericano: la de la
dependencia. Su existencia confirma la vitalidad de lo que Krotz (1993) denomina
antropologias del sur.

232
nuevos espacios para la modernidad y la reapropiación de otros
por parte de la tradición; el surgimiento de formas nuevas de
ciudadanía cultural y las culturas ciudadanas existentes en los
contextos multiculturales; entre otros temas.
Representantes muy importantes de esta vertiente son: José
Joaquín Brunner (1992) en Argentina, Roberto Da Matta (1980
y 1987) y Renato Ortiz (1996) en Brasil, Jesús Marín Barbero
(1980,1983,1987 y 1989) en Colombia, Norbert Lechner (1982,
1983 Y 1990) en Chile, Gilberto Giménez (1987), Roger Bartra
(1987 y 1992), Carlos Monsiváis (1984, 1987) y Néstor García
Canclini (1981,1989,1990, 1991, 1992, 1994, 1998) en México.
Algo característico de esta producción intelectual es que la
mayoría de ellas son sustentadas más en enfoques cualitativos
que cuantitativos y que todas son resultado, además de la refle-
xión personal y creatividad propia, de investigaciones de largo
aliento muchas veces concebidas como procesos que permiten
la formación de grupos y redes de investigación.
En muchas de estas investigaciones lo urbano ha sido reela-
borado como metáfora de la cultura. La ciudad es un laberinto
por donde se debe pasear para comprender las complejidades de
las sociedades latinoamericanas. La falta de orden con que es
posible pasear por ella nos lleva a un análisis de la cultura siem-
pre complejo y contradictorio. Por ello, no es extraño encontrar
incongruencias en diferentes textos de un mismo autor y posicio-
nes divergentes entre ellos, precisamente porque la interpretación
del sentido, desde tan variados puntos de vista, es necesariamente
múltiple y diversa. Lo micro ejemplifica y contiene lo macro. Para
explicamos lo específico de las sociedades latinoamericanas se
han intentado ejercicios particulares sobre la sociedad brasileña,
chilena y mexicana: Da Matta (1987) nos conduce por la casa, por
su sala, el comedor y las habitaciones, que se encuentran en opo-
sición-complementariedad a la calle; por su parte, Lechner (1990)
se interesa por los patios interiores de la democracia y García Can-
clini (1989) por las calles, por las entradas y salidas y encrucijadas
de la ciudad. La ciudad para todos es el espacio privilegiado. de la
modernidad y de sus procesos contradictorios de nuestras socie-
dades donde conviven lo tradicional y lo moderno, el centro y la
periferia, el sistema social y la persona, las clases sociales y los
ciudadanos; la ciudad es también metáfora de la cultura, de sus
posibilidades infinitas de conocerla.

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238
ÍNDICE

Prólogo. Un libro para repensar nuestras ciudades,


por Néstor Carcía Canclini . . . . . . . . . . . . IX

Agradecirrrientos 1

PRIMERA PARTE
PROBLEMAS

Capítulo primero. Un recorrido de búsqueda


e investigación . . . . . . . . . . . 5
Capítulo segundo. Ciudad y diversidad . . . . 16
Capítulo tercero. Ciudad y conflicto ..... 37
Capítulo cuarto. Ciudad: espacios concretos y espacios
abstractos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

SEGUNDA PARTE
A LA BÚSQUEDA DE UN PARADIGMA

Capítulo quinto. La antropología urbana: recorridos


teóricos . 67
Capítulo sexto. Estudiar un problema a escala nacional:
la casa en Italia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

251
TERCERA PARTE
A LA BÚSQUEDA DE UN OBJETO: ESTUDIO DE CASOS

Capítulo séptimo. Pietralata: las luchas por la vivienda . 121


Capítulo octavo. Pozzuolí, la ciudad bella. . . . . 140
Capítulo noveno. Historias de trabajo en Nápoles 161
Capítulo décimo. La afición y la ciudad virtual 189
Capítulo onceavo. La ciudad multiétnica . . . . . 206

A manera de epílogo. Cultura y antropología urbanas


en América Latina: la experiencia mexicana,
por Raúl Nieto Calleja 217

Bibliografía . . . . . . . 239

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