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LA PRACTICA DOCENTE

La educación que reciben los estudiantes de hoy, en un país como Colombia, debe
responder a dos desafíos fundamentales; por un lado, debe llevar a que los niños y jóvenes
desarrollen las respectivas competencias en cada una de las áreas del saber, convirtiéndose
de este modo, en sujetos capaces de conocer el mundo construyendo nuevos conocimientos
que mejoren sus condiciones de la vida social; por otra parte, la realidad las diversas
manifestaciones de violencia que si vive tanto en la vida social como familiar, obliga de
manera categórica que a través de la educación los estudiantes como futuros ciudadanos
aprehendan a convivir de manera pacífica.

Desde esta perspectiva, la educación se “constituye en el instrumento indispensable


para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social”
(Delors, 1996, p. 7) Ahora bien, en la consecución de este loable propósito que propugna
por una educación de calidad, el rol del maestro como mediador del proceso de enseñanza –
aprendizaje juega un papel determinante. Se comprende así que trabajar por una educación
de calidad, obliga a pensar de manera crítica sobre el diario quehacer del maestro o lo que
bien se conoce como como la práctica docente, que en palabras de Fierro, Fortoul y Rosas
(1999) se entiende como:
una praxis social, objetiva e intencional en la que intervienen los significados, las
percepciones y las acciones de los agentes implicados en el proceso – maestro,
alumnos, autoridades educativas y padres de familia -, así como los aspectos
políticos – institucionales, administrativos y normativos que, según el proyecto
educativo de cada país, delimitan la función del maestro. (p. 21)

Además de esto, Davini (2015) al profundizar sobre la práctica docente señala que
aunque cualquiera pueda enseñar a otros, lo propio de ser docente es su especialización a la
hora de enseñar. Desde este panorama, “la enseñanza deja ser una tarea de amateurs, y se
desplaza al enseñante empírico” (Davini, 2015, p. 21). En este sentido, la docencia como
experta en el arte de la enseñanza se apoya en un espacio estructurado de conocimientos y
en criterios y estrategias de acción que van constituyendo los que se conoce como práctica
pedagógica. Conviene observar, sin embargo, que “cuando hablamos de “prácticas” no nos
referimos exclusivamente al desarrollo de habilidades operativas, técnicas o para el
“hacer”, sino a la capacidad de intervención y de enseñanza en contextos reales complejos”
(Davini, 2015, p. 29).

Importa dejar sentado, además, que la práctica docente como el trabajo que el
maestro desarrolla cotidianamente contiene múltiples relaciones, entre las cuales se pueden
mencionar: relación entre personas, con el conocimiento, con la institución, con todos los
aspectos de la vida humana y con un conjunto de valores personales e institucionales. De
estas relaciones, la practica docente se desarrolla en varias dimensiones: personal,
institucional, interpersonal, social, didáctica y valoral (Fierro, Fortoul y Rosas,1999).

Planteada así la cuestión si se desea brindar a los escolares una educación de calidad
que responda no sólo a los desafíos mencionados anteriormente, se hace indispensable que
los maestros sean capaces de vivir en una constante reflexión crítica sobre su quehacer que
les permita no sólo encontrar nuevas formas de enseñar que genere aprendizajes
significativos, sino que les posibilite formar a los niños y jóvenes como ciudadanos
democráticos que se caracterizan por su capacidad de convivir con los otros de manera
pacífica.

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